LEGENDARIUM IX: La Cuarta Edad

ESTE FRAGMENTO ABARCA:


I.EPÍLOGO DE LA GUERRA DEL ANILLO

II.NOTA SOBRE LOS ARCHIVOS DE LA COMARCA

III.EL PUEBLO DE DURIN DESPUÉS DE LA GUERRA DEL ANILLO

IV.EL FIN DEL REINADO DE ARAGORN II Y ARWEN UNDÓMIEL

V.LA NUEVA SOMBRA



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I.EPÍLOGO DE LA GUERRA DEL ANILLO

 

HISTORIA DE EL SEÑOR DE LOS ANILLOS IV: EL FIN DE LA TERCERA EDAD[1]

Una noche de marzo de 1436 maese Samsagaz Gamyi estaba en su estudio de Bolsón Cerrado. Se hallaba sentado a su viejo escritorio, y con muchas pausas para pensar escribía con su mano lenta y redonda en hojas de papel sueltas. Sobre un atril a su lado había un gran libro rojo manuscrito.

Poco antes había estado leyéndoselo a su familia. Pues era un día especial: el cumpleaños de su hija Elanor. Aquella noche antes de la cena había llegado por fin hasta el final del Libro. El prolongado avance a través de los muchos capítulos, aún con omisiones que había considerado aconsejables, le había llevado algunos meses, ya que sólo leía en voz alta en los días importantes. En la lectura del cumpleaños, junto a Elanor estaban el joven Frodo, Rosita y los pequeños Merry y Pippin; pero no los otros niños. El Libro Rojo aún no era para ellos, y se hallaban seguros en la cama. Rizos de Oro sólo tenía cinco años, ya que en su predicción Frodo había cometido un leve error, y Rizos de Oro nació después de Pippin. Pero no era la última del linaje, pues parecía probable que Samsagaz y Rosita rivalizaran con el viejo Gerontius Tuk en el número de hijos y lo superaran igual que lo había superado Bilbo en el número de años. Estaba el pequeño Ham, [y Margarita todavía en la cuna] y Margarita, y Prímula aún en la cuna.

Ahora Sam «disfrutaba de un poco de tranquilidad». La cena había terminado. Sólo Elanor estaba con él, todavía levantada porque era su cumpleaños. Permanecía sentada en silencio, mirando el fuego, y de vez, en cuando a su padre. Era una hermosa muchacha, más blanca de piel y más esbelta que la mayoría de las doncellas hobbits, y el fuego de la chimenea centelleaba en su cabello rojo dorado. A ella había descendido, por un don si no por herencia, un recuerdo de la gracia élfica.

—¿Qué estás haciendo, querido papá Sam?—preguntó al fin—. Dijiste que ibas a descansar, y esperaba que hablaras conmigo.

—Aguarda sólo un momento, Elanorellë—dijo Sam cuando ella se le acercó, lo rodeó con los brazos y escudriñó por encima de su hombro.

—Parece Preguntas y Respuestas—comentó ella.

—Y eso es—afirmó Sam—. El señor Frodo dejó las últimas páginas del Libro para mí, pero todavía no me he atrevido a tocarlas. Aún sigo tomando notas, como habría dicho el viejo señor Bilbo. Aquí están todas las muchas preguntas que mamá Rosa y tú y los niños me habéis hecho, y yo estoy escribiendo las respuestas, cuando las conozco. La mayoría de las preguntas son tuyas, ya que sólo tú has oído el Libro entero en más de una ocasión.

—Tres veces—dijo Elanor, mirando la página cuidadosamente escrita que había bajo la mano de Sam.

P. Enanos, etc. El joven Frodo dice que son los que más le gustan. ¿Qué le pasó a Gimli? ¿Se han abierto de nuevo las Minas de Moria? ¿Queda algún orco?

R. Gimli: regresó para trabajar para el rey, como dijo, y trajo a muchos de su pueblo del norte, y trabajaron en Gondor tanto tiempo que se acostumbraron y se establecieron allí, en las montañas Blancas, no lejos de la ciudad. Una vez, al año Gimli va a las cavernas Centelleantes. ¿Cómo lo sé? Información del señor Peregrin, que a menudo vuelve a Minas Tirith, donde está muy bien considerado.

Moria: no he oído ninguna noticia. Quizá la predicción sobre Durin no se cumplirá en nuestra época. Los lugares oscuros aún necesitan mucha limpieza. Creo que harán falta muchos problemas y hazañas osadas para expulsar a las criaturas malévolas de los recintos de Moria. La verdad es que quedan muchos orcos en esos parajes. Probablemente nunca nos libremos del todo de ellos.

P. Legolas. ¿Regresó junto al rey? ¿Se quedará allí?

R. Sí, lo hizo. Fue al sur con Gimli, y con él llevó a muchos de su pueblo del Gran Bosque Verde (así lo llaman ahora). Dicen que era maravilloso ver a las compañías de enanos y de elfos viajar juntos. Los elfos han hecho la ciudad, y la tierra donde vive el príncipe Faramir, más hermosa que nunca. Sí, Legolas se quedará allí, por lo menos mientras permanezca Gimli; pero creo que algún día irá al mar. Todo esto me lo contó el señor Meriadoc, ya que él ha visitado a la dama Éowyn en su casa blanca.

P. Caballos. Merry está interesado en ellos; muchas ganas de tener un poni propio. ¿Cuántos caballos perdieron los jinetes en las batallas, y tienen más ahora? ¿Qué le pasó al caballo de Legolas? ¿Qué hizo Gandalf con Sombragrís?

R. Sombragrís fue en la nave blanca con Gandalf, desde luego. Yo mismo lo vi. También vi a Legolas dejar libre al suyo para que galopara de regreso a Rohan desde Isengard. El señor Meriadoc dice que no sabe cuántos caballos se perdieron; pero ahora hay más que nunca en Rohan, porque ya nadie los roba. Los jinetes también tienen muchos ponis, sobre todo en el valle Sagrado: blancos, pardos y grises. El año próximo cuando vuelva de una visita al rey Éomer piensa traerle uno a su tocayo.

P. Ents. A Elanor le gustaría oír más sobre ellos. ¿Qué vio Legolas en Fangorn; y ve ahora alguna vez a Bárbol? La pequeña Rosita está muy preocupada por las ents-mujeres. Las busca cada vez que entra en un bosque. ¿Las encontrarán alguna vez? Le gustaría que sí.

R. Legolas y Gimli no han contado lo que vieron, por lo menos hasta donde yo sé. No he oído de nadie que haya visto a un ent desde aquellos días. Los ents son muy secretos, y no les gusta mucho la gente, pequeña o grande. A mí también me gustaría que encontraran a las ents-mujeres; pero me temo que el problema es demasiado antiguo y profundo para que las gentes de La Comarca lo puedan arreglar. Creo que, quizá, las ents-mujeres no quieren que las encuentren; y tal vez los ents se hayan cansado de buscar.

 

—Bueno, querida—dijo Sam—, esto es todo por hoy. —Suspiró—. No es adecuado entrar en el Libro de esta manera. No se parece en nada a la historia tal como la escribió el señor Frodo. Pero, de algún modo, tendré que hacer uno o dos capítulos con un estilo apropiado. Quizá me ayude el señor Meriadoc. Escribe muy bien, y está haciendo un libro espléndido sobre plantas.

—No escribas más esta noche. ¡Cuéntame, papá Sam!—dijo Elanor, y lo llevó a un asiento junto al fuego—. Háblame—dijo cuando se sentaron muy juntos con la luz suave y dorada en el rostro—, háblame de Lórien. ¿Todavía crece mi flor allí, papá Sam?

—Bueno, querida, Celeborn todavía vive entre sus árboles y sus elfos, y no me cabe ninguna duda de que tu flor aún crece allí. Aunque ahora te tengo a ti para mirarte, y ya no la anhelo tanto.

—Pero yo no quiero mirarme a mí, papá Sam. Quiero ver otras cosas. Quiero ver la colina de Amroth donde el rey conoció a Arwen, y los árboles de plata, y la pequeña y blanca niphredil y la elanor dorada en la hierba que siempre es verde. Y quiero oír cantar a los elfos.

—Entonces, quizás algún día lo hagas, Elanor. Yo decía lo mismo cuando tenía tu edad, y bastante después, y parecía que no había esperanzas. Y sin embargo las vi, y las oí.

—Temía que todos se fueran en barcos, papá Sam. Entonces pronto aquí no quedaría ninguno; y entonces todos los lugares serían sólo lugares, y …

—¿Y qué, Elanorellë?

—Y la luz habría desaparecido.

—Lo sé—dijo Sam—. La luz está desapareciendo, Elanorellë. Pero no se apagará aún. Ahora creo que nunca se apagará del todo, ya que te tengo a ti para hablar. Pues ahora me parece que la gente que nunca la ha visto la puede recordar. Y sin embargo—suspiró—, no es lo mismo que verla de verdad, como yo la vi.

—¿Cómo estar de verdad en una historia?—dijo Elanor—. Una historia es muy distinta, incluso cuando se trata de lo que sucedió. ¡Me gustaría poder volver a los días antiguos!

—La gente como nosotros lo desea a menudo—dijo Sam—. Tú llegaste al final de una gran Edad, Elanorellë; pero aunque ha acabado, las cosas, como nosotros decimos, no terminan tan de repente. Son más como una puesta de sol invernal. Casi todos los altos elfos se fueron con Elrond. Pero no todos; y aquellos que no se fueron todavía aguardarán un tiempo. Y los otros, los que pertenecen aquí, durarán aún más. Todavía te quedan cosas por ver, y tal vez las veas antes de lo que esperas.

 

Elanor guardó silencio durante un rato antes de volver a hablar. —Al principio no entendí lo que quería decir Celeborn cuando se despidió del rey—dijo—. Pero creo que ahora sí. Él sabía que la dama Arwen se quedaría, pero que Galadriel lo abandonaría. Creo que fue muy triste para él. Y para ti, querido papá Sam. —Buscó su mano, y la mano cetrina de él apretó los dedos finos de ella—. Pues también se fue tu tesoro. Me alegro de que Frodo del Anillo partiera, pero me gustaría poder recordar haberlo visto yo.

—Fue triste, Elanorellë—dijo Sam, besándole el pelo—. Lo fue, pero no lo es ahora. ¿Por qué? Bueno, por una cosa, porque el señor Frodo ha ido a donde la Luz élfica no está desapareciendo; y se merecía su recompensa. Pero yo también he tenido la mía. Tengo un montón de tesoros. Soy un hobbit muy rico. Y hay otro motivo que te diré al oído, un secreto que nunca he contado a nadie, y que aún no he escrito en el Libro. Antes de irse, el señor Frodo dijo que quizá llegaría mi hora. Creo que aún no nos hemos dicho adiós para siempre. Pero puedo esperar. En cualquier caso, es algo que he aprendido de los elfos. Ellos no se preocupan tanto por el tiempo. Y por eso creo que Celeborn todavía es feliz entre sus árboles, a la manera élfica. Su hora no ha llegado, y todavía no está cansado de su tierra. Cuando se canse podrá irse.

—Y cuando tú te canses, te irás, papá Sam. Te irás a los Puertos con los elfos. Entonces yo iré contigo. No me separaré de ti, como Arwen de Elrond.

—Tal vez, tal vez—dijo Sam, besándola con suavidad—. Y tal vez no. La elección de Lúthien y Arwen les llega a muchos; Elanorellë, o algo parecido; y no es prudente decidir antes de tiempo. Y ahora, querida, creo que es hora de irse a la cama para una joven de quince primaveras. Además, tengo cosas que hablar con mamá Rosa.

 

Elanor se puso en pie y pasó ligeramente la mano por el rizado pelo castaño de Sam, aunque ya moteado de gris. —Buenas noches, papá Sam. Pero...

—No quiero un buenas noches, pero—dijo Sam.

—Iba a decir, pero, ¿no me la enseñarás primero?

—¿Enseñarte qué, querida?

—La carta del rey, por supuesto. Ya hace más de una semana que la recibiste.

Sam se incorporó. —¡Santo cielo!—exclamó—. ¡Cómo se repiten las historias! Y te pagan con tu propia moneda y todo. ¡Cómo espiábamos al pobre señor Frodo! Y ahora los nuestros nos espían a nosotros, sin más ánimo de hacer daño que el que teníamos nosotros, espero. Pero ¿cómo sabes lo de la carta?

—No hubo necesidad de espiar—dijo Elanor—. Si querías mantenerla en secreto, no fuiste lo suficientemente cauto. Llegó con el correo de la Cuaderna del Sur a primera hora del miércoles de la semana pasada. Te vi recogerla. Toda envuelta en seda blanca y cerrada con grandes sellos negros; cualquiera que hubiera oído el Libro habría adivinado que era del rey. ¿Son buenas nuevas? ¿No vas a enseñármela, papá Sam?

—Bueno, ya que sabes tanto, será mejor que te enteres de todo—dijo Sam—. Pero aquí no hay conspiraciones. Si te la enseño, te unirás al bando de los adultos y tendrás que jugar limpio. Se lo contaré a los otros cuando yo lo decida. Va a venir el rey.

—¿Aquí?—gritó Elanor—. ¿A Bolsón Cerrado?

—No, querida—repuso Sam—. Pero vuelve de nuevo al norte, algo que no ha hecho desde que tú eras una cosita pequeña. Pero ahora su casa está lista. No vendrá a La Comarca, ya que ha dado órdenes de que después de aquellos rufianes nadie de la gente grande entre en esta tierra, y él no quebrantará sus propias leyes. Pero cabalgará hasta el puente. Y ha enviado una invitación muy especial para cada uno de nosotros, con su propio nombre.

Sam se acercó a un cajón, lo abrió y sacó un pergamino del estuche. Estaba escrito a dos columnas con hermosas letras de plata sobre un fondo negro. Lo desenrolló y colocó una vela junto a él sobre el escritorio, para que Elanor pudiera verlo.


Elessar Telcontar: Aragorn Arathornion Edhelharn, aran Gondor ar Hîr i Mbair Annui, anglennatha i Varanduiniant erin dolothen Ethuil, egor ben genediad Drannail erin Gwirithedwen. Ar e aníra ennas suilannad mhellyn în phain: edregol e aníra tirad i Cherdir Perhael (I sennui Panthael estathar aen) Condir i Drann, ar Meril bess dîn, ar Elanor, Meril, Glorfinniel, ar Eirien sellath din; ar Iorhael, Gelir, Cordof, ar Baravorn, ionnath dîn.

A Pherhael ar am Meril suilad uin aran o Minas Tirith nelchaenen uin Echuir. A· E·

 

Aragorn Trancos La Piedra de Elfo, rey de Gondor y señor de las tierras del oeste, se acercará al puente del Brandivino el octavo día de la primavera, o según el calendario de La Comarca el segundo día de abril. Y desea saludar a todos sus amigos. En especial desea, ver a maese Samsagaz, alcalde de La Comarca, y a Rosa su esposa; y a Elanor, Rosa, Rizos de Oro y Margarita, sus hijas; y a Frodo, Merry, Pippin y Hamfast sus hijos.

A Samsagaz y Rosa el saludo del rey desde Minas Tirith, el trigésimo primer día del Despertar, veintitrés de febrero según su calendario. Á • P de E •

 

—¡Qué magnífico!—exclamó ella—. Sé leer la lengua común, pero ¿qué pone en el otro lado? Creo que es élfico, pero aún no me has enseñado más que unas pocas palabras élficas.

—Sí, está escrito en un tipo de élfico que usa la gente importante de Gondor—dijo Sam—. Lo he descifrado, por lo menos lo suficiente para asegurarme de que pone lo mismo, sólo que cambia nuestros nombres a élfico. El tuyo es el mismo en los dos idiomas, Elanor, porque tu nombre es élfico. Pero Frodo es Iorhael, y Rosa es Meril, y Merry es Gelir, y Pippin es Cordof, y Rizos de Oro es Glorfinniel, y Hamfast es Baravorn, y Margarita es Eirien. Así que ahora ya lo sabes.

—¡Es maravilloso!—exclamó ella—. Ahora todos tenemos nombres élficos. ¡Qué espléndido final para mi cumpleaños! Pero ¿cuál es el tuyo, papá Sam? No lo mencionaste.

—Bueno, es más bien peculiar—dijo Sam—. Porque en la parte élfica, por si debes saberlo, el rey dice: «Maese Perhael que debería ser llamado Panthael». Y eso significa: Samsagaz que debería ser llamado Completamente-Sagaz. Así que ahora ya sabes lo que piensa el rey de tu viejo padre.

—No más de lo que yo pienso, papá Sam, Perhael-adar queridísimo—dijo Elanor—. Pero dice el dos de abril, ¡sólo una semana a partir de hoy! ¿Cuándo partiremos? Deberíamos ir preparándonos. ¿Qué ropa nos pondremos?

—Todo eso debes preguntárselo a mamá Rosa—dijo Sam—. Pero nos hemos estado preparando. Recibimos noticias de ello hace mucho tiempo; y si no dijimos nada fue sólo porque no queríamos que perdierais el sueño por la noche, todavía no. Todos tenéis que mostrar vuestro mejor aspecto. Y todos llevaréis ropas hermosas, e iremos en un carruaje.

—¿He de hacer tres reverencias o sólo una?—preguntó Elanor.

—Con una bastará, una para el rey y una para la reina—contestó Sam—. Porque aunque no lo dice en la carta, Elanorellë, creo que la reina estará presente. Y cuando la hayas visto, querida, sabrás qué aspecto tiene una dama de los elfos, con la salvedad de que ninguna es tan hermosa. Y habrá más, ya que me sorprendería si el rey no nos invita a su gran casa junto al lago del Crepúsculo. Y allí estarán Elladan y Elrohir, quienes aún viven en Rivendel... y con ellos habrá elfos, Elanorellë, y cantarán junto al agua bajo el crepúsculo. Por eso te dije que tal vez los vieras antes de lo que creías.

Elanor no dijo nada, pero se quedó de pie mirando el fuego, y sus ojos brillaban como estrellas. Al fin dejó escapar un suspiro y se movió. —¿Cuánto tiempo nos quedaremos?—preguntó—. Supongo que tendremos que volver, ¿no?

—Sí, y, de algún modo, querremos volver—dijo Sam—. Pero quizá nos quedemos hasta la cosecha del heno, momento en el que deberé estar aquí. Buenas noches, Elanorellë. Y ahora duerme hasta que salga el sol. No te hará falta soñar.

—Buenas noches, papá Sam. Y no trabajes más. Porque sé cómo debe ser tu capítulo. Escribe la charla que hemos tenido... pero no esta noche. —Le dio un beso y salió de la habitación; y a Sam le pareció que el fuego ardía menos tras su partida.

Las estrellas brillaban en un cielo despejado y oscuro. Era el segundo día de la brillante y despejada temporada que llegaba cada año a La Comarca a finales de marzo, y que cada año era bienvenida y alabada como algo sorprendente para la estación. Todos los niños estaban ya en cama. Era tarde, pero aquí y allá las luces aún centelleaban en Hobbiton y en las casas que moteaban la campiña envuelta en la noche. Maese Samsagaz estaba de pie en la puerta y miraba hacia el este. Se acercó a la señora Rosa y le pasó un brazo por los hombros. —¡Veinticinco de marzo!—dijo—. Este mismo día, hace diecisiete años, querida esposa, creí que no volvería a verte jamás. Pero no perdí la esperanza.

—Yo nunca albergué ninguna, Sam—dijo ella—, no hasta aquel mismo día; y entonces, de pronto, me sentí esperanzada. Era el mediodía y estaba tan contenta que me puse a cantar. Y mi madre dijo: «¡Silencio, muchacha! Hay rufianes por los alrededores». Y yo le dije: «¡Que vengan! Su tiempo se acaba. Sam vuelve». Y volviste.

—Volví—dijo Sam—. Al lugar más amado del mundo. A mi Rosa y mi jardín.

Entraron en la casa y Sam cerró la puerta. Pero al hacerlo de repente oyó, profundos y agitados, el suspiro y el murmullo del mar sobre las costas de la Tierra Media.

 


II.NOTA SOBRE LOS ARCHIVOS DE LA COMARCA

 

LA COMUNIDAD DEL ANILLO—PRÓLOGO

(...)A fines de la Tercera Edad el papel desempeñado por los hobbits en los importantes acontecimientos que llevaron a la inclusión de La Comarca en el reino reunido despertó en ellos una mayor curiosidad por la propia historia y numerosas tradiciones que hasta entonces habían sido sobre todo orales, fueron recogidas y consignadas por escrito. Las más grandes familias se interesaron también en los acontecimientos del reino en general y muchos de sus miembros estudiaron las historias y leyendas antiguas. Al concluir el primer siglo de la Cuarta Edad había ya en La Comarca numerosas bibliotecas que contenían muchos libros de historia y archivos.

Las más importantes de esas colecciones eran sin duda las de Torres de Abajo en Grandes Smials, y en Casa Brandi. El presente relato del fin de la Tercera Edad[2] fue sacado en su mayor parte del Libro Rojo de la Frontera del Oeste. Fuente principal para la historia de la Guerra del Anillo, se llama así por haber sido conservado mucho tiempo en las Torres de Abajo, residencia de los Belinfante, guardianes de la Frontera del Oeste. El libro fue en un principio el diario personal de Bilbo, que lo llevó a Rivendel. Frodo lo trajo luego a La Comarca junto con muchas hojas de notas y en los años 1420—21 (CC) completó casi del todo la historia de la guerra. Pero anexados a esas páginas y conservados con ellas, probablemente en una caja roja, había tres gruesos volúmenes encuadernados en cuero rojo que Bilbo le entregó como regalo de despedida. A estos cuatro volúmenes se le sumó en la Frontera del Oeste un quinto con comentarios, genealogías y otras referencias a propósito de los hobbits de la Comunidad.

El Libro Rojo original no se conserva, pero se hicieron muchas copias, sobre todo del primer volumen, para uso de los descendientes de los hijos del señor Samsagaz. Sin embargo, la copia más importante fue conservada en Grandes Smials y se escribió en Gondor, sin duda a pedido del biznieto de Peregrin y completada en 1592 (CC). El escriba del sur añadió la nota siguiente: «Findegil, escriba del rey, termina esta obra en IV 72. Es copia fiel del Libro del Thain de Minas Tirith, por orden del rey Elessar, del Libro Rojo de Periannath, que fue traído por el thain Peregrin cuando se retiró a Gondor en IV 64

El Libro del Thain fue así la primera copia del Libro Rojo y contiene muchas cosas hasta entonces omitidas o perdidas. En Minas Tirith se le añadieron numerosas anotaciones y citas en lenguas élficas y se le agregó una versión abreviada de parte de La historia de Aragorn y de Arwen, que no se refiere a la guerra. Se supone que la historia completa fue escrita por Barahir, nieto del senescal Faramir, poco después de la muerte del rey. Pero la copia de Findegil es importante porque sólo ella reproduce la totalidad de las traducciones del élfico que Bilbo llevara a cabo. Se ha comprobado que esos tres volúmenes son una obra de gran talento y erudición, y que entre los años 1403 y 1418 Bilbo se sirvió de todas las fuentes tanto orales como escritas de que disponía en Rivendel. Pero como Frodo aparece citado pocas veces, pues esas páginas se refieren casi exclusivamente a los Días Antiguos, no diremos más aquí.

Como Meriadoc y Peregrin llegaron a ser cabezas de grandes familias, manteniendo siempre alguna relación con las gentes de Rohan y Gondor, en las bibliotecas de Los Gamos y Alforzada se encuentran muchas cosas que no aparecen en el Libro Rojo. En Casa Brandi abundaban los libros que trataban de Eriador y la historia de Rohan. Algunos fueron compuestos o comenzados por el mismo Meriadoc, aunque en La Comarca se lo recuerda sobre todo por el Herbario de La Comarca y su Cronología donde estudió las relaciones de los calendarios de La Comarca y de Bree con los de Rivendel, Gondor y Rohan. Meriadoc escribió también un breve tratado, Palabras y Nombres Antiguos de La Comarca, donde se interesa particularmente en descubrir el parentesco de la lengua de los rohirrim con algunas palabras de La Comarca, como mathom y los elementos antiguos en los nombres topográficos.

Los libros de Grandes Smials tenían menos interés para las gentes de La Comarca, aunque son en verdad importantes para la historia más general. Ninguno de ellos era de mano de Peregrin, pero él y sus sucesores reunieron muchos manuscritos de los escribas de Gondor, principalmente copias y resúmenes de historias y leyendas relativas a Elendil y sus herederos. Sólo aquí en La Comarca es posible encontrar abundante material para la historia de Númenor y el ascenso de Sauron. La Cuenta de los Años fue compuesta sin duda en Grandes Smials a partir de unos textos reunidos por Meriadoc. Aunque las fechas son a menudo conjeturas, sobre todo para la Segunda Edad, merecen alguna atención. Es posible que Meriadoc haya obtenido información de Rivendel, que visitó muchas veces. Los hijos de Elrond, aunque él ya había partido, permanecieron allí muchos años junto con algunos altos elfos. Se dice que Celeborn fue a vivir allí luego de la partida de Galadriel, pero no hay ninguna noticia sobre el día en que partió al fin hacia los Puertos Grises, y con él desapareció el último testigo de los Días Antiguos en la Tierra Media.

 


III.EL PUEBLO DE DURIN DESPUÉS DE LA GUERRA DEL ANILLO

 

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICES

(…)Gimli, hijo de Glóin, alcanzó renombre por ser uno de los Nueve Caminantes que se puso en marcha con el Anillo; y permaneció en compañía del rey Elessar mientras duró la Guerra. Fue llamado amigo de los elfos por la gran amistad que lo unió a Legolas, hijo del rey Thranduil, y por la gran veneración que sentía por la señora Galadriel. Después de la caída de Sauron, Gimli llevó consigo al sur parte del pueblo de los enanos de Erebor, y se convirtió en señor de las cavernas Centelleantes. Él y su pueblo hicieron grandes obras en Gondor y Rohan. En Minas Tirith forjaron puertas de mithril y acero para reemplazar las que había derribado el rey brujo. Legolas también llevó hacia el sur a los elfos del bosque Verde, y vivieron en Ithilien, que se convirtió una vez más en el país más hermoso de las tierras del oeste. Pero cuando el rey Elessar abandonó la vida, Legolas siguió por fin el deseo de su corazón y navegó por el mar.

Legolas y Gimli llegan a las costas de Valinor por Ted Nasmith

 

Sigue aquí una de las últimas notas del Libro Rojo

Hemos oído decir que Legolas llevó consigo a Gimli, hijo de Glóin, por causa de la amistad que los unía, más grande que ninguna otra habida entre elfo y enano. Si es esto verdad, es por cierto muy extraño: que un enano estuviera dispuesto a abandonar la Tierra Media, o que los eldar lo recibieran, o que los señores del Occidente lo permitiesen. Pero se dice que Gimli partió también por deseos de volver a ver la belleza de Galadriel; y es posible que ella, poderosa entre los eldar, hubiera obtenido esta gracia para él. Más no puede decirse acerca de este asunto.

 


IV.EL FIN DEL REINADO DE ARAGORN II Y ARWEN UNDÓMIEL

 

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICES

UN FRAGMENTO DE LA HISTORIA DE ARAGORN Y ARWEN EXTRAÍDO DE LOS ANALES DE LOS REYES Y GOBERNADORES (CONTINUACIÓN)

 

(…)»Así fueron llegando los años de la Guerra del Anillo, cuyos hechos se narran en otra parte: de cómo fueron revelados los medios imprevisibles para derrotar a Sauron, y de cómo se cumplió una esperanza más allá de toda esperanza. Y aconteció que en la hora de la derrota Aragorn llegó desde el mar y desplegó el estandarte de Arwen en la batalla de los Campos del Pelennor, y ese día fue por primera vez aclamado como rey. Y por fin, cuando todo hubo terminado, entró en posesión de la herencia de los antepasados y recibió la corona de Gondor y el cetro de Arnor; y en el solsticio de verano del año de la caída de Sauron tomó la mano de Arwen Undómiel, y fueron desposados en la ciudad de los reyes.

»La Tercera Edad terminó así con victoria y esperanza; pero uno de los más tristes en medio de todos los dolores de aquella Edad fue la separación de Elrond y Arwen, porque era el mar el que los separaba, y un destino más allá del fin del mundo. Cuando el Gran Anillo fue destruido, y los tres quedaron despojados de todo poder, Elrond, cansado al fin, abandonó la Tierra Media para nunca más regresar. Pero Arwen había elegido ser una mujer mortal, y su destino no quiso sin embargo que muriese antes de haber perdido todo lo que había ganado.

»Como reina de los elfos y de los hombres, vivió con Aragorn durante ciento veinte años de gloria y de ventura; pero al fin Aragorn sintió que se acercaba a la vejez, y supo que los días de aquella larga vida estaban terminando. Entonces le dijo a Arwen:

»“Al fin, dama Estrella de la Tarde, la más hermosa de este mundo y la más amada, mi mundo empieza a desvanecerse. Y bien: hemos recogido y hemos gastado, y ahora se aproxima el momento de pagar”.

»Arwen sabía muy bien lo que él pensaba hacer, pues lo había presentido hacía largo tiempo; y a pesar de todo, el dolor la abrumó: “¿Querrías, entonces, mi señor, abandonar antes de tiempo a los tuyos que viven de tu palabra?”, dijo.

»“No antes de mi tiempo—respondió él—. Si no parto ahora, pronto tendré que hacerlo por la fuerza. Y Eldarion, nuestro hijo, es un hombre ya maduro”.

»Entonces, fue a la Morada de los Reyes en la calle del Silencio, y se tendió en el largo lecho que le habían preparado. Allí le dijo adiós a Eldarion, y le puso en las manos la corona alada de Gondor y el cetro de Arnor; y entonces todos se retiraron excepto Arwen, y allí se quedó junto al lecho de Aragorn. Y no obstante su gran sabiduría y su mismo linaje, no pudo dejar de suplicarle que se quedara todavía por algún tiempo. Aún no estaba cansada de los días, y ahora sentía el sabor amargo de la mortalidad que ella misma había elegido.

»“Dama Undómiel—dijo Aragorn—, dura es la hora sin duda, pero ya estaba señalada el día en que nos encontramos bajo los abedules blancos en el jardín de Elrond, por donde ya nadie pasea. Y en la colina de Cerin Amroth cuando tú y yo rechazamos la Sombra y renunciamos al Crepúsculo, aceptamos este destino. Reflexiona un momento, mi bienamada, y pregúntate si en verdad preferirías que esperara a la muerte, y verme caer del trono achacoso y decrépito. No, mi dama, soy el último de los númenóreanos y el último rey de los Días Antiguos; y a mí me ha sido concedida no solo una vida tres veces más larga que la de los hombres de la Tierra Media, sino también la gracia de abandonarla voluntariamente, y de restituir el don. Ahora, por lo tanto, me voy a dormir.

»“No te diré palabras de consuelo, porque para semejante dolor no hay consuelo dentro de los confines de este mundo; a ti te toca una última elección: arrepentirte y partir hacia los Puertos llevándote contigo hacia el Oeste el recuerdo de los días que hemos vivido juntos, un recuerdo que allí será siempre verde, pero solo un recuerdo; o de lo contrario esperar el destino de los hombres”.

»“No, amado señor—dijo ella—, esa elección ya no existe desde hace largo tiempo. No hay más navíos que puedan conducirme hasta allí, y tendré en verdad que esperar el destino de los hombres, lo quiera o no lo quiera: la pérdida y el silencio. Pero una cosa he de decirte, rey de los númenóreanos: hasta ahora no había comprendido la historia de tu pueblo y la de su caída. Me burlaba de ellos, considerándolos tontos y malvados, mas ahora los compadezco al fin. Porque si en verdad este es, como dicen los eldar, el don que el Único concede a los hombres, es en verdad un don amargo”.

»“Así parece,—dijo él—. Pero no nos dejemos abatir en la prueba final, nosotros que otrora renunciamos a la Sombra y al Anillo. Con tristeza hemos de separarnos, mas no con desesperación. ¡Mira! No estamos sujetos para siempre a los confines del mundo, y más allá hay algo más que recuerdos. ¡Adiós!”.

»“¡Estel, Estel!”, exclamó Arwen, y mientras le tomaba la mano y se la besaba, Aragorn se quedó dormido. Y de pronto, se reveló en él una gran belleza, una belleza que todos los que más tarde fueron a verlo contemplaron maravillados, porque en él veían unidas la gracia de la juventud y el valor de la madurez, y la sabiduría y la majestad de la vejez. Y allí yació largo tiempo, una imagen del esplendor de los reyes de los hombres en la gloria radiante anterior al desgarramiento del mundo.

»Pero Arwen salió de la Morada de los Reyes, y la luz se le había extinguido en los ojos, y a los suyos les pareció que se había vuelto fría y gris como un anochecer de invierno que llega sin una estrella. Entonces dijo adiós a Eldarion y a sus hijas, y a todos aquellos a quienes había amado; y abandonó la ciudad de Minas Tirith y se encaminó al país de Lórien, y allí vivió sola bajo los árboles que amarilleaban hasta que llegó el invierno. Galadriel había desaparecido y también Celeborn había partido, y el país estaba silencioso.

»Y allí por fin, cuando caían las hojas de mallorn pero no había llegado aún la primavera, se acostó a descansar en lo alto de Cerin Amroth; y allí estará la tumba verde, hasta que el mundo cambie y los días de la vida de Arwen se hayan borrado para siempre de la memoria de los hombres que vendrán luego, y la elanor y la niphredil no florezcan más al este del mar.

»Aquí termina esta historia, tal como ha llegado a nosotros desde el sur y después de la desaparición de Estrella de la Tarde nada más se dice en este libro acerca de los días de antaño».

 


V.LA NUEVA SOMBRA

 

LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA

Esta historia comienza en los días de Eldarion, hijo de Elessar del que tanto hablan las historias. Ciento cinco años habían transcurrido desde la caída de la Torre Oscura, y la mayoría de la gente de Gondor no prestaba atención a la historia de aquella época, aunque todavía algunos recordaban la Guerra del Anillo como una sombra de su primera infancia. Uno de ellos era el viejo Borlas de Pen-arduin. Era el hijo menor de Beregond, el primer capitán de la guardia del príncipe Faramir, que se había trasladado con su señor de la ciudad a las Emyn Arnen.

—Profundas en verdad son las raíces del Mal—dijo Borlas—, y la savia negra fluye con fuerza en su interior. Ese árbol no morirá nunca. Por mucho que lo talen los hombres, volverá a brotar en cuanto se den la vuelta. Ni siquiera en la Fiesta de la Tala habría que colgar el hacha.

—Es evidente que creéis estar diciendo palabras sabias—dijo Saelon—. Lo sé por vuestro tono sombrío y por el movimiento de la cabeza. Pero ¿de qué estáis hablando? Vuestra vida parece aún bastante agradable, para alguien que no se aleja demasiado. ¿Dónde habéis hallado un retoño de vuestro árbol oscuro? ¿En vuestro jardín?

Borlas alzó la vista, y mientras observaba atentamente a Saelon se preguntó de pronto si aquel joven, que solía estar contento y hablar medio en broma, tenía algo más en la cabeza de lo que aparentaba su rostro. Borlas no había pretendido abrirle el corazón, pero se sentía oprimido y había pensado en voz alta, más para sí mismo que para su compañero. Saelon no le devolvió la mirada. Estaba tarareando en voz baja mientras cortaba un silbato de sauce verde con una afilada navaja para las uñas.

Los dos se encontraban sentados en una glorieta próxima a la abrupta orilla oriental del Anduin, a los pies de las colinas de Amen. De hecho, estaban en el jardín de Borlas y a través de los árboles que se cernían sobre ellos en la ladera que daba al oeste podía verse la pequeña casa de piedra gris. Borlas miró el río, y los árboles con el follaje de junio, y luego las lejanas torres de la ciudad bajo el resplandor de la tarde.

—No, no en mi jardín,—dijo, pensativo.

—Entonces ¿por qué estáis tan preocupado?—preguntó Saelon—. Un hermoso jardín con fuertes muros es todo cuanto un hombre puede gobernar para su propio deleite. —Hizo una pausa—. Mientras las fuerzas no lo abandonen—añadió—. Cuando eso ocurre, ¿por qué preocuparse por un mal menor? Porque entonces pronto tendrá que dejar su jardín, y serán otros los que deberán vigilar las malas hierbas.

Borlas suspiró, pero no respondió, y Saelon siguió hablando.

—Pero por supuesto, hay algunos que no se sienten satisfechos, y hasta el final de sus vidas se preocupan por sus vecinos, y la ciudad, y el reino, y todo el ancho mundo. Vos sois uno de ellos, maese Borlas, y siempre lo habéis sido, desde que os conocí cuando era niño y me atrapasteis en vuestro huerto. Ni siquiera entonces os contentasteis con dejarlo estar, disuadirme con un golpe o reforzar la valla. No. Os afligisteis y quisisteis reformarme. Me llevasteis a vuestra casa y hablasteis conmigo.

»Lo recuerdo bien. “Cosa de orcos”, dijisteis muchas veces. “Robar buena fruta, bien, supongo que es sólo cosa de niños, cuando tienen hambre o sus padres son demasiado descuidados. ¡Pero arrancar manzanas verdes para romperlas o tirarlas! Eso es cosa de orcos. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer tal cosa, muchacho?

»¡Cosa de orcos! Aquello me enfureció, maese Borlas, y fui demasiado orgulloso para responder, aunque lo que el corazón me pedía era decir con palabras infantiles: “Si es malo que un niño robe una manzana para comérsela, también es malo que lo haga para jugar. Pero no peor. ¡Yo os daré cosas de orcos, si no dejáis de decir eso!

»Fue un error, maese Borlas. Porque había escuchado historias sobre los orcos y sus acciones, pero hasta entonces no me habían interesado. Vos lograsteis que pensara en ellos. Con el tiempo perdí la costumbre de realizar pequeños robos (mi padre no era demasiado descuidado), pero no me olvidé de los orcos. Empecé a sentir odio y a pensar en la dulzura de la venganza. Jugábamos a ser orcos, yo y mis amigos, y a veces pensaba “¿Por qué no voy con mi banda y le echo abajo los árboles? Entonces pensará que los orcos han vuelto de verdad.” Pero de eso hace mucho tiempo—concluyó Saelon con una sonrisa.

Borlas estaba asombrado. Estaba recibiendo confidencias, en lugar de hacerlas. Y había algo inquietante en el tono del joven, algo que le hacía preguntarse si el resentimiento del niño todavía pervivía en su interior, tan profundamente como las raíces de los oscuros árboles. Sí, incluso en el corazón de Saelon, amigo de su propio hijo, el joven que en los últimos años había sido tan amable con él en su soledad. En cualquier caso, decidió no volver a hablarle de lo que pensaba.

—¡Ay!—dijo—. Todos cometemos errores. No me considero sabio, joven, excepto quizás en lo poco que se puede aprender con el paso de los años. Gracias a los cuales sé demasiado bien que quienes tienen buena intención pueden hacer más daño que los que dejan las cosas estar. Lamento ahora lo que te dije, si eso despertó el odio en tu corazón. Aunque todavía pienso que era justo; prematuro, tal vez, pero justo. Supongo que incluso un niño puede comprender que la fruta es fruta y no alcanza la plenitud de su ser hasta que está madura; así que estropearla cuando está verde es peor que simplemente robar al hombre que la ha cuidado; es robar al mundo, evitar que una cosa buena se cumpla. Quienes lo hacen se coligan con todo lo malo, con las plagas, las llagas y los malos vientos. Y eso es lo que hacen los orcos.

—Y lo que hacen los hombres, también—dijo Saelon—. No, no me refiero sólo a los hombres salvajes, a los que crecieron «bajo la Sombra», como dicen. Me refiero a todos los hombres. Ahora no estropearía la fruta verde, pero sólo porque las manzanas verdes no me sirven de nada, igual que vuestras nobles razones, maese Borlas. En realidad, creo que vuestras razones son tan inútiles como una manzana que lleva almacenada demasiado tiempo. Para los árboles todos los hombres son orcos. ¿Tienen en cuenta los hombres el cumplimiento de la historia de la vida de un árbol antes de echarlo abajo? Con cualquier propósito: para utilizar la tierra para el cultivo, para usar su carne como madera o combustible, o simplemente para ver el cielo. Si los árboles fueran jueces, ¿pondrían a los hombres por encima de los orcos, o por encima de las llagas y las plagas? ¿Por qué tienen más derecho los hombres que las plagas a alimentarse de sus jugos, podrían decir?

—El hombre—dijo Borlas—que cuida de un árbol y lo protege de las plagas y de muchos otros enemigos no actúa como un orco o una llaga. Si se come sus frutos, no le hace daño. Produce fruta más que suficiente para sus necesidades, la continuidad de su linaje.

—Entonces comámonos la fruta o juguemos con ella—dijo Saelon—. Pero yo hablaba de matar, de talar y quemar, y de por qué los hombres de bien hacen esas cosas a los árboles.

—No es verdad. Hablabas de la opinión de los árboles sobre estas cuestiones. Pero los árboles no opinan. Los hijos del Único son los amos. Ya sabes lo que yo opino en tanto que uno de los hijos. Los males del mundo no se encontraban en el gran tema en el principio, sino que los introdujeron las disonancias de Melkor. Los hombres no entraron con ellas; entraron después como nueva creación de Eru, el Único, y por eso se los llama sus hijos, y tienen el derecho de usar cuanto había en el tema en su propio beneficio, con justicia, sin orgullo o gratuidad, pero con reverencia.

»Si el hijo pequeño de un leñador siente el frío del invierno, no es injusto con el más orgulloso de los árboles cuando le pide que le entregue su carne para dar calor al niño con fuego. Pero el niño no debe dañar al árbol por juego o rencor, desgarrarle la corteza o romperle las ramas. Y el buen leñador usará primero, si puede, madera muerta o un árbol viejo; no talará un árbol joven y dejará que se pudra sin una razón mejor que disfrutar jugando con el hacha. Eso es propio de los orcos.

»Pero las cosas son como te he dicho: las raíces del Mal son profundas, y el veneno que opera en nosotros viene de muy lejos, y son muchos los que hacen este tipo de cosas, en ocasiones, y en eso son como los sirvientes de Melkor. Pero los orcos lo harían a todas horas; disfrutaban haciendo daño a todas las criaturas que podían sentirlo, y sólo los detenía la falta de poder, ni la prudencia ni la piedad. Pero ya hemos hablado bastante de esto.

—¡Vaya!—dijo Saelon—. Acabamos de empezar. No pensabais en vuestro huerto, ni en vuestras manzanas, ni en mí, cuando hablabais del despertar del árbol oscuro. Sin embargo, puedo adivinar en qué estabais pensando, maese Borlas. Tengo ojos y oídos, y otros sentidos, señor. —Bajó la voz y apenas si podía oírselo sobre el murmullo de un súbito viento helado en las hojas, mientras el sol se hundía detrás de Mindolluin—. ¿Habéis oído entonces el nombre—hablaba con poco más que el aliento—de Herumor?

Borlas lo miró con asombro y temor. Su boca tembló como si fuera a hablar, pero no emitió ningún sonido.

—Veo que sí—dijo Saelon—. Y parece sorprenderos que yo también lo haya hecho. Pero no estáis más asombrado que yo al saber que a vos os ha llegado. Porque, como os he dicho, tengo ojos y oídos penetrantes, pero los vuestros están empañados incluso para la vida diaria, y este asunto se ha guardado con todo el secreto que puede concebir la astucia.

—¿La astucia de quién?—dijo Borlas de repente, con fiereza. La visión de sus ojos podía estar empañada, pero ahora resplandecían de furia.

—La de quienes han oído la llamada del nombre, por supuesto—respondió Saelon, imperturbable—. No son muchos aún, para oponerse a todo el pueblo de Gondor, pero su número está creciendo. No todos están contentos desde que murió el gran rey, y menos aún son los que tienen miedo.

—Es lo que me había imaginado—dijo Borlas—, y es ese pensamiento lo que hiela el calor del verano en mi corazón. Porque un hombre puede tener un jardín de fuertes muros, Saelon, y sin embargo no hallar paz o contento en él. Hay ciertos enemigos que ni siquiera esos muros mantienen fuera, porque al fin y al cabo el jardín sólo es parte de un reino guardado. Son los muros del reino los que deben protegerlo. Pero ¿qué es esa llamada? ¿Qué quieren hacer?—exclamó, y puso la mano sobre la rodilla del joven.

—Os haré una pregunta antes de responder a la vuestra—dijo Saelon; ahora observaba al anciano inquisitivamente—. ¿Cómo habéis oído vos, que vivís en Emyn Arnen y rara vez salís de aquí, ni siquiera a la ciudad, cómo habéis oído el rumor de ese nombre?

Borlas miró el suelo y juntó las manos entre las rodillas. Durante un tiempo no respondió. Al cabo volvió a levantar la vista; tenía el rostro endurecido y la mirada más cauta. —No te responderé Saelon—dijo—, hasta que no te haga otra pregunta. Primero dime—dijo lentamente—, ¿eres uno de los que han escuchado la llamada?

Una extraña sonrisa rozó la boca del joven. —La mejor defensa es un buen ataque—respondió—, al menos eso nos dicen los capitanes; pero cuando ambas partes siguen este consejo hay fragor de batalla. Así que contraatacaré. No os responderé, maese Borlas, hasta que me digáis si sois vos uno de los que han escuchado o no.

—¿Cómo puedes pensarlo?—exclamó Borlas.

—¿Cómo podéis pensarlo vos?—preguntó Saelon.

—En cuanto a mí—dijo Borlas—, ¿acaso mis palabras no te han dado la respuesta?

—Pero en cuanto a mí—dijo Saelon—, ¿mis palabras me hacen sospechoso? ¿Porque he defendido a un niño pequeño que arrojaba manzanas verdes a sus compañeros de juegos haciéndose pasar por un orco? ¿O porque he hablado del sufrimiento de los árboles a manos de los hombres? Maese Borlas, no es prudente juzgar el corazón de un hombre por las palabras pronunciadas en una discusión sin respeto por vuestras opiniones. Puede que su único propósito sea perturbaros. Impertinentes, quizá, pero posiblemente mejores que un simple eco. Estoy seguro de que muchos de aquellos de quienes hablamos emplean palabras tan solemnes como las vuestras, y hablan con reverencia sobre el gran tema y ese tipo de cosas… en vuestra presencia. Bueno, ¿quién responderá primero?

—Podría ser el joven por cortesía hacia el viejo—dijo Borlas—; o, entre hombres considerados iguales, el que preguntó primero. Tú, en ambos casos.

Saelon sonrió. —Muy bien—dijo—. Veamos: la primera pregunta que hicisteis fue qué es esa llamada y qué quieren hacer. ¿Acaso no halláis la respuesta en el pasado, con vuestra edad y conocimientos? Yo soy joven y menos instruido. Sin embargo, si realmente deseáis saberlo, quizá pueda aclararos el rumor.

Se levantó. El sol se había puesto detrás de las montañas; las sombras eran cada vez más profundas. El muro occidental de la casa de Borlas en la ladera de la colina amarilleaba en el resplandor del crepúsculo, pero el río de debajo estaba oscuro. Alzó la mirada al cielo, y luego bajó los ojos al Anduin.

—Todavía es una tarde hermosa—dijo—, pero el viento ha virado al este. Esta noche las nubes ocultarán la luna.

—Bueno, ¿y qué?—dijo Borlas, temblando un poco en el aire helado—. A menos que sólo quieras advertir a un anciano que se apresure a entrar en casa y se ahorre un dolor de huesos. —Se levantó y caminó hacia el sendero que llevaba a la casa, pensando que el joven no iba a decir nada más; pero Saelon lo alcanzó y le puso una mano en el brazo.

—No, lo que os advierto es que os abriguéis antes de que caiga la noche—dijo—. Es decir, si queréis saber más; porque en ese caso esta noche me acompañaréis a un lugar. Me encontraré con vos en la verja de vuestra casa que da al este, o al menos pasaré por allí en cuanto la oscuridad sea total, y vos vendréis conmigo, si así lo deseáis. Iré vestido de negro, y quien me acompañe deberá llevar un atuendo semejante. ¡Adiós, maese Borlas! Pensadlo mientras dure la luz.

Con esto Saelon se inclinó y se apartó; siguió el sendero que pasaba junto al borde de la accidentada orilla, alejándose en dirección norte, hacia la casa de su padre. Cuando desapareció en un recodo del camino sus últimas palabras resonaban aún en los oídos de Borlas.

 

Después de que Saelon se fuera Borlas permaneció inmóvil durante un rato, tapándose los ojos y reposando la frente en la oscura corteza de un árbol que había junto al sendero. Mientras estuvo allí, de pie, buscó en su memoria intentando descubrir cómo había empezado esta extraña y alarmante conversación. No quería pensar todavía lo que haría después del anochecer.

Llevaba abatido desde la primavera, aunque se conservaba bastante bien para sus años, que no le pesaban tanto como la soledad. Desde que su hijo, Berelach, había partido de nuevo en abril—servía en la armada, y ahora vivía la mayor parte del año cerca de Pelargir, donde estaba de servicio—Saelon había estado muy atento con él, siempre que se encontraba en casa.

Últimamente viajaba mucho. Borlas no sabía con exactitud a qué se dedicaba, aunque creía que, entre otros intereses, trataba con madera. Llevaba nuevas de todas las partes del reino a su viejo amigo. O al viejo padre de su amigo, porque antaño Berelach había sido su compañero constante, aunque al parecer ahora se veían pocas veces.

—Sí, eso es—se dijo Borlas—. Le hablé a Saelon de Pelargir, citando a Berelach. Ha habido algunos problemas en el Ethir: han desaparecido unos cuantos marineros, y también un pequeño navío de la flota. Poca cosa, según Berelach.

»“La paz adormece las cosas”, dijo, recuerdo, en boca de un suboficial. “Bueno, se irían por algún asunto privado, supongo—quizás a ver a unos amigos de los puertos occidentales—sin permiso y sin piloto, y naufragaron. Se lo tienen merecido. Hay pocos marineros de verdad en estos días. El pescado es más provechoso. Pero al menos ahora todos sabemos que las costas occidentales no son seguras para los torpes.

»Eso fue todo. Pero le hablé de ello a Saelon, y le pregunté si había oído alguna noticia del sur. “”, dijo, “algo he oído. A pocos les satisfizo la versión oficial; eran hijos de pescadores. Y hace mucho tiempo que no hay tormentas en las costas.

Cuando oyó a Saelon decir aquello, Borlas recordó de repente los otros rumores, los rumores de los que le había hablado Othrondir. Fue él quien usó la palabra “llaga”. Y entonces, medio para sí mismo, Borlas había hablado en voz alta sobre el árbol oscuro.

Se apartó la mano de los ojos y acarició el hermoso tronco del árbol sobre el que estaba inclinado, contemplando las hojas sombrías contra el cielo cada vez más oscuro. Una estrella brillaba a través de las ramas. Quedamente habló otra vez, como para el árbol.

—Bien, ¿qué voy a hacer ahora? Es evidente que Saelon está implicado. Pero ¿es evidente? Había cierta burla en sus palabras, y desprecio por la vida ordenada de los hombres. No quiso responder una pregunta directa. ¡Las ropas negras! Y sin embargo… ¿por qué invitarme a acompañarlo? Para convertir al viejo Borlas no, desde luego. Es inútil. Inútil intentarlo: nadie esperaría ganarse a un hombre que recuerda el antiguo Mal, por lejano que esté. No serviría de nada: el viejo Borlas no tiene ninguna utilidad como instrumento de nadie. Es posible que Saelon esté intentando jugar a los espías, tratando de averiguar lo que hay detrás de los susurros. El negro podría ser un disfraz, o una ayuda para escabullirse de noche. Pero ¿cómo puedo ayudar yo en una misión secreta o peligrosa? Lo mejor sería que me quitara de en medio.

A esto un pensamiento frío entró en su corazón. Quitarse de en medio, ¿era eso? ¿Iban a llevarlo engañado a algún lugar donde hacerle desaparecer, como los marinos? Saelon no lo había invitado a acompañarlo hasta después de que revelara que sabía de los rumores, e incluso había oído el nombre. Y había declarado su hostilidad.

Este pensamiento decidió a Borlas, y supo que estaba resuelto a aguardar vestido de negro en la verja en cuanto oscureciera. Lo habían desafiado, y él aceptaría. Golpeó el árbol con la palma.

«Todavía no chocheo, Neldor—dijo—; pero la muerte no está lejos y no perderé muchos años buenos, si no gano la partida.»

Enderezó la espalda y levantó la cabeza, y remontó el sendero, lentamente pero con firmeza. La idea le cruzó la mente cuando pisó el umbral: «Quizá si me he conservado tanto tiempo ha sido con este propósito: que una persona todavía viva, con la mente sana, recuerde lo que ocurrió antes de la Gran Paz. El aroma tiene una larga memoria. Creo que aún sería capaz de sentir el antiguo Mal, y reconocerlo como lo que es».

 

La puerta bajo el porche estaba abierta, pero la casa se hallaba a oscuras. Los sonidos habituales del atardecer parecían haber desaparecido, sólo había un suave silencio, un silencio mortal. Entró, algo extrañado. Llamó, pero no hubo respuesta. Se detuvo en el estrecho pasadizo que recorría la casa y le pareció que la oscuridad lo envolvía: ni un destello de la luz del crepúsculo del mundo de fuera brillaba allí. De repente lo olió, o creyó olerlo, aunque le pareció que iba de dentro hacia fuera: sintió el antiguo Mal y lo reconoció como lo que era.

 

Nota de Christopher Tolkien.

En este punto termina La Nueva Sombra (…), y nunca se sabrá lo que halló Borlas en la casa oscura y silenciosa, qué papel desempeñaba Saelon ni cuáles eran sus intenciones.

No habría historias que valiera la pena contar en los días de la paz del rey, dijo mi padre, y denigró la historia que había comenzado: «Podría haber escrito una historia de acción sobre el plan, su descubrimiento y reducción, pero sólo habría sido eso. No valía la pena el intento.» No obstante, habría sido una «historia de acción» muy notable, y bien puede uno contemplar su abandono con pesar.

Pero aunque esta fuera la razón que le llevó a abandonarla no fue la única: quizás al decir esto expresaba una convicción más profunda: que la vasta estructura de la historia, en muchas formas, que él había levantado llegaba a su verdadero final en la caída de Sauron. Como él mismo escribió (XI.LA TRANSFORMACIÓN DE LOS MITOS), «Sauron era un problema con el que deberían enfrentarse los hombres en última instancia: la primera de las muchas concentraciones del Mal en puntos de poder definidos que tendrían que combatir, pero también el último de los que se presentarían en formas “mitológicas” personalizadas (pero no humanas»).

 





[1] Segunda versión del epílogo escrito por J.R.R.Tolkien.

[2] Se refiera a V.EL SEÑOR DE LOS ANILLOS.


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