LEGENDARIUM III: La Primera Edad (Primera Parte)

ESTE FRAGMENTO ABARCA:


I.DEL SOL Y LA LUNA Y EL OCULTAMIENTO DE VALINOR
II.DE LOS HOMBRES
III.DEL RETORNO DE LOS NOLDOR
IV.DE BELERIAND Y SUS REINOS
V.DE LOS NOLDOR EN BELERIAND
VI.DE MAEGLIN
VII.DE LA LLEGADA DE LOS HOMBRES AL OCCIDENTE
VIII.DE LA RUINA DE BELERIAND Y LA CAÍDA DE FINGOLFIN
IX.LA CONVERSACIÓN DE FINROD Y ANDRETH
X.DE BEREN Y LÚTHIEN


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I.DEL SOL Y LA LUNA Y EL OCULTAMIENTO DE VALINOR

 

EL SILMARILLION[1]

Se cuenta que después de la huida de Melkor, los valar se quedaron largo tiempo inmóviles, sentados en los tronos del Anillo del Juicio; pero no estuvieron ociosos, como declaró Fëanor en la locura de su corazón. Porque los valar pueden obrar muchas cosas con el pensamiento antes que con las manos, y hablar en silencio entre ellos. Así se mantuvieron en vela en la noche de Valinor, y fueron con el pensamiento más allá de Eä y llegaron hasta el Fin; no obstante, ni el poder ni la sabiduría amortiguaron el dolor y el conocimiento del mal que se manifestaría más tarde. Y no lamentaron más la muerte de los Árboles que la enajenación de Fëanor: de las obras de Melkor, una de las peores. Porque Fëanor, entre todos los hijos de Ilúvatar, era el más poderoso, en cuerpo y mente, en valor, resistencia, belleza, comprensión, habilidad, fuerza y sutileza, y una llama resplandeciente ardía en él. Sólo Manwë alcanzaba a concebir en alguna medida las obras maravillosas que para gloria de Arda podría haber llevado a cabo en otras circunstancias. Y dijeron los vanyar, que vigilaron junto con los valar, que cuando los mensajeros comunicaron las respuestas de Fëanor a los heraldos, Manwë lloró y agachó la cabeza. Pero ante las últimas palabras de Fëanor: que cuando menos las proezas de los noldor vivirían por siempre en canciones, levantó la cabeza como quien escucha una voz lejana y dijo: —¡Así sea! Caras se pagarán esas canciones, pero buena será la compra. Pues no hay otro precio. Así, pues, como Eru dijo, no antes de concebida llegará a Eä la belleza, y bueno será que haya habido mal.

Sin embargo, Mandos dijo: —Con todo, seguirá siendo el mal. Fëanor no tardará mucho en comparecer ante mí.

 

Pero cuando por fin los valar se enteraron de que los noldor habían abandonado realmente Aman y habían vuelto a la Tierra Media, se incorporaron y trabajaron en los remedios que habían pensado y que enderezarían los males de Melkor. Entonces Manwë les pidió a Yavanna y a Nienna que manifestaran todos sus poderes de crecimiento y curación, y ellas aplicaron esos poderes a los Árboles. Pero las lágrimas de Nienna de nada le valieron para curar sus propias y mortales heridas; y por un largo tiempo cantó Yavanna sola en las sombras. No obstante, aun cuando vacilara la esperanza y se quebrara la canción, Telperion dio por fin en una rama sin hojas una gran flor de plata, y Laurelin una fruta de oro.

A éstas recogió Yavanna; y entonces los Árboles murieron, y los troncos sin vida se levantan todavía en Valinor, como en memoria de las alegrías de antaño. Pero la flor y la fruta las dio Yavanna a Aulë, y Manwë las consagró, y el pueblo de Aulë construyó las naves que las llevarían y preservarían el esplendor de aquellos dones, como se cuenta en la Narsilion, la Canción del sol y la luna. Los valar dieron estas naves a Varda para que se convirtieran en lámparas del cielo, con un fulgor mayor que el de las estrellas por estar más cerca de Arda; y ella les otorgó el poder de trasladarse por las regiones inferiores de Ilmen, y las hizo viajar en cursos establecidos sobre el cinturón de la Tierra, desde el oeste hacia el este y de vuelta.

Estas cosas hicieron los valar, recordando en el crepúsculo la oscuridad de las tierras de Arda; y resolvieron entonces iluminar la Tierra Media, y estorbar con luz las acciones de Melkor. Porque se acordaron de los avari que habían permanecido junto a las aguas en que despertaron, y no querían abandonar por completo a los noldor en exilio; y Manwë sabía también que se acercaba la hora de los hombres. Y se dice que así como los valar le hicieron la guerra a Melkor por el bien de los quendi, así ahora la evitaban por el bien de los hildor, los nacidos. Después, los hijos menores de Ilúvatar. Porque tan graves habían sido las heridas abiertas en la Tierra Media durante la guerra contra Utumno, que los valar temían que aún ocurriera algo peor; por cuanto los hildor serían gente mortal, y menos aptos que los quendi para enfrentar el temor y los tumultos. Además, no le estaba revelado a Manwë dónde aparecerían los hombres: al norte, al sur o al este. Por tanto, los valar lanzaron la luz, pero fortalecieron la tierra en que morarían los hombres.

 

Isil la Refulgente llamaron los vanyar de antaño a la luna, flor de Telperion en Valinor; y Anar el Fuego de Oro, fruta de Laurelin, llamaron al sol. Pero los noldor los llamaron también Rána la Errante, y Vása el Corazón de Fuego, el que despierta y consume; porque el sol se erigió como signo del despertar de los hombres y la declinación de los elfos, pero la luna alimenta la memoria de los hijos de Ilúvatar.

La doncella a quien los valar escogieron para gobernar la barca del sol se llamaba Arien, y quien gobernaba la isla de la luna era Tilion. En los días de los Árboles, Arien había cuidado las flores de oro de los jardines de Vána, y las había regado con el refulgente rocío de Laurelin; pero Tilion era un cazador de las huestes de Oromë, y tenía un arco de plata. Era un enamorado de la plata, y en los días de descanso abandonaba los bosques de Oromë, entraba en Lórien, y se tendía a soñar junto a los estanques de Estë, entre los estremecidos rayos de Telperion; Tilion rogó que se le encomendara la tarea de cuidar por siempre la última Flor de Plata. Arien, la doncella, era más poderosa que él, y fue escogida porque no había tenido miedo del calor de Laurelin, que no la había dañado, pues ella era desde un principio un espíritu de fuego a quien Melkor no había podido engañar ni atraer. Demasiado brillantes eran los ojos de Arien para que ni siquiera los eldar pudiesen mirarlos, y abandonando Valinor se había despojado de la forma y los vestidos que como todos los valar había llevado allí hasta entonces, y se convirtió en una llama desnuda, de terrible esplendor.

 

Isil fue la primera luz que hicieron y prepararon y la primera en levantarse en el reino de las estrellas, y la primogénita de las nuevas luces, como lo había sido Telperion entre los Árboles. Entonces, por un tiempo, el mundo tuvo luz lunar, y muchas cosas se agitaron y despertaron que habían estado aguardando largamente en el sueño de Yavanna. Los siervos de Morgoth estaban muy asombrados, pero los elfos de las Tierras Exteriores miraron arriba con deleite; y mientras la luna se alzaba por sobre la oscuridad occidental, Fingolfin ordenó que soplaran las trompetas de plata, e inició su marcha hacia la Tierra Media, y las sombras de las huestes avanzaban delante, negras y largas.

Tilion había atravesado el cielo siete veces y se encontraba en el extremo oriental, cuando la barca de Arien estuvo dispuesta. Entonces Anar se levantó en toda su gloria, y el primer amanecer del sol fue como una gran llamarada en las torres de las Pelóri: las nubes de la Tierra Media resplandecieron, y se oyó el sonido de muchas cataratas. Entonces en verdad se afligió Morgoth, y descendió a las más hondas profundidades de Angband, e hizo que los siervos se retirasen, despidiendo una gran emanación y una nube oscura para ocultar sus dominios de la luz de la estrella del día.

La primera salida del sol por Ted Nasmith

 

Decidió entonces Varda que las dos barcas viajaran por Ilmen siempre en las alturas, pero no juntas; irían de Valinor hacia el este, y luego regresarían partiendo una del oeste mientras la otra volvía desde el este. Así, pues, los primeros nuevos días se midieron de acuerdo con el modo de los Árboles, desde la mezcla de las luces cuando Arien y Tilion recorrían el cielo, por encima del cinturón de la Tierra. Pero Tilion era inconstante y de marcha incierta y no se atenía al curso designado; e intentaba aproximarse a Arien atraído por aquel esplendor, aunque la llama de Anar lo quemara, y la isla de la luna quedara oscurecida.

En consecuencia, por causa de la inconstancia de Tilion y más todavía por los ruegos de Lórien y Estë, que dijeron que el sueño y el descanso habían quedado eliminados de la Tierra, y que las estrellas estaban ocultas, Varda cambió de decisión y reservó un tiempo para que en el mundo hubiera todavía luz y sombra. Anar descansó por tanto un rato en Valinor, yaciendo sobre el seno fresco del mar Exterior; y el atardecer, la hora de la caída y el descanso del sol, fue la de más luz y alegría en Aman. Pero el sol no tardó en ser arrastrado hacia abajo por los siervos de Ulmo, y se precipitó entonces de prisa por debajo de la Tierra y se volvió de ese modo invisible en el este, y allí se elevó otra vez, por temor de que la noche fuera larga en exceso y el mal echara a andar bajo la luna. Pero por obra de Anar las aguas del mar Exterior se hicieron cálidas y resplandecieron como fuego, y Valinor tuvo luz por un rato después de que Arien partiese. Pero mientras viajaba bajo la Tierra y hacia el este, el resplandor menguaba y Valinor se oscurecía, y los valar se lamentaban entonces como nunca por la muerte de Laurelin. Al amanecer, las sombras de las montañas de la Defensa se extendían pesadas sobre el Reino Bendecido.

Varda ordenó a la luna que viajara de igual manera, y luego de avanzar bajo la Tierra que se levantara en el este, aunque sólo después de que el sol hubiera descendido. Pero Tilion avanzaba con paso incierto, como lo hace todavía, y aún se sentía atraído por Arien, como siempre le ocurrirá, de modo que con frecuencia puede vérselos juntos por sobre la Tierra, y acaece a veces que él se le acerca tanto, que su sombra rebana el brillo del sol y hay oscuridad en medio del día.

Por lo tanto y desde entonces los valar contaron los días por la llegada y la partida de Anar, hasta el Cambio del Mundo. Porque Tilion rara vez se demoraba en Valinor, y en cambio iba de prisa y a menudo por la tierra occidental, por Avathar o Araman o Valinor, y se sumergía en el abismo de más allá del mar Exterior, marchando solo en medio de las grutas y cavernas que se abren en las raíces de Arda. Allí a menudo erraba largo tiempo y se demoraba en volver.

Además, al cabo de la Larga Noche, la luz de Valinor era aún más abundante y hermosa que en la Tierra Media; ya que el sol descansaba allí, y en esa región las luces del cielo se acercaban a la Tierra. Pero ni el sol ni la luna son capaces de resucitar la luz de antaño, que venía de los Árboles antes que los tocara el veneno de Ungoliant. Esa luz vive ahora sólo en los Silmarils.

Pero Morgoth detestaba a las nuevas luces, y quedó por un tiempo confundido ante este golpe tan inesperado que le asestaron los valar. Entonces atacó a Tilion, enviando contra él espíritus de sombra, y hubo lucha en Ilmen bajo el curso de las estrellas; pero Tilion resultó victorioso. Y Morgoth temía a Arien con un gran temor, y no se atrevía a acercársele, porque le faltaba poder, ya que mientras crecía en malicia y daba al mal que él mismo concebía forma de engaños y criaturas malignas, el poder pasaba a ellas, y se dispersaba, y él estaba cada vez más encadenado a la tierra, y ya no deseaba abandonar las fortalezas oscuras. Se escondía junto con los siervos, pues no soportaba el resplandor de los ojos de Arien; y sobre las tierras próximas a su morada había una mortaja de vapores y grandes nubes.

 

Pero al ver a Tilion atacado, los valar tuvieron una duda, pues no sabían de lo que eran capaces aún la malicia y la astucia de Morgoth. Resistiéndose a hacerle la guerra en la Tierra Media, recordaron no obstante la ruina de Almaren; y resolvieron que no le sucedería lo mismo a Valinor. Por tanto, en ese tiempo, fortificaron de nuevo las tierras y levantaron los muros montañosos de las Pelóri, que alcanzaron una altura desnuda y terrible, al este, al norte y al sur. Las laderas exteriores eran oscuras y lisas, sin asidero para el pie ni saliente, y descendían en profundos precipicios de piedra dura como vidrio, y se alzaban como torres coronadas de hielo blanco. Se las sometió a una vigilancia insomne y no había paso que las atravesara, salvo sólo el Calacirya: pero ese paso no lo cerraron los valar, pues los eldar les eran todavía fieles, y en la ciudad de Tirion, sobre la colina verde, Finarfin gobernaba aún al resto de los noldor en la profunda hendidura de las montañas. Porque la gente de raza élfica, aún los vanyar e Ingwë, señor de todos ellos, han de respirar a veces el aire exterior y el viento que viene por encima del mar desde las tierras en que nacieron; y los valar no estaban dispuestos a apartarse por completo de los teleri. Pero en el Calacirya levantaron torres fortificadas y pusieron muchos centinelas, y a sus puertas, en las llanuras de Valmar, acampó un ejército, de modo que ni pájaro ni bestia, ni elfo ni hombre, ni ninguna otra criatura que viviera en la Tierra Media, podía romper esa alianza.

Y también en esos tiempos, que los cantos llaman Nurtalë Valinóreva, el Ocultamiento de Valinor, se levantaron las islas Encantadas, y en todos los mares de alrededor hubo sombras y desconcierto. Y estas islas se extendieron como una red por los mares sombríos desde el norte hasta el sur, antes de que quien navegue hacia el oeste llegue a Tol Eressëa, la isla Solitaria. Difícilmente puede pasar un barco entre ellas, pues las olas rompen de continuo con un suspiro ominoso sobre rocas oscuras amortajadas en nieblas. Y en el crepúsculo un gran cansancio ganaba a los marineros, y abominaban el mar; pero todo el que alguna vez puso pie en las islas quedó allí atrapado y durmió hasta el Cambio del Mundo. Así fue que, como predijo Mandos en Araman, el Reino Bendecido quedó cerrado para los noldor; y de los muchos mensajeros que en días posteriores navegaron hacia el oeste, ninguno llegó nunca a Valinor; excepto uno, el más poderoso marinero de los cantos.

 


II.DE LOS HOMBRES

 

EL SILMARILLION

Los valar estaban ahora en paz detrás de sus montañas; y habiendo dado luz a la Tierra Media, la desatendieron durante mucho tiempo, y el señorío de Morgoth no era discutido, excepto por el valor de los noldor. Quien más tenía en cuenta a los exiliados era Ulmo, que recogía nuevas de la Tierra desde todas las aguas.

Desde este tiempo en adelante se contaron los años del sol. Más rápidos son y más breves que los largos años de los Árboles de Valinor. En ese tiempo el aire de la Tierra Media se espesó con el aliento del crecimiento y la mortalidad, y el cambio y el envejecimiento de todas las cosas se apresuró con exceso; la vida rebosaba en las tierras y aguas en la segunda Primavera de Arda, y los eldar se incrementaron, y bajo el nuevo sol, Beleriand lució verde y hermosa.

 

Cuando por primera vez se elevó el sol, los hijos menores de Ilúvatar despertaron en la tierra de Hildórien[2], en las regiones orientales de la Tierra Media; pero el primer sol se elevó en el oeste, y los ojos de los hombres se abrieron vueltos hacia allí, y cuando anduvieron por la Tierra, hacia allí fueron casi siempre. Los eldar llamaron a los hombres atani el segundo pueblo, pero también hildor, los seguidores, y muchos otros nombres: apanónar los nacidos después, engwar los enfermizos, y fírimar los mortales; y además los llamaron los usurpadores, los forasteros y los inescrutables, los malditos, los de mano torpe, los temerosos de la noche y los hijos del sol. Poco se dice de los hombres en estos cuentos, que se refieren a los Días Antiguos, antes del medro de los mortales y la mengua de los elfos, salvo de esos padres de los hombres, los atanatári, que en los primeros años del sol y la luna se mudaron al norte del mundo. Ningún vala fue a Hildórien para guiar a los hombres o llamarlos a Valinor; y los hombres les han tenido siempre a los valar más miedo que afecto, y no han comprendido los propósitos de los Poderes, pues les parecen ajenos y contrarios a la naturaleza del mundo. Ulmo, no obstante, pensó en ellos y apoyó el consejo y la voluntad de Manwë; y sus mensajeros a menudo llegaron a ellos por corrientes e inundaciones. Pero los hombres no eran capaces entonces de manejar tales asuntos, y menos en esos días, antes de que se mezclaran con los elfos. Por tanto, amaban las aguas y se les estrujaba el corazón, pero no comprendían los mensajes. No obstante, se dice que antes que transcurriera mucho tiempo, se toparon con los elfos oscuros en diversos sitios, y tuvieron amistad con ellos; y los hombres, aún en la niñez, se convirtieron en los compañeros y los discípulos de este pueblo antiguo, vagabundos de la raza élfica que nunca tomaron el camino de Valinor, y que sólo habían oído noticias vagas de los valar y no los conocían más que como un nombre distante.

No hacía mucho por entonces que Morgoth había vuelto a la Tierra Media; su poder no llegaba lejos, y además estaba estorbado por la súbita aparición de la gran luz. Había poco peligro en las tierras y las colinas; y allí nuevas criaturas, concebidas edades atrás por el pensamiento de Yavanna, y sembradas como semillas en la oscuridad, llegaron por fin a ser capullo y flor. Por el oeste, el norte y el sur los hijos de los hombres se extendieron y erraron, y tenían la alegría de la mañana antes de que el rocío se seque, cuando el verde brilla en todas las hojas.

Pero el alba es breve y a menudo el pleno día desmiente la promesa de la primera luz; y se acercaba el tiempo de las grandes guerras de los poderes del norte, cuando noldor, sindar y hombres luchaban contra las huestes de Morgoth Bauglir, y así se arruinaron. Todo esto se alimentaba sin cesar de las astutas mentiras de Morgoth, que había sembrado antaño y siempre volvió a sembrar entre sus enemigos, y de la maldición nacida de la Matanza de Alqualondë y del Juramento de Fëanor. Sólo una parte se cuenta aquí de los hechos de aquellos días y se habla sobre todo de los noldor y los Silmarils y los mortales cuyos destinos quedaron confundidos.

En aquellos días elfos y hombres tenían parecida fuerza y estatura, pero era mayor la sabiduría, la habilidad y la belleza de los elfos; y los que habían morado en Valinor, y contemplaran a los Poderes, sobrepasaban a los elfos oscuros en estas cosas, tanto como ellos sobrepasaban a su vez al pueblo de la raza mortal. Sólo en el reino de Doriath, cuya reina Melian era del linaje de los valar, pudieron los sindar igualar en cierta medida a los calaquendi del Reino Bendecido.

Los elfos eran inmortales, y de una sabiduría que medraba con los años, y no había enfermedad ni pestilencia que les diera muerte. Tenían por cierto cuerpos hechos de la materia de la Tierra y podían ser destruidos; y en aquellos días se asemejaban más a los hombres, pues aún no habían habitado mucho tiempo el fuego del espíritu, que los consume desde dentro con el paso de los años. Pero los hombres eran más frágiles, más vulnerables a las armas o la desdicha, y de curación más difícil; vivían sujetos a la enfermedad y a múltiples males, y envejecían y morían. Qué es de ellos después de la muerte, los elfos no lo saben. Algunos dicen que también los hombres van a las estancias de Mandos; pero no esperan en el mismo sitio que los elfos, y solo Mandos bajo la égida de Ilúvatar (y también Manwë) saben a dónde van después del tiempo de la memoria por las estancias silenciosas junto al mar Exterior. Ninguno ha regresado nunca de las mansiones de los muertos, con la única excepción de Beren hijo de Barahir, cuya mano había rozado un Silmaril; pero nunca volvió a hablar con los hombres mortales. Quizás el hado póstumo de los hombres no esté en manos de los valar, así como no todo estuvo previsto en la Música de los ainur.

En los días que siguieron, cuando por causa del triunfo de Morgoth los elfos se separaron de los hombres, como él tanto deseaba, los miembros de la raza élfica que aún habitaban en la Tierra Media declinaron y menguaron, y los hombres usurparon la luz del sol. Entonces los quendi erraron por los sitios solitarios de las grandes tierras y las islas, y se aficionaron a la luz de la luna y de las estrellas, y a los bosques y las cavernas, volviéndose como sombras y recuerdos, salvo los que de vez en cuando se hacían a la vela hacia el oeste y desaparecían de la Tierra Media. Pero en el alba de los años, elfos y hombres eran aliados y decían pertenecer al mismo linaje, y hubo algunos de entre los hombres que aprendieron la sabiduría de los eldar, y llegaron a ser grandes y valientes entre los capitanes de los noldor. Y en la gloria y la belleza de los elfos, y en su destino, participaron también los vástagos de elfos y mortales: Eärendil, y Elwing, y su hijo Elrond.

 


III.DEL RETORNO DE LOS NOLDOR

 

EL SILMARILLION

Se ha dicho que Fëanor y sus hijos fueron los primeros de los exiliados en llegar a la Tierra Media, y desembarcaron en el yermo de Lammoth, el Gran Eco, en las costas extremas del estuario de Drengist. Y al poner pie los noldor en la playa, sus gritos chocaron con las colinas y se multiplicaron, de modo que un clamor de incontables voces poderosas llegó a todas las costas del norte; y el ruido del incendio de las naves en Losgar se trasladó por los vientos del mar como el tumulto de una cólera terrible, y a lo lejos, todos los que oyeron el sonido, quedaron azorados.

Ahora bien, no sólo Fingolfin, a quien Fëanor había abandonado en Araman, vio las llamas de ese incendio, sino también los orcos y los vigías de Morgoth. No hay cuento que diga lo que pensó Morgoth en lo íntimo de su corazón ante la nueva de que Fëanor, su más amargo enemigo, había traído consigo un ejército del oeste. Puede que no le temiera demasiado, porque no había probado todavía las espadas de los noldor; y pronto se vio que intentaría rechazarlos y devolverlos al mar.

Bajo las frías estrellas, antes de que se levantara la luna, las huestes de Fëanor avanzaron a lo largo del prolongado estuario de Drengist, que horadaba las colinas del Eco de Ered Lómin, y pasaron así de las costas a la gran tierra de Hithlum; y llegaron por fin al gran lago de Mithrim, y acamparon en el lugar que tiene este mismo nombre, alzando las tiendas en la orilla septentrional. Pero el ejército de Morgoth, alborotado por el tumulto de Lammoth y la luz del incendio de Losgar, avanzó por los pasos de Ered Wethrin, las montañas de la Sombra, y atacó de súbito a Fëanor, antes de que el campamento estuviese del todo levantado y defendido; y allí, en los campos grises de Mithrim, se libró la Segunda Batalla de las Guerras de Beleriand. Dagor-nuin-Giliath se la llamó, la Batalla bajo las Estrellas, porque la luna no se había elevado todavía; y fue muy afamada en los cantos. Los noldor, aunque excedidos en número y sorprendidos de improviso, no tardaron en imponerse, pues la luz de Aman no se les había nublado todavía en los ojos, y eran fuertes y rápidos, furiosos si los arrebataba la cólera, y de espadas largas y terribles. Los orcos huyeron delante de ellos, y fueron expulsados de Mithrim en medio de una gran matanza y perseguidos por sobre las montañas de la Sombra hasta la gran llanura de Ard-Galen, al norte de Dorthonion. Allí los ejércitos de Morgoth, que habían avanzado hacia el sur al valle del Sirion y sitiado a Círdan en los puertos de las Falas, acudieron a ayudarlos, y quedaron atrapados en la ruina de los orcos. Porque Celegorm hijo de Fëanor, advirtiendo que habían llegado, los atacó de flanco con una parte de las huestes élficas, y bajando sobre ellos desde las colinas próximas a Eithel Sirion, los empujó hasta el marjal de Serech. Malas por cierto fueron las nuevas que por fin llegaron a Angband, y Morgoth se sintió consternado. Diez días duró esa batalla, y de todas las huestes que había destinado a la conquista de Beleriand sólo regresó un puñado de sobrevivientes.

No obstante, había razones para que sintiera una gran alegría, pero él no las conoció hasta después de un tiempo. Porque Fëanor, arrastrado por la furia, no quiso detenerse, y se precipitó detrás del resto de los orcos, pensando así llegar hasta el mismo Morgoth; y rio fuerte mientras esgrimía la espada, contento por haber desafiado la cólera de los valar y los males del camino y por ver llegada al fin la hora de la venganza. Nada sabía de Angband ni de la gran fuerza defensiva que tan de prisa había preparado Morgoth; pero aun cuando lo hubiera sabido, no habría cambiado de planes, pues estaba predestinado, consumido por la llama de su propia cólera. Así fue que se adelantó demasiado a la vanguardia de su ejército; y los siervos de Morgoth se volvieron para acorralarlo, y de Angband salieron unos balrogs que se sumaron al ataque. Allí, en los confines de Dor Daedeloth, la tierra de Morgoth, Fëanor fue rodeado junto con unos pocos amigos. Largo tiempo continuó luchando inquebrantable, aunque estaba envuelto en fuego y con múltiples heridas; pero por fin lo echó por tierra Gothmog, señor de los balrogs, a quien mató luego Ecthelion en Gondolin. Allí habría perecido, si en ese momento sus hijos no hubieran acudido a ayudarlo; y los balrogs lo dejaron, y volvieron a Angband.

Entonces los hijos levantaron a su padre y lo cargaron de vuelta a Mithrim. Pero al acercarse a Eithel Sirion, Fëanor ordenó que se detuvieran: porque estaba mortalmente herido, y sabía que le había llegado la hora. Y desde las laderas de Ered Wethrin, contemplando por última vez las cumbres lejanas de Thangorodrim, las más poderosas de las torres de la Tierra Media, supo con la presciencia de la muerte que jamás poder alguno de los noldor podría derribarla; pero maldijo tres veces el nombre de Morgoth y encomendó a sus hijos atenerse al juramento y vengar la muerte del padre. Entonces murió; pero no tuvo entierro ni sepulcro, pues tan fogoso era su espíritu que al precipitarse fuera dejó el cuerpo reducido a cenizas, que se desvanecieron como humo; pero nunca reapareció en Arda, ni abandonó las Estancias de Mandos. Así acabó el más poderoso de los noldor, por cuyas hazañas obtuvieron a la vez la más alta fama y la más pesada aflicción.

 

Ahora bien, en Mithrim habitaban los elfos grises, pueblo de Beleriand que había errado hacia el norte por sobre las montañas; y los noldor los recibieron allí con alegría, como a parientes que no veían desde hacía mucho; aunque les costó entenderse al principio, pues en el largo tiempo en que habían estado separados las lenguas de los calaquendi en Valinor y de los moriquendi en Beleriand se habían distanciado mucho. Por los elfos de Mithrim, supieron los noldor del poder de Elu Thingol, rey en Doriath, y de la cerca de encantamiento que rodeaba el reino; y las nuevas de estos grandes hechos en el norte llegaron al sur a Menegroth, y a los puertos de Brithombar y Eglarest. Entonces todos los elfos de Beleriand se sintieron asombrados y esperanzados ante la aparición de aquella poderosa parentela, que regresaba imprevistamente del oeste a la hora precisa y oportuna, y en verdad al principio los tomaron por emisarios de los valar que venían a liberarlos.

 

Pero aún a la hora de la muerte de Fëanor llegó una embajada de Morgoth en la que se reconocía derrotado y ofrecía términos de paz, la entrega incluso de uno de los Silmarils. Entonces Maedhros el Alto, el hijo mayor, aconsejó a sus hermanos que fingieran interesarse en las tratativas y se reunieran con los emisarios de Morgoth en el sitio indicado; pero a los noldor les importaba entonces tan poco la buena fe como al mismo Morgoth. Por lo que cada embajada acudió con más fuerzas de las convenidas; pero mayores fueron las enviadas por Morgoth, y había balrogs presentes. Maedhros cayó en una emboscada y todos sus acompañantes fueron muertos; pero él mismo fue llevado con vida a Angband por orden de Morgoth.

Angband por John Howe

 

Entonces los hermanos de Maedhros retrocedieron y fortificaron un gran campamento en Hithlum; pero Morgoth retuvo a Maedhros como rehén y envió a decir que no lo dejaría en libertad a menos que los noldor olvidaran la guerra y regresaran al oeste, o que se alejaran de Beleriand hacia el sur del mundo. Pero los hijos de Fëanor sabían que Morgoth los traicionaría y no liberaría a Maedhros, en ninguna circunstancia; y además estaban obligados por el juramento y nunca dejarían de luchar contra el Enemigo. Por tanto, Morgoth tomó a Maedhros y lo colgó de lo alto de un precipicio de Thangorodrim, y lo sujetó a la roca por la muñeca de la mano derecha con una banda de acero.

 

Ahora bien, llegó el rumor al campamento en Hithlum de la marcha de Fingolfin y de sus seguidores, que habían cruzado el Hielo Crujiente; y todo el mundo estaba entonces asombrado por la llegada de la luna. Pero cuando las huestes de Fingolfin entraron en Mithrim, el sol se levantó flameante en el oeste; y Fingolfin desplegó los estandartes azules y plateados, e hizo sonar los cuernos, y las flores se abrieron delante de él mientras marchaba, y las edades de las estrellas habían concluido. Ante la elevación de la gran luz, los siervos de Morgoth huyeron a Angband, y Fingolfin avanzó libremente a través de la fortaleza de Dor Daedeloth mientras el enemigo se escondía bajo tierra. Entonces los elfos golpearon las puertas de Angband y el reto de las trompetas sacudió las torres de Thangorodrim; y Maedhros las oyó en medio de su tormento y gritó con fuerza, pero la voz se le perdió entre los ecos de la montaña.

Pero Fingolfin, de otro temperamento que Fëanor, y cansado de los engaños de Morgoth, se retiró de Dor Daedeloth y volvió hacia Mithrim, porque había oído nuevas de que allí encontraría a los hijos de Fëanor, y deseaba también tener por escudo las montañas de la Sombra mientras sus gentes descansaban y se fortalecían; porque había comprobado el poder de Angband, y pensaba que no caería sólo con el sonido de las trompetas. Por lo tanto, al llegar al fin a Hithlum, levantó su primer campamento y morada junto a las orillas septentrionales del lago Mithrim. No había amor por la casa de Fëanor en el corazón de los que seguían a Fingolfin, pues grande había sido la agonía de los que soportaron el cruce del Hielo, y Fingolfin consideraba a los hijos cómplices del padre. Era posible entonces que las huestes se enfrentaran; pero aunque habían tenido graves pérdidas a lo largo del camino, el pueblo de Fingolfin y de Finrod hijo de Finarfin, era aún más numeroso que los seguidores de Fëanor, y éstos ahora se retiraron mudándose a las orillas australes; y el lago se extendía entre ellos. Mucha de la gente de Fëanor se había arrepentido en verdad del incendio de Losgar, y estaban asombrados por el valor con que los amigos abandonados habían cruzado el Hielo del norte; y les habrían dado la bienvenida, pero callaron por vergüenza.

Lago Mithrim por J.R.R. Tolkien

 

Así, a causa de la maldición que pesaba sobre ellos, los noldor nada hicieron mientras Morgoth vacilaba, y el miedo a la luz era nuevo y fuerte entre los orcos. Pero Morgoth salió al fin de su ensimismamiento, y rio al descubrir que sus enemigos estaban divididos. Y en los abismos de Angband ordenó que se hiciesen grandes humos y vapores, y éstos salieron por los picos hediondos de las montañas de Hierro, y alcanzaron a verse en Mithrim, manchando los aires brillantes de las primeras mañanas del mundo. Un viento vino del este y los llevó sobre Mithrim oscureciendo el nuevo sol; y descendieron, y serpentearon por los campos y las hondonadas, y se tendieron sobre las aguas de Mithrim, lóbregos y ponzoñosos.

Entonces Fingon el Valiente, hijo de Fingolfin, resolvió poner remedio a la querella que dividía a los noldor antes de que el Enemigo estuviera pronto para la guerra; porque la tierra temblaba en el norte con el trueno de las herrerías subterráneas de Morgoth. Tiempo atrás, en la beatitud de Valinor, antes de que Melkor fuera desencadenado, o las mentiras los separaran, Fingon había tenido una estrecha amistad con Maedhros; y aunque no sabía aún que Maedhros no había olvidado el incendio de las naves, el recuerdo de la vieja amistad le atormentaba el corazón. Entonces hizo algo que siempre se recordaría entre las hazañas de los príncipes de los noldor: solo y sin pedirle consejo a nadie se lanzó al encuentro de Maedhros; y ayudado por la oscuridad que el mismo Morgoth había extendido alrededor, llegó invisible a la fortaleza del Enemigo. Trepó muy arriba hasta las salientes de Thangorodrim, y contempló desesperado la desolación de la tierra; pero no encontró paso ni hendidura por la que pudiera entrar en la fortaleza de Morgoth. Entonces, desafiando a los orcos, que acobardados todavía se ocultaban en las oscuras bóvedas subterráneas, tomó el arpa y cantó un canto de Valinor compuesto antaño por los noldor, antes de que hubiera rencor entre los hijos de Finwë; y la voz de Fingon resonó en las hondonadas luctuosas que hasta ese momento nada habían escuchado, excepto gritos de miedo y de dolor.

Así encontró Fingon lo que buscaba. Porque de pronto, por encima de él, lejana y débil, una voz se unió a la canción, y respondió con una llamada. Era Maedhros que cantaba en medio del tormento. Pero Fingon trepó hasta el pie del precipicio desde el que colgaba el hijo de Fëanor y no pudo seguir adelante; y lloró cuando vio la crueldad del ardid de Morgoth. Entonces Maedhros, sumido en una angustia sin esperanza, rogó a Fingon que le disparara con el arco; y Fingon sacó una flecha y tendió el arco. Y al ver que no había esperanza mejor, clamó a Manwë diciendo: —¡Oh, rey, a quien todos los pájaros son caros, apresura ahora esta lanza emplumada y muestra alguna piedad por los noldor!

Maedhros y Fingon por Ted Nasmith

 

El ruego de Fingon obtuvo pronta respuesta. Porque Manwë, para quien todas las aves son caras y a quien éstas traen nuevas hasta Taniquetil desde la Tierra Media, había enviado a la raza de las águilas con la orden de habitar en los riscos del norte y vigilar a Morgoth; pues Manwë aún sentía piedad por los elfos exiliados. Y las águilas llevaban nuevas de gran parte de lo que acontecía entonces a los tristes oídos de Manwë. Ahora, mientras Fingon tendía todavía el arco, desde los aires altos descendió Thorondor, rey de las águilas, la más poderosa de cuantas aves haya habido, con alas de una envergadura de treinta brazas [55 metros]; y deteniendo la mano de Fingon, subió volando con él y lo transportó hasta el muro de piedra donde colgaba Maedhros. Pero Fingon no pudo aflojar la banda forjada en el infierno que sujetaba la muñeca, ni romperla, ni desprenderla de la roca. Por tanto, una vez más, adolorido, Maedhros le rogó que le diera muerte; pero Fingon le cortó la mano por sobre la muñeca, y Thorondor los llevó a ambos de regreso a Mithrim.

Allí Maedhros curó con el tiempo, pues fuerte ardía en él el fuego de la vida, y conservaba el vigor del mundo antiguo, como todos los que se habían criado en Valinor. El cuerpo se le recuperó del tormento y cobró nuevas fuerzas, pero en el corazón le quedaba la sombra de un dolor; y vivió para esgrimir la espada con la mano izquierda más mortalmente todavía que antes con la mano derecha. Por esta hazaña Fingon ganó gran renombre, y todos los noldor lo alabaron; y el odio entre las casas de Fingolfin y Fëanor se mitigó. Porque Maedhros pidió que lo perdonasen por la deserción en Araman; y abandonó sus pretensiones al trono de los noldor diciendo a Fingolfin: —Si ya no hay ofensa entre nosotros, el reinado te corresponde con justicia a ti, ahora el mayor de la casa de Finwë, y en modo alguno el menos sabio—. Pero con esto no todos los hermanos estuvieron realmente de acuerdo.

Por tanto, como predijo Mandos, la casa de Fëanor recibió el nombre de los desposeídos, porque el dominio soberano pasó de ella, la del mayorazgo, a la casa de Fingolfin, tanto en Elendë como en Beleriand, y también por causa de la pérdida de los Silmarils. Pero los noldor, unidos otra vez, pusieron unos centinelas en los confines de Dor Daedeloth, y Angband fue bloqueada desde el oeste, el sur y el este; y enviaron mensajeros lejos y alrededor a explorar los países de Beleriand, y a tratar con los pueblos que allí vivían.

Ahora bien, el rey Thingol no dio la bienvenida de todo corazón a tantos poderosos príncipes llegados del oeste, que buscaban nuevos dominios; ni abrió el reino ni quitó la cerca encantada, pues iluminado por la sabiduría de Melian, no confiaba en que la quietud de Morgoth durase mucho. De todos los príncipes de los noldor, sólo a los de la casa de Finarfin admitió dentro de los confines de Doriath; pues podían proclamar un estrecho parentesco con el mismo rey Thingol; la madre era Eärwen de Alqualondë, hija de Olwë.

Angrod hijo de Finarfin fue el primero de los exiliados en llegar a Menegroth como mensajero de su hermano Finrod, y habló largo tiempo con el rey de los hechos de los noldor en el norte, y de su número, y del ordenamiento de sus fuerzas; pero por ser veraz y de sabio corazón y por creer perdonadas ahora todas las ofensas, no dijo una palabra de la Matanza de los Hermanos, ni de cómo se habían exiliado los noldor, ni del Juramento de Fëanor. El rey Thingol escuchó las palabras de Angrod; y antes de que partiera, le dijo: —Así dirás por mí a los que te enviaron. Se permite a los noldor morar en Hithlum, y en las tierras altas de Dorthonion, y en las tierras al este de Doriath desiertas y silvestres; pero en otras partes hay muchos de los míos y no quiero que se les quite la libertad, y aún menos que se los expulse de sus hogares. Mirad, pues, cómo os conducís los príncipes del oeste; porque yo soy el señor de Beleriand y todos los que intenten morar allí oirán de mí. A Doriath nadie entrará, ni habitará en ella, salvo los que yo llame como huéspedes o los que recurran a mí en extrema necesidad.

Entonces los señores de los noldor se reunieron en consejo en Mithrim, y Angrod vino de Doriath con el mensaje del rey Thingol. A los noldor les pareció un frío saludo de bienvenida, y los hijos de Fëanor se enfadaron al escucharlo; pero Maedhros rio, diciendo:

—Rey es quien puede cuidar de lo suyo; de otro modo vano resulta el título. Thingol sólo nos cede las tierras donde no tiene ningún poder. En verdad hoy sólo reinaría en Doriath, si no fuera por la llegada de los noldor. Que reine en Doriath entonces, y se contente con tener a los hijos de Finwë por vecinos y no los orcos de Morgoth. En otra parte será como a nosotros nos parezca bien.

Pero Caranthir, que no amaba a los hijos de Finarfin y era el más duro de los hermanos y el que se enojaba más pronto, vociferó: —¡Y aún más! ¡Que los hijos de Finarfin no corran de aquí para allá con sus cuentos ante ese elfo oscuro de las cavernas! ¿Quién los nombró nuestros portavoces para tratar con él? Y aunque de hecho lleguen a Beleriand, que no olviden tan de prisa que tienen como padre a un señor de los noldor, aunque la madre sea de otra estirpe.

Entonces Angrod montó en cólera y abandonó el consejo. Maedhros reprendió por cierto a Caranthir; pero la mayor parte de los noldor de ambas facciones sintieron que estas palabras les perturbaban el corazón, pues tenían el ánimo salvaje de los hijos de Fëanor, siempre dispuestos a estallar en palabras duras o en violencia. Pero Maedhros apaciguó a sus hermanos y éstos abandonaron el consejo, y poco después se marcharon de Mithrim y marcharon hacia el este más allá del Aros, a las extensas tierras en torno a la colina de Himring. Esa región fue llamada en adelante la Frontera de Maedhros; porque al norte había escasas defensas de río o colina contra los ataques de Angband. Allí Maedhros y sus hermanos montaron guardia con todos los que quisieran unirse a ellos, y tuvieron poco trato con la gente de su propio linaje en el oeste, salvo en caso de necesidad. Se dice que en verdad fue el mismo Maedhros quien concibió este plan con el fin de disminuir las oportunidades de disputa y porque deseaba con fervor que el principal riesgo de ataque recayera sobre él mismo; y por su parte se mantuvo en términos amistosos con las casas de Fingolfin y Finarfin, e iba a ellos en ocasiones para discutir algún asunto común. No obstante, también estaba obligado por el juramento, aunque durante un tiempo éste pareció dormido.

Por ese entonces la gente de Caranthir había penetrado profundamente hacia el este, más allá de las aguas superiores del Gelion en torno al lago Helevorn bajo el monte Rerir, y hacia el sur; y treparon a las alturas de Ered Luin y miraron hacia el este con asombro, porque amplios y salvajes les parecieron los terrenos de la Tierra Media. Y así fue cómo la gente de Caranthir llegó a encontrarse con los enanos, que después de la matanza de Morgoth y la llegada de los noldor habían dejado de traficar con Beleriand. Pero aunque ambos pueblos amaban la habilidad manual y todos deseaban aprender, no hubo gran amor entre ellos; porque los enanos eran reservados y rápidos para la ofensa, y Caranthir era altivo, y apenas ocultaba su desprecio por la fealdad de los naugrim, y la gente imitaba al señor. No obstante, como ambos pueblos temían y odiaban a Morgoth, celebraron una alianza, y se beneficiaron sobremanera con ella; porque los naugrim conocían muchos secretos de artesanía por entonces, de modo que los herreros y los albañiles de Nogrod y Belegost alcanzaron gran renombre entre los suyos, y cuando los enanos empezaron a viajar otra vez a Beleriand, todo el tráfico de las minas pasaba primero por las manos de Caranthir, y grandes fueron las riquezas que así obtuvo.

 

Cuando veinte años del sol hubieron pasado, Fingolfin, rey de los noldor, celebró una gran fiesta; y fue en primavera cerca de los estanques de Ivrin, donde nacía el río Narog, pues allí las tierras eran verdes y hermosas al pie de las montañas de la Sombra que los escudaban del norte. La alegría de esa fiesta se recordó mucho tiempo en los posteriores días de dolor; y se la llamó Mereth Aderthad, la Fiesta de la Reunión. A ella asistieron muchos capitanes y gente de Fingolfin y Finrod; y los hijos de Fëanor Maedhros y Maglor con guerreros de la Frontera Oriental; y también asistieron muchos elfos grises, gente errante de los bosques de Beleriand y de los Puertos, con Círdan, su señor. Hasta asistieron elfos verdes de Ossiriand, la Tierra de los Siete Ríos, que se extendía muy lejos, bajo los muros de las montañas Azules; pero de Doriath sólo vinieron dos mensajeros, Mablung y Daeron, portadores de los saludos del rey.

En la Mereth Aderthad se celebraron de buen grado múltiples consejos, y se oyeron juramentos de alianza y amistad; y se dice que en esta fiesta la gente habló sobre todo la lengua de los elfos grises, aún los mismos noldor, pues aprendieron de prisa el idioma de Beleriand; en cambio los sindar eran lentos en dominar la lengua de Valinor. El corazón de los noldor estaba henchido y lleno de esperanzas, y a muchos de entre ellos les pareció que las palabras de Fëanor tenían ahora justificación, cuando les aconsejó buscar libertad y hermosos reinos en la Tierra Media; y en verdad siguieron luego largos años de paz, mientras un cerco de espadas defendía Beleriand de la maldad de Morgoth, que ya no tenía poder sino dentro de sus propias estancias. En aquellos días había alegría bajo el nuevo sol y la nueva luna, y toda la tierra estaba complacida; pero la Sombra aún meditaba en el norte.

 

Y cuando otra vez hubieron transcurrido treinta años, Turgon hijo de Fingolfin abandonó Nevrast donde moraba y fue a la isla de Tol Sirion en busca de Finrod, su amigo, y juntos viajaron hacia el sur a lo largo del río, cansados de las montañas septentrionales; y mientras viajaban, la noche descendió sobre ellos más allá de las lagunas del Crepúsculo cerca de las aguas del Sirion, y descansaron a sus orillas bajo las estrellas del verano. Pero Ulmo llegó hasta ellos río arriba y los sumió en un sueño profundo y en pesados ensueños; y la perturbación de los ensueños continuó después que despertaron, pero ninguno le dijo nada al otro, porque el recuerdo era confuso, y cada cual creía que Ulmo le había enviado un mensaje sólo a él. Pero la inquietud los ganó en adelante, y la duda de lo que pudiera acaecer, y con frecuencia erraron solos por tierras nunca holladas, buscando a lo lejos y a lo ancho sitios de escondida fortaleza; porque los dos se sentían llamados a prepararse para un día aciago, y a planear una retirada, temiendo que Morgoth irrumpiera desde Angband y destruyera los ejércitos del norte.

 

Ahora bien, en una ocasión Finrod y Galadriel, su hermana, eran huéspedes de Thingol, del mismo linaje, y rey en Doriath. Estaba entonces Finrod colmado de asombro ante la fuerza y la majestad de Menegroth: los tesoros y los armamentos y los recintos de piedra de múltiples pilares; y quiso en su corazón construir amplios recintos con portales siempre guardados, en algún sitio profundo y secreto bajo las colinas. Por tanto, le abrió su corazón a Thingol, confiándole sus sueños; y Thingol le habló de la profunda garganta del río Narog, y de las cavernas bajo el Alto Narog en la empinada orilla occidental, y cuando Finrod partió, le procuró unos guías que lo conducirían hasta el sitio que pocos conocían aún. Así llegó Finrod a las cavernas del Narog, y empezó a construir allí profundos recintos y armerías de acuerdo con el modelo de las mansiones de Menegroth. En esa tarea Finrod tuvo la ayuda de los enanos de las montañas Azules; y éstos recibieron una buena recompensa, pues Finrod había traído consigo más tesoros de Tirion que ninguno de los príncipes de los noldor. Y en ese tiempo se labró para él el Nauglamír, el Collar de los Enanos, la obra más renombrada de las que hicieron en los Días Antiguos. Era una cadena de oro con un engarce de innumerables gemas de Valinor; pero tenía un poder que la volvía tan ligera como una hebra de lino, para quien la llevaba encima, y cualquier cuello sobre el que se cerrara tenía siempre gracia y encanto.

Lago Helevorn por Ted Nasmith

 

LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA

Durante el asedio de Angband, mientras Morgoth estaba (o parecía estar) atrapado en su fortaleza por los ejércitos élficos, y reinaba la paz en la mayor parte de Beleriand, Finrod fue afligido en sueños por presagios oscuros—tenía las miras más amplias y era el más sabio de entre los jefes de los noldor—a efectos de que Morgoth estaba esperando su momento y rompería el sitio de los asediadores, aplastando sus filas. Por ello realizó muchos viajes para explorar las tierras, sobre todo en las partes australes y occidentales de Beleriand. Se dice que cuando llegó al Narog, que bajaba veloz siguiendo su empinado curso bajo la sombra de las colinas, con vistas a un futuro aciago, decidió construir allí una fortaleza secreta y almacenes, si era capaza de hacerlo; pero en aquel lugar no se podía cruzar el río, y en la orilla opuesta pudo ver las entradas de muchas cuevas. El relato de sus interacciones con los enanos mezquinos, los vestigios de un pueblo que antaño había sido más numeroso y que aún permanecía allí, se cuenta en otro lugar. Pero durante los años de paz que quedaban, Finrod llevó a cabo su plan y estableció las grandes mansiones que más tarde fueron llamadas Nargothrond.

 

EL SILMARILLION

Allí, en Nargothrond, Finrod hizo su morada junto con muchos de los suyos, y recibió en la lengua de los enanos el nombre de Felagund, Tallador de Cavernas; y ese nombre llevó en adelante hasta el fin. Pero Finrod Felagund no fue el primero en habitar en las cavernas junto al río Narog.

Galadriel, su hermana, no fue con él a Nargothrond, porque en Doriath vivía Celeborn, pariente de Thingol, y un gran amor los unía. Fue así que permaneció en el reino escondido y vivió con Melian, y de ella aprendió la ciencia y la sabiduría de la Tierra Media.

Pero Turgon recordó la ciudad levantada sobre una colina, Tirion la bella con su torre y su árbol, y no encontró lo que buscaba, de modo que regresó a Nevrast y se quedó en paz en Vinyamar junto a las orillas del mar. Y al año siguiente Ulmo mismo se le apareció y le ordenó que fuera otra vez solo al valle del Sirion; y Turgon fue, y con la guía de Ulmo descubrió el valle escondido de Tumladen en las montañas Circundantes, en medio de lo que era una colina de piedra. De esto no habló con nadie entonces, y regresó una vez más a Nevrast, y allí en reuniones secretas empezó a planear la ciudad de acuerdo con el modelo de Tirion sobre Túna, por la que su corazón sentía nostalgia en el exilio.

 

Ahora bien, Morgoth, al que sus espías comunicaron que los señores de los noldor andaban errantes sin pensar en la guerra, decidió poner a prueba la fortaleza y la vigilancia del enemigo. Una vez más, sin advertencia previa, recurrió a sus poderes, y de pronto hubo terremotos en el norte, y salió fuego de fisuras abiertas en la tierra, y las montañas de Hierro vomitaron llamaradas; y los orcos pulularon en la llanura de Ard-Galen. Desde allí descendieron por el Paso del Sirion al oeste, y al este irrumpieron en la tierra de Maglor, por la hondonada que corre entre las colinas de Maedhros y los macizos de las montañas Azules. Pero Fingolfin y Maedhros no dormían, y mientras otros perseguían a los orcos dispersos que erraban por Beleriand haciendo gran daño, ellos se precipitaron desde ambos flancos sobre el ejército principal que atacaba entonces a Dorthonion; y derrotaron a los siervos de Morgoth, y yendo tras ellos por Ard-Galen los destruyeron por completo, hasta el último y el menor, a la vista de los portales de Angband. Esa fue la tercera gran batalla de las Guerras de Beleriand, y se la llamó Dagor Aglareb, la Batalla Gloriosa.

Fue una victoria, pero también una advertencia; y los príncipes la tuvieron en cuenta, y fortalecieron la alianza y pusieron más centinelas, e iniciaron el Sitio de Angband, que duró casi cuatrocientos años del sol. Por largo tiempo, después de la Dagor Aglareb, ninguno de los siervos de Morgoth se aventuró fuera de los portales, pues temían a los señores de los noldor; y Fingolfin se jactó de que si no mediaba traición entre ellos mismos, Morgoth nunca quebrantaría otra vez la alianza de los eldar ni los sorprendería inadvertidos. Pero los noldor no pudieron apoderarse de Angband, ni recuperar los Silmarils; y la guerra nunca cesó por completo en todos esos años del Sitio, pues Morgoth concebía nuevos males, y de vez en cuando ponía a prueba a los sitiadores. Tampoco era posible mantener la fortaleza de Morgoth rodeada por completo; porque las montañas de Hierro, en cuyas enormes laderas curvas se alzaban las torres de Thangorodrim, la defendían por ambos lados y eran impenetrables para los noldor a causa del hielo y la nieve. Por tanto, en la retaguardia y en el norte Morgoth no tenía enemigos, y por ese camino los espías salían a veces y llegaban por múltiples desvíos a Beleriand. Y deseando por sobre todo sembrar el miedo y la desunión entre los eldar, ordenaba a los orcos que atraparan vivo a cualquiera de ellos y lo llevaran encadenado a Angband; y a algunos el terror de los ojos de Morgoth les intimidaba de tal manera que no necesitaban cadenas, y andaban siempre atemorizados y dóciles. De este modo se enteró Morgoth de mucho de lo sucedido a partir de la rebelión de Fëanor, y se regocijó viendo allí la semilla de muchas disensiones entre los eldar.

 

Cuando casi cien años habían transcurrido desde la Dagor Aglareb, Morgoth intentó sorprender a Fingolfin (porque tenía conocimiento de la vigilancia de Maedhros); y envió un ejército al norte blanco, y las tropas se volvieron hacia el oeste, y luego hacia el sur, y llegaron a las costas del estuario de Drengist por la ruta que Fingolfin había seguido desde el Hielo Crujiente. De ese modo penetrarían en el reino de Hithlum desde el oeste; pero fueron descubiertos a tiempo y Fingon cayó sobre ellos entre las colinas, en el nacimiento del estuario, y la mayor parte de los orcos fueron arrojados al mar. No se la llamó una gran batalla, pues la tropa de los orcos había sido poco numerosa, y sólo una parte del pueblo de Hithlum luchó allí. Pero luego hubo paz durante muchos años, y Angband no atacó nunca abiertamente, porque advertía Morgoth que los orcos no eran rivales para los noldor; y buscó en su corazón nuevo consejo.

Una vez más, al cabo de cien años, Glaurung, el primero de entre los urulóki, los dragones de fuego del norte, salió una noche por las puertas de Angband. Era joven y aún no se había desarrollado del todo, porque larga y lenta es la vida de los dragones, pero los elfos huyeron acobardados hacia Ered Wethrin y Dorthonion, y él corrompió los campos de Ard-Galen. Entonces, Fingon, príncipe de Hithlum, cabalgó hasta el dragón junto con arqueros montados y lo rodeó con un anillo de rápidos jinetes; y Glaurung no pudo soportar los dardos, pues era aún débil de armadura, y huyó de vuelta a Angband y no volvió a salir de allí en mucho tiempo. Fingon ganó grandes alabanzas y los noldor se regocijaron; porque pocos entendieron el significado y la amenaza de esta nueva criatura. Pero a Morgoth le disgustaba que Glaurung se hubiera manifestado demasiado pronto; y a su derrota siguió la Larga Paz de casi doscientos años. En todo ese tiempo sólo hubo refriegas en las fronteras, y toda Beleriand prosperó y se enriqueció. Detrás de la guardia de los ejércitos los noldor levantaron torres y edificios, y muchas otras cosas hermosas hicieron en aquel entonces, y poemas e historias y libros de sabiduría. En muchos sitios de la tierra los noldor y los sindar se fundieron en un solo pueblo y hablaron la misma lengua; pero esta diferencia siguió habiendo entre ellos: los noldor eran más poderosos de mente y cuerpo, y más grandes guerreros y más sabios, y edificaban con piedra y amaban las pendientes de las colinas y las tierras abiertas, pero los sindar tenían una voz más hermosa, y eran más hábiles en la música, exceptuando a Maglor hijo de Fëanor; y amaban los bosques y las orillas de los ríos; y algunos de los elfos grises erraban aún sin morada fija por sitios remotos, e iban siempre cantando.

 


IV.DE BELERIAND Y SUS REINOS

 

EL SILMARILLION

Esta es la hechura de las tierras a que llegaron los noldor, al norte de las regiones occidentales de la Tierra Media, en los días antiguos; también se cuenta aquí cómo los jefes de los eldar conservaron las tierras y de la alianza contra Morgoth después de la Dagor Aglareb, la tercera batalla de las Guerras de Beleriand.

Representación de los reinos de Beleriand 

 

En el norte del mundo, Melkor había levantado tiempo atrás Ered Engrin, las montañas de Hierro, como cerca defensiva de la ciudadela de Utumno; y se erguían sobre los límites de esas regiones de frío sempiterno, en una gran curva desde el este al oeste. Tras los muros de Ered Engrin al oeste, donde retroceden hacia el norte, Melkor edificó otra fortaleza contra posibles ataques desde Valinor; y cuando regresó a la Tierra Media, como se ha dicho, habitó en las infinitas mazmorras de Angband, los Infiernos de Hierro, porque en la Guerra de los Poderes, los valar, en su prisa por aniquilarlo en la gran fortaleza de Utumno, no destruyeron totalmente Angband ni registraron los más profundos recovecos. Bajo Ered Engrin, Morgoth cavó un gran túnel que salía al sur de las montañas; y allí levantó unas puertas poderosas. Pero por sobre estas puertas y aún detrás de ellas hasta las montañas, apiló las torres tonantes de Thangorodrim, hechas con las cenizas y la lava de los hornos subterráneos, y las vastas escorias de la apertura de los túneles. Eran negras y desoladas y sumamente altas; y de sus cimas salía un humo oscuro y hediondo, que manchaba el cielo septentrional. Ante las puertas de Angband, una desolación de inmundicias se extendía hacia el sur por muchas millas hasta la ancha planicie de Ard-Galen; pero luego de la llegada del sol, creció allí una abundante hierba, y mientras duró el sitio de Angband y las puertas permanecieron cerradas, asomaron allí unas cosas verdes, aún entre los pozos y las rocas quebradas de las puertas del infierno.

Al oeste de Thangorodrim se encontraba Hísilómë, la Tierra de la Niebla, pues así se la llamó en la lengua de los noldor a causa de las nubes que Morgoth había enviado allí cuando acamparon por vez primera; en la lengua de los sindar, que moraban en aquellas regiones, se la llamó Hithlum. Fue una tierra hermosa mientras duró el Sitio de Angband, aunque el aire era frío y el invierno muy crudo. El límite oeste era Ered Lómin, las montañas del Eco, no lejos del mar; en el este y el sur, en la gran curva de Ered Wethrin, se alzaban las montañas de la Sombra, frente a Ard-Galen y el valle del Sirion.

Fingolfin y su hijo Fingon dominaban Hithlum, y la mayor parte del pueblo de Fingolfin moraba en Mithrim, a orillas del gran lago; a Fingon se le asignó Dor-lómin, que estaba al oeste de las montañas de Mithrim. Pero la fortaleza principal se levantaba en Eithel Sirion, al este de Ered Wethrin, desde donde vigilaban Ard-Galen; y la caballería de Fingolfin cabalgaba por esa llanura aún hasta la sombra de Thangorodrim; pues los caballos se habían multiplicado con rapidez, y las hierbas de Ard-Galen eran ricas y verdes. Muchos de los progenitores de esos caballos provenían de Valinor, y eran un regalo de Maedhros como compensación por las pérdidas de Fingolfin, y habían sido transportados en barco a Losgar.

Al oeste de Dor-lómin, más allá de las montañas del Eco, que al sur del estuario de Drengist se adentran en la tierra, se encontraba Nevrast, que en lengua sindarin significa Costa de Aquende. Ese nombre se dio en un principio a todas las costas al sur del estuario, pero luego sólo a aquellas que se extendían entre Drengist y el monte Taras. Allí, por mucho tiempo, medró el reino de Turgon el Sabio, hijo de Fingolfin, rodeado por el mar y por Ered Lómin, y por las colinas que continuaban los muros de Ered Wethrin hacia el oeste, desde Ivrin al monte Taras, que se levantaba sobre un promontorio. Sostuvieron algunos que Nevrast pertenecía más bien a Beleriand que a Hithlum, pues era una tierra más amena, regada por los aires húmedos del mar y protegida de los vientos fríos del norte que soplaban sobre Hithlum. Nevrast se alzaba en una hondonada, entre los grandes acantilados de las costas, más elevados que las llanuras de detrás, y no fluía allí río alguno; y había una gran laguna en medio de Nevrast, sin orillas precisas, pues estaba rodeada de anchos marjales. Linaewen era el nombre de esa laguna, por causa de la gran abundancia de aves que allí vivían, especies que amaban los juncos altos y los vados. A la llegada de los noldor, muchos de los elfos grises moraban en Nevrast, cerca de las costas, y en especial en torno al monte Taras, al suroeste; pues a ese sitio Ulmo y Ossë solían ir en días de antaño. Todo ese pueblo tenía a Turgon por su señor, y la mezcla entre los noldor y los sindar se dio allí antes que en ningún sitio; y Turgon habitó largo tiempo en esos recintos que él llamó Vinyamar, bajo el monte Taras, a orillas del océano.

Al sur de Ard-Galen, las grandes tierras elevadas llamadas Dorthonion abarcaban sesenta leguas [290 kilómetros] de oeste a este; y había en ellas grandes bosques de pinos, especialmente al oeste y al norte. Levantándose poco a poco desde la llanura, llegaba a convertirse en una tierra lóbrega y alta, donde había muchos lagos pequeños entre peñascos, al pie de montañas desnudas cuyas cumbres eran más elevadas que las de Ered Wethrin; pero al sur, hacia Doriath, se precipitaba de pronto en abismos terribles. Desde las cuestas septentrionales de Dorthonion, Angrod y Aegnor, hijos de Finarfin, dominaban los campos de Ard-Galen, y eran vasallos de su hermano Finrod, señor de Nargothrond; vivía allí poca gente, pues la tierra era yerma, y las altas tierras de detrás eran consideradas un baluarte que Morgoth no intentaría cruzar a la ligera.

 

Entre Dorthonion y las montañas Sombrías había un valle angosto con laderas abruptas vestidas de pinos; pero el valle mismo era verde, pues por él corría el río Sirion, que se apresuraba hacia Beleriand. Finrod dominaba el Paso del Sirion, y en la isla de Tol Sirion levantó en medio del río una poderosa torre de vigilancia, Minas Tirith; pero después de construida Nargothrond entregó esa fortaleza al cuidado de Orodreth, su hermano[3].

Tol Sirion por J.R.R. Tolkien

 

Ahora bien, las vastas y hermosas tierras de Beleriand se extendían a ambos lados del poderoso río Sirion, de gran renombre en las canciones, que nacía en Eithel Sirion y bordeaba el filo de Ard-Galen antes de precipitarse por el paso, cada vez más caudaloso con las aguas de las montañas. Desde allí fluía hacia el sur durante ciento treinta leguas [627 kilómetros], recogiendo las aguas de muchos afluentes, hasta que la corriente poderosa desembocaba en un delta arenoso de la bahía de Balar. Y siguiendo el Sirion de norte a sur, a orilla derecha, en Beleriand Occidental, se encontraba el bosque de Brethil entre el Sirion y el Teiglin, y luego el reino de Nargothrond, entre el Teiglin y el Narog. Y el río Narog nacía en las cataratas de Ivrin al sur de Dor-lómin, y fluía unas ochenta leguas [386 kilómetros] antes de unirse al Sirion en Nantathren, la Tierra de los Sauces. Al sur de Nantathren había una región de prados floridos donde los habitantes eran escasos; y más allá se extendían los marjales y las islas de juncos en torno a las desembocaduras del Sirion, y en las arenas del delta no vivía ninguna criatura, excepto los pájaros del mar.

Pero el reino de Nargothrond llegaba también al oeste del Narog hasta el río Nenning, que desembocaba en el mar en Eglarest; y Finrod fue con el tiempo el señor supremo de todos los elfos de Beleriand entre el Sirion y el mar, salvo sólo las Falas. Allí vivían los sindar que aún amaban los barcos, y Círdan, el carpintero de barcos, era el señor de todos ellos; pero entre Círdan y Finrod había amistad y alianza, y con ayuda de los noldor se reconstruyeron los puertos de Brithombar y Eglarest. Detrás de los amplios muros se edificaron hermosas ciudades y desembarcaderos con muelles y malecones de piedra. Sobre el cabo oeste de Eglarest, Finrod levantó la torre de Barad Nimras para vigilar el mar Occidental, aunque innecesariamente, como se vio luego; porque en ningún momento intentó Morgoth construir barcos o hacer la guerra por mar. El agua intimidaba mucho a sus sirvientes, y ninguno se acercaba a ella de buen grado, salvo que una dura necesidad lo exigiera. Con ayuda de los elfos de los Puertos, algunos de los habitantes de Nargothrond construyeron nuevos barcos, y emprendieron largos viajes y exploraron la gran isla de Balar, con intención de edificar allí un último refugio, si algún mal sobrevenía; pero el destino no los llevó a vivir allí.

Así, pues, no había reino mayor que el de Finrod, aunque él fuera el más joven de los grandes señores de los noldor, Fingolfin, Fingon y Maedhros, y Finrod Felagund. Pero se tuvo a Fingolfin como señor supremo de todos los noldor, y Fingon tras él, aunque no tenían en verdad otro reino que la tierra septentrional de Hithlum; no obstante, estos pueblos eran los más osados y valientes, los que más temían los orcos y más odiaba Morgoth.

A mano izquierda del Sirion se extendía Beleriand Oriental; tenía una anchura de cien leguas [483 kilómetros] desde el Sirion hasta el Gelion y los límites de Ossiriand; y antes, entre el Sirion y el Mindeb, se encontraba la tierra baldía de Dimbar bajo los picos de las Crissaegrim, morada de las águilas. La tierra de nadie de Nan Dungortheb separaba el Mindeb de las aguas superiores del Esgalduin; y había terror en esa región, porque a uno de sus lados el poder de Melian guardaba la frontera norte de Doriath, pero al otro los desnudos precipicios de Ered Gorgoroth, las montañas del Terror, caían a pico desde lo alto de Dorthonion. Allí, como ya se dijo, había huido Ungoliant de los látigos de los balrogs, y allí moró por un tiempo ocupando los barrancos con su mortal lobreguez, y allí todavía, después de que ella partiera, la prole inmunda acechaba y tejía grandes redes malignas; y las finas aguas vertidas desde Ered Gorgoroth se contaminaban y era peligroso beberlas, pues las sombras de la locura y la desesperación invadían el corazón de aquellos que las probaban. Toda criatura viviente evitaba esa tierra, y los noldor sólo atravesaban Nan Dungortheb si los acuciaba una gran necesidad, por pasajes cercanos a los límites de Doriath, lo más lejos posible de las montañas malignas. Ese camino había sido hecho mucho antes de que Morgoth hubiera vuelto a la Tierra Media; y el que viajara por él llegaría hacia el este al Esgalduin, donde en los días del Sitio todavía se levantaba el puente de piedra de Iant Iaur. De allí avanzaría por Dor Dínen, la Tierra Silenciosa, y cruzando los Arossiach (que significa los vados del Aros), llegaría a las fronteras septentrionales de Beleriand, donde moraban los hijos de Fëanor.

Hacia el sur se extendían los bosques guardados de Doriath, morada de Thingol, el rey escondido, a cuyo reino nadie entraba, salvo que él lo quisiera. La parte septentrional, la menor, el bosque de Neldoreth, estaba limitada al este y al sur por el oscuro río Esgalduin, que se curvaba hacia el oeste internándose en la tierra; y entre el Aros y el Esgalduin se alzaban los bosques más densos y mayores de Region. En la orilla austral del Esgalduin, donde éste se desviaba al oeste hacia el Sirion, se encontraban las Cavernas de Menegroth; y toda Doriath estaba al este del Sirion, salvo una estrecha región boscosa entre el encuentro del Teiglin y del Sirion y las lagunas del Crepúsculo. Los habitantes de Doriath llamaban a este bosque Nivrim, la Frontera Occidental; grandes robles crecían allí, y también dentro de la Cintura de Melian, de modo que cierta parte del Sirion, que ella amaba por reverencia a Ulmo, estaba enteramente bajo el poder de Thingol.

Al sureste de Doriath, en donde el Aros une sus aguas con el Sirion, había grandes marjales y lagunas a ambos lados del río, que detenía allí su curso y se perdía en múltiples canales. Esa región se llamaba Aelinuial, las lagunas del Crepúsculo, porque estaba envuelta en neblinas, y el encantamiento de Doriath pendía sobre ella. Ahora bien, toda la parte septentrional de Beleriand descendía hacia el sur hasta este punto y luego era plana, durante un trecho, y el flujo del Sirion se demoraba. Pero al sur de Aelinuial la tierra descendía de súbito en una pronunciada pendiente; y todos los campos bajos del Sirion quedaban separados de los más altos por esta caída; y quien mirara desde el sur hacia el norte, creería ver una interminable cadena de colinas que venía desde el Eglarest, más allá del Narog al oeste, hacia Amon Ereb al este, que se alcanzaba a ver desde el Gelion. El Narog avanzaba entre estas colinas por una profunda garganta y fluía en rápidos, pero sin cascadas, y en la orilla oeste se alzaban las altas tierras boscosas de Taur-en-Faroth. En el lado occidental de esta garganta, donde la pequeña corriente espumosa del Ringwil se precipitaba en el Narog desde el Alto Narog, Finrod estableció Nargothrond. Pero a unas veinticinco leguas [121 kilómetros] al este de la garganta de Nargothrond, el Sirion caía desde el norte en una poderosa catarata bajo las lagunas, y luego se hundía súbitamente en múltiples canales subterráneos excavados por el paso de las aguas; y surgía otra vez a tres leguas [15 kilómetros] hacia el sur con gran estrépito y vapores, y atravesaba los arcos rocosos al pie de las colinas llamadas las Puertas del Sirion.

 

Esta catarata divisoria recibió el nombre de Andram, la Muralla Larga, desde Nargothrond hasta Ramdal, el Fin de la Muralla, en Beleriand Oriental. Pero al este se iba haciendo cada vez menos abrupta, pues el valle del Gelion descendía poco a poco hacia el sur, y en todo el curso del Gelion no había corrientes impetuosas ni cascadas, pero era siempre más rápido que el Sirion. Entre Ramdal y él no se levantaba una única colina de gran extensión y pendientes suaves, y aparentaba mayor poderío del que en realidad tenía, pues se encontraba sola; y esa colina se llamó Amon Ereb. En Amon Ereb murió Denethor, señor de los nandor que habitaban en Ossiriand; ellos fueron los que acudieron en ayuda de Thingol contra Morgoth cuando los orcos descendieron por primera vez en gran número y quebraron la paz iluminada de estrellas de Beleriand; y en esa colina habitó Maedhros después de la gran derrota. Pero al sur de la Andram, entre el Sirion y el Gelion, la tierra era salvaje, y estaba cubierta de enmarañados bosques, en los que nadie vivía, salvo aquí y allí algunos de los errantes elfos Oscuros; Taur-im-Duinath se la llamó, el bosque entre los ríos.

 

El Gelion era un gran río; y nacía en dos fuentes y tuvo en un principio dos brazos: el Gelion Menor, que venía de la colina de Himring, y el Gelion Mayor, que venía del monte Rerir. A partir del encuentro de los dos brazos, fluía hacia el sur por cuarenta leguas [193 kilómetros] antes de toparse con sus afluentes; y ya cerca del mar era dos veces más largo que el Sirion, aunque menos ancho y caudaloso, pues llovía menos en el este que en Hithlum y Dorthonion, de donde recibía el Sirion sus aguas. Desde Ered Luin fluían los seis afluentes del Gelion: Ascar (que se llamó después Rathlóriel), Thalos, Legolin, Brilthor, Duilwen y Adurant, rápidas corrientes turbulentas que se precipitan desde empinadas montañas; y entre el Ascar al norte y el Adurant al sur, y entre el Gelion y Ered Luin, se extendía amplia la verde tierra de Ossiriand, la Tierra de los Siete Ríos. Ahora bien, en el curso medio del Adurant, la corriente se dividía para luego volver a unirse; y la isla que las aguas cercaban se llamó Tol Galen, la Isla Verde. Allí moraron Beren y Lúthien después de su retorno.

En Ossiriand moraban los elfos verdes, protegidos por sus ríos; porque después del Sirion, Ulmo amaba al Gelion por sobre todas las aguas del mundo occidental. Tal era la capacidad de los elfos de Ossiriand para vivir en los bosques, que un forastero podría atravesar estas tierras de extremo a extremo sin haber visto a uno solo. Vestían de verde en primavera y verano, y el sonido de sus cantos alcanzaba a oírse aún a través de las aguas del Gelion; fue así que los noldor llamaron a esa tierra Lindon, la tierra de la música, y a las montañas de más allá las llamaron Ered Lindon, porque las vieron por primera vez desde Ossiriand.

Puertas del Sirion por Ted Nasmith

 

Al este de Dorthonion las fronteras de Beleriand estaban más expuestas al ataque, y sólo unas colinas de poca altura guardaban el valle del Gelion desde el norte. En esa región, en la Frontera de Maedhros y en las tierras de más atrás, vivían los hijos de Fëanor con mucha gente; y sus jinetes cabalgaban a menudo por la planicie septentrional, Lothlann, vasta y desierta, al este de Ard-Galen, por temor de que Morgoth intentara atacar Beleriand Oriental. La principal ciudadela de Maedhros se levantaba en la colina de Himring, la Siempre Fría; y era ancha, desprovista de árboles y plana en la cumbre, rodeada de múltiples colinas menores. Entre Himring y Dorthonion había un paso, excesivamente empinado hacia el oeste, y era ese el Paso de Aglon, una puerta que llevaba a Doriath; y un viento crudo soplaba por él desde el norte. Pero Celegorm y Curufin fortificaron Aglon y lo sostuvieron con gran vigor, y también las tierras de Himlad al sur, entre el río Aros que nacía en Dorthonion y su afluente el Celon, que venía de Himring.

Entre los brazos del Gelion se encontraba el fuerte de Maglor, y aquí las colinas desaparecían por completo; por allí entraron los orcos en Beleriand Oriental antes de la Tercera Batalla. Por tanto los noldor guardaban con grandes fuerzas de caballería las llanuras de ese sitio; y el pueblo de Caranthir fortificó las montañas al este de la hondonada de Maglor. Allí el monte Rerir, y muchas montañas menores alrededor, se destacaban de la cadena principal de Ered Lindon hacia el oeste; y en el ángulo de Rerir con Ered Lindon había un lago sombreado por montañas desde todos los lados, salvo el sur. Era ése el lago Helevorn, profundo y oscuro, y junto a él moraba Caranthir; pero a todas las vastas tierras entre el Gelion y las montañas, y entre Rerir y el río Ascar, los noldor las llamaron Thargelion, que significa la Tierra de más allá del Gelion, o Dor Caranthir, la Tierra de Caranthir; y allí fue donde los noldor encontraron por primera vez a los enanos. Pero Thargelion fue llamada antes por los elfos grises Talath Rhúnen, el valle Oriental.

Así pues, los hijos de Fëanor bajo la égida de Maedhros eran los señores de Beleriand Oriental, pero su pueblo en ese tiempo se encontraba sobre todo al norte de la tierra, y hacia el sur sólo cabalgaban para cazar en los bosques verdes. Pero allí moraban Amrod y Amras, y no fueron mucho al norte mientras duró el Sitio; y también por allí cabalgaban a veces otros señores de los elfos, aun recorriendo largas distancias, porque la tierra era salvaje, pero muy hermosa. De ellos Finrod Felagund era quien lo hacía con mayor frecuencia, pues amaba ir de un lado a otro, y llegaba aún a Ossiriand, y se ganó la amistad de los elfos verdes. Pero ninguno de los noldor fue nunca a Ered Lindon mientras el reino se sostuvo, y las noticias de lo que pasaba en las regiones del este eran escasas y llegaban tarde a Beleriand.

 


V.DE LOS NOLDOR EN BELERIAND

 

EL SILMARILLION

Se dijo que con la guía de Ulmo, Turgon de Nevrast descubrió el valle escondido de Tumladen, que se extendía al este de las aguas superiores del Sirion (como se supo luego), en un anillo de montañas altas y escarpadas, y ninguna criatura llegaba allí salvo las águilas de Thorondor. Pero había un camino profundo bajo las montañas, excavado en la oscuridad del mundo por las aguas que iban a unirse a las corrientes del Sirion; y este camino encontró Turgon, y así llegó a la llanura verde en medio de las montañas, y vio la colina-isla que se levantaba allí de piedra lisa y dura; pues el valle había sido un gran lago en días antiguos. Entonces Turgon supo que había encontrado el lugar que deseaba, y decidió edificar allí una hermosa ciudad en memoria de Tirion sobre Túna; pero regresó a Nevrast, y permaneció allí en paz, aunque siempre meditaba en cómo podría llevar a cabo lo que se había propuesto.

Ahora bien, después de la Dagor Aglareb, a Turgon le volvió la inquietud que Ulmo le había puesto en el corazón, y convocó a muchos de los más osados y hábiles de los suyos, y los condujo en secreto al valle escondido, y allí empezaron la construcción de la ciudad que había concebido Turgon; y montaron guardia alrededor para que nadie los sorprendiese desde fuera, y el poder de Ulmo en el Sirion los protegía. Pero Turgon continuó residiendo en Nevrast, hasta que por fin la ciudad estuvo por completo edificada, al cabo de cincuenta y dos años de trabajos ocultos. Se dice que Turgon había decidido llamarla Ondolindë en la lengua de los elfos de Valinor, la Roca de la Música de las Aguas, pues había fuentes en la colina; pero en la lengua sindarin el nombre cambió, y se convirtió en Gondolin, la Roca Escondida. Entonces Turgon se preparó a partir de Nevrast y abandonar los recintos de Vinyamar junto al mar; y allí Ulmo se le presentó otra vez, y le habló, y dijo: —Irás ahora por fin a Gondolin, Turgon; y mantendré yo mi poder en el valle del Sirion, y en todas las aguas que allí hay, de modo tal que nadie advierta tu marcha, ni nadie encuentre la entrada escondida si tú no lo quieres. Más que todos los reinos de los eldalië soportará Gondolin contra Melkor. Pero no ames con exceso la obra de tus manos y las concepciones de tu corazón; y recuerda que la verdadera esperanza de los noldor está en el Occidente y viene del mar.

Y Ulmo le advirtió a Turgon que también él estaba sometido a la Maldición de Mandos, y que no tenía poder para anularla. Dijo: —Puede que el Hado de los noldor te alcance también a ti antes del fin, y que la traición despierte dentro de tus muros. Habrá entonces peligro de fuego. Pero si este peligro acecha en verdad entonces vendrá a alertarte uno de Nevrast, y de él, más allá de la ruina y del fuego, recibiréis esperanzas los elfos y los hombres. Por tanto, deja en esta casa unas armas y una espada para que él las encuentre, y de ese modo lo conocerás y no serás engañado—. Y Ulmo le declaró a Turgon de qué especie y tamaño tenían que ser el yelmo y la cota de malla y la espada que dejaría en la ciudad.

Entonces Ulmo volvió al mar, y Turgon reunió a todos los suyos, aún a una tercera parte de los noldor de Fingolfin, y a una hueste todavía mayor de los sindar; y compañía tras compañía se alejaron en secreto bajo las sombras de Ered Wethrin, y llegaron sin ser vistos a Gondolin, y nadie supo a dónde habían ido. Y por último Turgon se puso también en camino, y fue con los de su casa en silencio por entre las colinas, y pasó por las puertas de las montañas, que se cerraron tras él.

Por muchos largos años nadie entró por allí salvo sólo Húrin y Huor; y las huestes de Turgon no volvieron a aparecer hasta el Año de la Lamentación, después de transcurridos trescientos cincuenta años y más todavía. Pero detrás del círculo de las montañas el pueblo de Turgon creció y medró, y trabajó sin descanso, de modo que Gondolin de Amon Gwareth llegó a ser realmente hermosa y digna de compararse aún con Tirion de los elfos, más allá del mar. Elevados y blancos eran los muros, y pulidas las escaleras, y alta y poderosa la Torre del Rey. Allí refulgían las fuentes y en los patios de Turgon se alzaban imágenes de los Árboles de antaño, que el mismo Turgon talló con élfica artesanía; y el árbol que hizo de oro se llamó Glingal, y el árbol cuyas flores hizo de plata se llamó Belthil. Pero más hermosa que todas las maravillas de Gondolin era Idril, la hija de Turgon, que fue llamada Celebrindal, la de los Pies de Plata, y sus cabellos eran como el oro de Laurelin antes de la llegada de Melkor. Así vivió largo tiempo Turgon en serena felicidad, pero en la desolada Nevrast nadie habitó hasta la ruina de Beleriand. Ahora bien, mientras la ciudad de Gondolin se construía en secreto, Finrod Felagund trabajaba en los sitios profundos de Nargothrond; pero Galadriel, su hermana, moraba como se dijo en el reino de Thingol en Doriath. Y a veces Melian y Galadriel hablaban juntas de Valinor y de la dicha de antaño; pero los relatos de Galadriel no iban nunca más allá de la hora oscura de la muerte de los Árboles. Y Melian dijo en una ocasión: —Hay una pena secreta en ti y en los tuyos. Eso puedo verlo, pero todo lo demás está oculto para mí; porque ni con los ojos ni con el pensamiento veo nada de lo que sucedió o sucede en el Occidente: una sombra pende sobre toda la tierra de Aman, que se extiende hasta el océano. ¿Por qué no me dices más?

—Porque esa pena pertenece al pasado—dijo Galadriel y acepto de buen grado cualquier alegría que haya aquí, sin recuerdos que me perturben. Y quizá nos aguardan otras pesadumbres, aunque parezca que aún brilla la esperanza.

Entonces Melian la miró a los ojos y le dijo: —No creo que los noldor vinieran como mensajeros de los valar, como se dijo al principio: no, aunque llegaran a la hora precisa de nuestra necesidad. Porque no hablan nunca de los valar, ni ninguno de esos altos señores han traído mensaje alguno a Thingol, ni de Manwë ni de Ulmo, ni siquiera de Olwë, el hermano del rey, y de su propio pueblo que se hizo a la mar. ¿Por qué motivo, Galadriel, las altas gentes de los noldor fueron expulsadas de Aman como exiliados? O ¿qué mal pesa sobre los hijos de Fëanor, para que se muestren tan altivos y feroces? ¿No me acerco a la verdad?

—Te acercas—dijo Galadriel—, pero no fuimos expulsados, y partimos porque así lo quisimos nosotros, y en contra de la voluntad de los valar. Y aunque con gran peligro y a despecho de los valar, con este propósito vinimos: para vengarnos de Morgoth y recuperar lo que se robó.

Entonces le habló Galadriel a Melian de los Silmarils, y del asesinato del rey Finwë en Formenos; aunque no dijo una palabra acerca del Juramento, ni de la Matanza de los Hermanos, ni del incendio de las naves en Losgar. Pero Melian dijo: —Mucho me dices ahora y, sin embargo, adivino más todavía. Una sombra arrojas sobre el largo camino desde Tirion, pero veo allí un mal del que Thingol tendría que estar enterado.

—Quizá—dijo Galadriel—, pero no por mí.

Y Melian ya no siguió hablando de estas cosas con Galadriel; pero le contó al rey Thingol lo que había oído acerca de los Silmarils. —Este es asunto de gran importancia—dijo—, más todavía de lo que sospechan los noldor; pues la Luz de Aman y el destino de Arda están encerrados ahora en esos artificios de Fëanor, que se ha ido. Y digo ahora que no serán recuperados por poder alguno de los eldar; y las batallas devastarán el mundo antes de que le sean arrebatados a Morgoth. ¡Tenlo en cuenta! Han matado a Fëanor y a muchos otros, sospecho; pero antes que ninguna otra muerte provocada por Morgoth, ahora o en el futuro, ocurrió la de Finwë, tu amigo. Morgoth lo mató antes que partiera de Aman.

Entonces Thingol guardó silencio, lleno de dolor y malos presagios; pero luego dijo: —Entiendo al fin ahora lo que tanto me había intrigado: por qué vinieron los noldor desde Occidente. No acudieron en nuestra ayuda (salvo por azar); porque a aquellos que permanecen en la Tierra Media, los valar dejarán librados a sus propios recursos, hasta que conozcan la necesidad más extrema. Para vengarse y recuperar lo robado han venido los noldor. Y sin embargo, y por la misma razón, tendrían que ser nuestros aliados más seguros, pues a nadie se le ocurriría que lleguen a pactar con Morgoth.

Pero Melian dijo: —En verdad, por esas causas han venido; pero también por otras. ¡Cuídate de los hijos de Fëanor! La sombra de la ira de los valar pende sobre ellos; y han hecho daño, según entiendo, tanto en Aman como contra los de su propio linaje. Hay un dolor, aunque ahora esté adormecido, entre todos los príncipes de los noldor.

Y Thingol respondió: —No sé si eso me concierne. De Fëanor sólo me han llegado noticias, y todas lo engrandecen por cierto. Y de los hijos de Fëanor poco oigo que me complazca; no obstante, es probable que sean los más mortales enemigos de nuestro común enemigo.

—Las espadas y los consejos de los noldor serán siempre de doble filo—dijo Melian; y ya no hablaron más de este asunto.

 

 No transcurrió mucho antes de que los sindar empezaran a hablar en voz baja entre ellos de los hechos de los noldor antes que llegaran a Beleriand. Sobre el origen de estos rumores no cabe ninguna duda, y la triste verdad fue disfrazada y envenenada con engaños, pero los sindar eran todavía inocentes y confiaban en las palabras, y (como bien puede entenderse) la malicia de Morgoth los escogió como víctimas propiciatorias, pues no lo conocían. Y Círdan, al escuchar estos relatos sombríos, se sintió perturbado; pues era de buen juicio, y comprendió en seguida que verdaderos o falsos, era la malicia quien los difundía en aquel momento, y la atribuyó a los celos que separaban a las distintas casas de los noldor. Por tanto envió mensajeros a Thingol para comunicarle lo que había oído.

Ocurrió que por ese entonces los hijos de Finarfin eran otra vez huéspedes de Thingol, pues deseaban ver a la hermana de ellos, Galadriel. Entonces Thingol, muy conmovido, le habló con enfado a Finrod diciendo: —Has obrado mal conmigo, hermano, al ocultarme asuntos de tanta importancia. Pues acabo de enterarme de todas las malas acciones de los noldor.

Pero Finrod respondió: —¿De qué modo he obrado mal contigo? ¿Y qué daño te han hecho los noldor que tanto te apena? Nunca pensaron o hicieron nada malo, ni contra ti ni contra nadie de tu pueblo.

—Me maravilla, hijo de Eärwen—replicó Thingol—, que te hayas acercado así a la mesa de un hombre de tu linaje, con manos enrojecidas por la sangre de tus hermanos maternos, sin adelantar alguna defensa o buscar el perdón.

Entonces Finrod se sintió grandemente perturbado, pero guardó silencio, pues no podía defenderse, excepto acusando a otros príncipes de los noldor; y detestaba hacer algo semejante delante de Thingol. Pero en el corazón de Angrod el recuerdo de las palabras de Caranthir creció en amargura, y exclamó: —Señor, no sé qué mentiras habrás escuchado, ni por boca de quién; pero no hemos venido con las manos enrojecidas. Sin culpa hemos venido, salvo quizá de locura, a escuchar las palabras del feroz Fëanor, que nos aletargaron, como si un vino nos hubiera embriagado, y también sólo por un momento. Ningún mal cometimos en el camino, pero en cambio lo sufrimos nosotros; perdónanos. Por esto se nos acusa de que venimos aquí con cuentos, y de que hemos traicionado a los noldor: falsamente como lo sabes, porque de nuestra lealtad no te hemos hablado, y de ese modo nos hemos ganado tu enojo. Pero ahora ya no es posible soportar estas acusaciones y sabrás la verdad.

Entonces Angrod habló con amargura contra los hijos de Fëanor, de la sangre derramada en Alqualondë, y de la Maldición de Mandos, y del incendio de las naves en Losgar. Y exclamó: —¿Por qué a nosotros, que soportamos el Hielo Crujiente, han de llamarnos traidores y asesinos de hermanos?

—No obstante, la sombra de Mandos pesa también sobre vosotros—dijo Melian. Pero Thingol calló largo tiempo antes de hablar: —¡Idos ahora!—dijo—. Pues tengo un peso en el corazón. Más tarde podréis regresar si queréis; porque no os cerraré mis puertas para siempre, ya que fuisteis atraídos a la trampa de un mal que no buscasteis. No me apartaré tampoco del pueblo de Fingolfin, pues han expiado con amargura el mal que cometieron. Y nuestro odio al Poder que provocó toda esta aflicción apagará todas las quejas. Pero ¡escuchad mis palabras! ¡Nunca otra vez quiero oír la lengua de los que mataron a mi gente en Alqualondë! Ni nadie la hablará abiertamente en el reino, mientras dure mi poder. Esta orden alcanzará a todos los sindar: no hablarán la lengua de los noldor, ni responderán a ella cuando la oigan. Y todos los que la empleen serán considerados asesinos de hermanos y traidores incontritos.

Entonces los hijos de Finarfin se alejaron de Menegroth con el corazón apesadumbrado, pues entendieron que las palabras de Mandos serían siempre ciertas, y que los noldor que habían seguido a Fëanor no podían escapar de la sombra que pendía sobre ellos. Y así ocurrió tan pronto como hubo hablado Thingol; pues los sindar que lo oyeron rechazaron desde entonces en todo Beleriand la lengua de los noldor, y evitaban a quienes la hablaban en alta voz; pero los exiliados adoptaron la lengua sindarin en la vida cotidiana, y la alta lengua del Occidente solo fue hablada por los señores de los noldor y entre ellos. No obstante, esa lengua sobrevivió siempre como el lenguaje del conocimiento, en cualquier lugar en que habitara algún noldor.

Sucedió al fin que Nargothrond estuvo del todo edificada (y Turgon vivía aún en los recintos de Vinyamar), y los hijos de Finarfin se reunieron allí para celebrar una fiesta; y Galadriel vino de Doriath y permaneció un tiempo en Nargothrond. Ahora bien, el rey Finrod Felagund no tenía esposa, y Galadriel le preguntó por qué; pero Finrod creyó tener una visión mientras ella hablaba y respondió: —También yo haré un juramento, y he de ser libre para cumplirlo y adentrarme en las tinieblas. Nada perdurará en mi reino que un hijo pueda heredar.

Pero se dice que esos pensamientos helados no lo habían dominado hasta entonces, pues en verdad él había amado a Amarië de los vanyar, quien no lo acompañó al exilio.

 


VI.DE MAEGLIN

 

EL SILMARILLION

Aredhel Ar-Feiniel, la blanca señora de los noldor, hija de Fingolfin, vivía en Nevrast con su hermano Turgon, y fue con él al reino escondido. Pero se cansó de la ciudad guardada de Gondolin, deseando más que nunca volver a cabalgar en las vastas tierras y andar por los bosques, como había sido su costumbre en Valinor; y cuando hubieron transcurrido doscientos años después de concluida la construcción de Gondolin, habló con Turgon y le pidió autorización para marcharse. Turgon se resistía a que se fuera, y durante mucho tiempo no lo consintió, pero por fin cedió, diciendo: —Ve, si ésa es tu voluntad, aunque se oponga a lo que me dicta mi buen juicio, y preveo que será para mal de los dos. Pero irás sólo en busca de Fingon, nuestro hermano; y los que envío contigo volverán a Gondolin tan de prisa como les sea posible.

Pero Aredhel dijo: —Soy tu hermana y no tu sirvienta, y más allá de tus confines iré tal como me parezca conveniente. Y si me escatimas una escolta, iré sola.

Entonces Turgon le respondió: —No te escatimo nada de lo que tengo. Empero, no deseo que nadie que viva fuera de mis muros conozca el camino hacia aquí; confío en ti, hermana mía, pero no en que otros mantengan la boca cerrada.

Y Turgon designó a tres señores de su casa para que cabalgaran junto con Aredhel, y les pidió que la llevaran al encuentro de Fingon, en Hithlum, si podían convencerla.

—Y sed precavidos—les dijo—, porque aunque Morgoth esté aún confinado en el norte, hay peligros en la Tierra Media que la señora no conoce. —Entonces Aredhel abandonó Gondolin y el corazón de Turgon quedó apesadumbrado.

Pero cuando ella llegó al vado de Brithiach en el río Sirion, les dijo a sus compañeros: —Doblad ahora hacia el sur, no hacia el norte, porque no iré a Hithlum; mi corazón prefiere ir al encuentro de los hijos de Fëanor, mis amigos de antaño—. Y como no pudieron disuadirla, doblaron hacia el sur, como ella) ordenaba, e intentaron ser admitidos en Doriath. Pero los guardianes de la frontera se opusieron; porque Thingol no quería que ninguno de los noldor cruzara la Cintura (salvo las gentes de la casa de Finarfin) y menos aún algún amigo de los hijos de Fëanor. Por este motivo los guardianes de la frontera le dijeron a Aredhel: —Para llegar a la tierra de Celegorm, a la que ahora vais, señora, no podéis de ninguna manera atravesar el reino del rey Thingol; tenéis que cabalgar más allá de la Cintura de Melian, hacia el sur o hacia el norte. El camino más rápido es por los senderos que conducen al este desde Brithiach a través de Dimbar y a lo largo de la frontera septentrional de este reino, y que después de cruzar el puente de Esgalduin y los vados del Aros entrar en las tierras de más allá de la colina de Himring. Allí viven, según lo creemos, Celegorm y Curufin, y puede que los encontréis; pero el camino es difícil.

Aredhel por Ted Nasmith

 

Entonces Aredhel se volvió y buscó el peligroso camino entre los valles encantados de Ered Gorgoroth y los cercados septentrionales de Doriath; y mientras se acercaban a la región maligna de Nan Dungortheb, unas sombras envolvieron a los jinetes, y Aredhel perdió a sus compañeros y se extravió.

Durante mucho tiempo la buscaron en vano, temiendo que hubiera caído en una trampa o hubiera bebido de las corrientes envenenadas de esa región; pero las criaturas salvajes de Ungoliant que moraban en los barrancos los persiguieron y apenas pudieron escapar con vida. Cuando por fin regresaron y contaron su historia, hubo gran dolor en Gondolin; y Turgon pasó largo tiempo solo, soportando en silencio la congoja y la cólera.

Pero Aredhel, después de haber buscado en vano a sus compañeros, siguió adelante, pues no tenía miedo y era de corazón animoso, como todos los hijos de Finwë; y sin desviarse del camino cruzó el Esgalduin y el Aros, y llegó a la tierra de Himlad entre el Aros y el Celon, donde vivían Celegorm y Curufin en aquellos días, antes de romperse el Sitio de Angband. No estaban allí en ese momento y cabalgaban con Caranthir hacia el este, en Thargelion; pero las gentes de Celegorm la recibieron con grandes honores y la invitaron a habitar entre ellos hasta el regreso del señor. Por un tiempo estuvo allí contenta, y disfrutaba paseando libremente por los bosques; pero como el año se prolongaba y Celegorm no regresaba, se sintió inquieta otra vez, y tomó como costumbre cabalgar sola, siempre más lejos, en busca de nuevos senderos y claros umbrosos y vírgenes. Así fue que al menguar el año, Aredhel llegó al sur de Himlad y cruzó el Celon; y antes de que se diera cuenta estaba atrapada en Nan Elmoth.

Eöl y Aredhel por Ted Nasmith


En ese bosque, en edades atrás, Melian iba de un lado a otro por el crepúsculo de la Tierra Media, cuando los árboles eran jóvenes y todo parecía envuelto en un sereno encantamiento. Pero ahora los árboles de Nan Elmoth eran los más altos y los más oscuros de toda Beleriand, y allí nunca llegaba el sol; y allí moraba Eöl, a quien llamaban el elfo oscuro. Era pariente de Thingol, pero se había sentido inquieto e incómodo en Doriath, y cuando la Cintura de Melian rodeó el bosque de Region, donde él vivía, escapó a Nan Elmoth. Allí habitó en la sombra profunda, enamorado de la noche y del crepúsculo bajo las estrellas. Evitaba a los noldor, pues los tenía por culpables del regreso de Morgoth, que había perturbado la quietud de Beleriand; pero le agradaban los enanos, más que a ningún otro de los elfos de antaño. Por él se enteraron los enanos de lo que había ocurrido en las tierras de los eldar.

Ahora bien, el tráfico de los enanos que bajaban de las montañas Azules seguía dos caminos a través de Beleriand Oriental, y el camino septentrional, que conducía a los vados del Aros, pasaba cerca de Nan Elmoth; y allí Eöl solía encontrarse con los naugrim; y cuando la amistad creció entre ellos, iba a veces invitado como huésped a las profundas mansiones de Nogrod o Belegost. Allí aprendió mucho sobre los trabajos en metal, en los que llegó a ser hábil en extremo, e inventó un metal tan duro como el acero de los enanos, pero tan maleable que podía hacerlo delgado y flexible; y sin embargo seguía siendo resistente a todas las espadas y dardos. Lo llamó galvorn, porque era negro y brillante como el azabache, y se vestía con él cada vez que salía. Pero Eöl, aunque encorvado por sus trabajos de herrero, de ningún modo era un enano, sino un elfo de elevada estatura, de la alta estirpe de los teleri, noble aunque ceñudo de cara; y con ojos capaces de traspasar las honduras de las sombras y los lugares oscuros. Y sucedió que vio a Aredhel Ar-Feiniel extraviada entre los árboles altos cerca de los bordes de Nan Elmoth, un resplandor blanco en la tierra en penumbra. Muy bella le pareció, y la deseó; y le echó un encantamiento para que no le fuera posible encontrar el camino de salida y se acercara cada vez más a donde él moraba, en las profundidades del bosque. Allí tenía su herrería y sus estancias oscuras y sus sirvientes, silenciosos y callados como él. Y cuando Aredhel, fatigada de errar, llegó por fin a las puertas de la casa de Eöl, él se le apareció y le dio la bienvenida y la hizo entrar en la casa. Y allí se quedó; porque Eöl la tomó como esposa; y transcurrió mucho tiempo antes de que algún pariente de Aredhel volviera a saber de ella.

No se dijo que Aredhel no estuviera del todo descontenta, ni que durante muchos años la vida en Nan Elmoth le fuera odiosa. Porque, aunque por orden de Eöl tuviera que evitar la luz del sol, erraban juntos muy lejos bajo las estrellas o a la luz de la luna menguante; también podía pasearse sola por donde quisiera, aunque Eöl le había prohibido que buscara a los hijos de Fëanor o a ningún otro de los noldor. Y Aredhel tuvo un hijo de Eöl en las sombras de Nan Elmoth, y le puso un nombre secreto en la lengua prohibida de los noldor, Lómion, que significa Hijo del Crepúsculo; pero el padre no le dio ningún nombre hasta que tuvo doce años. Lo llamó entonces Maeglin, que significa Mirada Aguda, pues advirtió que los ojos de su hijo eran más penetrantes que los de él, y que era capaz de leer los secretos de los corazones más allá de la niebla de las palabras.

 

A medida que Maeglin crecía, tenía cada vez más la cara y talla de los noldor, pero en temple y mente era el hijo de su padre. Parco en palabras, hablaba sólo cuando los asuntos le incumbían de cerca, y entonces su voz tenía el poder de convocar a quienes lo escuchaban y de derribar a quienes se le oponían. Era alto y de cabellos negros, y de ojos oscuros, brillantes y profundos como los ojos de los noldor, y de piel blanca. A menudo iba con Eöl a las ciudades de los enanos al este de Ered Lindon, y allí aprendía lo que estuvieran dispuestos a enseñarle, y sobre todo el arte de descubrir las vetas de los metales en las montañas.

Sin embargo, se cuenta que Maeglin amaba más a su madre, y que si Eöl salía, se quedaba sentado largo tiempo junto a ella, y escuchaba todo cuanto pudiera contarle de las gentes de su casa, y de las hazañas que habían llevado a cabo en Eldamar, y del poderío y el valor de los príncipes de la casa de Fingolfin. Todas estas cosas guardaba celosamente en el corazón, pero sobre todo lo que oía de Turgon, y de que no había heredero; pues su esposa, Elenwë, había muerto en el cruce del Helcaraxë, y no le quedaba otro hijo que la joven Idril Celebrindal.

Mientras contaba estas historias, se despertó en Aredhel el deseo de volver a ver a los suyos; y se maravilló de que se hubiera cansado de la luz de Gondolin, y de las fuentes al sol y las verdes hierbas de Tumladen bajo los cielos ventosos de la primavera; además, a menudo se sentía sola en las sombras cuando el hijo y el marido se ausentaban. De esas historias nacieron también las primeras disputas entre Maeglin y Eöl. Porque de ningún modo quiso Aredhel revelarle a Maeglin dónde habitaba Turgon, ni de qué manera se podía llegar allí, y él decidió esperar, confiando en que algún día le sonsacaría el secreto, o quizá pudiera leerle la mente desprevenida; pero antes que nada deseaba ver a los noldor y conversar con los hijos de Fëanor, sus parientes, que no vivían lejos.

 

Pero cuando declaró sus propósitos, Eöl entró en cólera. —Tú perteneces a la casa de Eöl, Maeglin, hijo mío—le dijo—, y no a la de Golodhrim. Toda esta tierra es la tierra de los teleri, y no tendré trato ni permitiré que mi hijo tenga trato con los asesinos de nuestros hermanos, los invasores y los usurpadores de nuestros hogares. En esto me obedecerás o te pondré en prisión—. Y Maeglin no le contestó, pero se mantuvo frío y silencioso, y ya no salió con Eöl; y Eöl desconfiaba de él.

Sucedió que en pleno estío, los enanos, como era su costumbre, invitaron a Eöl a una fiesta que se celebraría en Nogrod; y él se ausentó. Maeglin y su madre fueron libres por un tiempo de ir a donde se les antojara, y a menudo cabalgaron hasta los extremos del bosque en busca de la luz del sol; y en el corazón de Maeglin se encendió el deseo de abandonar Nan Elmoth para siempre. Por tanto le dijo a Aredhel: —Señora, partamos mientras podamos. ¿Qué esperanza hay en el bosque para vos y para mí? Estamos aquí prisioneros, y no encontraré en este sitio beneficio alguno; porque he aprendido todo lo que sabe mi padre, o lo que pueden revelarme los enanos. ¿No iremos a Gondolin? ¡Vos seréis mi guía, y yo vuestro guardián!

Entonces Aredhel se sintió complacida y contempló con orgullo a su hijo; y diciendo a los sirvientes de Eöl que iban en busca de los hijos de Fëanor, partieron y cabalgaron hacia el confín septentrional de Nan Elmoth. Allí cruzaron la estrecha corriente del Celon a la tierra de Himlad y cabalgaron hacia los vados de Aros, y luego hacia el oeste a lo largo de los cercados de Doriath.

 Ahora bien, Eöl volvió del este más pronto de lo previsto por Maeglin, y descubrió que su esposa y su hijo habían partido solo dos días atrás; y tan grande fue su cólera, que corrió tras ellos aún a la luz del día. Al entrar en Himlad, se dominó y fue más cauteloso, recordando el peligro que corría, pues Celegorm y Curufin eran poderosos señores que no amaban a Eöl, y Curufin, además, era de peligroso temple; pero los exploradores de Aglon habían descubierto la cabalgata de Maeglin y Aredhel hacia los vados del Aros, y Curufin, advirtiendo que días extraños se avecinaban, marchó hacia el sur desde el Paso y acampó cerca de los vados. Y antes de que Eöl se hubiera internado mucho en Himlad fue abordado por unos jinetes, y llevado luego ante el Señor Curufin.

Entonces le dijo Curufin a Eöl: —¿Qué os trae a mis tierras, elfo oscuro? Un asunto urgente, quizá, que expone a la luz del día a alguien que tanto esquiva el sol.

Y Eöl, conociendo el peligro en que se encontraba, retuvo las amargas palabras que le nacían en la mente. —He sabido, señor Curufin—dijo—, que mi hijo y mi esposa, la blanca señora de Gondolin, han ido a visitaros mientras yo me encontraba ausente de mi casa; y me pareció adecuado unirme a ellos en este cometido.

Entonces Curufin se rio de Eöl y dijo: —Quizás habrían encontrado la bienvenida menos cálida de lo esperado si vos los hubierais acompañado; pero no tiene importancia, porque no venían aquí. Hace dos días que han cruzado los Arossiach, y de allí cabalgaron rápidamente hacia el oeste. Parece que queréis engañarme; a no ser en verdad que vos mismo seáis el engañado.

Y Eöl respondió: —Entonces, señor, quizá me deis permiso para partir, y descubrir la verdad en este asunto.

—Tenéis mi permiso, pero no mi amor—dijo Curufin—Cuanto antes abandonéis esta tierra, tanto más estaré complacido.

Entonces Eöl montó su caballo diciendo: —Es afortunado, señor Curufin, encontrar a un pariente tan amable en momentos de necesidad. Lo recordaré cuando regrese—. Entonces Curufin miró sombrío a Eöl. —No ostentéis el título de vuestra esposa ante mí—dijo—. Porque los que roban a las hijas de los noldor y las desposan sin dote o autorización no ganan parentesco con los noldor. Os doy permiso para partir. Aprovechadlo e idos. De acuerdo con las leyes de los eldar, no puedo mataros en esta ocasión. Y este consejo añado: volved a vuestra morada en la oscuridad de Nan Elmoth; pues me advierte el corazón que si perseguís ahora a los que ya no os aman, nunca volveréis.

Entonces Eöl se alejó cabalgando de prisa, y lleno de odio por todos los noldor, pues comprendía ahora que Maeglin y Aredhel huían a Gondolin. Y llevado por la ira y la vergüenza de su humillación, cruzó los vados del Aros y se precipitó por el camino que ellos habían recorrido antes; pero aunque no sabían que él los seguía, montado en el corcel más rápido, Eöl no consiguió verlos antes que llegaran al Brithiach y dejaran allí los caballos. Los traicionó entonces la mala suerte, porque los caballos relincharon con fuerza, y el corcel de Eöl los oyó, y se apresuró hacia ellos; y Eöl vio desde lejos el blanco vestido de Aredhel y observó que iba en busca del sendero secreto en las montañas.

Ahora bien, Aredhel y Maeglin llegaron al Portal Exterior de Gondolin y la Guardia Oscura bajo las montañas; y allí ella fue recibida con alegría, y pasando por las Siete Puertas llegó con Maeglin ante Turgon sobre Amon Gwareth. Entonces el rey escuchó maravillado todo lo que Aredhel tenía que contar; y miró con agrado a Maeglin, el hijo de su hermana, viendo en él a un príncipe digno de contarse entre los noldor.

—Me alegro, en verdad, de que Ar-Feiniel haya regresado a Gondolin—dijo—, y ahora mi ciudad parecerá otra vez más hermosa que en los días en que daba a mi hermana por perdida. Y Maeglin tendrá los más grandes honores de mi reino.

Entonces Maeglin le hizo una profunda reverencia y tuvo a Turgon por rey y señor, y se le sometió; pero se mantuvo silencioso y alerta, porque la dicha y el esplendor de Gondolin sobrepasaban todo lo que había imaginado por las historias de su madre, y estaba asombrado ante la fortaleza de la ciudad y de los ejércitos, y las muchas cosas extrañas y hermosas que contemplaba. Sin embargo, nada atraía tanto su mirada como Idril, la hija del rey, que estaba sentada junto a él; porque era dorada como los vanyar, el linaje de su madre, y se parecía al sol, del que el palacio entero del rey recibía la luz.

Pero Eöl, siguiendo los pasos de Aredhel, encontró el río Seco y el sendero secreto y así, arrastrándose sigiloso, llegó a la guardia, y fue atrapado e interrogado. Y cuando la guardia oyó que reclamaba a Aredhel como esposa, se sorprendió y envió un rápido mensajero a la Ciudad; y fue a la estancia del rey.

—Señor—exclamó—, la guardia ha hecho prisionero a uno que ha llegado encubierto ante el Portal Oscuro. Dice llamarse Eöl, y es un elfo de alta talla, oscuro y ceñudo, de la parentela de los sindar; no obstante, reclama a la señora Aredhel como esposa, y pide que lo traigan ante vos. Es mucha su cólera, y cuesta contenerlo; pero no lo hemos matado, tal como vuestra ley lo exige.

Entonces Aredhel dijo: —¡Ay! Eöl nos ha seguido, como lo temía. Pero lo ha hecho con gran cuidado, pues no vimos ni oímos nada al entrar en el Camino Escondido—. Luego le dijo al mensajero: —No ha dicho sino la verdad. Él es Eöl y yo soy su esposa, y él es el padre de mi hijo. No lo matéis, sino traedlo ante el juicio del rey, si éste así lo dispone.

Y así se hizo; y Eöl fue llevado al palacio, y se mantuvo en pie ante el alto trono de Turgon, con una expresión torva y orgullosa. Aunque no estaba menos asombrado que su hijo ante todo cuanto veía, más le pesaban en el corazón la ira y el odio que sentía por los noldor. Pero Turgon lo trató con honores y se puso de pie y quiso tomarle la mano; y le dijo: —Bienvenido, mi pariente, pues por tal os tengo. Aquí moraréis a vuestro gusto, pero no abandonaréis mi reino; porque es mi ley que quien encuentre el camino a mi morada ya no podrá irse.

Pero Eöl retiró la mano. —No reconozco yo tu ley—dijo—. Ni vos ni ninguno de vuestro linaje tenéis derecho en esta tierra a apoderaros de reinos o poner límites en sitio alguno. Esta es la tierra de los teleri, a quienes traéis guerra e inquietud, y a los que tratáis siempre con orgullo e injusticia. Nada me importa de vuestros secretos y no vine a espiaros, sino a reclamar lo mío: mi esposa y mi hijo. No obstante, si cierto derecho tenéis a Aredhel, vuestra hermana, que ella se quede; que el pájaro vuelva a la jaula, donde pronto volverá a enfermar, como ya enfermó antes. Pero no Maeglin. A mi hijo no lo retendréis. ¡Ven, Maeglin, hijo de Eöl! Tu padre te lo ordena. ¡Abandona la casa de los enemigos y los asesinos de mis gentes, o seas maldito!—Pero Maeglin no respondió.

Entonces Turgon se sentó en su alto trono sosteniendo el cetro del juicio y habló con voz severa: —No discutiré con vos, elfo oscuro. Sólo las espadas de los noldor defienden vuestros bosques sin sol. La libertad que allí tenéis de errar libremente se la debéis a mi gente; si no fuera por ellos, hace ya tiempo que trabajaríais esclavizado en las mazmorras de Angband. Y aquí yo soy el rey; y lo queráis o no, mi juicio es inapelable. Sólo tenéis esta alternativa: vivir aquí o morir aquí; y lo mismo en lo que se refiere a tu hijo.

Entonces Eöl miró al rey Turgon a los ojos y no se intimidó, y permaneció erguido largo rato sin decir una palabra, y completamente inmóvil, mientras un rotundo silencio se hacía en la estancia; y Aredhel sintió miedo, pues sabía que Eöl era peligroso. De pronto, rápido como una víbora, Eöl sacó una jabalina que llevaba oculta bajo la capa y se la arrojó a Maeglin exclamando: —¡Elijo la segunda opción y también para mi hijo! ¡No retendréis aquello que me pertenece!

Pero Aredhel saltó delante del dardo, que la hirió en el hombro; y Eöl fue sometido por muchos, y encadenado, y llevado afuera, mientras otros asistían a Aredhel. Pero Maeglin observaba a su padre en silencio.

Eöl y Maeglin por Ted Nasmith


Se decidió que Eöl fuera llevado al día siguiente ante el rey para ser juzgado; y Aredhel e Idril inclinaron a Turgon a que se mostrara clemente. Pero al caer la tarde, Aredhel enfermó, aunque la herida no había parecido grave, y se hundió en la oscuridad, y a la noche murió; porque la punta de la jabalina estaba envenenada, aunque nadie lo supo hasta que fue demasiado tarde.

Por tanto, cuando Eöl fue llevado ante Turgon, no encontró clemencia; y lo condujeron al Caragdûr, un precipicio de piedra negra sobre la ladera norte de la colina de Gondolin, para arrojarlo desde los muros escarpados de la ciudad. Y Maeglin se encontraba allí y no decía nada; pero por fin Eöl gritó: —¡Así, pues, abandonas a tu padre y a tu gente, hijo mal nacido! Aquí fracasarán todas tus esperanzas, y que aquí tengas la misma muerte que yo.

Entonces arrojaron a Eöl por el Caragdûr, y así él perdió la vida, y a todos en Gondolin les pareció justo; pero Idril se sintió perturbada y desde ese día desconfió de Maeglin. Pero Maeglin prosperó y se engrandeció entre los gondolindrim, alabado por todos y alto en la estima de Turgon; porque si bien aprendía con ansiedad y rapidez todo cuanto estaba a su alcance, también tenía mucho que enseñar. Y reunió a su alrededor a todos los que se interesaban por la herrería y la minería; y exploró las Echoriath (que son las montañas Circundantes) y encontró ricos filones de metales diversos. Sobre todo apreció el duro hierro de la mina de Anghabar al norte de las Echoriath, y de allí obtuvo gran riqueza en acero y metal forjado, de modo que las armas de los gondolindrim se hacían cada vez más fuertes y afiladas; y eso les valió de mucho en los días por venir. Maeglin era de buen juicio, y precavido; y sin embargo también osado y valiente en la hora de la necesidad. Y eso se vio en días posteriores: porque cuando en el año terrible de las Nirnaeth Arnoediad, Turgon fue en ayuda de Fingon al norte, Maeglin no quiso quedarse en Gondolin como regente del rey, y marchó a la guerra y luchó junto a Turgon y se mostró feroz y temerario en la batalla.

De manera que todo parecía favorecer la fortuna de Maeglin, que había llegado a ser poderoso entre los príncipes de los noldor, y el más grande, excepto uno solo, entre los de mayor renombre en los reinos. Sin embargo, no revelaba lo que tenía en el corazón; y aunque no todo iba como él lo había querido, lo soportaba en silencio, ocultando su mente de manera que pocos podían leer en ella, excepto Idril Celebrindal. Porque desde que llegara a Gondolin, Maeglin tenía una pena que se le hacía cada vez más dura y lo privaba de toda alegría: amaba la belleza de Idril y la deseaba sin esperanzas. Los eldar no se desposaban con parientes tan cercanos, ni tampoco nadie lo había deseado antes. Pero sea como fuere, Idril no quería a Maeglin; y conociendo cómo pensaba él en ella, lo quería todavía menos. Porque le parecía una cosa extraña y perversa en él, como en verdad siempre en adelante les pareció a los eldar: un fruto maligno de la Matanza de los Hermanos, por la que la sombra de la Maldición de Mandos cayó sobre la última esperanza de los noldor. Pero al paso de los años Maeglin continuaba observando a Idril, y aguardaba, y el amor se le ennegreció en el corazón. Y tanto más intentaba imponerse en otros asuntos, sin esquivar faena ni peso, si de ese modo ganaba en poder.

Así sucedía en Gondolin; y en medio de toda la dicha de ese reino, en días todavía de gloria, se había sembrado allí una oscura semilla maligna.

 


VII.DE LA LLEGADA DE LOS HOMBRES AL OCCIDENTE

 

EL SILMARILLION

Cuando trescientos años y aún más hubieron transcurrido desde la llegada de los noldor a Beleriand, en los días de la Larga Paz, Finrod Felagund, señor de Nargothrond, viajó al este del Sirion y fue de caza con Maglor y Maedhros, hijos de Fëanor. Pero se fatigó de la caza y se encaminó solo a las montañas de Ered Lindon, que vio resplandecer a lo lejos, y tomando el Camino de los Enanos, cruzó el Gelion por el vado de Sarn Athrad, se volvió hacia el sur por encima de las corrientes superiores del Ascar, y llegó al norte de Ossiriand.

En un valle al pie de las montañas, bajo las fuentes del Thalos, vio luces en la noche, y oyó a la distancia el sonido de una canción. Esto le sorprendió, pues los elfos verdes de esa tierra no hacían fogatas ni cantaban en la oscuridad. En un principio temió que una incursión de orcos hubiera llegado desde el norte, pero al acercarse vio que no era así; porque aquellas gentes cantaban en una lengua que nunca había escuchado antes y no era la de los enanos ni la de los orcos. Entonces Felagund, silencioso en la sombra nocturna de la floresta, miró hacia abajo donde estaba el campamento y vio un pueblo extraño.

Ahora bien, era éste parte del linaje y de los seguidores de Bëor el Viejo, como se lo llamó después, un cacique de hombres. Al cabo de muchas vidas de errar desde el este, los había conducido por fin por sobre las montañas Azules, los primeros de la raza de los hombres en penetrar en Beleriand; y cantaban porque estaban alegres y creían haber escapado a todos los peligros y llegado a una tierra donde no había por qué tener miedo.

Durante mucho tiempo los observó Felagund, y un amor por ellos se le encendió en el corazón; pero permaneció oculto entre los árboles hasta que todos se quedaron dormidos. Entonces fue entre ellos y se sentó junto al fuego mortecino donde nadie vigilaba; y tomó un arpa rústica que Bëor había dejado a un lado, y tocó en ella una música tal como nunca la habían escuchado los oídos de los hombres; porque en este arte no habían tenido hasta entonces maestros, salvo sólo los elfos oscuros en las tierras salvajes.

Felagund y los hombres por Ted Nasmith

 

Entonces los hombres despertaron y escucharon a Felagund que tocaba el arpa y cantaba, y cada cual creyó que estaba en un hermoso sueño, hasta que vio que los demás estaban también despiertos junto a Felagund; pero no hablaron ni se movieron mientras él siguió tocando, a causa de la belleza de la música y la maravilla de la canción. Había sabiduría en las palabras del rey elfo, y los corazones que lo escuchaban se volvían a su vez más sabios; porque las cosas que cantaba, la hechura de Arda y la beatitud de Aman más allá del mar, aparecían como claras visiones delante de los ojos de los hombres, y cada uno de ellos interpretaba el lenguaje élfico de acuerdo con su propia medida.

Así fue que los hombres llamaron al rey Felagund, el primero que conocieron de todos los eldar, Nóm, esto es, Sabiduría en la lengua de ese pueblo, y a las gentes del rey les dieron el nombre de nómin, los sabios. En verdad, creyeron en un principio que Felagund era uno de los valar, de quienes habían oído decir que vivían lejos en el Occidente; y que esto (decían algunos) era la causa de que hicieran tantos viajes. Pero Felagund se quedó a vivir con los hombres y les enseñó verdaderos conocimientos, y ellos lo amaron, y lo tomaron por señor, y fueron siempre fieles a la casa de Finarfin.

Ahora bien, los eldar, más que ningún otro pueblo, eran hábiles para las lenguas; y Felagund descubrió también que podía leer en las mentes de los hombres los pensamientos que deseaban revelar en el discurso, de modo que interpretaba fácilmente todo lo que ellos decían. También se cuenta que estos hombres tenían trato desde hacía ya mucho con los elfos oscuros, al este de las montañas, y que de ellos habían aprendido gran parte de la lengua élfica; y como todas las lenguas de los quendi tenían un único origen, la lengua de Bëor y de su gente se asemejaba a la élfica en muchas palabras y modos. No pasó mucho tiempo sin que Felagund pudiera conversar sin dificultad con Bëor; y mientras habitó con él hablaron mucho juntos. Pero cuando lo interrogó acerca del despertar de los hombres y de los viajes que habían hecho, Bëor dijo muy poco; y en verdad poco era lo que sabía, porque los más viejos de entre ellos nunca habían contado historias del pasado, y un silencio había caído sobre la memoria de los hombres. —Hay una oscuridad detrás de nosotros—dijo Bëor—, y le hemos dado la espalda, y no deseamos volver allí ni siquiera con el pensamiento. Al Occidente se han vuelto nuestros corazones, y creemos que allí encontraremos la Luz.

Pero se dijo después entre los eldar que cuando los hombres despertaron en Hildórien al levantarse el sol, los espías de Morgoth vigilaban, y él pronto se enteró, y esto le pareció asunto de tanta importancia, que abandonó en secreto Angband al abrigo de las sombras y se dirigió a la Tierra Media, dejando a Sauron el mando de la Guerra. De los tratos de él con los hombres, nada sabían por ese entonces los eldar, y de poco se enteraron después; pero que había una oscuridad en el corazón de los hombres (como la sombra de la Matanza de los Hermanos y la Maldición de Mandos que pesaba entre los noldor) lo advirtieron claramente aún en el pueblo de los amigos de los elfos, a quienes vieron por primera vez. Corromper o destruir todo lo que pareciese nuevo y hermoso fue siempre el principal deseo de Morgoth; y sin duda esto era lo que se proponía: por el miedo y la mentira hacer de los hombres los enemigos de los eldar, y llevarlos desde el este contra Beleriand. Pero este plan maduró lentamente, y nunca fue llevado a cabo por entero, pues los hombres (se dice) eran al principio muy escasos en número, mientras que Morgoth temía el creciente poder y la unión de los eldar y volvió a Angband, dejando atrás en esa ocasión unos pocos servidores, y los de menos poder y astucia.

Por Bëor supo Felagund que había otros muchos hombres de mente parecida que también viajaban hacia el oeste. —Otros de mi propio linaje han cruzado las montañas—dijo—y yerran no muy lejos; y los haladin, un pueblo del que estamos divididos por la lengua, están todavía en los valles de las laderas orientales, a la espera de nuevas antes de aventurarse más. Hay todavía otros hombres cuya lengua se parece más a la nuestra, con los que mantenemos trato en ocasiones. Se nos habían adelantado en la marcha hacia el oeste, pero al fin los dejamos atrás; porque son un pueblo numeroso, pero se mantienen unidos y avanzan lentamente, y a todos los rige un único cacique, al que llaman Marach.

Ahora bien, la llegada de los hombres perturbó a los elfos verdes de Ossiriand, y cuando oyeron que un señor de los eldar de más allá del mar se encontraba con ellos, enviaron mensajeros a Felagund.

—Señor—le dijeron—, si tenéis poder sobre estos recién llegados, decidles que vuelvan por el camino que los trajo aquí, o de lo contrario que sigan adelante. Porque en esta tierra no queremos forasteros que quebranten la paz en que vivimos. Y esa gente son taladores de árboles y cazadores de bestias; por tanto, no somos amigos, y si no parten, les haremos todo el daño que podamos.

Entonces, por consejo de Felagund, Bëor reunió a todas las familias errantes del mismo linaje, y cruzaron el Gelion, y eligieron por morada las tierras de Amrod y Amras, en las orillas orientales del Celon, al sur de Nan Elmoth, cerca de los confines de Doriath; y el nombre de esa tierra fue en adelante Estolad, el Campamento. Pero cuando hubo transcurrido un año, Felagund deseó volver a su propio país y Bëor le pidió permiso para acompañarle; y estuvo al servicio del rey de Nargothrond mientras vivió. De este modo obtuvo el nombre de Bëor, aunque antes lo habían llamado Balan; porque Bëor significa «vasallo» en su propia lengua. El gobierno de su pueblo lo encomendó a su hijo mayor, Baran; y no regresó nunca a Estolad.

 

Poco después de la partida de Felagund, los otros hombres de los que había hablado Bëor también llegaron a Beleriand. Primero vinieron los haladin; pero al tropezar con la hostilidad de los elfos verdes, se dirigieron al norte y vivieron en Thargelion, en el país de Caranthir hijo de Fëanor; allí tuvieron paz por un tiempo, y el pueblo de Caranthir les prestaba escasa atención. Al año siguiente Marach condujo a su pueblo por sobre las montañas; eran gente de alta talla y aspecto guerrero, que marchaba en compañías ordenadas, y los elfos de Ossiriand se escondieron de ellos. Pero Marach, al oír que el pueblo de Bëor moraba en una tierra verde y fértil, descendió por el Camino de los Enanos, y se asentó en el país al sur y al este de la morada de Baran hijo de Bëor; y hubo una gran amistad entre esos pueblos.

Felagund, por su parte, volvió con frecuencia a visitar a los hombres; y muchos otros elfos de las tierras occidentales, tanto noldor como sindar, viajaron a Estolad, pues querían ver a los edain, cuya llegada se había predicho hacía ya mucho tiempo. Ahora bien, atani, el segundo pueblo, era el nombre que habían dado a los hombres en Valinor, en las historias que hablaban de su llegada; pero en la lengua de Beleriand se los llamó edain, y allí se lo empleó sólo para designar a los tres linajes de los amigos de los elfos.

Fingolfin, como rey de todos los noldor, les envió mensajeros de bienvenida; y entonces muchos de los hombres de los edain, jóvenes y ansiosos, fueron y se pusieron al servicio de los reyes y los señores de los eldar. Entre ellos estaba Malach hijo de Marach, y vivió en Hithlum durante catorce años; y aprendió la lengua élfica y se le dio el nombre de Aradan.

Los edain no vivieron mucho tiempo contentos en Estolad, pues muchos deseaban continuar avanzando hacia el oeste; aunque no conocían el camino. Ante ellos se extendía la cerca de Doriath, y hacia el sur estaba el Sirion, de marjales impenetrables. Por tanto, los reyes de las tres casas de los noldor, viendo esperanzas de fuerza en los hijos de los hombres, enviaron a decir que cualquiera de los edain que lo deseara podía ir a vivir con los noldor. Así empezó la migración de los edain: en un principio, poco a poco, pero luego en familias y casas se pusieron en camino y abandonaron Estolad, hasta que al cabo de unos cincuenta años muchos millares habían penetrado en las tierras de los reyes. Algunos de ellos tomaron el largo camino hacia el norte, hasta que conocieron bien todas las sendas. El pueblo de Bëor llegó a Dorthonion y vivió en las tierras regidas por la casa de Finarfin. El pueblo de Aradan (pues Marach, el padre, se quedó en Estolad hasta su muerte) marchó casi todo hacia al oeste; y algunos llegaron a Hithlum, pero Magor hijo de Aradan, y muchos del pueblo fueron por el Sirion abajo hasta Beleriand y vivieron un tiempo en los valles de las laderas australes de Ered Wethrin.

Se dice que en relación con todos estos asuntos, nadie, excepto Finrod Felagund, consultó con el rey Thingol, y éste se sintió insatisfecho por esta razón, también porque tenía malos sueños acerca del advenimiento de los hombres, aún antes de que se supiera algo de ellos. Por tanto, ordenó que los hombres nunca dispusiesen de tierras en las que vivir, excepto en el norte, y que los príncipes a los que servían serían responsables de todo lo que los hombres hicieran; y dijo: —En Doriath no entrará hombre alguno mientras dure mi reino, ni siquiera aquellos de la casa de Bëor que sirven a Finrod, el bienamado. —Melian no dijo nada en esa ocasión, pero más tarde le habló a Galadriel: —Ahora el mundo gira rápidamente al encuentro de grandes nuevas. Y uno de los hombres, y de la casa de Bëor, vendrá por cierto, y la Cintura de Melian no lo estorbará, pues lo enviará un hado más grande que mi poder; y los cantos que nazcan de esa venida sobrevivirán aun cuando la Tierra Media haya cambiado.

Pero muchos hombres permanecieron en Estolad, y había un pueblo de distintas gentes viviendo allí al cabo de muchos años, hasta que fueron aplastados en la ruina de Beleriand o huyeron de nuevo hacia el este. Porque además de los viejos que creían haber dejado atrás los años de migración, había no pocos que deseaban seguir su propio camino, y temían a los eldar de ojos fulgurantes; y hubo entonces disensiones entre los edain, en las que se advierte la sombra de Morgoth, porque por cierto ya estaba enterado de la llegada de los hombres a Beleriand y de la creciente amistad que tenían con los elfos.

Los que encabezaban el descontento eran Bereg de la casa de Bëor, y Amlach, nieto de Marach; y decían abiertamente: —Emprendimos largos caminos deseando escapar de los peligros de la Tierra Media y las oscuras criaturas que allí habitan; porque habíamos oído que había Luz en el Oeste. Pero nos dicen ahora que la Luz está más allá del mar. No nos es posible llegar allí, donde moran dichosos los dioses. Salvo uno; porque el Señor de la Oscuridad está aquí delante de nosotros; y los eldar, sabios aunque fieros, libran contra él una guerra infinita. Mora en el norte, dicen; y allí encontraríamos otra vez el dolor y la muerte de los que hemos huido. No iremos en esa dirección.

Entonces se convocó un consejo y una asamblea de hombres que acudieron en gran número. Y los amigos de los elfos respondieron a Bereg diciendo: —En verdad, del Rey Oscuro vienen los males de los que huimos; pero él pretende dominar toda la Tierra Media y ¿no ha de perseguirnos cuando nos marchemos? La alternativa es vencerlo aquí mismo, o al menos mantenerlo sitiado. Sólo el valor de los eldar lo retiene, y quizá fue con este propósito, para ayudarlos en esta necesidad, que fuimos traídos aquí.

A esto respondió Bereg: —¡Dejemos ese cuidado a los eldar! Ya bastante cortas son nuestras vidas—. Pero entonces se puso de pie uno que a todos pareció Amlach hijo de Imlach, pronunciando palabras coléricas que conmovieron a cuantos lo escuchaban: —Todo esto son sólo historias de los elfos, cuentos para seducir a quienes llegan aquí desprevenidos. El mar no tiene costa alguna. No hay Luz en el Occidente. ¡Habéis seguido el fuego engañoso de los elfos hasta el fin del mundo! ¿Quién de entre vosotros ha visto al menor de los dioses? ¿Quién ha contemplado al Rey Oscuro en el norte? Los que intentan dominar la Tierra Media son los eldar. Codiciosos de riqueza han cavado la tierra en busca de secretos y han despertado la cólera de las criaturas que viven debajo, como siempre lo han hecho y siempre lo harán. Que los orcos dispongan del reino que les pertenece y nosotros tendremos el nuestro. ¡Hay sitio en el mundo si los eldar nos dejan en paz!

Entonces quienes lo escucharon se quedaron inmóviles y desconcertados, y una sombra de miedo les ganó el corazón; y decidieron alejarse de las tierras de los eldar. Pero luego Amlach volvió entre ellos y negó haber estado presente en el debate o haber pronunciado las palabras que le atribuían. Entonces los amigos de los elfos dijeron: —Esto creerán cuando menos: hay por cierto un Señor Oscuro, y sus espías y emisarios están entre nosotros; porque nos teme; teme la fuerza con que podamos apoyar a sus enemigos.

Pero otros replicaron: —En verdad nos odia, y nos odiará más si nos demoramos aquí, mezclándonos en sus querellas con los reyes de los eldar, sin beneficio alguno para nosotros—. Muchos de los que permanecían todavía en Estolad se prepararon entonces para la partida; y Bereg condujo hacia el sur a un millar de los hombres de Bëor, y desaparecieron de las canciones de aquellos días. Pero Amlach se arrepintió diciendo: —Tengo ahora mi propia querella con el Amo de las Mentiras, que durará hasta el día de mi muerte—Y marchó hacia el norte y entró al servicio de Maedhros. Pero aquellos de los de su pueblo que pensaban como Bereg, eligieron un nuevo conductor, y volvieron por sobre las montañas a Eriador, y han quedado olvidados.

 

Durante este tiempo los haladin permanecieron en Thargelion y estuvieron contentos. Pero Morgoth, al ver que con mentiras y engaños no podía apartar a los elfos de los hombres, tuvo un arrebato de furia e intentó dañar a los hombres tanto como pudiera. Envió por tanto una incursión de orcos, y dirigiéndose hacia el este, evitó el cerco y volvió sigiloso por sobre Ered Lindon por los pasos del Camino de los Enanos, y cayó sobre los haladin en los bosques australes de la tierra de Caranthir.

Ahora bien, los haladin no vivían bajo la égida de señores, ni en grupos numerosos, sino que cada casa estaba situada aparte y gobernaba sus propios asuntos, y demoraban mucho en unirse. Pero había entre ellos un hombre de muchos recursos llamado Haldad, que no conocía el miedo; y él reunió a todos los hombres valientes que encontró, y retrocedió al rincón de tierra formado por el Ascar y el Gelion, y en el ángulo extremo levantó una empalizada que iba de corriente a corriente; y atrás de ella llevaron a todas las mujeres y los niños que pudieron salvar. Allí fueron sitiados, hasta que se les acabaron los alimentos.

Haldad tenía hijos mellizos: Haleth, su hija, y Haldar su hijo; y ambos eran valientes en la defensa, porque Haleth era mujer de gran fuerza y corazón. Pero por fin Haldad fue muerto en una salida contra los orcos; y Haldar, que se precipitó para salvar a su padre de la carnicería, murió junto a él. Entonces Haleth mantuvo unido al pueblo, aunque no tenían esperanzas; y algunos se arrojaron a los ríos y se ahogaron. Pero siete días más tarde, cuando los orcos se habían lanzado al último ataque y ya habían roto la empalizada, se oyó de súbito una música de trompetas, y el ejército de Caranthir llegó desde el norte y empujó a los orcos hacia los ríos.

Entonces Caranthir miró con bondad a los hombres; y ofreció compensar de algún modo las muertes del padre y del hermano de Haleth, y le rindió grandes honores. Y descubriendo demasiado tarde el valor con que contaban los edain, le dijo: —Si queréis partir y marchar hacia el norte, allí tendréis la amistad y la protección de los eldar, y tierras de las que podréis disponer con libertad.

Pero Haleth era orgullosa y no quería que se la guiara o se la gobernara, y la mayor parte de los haladin eran de temple semejante. Por tanto agradeció a Caranthir, pero le dijo: —Estoy decidida, señor, a abandonar la sombra de las montañas e ir hacia el oeste, a donde han ido ya algunos de los nuestros.—Así fue que cuando los haladin hubieron reunido a todos los que quedaban con vida, y que habían huido a los bosques delante de los orcos, juntaron lo que quedaba de sus pertenencias en las casas quemadas, y escogieron a Haleth como jefa; y ella los condujo por fin a Estolad y allí permanecieron por un tiempo.

Pero fueron un pueblo aparte, y desde entonces los elfos y los hombres lo conocieron como el pueblo de Haleth. Haleth siguió conduciéndolo hasta el fin de sus días, pero no se casó, y el mando pasó luego a Haldan hijo de Haldar, su hermano. Pronto, sin embargo, Haleth deseó marchar otra vez hacia el oeste; y aunque la mayor parte del pueblo era contrario a esta medida, allí los llevó ella una vez más; y avanzaron sin ayuda ni guía de los eldar, y cruzando el Celon y el Aros viajaron por las peligrosas tierras que se extienden entre las montañas del Terror y la Cintura de Melian. En esa tierra no había entonces tanta malignidad como se conoció después, pero no era camino que hombres mortales pudiesen tomar sin ayuda, y Haleth los condujo por ella a costa de muchas penurias y pérdidas, obligándolos con obstinación a seguir adelante. Por fin cruzaron el Brithiach, y muchos se arrepintieron amargamente de haber emprendido el viaje; pero no había ahora modo de regresar. Por lo tanto en las nuevas tierras volvieron a la vida de antes lo mejor que pudieron; y allí habitaron en viviendas que levantaron en los bosques de Talath Dirnen más allá del Teiglin, y algunos se internaron profundamente en el reino de Nargothrond. Pero había muchos que amaban a la señora Haleth y deseaban ir a donde ella fuese, y someterse a su égida; y a éstos ella los condujo al bosque de Brethil, entre el Teiglin y el Sirion. Allí, en los luctuosos días que siguieron, regresaron muchas de las gentes de Haleth, que se habían desperdigado.

Ahora bien, Brethil era considerado por el rey Thingol parte de su propio reino, aunque no se encontraba dentro de la Cintura de Melian, y se lo habría negado a Haleth; pero Felagund, que contaba con la amistad de Thingol, al oír lo que le había sucedido al pueblo de Haleth, obtuvo esta gracia para ella: que pudiera vivir libremente en Brethil, con la sola condición de montar guardia en los cruces del Teiglin contra todos los enemigos de los eldar, y no permitiera que los orcos entraran en los bosques. A esto Haleth contestó: —¿Dónde están Haldad, mi padre, y Haldar, mi hermano? Si el rey de Doriath teme una amistad entre Haleth y quienes han devorado a Haldad y Haldar, entonces los hombres no entienden los pensamientos de los eldar—Y Haleth habitó en Brethil hasta que murió; y su pueblo levanto un montículo verde en las alturas del bosque, Tûr Haretha, el Túmulo de la Señora, Haudh-en-Arwen en lengua sindarin.

Así los edain habitaron en las tierras de los eldar, algunos aquí, otros allá, algunos errantes, otros asentados en tribus o poblados pequeños; y la mayor parte de ellos no tardó en aprender la lengua de los elfos verdes, como habla común, y también porque había muchos que deseaban sobre todo aprender la ciencia de los elfos. Pero al cabo de un tiempo, los reyes de los elfos, advirtiendo que no era bueno que los elfos y los hombres vivieran entremezclados, y que los hombres necesitaban señores de su propia especie, buscaron regiones apartadas donde los hombres pudieran vivir su propia vida, y designaron caciques que rigieran libremente estas tierras. Eran aliados de los elfos en la guerra, pero obedecían a sus propios jefes. No obstante, muchos de los edain disfrutaban de la amistad de los elfos, y vivieron entre ellos tanto como les fue permitido; muchos hombres jóvenes llegaban a servir en los ejércitos de los reyes.

Ahora bien, Hador Lórindol, hijo de Hathol, hijo de Magor, hijo de Malach Aradan, se unió a la casa de Fingon cuando aún era joven, y fue amado por el rey. Fingolfin, por tanto, le concedió el señorío de Dor-lómin, y en esa tierra reunió a la mayor parte de los suyos, y se convirtió en el cacique más poderoso de los edain. En la casa de Hador sólo se hablaba la lengua élfica; pero no olvidaron la lengua que les era propia, y de ella provino el habla común de Númenor. Pero en Dorthonion, el señorío del pueblo de Bëor y el país de Ladros le fueron concedidos a Boromir hijo de Boron, que era el nieto de Bëor el Viejo.

Los hijos de Hador fueron Galdor y Gundor; y los hijos de Galdor fueron Húrin y Huor; y el hijo de Húrin fue Túrin, la Ruina de Glaurung; y el hijo de Huor fue Tuor, padre de Eärendil el Bendito. El hijo de Boromir fue Bregor, cuyos hijos fueron Bregolas y Barahir; y los hijos de Bregolas fueron Baragund y Belegund. La hija de Baragund fue Morwen, la madre de Túrin, y la hija de Belegund fue Rían, la madre de Tuor. Pero el hijo de Barahir fue Beren el Manco, que ganó el amor de Lúthien hija de Thingol, y regresó de entre los muertos; de ellos descendieron Elwing, la esposa de Eärendil, y todos los reyes de Númenor.

Todos ellos vivieron atrapados en la red de la Maldición de los noldor; e hicieron grandes hazañas que los eldar recuerdan todavía en las historias de los reyes de antaño. Y en aquellos días la fuerza de los hombres se sumó al poder de los noldor y todos ellos tenían grandes esperanzas; y Morgoth estaba estrechamente cercado, porque el pueblo de Hador, capaz de soportar el frío y los largos viajes, no temía en ocasiones avanzar lejos hacia el norte, para allí vigilar estrechamente los movimientos del Enemigo. Los hombres de las tres casas medraron y se multiplicaron, pero la más grande entre ellas fue la casa de Hador Cabeza de Oro, par de los señores elfos. La gente de Hador era fuerte y de gran estatura, listos de mente, resistentes y audaces, rápidos para el enfado y la risa, poderosos entre los hijos de Ilúvatar en la juventud de la humanidad. Eran casi todos de cabellos amarillos, y de ojos azules; pero no así Túrin, cuya madre era Morwen, de la casa de Bëor. Los hombres de esa casa tenían cabellos oscuros o castaños y ojos grises; y de todos los hombres eran los más parecidos a los noldor y los más amados por ellos; porque tenían mentes inquisitivas, manos hábiles, entendimiento rápido, memoria larga, y estaban más inclinados a la piedad que a la risa. Semejante a ellos era el pueblo de Haleth, que habitaba en los bosques, aunque más bajos de talla, y menos curiosos. Utilizaban pocas palabras y no se sentían atraídos por las grandes aglomeraciones de hombres; y muchos de entre ellos se deleitaban en la soledad y erraban libres por los bosques verdes mientras la maravilla de la tierra de los eldar era todavía una novedad para ellos. Pero en los reinos del occidente las gentes de Haleth estuvieron poco tiempo, y fueron desdichadas.

Los años de los edain se prolongaron, de acuerdo con las cuentas de los hombres, después de que llegaron a Beleriand; pero por último Bëor el Viejo murió; había vivido noventa y tres años, y cuarenta y cuatro de ellos al servicio del rey Felagund. Y cuando yació muerto, no de herida ni de pena, sino vencido por la edad, los eldar vieron por primera vez la rápida mengua de la vida de los hombres, y la muerte de cansancio, que ellos no conocían; y lloraron mucho la pérdida de sus amigos. Pero Bëor había abandonado la vida de buen grado, y falleció en paz; y los eldar se asombraron grandemente del extraño destino de los hombres, del que nada se decía en las canciones e historias, y que les estaba oculto.

No obstante, los edain de antaño aprendieron de prisa de los eldar todos los conocimientos y artes que estuvieran al alcance de ellos, y sus hijos crecieron en habilidad y sabiduría, hasta dejar muy atrás a todos los otros miembros de la humanidad, que moraban todavía al este de las montañas y no habían visto a los eldar ni mirado las caras de los que habían contemplado la Luz de Valinor.

 

 

VIII.DE LA RUINA DE BELERIAND Y LA CAÍDA DE FINGOLFIN

 

EL SILMARILLION

Ahora bien, Fingolfin, rey del norte y rey supremo de los noldor, al ver que su pueblo se había hecho numeroso y fuerte y que los hombres aliados suyos eran muchos y valerosos, pensó una vez más en atacar Angband; porque sabía que vivían en peligro mientras no completaran el círculo del Sitio, y Morgoth pudiera trabajar libremente en las minas profundas, inventando males que nadie era capaz de adivinar antes de que él los revelara. Este propósito era pertinente de acuerdo con lo que él sabía; porque los noldor no comprendían todavía la fuerza del poder de Morgoth, ni entendían que si libraban solos una guerra contra él no había la menor esperanza de triunfo, fuera que la apresuraran o la demoraran. Pero porque la tierra era hermosa y sus reinos vastos, la mayor parte de los noldor estaban satisfechos con las cosas tal como eran, confiando en que durarían, y retrasaban un ataque en el que sin duda morirían muchos, fuera en la victoria o en la derrota. Por tanto, estaban poco dispuestos a escuchar a Fingolfin, y los hijos de Fëanor, por aquel tiempo, menos que nadie. Entre los jefes de los noldor, sólo Angrod y Aegnor pensaban como el rey; porque vivían en regiones desde donde podía verse Thangorodrim, y nunca olvidaban la amenaza de Morgoth. De este modo, los planes de Fingolfin no llegaron a nada, y la tierra aún tuvo paz por un tiempo.

Pero cuando la sexta generación de hombres después de Bëor y Marach no había alcanzado aún la plenitud de la madurez, habiendo transcurrido por entonces cuatrocientos cincuenta y cinco años desde la llegada de Fingolfin, sucedió el mal que por tanto tiempo habían temido, pero más terrible y repentino todavía que en sus miedos más oscuros. Porque Morgoth había preparado su fuerza en secreto y durante largo tiempo, mientras la malicia de su corazón no dejaba de aumentar y su odio por los noldor se hacía más amargo; y deseaba no sólo acabar con sus enemigos, sino también destruir y mancillar las tierras que habían tomado y embellecido. Y se dice que su odio pudo más que su prudencia, de modo que si sólo hubiera aguardado un tiempo más, hasta estar bien preparado, los noldor habrían sido aniquilados por completo. Pero tomó demasiado a la ligera el valor de los elfos, y a los hombres no daba todavía ninguna importancia. Llegó el tiempo del invierno, cuando la noche era oscura y sin luna; y la amplia llanura de Ard-Galen se extendía en la sombra bajo las frías estrellas, desde los fuertes en las colinas de los noldor hasta el pie de Thangorodrim. Las hogueras ardían débilmente y los guardianes eran escasos; pocos velaban en los campamentos de los jinetes de Hithlum. Entonces, de pronto, Morgoth envió desde Thangorodrim caudalosos ríos de llamas que más rápidos que balrogs se esparcieron por toda la llanura; y las montañas de Hierro eructaban fuegos venenosos de muchos colores y el humo descendía por el aire, y era mortal. Así pereció Ard-Galen, y el fuego devoró sus hierbas, convirtiéndola en un baldío quemado y desolado, de aire polvoriento y sofocante, yermo y sin vida. Desde entonces cambió de nombre y se llamó Anfauglith, el Polvo Asfixiante. Allí tuvieron tumba sin techo montones de huesos chamuscados; porque en ese incendio perecieron muchos de los noldor que no pudieron llegar a las colinas y fueron atrapados por la precipitación de las llamas. Las alturas de Dorthonion y Ered Wethrin detuvieron los fogosos torrentes, pero los bosques sobre las laderas que daban a Angband ardieron todos, y el humo confundió a los defensores. Así empezó la cuarta de las grandes batallas, Dagor Bragollach, la Batalla de la Llama Súbita.

La ruina de Beleriand por Ted Nasmith

 

Al frente de ese fuego avanzó Glaurung el Dorado, padre de los dragones, ya entonces en la plenitud de su poder, y con un séquito de balrogs; y detrás de ellos venían los ejércitos negros de los orcos, en multitudes que los noldor no habían visto ni imaginado jamás. Y atacaron las fortalezas de los noldor y quebrantaron el sitio en torno a Angband y mataban a los noldor y a sus aliados, los elfos grises y los hombres, en cualquier sitio que los encontraran. Muchos de los más vigorosos de los enemigos de Morgoth fueron destruidos en los primeros días de combate, sorprendidos y dispersos e imposibilitados de unir sus fuerzas.

Desde entonces la guerra nunca cesó del todo en Beleriand; pero la Batalla de la Llama Súbita se dio por concluida con la llegada de la primavera, cuando disminuyó la feroz embestida de Morgoth.

De este modo terminó el Sitio de Angband; y los enemigos de Morgoth fueron dispersados y separados los unos de los otros. La mayor parte de los elfos grises huyó hacia el sur y abandonó la guerra del norte; muchos fueron recibidos en Doriath, y el reino y la fuerza de Thingol se hicieron más grandes en ese tiempo, pues el poder de la reina Melian se había extendido más allá de las fronteras y el mal no podía penetrar aún en ese reino escondido. Otros se refugiaron en las fortalezas junto al mar, y en Nargothrond; y algunos huyeron y se ocultaron en Ossiriand, o atravesaron las montañas, errando sin casa en la intemperie. Y el rumor de la guerra y del quebrantamiento del Sitio llegó a oídos de los hombres en el este de la Tierra Media.

Los hijos de Finarfin fueron los que más sintieron la pujanza del ataque, y Angrod y Aegnor murieron allí y junto a ellos cayeron Bregolas, señor de la casa de Bëor, y gran parte de los guerreros de ese pueblo. Pero Barahir, el hermano de Bregolas, estaba en una batalla que se libraba más hacia el oeste, cerca del Paso del Sirion. Allí el rey Finrod Felagund, que se apresuraba desde el sur, quedó aislado con unos pocos de los suyos y fue rodeado en el marjal de Serech; y habría sido muerto o tomado prisionero, pero acudió Barahir con los más valientes de sus hombres y lo rescató levantando un muro de lanzas alrededor; y se abrieron paso entre las tropas enemigas, y abandonaron el campo de batalla aunque con grandes pérdidas. Así escapó Felagund, y volvió a su profunda fortaleza de Nargothrond; pero hizo un juramento de amistad eterna y de ayuda en toda necesidad a Barahir y a su gente, y como prenda del juramento le dio su anillo. Barahir era ahora por derecho señor de la casa de Bëor, y regresó a Dorthonion; pero la mayor parte del pueblo escapó y se refugió, abandonando sus hogares, en la fortaleza de Hithlum.

Tan grande fue la embestida de Morgoth, que Fingolfin y Fingon no pudieron acudir en ayuda de los hijos de Finarfin; y los ejércitos de Hithlum fueron rechazados con grandes pérdidas hasta las fortalezas de Ered Wethrin, y apenas consiguieron defenderlas de los ataques de los orcos. Ante los muros de Eithel Sirion cayó Hador, el de Cabellos Dorados, en la defensa de la retaguardia del señor Fingolfin, a la edad de sesenta y seis años; y con él cayó Gundor, su hijo menor, atravesado por muchas flechas; y fueron llorados por los elfos. Entonces Galdor el Alto sucedió como señor a su padre. Y por causa de la fortaleza y la altura de las montañas Sombrías, que resistieron el torrente de fuego, y el valor de los elfos y de los hombres del norte, que ni orcos ni balrogs pudieron vencer, Hithlum no fue conquistada y amenazó el flanco del ataque de Morgoth; pero un mar de enemigos separó a Fingolfin de su gente.

 

Porque dura había sido la guerra para los hijos de Fëanor, y casi todas las fronteras orientales habían sido tomadas por asalto. El Paso de Aglon fue forzado, aunque los ejércitos de Morgoth pagaron por ello un alto precio; y Celegorm y Curufin huyeron derrotados hacia el sur y el oeste por las fronteras de Doriath, y cuando por fin llegaron a Nargothrond, buscaron refugio con Finrod Felagund. De este modo acrecentaron la fuerza de Nargothrond; pero habría sido mejor, como se vio después, que se hubieran quedado en el este junto con los de su propio linaje. Maedhros llevó a cabo hazañas de insuperable valor, y los orcos huían delante de su cara; porque desde el tormento padecido en Thangorodrim, ardía por dentro como una llama blanca, y era como uno que regresa de entre los muertos. Así, la gran fortaleza sobre la colina de Himring no pudo ser tomada, y muchos de los más valientes que quedaban aún, tanto del pueblo de Dorthonion como de las fronteras orientales, se juntaron allí para ir al encuentro de Maedhros; y durante un tiempo él cerró una vez más el Paso de Aglon, de modo que los orcos no pudieron penetrar en Beleriand por ese camino. Pero abrumaron a los jinetes del pueblo de Fëanor en Lothlann, pues hacia allí marchó Glaurung, y pasó por la hondonada de Maglor, y destruyó todas las tierras entre los brazos del Gelion. Y los orcos tomaron la fortaleza de las laderas occidentales del monte Rerir y devastaron toda Thargelion, la tierra de Caranthir; y contaminaron el lago Helevorn. De allí cruzaron el Gelion con fuego y terror y penetraron profundamente en Beleriand Oriental. Maglor se unió a Maedhros en Himring; pero Caranthir huyó y sumó el resto de su gente al pueblo disperso de los cazadores, Amrod y Amras, y se retiraron y pasaron Ramdal en el sur. En Amon Ereb mantuvieron una guardia y algunas fuerzas de combate, y recibieron la ayuda de los elfos verdes; y los orcos no entraron en Ossiriand, ni tampoco en Taur-im-Duinath y las tierras salvajes del sur.

Llegó entonces a Hithlum la nueva de la caída de Dorthonion y la derrota de los hijos de Finarfin y el exilio de los hijos de Fëanor, expulsados de sus tierras. Entonces vio Fingolfin lo que era para él la ruina total de los noldor, y la derrota de sus casas más allá de toda recuperación; y lleno de desesperación y de furia, montó a Rochallor, su gran caballo, y cabalgó solo sin que nadie pudiera impedírselo. Atravesó Dor-nu-Fauglith como un viento entre el polvo, y aquellos que alcanzaban a verlo pasar huían azorados, creyendo que había llegado el mismo Oromë; porque corría dominado por una cólera enloquecida, y los ojos le brillaban como los ojos de los valar. Así pues, llegó solo a las puertas de Angband, e hizo sonar su cuerno, y golpeó una vez más las puertas de bronce, y desafió a Morgoth a un combate singular. Y Morgoth salió.

Esa fue la última vez durante esas guerras que Morgoth cruzó las puertas de su fortaleza, y se dice que no aceptó el desafío de buen grado; porque aunque su poder era mayor que todas las cosas de este mundo, sólo él entre los valar conocía el miedo. Pero no podía negarse a aceptar el desafío delante de sus propios capitanes; pues la aguda música del cuerno de Fingolfin resonaba en las rocas, y su voz llegaba penetrante y clara hasta las profundidades de Angband; y Fingolfin llamó a Morgoth cobarde y señor de esclavos. Por lo tanto Morgoth salió, subiendo lentamente desde el trono profundo, y el sonido de sus pisadas era como un trueno bajo tierra. Y salió vestido con una armadura negra; y se erguía ante el rey como una torre coronada de hierro y el vasto escudo, negro y sin blasón, arrojaba una sombra de nubes tormentosas. Pero Fingolfin brillaba debajo como una estrella; porque la cota de malla era de hilos de plata entretejidos, y en el escudo azul llevaba cristales incrustados; y desenvainó la espada, Ringil, que relució como el hielo.(…)

 

LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA

(…)e hizo sonar una nota desafiante con su cuerno de plata, llamando a Morgoth para que se presentase en batalla gritando:

»¡Salid, cobarde señor agazapado,

y luchad vos mismo con acero desenfundado!

Vos, que dirigís las huestes de esclavos y sometidos,

morador de pozos, tras fuertes muros protegido,

enemigo de los dioses y del pueblo hermoso,

¡salid y mostrad vuestro rostro temeroso![4]

 

»Morador de cavernas, capitán de esclavos, mentiroso agazapado, enemigo de dioses y de elfos, ¡salid; quiero ver vuestra cara de miedoso!».

 

EL SILMARILLION

(…)Entonces Morgoth esgrimió el Martillo de los Mundos Subterráneos, llamado Grond, lo alzó bruscamente, y lo hizo caer como un rayo de tormenta. Pero Fingolfin saltó a un lado, y Grond abrió un gran boquete en la tierra, de donde salían humo y fuego. Muchas veces intentó Morgoth herirlo y otras tantas Fingolfin esquivó los golpes, como relámpagos lanzados desde una nube oscura; e hirió a Morgoth con siete heridas, y siete veces lanzó Morgoth un grito de angustia, mientras los ejércitos de Angband caían de bruces consternados, y el eco de los gritos resonaba en las tierras septentrionales.

Pero por fin el rey se fatigó, y Morgoth lo abatió con el escudo. Tres veces cayó el rey de rodillas y tres veces se volvió a levantar con el escudo roto y el yelmo mellado. Pero la tierra estaba desgarrada en boquetes todo alrededor, y el rey tropezó y cayó de espaldas ante los pies de Morgoth; y le puso Morgoth el pie izquierdo sobre el cuello, y el peso era como el de una montaña derrumbada. No obstante, en un último y desesperado intento, Fingolfin golpeó con Ringil y rebanó el pie, y la sangre manó negra y humeante y llenó los boquetes abiertos por Grond.

Morgoth y el rey de los noldor por Ted Nasmith

 

De este modo pereció Fingolfin, rey supremo de los noldor, el más orgulloso y valiente de los reyes elfos de antaño. Los orcos no se jactaron de ese duelo ante las puertas; ni tampoco lo cantan los elfos, pues tienen una pena demasiado profunda. No obstante, la historia se recuerda todavía, porque Thorondor, rey de las águilas, llevó la nueva a Gondolin y a Hithlum, a lo lejos. Y Morgoth levantó el cuerpo del rey elfo y lo quebró, y se lo habría arrojado a los lobos; pero Thorondor se precipitó desde su nido en las cumbres de Crissaegrim, se lanzó sobre Morgoth y le desfiguró la cara. La embestida de las alas de Thorondor era como el ruido de los vientos de Manwë, y aferró el cuerpo con sus garras poderosas y elevándose de súbito por sobre los dardos de los orcos, se llevó al rey consigo. Y lo puso sobre la cima de una montaña que daba desde el norte sobre el valle escondido de Gondolin; y Turgon construyó un alto túmulo de piedras sobre su padre. Ningún orco se aventuró luego a pasar por el monte de Fingolfin ni se atrevió a acercarse a la tumba, hasta que el destino de Gondolin se hubo cumplido, y la traición apareció entre los suyos. Morgoth renqueó siempre de un pie desde ese día, y el dolor de las heridas no se le curó nunca y en la cara llevaba la cicatriz que Thorondor le había hecho.

Túmulo a Fingolfin por Ted Nasmith

 

Grande fue el duelo en Hithlum cuando se supo la caída de Fingolfin, y Fingon, lleno de aflicción, se convirtió en señor de la casa de Fingolfin y el reino de los noldor; pero a su joven hijo Ereinion (que se llamó luego Gil-galad) lo envió a los Puertos.[5]

Ahora el poder de Morgoth ensombrecía las tierras septentrionales; pero Barahir no huía de Dorthonion y se quedó allí disputando al enemigo cada palmo de tierra. Entonces Morgoth persiguió a muerte a las gentes de Barahir, hasta que sólo quedaron muy pocos; y todo el bosque de las laderas septentrionales de esa tierra fue convirtiéndose día a día en una región de tal lobreguez y oscuros encantamientos que ni siquiera los orcos entraban en ella, si no era por una extrema necesidad, y se la llamó Deldúwath y Taur-nu-Fuin, el bosque bajo la Sombra de la Noche. Los árboles que crecieron allí después del incendio eran negros y tétricos, de raíces embrolladas y que amenazaban como garras en la oscuridad; y los que caminaban entre ellos se extraviaban y enceguecían, y eran estrangulados o perseguidos hasta la locura por fantasmas de terror.

Por fin la situación de Barahir se hizo tan desesperada, que su esposa Emeldir, la de Corazón Viril (que antes prefería luchar junto a su hijo y su marido que huir y abandonarlos), convocó a todas las mujeres y los niños que estaban todavía con vida y dio armas a los que pudieran cargarlas; y los condujo a las montañas que se levantaban detrás, y lo hizo por caminos peligrosos, hasta que al fin llegaron con pérdida y desdicha a Brethil. Algunos fueron recibidos allí por los haladin, pero otros cruzaron las montañas y fueron a Dor-lómin y se unieron al pueblo de Galdor, el hijo de Hador; y entre ellos estaban Rían, hija de Belegund, y Morwen, que era llamada Eledhwen, que significa Resplandor Élfico, hija de Baragund. Pero ninguna volvió a ver a los hombres que habían dejado. Porque todos ellos fueron muertos uno por uno, hasta que sólo doce hombres le quedaron a Barahir: Beren, su hijo, y Baragund y Belegund, sus sobrinos, hijos de Bregolas, y nueve fieles servidores de su casa, cuyos nombres se recordaron largo tiempo en los cantos de los noldor: Radhruin y Dairuin eran ellos, Dagnir y Ragnor, Gildor y Gorlim el Desdichado, Arthad y Urthel, y Hathaldir el Joven. Al fin se convirtieron en proscritos sin mañana, una banda desesperada que no podía huir, pero que se negaba a ceder, porque sus viviendas habían sido destruidas, y sus mujeres e hijos habían sido capturados o muertos, o habían escapado. Desde Hithlum no llegaban nuevas ni ayuda, y Barahir y sus hombres eran perseguidos como bestias salvajes; y se retiraron a las altas tierras yermas por sobre los bosques y erraron entre los pequeños lagos y los páramos rocosos de esa región, lo más lejos posible de los espías y los hechizos de Morgoth. Tenían como cama los brezales y como techo el cielo nuboso.

 

Durante casi dos años después de la Dagor Bragollach siguieron los noldor defendiendo el paso occidental en torno a las fuentes del Sirion, porque el poder de Ulmo estaba en esas aguas, y Minas Tirith resistió a los orcos. Pero por fin, después de la caída de Fingolfin, Sauron, el más grande y terrible de los servidores de Morgoth, que en lengua sindarin se llama Gorthaur, fue al encuentro de Orodreth, el guardián de la torre en Tol Sirion. Sauron se había convertido por ese entonces en un hechicero de espantoso poder, amo de sombras y de fantasmas, de inmunda sabiduría, de fuerza cruel, que retorcía todo cuanto tocaba, y deformaba todo cuanto regía, señor de licántropos; su dominio era el tormento. Tomó Minas Tirith por asalto, pues una oscura nube de miedo cayó sobre los defensores; y Orodreth fue expulsado y huyó a Nargothrond. Entonces Sauron la convirtió en una atalaya para Morgoth, en una fortaleza del mal y en una amenaza; y la hermosa isla de Tol Sirion quedó maldecida y se llamó Tol-in-Gaurhoth, la isla de los Licántropos. No había criatura viviente que pudiera pasar por el valle sin que Sauron la viera desde la torre. Y Morgoth dominaba ahora el paso del oeste, y había terror en los campos y los bosques de Beleriand. Implacable, perseguía a sus enemigos más allá de Hithlum, y registraba sus escondrijos y tomaba sus fortalezas una por una. Los orcos, cada vez más audaces, recorrían a su antojo las vastas lejanías, llegando hasta el Sirion por el oeste, y hasta el Celon por el este, y rodeaban Doriath; y asolaban las tierras de modo que bestias y aves huían delante de ellos, y el silencio y la desolación se extendían desde el norte. A muchos de los noldor y los sindar tomaron cautivos y llevaron a Angband, y los esclavizaron, obligándolos a poner su capacidad y sus conocimientos al servicio de Morgoth. Y Morgoth envió espías vestidos con falsedad, y había engaño en lo que decían; mintieron prometiendo recompensas, y con palabras astutas intentaron provocar miedo y celos entre los pueblos, acusando a los reyes y capitanes de codicia y traición mutua. Y por causa de la maldición de la Matanza de los Hermanos de Alqualondë, estas mentiras a menudo se creyeron; y por cierto, a medida que el tiempo se oscurecía, llegaron a tener un cierto viso de verdad, pues en Beleriand la desesperación y el miedo nublaban los corazones y las mentes de los elfos. Pero los noldor temían sobre todo la traición de aquellos parientes que habían servido en Angband; porque Morgoth había utilizado algunos para sus malvados propósitos, y fingiendo darles libertad, los dejaba partir, pero les había encadenado la voluntad, y sólo se alejaban para volver de nuevo a él. Por lo tanto, cuando alguno de estos cautivos conseguía escapar realmente, y volvía con su propio pueblo, no eran bien recibidos, y erraban solos, proscritos y desesperados.

De los hombres, Morgoth fingía tener piedad, si alguien oía sus mensajes, y les decía que las aflicciones que habían caído sobre ellos provenían sólo de que estaban sometidos a los rebeldes noldor, pero que de manos del verdadero Señor de la Tierra Media recibirían en cambio honores, y el valor tendría una justa recompensa. Pero pocos eran los hombres de las tres casas de los edain que le prestaban oído, ni siquiera cuando se los atormentaba en Angband. Por tanto, Morgoth los persiguió con odio; y envió a sus mensajeros por encima de las montañas.

Se dice que en este tiempo llegaron por primera vez a Beleriand los hombres cetrinos. Algunos estaban ya sojuzgados por Morgoth en secreto, y acudieron a su llamada; pero no todos, pues los rumores acerca de Beleriand, de sus tierras y sus aguas, de sus guerras y sus riquezas, habían llegado lejos, y los pies errantes de los hombres se dirigían siempre hacia el oeste en aquellos días. Estos hombres eran de escasa talla y corpulentos, de brazos largos y fuertes, de piel cetrina o amarillenta, y de cabellos oscuros al igual que los ojos. Eran de muchas casas, y algunos preferían los enanos de las montañas a los elfos. Pero Maedhros, conociendo la debilidad de los noldor y de los edain, mientras que los abismos de Angband parecían inagotables, colmados siempre de pertrechos renovados, celebró una alianza con estos hombres recién venidos, y dio su amistad a los más grandes de los caciques, Bór y Ulfang. Y Morgoth se sintió complacido, pues esto era lo que había planeado. Los hijos de Bór-Borlad, Borlach y Borthand-siguieron a Maedhros y a Maglor, y frustraron las esperanzas de Morgoth, y permanecieron fieles. Los hijos de Ulfang el Negro-Ulfast y Ulwarth y Uldor el Maldecido-siguieron a Caranthir y juraron mantener una alianza con él, pero no fueron leales.

No había mucha amistad entre los edain y los orientales y se reunían rara vez; porque los recién llegados moraron por largo tiempo en Beleriand Oriental, y el pueblo de Hador estaba encerrado en Hithlum, y poco quedaba de la casa de Bëor. El pueblo de Haleth apenas fue afectado en un principio por la guerra, ya que vivía al sur en el bosque de Brethil, aunque ahora libraba una batalla con los orcos invasores, pues eran hombres de corazón valeroso y no estaban dispuestos a abandonar a la ligera los bosques que tanto amaban. Y entre las historias de las derrotas de entonces, los hechos de los haladin se recuerdan con honor: porque luego de tomar Minas Tirith, los orcos avanzaron por el paso occidental, y quizás habrían desolado aún las desembocaduras del Sirion; pero Halmir, señor de los haladin, envió sin demora un mensaje a Thingol, pues tenía amistad con los elfos que guardaban las fronteras de Doriath. Entonces Beleg Arcofirme, jefe de los centinelas de Thingol, condujo a Brethil una gran fuerza de sindar, armada con hachas; y saliendo de las profundidades del bosque, Halmir y Beleg sorprendieron a la legión de los orcos y la destruyeron. En adelante la ola oscura que venía del norte fue contenida en esa región, y los orcos ya no se atrevieron a cruzar el Teiglin durante muchos años. El pueblo de Haleth vivió en una paz cautelosa en el bosque de Brethil, y detrás de la guardia que ellos montaban, el reino de Nargothrond tuvo sosiego, y le fue posible recuperar fuerzas.

En este tiempo Húrin y Huor, los hijos de Galdor de Dor-lómin, vivían con los haladin, pues eran del mismo linaje. En los días anteriores a la Dagor Bragollach, estas dos casas de los edain celebraron juntas una gran fiesta, cuando Galdor y Glóredhel, hijos de Hador Cabeza de Oro, se casaron con Hareth y Haldir, hijos de Halmir, señor de los haladin. Así fue que Haldir, tío de ellos, agasajó en Brethil a los hijos de Galdor, de acuerdo con las costumbres de los hombres en aquel tiempo; y ambos fueron a la guerra contra los orcos, aún Huor, pues no fue posible impedírselo aunque sólo tenía trece años. Pero eran parte de una compañía que fue separada del resto, y fueron perseguidos hasta el vado de Brithiach, y allí habrían caído prisioneros o habrían muerto si no hubiera intervenido el poder de Ulmo, que era aún fuerte en el Sirion. Una niebla se levantó del río y los ocultó de sus enemigos, y escaparon de Brithiach a Dimbar, y erraron entre las colinas bajo los muros escarpados de las Crissaegrim, hasta que los confundieron los engaños de la tierra y ya no distinguieron el camino que iba del que venía. Allí los vio Thorondor y envió a dos de las águilas en su ayuda; y las águilas los cargaron y los llevaron más allá de las montañas Circundantes al valle secreto de Tumladen y la ciudad escondida de Gondolin, que ningún hombre había visto todavía.

Allí Turgon el rey les dio la bienvenida, cuando supo de qué linaje eran; porque mensajes y sueños le habían llegado por el Sirion desde el mar, enviados por Ulmo, Señor de las Aguas, advirtiéndole sobre penas futuras, y aconsejándole tratar con bondad a los hijos de la casa de Hador, quienes lo ayudarían en momentos de necesidad. Húrin y Huor vivieron como huéspedes en casa del rey casi por un año; y se dice que en este tiempo Húrin aprendió mucho de la ciencia de los elfos, y algo entendió también de los juicios y los propósitos del rey. Porque Turgon llegó a tener afecto a los hijos de Galdor y conversaban mucho juntos; y en verdad deseaba retenerlos en Gondolin por amor a ellos, y no sólo por la ley que exigía que ningún forastero, fuera éste elfo u hombre, que encontrara el camino al reino secreto y viera la ciudad, nunca pudiera volver a irse, en tanto el rey no abriera el cerco, y el pueblo oculto saliera.

Pero Húrin y Huor deseaban regresar, compartir con su pueblo guerras y dolores. Y Húrin le dijo a Turgon: —Señor, sólo somos hombres mortales, muy distintos de los eldar. Ellos pueden aguardar muchos años la guerra contra el Enemigo, en algún día distante; pero para nosotros la vida es corta, y nuestra esperanza y nuestra fuerza pronto se marchitan. Además, nosotros no encontramos el camino a Gondolin, y no sabemos de cierto dónde está esta ciudad; pues fuimos traídos con miedo y asombro a través de los altos caminos del aire, y por misericordia nos velaron los ojos. Entonces Turgon accedió y dijo: —Por el camino que vinisteis, tenéis permiso para partir, si Thorondor está dispuesto. Me apena esta separación; sin embargo, en un corto tiempo, de acuerdo con las cuentas de los eldar, puede que volvamos a encontrarnos.

Húrin y Huor llegan a Gondolin por Donato Giancola

 

Pero Maeglin, el hijo de la hermana del rey, que era poderoso en Gondolin, no lamentó para nada que partiesen, aunque les reprochaba el favor del rey, y no sentía amor alguno por el linaje de los hombres; y le dijo a Húrin: —La gracia del rey es mayor de lo que sospechas, y la ley se ha vuelto menos severa que antaño; de lo contrario no tendrías otra opción que vivir aquí hasta el final de tus días.

Entonces Húrin le respondió: —Grande es en verdad la gracia del rey; pero si nuestra palabra no basta, te haremos a ti un juramento—.Y los hermanos juraron no revelar nunca los designios de Turgon y mantener en secreto todo lo que habían visto en el reino. Entonces se despidieron, y las águilas se los llevaron por la noche, y los depositaron en Dor-lómin antes del amanecer. Las gentes se regocijaron al verlos, pues los mensajes llegados de Brethil los daban por perdidos; pero ellos no quisieron revelar ni siquiera al padre dónde habían estado, salvo que habían sido rescatados en el páramo por las águilas, que los habían transportado de vuelta. Pero Galdor preguntó: —¿Habéis vivido un año entonces a la intemperie? ¿Acaso las águilas os albergaron en sus nidos? Pero encontrasteis alimento y vestidos hermosos, y volvéis como jóvenes príncipes, no como abandonados en el bosque—. Y Húrin contestó: —Conténtate con que hayamos regresado; pues sólo por un voto de silencio se nos permitió hacerlo—. Entonces Galdor no les hizo más preguntas, pero él y muchos otros adivinaron la verdad; y con el tiempo la extraña fortuna de Húrin y Huor llegó a oídos de los servidores de Morgoth.

Ahora bien, cuando Turgon supo del quebrantamiento del Sitio de Angband, no permitió que nadie partiera a la guerra; porque pensaba que Gondolin era fuerte, y el tiempo no estaba aún maduro para que él se mostrara abiertamente. Pero creía también que el fin del Sitio era también el principio de la caída de los noldor, a no ser que llegara ayuda; y envió compañías de los gondolindrim en secreto a las desembocaduras del Sirion y a la isla de Balar. Allí construyeron embarcaciones y navegaron al extremo Occidente en cumplimiento del cometido de Turgon, en busca de Valinor, para pedir el perdón y la ayuda de los valar; y rogaron a las aves del mar que los guiasen. Pero los mares eran bravos y vastos, y la sombra y el hechizo flotaban sobre ellos; y Valinor estaba oculta. Por tanto, ninguno de los mensajeros de Turgon llegó al Occidente, y muchos se perdieron y pocos regresaron; pero la condenación de Gondolin se aproximaba.

Le llegó a Morgoth el rumor de estos hechos, y se sintió inquieto en medio de sus victorias; y deseó sobremanera tener nuevas de Felagund y de Turgon. Porque nada se sabía de ellos, y sin embargo no habían muerto; y él temía aún lo que pudieran hacer. De Nargothrond conocía por cierto el nombre, pero no su situación ni su fortaleza; y de Gondolin nada sabía, y sobre todo lo perturbaba pensar en Turgon. Por tanto envió todavía más espías a Beleriand; pero a las principales huestes de los orcos las llamó a Angband, pues advertía que no podía emprender aún una batalla final en tanto no reuniera nuevas fuerzas, y que no había medido con exactitud el valor de los noldor ni el poder de los brazos de los hombres que luchaban junto a ellos. Aunque grande había sido la victoria en la Bragollach en años anteriores, y lamentable el daño que había hecho a sus enemigos, no menores habían sido sus pérdidas; y aunque tenía en su poder a Dorthonion y el Paso del Sirion, los eldar, que se recuperaban de su primer desconcierto, empezaban a recobrar lo que habían perdido. Así, pues, hubo en el sur de Beleriand una apariencia de paz por unos pocos breves años; pero abundante era la faena en las herrerías de Angband.

Cuando hubieron pasado siete años después de la Cuarta Batalla, Morgoth volvió al ataque, y envió una gran fuerza contra Hithlum. Duro fue el ataque contra los pasos de las montañas Sombrías, y en el sitio de Eithel Sirion, Galdor el Alto, señor de Dor-lómin, fue muerto por una flecha. Ocupaba esa fortaleza en nombre de Fingon, el rey supremo; y en el mismo sitio y poco tiempo antes había muerto su padre, Hador Lórindol. Húrin, su hijo, apenas alcanzaba la virilidad en ese entonces, pero era muy fuerte, tanto de mente como de cuerpo; y arrojó a los orcos de Ered Wethrin en medio de una gran matanza, y los persiguió por las arenas de Anfauglith.

Pero al rey Fingon no le fue fácil detener al ejército de Angband que descendía desde el norte; y la batalla se libró en las llanuras mismas de Hithlum. Allí Fingon fue superado en número; pero los barcos de Círdan navegaban con denuedo por el estuario de Drengist, y en el momento de necesidad los elfos de las Falas cayeron sobre las huestes de Morgoth desde el oeste. Entonces los orcos cedieron y huyeron, y los eldar obtuvieron la victoria, y sus arqueros montados los persiguieron aún hasta las montañas de Hierro.

En adelante, Húrin hijo de Galdor gobernó la casa de Hador en Dor-lómin, y sirvió a Fingon. Húrin, de menor talla que sus padres, o que su hijo mayor, era sin embargo infatigable y resistente de cuerpo, ágil y rápido como los del linaje de su madre, Hareth de los haladin. Tenía como esposa a Morwen Eledhwen hija de Baragund, de la casa de Bëor, la que huyó de Dorthonion con Rían hija de Belegund, y Emeldir, la madre de Beren.

En ese tiempo también los proscritos de Dorthonion fueron destruidos, como se cuenta más tarde; y Beren hijo de Barahir, el único que logró escapar, llegó con mucha dificultad a Doriath.

 


IX.LA CONVERSACIÓN DE FINROD Y ANDRETH

 

LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH

ATHRABETH FINROD AH ANDRETH (DE LA MUERTE Y LOS HIJOS DE ERU Y DEL MAL DE LOS HOMBRES)


Ahora bien, los eldar aprendieron que, según el conocimiento de los edain, los hombres creían que sus hröar no eran de corta vida por estricta naturaleza, sino que eso era así por la malicia de Melkor. Los eldar no veían con claridad a qué se referían los hombres: si a la mácula general de Arda (a la cual ellos mismos atribuían la causa del desvanecimiento de sus propios hröar); o a alguna maldad especial contra los hombres en tanto que hombres, que fue perpetrada en las edades oscuras antes de que los edain y los eldar se encontraran en Beleriand; o a ambas. Pero a los eldar les parecía que si la mortalidad de los hombres había venido por una maldad especial, la naturaleza de los hombres había sido gravemente cambiada desde el diseño primero de Eru; y esto era materia de asombro y terror para ellos, porque, si en verdad así era, entonces el poder de Melkor debía ser (o haber sido en el principio) mucho más grande de lo que los mismos eldar habían comprendido; mientras que la naturaleza original de los hombres debía haber sido extraña en verdad y distinta a la de todos los otros moradores de Arda. Acerca de estas cosas se registra en las historias de los eldar que Finrod Felagund y Andreth la Sabia conversaron en Beleriand una vez hace mucho tiempo. Esta historia, que los eldar llaman Athrabeth Finrod ah Andreth, se ofrece aquí en una de las formas que se ha conservado.

Finrod (hijo de Finarfin, hijo de Finwë) era el más sabio de los exiliados noldor, estando más preocupado que todos los demás por asuntos del pensamiento (más que por las artesanías o la destreza manual); y estaba dispuesto a descubrir todo lo que pudiera acerca de los hombres. Él fue quien por vez primera encontró hombres en Beleriand y se hizo su amigo; y por esta razón a menudo los eldar lo llamaban Edennil, el Amigo de los Hombres. Amaba sobre todo a la gente de Bëor el Viejo, porque era a éstos a quienes encontró primero en los bosques de Beleriand Oriental.

Andreth era una mujer de la casa de Bëor, la hermana de Bregor, padre de Barahir (cuyo hijo fue Beren el Manco, de gran renombre). Era sabia en pensamiento, y entendida en el saber de los hombres y sus historias; por esta razón los eldar la llamaban Saelind, Corazón Sabio.

De los sabios algunos eran mujeres y eran muy apreciadas entre los hombres, especialmente por su conocimiento acerca de las leyendas de los días antiguos. Otra mujer sabia fue Adanel, hermana de Hador Lórindol, que fue señor del pueblo de Marach, cuya cultura y tradiciones, además de la lengua, diferían de las del pueblo de Bëor. Pero Adanel estaba casada con un pariente de Andreth, Belemir de la casa de Bëor: fue abuelo de Emeldir, madre de Beren. En su juventud Andreth vivió largo tiempo en casa de Belemir y así había aprendido de Adanel mucho del conocimiento del pueblo de Marach, además del de su propia gente.

En los días de paz antes de que Melkor rompiera el Sitio de Angband, Finrod visitaba a menudo a Andreth, a quien amaba con gran amistad, porque la encontraba más dispuesta a compartir sus conocimientos con él de lo que lo estaban la mayoría de los sabios de los hombres. Una sombra parecía cernirse sobre ellos, y los seguía una oscuridad de la cuál eran reacios a hablar incluso entre ellos. Y tenían miedo de los eldar y no les revelarían fácilmente sus pensamientos o leyendas. En verdad, los sabios entre los hombres (que eran pocos) mantenían en secreto su saber y lo pasaban sólo a aquellos que escogían.

Otra mujer sabia, aunque de una casa y una tradición diferentes, era Adanel, hermana de Hador. Se casó con Belemir de la casa de Bëor, nieto de Belen, segundo hijo de Bëor el Viejo, quien le había transmitido gran parte de sus conocimientos (porque el mismo Bëor fue uno de los sabios). Y había gran amor entre Belemir y Andreth, su joven pariente (la hija de su primo segundo Boromir), y ella vivió mucho tiempo en la casa de él, y así aprendió de Adanel mucho también del saber del «pueblo de Marach» y de la casa de Hador.

 

Ahora bien, sucedió que una primavera Finrod fue por un tiempo huésped en la casa de Belemir y dio en hablar con Andreth la Sabia acerca de los hombres y sus destinos. Pues por aquellos días Boron, señor de la gente de Bëor, había muerto poco después de Yule, y Finrod estaba apenado.

—Triste para mí, Andreth—dijo—es el paso fugaz de tu gente. Pues ahora Boron, el padre de tu padre, se ha ido; y aunque era anciano, decís, para la edad de los hombres, aun así le conocí demasiado brevemente. Poco tiempo en verdad me parece que ha pasado desde que vi por primera vez a Bëor al este de esta tierra, pero ahora ya no está, ni su hijo, ni tampoco el hijo de su hijo.

Finrod entre los hombres por Oleksandra Ishchenko


—Han pasado ya más de cien años—dijo Andreth—, desde que cruzamos las montañas; y Bëor y Baran y Boron vivieron todos más de noventa años. Nuestra vida era más corta antes de encontrar esta tierra.

—Entonces, ¿estáis satisfechos aquí?—dijo Finrod.

—¿Satisfechos?—dijo Andreth—. Ningún corazón de hombre está satisfecho. El tránsito y la muerte le es siempre penoso; pero un declive más lento proporciona cierto consuelo, y retira ligeramente la Sombra.

—¿Qué quieres decir?—dijo Finrod.

—¡Bien lo sabéis!—dijo Andreth—. La oscuridad que ahora está contenida en el norte, pero que una vez... —y aquí hizo una pausa y sus ojos se oscurecieron, como si su mente hubiera retrocedido a años negros que debieran olvidarse—que una vez se extendió por toda la Tierra Media, mientras vosotros morabais en vuestra beatitud.

—Yo no preguntaba sobre la Sombra—dijo Finrod—. ¿A qué te referías, decía, con su retirada? ¿O cómo se relaciona ello con el fugaz destino de los hombres? También vosotros, creemos (instruidos por los Grandes que lo saben) sois hijos de Eru, y vuestro destino y naturaleza provienen de Él.

—Veo—dijo Andreth—que en eso vosotros, los altos elfos, no diferís de vuestros parientes menores que hemos encontrado por el mundo, aunque nunca hayan morado en la Luz. Todos los elfos, aseguráis que morimos pronto porque tal es nuestra naturaleza. Que somos frágiles y breves, y vosotros fuertes y duraderos. Puede que seamos "hijos de Eru", como decís en vuestras historias; pero también para vosotros somos niños: para ser quizá un poco amados, y sin embargo criaturas de menos valía, a las que podáis mirar por encima del hombro desde la altura de vuestro poder y conocimiento, con una sonrisa, o con lástima, o sacudiendo la cabeza.

—Ay, te acercas a la verdad—dijo Finrod—. Al menos así sucede con muchos entre mi gente; pero no con todos y en absoluto conmigo. Mas ten bien presente, Andreth, que cuando os llamamos "hijos de Eru" no hablamos a la ligera; porque ese nombre no lo pronunciamos en broma ni sin completa voluntad. Cuando hablamos así, lo hacemos desde el conocimiento, no desde la mera tradición élfica; y proclamamos nuestro parentesco, mucho más próximo (tanto en hröa como en fëa) que el que une a todas las otras criaturas de Arda o a nosotros con ellas. También amamos a otras criaturas de la Tierra Media en su medida y raza: las bestias y pájaros que son nuestros amigos, los árboles e incluso las hermosas flores que perecen más rápido que los hombres. Su muerte nos entristece, pero creemos que es parte de su naturaleza, tanto como lo son sus formas o colores. Pero por vosotros, que sois nuestros parientes más cercanos, nuestra pena es mucho mayor. Más, si tenemos en cuenta la brevedad de la vida en toda la Tierra Media, ¿no debemos creer que vuestra brevedad es también parte de vuestra naturaleza? ¿No piensa esto también vuestra propia gente? Y aun así, de tus palabras y su amargura adivino que piensas que erramos.

—Pienso que erráis vosotros y todos los que piensan igual—dijo Andreth—; y que ese mismo error procede de la Sombra. Pero hablemos de los hombres. Algunos dirán esto y otros aquello; pero la mayoría, que piensa poco, sostendrá que su breve periodo en el mundo siempre ha sido tal. Mas hay algunos que piensan distinto; los hombres los llaman "sabios", pero poco los escuchan. Porque no hablan con seguridad ni con una sola voz, ya que no tienen la certeza de la que tú te enorgulleces, sino que han de depender de la "tradición", en la que la verdad (si es que puede hallarse) debe ser cribada. Y en cada criba hay paja con el grano elegido, y sin duda algo de grano con la paja que se rechaza. Mas entre mi gente, de sabio a sabio, procedente de la noche, llega la voz que dice que los hombres no son ahora como fueron, ni como era su verdadera naturaleza en un principio. Y aún más claro lo dicen los sabios del pueblo de Marach, que han conservado un nombre para aquel que llamáis Eru, aunque en mi pueblo Él está casi olvidado. Esto aprendí de Adanel. Ellos dicen sencillamente que los hombres no son de corta vida por naturaleza, sino que así es por la maldad del Señor de la Oscuridad, a quien no nombran.

—Eso bien puedo creerlo—dijo Finrod—que vuestros cuerpos sufren en alguna medida la maldad de Melkor. Porque vivís en Arda Maculada, como nosotros, y toda la materia de Arda fue tocada por él, antes de que vosotros o nosotros llegáramos y nutriéramos nuestros hröar y su mantenimiento: toda excepto quizá Aman, antes de que él llegara allí. Pues sabe que no es distinto con los propios quendi: su salud y estatura han disminuido. Ya aquellos de nosotros que moran en la Tierra Media, e incluso los que a ella hemos retornado, encuentran que el cambio de sus cuerpos es más rápido que al principio. Y eso, creo, debe anunciar que se harán menos resistentes al desgaste de para lo que fueron diseñados, aunque puede que esto no sea evidente por muchos años. Y de igual forma sucede con los hröar de los hombres, son más débiles de lo que debieran. Así, pues, sucede que aquí en el oeste, donde antaño su poder se extendió menos, tienen más salud, como tú dices.

—¡No, no!—dijo Andreth—. No entiendes mis palabras. Porque siempre pensáis lo mismo, mi señor: los elfos son elfos, y los hombres son hombres, y aunque tienen un Enemigo común, que los ha injuriado a ambos, aún se mantiene la distancia entre los señores y los humildes, los primeros llegados altos y resistentes, los seguidores menores y de breve servicio. Ésa no es la voz que los sabios oyen en la oscuridad y más allá. No, señor, los sabios de entre los hombres dicen: "No se nos hizo para la muerte, no nacemos para morir. La muerte se nos impuso." Y ¡observa! el miedo a ella siempre nos acompaña y siempre la rehuimos como la liebre al cazador. Pero en lo que a mí respecta, creo que no hay escapatoria en este mundo, no, ni aunque pudiésemos llegar a la Luz más allá del mar o ese Aman del que habláis. Con esa esperanza hemos viajado durante muchas vidas de hombres, mas la esperanza era vana. Eso dijeron los sabios, pero no se detuvo la marcha porque, como he dicho, poco se les escucha. Y ¡mira! hemos huido de la Sombra hasta las últimas costas de la Tierra Media, ¡sólo para encontrar que está aquí, delante de nosotros!

 

Entonces Finrod guardó silencio; pero al cabo de un rato dijo:

—Esas palabras son extrañas y terribles. Y tú hablas con la amargura de aquella cuyo orgullo ha sido humillado y no busca sino herir a sus contertulios. Si todos los sabios entre los hombres hablan así, entonces bien puedo creer que habéis sufrido un gran daño. Pero no por mi gente, Andreth, ni por ninguno de los quendi. Si somos como somos, y si sois como os encontramos, no se debe a nuestros actos ni a nuestros deseos, y vuestras penas no nos causan regocijo ni alimentan nuestro orgullo. Sólo uno diría lo contrario: aquel Enemigo que no nombráis. ¡Cuidado con la paja de tu grano, Andreth! Pues podría ser mortal: mentiras del Enemigo que alimentándose en la envidia podrían criar odio. No todas las voces que surgen de la oscuridad dicen la verdad a las mentes que buscan extrañas nuevas. ¿Pero quién os hizo este daño? ¿Quién os impuso la muerte? Melkor, dirías seguramente, o cualquiera que sea el nombre que le deis en secreto. Porque hablas de la muerte y su sombra como si fueran una y la misma; y como si escapar de la Sombra fuera también escapar de la muerte. Pero no son lo mismo, Andreth. Así creo, o la muerte no se encontraría en absoluto en este mundo que él no diseñó, sino Otro. No, muerte no es sino el nombre que damos a algo que él ha tocado, y suena por lo tanto maligno, pero intacto su nombre sería bueno.

—¿Qué sabéis de la muerte? No la teméis porque no la conocéis—dijo Andreth.

—La hemos visto y la tememos—respondió Finrod—. Nosotros también podemos morir, Andreth, y hemos muerto. El padre de mi padre fue cruelmente asesinado, y muchos le han seguido, exiliados en la noche, en el hielo cruel, en el mar insaciable.
Y en la Tierra Media hemos muerto por fuego y por humo, por veneno y en las crueles hojas del combate. Fëanor está muerto y Fingolfin fue pisoteado bajo los pies del Morgoth. ¿Con qué fin? Para expulsar la Sombra, o si no fuera posible, para impedir que se extienda una vez más sobre toda la Tierra Media; ¡para defender a los hijos de Eru, Andreth, a todos los hijos y no sólo a los orgullosos eldar!

—Yo había oído—dijo Andreth—que era para recuperar vuestro tesoro, que vuestro Enemigo había robado, mas quizá la casa de Finarfin no es una con los hijos de Fëanor. Pero pese a todo vuestro valor, yo te digo de nuevo: ¿qué sabéis de la muerte? Puede que para vosotros sea dolorosa y una pérdida, pero sólo por un tiempo, un puñado robado a la abundancia, a menos que se me hayan contado falsedades. Porque sabéis que al morir no abandonáis el mundo, y que podéis retornar a la vida. Con nosotros es distinto: al morir morimos, y nos vamos para no volver. La muerte es el final último, una pérdida irremediable. Y es abominable, porque también es una maldad que se nos hace.

—Esa diferencia la percibo—dijo Finrod—. ¿Dirías que hay dos muertes: una es un daño y una pérdida, pero no un final y la otra es un final sin retorno? ¿Y los quendi sólo experimentan la primera?

—Sí, pero hay además otra diferencia—dijo Andreth—. Una no es sino un daño entre las posibilidades del mundo, que los valientes, o los fuertes, o los afortunados pueden esperar evitar. La otra es ineludible, una muerte de cuyo cazador no hay escape último posible. Sea un hombre fuerte o rápido o temerario, sea sabio o necio, sea malvado o justo y piadoso en todas las acciones de sus días, ame al mundo o lo aborrezca, debe morir y abandonarlo, y convertirse en carroña que los hombres se apresuran en quemar o esconder.

—¿Y estando así, perseguidos, no tienen los hombres esperanza alguna?—dijo Finrod.

—No tienen ni certeza ni conocimiento, sólo miedo y sueños en la oscuridad—respondió Andreth—¿Pero esperanza? Esperanza, ese es otro asunto del cual incluso los sabios apenas hablan.—Entonces su voz se hizo más amable—. Sin embargo, señor Finrod de la casa de Finarfin, de los altos y noble elfos, quizá nosotros podamos hablar de ello, vos y yo.

—Quizá podamos—dijo Finrod—pero mientras tanto caminamos en las sombras del temor. Hasta ahora, entonces, percibo que la gran diferencia entre elfos y hombres está en la rapidez del fin. Sólo en esto. Pues, si pensáis que para los quendi no hay muerte ineludible, erráis. Porque ninguno de nosotros sabe, aunque quizá lo sepan los valar, cómo será el futuro de Arda o cuánto se ha ordenado que dure. Pero no durará por siempre. Fue hecha por Eru, pero no está en Él. Sólo el Único no tiene límites. Arda, y la misma Ëa, deben por lo tanto tener límites. Nos veis a los quendi aún en las primeras edades de nuestra existencia y el fin está lejos. De igual forma es posible que suceda con vuestros jóvenes, quienes ven la muerte aún lejana, salvo que nosotros tenemos ya largos años de vida y pensamiento detrás. Pero el fin llegará. Eso lo sabemos todos. Y entonces deberemos morir, habremos de perecer para siempre, parece, puesto que pertenecemos a Arda (en hröa y fëa). ¿Y más allá, qué? ¿"La ida al no retorno", como tú dices, "el fin más absoluto, la pérdida irremediable"? Nuestro cazador es de pies pesados, pero nunca pierde el rastro. Más allá del día en que nos golpee con la muerte, no tenemos certezas ni conocimiento. Y nadie nos ha hablado de esperanza.

—No lo sabía—dijo Andreth—, y aún así...

—¿Y aún así el nuestro es lento, dirías tú?—dijo Finrod—. Cierto. Pero no está claro que un destino vaticinado y largamente retrasado sea en modo alguno una carga menos pesada que el que llega pronto. Mas si he entendido tus palabras hasta el momento, vosotros no creéis que esta diferencia fuera establecida así en el principio. No estabais en el origen destinados a una muerte rápida.
Mucho podría decirse acerca de esta creencia (sea cierta o no). Pero antes preguntaré: ¿cómo decís que se ha llegado a ello? Por la maldad de Melkor, sugerí, y no lo has negado. Mas ahora veo que no hablas del empequeñecimiento que todo en Arda Maculada sufre, sino de un golpe especial de maldad contra tu gente, contra los hombres en cuanto hombres. ¿Es así?

—Así es, en verdad—dijo Andreth.

—Entonces esto es un asunto de terror—dijo Finrod—. Conocemos a Melkor, el Morgoth, y sabemos que es poderoso. Sí, yo lo he visto y he oído su voz, y he quedado ciego en la noche que está en el corazón de su sombra, de la cual tú, Andreth, nada sabes excepto de oídas y a través de la memoria de tu pueblo. Pero nunca, incluso en la noche, hemos creído que él pudiera prevalecer sobre los hijos de Eru. Podría apresar a uno, y a otro quizá corromper, pero no cambiar el destino de un pueblo entero de los hijos, robarles su herencia: si tal pudiera hacer contra la voluntad de Eru, entonces es más grande y más terrible de lo que adivinábamos; entonces, todo el valor de los noldor no es sino presunción y locura... no, Valinor y las montañas de las Pelóri están construidas sobre arena.

—¡Observa!—dijo Andreth—. ¿No dije que no conocías la muerte? Y ¡mira!, cuando tienes que enfrentarla sólo en pensamiento, mientras que nosotros la conocemos en hechos y pensamientos durante toda nuestra vida, enseguida caes en la desesperación. Sabemos, si es que vosotros no, que el Sin Nombre es señor de este mundo y vuestro valor, y el nuestro también, es una locura, o al menos estéril.

—¡Cuidado!—dijo Finrod—. Cuida no hables de lo inefable, voluntariamente o por ignorancia, confundiendo a Eru con el Enemigo, quien disfrutaría si así lo hicieses. El Señor de este mundo no es él, sino el Único que lo hizo, y su Regente es Manwë, Rey Mayor de Arda, que está bendito. No, Andreth. La mente oscurecida y extraviada, inclinarse y seguir odiando, huir pero no rechazar, amar al cuerpo y aún así vejarlo, el desprecio de la carroña: estas cosas pueden venir del Morgoth, en verdad. Pero destinar a los inmortales a morir, de padres a hijos, y dejarles la memoria de una herencia robada y el deseo de lo que se perdió... ¿podría Morgoth hacer eso? Yo digo que no. Y por esa razón digo que si tu historia es cierta, entonces todo en Arda es vano, desde el pináculo de Oiolossë hasta el más profundo abismo. Pero yo no creo en tu historia. Nadie podría haber hecho eso salvo el Único. Por lo tanto te digo, Andreth, ¿qué hicisteis vosotros, los hombres, tiempo ha en la oscuridad? ¿Qué hicisteis que enfureció a Eru? Porque de lo contrario todas vuestras historias no son sino sueños oscuros concebidos en una Mente Oscura. ¿Me dirás lo que sabes o lo que has oído?

—No lo haré—dijo Andreth—. No hablamos de esto con los de otras razas. Pero la verdad es que los sabios no están seguros y hablan con voces contradictorias, porque de lo que ocurriera hace tiempo hemos huido, hemos intentado olvidar, y tanto tiempo lo hemos intentado que no podemos recordar ninguna época en la que no fuéramos como somos ahora, excepto sólo leyendas de días cuando la muerte no era tan rápida y nuestras vidas eran mucho más largas, pero aún entonces ya había muerte.

—¿No puedes recordar?—dijo Finrod—. ¿No hay historias de vuestros días antes de la muerte, aunque no se las contéis a extraños?

—Quizá—dijo Andreth—. Si no entre mi gente, entonces puede que entre el pueblo de Adanel.

 

LA HISTORIA DE ADANEL

Entonces Andreth, a instancias de Finrod, dijo al fin:

—Ésta es la historia que me contó Adanel, de la casa de Hador.

Algunos dicen que el Desastre tuvo lugar al principio de la historia de nuestro pueblo, antes de que ninguno hubiera muerto aún. La Voz nos había hablado, y nosotros la habíamos escuchado. La Voz dijo: «Sois mis hijos. Os he enviado para que moréis aquí. Con el tiempo heredaréis toda esta Tierra, pero primero debéis ser niños y aprender. Llamadme y yo os oiré, porque velo por vosotros».

Comprendíamos la Voz con el corazón, aunque aún no teníamos palabras. Se nos despertó entonces el deseo de las palabras, y empezamos a hacerlas. Pero éramos pocos, y el mundo era amplio y extraño. Aunque grande era el deseo de comprender, aprender resultaba difícil y la hechura de palabras lenta. En ese entonces llamábamos a menudo y la Voz respondía. Pero rara vez respondía nuestras preguntas, diciendo sólo: «Buscad primero la respuesta en vosotros mismos. Pues tendréis alegría al encontrarla, y de ese modo abandonaréis la infancia y os haréis sabios. No intentéis dejar la infancia antes de tiempo». Pero nosotros teníamos prisa, y deseábamos ordenar las cosas según nuestra voluntad; y las formas de muchas cosas que deseábamos hacer despertaron en nuestras mentes. Por tanto cada vez le hablábamos menos a la Voz.

Apareció entonces alguien entre nosotros, en nuestra propia forma visible, pero más grande y hermoso, diciendo que había acudido por compasión. «El mundo está lleno de riquezas maravillosas que el conocimiento puede revelar. Podríais tener alimentos más abundantes y deliciosos que las minucias que coméis ahora. Podríais tener cómodas moradas donde guardar la luz y expulsar la noche. Podríais vestiros aún como yo.» Lo miramos entonces y he aquí que estaba vestido con galas que brillaban como la plata y el oro, y llevaba una corona en la cabeza, y gemas en los cabellos. «Si queréis ser como yo—dijo—, os enseñaré.» Entonces lo tomamos como maestro.

No era tan rápido como habríamos deseado en enseñarnos cómo encontrar o hacer nosotros mismos las cosas que deseábamos, aunque nos había despertado muchos deseos en los corazones. Pero si alguien dudaba o se impacientaba traía y nos mostraba todo cuanto deseábamos. «Soy el Dador de Regalos—decía—; y los regalos nunca faltarán mientras confiéis en mí.»

Por tanto lo reverenciábamos, y nos esclavizó; dependíamos de sus regalos, temerosos de volver a la vida en que estaban ausentes y que ahora nos parecía pobre y dura. Y creíamos todo cuanto nos enseñaba. Porque queríamos saber acerca del mundo y su existencia: acerca de las bestias y las aves, y las plantas que crecían en la Tierra; acerca de nuestra propia creación; y acerca de las luces del cielo, y las estrellas innumerables, y lo Oscuro en que estaban puestas. Todas sus enseñanzas parecían buenas, pues tenía grandes conocimientos. Pero hablaba cada vez más de lo Oscuro. «Más grande que todo es lo Oscuro—decía—, porque no tiene límites. Procede de lo Oscuro, pero yo soy Su amo. Porque he hecho la Luz. Hice el sol y la luna y las estrellas innumerables. Yo os protegeré de lo Oscuro, que de otro modo os devoraría.»

Le hablamos entonces de la Voz. Pero su rostro se hizo terrible; pues estaba furioso. «¡Estúpidos!—dijo—. Era la Voz de lo Oscuro. Desea manteneros alejados de mí, porque tiene hambre de vosotros.» Partió entonces, y no lo vimos durante un largo tiempo, y sin sus regalos éramos pobres. Y llegó un día en que de repente la luz del sol empezó a menguar, hasta que desapareció y una gran sombra cayó sobre el mundo; y todas las bestias y aves tuvieron miedo. Entonces regresó, caminando a través de la sombra como un fuego brillante.

Nos postramos ante él. «Algunos de vosotros todavía escuchan a la Voz de lo Oscuro—dijo—, y por tanto se está aproximando. ¡Escoged ahora! Podéis tener a lo Oscuro como Señor, no podéis tenerme a Mí. Pero si no Me tomáis como Señor y juráis servirme partiré y os abandonaré; porque tengo otros reinos y moradas, y no necesito la Tierra, ni a vosotros». Con miedo hablaron entonces nuestros caudillos, diciendo:

—Tú eres el Señor; sólo a Ti serviremos. Renunciamos a la Voz y no volveremos a escucharla.

—¡Qué así sea!—dijo él—. Ahora construidme un hogar en un lugar elevado y llamadlo la Casa del Señor. Allí iré cuando quiera. Allí Me llamaréis y Me haréis vuestras peticiones.

Y cuando hubimos construido una gran casa, vino y se irguió ante el alto trono, y la casa estaba iluminada como con fuego. «Ahora—dijo—, que se adelante todo aquel que todavía escuche a la Voz.»

Algunos había, pero por miedo permanecieron quietos y en silencio. «¡Inclinaos entonces ante Mí y reconoced Mi soberanía!», dijo. Y todos se postraron ante él, diciendo: «Tú eres el Único Grande, y Te pertenecemos.»

En seguida subió como en una gran llama y humo y el calor nos quemó. Pero de repente había desaparecido, y estaba más oscuro que la noche; y huimos de la Casa. Después de aquello siempre íbamos con gran miedo de lo Oscuro; pero rara vez volvió él a aparecer entre nosotros en una forma hermosa, y traía pocos regalos. Si en caso de extrema necesidad acudíamos a la Casa y le rogábamos que nos ayudara, su voz nos decía lo que debíamos hacer. Pero ahora siempre nos ordenaba hacer algo, o a entregarle algún regalo, antes de escuchar nuestro ruego; y cada vez nos exigía cosas peores y nos daba menos regalos.

Nunca volvimos a oír la primera Voz, salvo una vez. En la quietud de la noche nos habló, diciendo: «Habéis renegado de Mí, pero seguís siendo Míos. Yo os di la vida. Ahora se acortará, y cada uno de vosotros acudirá a Mí tras un breve tiempo, y sabrá quién es el Señor: si aquel a quien adoráis, o Yo, que os hice.»

Aumentó entonces nuestro miedo por lo Oscuro; porque creíamos que la Voz venía de la Oscuridad que había detrás de las estrellas. Y algunos de nosotros empezamos a morir con horror y angustia, temerosos de ir a lo Oscuro. Pedimos entonces al Amo que nos librara de la muerte, y no respondió. Pero cuando fuimos a la Casa y todos nos postramos allí, acudió al fin, grande y majestuoso, pero había crueldad y orgullo en su rostro.

«Ahora sois Míos y debéis hacer Mi voluntad—dijo—. No me preocupa que algunos de vosotros muráis para apaciguar el hambre de lo Oscuro; pues de otro modo pronto serías demasiados, arrastrándoos como el hielo sobre la superficie de la Tierra. Pero si no hacéis Mi voluntad sentiréis Mi furia y moriréis antes, porque yo os mataré.»

Después sufrimos enormemente de agotamiento, hambre y enfermedades; y la Tierra y todas las cosas que habitaban en ella se volvieron contra nosotros. El fuego y el agua se nos rebelaron. Las aves y bestias nos esquivaban, o nos atacaban si eran fuertes. Las plantas nos daban veneno; y temíamos a las sombras bajo los árboles. Añoramos entonces la vida tal como era antes de la llegada del Amo; y lo odiamos, pero lo temíamos tanto como a lo Oscuro. Y hacíamos lo que nos pedía, y más de lo que nos pedía: pues cualquier cosa que pensáramos que lo complacería, por maligno que fuera, lo hacíamos con la esperanza de que él suavizaría nuestros pesares, y que por lo menos no nos mataría. Para la mayoría de nosotros fue en vano. Pero a algunos empezó a demostrarles su favor: a los más fuertes y crueles, y a aquellos que iban más a menudo a la Casa. Y les daba regalos y conocimientos que ellos guardaban en secreto; y se hicieron poderosos y altivos, y nos esclavizaron, de modo que no teníamos descanso del trabajo entre nuestros pesares.

Hubo entonces algunos de entre nosotros que hablaron abiertamente en su desesperación: «Ahora sabemos al fin quién mentía y quién deseaba devorarnos. La Oscuridad no era la primera Voz, sino el Amo que hemos tomado; y no provenía de ella, como dijo, sino que mora allí. ¡Ya no le serviremos más! Él es nuestro Enemigo». Entonces, temerosos de que los oyera y nos castigara a todos, los matamos, cuando nos fue posible; y los que huyeron fueron perseguidos; y cuando capturábamos a alguno, nuestros amos, los amigos de él, ordenaban que lo llevaran a la Casa y allí le dieran muerte con fuego. Eso le causaba gran placer, decían sus amigos; y de hecho durante un tiempo pareció que nuestros pesares se aligeraban.

Pero se dice que hubo unos pocos que escaparon de nosotros, y se fueron lejos, a países lejanos. Sin embargo, no escaparon de la ira de la Voz; porque habían construido la Casa y se habían postrado en ella. Y al fin llegaron al final de la tierra y a las orillas del agua infranqueable; y he aquí que el Enemigo estaba allí, delante de ellos.

Andreth se hundió en el silencio y observó el fuego fijamente.

—¿Pensáis que nadie lo sabe excepto vosotros?—dijo Finrod al fin—. ¿No lo saben los valar?

Andreth alzó la vista y sus ojos se oscurecieron.

—¿Los valar?—dijo—. ¿Cómo podría yo saberlo, o cualquier hombre? Vuestros valar no nos molestan con cuidados ni instrucción. No nos convocaron.

—¿Qué sabéis de ellos?—dijo Finrod—. Yo los he visto y he morado entre ellos, y en presencia de Manwë y Varda he estado en la Luz. No hables de ellos así, ni de nada que está muy alto por encima de ti. Tales palabras surgieron por vez primera de la Boca Mentirosa. ¿Nunca se te ha ocurrido, Andreth, que allí fuera, en edades pasadas hace largo tiempo, podríais haberos puesto fuera de su amparo y más allá del alcance de su ayuda? ¿O incluso que vosotros, los hijos de los hombres, no erais algo que ellos pudieran gobernar? Porque erais demasiado grandes. Sí, eso es lo que quiero decir, y no sólo halagar vuestro orgullo: demasiado grandes. Los únicos amos de vosotros mismos dentro de Arda, bajo la mano del Único. ¡Cuida, pues, tus palabras! Si no vas a hablar a otros de vuestra herida o cómo llegasteis a ella, escucha, no sea que como sanguijuelas ignorantes, confundáis las heridas o, por orgullo, acuséis fuera de lugar. Pero volvamos a otros asuntos, puesto que no dirás más sobre esto. Consideremos vuestro estado primero, antes de la herida. Porque lo que dices es también una maravilla y difícil de entender. Tú afirmas: "no fuimos hechos para la muerte, ni nacíamos para morir". ¿Qué quieres decir: que erais como nosotros u otra cosa?

—Este conocimiento no os toma en consideración—dijo Andreth—, pues nada sabemos de los eldar. Sólo incumbe al morir y al no morir. De la vida mientras dure el mundo pero no más allá, nada hemos oído. En realidad, nunca hasta ahora pasó por mi mente.

—A decir verdad—dijo Finrod—había pensado que esta creencia vuestra, de que también vosotros no fuisteis hechos para la muerte, no era sino un sueño de vuestra soberbia, nacido por envidia a los quendi, para igualarlos o sobrepasarlos. No es así, dirás tú. Y sin embargo, mucho antes de que llagarais a esta tierra, encontrasteis otros pueblos de los quendi, y con algunos trabasteis amistad. ¿No erais ya entonces mortales? ¿Y nunca hablasteis con ellos acerca de la vida y la muerte? Porque incluso sin palabras ellos pronto descubrirían vuestra mortalidad, y mucho hace que debisteis advertir que ellos no morían.

—No es así, afirmo en verdad. —respondió Andreth—. Puede que fuéramos mortales cuando por vez primera encontramos a los elfos lejos de aquí, o puede que no. Nuestro conocimiento no lo dice, o al menos, ninguno que yo haya aprendido. Pero ya entonces teníamos nuestro saber, y no necesitamos ninguno de los elfos: sabíamos que en nuestro origen nacíamos para no morir nunca. Y con esto, mi señor, queremos decir: nacidos para la vida eterna, sin sombra de final alguno.

—¿Han considerado entonces los sabios entre vosotros cuán extraña es la verdadera naturaleza que reclaman para los atani?—dijo Finrod.

—¿Tan extraña es?—dijo Andreth—. Muchos de los sabios sostienen que en su verdadera naturaleza, ninguna cosa viviente moriría.

—En eso los eldar os dirían que erráis—dijo Finrod—. Para nosotros, lo que reclamáis para los hombres es extraño y muy difícil de aceptar, por dos razones. Afirmáis, si es que entendéis completamente vuestras propias palabras, haber tenido cuerpos imperecederos, no limitados por las fronteras de Arda, y sin embargo derivados de su materia y sustentados en ella. Y reclamáis, además (aunque esto quizá no lo hayas advertido) haber poseído hröar y fëar que desde el principio carecían de armonía. Y sin embargo, la armonía de hröa y fëa es, creemos, esencial en la verdadera naturaleza inmaculada de todos los encarnados: los mirröanwi, como llamamos a los hijos de Eru.

—Veo el primer problema—dijo Andreth—, y para ello tienen nuestros sabios su propia respuesta. El segundo, como adivinas, no lo percibo.

—¿No?—dijo Finrod—. Entonces no os veis a vosotros mismos con claridad. Pero puede suceder a menudo que las amistades y parientes vean con facilidad algunas cosas que están escondidas para su propio amigo. Bien, los eldar somos vuestros parientes, y vuestros amigos también (si quieres creerlo) y os hemos observado durante tres vidas de los hombres con amor y preocupación y reflexionando mucho. De esto, entonces, estamos completamente seguros, o de lo contrario nuestra sabiduría no es más que vanidad: los fëar de los hombres, aunque cercanos y emparentados con los fëar de los quendi, no son iguales. Aunque nos resulte extraño, vemos claramente que los fëar de los hombres no están, como los nuestros, confinados a Arda, ni es Arda su hogar. ¿Puedes negarlo? Ahora bien, nosotros los eldar no negamos que améis Arda y todo lo que hay en ella (en tanto que estáis libres de la Sombra) tanto como nosotros lo hacemos. Pero de otra forma. Cada una de nuestras estirpes percibe Arda de forma diferente y aprecia sus bellezas en distinto grado y modo. ¿Cómo explicarlo? Para mí la diferencia es similar a la que hay entre el que visita un país extranjero y habita allí un tiempo (aunque no lo necesita) y el que ha vivido en esa tierra siempre (y debe hacerlo). Para el primero, todas las cosas que ve le parecen nuevas y asombrosas y por ello dignas de amor. Al otro todo le es familiar, lo único que realmente existe para él, sus cosas, y por ello le son preciosas.

—Queréis decir que los hombres son los huéspedes—dijo Andreth.

—Has dicho la palabra exacta—dijo Finrod—. Ese es el nombre que os hemos concedido.

—Señorialmente, como siempre—dijo Andreth—. Pero incluso si somos invitados en una tierra donde todo es de vuestra propiedad, señores míos, decidme, ¿qué otras tierras o cosas conocemos?

—¡No, dímelo tú!—dijo Finrod—. Pues si no lo sabéis vosotros, ¿cómo podemos saberlo nosotros? ¿Sabes que los eldar dicen de los hombres que no miran a las cosas por sí mismas; que si estudian algo, es para descubrir algo más; que si la aman es sólo (parece) porque les recuerda a algo más precioso? Entonces, ¿con qué comparan? ¿Dónde están esas otras cosas? Nosotros, tanto elfos como hombres, estamos en Arda y somos de Arda, y el conocimiento que los hombres tienen procede de Arda (o así parece). ¿De dónde entonces viene esa memoria que tenéis antes incluso de que empecéis a aprender? No es de otras regiones en Arda por las que hayáis viajado. Porque si tú y yo fuéramos juntos a vuestro antiguo hogar, lejos al este, reconocería las cosas de allí como parte de mi hogar, mientras que vería en tus ojos el mismo asombro y comparación que veo en los hombres de Beleriand que han nacido aquí.

—Decís extrañas palabras, Finrod—dijo Andreth—, que nunca antes he oído. Y sin embargo, mi corazón se agita como si reconociera alguna verdad aún sin entenderla. Pero tenue es esa memoria y se aleja antes de que podamos asirla y entonces quedamos ciegos. Y aquellos entre nosotros que han conocido a los eldar, y que quizá los han amado, dicen por nuestra parte: "No hay cansancio en los ojos de los elfos." Y hemos descubierto, además, que ellos no entienden el dicho de los hombres: lo que se ve demasiado a menudo, deja de ser visto. Y se maravillan que en las lenguas de los hombres la misma palabra pueda significar tanto "conocido desde antaño" como "ajado". Pensamos que se debe sólo a que los elfos tienen vidas duraderas y vigor inagotable. "Niños crecidos" os llamamos a veces nosotros los huéspedes, mi señor. Pero aún así... aún así, si nada en Arda mantiene para nosotros su sabor por largo tiempo, y todas las cosas hermosas se vuelven oscuras, ¿entonces qué? ¿Acaso no es por la Sombra de nuestros corazones? ¿O dirías que no es esa la razón sino que tal fue siempre nuestra naturaleza, antes incluso de la herida?

—Eso diría, en verdad—respondió Finrod—. La Sombra puede haber oscurecido vuestra inquietud, aportando un cansancio más rápido y convirtiéndolo pronto en desdén, pero la inquietud siempre estuvo ahí, creo. Y si así es, ¿no puedes ahora captar la contradicción de la que hablaba? Si es que vuestro Saber tiene el conocimiento, como el nuestro, según el cual los mirroänwi están hechos de la unión de cuerpo y mente, de hröa y fëa, o como decimos en imágenes, de la Casa y el Morador. ¿Pues qué es la muerte de la que te lamentas sino la separación de estos dos? Y ¿qué es la inmortalidad que habéis perdido sino que los dos resten unidos para siempre? ¿Pero qué debemos pensar entonces de esta unión en el hombre: de un Morador que no es más que un invitado aquí en Arda y que no está en su hogar, con una Casa que está construida con la materia de Arda y debe por lo tanto (se supone) permanecer aquí? Uno no esperaría para esta Casa una vida más larga que la de Arda, de quien forma parte. Pero aseguráis que la Casa también era inmortal, ¿no es así? Yo más bien creería que un fëa así, por su propia naturaleza, abandonaría en su momento la casa de su periplo aquí, incluso si este periplo era antes más largo de lo que ahora se permite. Entonces la "muerte" os habría (como dije) sonado muy distinta: como una liberación, o un retorno, o, mejor, una vuelta al hogar. Pero esto no es lo que vosotros creéis, parece.

—No, en eso no creo—dijo Andreth—. Pues eso sería cansancio del cuerpo, y es éste un pensamiento de la Oscuridad, antinatural en cualquiera de los encarnados cuya vida incorrupta es una unión de mutuo amor. Porque el cuerpo no es una posada para mantener caliente al viajero durante una noche, antes de que prosiga su camino, para luego recibir a otro. Es una casa construida para un solo morador, y no sólo casa, sino también ropaje; y no está claro para mí que debamos en este caso hablar sólo de ropajes adecuados al portador y no de un portador que es apropiado para las ropas. Sostengo, entonces, que no se puede pensar que la separación de ambos sea acorde a la verdadera naturaleza de los hombres. Pues si fuera "natural" para el cuerpo ser abandonado y morir, y "natural" para el fëa continuar viviendo, entonces habría sin duda una contradicción en el hombre, y sus partes no estarían unidas por amor. Su cuerpo sería, en el mejor de los casos, un impedimento, o una cadena. Una imposición, realmente, no un don. Pero hay uno que impone, y que fabrica cadenas, y si tal fuera nuestra naturaleza en los comienzos, entonces de él procederíamos; pero de ello tú dices que no se debe hablar. ¡Ay! Lejos en la oscuridad los hombres lo afirman pese a todo, aunque no los atani que vos conocéis, no ahora. Afirmo que en esto nosotros somos como vosotros, verdaderos encarnados, y que no vivimos nuestro ser auténtico en plenitud excepto por la unión de paz y amor entre la Casa y el Morador. Por lo tanto, la muerte que los divide es un desastre para ambos.

—Más aún asombras mis pensamientos, Andreth—dijo Finrod—. Pues si tu reclamación es cierta, entonces ¡mira! un fëa que no es aquí sino un viajero está indisolublemente casado con un hröa de Arda; separarlos es una dañina herida, y aún así cada uno ha de completar su naturaleza sin tiranía por parte del otro. Entonces con seguridad se puede inferir lo siguiente: cuando el fëa parte debe llevar consigo al hröa. ¿Y que puede significar esto sino que el fëa tiene el poder de elevar al hröa como eterno esposo y compañero, hacia una existencia eterna más allá de Ëa y más allá del Tiempo? Así Arda, o parte de ella, sería curada no sólo de la mancha de Melkor sino liberada incluso de los límites que se le establecieron en la "Visión de Eru" de la que los valar hablan. Por lo tanto digo que si podemos creer esto, poderosos en verdad fueron hechos los hombres bajo Eru en su inicio; y terrible sobre todas las calamidades fue el cambio de su estado. ¿Es entonces una visión de lo que Arda sería si estuviera completa—de cosas vivientes e incluso de las mismas tierras y mares de Arda hechas eternas e indestructibles, para siempre hermosas y nuevas—con lo que los fëar de los hombres comparan lo que ven aquí? ¿O existe en algún sitio un mundo del cual todo lo que vemos, todas las cosas que los hombres y elfos conocemos, no son más que recuerdos o imágenes?

—Si es así, está en la mente de Eru, estimo yo—dijo Andreth—. A tales preguntas, ¿cómo podemos hallar respuestas, aquí en las nieblas de Arda Maculada? Sería distinto si no hubiéramos sido cambiados; pero siendo como somos, incluso los sabios entre nosotros han dedicado poco pensamiento a Arda en sí misma, o a las otras cosas que aquí residen. Hemos pensado sobre todo en nosotros: de cómo nuestros hröar y fëar deberían haber morado juntos en eterna felicidad, y en la oscuridad impenetrable que ahora nos espera.

—Entonces no sólo los altos elfos se olvidan de su linaje—dijo Finrod—. Pero esto me resulta extraño, y como hizo tu corazón cuando hablé de vuestro malestar, así ahora el mío salta como oyendo buenas nuevas. Ésta, pues, propongo, fue la razón de ser de los hombres, no los seguidores, sino los herederos y culminadores de todo: curar la Mácula de Arda, ya prevista antes de su creación, y hacer aún más, como agentes de la magnificencia de Eru: agrandar la Música y superar la Visión del Mundo. Porque Arda Curada no será Arda Inmaculada, sino una tercera cosa, mayor y aún así, la misma. He conversado con los valar que estuvieron presentes en la Música antes de que la existencia del mundo empezara. Y ahora me pregunto: ¿escucharon ellos el final de la Música? ¿No había algo en los acordes finales de Eru o más allá que, sobrecogidos, no percibieron? O, de nuevo, puesto que Eru es libre por siempre, quizá no hizo Música ni mostró Visión más allá de un cierto punto. Más allá de ese punto no podemos ver o conocer, hasta que por nuestros caminos lleguemos allí, valar o eldar u hombres. Como un maestro en la narración de cuentos puede mantener oculto el momento cumbre hasta que llegue su tiempo. Puede ser adivinado, por supuesto, hasta cierto punto, por aquellos que han escuchado con toda su mente y corazón; pero eso es lo que el narrador desea. La sorpresa y maravilla de su arte no disminuye así, pues de esta forma nosotros compartimos, como si lo fuéramos, su autoría. ¡No así si a todos nosotros se nos dijera en el prefacio, antes de que nos adentráramos!

—¿Cuál dirías entonces que es el momento cumbre que Eru ha reservado?—preguntó Andreth.

—¡Ah, sabia señora!—dijo Finrod—. Soy un elda y de nuevo pensaba en mi propia gente. Aunque, no, en todos los hijos de Eru. Estaba pensando que por los segundos hijos podríamos haber sido librados de la muerte. Porque mientras hablábamos de la muerte como una separación de lo unido, mi corazón pensó una muerte que no es eso, sino el final conjunto de ambos. Pues eso es lo que yace ante nosotros, hasta donde nuestra razón puede ver: la culminación de Arda y su final, y por lo tanto también el nuestro, hijos de Arda; el final donde todas las largas vidas de los elfos estarán por completo en el pasado. Y entonces, de repente, observé como en una visión Arda Rehecha; y allí los eldar completos, pero no acabados podían permanecer en el presente para siempre, y allí caminar, quizá, con los hijos de los hombres, sus liberadores, y cantarles tales canciones que, incluso en la Felicidad más allá de toda felicidad, los verdes valles resonarían y las cimas eternas de las montañas palpitarían como arpas.

Entonces Andreth miró a Finrod por debajo de las cejas:

—¿Y qué es lo que, cuando no estuvierais cantando, nos diríais?—preguntó.

Finrod rio.

—Sólo puedo adivinarlo—dijo—. Fíjate, sabia señora, pienso que os contaremos historias del pasado y de la Arda que fue, de los peligros y las grandes hazañas y de la creación de los Silmarils. ¡Entonces éramos nosotros los señoriales! Pero vosotros... vosotros estaréis en vuestro hogar, mirando todas las cosas intensamente, como vuestras. Entonces seréis los señores. "Los ojos de los elfos siempre piensan en algo más", diréis. Pero entonces sabréis de qué nos acordamos: de los días cuando por vez primera nos encontramos y nuestras manos se tocaron en la oscuridad. Más allá del Fin del Mundo no cambiaremos, porque en la memoria está nuestro gran talento, como se verá con más claridad a medida que pasen las Edades de Arda: una pesada carga, me temo, pero en los Días de los que ahora hablamos será una gran riqueza.

Y entonces hizo una pausa porque vio que Andreth sollozaba en silencio.

—¡Ay, señor!—dijo—. ¿Qué debemos hacer, entonces? Porque hablamos como si estas cosas fueran ya seguras. Pero los hombres han sido disminuidos y se han llevado su poder. No buscamos ninguna Arda Rehecha: la oscuridad se extiende ante nosotros, frente a la que nos alzamos en vano. Si por nuestra ayuda tuvieran que construirse vuestras mansiones eternas, no se prepararían ahora.

—¿No tienes entonces esperanza?—dijo Finrod.

—¿Qué es la esperanza?—dijo ella—. ¿La espera de un bien que, aunque incierto, tiene su fundamento en lo conocido? Entonces no tengo ninguna.

—Eso es algo que los hombres llaman "esperanza",—dijo Finrod—. Amdir la llamamos nosotros, "alzar la vista". Pero hay otra que se fundamenta más hondo. Estel, la llamamos, esto es, "confianza". No es derrotada por las fuerzas del mundo, porque no viene de la experiencia, sino de nuestra naturaleza y nuestro primer ser. Si somos realmente los Eruhin, los hijos del Uno, entonces seguro que Él no permitirá que se Le prive de lo Suyo, ni por ningún Enemigo ni por nosotros mismos. Estos son los cimientos finales de Estel, que mantenemos incluso cuando contemplamos el Fin: que todos Sus designios son para la felicidad de Sus hijos. Dices que no tienes Amdir. ¿Tampoco posees Estel?

—Quizá... —dijo ella. —Pero... ¡no! ¿No te das cuenta que es parte de nuestra herida el que nos falte la Estel y que sus cimientos se tambaleen? ¿Somos los hijos del Uno? ¿No hemos sido finalmente expulsados? ¿O siempre lo estuvimos? ¿Acaso no es el Innombrable el señor del mundo?

—¡No lo preguntes siquiera!—dijo Finrod.

—No puede dejar de ser dicho—respondió Andreth,—si entiendes la desesperación en la que caminamos. O en la que caminan la mayoría de los hombres. Entre los atani, como nos llamáis, o los buscadores, como decimos nosotros, entre aquellos que dejaron las tierras de desesperación y a los hombres de la oscuridad y viajaron hacia el oeste con vanas esperanzas; entre ellos se cree que la cura puede hallarse o que hay algún medio de escapar. ¿Mas es eso Estel? ¿No es más bien Amdir, pero sin razón alguna, una mera huida en un sueño al despertar del cual saben que no hay escapatoria de la oscuridad y la muerte?

—Mera huida en un sueño, dices—respondió Finrod. —En los sueños se revelan muchos deseos, y el deseo puede ser la última chispa de Estel. Pero tú no quieres decir sueño, Andreth. Confundes sueño y vigilia con esperanza y creencia, por hacer la una más dudosa y la otra más segura. ¿Duermen cuando hablan de huida y curación?

—Dormidos o despiertos, no dicen nada con claridad—respondió Andreth.

—¿Cómo o cuándo ha de llegar esa curación? ¿Qué tipo de existencia recibirán los que vean esos tiempos? ¿Y qué será de nosotros, que antes nos habremos hundido en las tinieblas sin sanar? A tales preguntas, sólo los de la "Vieja Esperanza" (como se denominan a sí mismos) atisban alguna respuesta.

—¿Los de la Vieja Esperanza?—dijo Finrod—.¿Quiénes son?

—Unos pocos,—dijo ella—; pero su número ha aumentado desde que llegamos a esta tierra y ven que el Innombrable puede (o eso creen) ser desafiado. Aunque eso no es una razón. Desafiarle no deshará su obra de antaño. Y si aquí fracasa el valor de los eldar, entonces su desesperación será mayor. Porque no era en el poder de los hombres ni en el de ningún pueblo de Arda en lo que la vieja esperanza se fundamentaba.

—¿Cuál era entonces esta esperanza, si lo sabes?—preguntó Finrod.

—Ellos dicen... —respondió Andreth—, ellos dicen que el propio Uno entrará en Arda y sanará a los hombres y toda la Mácula de principio a fin. Esto, dicen, o imaginan, es un rumor que se ha transmitido durante años innumerables, incluso desde los días de nuestra herida.

—¿Dicen, imaginan...?—dijo Finrod—. ¿No eres entonces una de ellos?

—¿Cómo podría serlo, señor? Toda sabiduría está en su contra. ¿Quién es el Uno, a quien vos llamáis Eru? Si dejamos de lado a los hombres que sirven al Innombrable, como hacen muchos en la Tierra Media, aún muchos hombres perciben el mundo como una guerra entre la Luz y una Oscuridad equipotente. Tú dirás: no, eso es Manwë contra Melkor; Eru está sobre ellos. ¿Es entonces Eru el mayor de los valar, un gran dios entre dioses, como muchos hombres dicen, incluso entre los atani: un rey que vive lejos de su reino y deja aquí príncipes menores para que hagan lo que quieran? De nuevo tú dirás: no, Eru es Uno, solo y sin igual, y Él hizo Ëa y está por encima de ella; y los valar son más grandes que nosotros pero, pese a todo, no están más cerca de Su majestad. ¿No es así?

—Sí—dijo Finrod.—. Eso afirmamos, y los valar, que conocemos, dicen lo mismo, todos excepto uno. Pero cuál, piensas, es más capaz de mentir: ¿aquellos que se hacen humildes o el que se ensalza?

—No dudo—dijo Andreth—. Y por esa razón lo afirmado por la Esperanza sobrepasa mi entendimiento. ¿Cómo puede Eru entrar en una cosa que Él ha hecho y sobre la cual Él es mayor más allá de toda medida? ¿Puede el cantante entrar en su canto o el pintor en sus imágenes?

—Él ya está dentro, así como fuera—dijo Finrod—pero en verdad ese "dentro" y "fuera" no son del mismo modo.

—Cierto—dijo Andreth—. Así puede Eru estar presente en Ëa, que procede de Él. Pero hablan de Eru Mismo entrando en Arda, y eso es algo totalmente distinto. ¿Cómo podría Él, el más grande, hacerlo? ¿No destruiría eso Arda e incluso toda Ëa?

—No me preguntes a mí—dijo Finrod—. Estas cosas están más allá del alcance de la sabiduría de los eldar, o de los valar quizá. Pero me temo que las palabras nos pueden confundir y que cuando dices más grande piensas en las dimensiones de Arda, en las cuales el contenido no puede ser mayor que el continente. Porque tales palabras no pueden usarse con lo Inconmensurable. Si Eru lo deseara, no dudo de que encontraría un modo de hacerlo, aunque no puedo ver cómo. Pues, según creo yo, si Él en Sí Mismo hubiera de entrar, debería aún permanecer como Él es: sin Autor. Y, sin embargo, Andreth, hablando con humildad, no puedo concebir de qué otra forma podría lograrse la curación. Porque Eru seguramente no permitirá que Melkor cambie el mundo a su voluntad y que triunfe al fin. Y no hay poder concebible mayor que el de Melkor, salvo el de Eru. Por lo tanto Eru, si no ha de ceder su obra a Melkor, que alcanzaría el dominio, debe venir para conquistarle. Mas, incluso si Melkor (o el Morgoth en que se ha convertido) pudiera de alguna forma ser arrojado o expulsado de Arda, aún su Sombra permanecería, y el mal que ha traído y cultivado como una semilla crecería y se multiplicaría. Y si algún remedio a esto ha de ser encontrado antes de que todo termine, cualquier luz nueva que se oponga a la sombra, o una medicina para las heridas, entonces, creo yo, debe venir de fuera.

—Entonces, señor,—dijo Andreth, y alzó la mirada con asombro—¿crees en esta Esperanza?

—No me preguntes todavía—respondió—. Porque todavía no es para mí sino extrañas nuevas que me llegan de lejos. Jamás se habló de una esperanza así a los quendi. Sólo a vosotros se envió. Y sin embargo, a través de vosotros podemos oírla y elevar los corazones—. Hizo una pausa y después, mirando gravemente a Andreth, dijo: —Sí, Sabia, quizá fue ordenado que nosotros los quendi y vosotros, los atani, antes de que el mundo envejeciera, nos encontráramos y compartiéramos noticias, y así nosotros aprenderíamos la Esperanza de vosotros. Fue ordenado, en verdad, que vos y yo, Andreth, nos sentáramos aquí y hablásemos juntos, a través del abismo que separa a nuestras estirpes, de forma que aunque la Sombra crece en el norte nosotros no estemos completamente asustados.

—¡A través del abismo que divide nuestras estirpes!—dijo Andreth—. ¿No hay más puente que las meras palabras?—y de nuevo sollozó.

—Puede que lo haya. Para algunos. No lo sé—dijo Finrod—. El abismo es quizá entre nuestros destinos, más bien, puesto que por lo demás somos parientes cercanos, más cercanos que cualquier otra criatura en el mundo. Pero es peligroso cruzar un abismo impuesto por el destino, y si alguien lo hiciera, no encontraría felicidad al otro lado, sino pesares. Eso me temo. Mas ¿por qué decís "meras palabras"? ¿No cruzan acaso las palabras los abismos entre una vida y otra? Entre vos y yo sin duda ha pasado algo más que sonido vacío. ¿No nos hemos acercado? Pero esto es, creo, de poco consuelo para vos.

—¡No he pedido consuelo!—dijo Andreth—. ¿Para qué lo necesito?

—Por el destino de los hombres, que os ha tocado como mujer—dijo Finrod—. ¿Creéis acaso que no lo sé? ¿No es él mi querido hermano, al que amo? Aegnor: Aikanár, Llama Afilada, rápido y dispuesto. No están lejos los años en los que os encontrasteis por primer vez, y vuestras manos se tocaron en esta oscuridad. Entonces vos erais una doncella, valiente y decidida, en la mañana sobre las altas colinas de Dorthonion.

—¡Decidlo!—dijo Andreth—. Decid: qué sois ahora sino una sabia solitaria, y la edad que a él no lo tocará ha pintado ya el gris del invierno en vuestros cabellos. ¡Pero esto no me lo digáis vos, porque ya lo hizo él una vez!

—¡Ay!—dijo Finrod—. Esa es la amargura, amada adaneth, mujer de los hombres, ¿no?, presente en todas vuestras palabras. Si pudiera daros algún consuelo, lo veríais como un gesto condescendiente desde mi lado del destino que nos separa. Pero ¿qué puedo decir, excepto recordaros la Esperanza que vos misma habéis revelado?

—No dije que fuera jamás mi esperanza—respondió Andreth—. Y aunque lo fuera, aún así gritaría: ¿por qué este dolor, aquí y ahora? ¿Por qué hemos de amaros y por qué habéis de amarnos (si lo hacéis) y aún así mantener el abismo entre nosotros?

—Porque así se nos hizo, parientes cercanos—dijo Finrod—. Pero no nos hicimos a nosotros mismos y por lo tanto, nosotros, los eldar, no pusimos ahí el abismo. No, adaneth, no somos señoriales en esto, sino dignos de lástima. Esa palabra os disgustará. Pero la lástima es de dos tipos: una es de similitud reconocida, y está cercana al amor. La otra es la percepción de una fortuna distinta, y está cercana al orgullo. Yo hablo de la primera.

—¡No me habléis de ninguna!—dijo Andreth—. Ninguna deseo. Era joven y miré en su llama, y ahora soy vieja y estoy perdida. Él era joven y su llama se extendía hacia mí, pero se dio la vuelta y se alejó, y es joven todavía. ¿Tienen piedad las velas de los topos?

—O los topos de las velas, cuando sopla el viento y las apaga—dijo Finrod—. Adaneth, yo os digo que Aikanár la Llama Afilada os amaba. Por amor a vos nunca tomará la mano de ninguna novia de su propia raza, sino que vivirá solo hasta el final, recordando la mañana en las colinas de Dorthonion. ¡Pero demasiado pronto su llama se irá en el viento del norte! Visión se ha dado a los eldar sobre muchas cosas que no están lejos, aunque pocas felices, y os digo que vos viviréis largo tiempo de acuerdo a vuestra raza, y él se irá antes que vos y no deseará volver.

Entonces Andreth se levantó y estiró sus manos hacia el fuego.

—¿Entonces por qué se fue? ¿Por qué me abandonó, cuando aún me quedaban unos pocos años buenos?

—Ay—dijo Finrod—. Temo que la verdad no os satisfará. Los eldar tienen una estirpe y vosotros otra y cada uno juzga a los demás según él mismo... hasta que aprenden, como hacen unos pocos. Éste es tiempo de guerra, Andreth, y en estos días los eldar no se casan ni engendran niños, sino que se preparan para la muerte... o la huida. Aegnor no confía (ni yo tampoco) en que este asedio a Angband dure mucho. Y entonces, ¿qué será de esta tierra? Si su corazón mandara, habría deseado tomaros y huir lejos, al este o al sur, abandonando a su gente y a la vuestra. El amor y la lealtad le contuvieron. ¿Qué decís de las vuestras? Vos misma habéis dicho que no se puede escapar huyendo dentro de los límites del mundo.

—Por un año, un día de la llama, lo habría dado todo: pueblo, juventud y la esperanza misma: Adaneth soy—dijo Andreth.

—Él lo sabía—dijo Finrod. —. Y se retiró y no aferró lo que estaba a su alcance: Elda es. Pues tales tratos se pagan con una angustia que no se puede adivinar, y de ignorancia, más que de coraje, juzgan los eldar que están hechos. No, adaneth, si algún matrimonio ha de haber entre nuestra estirpe y la vuestra, entonces ha de ser por algún alto propósito del Destino. Breve será y duro al final. Sí, el hado menos cruel que le podría acontecer es que la muerte pronto lo finalizara.

—Pero el final siempre es cruel... para los hombres—dijo Andreth—. Yo no le habría molestado, cuando acabara mi corta juventud. No habría cojeado como una bruja tras sus pies brillantes, cuando ya no fuera capaz de correr junto a él.

—Quizá no—dijo Finrod—. Así lo crees ahora. ¿Pero has pensado en él? Él no habría corrido delante de vos. Habría permanecido a vuestro lado para sosteneros. Entonces, cada hora, habríais experimentado pena, una pena sin escapatoria. Él no soportaría veros tan dolida. Andreth adaneth, la vida y el amor de los eldar reside en gran medida en la memoria, y nosotros, si no vosotros, preferimos tener recuerdos hermosos aunque incompletos que recuerdos con un final desgraciado. Ahora él siempre os recordará bajo el sol de la mañana, y aquel último crepúsculo, junto a las aguas de Aeluin en las que vio vuestro rostro reflejado con una estrella atrapada en vuestro cabello... siempre, hasta que el viento del norte traiga la noche a su llama. Sí, y después, lo recordará sentado en la Casa de Mandos en los Salones de Espera hasta el final de Arda.

—¿Y yo qué recordaré?—dijo ella—. ¿Y cuándo me vaya a qué salas llegaré? ¿A una oscuridad en las que incluso la memoria de la llama aguda se apagará? Incluso el recuerdo del rechazo. Eso al menos.

Finrod suspiró y se levantó.

—Los eldar no tienen palabras para curar esos pensamientos, adaneth—dijo—. ¿Pero desearías que hombres y elfos nunca se hubieran conocido? ¿Es que la luz de la llama, que de otra forma no habríais conocido, no tiene valor, incluso ahora? ¿Crees haber sido ofendida? Desecha al menos ese pensamiento, que proviene de la Oscuridad, y así nuestra conversación no habrá sido totalmente en vano. ¡Adiós!

La oscuridad caía en la habitación. Él tomo su mano a la luz del fuego.

—¿Dónde vas?—dijo ella.

—Lejos al norte—dijo él—. A las espadas y al asedio y a los muros de defensa; que al menos por un tiempo en Beleriand los ríos fluyan claros, broten las hojas y los pájaros construyan sus nidos, antes de que llegue la Noche.

—¿Estará él allí, alto y resplandeciente, y el viento en su cabello? Háblale. Dile que no sea imprudente. ¡Que no busque el peligro sin necesidad!

—Se lo diré—dijo Finrod—. Pero lo mismo podría deciros a vos que no sollocéis. Es un guerrero, Andreth, y un espíritu de ira. En cada golpe que asesta ve al Enemigo que hace mucho os hizo este daño. Pero no estáis hechos para Arda. Donde vayas, puedes encontrar luz. Espéranos allí: a mi hermano y a mí.

 

 

X.DE BEREN Y LÚTHIEN

 

EL SILMARILLION

Entre las historias de dolor y de ruina que nos llegaron de la oscuridad de aquel entonces, hay sin embargo algunas en las que en medio del llanto resplandece la alegría, y a la sombra de la muerte hay una luz que resiste. Y de estas historias la más hermosa a los oídos de los elfos es la de Beren y Lúthien. De sus vidas se hizo la Balada de Leithian, La Liberación del Cautiverio, que es la más extensa, salvo una de las canciones dedicadas al mundo antiguo; pero aquí se cuenta la historia con menos palabras y sin canto.

 Se ha dicho que Barahir se negó a abandonar Dorthonion y que allí Morgoth lo persiguió a muerte, hasta que por fin sólo quedaron con él doce compañeros. Ahora bien, el bosque de Dorthonion se extendía hacia el sur hasta los páramos montañosos; y al este de esas altas tierras había un lago, Aeluin, con brezales silvestres alrededor, y esa tierra no tenía ningún sendero y era indómita, pues ni siquiera en los días de la Larga Paz había vivido alguien allí. Sin embargo, las aguas del lago Aeluin eran veneradas; claras y azules durante el día, parecían de noche un espejo para las estrellas; y se decía que la misma Melian había consagrado esas aguas en días de antaño. Allí se retiraron Barahir y sus compañeros proscritos, e hicieron de ese lugar su guarida, y Morgoth no pudo descubrirlo. Pero el rumor de los hechos de Barahir y sus compañeros se extendió hasta muy lejos; y Morgoth ordenó a Sauron que los encontrara y los destruyera.

Ahora bien, entre los compañeros de Barahir estaba Gorlim hijo de Angrim. Su esposa se llamaba Eilinel, y grande era el amor que se tenían, antes de que llegara el mal. Pero Golim, al volver de la guerra, encontró su casa saqueada y abandonada; su esposa había desaparecido; si muerta o raptada, él no lo sabía. Entonces acudió a Barahir, y de toda la compañía fue el más feroz y desesperado; pero la duda le roía el corazón, pensando que quizás Eilinel no estuviera muerta. A veces partía solo y en secreto y visitaba su casa que todavía estaba en pie en medio de los campos y los bosques que otrora fueran suyos; y esto llegaron a saberlo los servidores de Morgoth.

 

En un día de otoño, llegó a la casa a la caída del sol, y al acercarse le pareció ver una luz en la ventana; y avanzando con cautela miró dentro. Allí vio a Eilinel, y la cara de ella estaba devastada por el dolor y el hambre, y le pareció oír que se lamentaba de que él la hubiera abandonado. Pero cuando la llamó a grandes voces, la luz se apagó en el viento, aullaron los lobos, y de súbito sintió en los hombros las pesadas manos de los cazadores de Sauron. De este modo se le tendió la trampa a Gorlim; y llevándolo al campamento, lo atormentaron con el propósito de averiguar el escondite de Barahir y todas sus andanzas. Pero Gorlim nada dijo. Entonces le prometieron que sería puesto en libertad y devuelto a Eilinel si cedía; y por fin, abrumado por el dolor y añorando estar con su mujer, vaciló. Entonces, sin más, lo condujeron a la espantosa presencia de Sauron; y Sauron dijo: —Me entero ahora de que estás dispuesto a hacer trato conmigo. ¿Cuál es tu precio?

Lago Aeluin por Ted Nasmith

 

Y Gorlim respondió que quería volver a ver a Eilinel y con ella ser puesto en libertad; porque creía que también Eilinel estaba cautiva.

Entonces Sauron sonrió diciendo: —Pequeño precio en verdad por tan gran traición. Así será entonces sin duda. ¡Habla!

Gorlim habría callado entonces, pero intimidado por los ojos de Sauron dijo por fin todo lo que este quería saber. Entonces Sauron rio; y se burló de Gorlim, y le reveló que sólo había visto a un fantasma inventado por hechicería, para atraparlo; porque Eilinel estaba muerta. —No obstante, accederé a tu ruego—dijo Sauron—, e irás al encuentro de Eilinel y te libraré de mi servicio—. Entonces hizo que le diesen una muerte cruel.

De este modo se reveló el escondite de Barahir, y Morgoth tendió su red sobre él; y los orcos, acercándose en las horas silenciosas de antes del alba, sorprendieron a los hombres de Dorthonion y los mataron a todos, salvo a uno. Porque Beren, hijo de Barahir, había sido enviado por su padre en una misión peligrosa, a espiar los pasos del Enemigo, y se encontraba muy lejos cuando la guarida fue tomada. Pero mientras dormía en la noche del bosque, soñó que unas aves alimentadas de carroña se apretaban como hojas en las ramas desnudas de los árboles que crecían junto a una ciénaga, y que la sangre goteaba de sus picos. Entonces Beren vio en el sueño que una forma se le acercaba por encima del agua, y era el espectro de Gorlim; y el espectro le habló confesando su traición y su muerte, y le pidió que se diera prisa para advertírselo a su padre. Entonces Beren despertó y se apresuró en la noche, y regresó a la guarida de los proscritos en la segunda mañana. Pero al acercarse, las aves carroñeras levantaron vuelo y se posaron en los alisos junto al lago Aeluin, y graznaron burlonas.

Allí sepultó Beren los huesos de su padre y levantó sobre él un túmulo de piedras, y prometió que lo vengaría. Por tanto persiguió primero a quienes habían matado a su padre y a los suyos, y encontró de noche el campamento de los orcos junto a la Fuente del Rivil sobre el marjal de Serech, y hábil como era para trasladarse en los bosques, pudo acercarse sin ser visto al fuego del campamento.

Allí se jactaba el capitán de sus hazañas, y levantó la mano de Barahir que había tronchado para mostrársela a Sauron como señal de que la misión había sido cumplida; y el anillo de Felagund estaba en esa mano. Entonces Beren saltó de detrás de una roca y mató al capitán, y tomando la mano y el anillo, escapó defendido por los hados; y los orcos desconcertados lanzaron en desorden sus flechas.

 

Desde entonces, durante cuatro años más erró Beren por Dorthonion, como proscrito solitario; pero se hizo amigo de los pájaros y las bestias, y éstos lo ayudaron y no lo traicionaron, y en adelante no comió carne ni mató a ninguna criatura que no estuviera al servicio de Morgoth. No temía la muerte, sino sólo el cautiverio, y como era audaz y estaba desesperado, escapó no sólo de la muerte, sino también de las prisiones; y las hazañas de su solitario atrevimiento tuvieron renombre en toda Beleriand, y las historias de esas hazañas llegaron aún a Doriath. Por fin Morgoth puso a su cabeza un precio no menor al precio de la cabeza de Fingon, rey supremo de los noldor; pero los orcos no iban detrás de él, y huían cuando se decía que andaba cerca. Por tanto se envió contra él un ejército al mando de Sauron; y Sauron llevó consigo licántropos, bestias salvajes habitadas por espíritus espantosos que él les había puesto.

Toda esa tierra rebosaba ahora de mal, y todas las criaturas limpias la evitaban; y tanto se presionó a Beren, que por último se vio forzado a huir de Dorthonion. En tiempos de invierno y de nieve abandonó la tierra y la tumba de su padre, y subiendo a las altas regiones de Gorgoroth, las montañas del Terror, divisó a lo lejos la tierra de Doriath. Allí le dijo el corazón que descendería al reino escondido, no hollado todavía por pie mortal.

Terrible fue su viaje hacia el sur. Los precipicios de Ered Gorgoroth eran escarpados, y debajo había sombras poco antes que se levantara la luna. Más allá se encontraba el descampado de Dungortheb, donde la hechicería de Sauron y el poder de Melian estaban juntos, y el horror y la locura andaban sueltos. Allí habitaban las arañas de la raza feroz de Ungoliant, tejiendo las telas invisibles en las que quedaban atrapadas todas las criaturas; y allí erraban monstruos nacidos durante la larga oscuridad, antes del nacimiento del sol, que iban de caza en silencio mirando alrededor con múltiples ojos. No había alimento para elfos ni hombres en esa tierra maldita, sino sólo muerte. Ese viaje no fue la menor de las grandes hazañas de Beren, pero luego nunca se refirió a él, temiendo que el horror lo dominara otra vez; y nadie sabe cómo pudo orientarse y encontrar senderos que ningún hombre o elfo se había atrevido a hollar hasta entonces, y llegar a las fronteras de Doriath. Y atravesó los laberintos que Melian había tejido en torno al reino de Thingol, como ella lo había previsto; porque una gran maldición pesaba sobre él.

Se dice en la Balada de Leithian que Beren llegó tambaleándose a Doriath, con cabeza cana y como agobiado por muchos años de pesadumbre, tanto había sido el tormento del camino. Pero errando en el verano por los bosques de Neldoreth, se encontró con Lúthien, hija de Thingol y Melian, a la hora del atardecer, al elevarse la luna, mientras ella bailaba sobre las hierbas inmarcesibles del claro umbroso junto al Esgalduin. Entonces todo recuerdo de su pasado dolor lo abandonó, y cayó en un encantamiento; porque Lúthien era la más hermosa de todos los hijos de Ilúvatar. Llevaba un vestido azul como el cielo sin nubes, pero sus ojos eran grises como la noche iluminada de estrellas; estaba el manto bordado con flores de oro, pero sus cabellos eran oscuros como las sombras del crepúsculo. Como la luz sobre las hojas de los árboles, como la voz de las aguas claras, como las estrellas sobre la niebla del mundo, así eran la gloria y la belleza de Lúthien; y tenía en la cara una luz resplandeciente.

Lúthien baila en Neldoreth por Ted Nasmith


Pero ella desapareció de súbito; y él se quedó sin voz, como presa de un hechizo, y durante mucho tiempo erró por los bosques, impetuoso y precavido como una bestia, buscándola. La llamó en su corazón Tinúviel, que significa Ruiseñor, Hija del Crepúsculo, en la lengua de los elfos grises, pues no conocía otro nombre para ella. Y la vio a lo lejos como las hojas en los vientos de otoño, y en invierno como una estrella sobre una colina, pero una cadena le aprisionaba los miembros.

En la víspera de la primavera, poco antes del alba, Lúthien bailó en una colina verde; y de pronto se puso a cantar. Era un canto vehemente que traspasaba el corazón como el canto de la alondra que se alza desde los portones de la noche y se vierte entre las estrellas agonizantes, cuando el sol asoma tras las murallas del mundo; y el canto de Lúthien aflojó las ataduras del invierno, y las aguas congeladas hablaron, y las flores brotaron desde la tierra fría por la que ella había pasado.

 

En ese momento el hechizo de silencio cesó de repente, y Beren la llamó, gritando Tinúviel; y los bosques devolvieron el eco del nombre. Entonces ella se detuvo maravillada y no huyó más, y Beren se le aproximó. Pero cuando Tinúviel lo miró, la mano del destino cayó sobre ella, y lo amó; no obstante, se deslizó de entre los brazos de Beren y desapareció en el momento en que rompía el día. Entonces Beren cayó desmayado en tierra como quien ha sido herido a la vez por el dolor y la felicidad, y se hundió en el sueño como en un abismo de sombra; y al despertar estaba frío como la piedra, y sentía el corazón árido y desamparado. Y con la mente errante andaba a tientas como quien ha sido atacado de súbita ceguera y trata de atrapar con las manos la luz desvanecida. Y así empezó a pagar el precio de la angustia, por el destino que le había sido impuesto; y en este destino estaba atrapada Lúthien, y siendo inmortal compartió la mortalidad de Beren, y siendo libre se ató con las cadenas de Beren; y ninguna eldalië había conocido una angustia mayor.

Sin que Beren lo esperara, ella regresó al sitio donde él estaba sentado en la oscuridad, y hace ya mucho en el reino escondido puso su mano en la de él. En adelante vino a verlo con frecuencia, y se paseaban secretamente por los bosques desde la primavera hasta el verano; y ningún otro de los hijos de Ilúvatar tuvo alegría tan grande, aunque el tiempo fue breve.

Pero Daeron el Bardo también amaba a Lúthien y espió sus encuentros con Beren, y los denunció a Thingol. Entonces el rey se llenó de enojo, porque amaba a Lúthien más que a ninguna otra cosa, poniéndola por encima de todos los príncipes de los elfos; mientras que a los hombres mortales ni siquiera los tomaba como sirvientes. Por tanto, le habló a Lúthien con pena y asombro, pero ella no quiso revelarle nada, hasta que él le juró que no haría morir a Beren ni lo tomaría prisionero. Pero envió a unos sirvientes a que se apoderaran de él y lo condujeran a Menegroth como a un malhechor; y Lúthien se anticipó, y llevó ella misma a Beren ante el trono de Thingol como si fuera un huésped honorable.

Entonces Thingol miró a Beren con desprecio y enfado; pero Melian guardaba silencio. —¿Quién eres—preguntó el rey—, que llegas aquí como un ladrón y te aproximas a mi trono sin ser invitado?

Pero Beren, atemorizado, porque el esplendor de Menegroth y la majestad de Thingol eran muy grandes, nada respondió. Por tanto, Lúthien habló y dijo: —Él es Beren hijo de Barahir, señor de los hombres, poderoso enemigo de Morgoth; la historia de sus hazañas se canta aún entre los elfos.

—¡Que sea Beren quien hable!—exclamó Thingol—. ¿Qué quieres, desdichado mortal, y por qué motivo has abandonado tu tierra para entrar aquí, lo que está prohibido a tus iguales? ¿Puedes dar una razón por la que no deba imponerte un severo castigo por tu insolencia y tu locura?

Entonces Beren, levantando la cabeza, contempló los ojos de Lúthien y luego miró también a Melian; y le pareció que le ponían palabras en la boca. Perdió el miedo y recuperó el orgullo de la más antigua casa de los hombres; y dijo: —Mi destino, oh rey, me condujo aquí, a través de peligros que aún pocos de entre los elfos se atreverían a afrontar. Y he encontrado aquí lo que en verdad no buscaba, pero que ahora quiero tener para siempre. Porque está por encima de la plata y el oro, y ninguna joya se le iguala. Ni la roca, ni el acero, ni los ruegos de Morgoth, ni todos los poderes de los reinos de los elfos me separarán del tesoro de mis deseos. Porque Lúthien, tu hija, es la más bella de todas las criaturas del mundo.

Entonces un grave silencio pesó en el recinto, porque los que allí se encontraban estaban asombrados y asustados, y creyeron que Beren sería muerto. Pero Thingol habló con lentitud diciendo: —Con esas palabras te has ganado la muerte; y la muerte encontrarías en seguida, si yo no hubiera hecho un juramento apresurado; de lo que estoy arrepentido, mortal de bajo nacimiento que has aprendido a arrastrarte secretamente como los espías y esclavos de Morgoth.

 

Entonces le respondió Beren: —La muerte podéis darme, la haya yo ganado o no; pero no soportaré que me llaméis de bajo nacimiento, ni espía, ni esclavo. Por el anillo de Felagund, que él mismo dio a Barahir, mi padre, en el campo de batalla del norte, mi casa no se ha ganado epítetos tales de elfo alguno, sea él rey o no.

Las palabras de Beren eran orgullosas y todas las miradas se fijaron en el anillo; porque lo sostenía en alto, y en él resplandecían las joyas verdes que los noldor habían inventado en Valinor. Porque este anillo era como dos serpientes gemelas con ojos de esmeralda, y encima de las cabezas había una corona de flores de oro, que una de ellas sostenía y la otra devoraba; ésa era la insignia de la casa de Finarfin. Entonces Melian se inclinó hacia Thingol, y en un susurro le aconsejó que se tranquilizara. —Porque no serás tú—le dijo—quien dé muerte a Beren; y lejos y libre irá guiado por el destino antes de que le llegue el final; no obstante, ese destino está unido al tuyo. ¡Haz caso!

El anillo de Barahir por Daniel Reeve

 

Pero Thingol miró en silencio a Lúthien, y pensó en su corazón: "Hombres desdichados, hijos de pequeños señores y reyes de corta vida, ¿ha de poner alguien semejante las manos en ti, y sin embargo seguir con vida?" Entonces, rompiendo el silencio, dijo: —Veo el anillo, hijo de Barahir, y entiendo que eres orgulloso y crees tener mucho poder. Pero las hazañas de un padre, aún cuando estuviera a mi servicio, no bastan para ganar a la hija de Thingol y Melian. ¡Escucha ahora! También yo deseo un tesoro al que no tengo acceso. Porque roca y acero y los fuegos de Morgoth me apartan de la joya que querría poseer en oposición a todos los poderes de los reinos de los elfos. No obstante dices que tales impedimentos no te amilanan. ¡Haz pues como lo propones! Tráeme en la mano uno de los Silmarils de la corona de Morgoth; y entonces, si así ella lo quiere, Lúthien podrá poner su mano en la tuya. De ese modo tendrás mi joya; y aunque el destino de Arda esté ligado a los Silmarils, me tendrás por generoso.

De esta manera forjó el destino de Doriath y quedó atrapado en la Maldición de Mandos. Y quienes lo escucharon, advirtieron que Thingol, aunque renunciaba al juramento, lo mismo mandaba a Beren a la muerte; pues sabían que todo el poder de los noldor, antes de que se quebrantara el Sitio, no había valido ni siquiera para ver desde lejos los relumbrantes Silmarils de Fëanor. Pues habían sido engarzados en la corona de hierro, y en Angband se estimaban por encima de toda riqueza; y en torno estaban los balrogs, e innumerables espadas, y fuertes rejas, y muros inexpugnables, y la oscura majestad de Morgoth.

Beren y Lúthien en la corte de Thingol y Melian por Donato Giancola

 

Pero Beren rio. —Por bajo precio—dijo—venden a sus hijas los reyes de los elfos; por gemas y por cosas de artesanía. Pero si ésta es vuestra voluntad, Thingol, la cumpliré. Y cuando volvamos a encontrarnos, mi mano sostendrá un Silmaril de la corona de hierro; porque no veis por última vez a Beren hijo de Barahir.

Entonces miró los ojos de Melian, que nada dijo; y se despidió de Lúthien Tinúviel, e inclinándose ante Thingol y Melian, apartó a los guardianes que lo rodeaban y partió solo de Menegroth.

Entonces, por fin habló Melian, y dijo a Thingol: —Oh, rey, has concebido un plan astuto. Pero si mis ojos no han perdido la vista, será para tu mal, no importa que Beren fracase en su cometido o lo lleve a cabo. Porque has condenado a tu hija o te has condenado a ti mismo. Y ahora Doriath está sometida a los hados de un reino más poderoso.

Pero Thingol contestó: —No vendo a hombres o elfos lo que amo y estimo por sobre todos los tesoros. Y si hubiera esperanza o temor de que Beren volviera vivo a Menegroth, no contemplaría otra vez la luz del cielo, aunque yo lo haya jurado.

Pero Lúthien calló, y desde esa hora no volvió a cantar en Doriath. Un silencio profundo se hizo en los bosques, y las sombras se alargaron en el reino de Thingol.

 

Se dice en la Balada de Leithian que Beren pasó por Doriath sin ser molestado, y llegó al fin a la región de las lagunas del Crepúsculo y los marjales del Sirion; y dejando atrás la tierra de Thingol, trepó a las montañas sobre las cataratas del Sirion, donde las aguas se precipitan bajo tierra con gran estrépito. Desde allí miró hacia el oeste, y a través de la niebla y las lluvias que bañaban esas colinas vio Talath Dirnen, la Planicie Guardada, que se extendía entre el Sirion y el Narog; y, más allá, divisó a lo lejos las altas tierras de Taur-en-Faroth que se levantan sobre Nargothrond. Y sin esperanza ni designio, volvió hacia allí sus pasos.

En toda aquella planicie, los elfos de Nargothrond mantenían una vigilancia incesante; y en todas las colinas de los bordes había torres ocultas, y en todos los bosques y campos vecinos deambulaban en secreto arqueros de gran habilidad. Las flechas llegaban seguras a destino y eran mortales, y nada entraba allí furtivamente si ellos no lo deseaban. Por tanto, antes de que Beren hubiera avanzado mucho, supieron que andaba por el bosque, y que su muerte estaba próxima. Pero conociendo el peligro en que se encontraba, Beren llevaba siempre en alto el anillo de Felagund; y aunque no veía a nadie a causa de la cautela de los cazadores, se sentía vigilado y a menudo exclamaba en voz alta:

—Soy Beren hijo de Barahir, amigo de Felagund. ¡Llevadme al rey!

Así fue que los cazadores no lo mataron, y le salieron juntos al paso y le ordenaron que se detuviera. Pero al ver el anillo, se inclinaron ante él, aunque Beren pareciera un hombre salvaje y abandonado; y lo condujeron hacia el norte y hacia el oeste, avanzando de noche por temor de que alguien descubriera el camino que seguían. Porque por ese tiempo no había vado ni puente sobre el torrente del Narog ante las puertas de Nargothrond; pero más hacia el norte, donde el Ginglith se unía al Narog, el caudal disminuía, y cruzando por allí y volviéndose otra vez hacia el sur, los elfos llevaron a Beren bajo la luz de la luna hacia los portones oscuros de unos recintos escondidos.

De ese modo Beren llegó ante el rey Finrod Felagund; y Felagund supo quién era, pues no necesitaba el anillo para reconocer a la gente de Bëor y de Barahir. Se reunieron a puertas cerradas, y Beren habló de la muerte de Barahir, y de todo lo que le había ocurrido en Doriath; y lloró recordando a Lúthien y la alegría que habían sentido juntos. Pero Felagund escuchó la historia con asombro e inquietud; y supo que el juramento que había hecho era su propia sentencia de muerte, como mucho antes se lo había predicho a Galadriel. Le habló entonces a Beren con pesadumbre en el corazón. —Es claro que Thingol desea tu muerte; pero parece que esta condena va más allá de sus designios, y que el Juramento de Fëanor obra de nuevo. Porque los Silmarils están malditos, por un juramento de odio; y quien los nombra con algún deseo despierta un gran poder del sopor en que están sumidos; y los hijos de Fëanor llevarían a todos los reinos de los elfos a la ruina antes que consentir que algún otro gane o posea un Silmaril, porque los impulsa el Juramento. Y ahora Celegorm y Curufin habitan en mis estancias; y aunque yo, hijo de Finarfin, soy rey, ellos han ganado gran poder y rigen a muchos. Me han demostrado amistad en un apuro, pero me temo que no te mostrarían amor ni clemencia si tu cometido se supiera. No obstante, mi propio juramento se mantiene; y de ese modo todos estamos atrapados.

Entonces el rey Felagund habló ante el pueblo recordando las hazañas de Barahir, y su voto: y declaró que pesaba sobre sus espaldas la obligación de ayudar al hijo de Barahir en esta necesidad, y buscó el apoyo de los capitanes. Entonces Celegorm se alzó de entre la multitud, y desenvainando la espada gritó: —Sea amigo o enemigo, demonio de Morgoth, elfo o hijo de los hombres o cualquier otra criatura viviente de Arda, no habrá ley, ni amor, ni alianza del infierno, ni poder de los valar, ni capacidad de hechicería que lo defienda del odio sempiterno de los hijos de Fëanor si toma o encuentra un Silmaril y lo guarda. Porque a los Silmarils solo nosotros tenemos derecho hasta que termine el mundo.

Muchas otras palabras pronunció, tan poderosas como lo habían sido mucho antes en Tirion las palabras de su padre, que por primera vez inflamaron la rebelión de los noldor. Y después de Celegorm, habló Curufin, con mayor gentileza, pero no con menor poder, conjurando en la mente de los elfos una visión de guerra y la ruina de Nargothrond. Tan grande fue el miedo que puso en los corazones, que desde entonces y hasta el tiempo de Túrin, ningún elfo de ese reino quiso ir a una batalla campal; sino que con cautela y emboscadas, con hechicería y dardos emponzoñados, persiguieron a todos los forasteros olvidando los vínculos de linaje. De este modo perdieron el valor y la libertad de los elfos de antaño, y hubo oscuridad en aquellas tierras.

Y murmuraron entonces que el hijo de Finarfin no era un vala como para darles órdenes, y apartaron de él los ojos. Pero la Maldición de Mandos cayó sobre los hermanos, y en ellos brotaron oscuros pensamientos, y pensaron enviar a Felagund solo a la muerte, y usurpar, si era posible, el trono de Nargothrond; porque eran del linaje más antiguo de los príncipes de los noldor.

Y Felagund, viendo que lo abandonaban, se quitó de la cabeza la corona de plata de Nargothrond y la arrojó a los pies de los hermanos diciendo: —Podéis romper vuestros juramentos de fidelidad pero yo he de cumplir con mi obligación. No obstante, si hay alguien sobre el que no ha caído aún la sombra de nuestra maldición, no me sería difícil encontrar al menos unos pocos seguidores, y no tendría que irme de aquí como un mendigo que ha sido echado de las puertas—Hubo diez que se mantuvieron a su lado; y el jefe de ellos, que se llamaba Edrahil, inclinándose, recogió la corona y preguntó si tenía que dársela a un senescal, en tanto Felagund no regresara. —Porque vos seguís siendo mi rey y el de ellos—dijo—, no importa lo que ocurra.

Entonces Felagund dio la corona de Nargothrond a Orodreth, su hermano,[6] para que gobernara en su lugar; y Celegorm y Curufin nada dijeron, pero sonrieron y abandonaron la estancia.

 

Una tarde de otoño Felagund y Beren abandonaron Nargothrond con sus diez compañeros; y viajaron juntos a orillas del Narog hasta su fuente en las cataratas de Ivrin. Bajo las montañas de la Sombra descubrieron un campamento de orcos y los mataron a todos por la noche; y se llevaron los pertrechos y las armas. Por las artes de Felagund cambiaron de forma y de rostro hasta que parecieron orcos; y así disfrazados llegaron al camino del norte y se aventuraron por el paso hacia el oeste, entre Ered Wethrin y las tierras altas de Taur-nu-Fuin. Pero Sauron los vio desde la torre, y dudó; porque iban de prisa y no se detuvieron a dar cuenta de sus actos, como estaban obligados a hacer los sirvientes de Morgoth que fueran por ese camino. Por tanto mandó detenerlos y conducirlos ante él.

De este modo se libró la contienda entre Sauron y Felagund que alcanzó tanto renombre. Porque Felagund luchó contra Sauron con cantos de poder, y el rey era muy poderoso; pero fue Sauron quien se impuso, como se dice en la Balada de Leithian:

 

Entonó un canto de hechicería, de ocultaciones

y revelaciones, de falsedades y traiciones.

Allí Felagund respondió de pronto con un canto

de obstinada firmeza, de guerra contra el poder

y resistencia, de secretos guardados,

de una fuerza de torre, de confianza, de libertad,

de huida; de formas cambiantes y móviles,

de emboscadas fallidas, trampas destruidas,

de prisiones abiertas, y de cadenas rotas.

Los cantos se adelantaban y retrocedían,

flaqueando, zozobrando, y cuanto más crecía

la fuerza de ese canto, más Felagund luchaba,

y puso en sus palabras el poder y la magia

que había traído de la Tierra de los Elfos.

Suavemente en la sombra oyeron a los pájaros

que a lo lejos cantaban en Nargothrond, y

el suspiro del mar mucho más lejos,

más allá del mundo del oeste, en la arena,

en la arena de perlas del País de los Elfos.

Se espesó entonces la sombra; creció la noche

en Valinor, manaba la sangre roja

junto al mar, donde los noldor mataron

a los jinetes de la espuma, donde robaron

las naves blancas de velamen blanco

de los puertos claros de lámparas. El viento

se lamenta, el lobo aúlla. Los cuervos vuelan.

El hielo murmura en las bocas del mar.

Los cautivos lloran tristes en Angband

Retumba el trueno, los fuegos arden...

Y Finrod cae a los pies del trono.[7]


Entonces Sauron los despojó de los disfraces, y ellos aparecieron allí ante él desnudos y asustados. Pero aunque así se reveló lo que eran, no pudo descubrir Sauron cómo se llamaban ni qué se proponían. Los arrojó por tanto a un foso profundo, oscuro y silencioso, y los amenazó con una muerte atroz a menos que uno de ellos le confesara la verdad. De vez en cuando veían dos ojos que ardían en la negrura; y un licántropo devoró a uno de los compañeros; pero ninguno traicionó al señor.

En el momento en que Sauron arrojó a Beren al foso, un abismo de horror se abrió en el corazón de Lúthien; y al ir a Melian en busca de consejo, se enteró de que Beren estaba en las mazmorras de Tol-in-Gaurhoth sin esperanza de salvación. Entonces Lúthien, al ver que no tendría ayuda de nadie sobre la tierra, resolvió escapar de Doriath y ayudar ella misma a Beren; pero buscó la asistencia de Daeron, quien delató al rey lo que ella pretendía. Entonces Thingol sintió miedo y asombro; y porque no quiso privar a Lúthien de las luces del cielo por temor de que desmejorara y menguara, aunque quería impedir que partiese, hizo construir una casa de la que no podría escapar. No lejos de las puertas de Menegroth se erguía el más alto de todos los árboles del bosque de Neldoreth, un bosque de hayas en la mitad septentrional del reino. Esta haya poderosa se llamaba Hírilorn, y tenía tres troncos, iguales de dimensión, de corteza tersa y extremadamente altos; las ramas se extendían muy por encima del suelo. Bien arriba, entre los tallos de Hírilorn, se construyó una casa de madera, y ahí se hizo morar a Lúthien; y las escaleras se retiraron y se guardaron, excepto sólo cuando los sirvientes de Thingol le traían lo que ella necesitaba.

Lúthien escapa por Ted Nasmith

 

Se cuenta en la Balada de Leithian cómo ella escapó de la casa de Hírilorn; porque recurrió a sus artes de encantamiento e hizo que los cabellos le crecieran muy largos, y con ellos tejió un vestido oscuro que la cubría como una sombra, y que estaba cargado con un hechizo de sueño. Con las hebras que quedaban trenzó una cuerda y la dejó caer desde la ventana; y cuando el extremo se meció sobre los guardianes que estaban sentados bajo el árbol, éstos cayeron en un profundo sopor. Entonces Lúthien abandonó aquella cárcel, y envuelta en la capa de sombras escapó a todas las miradas y desapareció de Doriath.

Dio la casualidad que Celegorm y Curufin habían ido de caza a la Planicie Guardada; y esto hicieron porque Sauron, entrado en sospechas, envió muchos lobos a las tierras de los elfos. Por tanto los elfos montaron los caballos y echaron, a correr junto con sus propios perros, y creían que antes de regresar tendrían nuevas del rey Felagund. Ahora bien, el principal de los perros lobos que seguían a Celegorm se llamaba Huan. No había nacido en la Tierra Media, sino que venía del Reino Bendecido; pues Oromë se lo había dado a Celegorm en Valinor hacía mucho tiempo, y allí había seguido el cuerno de Celegorm, antes de la llegada del mal. Huan siguió a Celegorm en el exilio y le era fiel; y de ese modo también él quedó sometido a la maldición de dolor que pesaba sobre los noldor; y se decretó que se toparía con la muerte, aunque no antes de encontrarse con el lobo más poderoso que hubiera andado por el mundo.

 

Fue entonces que Huan halló a Lúthien, que huía como una sombra sorprendida por la luz bajo los árboles, cuando Celegorm y Curufin descansaban por un momento cerca de los confines occidentales de Doriath; porque nada escapaba a la vista y el olfato de Huan, ni lo detenía ningún encantamiento, y no dormía ni de noche ni de día. La llevó a Celegorm, y Lúthien, al enterarse de que él era un príncipe de los noldor y enemigo de Morgoth, se alegró; y declaró quién era dejando caer la capa. Tan grande fue la súbita belleza revelada bajo el sol, que Celegorm se enamoró de ella; pero le habló con tino, y le prometió que encontraría ayuda, si volvía con él a Nargothrond. No mostró en ningún momento que ya sabía de Beren y de su cometido, a los que ella se refirió, ni tampoco que el asunto le interesaba de cerca.

Así, pues, interrumpieron la cacería y volvieron a Nargothrond, y Lúthien fue traicionada; porque la retuvieron y le quitaron la capa y no se le permitió atravesar las puertas ni hablar con nadie, salvo con los hermanos, Celegorm y Curufin. Porque ahora, creyendo que Beren y Felagund habían caído prisioneros y nada ni nadie podía rescatarlos, se propusieron dejar morir al rey y retener a Lúthien y obligar a Thingol a conceder la mano de ella a Celegorm. De este modo crecerían en poder y se convertirían en los más poderosos príncipes de los noldor. Y no tenían intención de recuperar los Silmarils por arte o por guerra, ni permitir que nadie más lo hiciese, en tanto no dominaran todos los reinos élficos. Orodreth no tenía poder para resistírseles, pues ellos gobernaban los corazones del pueblo de Nargothrond; y Celegorm envió mensajeros a Thingol con su apremiante petición.

Pero Huan, el perro, era de corazón fiel, y amaba a Lúthien desde el momento en que la había encontrado, y el cautiverio de ella lo apenaba. Por tanto, iba a menudo a la cámara de Lúthien, y a la noche yacía delante de su puerta; pues sentía que el mal había llegado a Nargothrond. Lúthien se sentía sola y hablaba a menudo con Huan, y le contaba de Beren, que era amigo de todos los pájaros y las bestias que no servían a Morgoth; y Huan la escuchaba. Porque comprendía el lenguaje de todas las criaturas dotadas de voz; pero sólo le estaba permitido hablar con palabras tres veces antes de morir.

Ahora bien, Huan concibió un plan de ayuda para Lúthien; y llegada la noche, le llevó la capa y por primera vez le habló dándole consejo. Entonces, por caminos secretos, la condujo fuera de Nargothrond, y huyeron juntos hacia el norte; y él se humilló y permitió que ella lo cabalgara a modo de corcel, como hacían a veces los orcos sobre los grandes lobos. Y así avanzaron muy de prisa, pues Huan era rápido e infatigable.

 

En los fosos de Sauron yacían Beren y Felagund, y todos sus compañeros habían muerto ya; pero Sauron se proponía conservar a Felagund hasta el final, porque entendía que era un noldor de gran poder y sabiduría, y creía que era él quien guardaba el secreto de la misión de los elfos. Pero cuando el lobo vino en busca de Beren, Felagund recurrió a todo su poderío y rompió las ligaduras; y luchó con el licántropo y lo mató con dientes y manos; no obstante, él mismo estaba herido de muerte. Entonces le habló a Beren diciendo: —Me voy ahora a mi largo descanso en los recintos intemporales de más allá de las aguas y las montañas de Aman. Transcurrirá mucho antes de que vuelva a ser visto entre los noldor; y puede que no nos encontremos una segunda vez en la vida o en la muerte, porque los destinos de nuestras gentes se apartan. ¡Adiós!—Así murió Felagund en la oscuridad de Tol-in-Gaurhoth, cuya gran torre él mismo había construido. De esta manera el rey Finrod Felagund, el más hermoso y el más amado de la casa de Finwë, cumplió su juramento; pero Beren se lamentó desesperado junto a él.

 

A esa hora llegó Lúthien, y erguida sobre el puente que conducía a la isla de Sauron, cantó un canto que ningún muro de piedra podía detener. Beren la oyó y pensó que soñaba; pues arriba brillaban las estrellas y en los árboles cantaban los ruiseñores. Y como respuesta cantó un canto de desafío que él había compuesto en alabanza de las siete estrellas, la Hoz de los Valar que Varda había colgado sobre el norte como signo de la caída de Morgoth. Luego las fuerzas le faltaron y se desmoronó en la oscuridad.

Lúthien y Huan por Ted Nasmith

 

Pero Lúthien oyó la voz que le había contestado y entonó entonces un canto de gran poder. Los lobos aullaron y la isla tembló. Sauron se encontraba en la alta torre envuelto en negros pensamientos; pero se sonrió al oír la voz, porque sabía que era la de la hija de Melian. La fama de la belleza de Lúthien y de la maravilla de su canción hacía ya mucho que había traspasado los muros de Doriath; y Sauron pensó que podía capturar a Lúthien y entregarla al poder de Morgoth, pues la recompensa sería grande.

Por tanto, envió a un lobo al puente. Pero Huan le dio muerte en silencio. Sauron continuó enviando lobos, uno a uno; y uno a uno Huan los aferraba por el pescuezo y los mataba. Entonces Sauron envió a Draugluin, una bestia espantosa, ya vieja en el mal, señor y ancestro de los licántropos de Angband. Tenía mucha fuerza; y la batalla entre Huan y Draugluin fue larga y feroz. No obstante, por fin Draugluin escapó y volviendo a la torre murió a los pies de Sauron; y al morir le dijo: —¡Huan está allí!—Ahora bien, Sauron conocía perfectamente, como todos en esa tierra, el hado que le estaba decretado al perro de Valinor; y se le ocurrió que él mismo lo cumpliría. Por tanto tomó la forma de un licántropo, la del más poderoso que hubiera andado por el mundo, y corrió a ganar el paso del puente.

Tan grande fue el espanto de la llegada de Sauron, que Huan saltó a un lado. Entonces Sauron se abalanzó sobre Lúthien; y ella se desvaneció ante la amenaza del espíritu maligno que miraba por los ojos del lobo y los inmundos vapores que le salían por la boca. Pero antes de caer, ella le arrojó a los ojos un pliegue de la capa oscura, y él se tambaleó, dominado por una súbita somnolencia. En ese momento saltó Huan, y así empezó la contienda entre Huan y Sauron el lobo, y los aullidos y bramidos resonaron en las colinas, y más allá del valle, y los guardianes de los muros de Ered Wethrin los oyeron a la distancia y se turbaron.

Pero ni la brujería ni el hechizo, ni el colmillo ni el veneno, ni la habilidad demoníaca ni la fuerza bestial podían superar a Huan de Valinor; y apresó a su enemigo por el cuello y dio con él por tierra. Entonces Sauron mudó de aspecto: de lobo se convirtió en serpiente, y de monstruo volvió a la forma de costumbre; pero no podía deshacerse de los dientes de Huan sin abandonar el cuerpo por completo. Antes de que el espíritu horrible de Sauron dejara su oscura morada, Lúthien se le acercó y anunció que le quitarían las investiduras de carne, y que el fantasma tembloroso sería devuelto a Morgoth; y le dijo: —Allí por siempre jamás, así desnudado, soportarás el desprecio de Morgoth, que te traspasará con la mirada a menos que me cedas ahora la posesión de tu torre. —Entonces Sauron se rindió, y Lúthien tomó posesión de la isla y de todo cuanto allí se encontraba; y Huan lo soltó. Y en seguida Sauron tomó la forma de un vampiro, grande como una nube oscura sobre la luna, y huyó, goteando sangre del cuello sobre los árboles, y fue a Taur-nu-Fuin, y vivió allí, llenando el sitio de horror.

Entonces Lúthien se irguió sobre el puente y declaró su poder: y el encantamiento que unía piedra con piedra se deshizo, y los portones se derrumbaron, y los muros se abrieron, y los fosos quedaron vacíos; y muchos esclavos y cautivos salieron con asombro y turbación, protegiéndose los ojos de la pálida luz de la luna, pues habían pasado mucho tiempo sumidos en la oscuridad de Sauron. Pero Beren no salió. Por tanto, Huan y Lúthien lo buscaron en la isla; y Lúthien lo encontró doliéndose junto a Felagund. Beren estaba tan angustiado que no se movió y no oyó los pasos de ella. Entonces, creyéndolo ya muerto, Lúthien lo abrazó y cayó en un negro olvido. Pero Beren, saliendo a la luz desde los abismos de la desesperación, la levantó, y volvieron a mirarse; y el día que se elevaba sobre las colinas oscuras brilló sobre ellos.

Sepultaron el cuerpo de Felagund en la colina de su propia isla, que estuvo limpia otra vez; y la tumba verde de Finrod hijo de Finarfin, el más hermoso de todos los príncipes de los elfos, permaneció inviolada, hasta que la tierra cambió y se quebró y se hundió bajo mares destructores. Pero Finrod pasea con su padre Finarfin bajo los árboles de Eldamar.

 

Ahora bien, Beren y Lúthien Tinúviel estaban otra vez libres y juntos recorrían los bosques, recobrada por un tiempo la alegría; y aunque llegó el invierno, a ellos no los dañó, porque las flores no se marchitaban por donde andaba Lúthien, y los pájaros cantaban al pie de las colinas vestidas de nieve. Pero Huan, que era fiel, volvió a la casa de Celegorm; sin embargo, el amor que los unía ya no fue tan grande.

Hubo un tumulto en Nargothrond. Porque allí se reunieron muchos elfos que habían sido prisioneros en la isla de Sauron; y se levantó un clamor que las palabras de Celegorm no lograron apaciguar. Lamentaban amargamente la caída del rey Felagund, y decían que una doncella se había atrevido a lo que no se habían atrevido los hijos de Fëanor; pero muchos advirtieron que era la traición antes que el miedo lo que había guiado a Celegorm y Curufin. Así ocurrió que los habitantes de Nargothrond ya no se sintieron obligados a obedecerles, y volvieron otra vez a la casa de Finarfin; y sirvieron a Orodreth. Pero él no permitió que dieran muerte a otros hermanos, como deseaban algunos, porque el derramamiento de la sangre de parientes por parientes haría que la Maldición de Mandos pesara aún más sobre todos ellos. No obstante, ni pan ni descanso concedió a Celegorm y a Curufin dentro del reino, y juró que en adelante habría poco amor entre Nargothrond y los hijos de Fëanor.

—¡Así sea!—dijo Celegorm, y hubo una luz de amenaza en sus ojos; pero Curufin sonrió. Entonces montaron a caballo y se alejaron de prisa como el fuego, al encuentro, si les era posible, de los hermanos del este. Pero nadie quiso acompañarlos, ni siquiera los que eran de su propio linaje; porque todos advirtieron que la Maldición pesaba sobre los hermanos, y que el mal los seguía. En ese tiempo Celebrimbor, el hijo de Curufin, repudió las acciones de su padre, y se quedó en Nargothrond; pero Huan iba siempre detrás del caballo de Celegorm.

Cabalgaron hacia el norte, pues estaban impacientes e intentaban pasar a través de Dimbar y a lo largo de las fronteras septentrionales de Doriath, en busca del camino más rápido a Himring, donde vivía Maedhros, el hermano de ellos; y tenían aún la esperanza de ir por ese camino, pues estaba cerca de las fronteras de Doriath, evitando Nan Dungortheb y la lejana amenaza de las montañas del Terror.

Ahora bien, se dice que Beren y Lúthien fueron de un lado a otro hasta que llegaron al bosque de Brethil, y se acercaron por fin a los confines de Doriath. Entonces Beren recordó el juramento; en contra de él mismo resolvió que cuando Lúthien llegara otra vez a la seguridad de su propia tierra, él se pondría de nuevo en camino. Pero ella no estaba dispuesta a volver a separarse, y dijo: —Tienes que elegir, Beren, entre dos cosas: abandonar la misión y tu juramento y llevar una vida errante sobre la faz de la tierra; o mantener tu palabra y desafiar el poder entronizado de la oscuridad. Pero por cualquiera de esos caminos yo te seguiré, y nuestra suerte será la misma.

Mientras conversaban juntos de estas cosas, andando sin hacer caso de nada más, Celegorm y Curufin llegaron de prisa cabalgando por el bosque; y los hermanos los vieron y los reconocieron desde lejos. Entonces Celegorm dio media vuelta y espoleó el caballo hacia Beren, con la intención de atropellarlo; pero Curufin se volvió de pronto, e inclinándose alzó a Lúthien sobre la montura, pues era un jinete fuerte y hábil. Entonces Beren saltó de delante de Celegorm al caballo de Curufin que pasaba rápido junto a él; y el salto de Beren alcanzó renombre entre hombres y elfos. Aferró a Curufin por la garganta desde atrás, y echándose de espaldas cayeron juntos al suelo. El caballo se encabritó y rodó, pero Lúthien fue arrojada a un lado sobre la hierba.

Entonces Beren empezó a estrangular a Curufin, pero la muerte se le acercaba, pues Celegorm cabalgaba hacia él con una espada en alto. En ese momento Huan olvidó que servía a Celegorm y le saltó encima, de modo que el caballo se volvió y no quiso acercarse a Beren por miedo al gran perro de caza. Celegorm maldijo al perro y al caballo, pero Huan no se alteró. Entonces Lúthien se incorporó e impidió la muerte de Curufin; Beren sin embargo, lo despojó de pertrechos y armas y le sacó el cuchillo Angrist, que le colgaba sin vaina a un costado. Ese cuchillo había sido hecho por Telchar de Nogrod, y atravesaba el hierro como si fuera madera verde. Entonces Beren, alzando a Curufin, lo empujó lejos, y le ordenó que volviera a reunirse con su noble parentela, y quizás allí le enseñarían a dedicarse a empresas de mayor valor.

—Me quedo con tu caballo—le dijo—para servicio de Lúthien, y puede considerarse dichoso de librarse de amo semejante.

Entonces Curufin maldijo a Beren bajo las nubes y el cielo. —Vete de aquí—le dijo—y que encuentres una muerte pronta y amarga. —Celegorm lo puso junto a él sobre la montura, y los hermanos se prepararon para alejarse; y Beren se volvió y no les prestó atención. Pero Curufin, lleno de vergüenza y malicia, tomó el arco de Celegorm y disparó mientras avanzaban; y la flecha estaba destinada a Lúthien. Huan saltó y la atrapó con la boca; pero Curufin disparó otra vez, y Beren saltó delante de Lúthien, y el dardo lo hirió en el pecho.

Se cuenta que Huan persiguió a los hijos de Fëanor y que ellos huyeron atemorizados; y al volver le trajo a Lúthien una hierba del bosque. Y con esa hoja ella restañó la herida de Beren y por medio de sus artes y de su amor lo curó; y así, por fin, volvieron a Doriath. Allí Beren, desgarrado entre el juramento y su amor y sabiendo que ahora Lúthien estaba a salvo, se levantó una mañana antes que el sol asomara, y la encomendó al cuidado de Huan; luego partió con gran angustia mientras ella aún dormía sobre la hierba.

Cabalgó rápido otra vez hacia el norte, hacia el Paso del Sirion, y al llegar a los bordes de Taur-nu-Fuin, miró a través del yermo de Anfauglith y vio a lo lejos los picos de Thangorodrim. Allí soltó al caballo de Curufin y le dijo que abandonara miedo y servidumbre y que corriera libre por la hierba verde en las tierras del Sirion. Entonces, encontrándose solo y en el umbral del último peligro, compuso la Canción de la Partida en alabanza de Lúthien y de las luces del cielo; porque creía que había llegado el momento de despedirse del amor y de la luz. De esa canción forman parte estas palabras:

 

Adiós dulce tierra y cielo del norte,

benditos para siempre, pues aquí yació

y aquí corrió con miembros ligeros

bajo la luna, bajo el sol,

Lúthien Tinúviel,

tan bella que ninguna lengua mortal

puede decirlo.

Aunque cayese en ruinas todo el mundo,

y se deshiciera, arrojado de vuelta,

desvanecido en el viejo abismo,

aún así fue bueno que se hiciese

el crepúsculo, el alba, la tierra, el mar

para que Lúthien fuera por un tiempo.[8]

 

Y cantó en alta voz, sin cuidarse de que alguien pudiera oírlo, pues estaba desesperado y no encontraba modo de escapar.

Pero Lúthien escuchó la canción, y respondió cantando mientras avanzaba inadvertida por los bosques. Porque Huan, consintiendo una vez más en que ella lo cabalgase, la había llevado tras el rastro de Beren. Mucho había reflexionado Huan en algún recurso que alejara del peligro a esos dos a quienes amaba. Se desvió por tanto ante la isla de Sauron, mientras corrían otra vez hacia el norte, y tomó desde entonces la forma del espantoso licántropo Draugluin, y ella la del horrendo murciélago Thúringwethil. Thúringwethil era el mensajero de Sauron, y acostumbraba volar a Angband con forma de vampiro; y los dedos que sostenían las grandes alas membranosas terminaban en una garra de hierro. Vestidos con estos horribles atavíos, Huan y Lúthien atravesaron Taur-nu-Fuin a la carrera, y no había criatura que no huyera ante ellos.

Cuando Beren vio que se aproximaban, se sintió consternado; y se asombró, pues había oído la voz de Tinúviel, y pensó que era un espectro, y que le estaban tendiendo una trampa. Pero ellos se detuvieron y se quitaron los disfraces, y Lúthien corrió hacia él. Fue así que Beren y Lúthien volvieron a encontrarse entre el desierto y el bosque. Por un momento él calló, y se sintió contento; pero al cabo de un rato le rogó una vez más a Lúthien que interrumpiera el viaje. —Tres veces maldigo ahora lo que le juré a Thingol—dijo—, y preferiría que me hubiera dado muerte en Menegroth antes que conducirte a la sombra de Morgoth.

Huan y Lúthien por Ted Nasmith

 

Entonces, por segunda vez, Huan habló con palabras; y aconsejó a Beren diciendo: —Ya no puedes salvar a Lúthien de la sombra de la muerte, porque por amor se ha sometido a ella. Quizá quieras apartarte de tu destino y llevarla al exilio, buscando en vano la paz mientras te dure la vida. Pero si no reniegas de tu destino, entonces por fuerza Lúthien habrá de morir sola; y desafiará contigo el destino que te aguarda, desesperanzado pero no seguro. No tengo más consejos para ti, ni tampoco he de seguir tu camino. Pero mi corazón predice que encontrarás algo ante las puertas, y que yo lo veré. Todo lo demás me es oscuro; no obstante puede que nuestros tres caminos lleven de vuelta a Doriath, y que volvamos a vernos antes del fin.

Entonces Beren advirtió que Lúthien no podía ser apartada del destino que se les había impuesto, y ya no trató de disuadirla. Por consejo de Huan y las artes de Lúthien tomó entonces la forma de Draugluin, y ella la del horror alado de Thúringwethil. Beren tenía todo el aspecto de un licántropo, excepto los ojos en los que brillaba un espíritu sombrío pero limpio; y hubo horror en su mirada cuando vio junto a él a una criatura semejante a un murciélago que se le aferraba al lomo con unas alas arrugadas. Entonces aullando bajo la luna descendió a saltos por la colina, y el murciélago giraba y revoloteaba sobre él.

Pasaron por todos los peligros hasta que luego del largo y fatigoso camino llegaron cubiertos de polvo al valle terrible que se extiende ante las puertas de Angband; junto al camino se abrían unas grietas negras por donde asomaban unas serpientes ondulantes. Los acantilados se levantaban a un lado y a otro como muros fortificados. Ante ellos estaba el portal inexpugnable, un arco ancho y oscuro al pie de la montaña; por encima de él se alzaba un risco de mil pies de altura.

Allí los ganó el desánimo, pues ante las puertas había un guardián, del que no habían tenido hasta entonces ninguna noticia. A Morgoth le habían llegado rumores sobre no sabía qué designios de los príncipes de los elfos, y siempre se oían en las veredas del bosque los aullidos de Huan, el gran perro de guerra, que hacía mucho habían soltado los valar. Entonces Morgoth recordó el Hado de Huan, y escogió a uno de los cachorros de la raza de Draugluin; y lo alimentó de su propia mano con carne viviente, y puso en él su poder. El lobo creció de prisa, hasta que no pudo arrastrarse dentro de ningún cubil, y yacía enorme y hambriento a los pies de Morgoth. Allí el fuego y la angustia del infierno entraron en él, y desarrolló un espíritu devorador, atormentado, terrible, y fuerte. Carcharoth, Fauces Rojas, se lo llamó en las historias de aquellos días, y Anfauglir, las Quijadas de la Sed. Y Morgoth lo tenía despierto a las puertas de Angband por temor de que Huan viniera.

Ahora bien, Carcharoth los vio a lo lejos y titubeó, porque la noticia de la muerte de Draugluin había llegado a Angband hacía ya mucho tiempo. Por tanto cuando se acercaron les cerró el paso, y les ordenó que se detuvieran; y se les acercó con aire amenazante, oliendo algo extraño en el aire de alrededor. Pero de pronto, algún poder ancestral, heredado de la raza divina, poseyó a Lúthien, y despojándose del inmundo disfraz, avanzó, pequeña ante el poderoso Carcharoth, pero radiante y terrible. Levantó la mano, y le ordenó que durmiera diciendo: —Oh, espíritu engendrado del dolor, cae ahora en la oscuridad y olvida por un momento el espantoso destino de la vida. —Y Carcharoth cayó como herido por el rayo.

Entonces Beren y Lúthien atravesaron el portal y descendieron las escaleras laberínticas; y juntos llevaron a cabo la más grande de las hazañas jamás intentada por hombre o por elfo alguno. Porque llegaron hasta el trono de Morgoth en el más profundo de los recintos, un palacio sostenido por el horror, iluminado por el fuego, y repleto de armas de tormento y muerte. Allí Beren se escabulló en forma de lobo bajo el trono; pero Lúthien perdió el disfraz por voluntad de Morgoth, que le clavó la mirada. Y ella no se amilanó, dijo cómo se llamaba, y ofreció cantar ante él a la manera de un trovador. Entonces Morgoth, al ver la belleza de Lúthien, concibió pensamientos de una malvada lujuria, y un designio más oscuro que ninguno que hubiese albergado en el corazón desde que huyera de Valinor. Así fue burlado por su propia malicia, porque la observaba, dejándola libre por un rato, complaciéndose secretamente en sus propios pensamientos. Entonces de súbito ella escapó a los ojos de Morgoth, y empezó a cantar desde las sombras una canción de tan sobrecogedora belleza y de un poder tan enceguecedor que él no pudo dejar de escucharla, y se quedó ciego, y volvía los ojos a un lado y a otro buscando a Lúthien.

 

Toda la corte yacía ahora adormilada y todos los fuegos vacilaron y se extinguieron; pero los Silmarils en la corona de Morgoth refulgieron de pronto como llamas blancas; y el peso de la corona y de las joyas le dobló la cabeza, como si sobre ella llevara el mundo, cargado con un peso de inquietud, de dolor y de deseo que ni siquiera la voluntad de Morgoth podía soportar. Entonces Lúthien, sosteniéndose el vestido alado, saltó al aire y su voz descendió como la lluvia sobre los lagos, profunda y oscura. Echó la capa ante los ojos de Morgoth y lo sumió en un sueño, tenebroso como el Vacío Exterior por el que una vez él había andado solo. De pronto Morgoth cayó, como un monte que se derrumba, y arrojado como el rayo fuera del trono quedó postrado boca abajo sobre los suelos del infierno. La corona se le soltó de la cabeza y rodó retumbando. Todo estaba quieto alrededor.

Como una bestia muerta Beren yacía en el suelo; pero Lúthien lo despertó tocándolo con la mano, y él se sacó el disfraz de lobo; y esgrimió el cuchillo Angrist; y de las garras de hierro que lo sostenían, quitó uno de los Silmarils.

Cuando lo tuvo en la mano cerrada, el resplandor le atravesó la carne, y la mano se le convirtió en una lámpara encendida, pero la joya no se resistió y no le hizo daño. A Beren se le ocurrió entonces que iría más allá de lo exigido por el juramento, y que se llevaría de Angband las tres joyas de Fëanor; pero no era ése el destino de los Silmarils. El cuchillo Angrist se partió, y un fragmento de la hoja hirió a Morgoth en la mejilla. Morgoth gruñó y se agitó, y todas las huestes de Angband se movieron en sueños.

Entonces el terror ganó a Beren y a Lúthien, y huyeron, despavoridos y sin disfraces, sólo deseando ver la luz una vez más. No fueron estorbados ni perseguidos, pero las puertas cerraban la salida; porque Carcharoth había despertado y estaba ahora erguido de cólera sobre el umbral de Angband. Antes de que se dieran cuenta, él los vio y les saltó encima mientras corrían.

El trono de Morgoth por Dan Pilla

 

Lúthien estaba agotada, y no tuvo tiempo ni fuerza para rechazar al lobo. Pero Beren la cubrió con el cuerpo, y en la mano derecha sostuvo en alto el Silmaril. Carcharoth se detuvo y por un instante tuvo miedo. —¡Vete, y corre!—gritó Beren—porque he aquí un fuego que te consumirá, y junto contigo a todas las criaturas malvadas. —Y puso el Silmaril ante los ojos del lobo.

Pero Carcharoth miró la joya sagrada y no se acobardó, y el espíritu devorador que tenía dentro despertó en un fuego súbito; y abriendo las fauces mordió de pronto la mano de Beren y la arrancó de la muñeca. En ese momento una llama de angustia le ardió en las entrañas, y el Silmaril le quemó la carne maldita. Aullando huyó de delante de ellos, y los muros del valle de las puertas retumbaron con el clamor atormentado de Carcharoth. Tan terrible se volvió en su locura, que todas las criaturas de Morgoth que moraban en ese valle, o que andaban por los caminos que allí conducen, huyeron lejos; porque mataba a toda criatura viviente con que tropezara, e irrumpió desde el norte llevando la ruina sobre el mundo. De todos los terrores llegados a Beleriand antes de la caída de Angband, la locura de Carcharoth fue el más espantoso; porque el poder del Silmaril estaba escondido en él.

Ahora bien, Beren yacía desmayado junto a las peligrosas puertas, y la muerte se le acercaba, porque había veneno en los colmillos del lobo. Lúthien extrajo con los labios el veneno, y aún desfalleciente intentó restañar la espantosa herida. Pero detrás y en los abismos de Angband crecía el rumor de una gran cólera. Las huestes de Morgoth habían despertado. Fue así que la búsqueda del Silmaril pudo haber terminado en ruina y desesperación; pero en ese momento aparecieron sobre los muros del valle tres aves poderosas; volaban hacia el norte, con alas más rápidas que el viento. Todas las bestias y aves tenían ya noticia del viaje y del apuro de Beren, y el mismo Huan les había pedido que lo ayudaran vigilando. Altas por sobre el reino de Morgoth, volaron Thorondor y las otras águilas, y al ver la locura del lobo y la caída de Beren bajaron de prisa, al tiempo que los poderes de Angband despertaban de las faenas del sueño.

Entonces alzaron a Lúthien y a Beren de la tierra y los llevaron allá arriba entre las nubes. Bajo ellos de pronto retumbó el trueno, rebotaron los rayos, y temblaron las montañas. Thangorodrim echó fuego y humo, y unas centellas llameantes fueron arrojadas muy lejos, y cayeron arruinando los campos; y los noldor en Hithlum se estremecieron. Pero Thorondor seguía un camino muy alto sobre la tierra en busca de los senderos celestes, donde el sol brilla todo el día sin velos, y la luna se mueve en medio de estrellas sin nubes. De este modo pasaron rápidos sobre Dor-nu-Fauglith y sobre Taur-nu-Fuin, y llegaron al valle escondido de Tumladen. No había allí nubes ni niebla, y mirando hacia abajo, Lúthien vio a lo lejos, como una luz blanca difundida por una joya verde, el resplandor de Gondolin la bella, donde moraba Turgon. Pero lloró, porque pensó que Beren moriría sin duda, pues no hablaba, ni abría los ojos, y nada sabría de este vuelo. Y por fin las águilas los depositaron en las fronteras de Doriath; y llegaron al mismo valle pequeño del que Beren había partido a escondidas y desesperado, mientras Lúthien dormía.

Las águilas llevan a Beren y Lúthien por Ted Nasmith


Allí las águilas la dejaron al lado de Beren, y volvieron a los altos nidos de Crissaegrim; pero Huan vino en ayuda de Lúthien, y juntos asistieron a Beren, como antes le curara ella la herida abierta por Curufin. Pero esta herida era terrible y emponzoñada. Durante mucho tiempo yació Beren, y su espíritu erraba por los oscuros límites de la muerte, conociendo siempre una angustia que lo perseguía de sueño en sueño. Entonces, de pronto, cuando la esperanza de ella casi se había agotado, Beren despertó, y al mirar hacia arriba, vio hojas contra el cielo; y oyó bajo las hojas a Lúthien junto a él, que cantaba con una voz suave y lenta. Y era primavera otra vez.

En adelante Beren fue llamado Erchamion, que significa el Manco; y llevaba el sufrimiento grabado en la cara. Pero por fin fue devuelto a la vida por el amor de Lúthien, y se puso en pie, y juntos caminaron por los bosques una vez más. Y no se apresuraron a abandonar ese sitio, porque les parecía bello. Lúthien en verdad deseaba errar al aire libre y no regresar nunca, olvidada de la casa y la gente, y de toda la gloria de los reinos de los elfos, y entonces Beren se sintió feliz; pero durante mucho tiempo no pudo olvidar el juramento de que volvería a Menegroth, y que no siempre tendría apartada a Lúthien de Thingol. Porque se atenía a la ley de los hombres, creyendo peligroso hacer caso omiso de la voluntad del padre, salvo en extrema necesidad; y le parecía también inadecuado que alguien de tan real linaje y tan hermosa como Lúthien viviera siempre en los bosques, como los rudos cazadores entre los hombres, sin casa, ni honor, ni las cosas bellas que deleitan a las reinas de los eldalië. Por tanto, al cabo de un tiempo la persuadió, y abandonó aquellas tierras sin moradas, y llegó a Doriath conduciendo a Lúthien de vuelta al hogar. Así lo quería el destino.

 

En Doriath habían transcurrido días de pesadumbre. La congoja y el silencio habían ganado a todos cuando Lúthien se perdió. Mucho tiempo la buscaron en vano. Y se dice que por entonces Daeron, el bardo de Thingol, desapareció de la ciudad y no fue visto nunca más. Él era el que hacía la música de la danza y el canto de Lúthien antes de que Beren viniera a Doriath; y él la había amado y había puesto todos sus pensamientos de amor en la música. Así llegó a ser el más grande de los bardos de los elfos al este del mar, aún de mayor renombre que Maglor hijo de Fëanor. Pero en busca de Lúthien, desesperado, erró por caminos extraños, y pasando sobre las montañas bajó al este de la Tierra Media, donde por muchas edades lamentó junto a las aguas oscuras la suerte de Lúthien hija de Thingol, la más bella de todas las criaturas vivientes.

En esa ocasión Thingol recurrió a Melian; pero ella no quiso aconsejarle más, y dijo que el destino que él había concebido tenía que obrar hasta el fin, y que por ahora no podía hacer otra cosa que esperar el tiempo oportuno. Pero Thingol se enteró de que Lúthien se había ido muy lejos de Doriath, porque llegaron en secreto mensajeros de Celegorm, como ya se ha dicho, diciendo que Felagund había muerto, y que Beren había muerto, pero que Lúthien estaba en Nargothrond, y que Celegorm la desposaría. Entonces Thingol montó en cólera y envió espías con intención de combatir contra Nargothrond; y así se enteró de que Lúthien había huido otra vez, y que Celegorm y Curufin habían sido expulsados de Nargothrond. Entonces dudó de sus propios propósitos, pues no tenía fuerzas suficientes para atacar a los siete hijos de Fëanor; pero envió mensajeros a Himring solicitando ayuda en la busca de Lúthien, ya que Celegorm no la había enviado a la casa de su padre ni había logrado retenerla en sitio seguro.

Pero en el norte del reino los mensajeros se toparon con un peligro súbito e insospechado: la embestida de Carcharoth, el lobo de Angband. En su locura había venido furioso desde el norte, y pasando por el lado oriental de Taur-nu-Fuin descendió desde las fuentes del Esgalduin como un fuego destructor. Nada lo estorbaba, y el poder de Melian en los límites de la tierra no lo detuvo; porque lo empujaba el destino, y el poder del Silmaril que lo atormentaba dentro. Así irrumpió en los bosques inviolados de Doriath, y todos huyeron aterrados. De los mensajeros sólo escapó Mablung, principal capitán del rey, y fue él quien llevó las terribles nuevas a Thingol.

A esa hora oscura volvían Beren y Lúthien, apresurados desde el oeste, y la noticia de que se acercaban iba delante de ellos como el sonido de una música que el viento arrastra hacia las casas sombrías, donde los hombres están acongojados. Llegaron por fin a las puertas de Menegroth y una gran multitud los seguía.

Entonces Beren condujo a Lúthien ante el trono de Thingol, su padre; y Thingol miró asombrado a Beren, a quien creía muerto; pero no lo amaba, a causa de los dolores que había traído sobre Doriath. Pero Beren se arrodilló ante él y dijo: —Vuelvo según la palabra dada. Vengo a reclamar lo mío.

Y Thingol respondió: —¿Qué es de tu cometido, y de tu voto?

Pero Beren dijo: —He cumplido con él. Tengo en este mismo momento un Silmaril en la mano.

Entonces Thingol dijo: —¡Muéstramelo!

Y Beren tendió la mano izquierda abriendo lentamente los dedos; pero estaba vacía. Luego levantó el brazo derecho; y desde ese momento él mismo se dio el nombre de Camlost, la Mano Vacía.

Entonces se dulcificó el ánimo de Thingol; y Beren se sentó ante el trono a la izquierda, y Lúthien a la derecha, y contaron la historia de la Misión mientras todos escuchaban y estaban asombrados. Y le pareció a Thingol que este hombre no se parecía a ningún otro hombre mortal, y que se contaba entre los grandes de Arda, y que el amor de Lúthien era algo nuevo y extraño; y entendió que el destino de ambos no podría ser estorbado por ningún poder en el mundo. Por lo tanto cedió, y Beren tomó la mano de Lúthien ante el trono de su padre.

Pero entonces una sombra cayó sobre la alegría de Doriath, que celebraba el regreso de Lúthien la bella; porque al enterarse de la causa de la locura de Carcharoth, la gente tuvo todavía más miedo, advirtiendo que el peligro estaba cargado de terrible poder por causa de la joya sagrada, y que difícilmente podría ser evitado. Y Beren, al enterarse de la embestida del lobo, comprendió que no había cumplido aún su cometido.

Por tanto, como Carcharoth se acercaba cada día más a Menegroth, se prepararon para la Caza del Lobo; de todas las persecuciones de bestias que aparecen en los cuentos, la más peligrosa. A esa cacería fueron Huan, el perro de Valinor, y Mablung, el de la Mano Pesada, y Beleg Arcofirme, y Beren Erchamion, y Thingol, rey de Doriath. Cabalgaron en la mañana y cruzaron el río Esgalduin; pero Lúthien se quedó atrás a las puertas de Menegroth. Una sombra oscura la cubrió, y le pareció que el sol había enfermado y se había vuelto negro.

Los cazadores giraron hacia el este y luego hacia el norte, y siguiendo el curso del río encontraron por fin a Carcharoth el lobo en un valle oscuro, bajo el lado norte de la empinada cascada del Esgalduin. Carcharoth bebía al pie de la cascada apaciguando una sed devoradora, y aulló, y así lo descubrieron. Pero él, aunque vio que se acercaban, no se dio prisa en atacarlos. Quizás una astucia demoníaca había despertado en él, cuando las dulces aguas del Esgalduin le quitaron el dolor de momento; y mientras los cazadores venían cabalgando, se escabulló en un profundo matorral, y allí se quedó escondido. Pero ellos montaron guardia todo alrededor, y esperaron, y las sombras se alargaron en el bosque.

Beren esperaba junto al rey Thingol, y de pronto advirtieron que Huan ya no estaba con ellos. Entonces un gran bramido se oyó en la espesura; porque Huan, impaciente y con deseos de ver al lobo, se había adelantado a buscarlo. Pero Carcharoth lo evitó, e irrumpiendo de entre los espinos se abalanzó de súbito sobre Thingol. Rápidamente Beren avanzó ante él con una lanza, pero Carcharoth lo hizo a un lado y lo derribó mordiéndolo en el pecho. En ese instante Huan saltó desde la espesura sobre el lomo del lobo, y cayeron juntos luchando ferozmente; y nunca hubo batalla entre perro y lobo que igualara a ésta, porque en los ladridos de Huan se oía la voz de los cuernos de Oromë y la ira de los valar, y en los aullidos de Carcharoth estaban el odio de Morgoth y una malicia más cruel que dientes de acero; y las rocas se partieron por el clamor y cayeron desde lo alto e interceptaron las cascadas del Esgalduin. Allí lucharon a muerte; pero Thingol no hacía ningún caso, porque se había arrodillado junto a Beren al ver que estaba malherido.

En ese momento Huan mató a Carcharoth; pero allí, en los bosques entrelazados de Doriath, su propio destino desde tanto atrás pronunciado, tuvo cumplimiento, y estaba herido mortalmente, y el veneno de Morgoth entró en él. Entonces se acercó, y cayendo junto a Beren habló por tercera vez con palabras; y le dijo adiós a Beren antes de morir. Beren no habló, pero puso su mano sobre la cabeza del perro, y así se despidieron.

Mablung y Beleg acudieron de prisa en ayuda del rey, pero cuando vieron lo sucedido, arrojaron a un lado las lanzas y lloraron. Luego Mablung sacó un cuchillo y abrió el vientre del lobo; y por dentro parecía todo consumido, como si hubiera sido abrasado con fuego; aunque la mano de Beren que sostenía la joya estaba todavía intacta. Pero cuando Mablung iba a tocarla, la mano desapareció, y el Silmaril estaba allí desnudo, y las sombras del bosque retrocedían con la luz. Entonces Mablung, rápido y con miedo, la tomó, y la puso en la mano viva de Beren; y Beren se reanimó con el contacto del Silmaril, y lo sostuvo en alto, y le pidió a Thingol que lo recibiera. —Ahora mi misión está cumplida—dijo—, y mi destino ha sido forjado. —Y ya no habló nada más.

 

Cargaron a Beren Camlost hijo de Barahir sobre una litera de ramas con Huan el perro lobo a su lado; y cayó la noche antes de que hubieran regresado a Menegroth. A los pies de Hírilorn, la gran haya, Lúthien les salió al encuentro andando lentamente, y algunos llevaban antorchas junto a la litera. Allí abrazó a Beren, y lo besó, pidiéndole que la esperara más allá del mar Occidental; y él la miró a los ojos antes de que el espíritu lo abandonara. Pero la luz de las estrellas desapareció, y la oscuridad cayó aún sobre Lúthien Tinúviel. Así terminó la Búsqueda del Silmaril; más la Balada de Leithian, Liberación del Cautiverio, no termina.

Porque el espíritu de Beren, a requerimiento de Lúthien, se demoró en las Estancias de Mandos, resistiéndose a abandonar el mundo mientras ella no fuera a decir un último adiós a las lóbregas costas del mar Exterior, en el que se internan los hombres que mueren para no volver nunca más. Pero el espíritu de Lúthien se oscureció, y por último huyó volando, y su cuerpo quedó tendido sobre la hierba como una flor tronchada de súbito, y que por un tiempo no se marchita.

Entonces el invierno, como si fuera la edad cana de los hombres mortales, descendió sobre Thingol. Pero Lúthien llegó a las Estancias de Mandos, donde están los sitios designados para los eldalië, más allá de las mansiones del Occidente en los confines del mundo. Allí los que esperan se sientan a la sombra del pensamiento de los eldalië. Pero la belleza de Lúthien era mayor que la de ellos, y tenía un dolor más profundo; y se arrodilló ante Mandos y le cantó.

La canción de Lúthien ante Mandos fue la más hermosa de las compuestas con palabras, y la más triste que nadie haya escuchado jamás. Inalterada, imperecedera, se la canta todavía en Valinor más allá de los oídos del mundo, y al escucharla los valar se entristecen. Porque Lúthien compuso dos temas: el dolor de los elfos y la congoja de los hombres, los dos linajes que hizo Ilúvatar para que morasen en Arda, el Reino de la Tierra, en medio de las estrellas innumerables. Y cuando Lúthien se arrodilló a los pies de Mandos, sus lágrimas cayeron como la lluvia sobre la piedra, y Mandos se conmovió, él que nunca así se conmoviera antes, y que nunca así se conmovió después.

Por tanto, convocó a Beren, y como Lúthien se lo había dicho a la hora de la muerte, volvieron a encontrarse más allá del mar Occidental. Pero Mandos no tenía poder para retener a los espíritus de los hombres muertos dentro de los confines del mundo, después de que esperaran un tiempo; ni podía cambiar el destino de los hijos de Ilúvatar. Por tanto fue ante Manwë, Señor de los valar, que gobernaba el mundo bajo la égida de Ilúvatar; y Manwë buscó consejo en lo más íntimo de su propio pensamiento, donde se revelaba la voluntad de Ilúvatar.

Esta es la alternativa que ofreció a Lúthien. Por causa de sus fatigas y sus dolores, podría abandonar a Mandos, e ir a Valinor, para morar allí hasta el fin del mundo entre los valar, y olvidar todas las penas. Allí no la seguiría Beren. Porque no les estaba permitido a los valar evitarle la muerte, que es el don de Ilúvatar a los hombres. Pero la otra elección posible era la que sigue: regresar a la Tierra Media y llevar consigo a Beren para morar allí otra vez, mas sin ninguna seguridad de vida o de alegría. Ella se volvería entonces mortal, y estaría sometida a una segunda muerte, lo mismo que él; y antes de no mucho abandonaría el mundo para siempre, y su belleza no sería más que un recuerdo en el canto.

Tinúviel renacida por Ted Nasmith

 

Este destino eligió Lúthien, abandonando el Reino Bendecido, y olvidando todo parentesco con los que allí moran; así, cualquiera fuera el dolor que tuvieran por delante, el hado de Beren y Lúthien sería siempre el mismo, y los dos senderos irían juntos más allá de los confines del mundo. Así fue que sólo ella entre todos los eldalië murió realmente, y dejó el mundo mucho tiempo atrás. No obstante, con su elección los dos linajes se unieron; y aunque el mundo haya cambiado, ella fue la precursora de muchos en quienes los eldar ven todavía la imagen de Lúthien, la amada, a quien han perdido.

 

(…)Se dice que Beren y Lúthien volvieron a las tierras septentrionales de la Tierra Media y moraron allí juntos por un tiempo, como hombre y mujer, y adoptaron nuevamente la forma mortal que habían tenido en Doriath. Quienes los vieron sintieron a la vez alegría y miedo; y Lúthien fue a Menegroth y curó el invierno de Thingol tocándolo con la mano. Pero Melian le miró los ojos y leyó el destino que tenía allí escrito; porque sabía que una separación más allá del fin del mundo se interponía entre ellas, y no hubo dolor de pérdida más hondo que el dolor de Melian la maia en aquel momento. Entonces Beren y Lúthien se marcharon solos sin temor a pasar hambre o sed; y fueron más allá del río Gelion a Ossiriand, y vivieron allí en Tol Galen, la isla verde, en medio del Adurant, hasta que no hubo más noticias acerca de ellos. Los eldar llamaron luego a ese país Dor Firn-i-Guinar, la Tierra de los Muertos que Viven; y allí nació Dior Aranel el Hermoso, que fue luego conocido como Dior Eluchíl, el heredero de Thingol. Ningún hombre mortal volvió a hablar con Beren hijo de Barahir; y nadie vio a Beren o a Lúthien abandonar el mundo, ni supo dónde reposaron por última vez.


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[1] Esto contradice los cálculos realizados por Tolkien y publicados en La Naturaleza de la Tierra Media: «Los hombres deben «despertar» antes de la Cautividad de Melkor. Es demasiado tarde tras el regreso a Angband; porque no hay tiempo suficiente: cuando los atani llegan a Beleriand en c.310, ya están parcialmente civilizados. (…) Para aquel entonces, los hombres habían existido durante 448 años valianos + 22 años solares; 64534 años solares que, aunque sin duda insuficientes desde el punto de vista científico (ya que esto solo ocurre—estando nosotros en 1960 en la Séptima Edad—hace 16000 años: en total unos 80000), resultan adecuados para el propósito de El Silmarillion, etc.».

[2] Esto contradice los cálculos realizados por Tolkien y publicados en La Naturaleza de la Tierra Media: «Los hombres deben «despertar» antes de la Cautividad de Melkor. Es demasiado tarde tras el regreso a Angband; porque no hay tiempo suficiente: cuando los atani llegan a Beleriand en c.310, ya están parcialmente civilizados. (…) Para aquel entonces, los hombres habían existido durante 448 años valianos + 22 años solares; 64534 años solares que, aunque sin duda insuficientes desde el punto de vista científico (ya que esto solo ocurre—estando nosotros en 1960 en la Séptima Edad—hace 16000 años: en total unos 80000), resultan adecuados para el propósito de El Silmarillion, etc.».

[3] Orodreth, en la última versión del legendarium, pareciera que realmente era hijo de Angrod y padre de Finduilas y Gil-galad. Sobrino de Finrod Felagund.

[4] En versión original:

“Come forth, thou coward lurking lord

to fight with thine own hand and sword!

Thou wielder of hosts of slaves and thrall,

pit-dweller, shielded by strong walls,

thou foe of gods and elven-race,

come forth and show thy craven face!

[5] Tolkien, en textos posteriores, quiso que Orodreth fuera el padre de Gil-galad.

[6] Orodreth, en la última versión del legendarium, pareciera que realmente era hijo de Angrod y padre de Finduilas y Gil-galad. Sobrino de Finrod Felagund.

[7] En versión original:

He chanted a song of wizardry,

Of piercing, opening, of treachery,

Revealing, uncovering, betraying.

Then sudden Felagund there swaying,

Sang in a song of staying,

Resisting, battling against power,

Of secrets kept, strength like a tower,

And trust unbroken, freedom, escape;

Of changing and shifting shape,

Of snares eluded, broken traps,

The prison opening, the chain that snaps.

Backwards and forwards swayed their song.

Reeling foundering, as ever more strong

The chanting swelled, Felagund fought,

And all the magic and might he brought

Of Elvenesse into his words.

Softly in the gloom they heard the birds

Singing afar in Nargothrond,

The sighting of the Sea beyond,

Beyond the western world, on sand,

On sand of pearls on Elvenland.

Then in the doom gathered; darkness growing

In Valinor, the red blood flowing

Beside the Sea, where the Noldor slew

The Foamriders, and stealing drew

Their white ships with their white sails

From lamplit havens. The wind wails,

The wolf howls. The ravens flee.

The ice mutters in the mouths of the Sea.

The captives sad in Angband mourn.

Thunder rumbles, the fires burn—

And Finrod fell before the throne.

[8] En versión original:

Farewell sweet earth and northern sky,

for ever blest, since here did lie

and here with lissom limbs did run

beneath the Moon, beneath the Sun,

Lúthien Tinúviel

more fair than mortal tongue can tell.

Though all to ruin fell the world

and were dissolved and backward hurled

unmade into the old abyss,

yet were its making good, for this—

the dusk, the dawn, the earth, the sea—

that Lúthien for a time should be.

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