LEGENDARIUM I: La Creación de Arda
ESTE FRAGMENTO ABARCA:
I. LA MÚSICA DE LOS AINUR
II.HISTORIA DE LOS VALAR Y LOS MAIAR SEGÚN EL SABER DE LOS ELDAR
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I.LA MÚSICA DE LOS AINUR
AINULINDALË
En
el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y
primero hizo a los ainur, los sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y
estuvieron con él antes que se hiciera alguna otra cosa. Y les habló y les
propuso temas de música; y cantaron ante él y él se sintió complacido. Pero por
mucho tiempo cada uno de ellos cantó solo, o junto con unos pocos, mientras el
resto escuchaba; porque cada uno sólo entendía aquella parte de la mente de
Ilúvatar de la que provenía él mismo, y eran muy lentos en comprender el canto
de sus hermanos. Pero cada vez que escuchaban, alcanzaban una comprensión más
profunda, y crecían en unisonancia y armonía.
Y
sucedió que Ilúvatar convocó a todos los ainur, y les comunicó un tema
poderoso, descubriendo para ellos cosas todavía más grandes y más maravillosas
que las reveladas hasta entonces; y la gloria del principio y el esplendor del
final asombraron a los ainur, de modo que se inclinaron ante Ilúvatar y
guardaron silencio.
Entonces
les dijo Ilúvatar: —Del tema que os he comunicado, quiero ahora que hagáis,
juntos y en armonía, una Gran Música y como os he inflamado con la Llama
Imperecedera, mostraréis vuestros poderes en el adorno de este tema mismo, cada
cual, con sus propios pensamientos y recursos, si así le place. Pero yo me
sentaré y escucharé, y será de mi agrado que por medio de vosotros una gran
belleza despierte en canción.
Entonces
las voces de los ainur, como de arpas y laúdes, pífanos y trompetas, violas y
órganos, y como de coros incontables que cantan con palabras, empezaron a
convertir el tema de Ilúvatar en una Gran Música; y un sonido se elevó de
innumerables melodías alternadas, entretejidas en una armonía que iba más allá
del oído hasta las profundidades y las alturas, rebosando los espacios de la
morada de Ilúvatar; y al fin la música y el eco de la música desbordaron
volcándose en el Vacío, y ya no hubo Vacío. Nunca desde entonces hicieron los ainur
una música como ésta, aunque se ha dicho que los coros de los ainur y los hijos
de Ilúvatar harán ante él una música todavía más grande, después del fin de los
días. Entonces los temas de Ilúvatar se tocarán correctamente y tendrán ser en
el momento en que aparezcan, pues todos entenderán entonces plenamente la
intención del Único para cada una de las partes, y conocerán la comprensión de
los demás, e Ilúvatar pondrá en los pensamientos de ellos el fuego secreto.
Pero
ahora Ilúvatar escuchaba sentado, y durante un largo rato le pareció bien, pues
no había fallas en la música. Pero a medida que el tema prosperaba, nació un
deseo en el corazón de Melkor: entretejer asuntos de su propia imaginación que
no se acordaban con el tema de Ilúvatar, porque intentaba así acrecentar el
poder y la gloria de la parte que le había sido asignada. A Melkor, entre los ainur,
le habían sido dados los más grandes dones de poder y conocimiento, y tenía
parte en todos los dones de sus hermanos. Con frecuencia había ido solo a los
sitios vacíos en busca de la Llama Imperecedera; porque grande era el deseo que
ardía en él de dar ser a cosas propias, y le parecía que Ilúvatar no se ocupaba
del Vacío, cuya desnudez le impacientaba. No obstante, no encontró el fuego,
porque el fuego está con Ilúvatar. Pero hallándose solo, había empezado a tener
pensamientos propios, distintos de los de sus hermanos.
Melkor
entretejió algunos de estos pensamientos en la música, e inmediatamente una
discordancia se alzó en torno, y muchos de los que estaban cerca se
desalentaron, se les confundió el pensamiento, y la música vaciló; pero algunos
empezaron a concertar su música con la de Melkor más que con el pensamiento que
habían tenido en un principio. Entonces la discordancia de Melkor se extendió
todavía más, y las melodías escuchadas antes naufragaron en un mar de sonido
turbulento. Pero Ilúvatar continuaba sentado y escuchaba, hasta que pareció que
alrededor del trono había estallado una furiosa tormenta, como de aguas oscuras
que batallaran entre sí con una cólera infinita que nunca sería apaciguada.
Entonces
Ilúvatar se puso de pie y los ainur vieron que sonreía; y levantó la mano
izquierda y un nuevo tema nació en medio de la tormenta, parecido y sin embargo
distinto al anterior, y que cobró fuerzas y tenía una nueva belleza. Pero la
discordancia de Melkor se elevó rugiendo y luchó con él, y una vez más hubo una
guerra de sonidos más violenta que antes, hasta que muchos de los ainur se
desanimaron y no cantaron más, y Melkor predominó. Otra vez se incorporó
entonces Ilúvatar, y los ainur vieron que estaba serio; e Ilúvatar levantó la
mano derecha, y he aquí que un tercer tema brotó de la confusión, y era
distinto de los otros. Porque pareció al principio dulce y suave, un mero
murmullo de sonidos leves en delicadas melodías; pero no pudo ser apagado y
adquirió poder y profundidad. Y pareció por último que dos músicas se
desenvolvían a un tiempo ante el asiento de Ilúvatar, por completo
discordantes. La una era profunda, vasta y hermosa, pero lenta y mezclada con
un dolor sin medida que era la fuente principal de su belleza. La música de
Melkor había alcanzado ahora una unidad propia; pero era estridente, vana e
infinitamente repetida, y poco armónica, pues sonaba como un clamor de
múltiples trompetas que bramaran unas pocas notas, todas al unísono. E intentó
ahogar a la otra música con una voz violenta, pero pareció que la música de
Ilúvatar se apoderaba de algún modo de las notas más triunfantes y las
entretejía en su propia solemne estructura.
En
medio de esta batalla que sacudía las estancias de Ilúvatar y estremecía unos
silencios hasta entonces inmutables, Ilúvatar se puso de pie por tercera vez, y
era terrible mirarlo a la cara. Levantó entonces ambas manos y en un acorde más
profundo que el abismo, más alto que el firmamento, penetrante como la luz de
los ojos de Ilúvatar, la música cesó.
Entonces
Ilúvatar habló, y dijo: —Poderosos son los ainur, y entre ellos el más poderoso
es Melkor; pero sepan él y todos los ainur que yo soy Ilúvatar; os
mostraré las cosas que habéis cantado y así veréis qué habéis hecho y tú,
Melkor, verás que ningún tema puede tocarse que no tenga en mí su fuente más
profunda, y que nadie puede alterar la música a mi pesar. Porque aquel que lo intente
probará que es sólo mi instrumento para la creación de cosas más maravillosas
todavía, que él no ha imaginado.
Entonces
los ainur tuvieron miedo, aunque aún no habían comprendido qué les decía
Ilúvatar; y llénose Melkor de vergüenza, de la que nació un rencor secreto.
Pero Ilúvatar se irguió resplandeciente, y se alejó de las hermosas regiones
que había hecho para los ainur; y los ainur lo siguieron.
Pero
cuando llegaron al Vacío, Ilúvatar les dijo: —¡Contemplad vuestra música!—. Y les mostró una
escena, dándoles vista donde antes había habido sólo oído; y los ainur vieron
un nuevo mundo hecho visible para ellos, y era un globo en el Vacío, y en él se
sostenía, aunque no pertenecía al Vacío. Y mientras lo miraban y se admiraban,
este mundo empezó a desplegar su historia y les pareció que vivía y crecía. Y
cuando los ainur hubieron mirado un rato en silencio, volvió a hablar Ilúvatar:
—¡Contemplad vuestra música! Este es vuestro canto y cada uno de vosotros
encontrará en él, entre lo que os he propuesto, todas las cosas que en
apariencia habéis inventado o añadido. Y tú, Melkor, descubrirás los
pensamientos secretos de tu propia mente y entenderás que son sólo una parte
del todo y tributarios de su gloria.
Y
muchas otras cosas dijo Ilúvatar a los ainur en aquella ocasión, y por causa
del recuerdo de sus palabras y por el conocimiento que cada uno tenía de la
música que él mismo había compuesto, los ainur saben mucho de lo que era, lo
que es y lo que será, y pocas cosas no ven. Sin embargo, algunas cosas hay que
no pueden ver, ni a solas ni aun consultándose entre ellos; porque a nadie más
que a sí mismo ha revelado Ilúvatar todo lo que tiene él en reserva y en cada
edad aparecen cosas nuevas e imprevistas, pues no proceden del pasado así fue
que mientras esta visión del mundo se desplegaba ante ellos, los ainur vieron
que contenía cosas que no habían pensado antes. Y vieron con asombro la llegada
de los hijos de Ilúvatar y las estancias preparadas para ellos, y advirtieron que
ellos mismos durante la labor de la música habían estado ocupados en la
preparación de esta morada, pero ignorando que tuviese algún otro propósito que
su propia belleza. Porque sólo él había concebido a los hijos de Ilúvatar; que
llegaron con el tercer tema, y no estaban en aquel que Ilúvatar había propuesto
en un principio, y ninguno de los ainur había intervenido en esta creación. Por
tanto, mientras más los contemplaban, más los amaban, pues eran criaturas
distintas de ellos mismos, extrañas y libres, en las que veían reflejada de
nuevo la mente de Ilúvatar; y conocieron aún entonces algo más de la sabiduría
de Ilúvatar, que de otro modo habría permanecido oculta aún para los ainur.
Ahora
bien, los hijos de Ilúvatar son elfos y hombres, los primeros nacidos y los seguidores.
Y entre todos los esplendores del mundo, las vastas salas y los espacios, y los
carros de fuego, Ilúvatar escogió como morada un sitio en los Abismos del
Tiempo y en medio de las estrellas innumerables. Y puede que esta morada
parezca algo pequeña a aquellos que sólo consideran la majestad de los ainur y
no su terrible sutileza; como quien tomara toda la anchura de Arda para
levantar allí una columna y la elevara hasta que el cono de la cima fuera más
punzante que una aguja; o quien considerara sólo la vastedad inconmensurable
del mundo, que los ainur aún están modelando, y no la minuciosa precisión con
que dan forma a todas las cosas que en él se encuentran. Pero cuando los ainur
hubieron contemplado esa morada en una visión y luego de ver a los hijos de
Ilúvatar que allí aparecían, muchos de los más poderosos de entre ellos se
volcaron en pensamiento y deseo sobre ese sitio. Y de éstos Melkor era el
principal, como también había sido al comienzo el más grande de los ainur que
participaran en la Música. Y fingió, aún ante sí mismo al comienzo, dominando
los torbellinos de calor y de frío que lo habían invadido, que deseaba ir allí
y ordenarlo todo para beneficio de los hijos de Ilúvatar. Pero lo que en verdad
deseaba era someter tanto a elfos como a hombres, pues envidiaba los dones que
Ilúvatar les había prometido; y él mismo deseaba tener súbditos y sirvientes, y
ser llamado Señor, y gobernar otras voluntades.
Pero
los otros ainur contemplaron esa habitación puesta en los vastos espacios del mundo;
que los elfos llaman Arda, la Tierra, y los corazones de todos se
regocijaron en la luz, y los ojos se les alegraron en la contemplación de
tantos colores, aunque el ruido del mar los inquietó sobremanera. Y observaron
los vientos y el aire y las materias de que estaba hecha Arda, el hierro y la
piedra, la plata y el oro, y muchas otras sustancias, pero de todas ellas el
agua fue la que más alabaron y dicen los eldar que el eco de la Música de los ainur
vive aún en el agua, más que en ninguna otra sustancia de la Tierra; y muchos
de los hijos de Ilúvatar escuchan aún insaciables las voces del mar, aunque
todavía no saben lo que oyen.
Ahora
bien, aquel ainur a quien los elfos llaman Ulmo, volvió sus pensamientos al
agua y de todos fue a él a quien Ilúvatar dio más instrucción en música. Pero
sobre aires y vientos quien más había reflexionado era Manwë, noble de nobles
entre los ainur. En la materia de la Tierra había pensado Aulë, a quien
Ilúvatar había concedido una capacidad y un conocimiento apenas menores que los
de Melkor; aunque lo que deleita y enorgullece a Aulë es la tarea de hacer y
las cosas hechas, y no la posesión ni su propia maestría; por tanto da y no
atesora, y está libre de cuidados, emprendiendo siempre nuevas tareas.
E
Ilúvatar habló a Ulmo, y dijo: —¿No ves cómo aquí, en este pequeño reino de los
Abismos del Tiempo, Melkor ha declarado la guerra contra tu provincia? Ha
concebido un frío crudo e inmoderado, y sin embargo no ha destruido la belleza
de tus fuentes, ni la de tus claros estanques. ¡Contempla la nieve y la astuta
obra de la escarcha! Melkor ha concebido calores y fuegos sin restricción, y no
ha podido marchitar tu deseo ni apoyar por completo la música del mar.
¡Contempla más bien la altura y la gloria de las nubes, y las nieblas siempre
cambiantes! ¡Y escucha la caída de la lluvia sobre la Tierra! Y en estas nubes
eres llevado cerca de Manwë, tu amigo, a quien amas.
Respondió
entonces Ulmo: —En verdad, mi corazón no había imaginado que el agua llegara a
ser tan hermosa, ni mis pensamientos secretos habían concebido el copo de
nieve, ni había nada en mi música que contuviese la caída de la lluvia. Iré en
busca de Manwë; ¡y juntos haremos melodías que serán tu eterno deleite!—Y Manwë
y Ulmo fueron desde el principio aliados, y en todo cumplieron con
fidelidad los propósitos de Ilúvatar.
Pero
mientras Ulmo hablaba todavía y los ainur miraban absortos, la visión se apagó
y se ocultó a los ojos de todos, y les pareció que en ese momento percibían
algo distinto, la Oscuridad, que no habían conocido antes excepto en
pensamiento. Pero se habían enamorado de la belleza de la visión que allí
cobraba ser, y les colmaba la mente; porque la historia no estaba todavía
completa ni los ciclos del tiempo del todo cumplidos cuando la visión les fue
arrebatada. Y han dicho algunos que la visión cesó antes de que culminara el dominio
de los hombres y la desaparición de los primeros nacidos, por tanto, aunque la
Música lo ocupaba todo, los valar no vieron con los ojos las eras posteriores
ni el fin del mundo.
Entonces
hubo inquietud entre los ainur; pero Ilúvatar los llamó y dijo: —Sé lo que
vuestras mentes desean: que aquello que habéis visto sea en verdad, no sólo en
vuestro pensamiento, sino como vosotros sois, y aún otros. Por tanto, digo:
¡Eä! ¡Que sean estas cosas! Y enviaré al Vacío la Llama Imperecedera, y se
convertirá en el corazón del mundo, y el mundo será; y aquellos de entre
vosotros que lo deseen, podrán descender a él.
Y
de pronto vieron los ainur una luz a lo lejos como si fuera una nube con un
viviente corazón de llamas; y supieron que no era sólo una visión, sino que
Ilúvatar había hecho algo nuevo: Eä, el mundo que es.
Así
sucedió pues que de los ainur algunos siguen morando con Ilúvatar más allá de
los confines del mundo; pero otros, y entre ellos muchos de los más grandes y
más hermosos, se despidieron de Ilúvatar y descendieron al mundo. Ilúvatar les
impuso esta condición, quizá también necesaria para el amor de ellos: que desde
entonces en adelante los poderes que él les había concedido se limitaran y
sujetaran al mundo, por siempre, hasta que el mundo quedase completado, de modo
tal que ellos fuesen la vida del mundo y el mundo la vida de ellos. Y por esto
mismo se los llama los valar, los Poderes del Mundo.
Pero
al principio, cuando los valar entraron en Eä, se sintieron desconcertados, y
perdidos, pues les pareció que nada de lo que habían visto en su visión estaba
hecho todavía, y que todo estaba a punto de empezar y aún informe y a oscuras.
Porque la Gran Música no había sido sino el desarrollo y la floración del
pensamiento en los Palacios Intemporales, y lo que habían visto, sólo una
prefiguración; pero ahora habían entrado en el principio del Tiempo, y
advertían que el mundo había sido sólo precantado y predicho, y que ellos
tenían que completarlo. De modo que empezaron sus grandes trabajos en desiertos
inconmensurables e inexplorados, y en edades incontables y olvidadas, hasta que
en los Abismos del Tiempo y en medio de las vastas estancias de Eä, hubo una
hora y un lugar en los que fue hecha la habitación de los hijos de Ilúvatar. Y
en estos trabajos Manwë y Aulë y Ulmo se empeñaron más que otros; pero Melkor
estuvo también allí desde el principio, y se mezclaba en todo lo que se hacía,
cambiándolo si le era posible según sus propios deseos y propósitos; y animó
grandes fuegos. Por tanto, mientras la Tierra era todavía joven y estaba toda
en llamas, Melkor la codició y dijo a los otros valar:
—Este
será mi reino, y para mí lo designo.
Pero
Manwë era el hermano de Melkor en la mente de Ilúvatar y el primer instrumento
en el segundo tema que Ilúvatar había levantado contra la discordancia de
Melkor; y convocó a muchos espíritus, tanto mayores como menores, que bajaran a
los campos de Arda a ayudar a Manwë, temiendo que Melkor pudiera impedir para
siempre la culminación de los trabajos, y que la tierra se marchitara antes de
florecer. Y Manwë dijo a Melkor: —Este reino no lo tomarás para ti
injustamente, pues muchos otros han trabajado en él no menos que tú.
Y
hubo lucha entre Melkor y los otros valar; y por esa vez Melkor se retiró y
partió a otras regiones donde hizo lo que quiso; pero no se quitó del corazón
el deseo de dominar el Reino de Arda.
Ahora
bien, los valar tomaron para sí mismos forma y color; y porque habían sido
atraídos al mundo por el amor de los hijos de Ilúvatar, en quienes habían
puesto tantas esperanzas, tomaron formas que se asemejaban a lo que habían
contemplado en la Visión de Ilúvatar, excepto en majestad y en esplendor. Además
esas formas proceden del conocimiento que ellos tenían del mundo visible más
que del mundo en sí; y no las necesitan, salvo como necesitamos nosotros el
vestido, pues podríamos ir desnudos sin desmedro de nuestro ser. Por tanto los valar
pueden andar, si así les place, sin atuendo, y entonces ni siquiera los eldar
los perciben con claridad, aunque estén presentes. Pero cuando deciden
vestirse, algunos valar toman forma de hombre y otros de mujer; porque esa
diferencia de temperamento la tenían desde el principio, y se encarna en la
elección de cada uno, no porque la elección haga de ellos varones o mujeres,
sino como el vestido entre nosotros, que puede mostrar al varón o a la mujer
pero no los hace. Más las formas con que los Grandes se invisten no son en todo
momento como las formas de los reyes y de las reinas de los hijos de Ilúvatar;
porque a veces se visten de acuerdo con sus propios pensamientos, hechos
visibles en formas de majestad y temor.
Y
los valar convocaron a muchos compañeros, algunos menores, otros tan poderosos
como ellos, y juntos trabajaron en el ordenamiento de la Tierra y en el
apaciguamiento de sus tumultos. Entonces Melkor vio lo que se había hecho, y
que los valar andaban por la Tierra como Poderes Visibles, vestidos con las
galas del mundo, y eran agradables y gloriosos de ver, y bienaventurados, y la
Tierra estaba convirtiéndose en un jardín de deleite, pues ya no había
torbellinos en ella. La envidia de Melkor fue entonces todavía mayor y él
también tomó forma visible, pero a causa del temple de Melkor y de la malicia
que ardía en él, esa forma era terrible y oscura. Y descendió sobre Arda con
poder y majestad más grandes que los de ningún otro valar, como una montaña que
vadea el mar y tiene la cabeza por encima de las nubes, vestida de hielo y
coronada de fuego y humo; y la luz de los ojos de Melkor era como una llama que
marchita con su calor y traspasa con un frío mortal.
Así
empezó la primera batalla de los valar con Melkor por el dominio de Arda; y de esos
tumultos los elfos conocen muy poco. Porque lo que aquí se ha declarado
procede de los valar mismos, con quienes los eldalië hablaron en la tierra de
Valinor y de quienes recibieron instrucción; pero poco contaron los valar de
las guerras anteriores al advenimiento de los elfos. Se dice no obstante entre
los eldar que los valar se esforzaron siempre, a pesar de Melkor, por gobernar
la Tierra y prepararla para la llegada de los primeros nacidos; y construyeron
tierras y Melkor las destruyó; cavaron valles y Melkor los levantó; tallaron
montañas y Melkor las derribó; ahondaron mares y Melkor los derramó; y nada
podía conservarse en paz ni desarrollarse, pues no bien empezaban los valar una
obra, Melkor la deshacía o corrompía. Y, sin embargo, no todo era en vano; y
aunque la voluntad y el propósito de los valar no se cumplían nunca, y todas
las cosas tenían un color y una forma distintos de como ellos los habían
pensado, no obstante la Tierra iba cobrando forma y haciéndose más firme. Y así
la habitación de los hijos de Ilúvatar fue establecida al fin en los Abismos
del Tiempo y entre las estrellas innumerables.
LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA
NOTAS ACERCA DE LA SUSTANCIA PRIMARIA Y LA EVOLUCIÓN[1]
«Algunos
de los sabios sostienen que la sustancia de Arda (o de hecho de todo el Ëa) era
al principio una sola cosa, la erma [sustancia primaria]».
«(…)los materiales de Eä proceden de una sola erma».
«Arda
comenzó con la erma [sustancia primaria] y después siguió con los nassi
[materiales] antes de la llegada de las cosas vivas».
«[Los
valar] habían asistido en el diseño general de Ëa, y, por separado, en varios
grados y modos, en la producción de la erma de una gran variedad de cosas (…) Ni ellos ni
los encarnados podían hacer cosas completamente nuevas; no podían “crear” como
Eru; solo podían hacer cosas a partir de lo que ya existía, la erma, o sus variaciones y
combinaciones posteriores».
«Ya
con las primeras creaciones de formas, esta sustancia primaria o erma se
convirtió en algo variado, que fue dividido en muchos materiales secundarios, o
nassi, que dentro de sí tienen varios patrones, mediante los cuales se
diferencian interiormente y exteriormente tienen diferentes virtudes y efectos».
«Según
los valar, así se consiguió la variedad de Arda: comenzando con unos patrones,
variándolos o mezclándolos entre sí».
«Porque
está claro, por los conocimientos que los valar nos han dado, que ellos
pusieron en marcha el desarrollo de distintos patrones vivos en muchos puntos
distintos de la Ainulindalë, y por lo tanto esto fue repetido en Eä. Por
consiguiente, dentro de Eä no tenemos solo un Ermenië o Gran Patrón,
sino un número de Patrones Tempranos o Principales (Arkantiër)».
«(…)Sin embargo, estos “Patrones Principales” (Arkantiër) que se desarrollan en
Arda se diferenciarán—bien por el diseño de sus iniciadores, bien
por las variaciones causadas por los materiales de Arda que deben usar—en
grupos de descendientes diferentes pero similares».
II.HISTORIA DE LOS VALAR Y LOS MAIAR SEGÚN EL SABER DE LOS
ELDAR
VALAQUENTA
En
el principio Eru, el Único, que en la lengua élfica es llamado Ilúvatar,
hizo a los ainur de su pensamiento; y ellos hicieron una Gran Música delante de
él. En esta música empezó el mundo; porque Ilúvatar hizo visible el canto de
los ainur, y ellos lo contemplaron como una luz en la oscuridad. Y muchos de
entre ellos se enamoraron de la belleza y la historia del mundo, que vieron
comenzar y desarrollarse como en una visión. Por tanto Ilúvatar dio ser a esta
visión, y la puso en medio del Vacío, y el Fuego Secreto fue enviado para que
ardiera en el corazón del mundo; y se lo llamó Eä.
Entonces
aquellos de entre los ainur que así lo deseaban, se levantaron y entraron en el
mundo en el principio del Tiempo; y era su misión acabarlo, y trabajar para que
la visión se cumpliese. Largo tiempo trabajaron en las regiones de Eä, de una
vastedad inconcebible para los elfos y los hombres, hasta que en el tiempo
señalado se hizo Arda, el Reino de la Tierra. Entonces se vistieron con las
galas de la Tierra, y allí descendieron y moraron.
DE LOS VALAR
A
los grandes de entre estos espíritus los elfos llaman valar, los Poderes
de Arda, y los hombres con frecuencia los han llamado dioses. Los señores
de los valar son siete; y las valier, las reinas de los valar, son siete
también. Estos eran sus nombres en la lengua élfica tal como se la hablaba en
Valinor, aunque tienen otros nombres en el habla de los elfos de la Tierra
Media, y muchos y variados entre los hombres. Los nombres de los señores son
éstos, en debido orden: Manwë, Ulmo, Aulë, Oromë, Mandos, Lórien, y Tulkas; y
los nombres de las reinas son: Varda, Yavanna, Nienna, Estë, Vairë, Vána y
Nessa. Melkor ya no se cuenta entre los valar, y su nombre no se pronuncia en
la Tierra.
Manwë
y Melkor eran hermanos en el pensamiento de Ilúvatar. El más poderoso de los ainur
que descendieron al mundo era en un principio Melkor; pero Manwë es el más caro
al corazón de Ilúvatar y el que comprende mejor sus propósitos. Se lo designó
para ser, en la plenitud de los tiempos, el primero de todos los reyes: Señor
del Reino de Arda y regidor de todo lo que allí habita. En Arda su deleite son
los vientos y las nubes y todas las regiones del aire, desde las alturas hasta
los abismos, desde los confines superiores del Velo de Arda hasta las brisas
que soplan en la hierba. Lo llaman Súlimo, Señor del Aliento de Arda.
Ama a todas las aves veloces de alas vigorosas, y ellas vienen y van de acuerdo
con lo que él ordene.
Con
Manwë habita Varda, la Dama de las Estrellas, que conoce todas las regiones de
Eä. Demasiado grande es la belleza de Varda para que se la declare en palabras
de los hombres o de los elfos; pues la luz de Ilúvatar vive aún en su rostro.
En la luz están el poder y la alegría de Varda. Desde las profundidades de Eä,
acudió en ayuda de Manwë; porque a Melkor lo conoció antes de la ejecución de
la Música lo rechazó, y él la odió y la temió más que a todos los otros hechos
por Eru. Manwë y Varda rara vez se separan y permanecen en Valinor. Los
palacios se alzan sobre las nieves eternas, en Oiolossë, la más alta torre de
Taniquetil, la más elevada de todas las montañas de la Tierra. Cuando Manwë
asciende allí a su trono y mira enfrente, si Varda está a su lado ve más lejos
que otra mirada alguna, a través de la niebla y a través de la oscuridad y por
sobre las leguas del mar. Y si Manwë está junto a ella, Varda oye más
claramente que todos los otros oídos el sonido de las voces que claman de este
a oeste, desde las colinas y los valles, y desde los sitios oscuros que Melkor
ha hecho en la Tierra. De todos los Grandes que moran en este mundo a Varda es
a quien más reverencian y aman los elfos. La llaman Elbereth, e invocan
su nombre desde las sombras de la Tierra Media y la ensalzan en cantos cuando
las estrellas aparecen.
Ulmo
es el Señor de las Aguas. Está solo. No habita mucho tiempo en parte alguna,
sino que se traslada a su antojo por las aguas profundas alrededor de la Tierra
o debajo de la Tierra. Sigue en poder a Manwë, y antes de que Valinor fuera
hecha, era el más próximo a él en amistad; pero después, raras veces asistía a
los consejos de los valar, a menos que se debatieran muy grandes asuntos.
Porque tiene siempre presente a toda Arda y no necesita lugar de descanso.
Además no le agrada andar sobre la Tierra y rara vez viste un cuerpo, a la manera
de sus pares. Cuando los hijos de Eru llegaban a verlo, sentían un gran terror,
pues la aparición del rey del mar era terrible, como una ola gigantesca que
avanza hacia la tierra, con un yelmo oscuro de cresta espumosa y una cota de
malla que resplandece pasando del color plata a unas sombras verdes. Altas son
las trompetas de Manwë, pero la voz de Ulmo es profunda como los abismos del
océano que sólo él ha visto.
No
obstante Ulmo ama tanto a los elfos como a los hombres y nunca los abandona, ni
aun cuando soportan la ira de los valar. A veces llega invisible a las costas
de la Tierra Media o sube tierra adentro por los brazos de mar, y allí hace
música con los grandes cuernos, los Ulumúri, de conchas blancas labradas; y
aquellos a quienes llega esa música, la escuchan desde entonces y para siempre
en el corazón, la nostalgia del mar ya nunca los abandona. Pero Ulmo habla
sobre todo a los que moran en la Tierra Media con voces que se oyen sólo como
música del agua. Porque todos los mares, los ríos y las fuentes le están
sometidos; de modo que los elfos dicen que el espíritu de Ulmo corre por todas
las venas del mundo. Así le llegan a Ulmo las nuevas, aún en las profundidades
abismales, de todas las necesidades y los dolores de Arda, que de otro modo permanecerían
ocultos para Manwë.
Poco
menos poder que Ulmo tiene Aulë. Domina todas las sustancias de que Arda está
hecha. En un principio trabajó mucho en compañía de Manwë y Ulmo; y fue él
quien dio forma a las tierras. Es herrero y maestro de todos los oficios, y los
trabajos que requieren habilidad, aún los muy pequeños, tanto como de las
poderosas construcciones de antaño. Suyas son las gemas que yacen profundas en
la Tierra y el oro que luce en la mano, y también los muros de las montañas y
las cuencas del mar.
Los
noldor fueron quienes más aprendieron de Aulë, quien fue siempre amigo de
ellos. Melkor estaba celoso, pues Aulë era el que más se le parecía en
pensamiento y en poderes; y hubo entre los dos una prolongada lucha en la que
Melkor siempre estropeaba o deshacía las obras de Aulë, y Aulë se cansaba de
reparar los tumultos y los desórdenes provocados por Melkor. Ambos, también,
deseaban hacer cosas propias que fueran nuevas y que los otros no hubieran
pensado, y se complacían en las alabanzas de los demás. Pero Aulë fue siempre
leal y sometía todo lo que hacía a la voluntad de Eru; y no envidiaba la obra
de los otros, sino que buscaba y daba consejo. Mientras Melkor se consumía en
envidias y en odios, hasta que por último nada pudo hacer, salvo mofarse del
pensamiento de los demás, y destruir todas sus obras, si le era posible.
La
esposa de Aulë es Yavanna, la Dadora de Frutos. Es amante de todas las cosas
que crecen en la tierra, y conserva en la mente todas las innumerables formas,
desde los árboles como torres en los bosques antiguos hasta el musgo de las
piedras o las criaturas pequeñas y secretas del moho. Entre las reinas de los valar,
Yavanna es la más venerable después de Varda. En forma de mujer es alta y viste
de verde; pero a veces asume otras formas. Hay quienes la han visto erguida
como un árbol bajo el cielo, coronada por el sol; y de todas las ramas se
derramaba un rocío dorado sobre la tierra estéril que de pronto verdeaba con el
trigo; pero las raíces del árbol llegaban a las aguas de Ulmo y los vientos de
Manwë hablaban en sus hojas. En la lengua eldarin la llaman Kementári, Reina
de la Tierra.
Los
fëanturi, los Amos de los Espíritus, son hermanos, y con mucha frecuencia
responden a los nombres de Mandos y Lórien. Sin embargo éstos son los nombres
de los sitios en que habitan, y ellos en verdad se llaman Námo e Irmo.
Námo,
el mayor, habita en Mandos, en el oeste de Valinor. Es el guardián de las Casas
de los Muertos, y convoca a los espíritus de quienes tuvieron una muerte violenta.
No olvida nada; y conoce todas las cosas que serán, excepto aquellas que aún
dependen de la libertad de Ilúvatar. Es el Juez de los valar; pero condena y
enjuicia sólo por orden de Manwë. Vairë la Tejedora es su esposa, que teje
todas las cosas que han sido alguna vez en el Tiempo en tramas de historias, y
las estancias de Mandos, más amplias a medida que transcurren las edades, se
adornan con ellas.
Irmo,
el menor, es el patrono de las visiones y los sueños. Los jardines de Irmo se
encuentran en Lórien, en la tierra de los valar, y es el más hermoso de todos
los lugares del mundo, habitado por muchos espíritus. Ëste la Gentil, curadora
de las heridas y de la fatiga, es su esposa. Gris es su vestido, y reposo es su
don. No camina durante el día, pero duerme en una isla en el lago de Lórellin,
sombreado de árboles. Las fuentes de Irmo y Estë calman la sed de todos los que
moran en Valinor; y a menudo los mismos valar acuden a Lórien y encuentran allí
reposo y alivio de la carga de Arda.
Más
poderosa que Estë es Nienna, hermana de los fëanturi; vive sola. Está
familiarizada con el dolor y llora todas las heridas que ha sufrido Arda por
obra de Melkor. Tan grande era su pena, mientras la Música se desplegaba, que
su canto se convirtió en lamento mucho antes del fin, y los sonidos de duelo se
confundieron con los temas del mundo antes que éste empezase. Pero ella no
llora por sí misma; y quienes la escuchan aprenden a tener piedad, y firmeza en
la esperanza. Los palacios de Nienna se alzan al oeste del Oeste en los límites
del mundo; y ella rara vez viene a la ciudad de Valimar, donde todo es
regocijo. Visita sobre todo los palacios de Mandos, que están cerca de los
suyos; y todos los que la esperan en Mandos claman por ella, pues fortalece los
espíritus y convierte el dolor en sabiduría. Las ventanas de su casa miran
hacia afuera desde los muros del mundo.
El
más grande en fuerza y en proezas es Tulkas, a quien llaman Astaldo el
Valiente. Fue el último en llegar a Arda para ayudar a los valar en las
primeras batallas contra Melkor. Ama la lucha y los torneos de fuerza; y no
monta a caballo, pues corre más rápidamente que todas las criaturas que andan a
pie, y no conoce la fatiga. Tiene el pelo y la barba dorados y la piel rojiza;
sus armas son las manos. Poco caso hace del pasado o del futuro, y no es buen
consejero pero sí un amigo intrépido. Su esposa es Nessa, hermana de Oromë, y
también ella es ágil y ligera de pies. Ama a los ciervos, y ellos van detrás de
su séquito toda vez que ella se interna en las tierras salvajes, pero los vence
en la carrera, veloz como una flecha con el viento en los cabellos. La danza la
deleita, y danza en Valinor en los prados siempre verdes.
Oromë
es un poderoso señor. Aunque no tan fuerte como Tulkas, es más terrible en
cólera; mientras que Tulkas ríe siempre, en el juego como en la guerra, y llegó
a reírse en la cara de Melkor en las batallas de antes que los elfos nacieran.
Oromë amaba la Tierra Media, la dejó de mala gana y fue el último en llegar a
Valinor; y en otro tiempo volvía a menudo al este por las montañas y regresaba
con su ejército a las colinas y las llanuras. Es cazador de monstruos y de
bestias feroces, y encuentra deleite en los caballos y los perros; y ama a
todos los árboles, por lo que recibe el nombre de Aldaron, y los sindar
lo llaman Tauron, el Señor de los Bosques. Nahar es el nombre de
su caballo, blanco al sol y de plata refulgente por la noche. El gran cuerno
que lleva consigo se llama Valaróma, y el sonido de este cuerno es como
el ascenso del sol envuelto en una luz escarlata o el rayo que atraviesa las
nubes. Por sobre todos los cuernos de su ejército se oyó a Valaróma en los
bosques que Yavanna hizo crecer en Valinor; pues allí preparaba Oromë a gente y
a bestias para perseguir a las criaturas malignas de Melkor. La esposa de Oromë
es Vána, la siempre joven, hermana menor de Yavanna. Las flores brotan cuando
ella pasa, y se abren cuando ella las mira; y todos los pájaros cantan cuando
ella se acerca.
Estos son los nombres de los valar y las valier y aquí se cuenta brevemente qué aspecto tenían, tal como los eldar los contemplaron en Aman. Pero aunque las formas en que se manifestaron a los hijos de Ilúvatar parecieran hermosas y nobles, no eran sino un velo que ocultaba su hermosura y su poder. Y si poco se dice aquí de todo lo que una vez supieron los eldar, no es nada en comparación con lo que ellos son en verdad, pues se remontan a regiones y edades que nuestro pensamiento no alcanza. Entre ellos, nueve eran los más poderosos y venerables, pero uno fue eliminado y quedaron ocho, los Aratar, los Principales de Arda: Manwë y Varda, Ulmo, Yavanna y Aulë, Mandos, Nienna y Oromë. Aunque Manwë es el rey y responsable de la lealtad de todos a Eru, son pares en majestad y sobrepasan sin comparación a todos los demás, valar o maiar, o a cualquier otro enviado por Ilúvatar a Eä.
DE LOS MAIAR
Con
los valar vinieron otros espíritus que fueron también antes que el mundo, del
mismo orden de los valar, pero de menor jerarquía. Son éstos los maiar, el
pueblo sometido a los valar, y sus servidores y asistentes. El número de estos
espíritus no es conocido de los elfos y pocos tienen nombre en las lenguas de los
hijos de Ilúvatar; porque aunque no ha sido así en Aman, en la Tierra Media los
maiar rara vez se han aparecido en forma visible a los elfos y los hombres.
Principales
entre los maiar de Valinor cuyos nombres se recuerdan en las historias de los
Días Antiguos son Ilmaré, doncella de Varda, y Eönwë, el portador del
estandarte y el heraldo de Manwë, con un poder en el manejo de las armas que
nadie sobrepasa en Arda. Pero de todos los maiar, Ossë y Uinen son los más
conocidos de los hijos de Ilúvatar.
Ossë
es vasallo de Ulmo y Amo de los Mares que bañan las costas de la Tierra Media.
No desciende a las profundidades, pero ama las costas y las islas y se regocija
con los vientos de Manwë; se deleita en las tormentas y se ríe en medio del
rugir de las olas. Su esposa es Uinen, la Señora de los Mares, cuyos cabellos
se esparcen por todas las aguas bajo el cielo. Ama a todas las criaturas que
habitan en las corrientes salinas y todas las algas que crecen allí; a ella
claman los marineros, porque puede tender la calma sobre las olas,
restringiendo el frenesí salvaje de Ossë. Los númenóreanos vivieron largo
tiempo bajo la protección de Uinen, y la tuvieron en igual reverencia que a los
valar.
Melkor
odiaba al mar, pues no podía someterlo. Se dice que mientras hacían a Arda,
intentó ganarse la lealtad de Ossë, prometiéndole todo el reino y el poder de
Ulmo, si lo servía. Así fue que mucho tiempo atrás hubo grandes tumultos en el
mar que llevaron ruina a las tierras. Pero Uinen, por ruego de Aulë, disuadió a
Ossë y lo condujo ante Ulmo; y fue perdonado y volvió a su servicio y le fue
fiel, la mayoría de las veces; porque nunca perdió del todo el gusto por la
violencia, y a veces mostraba una furiosa terquedad aún sin el consentimiento
de Ulmo, su señor. Por tanto, los que habitan junto al mar o se trasladan en
embarcaciones suelen amarlo, pero no confían en él.
Melian
era el nombre de una maia que servía a Vána y a Estë; vivió largo tiempo en Lórien,
donde cuidaba de los árboles que florecen en los jardines de Irmo, antes de que
ella se trasladara a la Tierra Media. Los ruiseñores cantaban a su alrededor
dondequiera que ella fuese.
El
más sabio de entre los maiar era Olórin. También él vivía en Lórien, pero sus
caminos lo llevaban a menudo a casa de Nienna, y de ella aprendió la piedad y
la paciencia.
De
Melian mucho se dice en el Quenta Silmarillion. Pero de Olórin nada
cuenta ese relato; porque aunque amaba a los elfos, andaba entre ellos
invisible o con la forma de un elfo, y ellos desconocían el por qué de aquellas
hermosas visiones o la impronta de sabiduría que él les ponía en el corazón.
Más tarde fue amigo de todos los hijos de Ilúvatar y compadeció sus
sufrimientos, y quienes lo escuchaban despertaban de la desesperación y
apartaban las aprensiones sombrías.
LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA
LAS FORMAS VISIBLES DE LOS VALAR Y LOS MAIAR
En quenya, debido a las relaciones íntimas entre los
eldar en Valinor con los valar y otros espíritus de ese orden[2], la
palabra fana adquirió un sentido especial. Se usaba para referirse a las
formas corpóreas visibles adoptadas por estos espíritus, cuando comenzaban a
habitar la Tierra, como la «vestimenta» normal de su ser que, por lo demás era
invisible. En estas fanar eran vistos y conocidos por los eldar, a quienes los atisbos de otras
manifestaciones más sobrecogedoras rara vez se les concedían. Pero los elfos de
Valinor afirmaban que los valar, sin vestimentas ni velos, eran percibidos por
algunos de ellos como luces (de diferentes tonalidades) que sus ojos no
soportaban; mientras que los maiar solían ser invisibles sin sus vestimentas,
pero su presencia quedaba revelada por su fragancia.
Esto solo era aplicable a los no corruptos. Melkor,
según decían, era invisible, y su presencia solo se revelaba mediante un gran
temor y una oscuridad que difuminaba u ocultaba la luz y las tonalidades de
todo cuanto estuviera cerca de él. Los maiar corrompidos por él apestaban. Por
esta razón, ni él ni ninguno de los maiar malvados se acercaban nunca a un
eldar al que quisieran persuadir o engañar sin sus fanar puestas.
Todavía podían confeccionar las fanar para que parecieran bellas
a los elfos, si querían (hasta después de la gran traición de Melkor y la
destrucción de los Árboles). A partir de este momento, Melkor (Morgoth) y sus
sirvientes siempre eran percibidos como formas malvades y enemigos
indisimulados.(…)
(…)Las manos de Varda eran (igual que toda su fana)
de un color blanco radiante. Tras el Oscurecimiento de Valinor las levantó, en
señal de rechazo, al convocar, por decreto de Manwë, su esposo, el «Viejo Rey»,
las vastas nieblas y sombras que hicieron imposible que cualquier ser vivo
pudiera encontrar el camino a la orillas de Valinor en el Oeste. (…) Sin duda,
esto inspiró en los sindar, que no habían visto a los valar en su propio país
sagrado de Aman, una imagen mental de una figura majestuosa, vestida como de
una nube radiante vista desde lejos. Por lo tanto Fanduilos era un
título o segundo nombre para Elbereth, creado tras la llegada de los exiliados,
que transmitía un sentido completo de algo así como (…) «figura angélica
siempre blanca como la nieve (brillando en la distancia)».(…)
(…)Las fanar de
los valar no eran «fantasmales», sino «físicas»: es decir, no eran «visiones» que surgían
en la mente, o quedaban plantadas en ella por alguna mente o espíritu superior,
y después proyectadas, sino que se percibían a través de los ojos corpóreos.
Los valar dominaban, en
gran medida a nivel individual y casi completamente cuando actuaban como
un concilio unido, el material físico de Eä (el universo material). Sus fanar,
que originalmente estaba inventadas a partir del amor por los «hijos de Eru», los
encarnados—a
quienes tenían que vigilar y aconsejar—, estaban compuestas de las propiedades
del material del que se formaban los koär (o cuerpos) de los elfos (y también
de los hombres): no eran transparentes, arrojaban sombras (si su luminosidad
quedaba atenuada); podían mover objetos materiales que presentaban resistencia,
y que ellos también resistían. Sin embargo, estas fanar eran también
expresiones personales (en términos adaptados a la comprensión de los
encarnados) de sus «naturalezas» y funciones individuales, y también solían llevar
vestiduras para fines parecidos.
Sin embargo, se dice a menudo en las leyendas que algunos de los valar, y ocasionalmente los maiar, «cruzaron el mar» y aparecían en la Tierra Media. (En especial, Oromë, Ulmo y Yavanna.) Los valar y los maiar eran esencialmente «espíritus» que, según la tradición élfica, habían sido creados antes de la creación de Eä. Podían ir donde quisieran, es decir, podían estar presentes al instante en cualquier lugar de Eä en el que deseasen estar. Con las únicas excepciones de las limitaciones especiales que se imponían voluntariamente o era decretadas por Eru. De este modo, tras el establecimiento final de Arda, cuando los valar se asentaron en la Tierra Media, ya no pasaban más allá de sus confines. Es decir, según la tradición élfica se mantenían, normalmente asumiendo sus fanar, en sus residencias físicas en la tierra, actuando como sus guardianes.
VALAQUENTA
DE LOS ENEMIGOS
Último
de todos se inscribe el nombre de Melkor, el que se Alza en Poder. Pero
ha perdido ese nombre, a causa de sus propias faltas, y los noldor, que de
entre los elfos son los que más han sufrido su malicia, nunca lo pronuncian, y
lo llaman en cambio Morgoth, el Enemigo Oscuro del mundo. Gran poder le
concedió Ilúvatar, y fue coevo de Manwë. De los poderes y el conocimiento de
todos los otros valar, tenía él una parte, pero los volcó a propósitos
malvados, y prodigó su fuerza en violencia y tiranía. Porque codiciaba a Arda y
a todo lo que había en ella, deseando el reinado de Manwë y tener dominio sobre
los reinos de sus pares.
Desde
los días de esplendor llegó por arrogancia a despreciar a todos los seres con
excepción de él mismo, espíritu estéril e implacable. Cambió el conocimiento en
artes sutiles, para acomodar torcidamente a su propia voluntad todo lo que
deseaba, hasta convertirse en un embustero que no conocía la vergüenza. Empezó
con el deseo de la luz, pero cuando no pudo tenerla sólo para él, descendió por
el fuego y la ira a una gran hoguera que ardía allá abajo, en la Oscuridad. Y
fue la oscuridad lo que él más utilizó para obrar maldades en Arda, e hizo que
la gente de Arda tuviese miedo de todas las criaturas vivientes.
Sin
embargo, tan grande era el poder de su levantamiento, que en edades olvidadas
contendía con Manwë y todos los valar, y por largos años tuvo a Arda sometida
en la mayor parte de las regiones de la Tierra. Pero no estaba solo. Porque de
entre los maiar, muchos se sintieron atraídos por el esplendor de Melkor en los
días de su grandeza, y permanecieron junto a él hasta el descenso a la
oscuridad; y después corrompió a otros y los atrajo con mentiras y regalos
traicioneros. Terribles entre ellos eran los valaraukar, los azotes de fuego
que en la Tierra Media recibían el nombre de balrogs, demonios de
terror.
Entre
sus servidores con nombre, el más grande fue ese espíritu a quien los eldar
llamaron Sauron o Gorthaur el Cruel. Se lo contó al principio
entre los maiar de Aulë, y fue siempre una figura poderosa en las tradiciones
de ese pueblo. En todos los hechos de Melkor el Morgoth en el Reino de Arda, en
las vastas obras que él edificó y en las trampas que tendía, Sauron tuvo parte,
y era menor en maldad que su amo sólo porque durante mucho tiempo sirvió a otro
y no a sí mismo. Pero en años posteriores se levantó como una sombra de Morgoth
y como un fantasma de su malicia, y anduvo tras él por el mismo ruinoso sendero
que descendía al Vacío.
[1] Estos fragmentos seleccionados por el editor de estas Lecturas
Completas forman parte del capítulo “El impulso primordial” de La
Naturaleza de la Tierra Media.
[2] Los eldar no llegan a Valinor hasta VI.DE ELDAMAR Y LOS PRÍNCIPES DE LOS ELDALIË, sin embargo introducimos aquí este pasaje acerca de los valar.
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