LEGENDARIUM V: La Segunda Edad
ESTE FRAGMENTO ABARCA:
I.EL
INICIO DE LA SEGUNDA EDAD Y LA FUNDACIÓN DE NÚMENOR
II.UNA
DESCRIPCIÓN DE LA ISLA DE NÚMENOR
III.LA FORMA DE VIDA DE LOS NÚMENÓREANOS
IV.TAR-MINYATUR Y LA PROHIBICIÓN DE LOS VALAR
V.EL
REINO DE KHAZAD-DÛM
VI.DE
SAURON EL MAIA
VII.LA
FUNDACIÓN DE EREGION
VIII.LOS
REYES DE NÚMENOR HASTA TAR-ELENDIL
IX.DE
ALDARION Y ERENDIS
X.TAL-ELMAR
XI.BARAD-DÛR
SE CONSTRUYE EN MORDOR
XII.DEL
PUERTO DE LOND DAER Y LOS RÍOS FONTEGRÍS Y GLANDUIN
XIII.LA ELESSAR
XIV.SAURON
EN EREGION
XV.LA
FORJA DE LOS ANILLOS DE PODER
XVI.DEL
REGRESO DE GLORFINDEL A LA TIERRA MEDIA
XVII.LA
GUERRA DE ERIADOR
XVIII.UN
PERÍODO DE PAZ EN LA TIERRA MEDIA
XIX.LOS
SUCESORES DE TAR-ANCALIMË HASTA TAR-ATANAMIR
XX.LA
SOMBRA CAE SOBRE NÚMENOR
XXI.LA EXPANSIÓN DE NÚMENOR
XXII.LOS SUCESORES DE TAR-ANCALIMON HASTA EL
2899
XXIII.CRECE
LA SOMBRA SOBRE NÚMENOR
XXIV.TAR-PALANTIR
Y LA GUERRA CIVIL DE NÚMENOR
XXV.LA
CAÍDA DE NÚMENOR
XXVI.LOS
REINOS DE NÚMENOR EN EL EXILIO
XXVII.LOS
DRÚEDAIN
XXVIII.LA GUERRA DE LA ÚLTIMA ALIANZA
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I.EL INICIO DE LA SEGUNDA EDAD Y LA FUNDACIÓN DE NÚMENOR
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICES
En el comienzo de esta edad, muchos de los
altos elfos habitaban aún en la Tierra Media; muchos de ellos en Lindon, al
oeste de Ered Luin. Pero antes de la construcción de Barad-dûr, muchos de los
sindar se encaminaron al este, y algunos reinaron en los bosques distantes,
sobre gentes que eran casi todos elfos silvanos. Thranduil, rey en el norte del
gran bosque Verde, era uno de ellos. En Lindon, al norte del Lune, vivía Gil-galad,
último heredero de los reyes de los noldor en exilio. Fue reconocido como alto
rey de los elfos del oeste. En Lindon, al sur del Lune, vivió por un tiempo
Celeborn, pariente de Thingol; su esposa era Galadriel, la más renombrada de
las mujeres élficas. Era hermana de Finrod Felagund, amigo de los hombres,
otrora rey de Nargothrond, que dio su vida para salvar a Beren, hijo de
Barahir.
Más adelante algunos de los noldor se
instalaron en Eregion, al oeste de las montañas Nubladas y cerca de las puertas
occidentales de Moria, pues supieron que habían descubierto mithril en
Moria. Los noldor fueron grandes artesanos y se mostraron más amistosos con los
enanos que los sindar; pero la amistad entre el pueblo de Durin y los herreros
elfos de Eregion fue la más estrecha que hubo entre las dos razas.
Celebrimbor fue señor de Eregion y el más
grande de sus artesanos; era descendiente de Fëanor.
AKALLABÊTH
De los edain nació el brillante Eärendil por
el lado del padre, y en la Balada de Eärendil se cuenta cómo al
fin, cuando la victoria de Morgoth era casi completa, construyó el navío
Vingilot, que los hombres llaman Rothinzil, y viajó por mares nunca
navegados, siempre en busca de Valinor; porque deseaba hablar ante los Poderes
en nombre de los dos linajes, para que los valar los compadecieran y les
enviaran ayuda en aquella extrema necesidad. Por tanto, elfos y hombres lo
llaman Eärendil el Bendito porque cumplió su misión después de grandes
trabajos y muchos peligros, y de Valinor llegó el ejército de los Señores de
Occidente. Pero Eärendil no volvió nunca a las tierras que había amado.
En la Gran Batalla, cuando por fin Morgoth fue
derrocado y Thangorodrim derribada, sólo los edain de entre las tribus de los hombres
lucharon al lado de los valar, mientras que muchas otras lucharon al lado de
Morgoth. Y después de la victoria de los Señores del Occidente, los hombres
malvados que no fueron destruidos escaparon de vuelta al este, donde muchos de
esa raza erraban todavía en las tierras baldías, salvajes y proscritos, sin
atender a las convocatorias de los valar, ni tampoco a las de Morgoth. Y los hombres
malvados se mezclaron con ellos y les echaron encima una sombra de miedo, y
ellos los escogieron como reyes. Entonces los valar abandonaron por un tiempo a
los hombres de la Tierra Media que no habían hecho caso de las convocatorias y
que habían elegido a los amigos de Morgoth como amos; y los hombres habitaron
en la oscuridad y fueron perturbados por muchas criaturas malignas que Morgoth
había concebido en los tiempos de su dominio: demonios, y dragones, y bestias
deformes, y los orcos impuros, que son una penosa imagen de los hijos de
Ilúvatar. Y la suerte de los hombres fue desdichada.
Pero Manwë derrocó a Morgoth y lo expulsó del mundo
al Vacío que hay fuera de él; y no puede volver al mundo como forma visible
mientras los Señores del Occidente ocupen todavía el trono. Pero las semillas
que había plantado germinaban, y crecían dando malos frutos, si alguien cuidaba
de ellas. Porque la voluntad de Morgoth duraba aún y guiaba a los sirvientes,
impulsándolos a estorbar la voluntad de los valar y a destruir a aquellos que
la obedecían. Esto los Señores del Occidente lo sabían muy bien. Por tanto,
cuando Morgoth hubo sido expulsado, se reunieron en consejo acerca de las
edades que se sucederían luego. A los eldar se les aconsejó severamente volver
al Occidente, y los que habían escuchado las convocatorias vivieron en la isla
de Eressëa; y hay en esa tierra un puerto que se llama Avallónë, porque
de todas las ciudades es la que está más próxima a Valinor, y la torre de
Avallónë es lo primero que divisa el marinero cuando por fin se acerca a las
Tierras Imperecederas por sobre las leguas del mar. A los padres de los hombres
de las tres casas fieles también se les concedieron ricas recompensas. Eönwë
fue entre ellos y los instruyó; y se les dio sabiduría y poder y una vida más
larga que la de ningún otro mortal. Se hizo una tierra para que los edain
vivieran en ella, no era parte de la Tierra Media ni de Valinor, pues estaba
separada de ambas por el ancho mar; pero estaba más cerca de Valinor. Fue
levantada por Ossë de las profundidades del Agua Inmensa, y fue fortalecida por
Aulë y bendecida por Yavanna; y los eldar llevaron allí flores y fuentes de Tol
Eressëa. A esa tierra los valar llamaron Andor, la Tierra del Don, y la estrella
de Eärendil brilló en el Occidente como señal de que todo estaba pronto, y como
guía en el mar, y los hombres se maravillaron al ver la llama plateada en los
caminos del sol.
Puerto
secreto de Númenor por Giovanni Calore
Entonces los edain se hicieron a la vela sobre las aguas profundas, detrás de la estrella; y los valar pusieron paz en el mar por muchos días, y mandaron que el sol brillara, y enviaron vientos favorables, de modo que las aguas resplandecieron ante los ojos de los edain como ondas cristalinas, y la espuma volaba como la nieve entre los mástiles de los barcos. Pero tanto brillaba Rothinzil, que aún por la mañana los hombres podían ver cómo resplandecía en el occidente, y brillaba solitario en las noches sin nubes, porque nada podían las estrellas a su lado. Y navegando hacia él, al cabo de múltiples leguas de mar los edain llegaron a la vista de la tierra que les estaba preparada, Andor, la Tierra del Don, que resplandecía en vapores dorados. Entonces abandonaron el mar, y se encontraron en un campo hermoso y fructífero, y se alegraron. Y llamaron a esa tierra Elenna, que significa Hacia las Estrellas, pero también Anadûnê, que significa Promontorio del Occidente, Númenóre en alto eldarin.
Éste fue el principio del pueblo que en la
lengua de los elfos grises se llama dúnedain: los númenóreanos, reyes
entre los hombres. Pero no escaparon por ello al destino de muerte que Ilúvatar
había impuesto a toda la humanidad, y todavía eran mortales, aunque de años más
prolongados, y no conocían la enfermedad hasta que la sombra caía sobre ellos.
Por tanto, se volvieron sabios y gloriosos, y en todo más semejantes a los primeros
nacidos que ninguna otra de las tribus de los hombres; y eran altos, más altos
que el más alto de los hijos de la Tierra Media; y la luz que tenían en los
ojos recordaba la luz de las estrellas refulgentes. Pero crecieron lentamente
en número, porque, aunque les nacían hijas e hijos, más bellos que sus progenitores,
los vástagos eran escasos.
LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA
Como
las naves usadas, rápidas pero pequeñas, eran de un diseño élfico, cada una
estaba pilotada y capitaneada por uno de los eldar, asignado por Círdan, y
habría sido necesaria una flota en toda regla para transportar a toda la gente
que al final fue llevada desde la Tierra Media hasta Númenor con sus enseres.
Las leyendas no ofrecen estimaciones de los números, y las historias dicen
poco. Se dice que en la flota de Elros había muchos barcos (según algunas
fuentes, unas ciento cincuenta naves; según otras, doscientas o trescientas de
ellas) y que llevaron a «miles» de hombres, mujeres y
niños de los edain: probablemente entre cinco mil y, como mucho, diez mil. Sin
embargo, parece que el proceso migratorio duró por lo menos cincuenta años,
posiblemente más, y terminó cuando Círdan (sin duda instruido por los valar)
dejó de proporcionar naves o pilotos. Para entonces el número de los edain que
cruzaron el mar tuvo que haber sido muy grande, aunque pequeño en proporción a
la extensión de la isla (probablemente 290000 kilómetros cuadrados). Las
estimaciones oscilan entre 200000 y 350000 personas. Después de mil años,
parece que la población apenas superaba los 2 millones. Luego creció mucho;
pero entonces ya había cauces de emigración de los asentamientos númenóreanos
en la Tierra Media. Antes de la caída, la población en la isla de Númenor quizá
alcanzara los 15 millones.
II.UNA DESCRIPCIÓN DE LA ISLA DE NÚMENOR
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA Y LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA[1]
Aún los documentos preservados en Gondor o en Imladris (donde los
tesoros de los reyes númenóreanos del norte fueron depositados al cuidado de
Elrond) se perdieron o fueron destruidos por negligencia. Porque aunque los
sobrevivientes que se establecieron en la Tierra Media sentían «nostalgia»,
como ellos decían, por Akallabêth, la Derribada, y aún al cabo de
prolongadas edades nunca dejaron de considerarse en cierto sentido exiliados,
cuando fue evidente que la Tierra del Don les había sido quitada y que Númenor
había desaparecido para siempre, casi todos, salvo unos pocos, consideraron que
el estudio de lo que quedaba de su historia de nada servía y sólo era causa de
lamentaciones inútiles. En edades posteriores sólo se recordaba la historia de Ar-Pharazôn
y de su flota impía.
DE LA FORMA DE NÚMENOR
Mapa
de Númenor por J.R.R. Tolkien y Christopher Tolkien
No todos los promontorios presentaban la misma forma o tamaño,
pero tenían más o menos 160 kilómetros de ancho y algo más de 320 de largo. Si
uno trazaba una línea recta desde la punta más septentrional de Forostar hasta
la punta más austral de Hyarnustar, situados más o menos en el norte y en el
sur (en el período de los mapas); esta línea tendría algo más que 1100
kilómetros, y cada línea trazada al extremo de un promontorio o a otro, pasando
por la tierra (a lo largo de la frontera con las Mittalmar) tendría más o menos
la misma extensión.
DE LA MITTALMAR
La Mittalmar se levantaba por sobre los promontorios (sin tener en
cuenta la altura de las montañas y colinas); y parece que, en el momento del
primer asentamiento, tenía pocos árboles y consistía sobre todo en praderas y
colinas bajas. Cerca del centro de Mittalmar se alzaba la elevada montaña
llamada Meneltarma, Pilar de los Cielos, consagrada a la veneración de
Eru Ilúvatar. Se elevaba 900 metros por encima de la llanura. Aunque la parte
inferior de la ladera de la montaña era suave y cubierta de hierba, se iba
elevando cada vez más escarpada, y la cima no podía escalarse; pero se
construyó sobre ella un serpenteante camino en espiral que empezaba al pie en
el sur y terminaba bajo el borde de la cima al norte.
La base del Meneltarma se mezclaba gentilmente con la planicie
circundante, pero, cinco largas estribaciones de escasa altura se extendían a
modo de raíces, apuntando hacia los cinco promontorios de la tierra; y éstas se
llamaban Tarmasundar, las Raíces del Pilar.
Pero Mittalmar era principalmente una región de pastoreo. En el suroeste había vastas extensiones de pastos ondulantes; y allí, en la Emerië, se encontraba la región principal de los pastores.
DE LA FOROSTAR
La Forostar era la parte menos fértil; pedregosa, con pocos árboles, aunque en las laderas occidentales de los altos páramos, cubiertos de brezos, había bosques de abetos y alerces. Hacia el cabo norte, la tierra se alzaba en riscos abruptos de unos 600 metros de altura, y allí el gran Sorontil se elevaba desde el mar en tremendos acantilados, habitáculos de numerosas águilas; y en esta región, Tar-Meneldur Elentirmo levantó una alta torre desde la que se podían observar los movimientos de las estrellas. Era el primero y más grande de los observatorios númenóreanos.
DE LA ANDUSTAR
La Andustar era también pedregosa en la región septentrional, y
tenía altos bosques de abetos que miraban al mar. Tres pequeñas bahías se
abrían al oeste en las tierras altas; pero aquí los acantilados no se alzaban
en muchos sitios al borde del mar, sino sobre terrazas escalonadas. La que
estaba más al norte se llamaba la bahía de Andúnië, porque allí se encontraba
el gran puerto de Andúnië (Crepúsculo de la Tarde) con la ciudad junto a la
costa y muchas otras moradas que ascendían las escarpadas cuestas por detrás.
Pero gran parte del sur de Andustar era fértil, y también allí había grandes
bosques de hayas y abedules en lo más alto de la región, y bosques de robles y olmos
en los valles más bajos. Entre los promontorios de Andustar y Hyarnustar se
encontraba la gran bahía llamada Eldanna, porque miraba hacia Eressëa; y
las tierras de alrededor, al abrigo de los vientos del norte y abiertas a los
mares del occidente, eran cálidas (casi como las tierras más australes) y de
lluvias frecuentes. Casi en el centro de la bahía de Aldana, no muy lejos de
las fronteras de Hyarnustar, estaba el más hermoso pueblo de Númenor, Eldalondë
el Verde; y era allí, en días tempranos, donde iban más a menudo los rápidos
navíos blancos de los eldar de Eressëa.
El río Nunduinë desembocaba en el mar en Eldalondë, y de camino
alimentaba el pequeño lago de Nísinen, así llamado por la abundancia de malezas
y flores perfumadas que crecían en las orillas.
Mirando al Oeste desde Andúnië por Alan Lee
DE LA HYARNUSTAR
La Hyarnustar era también una región montañosa en la parte
occidental, con picos elevados en el oeste y el sur, pero en las tierras
cálidas y fértiles del este había grandes viñedos. Los promontorios de las
Hyarnustar y las Hyarrostar cubrían una amplia extensión, y en esas largas
costas el mar y la tierra se unían gentilmente como en ningún otro sitio de
Númenor. Allí manaba el Siril, el río principal del país (porque todos los
demás, salvo el Nunduinë en el oeste, eran cortos y rápidos torrentes que se
precipitaban hacia el mar). El Siril nacía bajo el Meneltarma en el valle de
Noririnan, y fluía por Mittalmar hacia el sur, y se convertía en el curso
inferior (en sus últimos 80 kilómetros) en una corriente lenta y serpenteante
porque aquí la tierra era casi llana, y apenas se elevaba sobre el nivel del
mar. Desembocaba por fin en el mar entre anchos marjales cubiertos de juncos, y
sus muchas pequeñas bocas se abrían
paso a través de vastas extensiones de arena,
y a los lados, a lo largo de muchas millas, había amplias playas de arena
blanca y guijarros grises, y allí era donde vivían casi todos los que se
dedicaban a la pesca, en aldeas levantadas en tierra firme entre marjales y
lagunas, de las que la principal era Nindamos que se encontraba en la orilla
oriental del Siril, cerca del mar. Esta región no se veía afectada por mares
embravecidos ni vientos fuertes. En tiempos posteriores, gran parte de estas
tierras fue drenada, y se formó una región de grandes lagunas repletas de peces
con algunas desembocaduras al mar, rodeadas de tierras verdes y fértiles.
Las partes del sur y suroeste de Hyarrostar se parecían mucho a
las zonas correspondientes de Hyarnustar; pero el resto, aunque estaban muy por
encima del mar, eran más llanas y fértiles. En la Hyarrostar crecían en
abundancia árboles de múltiples especies, y entre ellos el laurinquë, que deleitaba a todos por sus flores, pero no tenía
ninguna otra utilidad. Desde los días de Tar-Aldarion hubo en la Hyarrostar
grandes plantaciones, que proporcionaban madera para la construcción de barcos.
DE LAS ORROSTAR
Las Orrostar eran tierras menos cálidas, pero estaban protegidas
de los fríos vientos del nordeste (de donde venían los vientos más fríos) por
los riscos en el extremo del promontorio que se elevaban a una altura de 640
metros cerca de la punta noreste. Las regiones del interior de las Orrostar
eran tierras de cereales, especialmente las que estaban cerca de Arandor.
Tal era la isla de Númenor, como si la hubieran levantado desde el
fondo del mar, pero inclinada hacia el sur y algo hacia el este; y con
excepción del sur, la tierra descendía en escarpados acantilados. Los
acantilados más altos se encontraban en el norte y el noroeste, donde a menudo
alcanzaban una altura de más de 600 metros, y los más bajos se encontraban en
el este y sureste. Pero estos acantilados, a excepción de ciertas regiones como
el cabo del norte, raras veces se elevaban directamente del mar. A sus pies, el
litoral presentaba una orografía plana o de varios niveles, a menudo
habitables, que variaban en anchura (a partir del agua) desde unos 400 metros
hasta varios kilómetros. Los extremos de las extensiones más anchas solían
estar sumergidos bajo aguas de poca profundidad incluso con marea baja; pero en
el borde del mar, estas tierras descendían en picado a aguas profundas. Las
grandes playas y las llanuras de la marea del sur también terminaban con un
descenso vertical a las profundidades oceánicas a lo largo de una línea que
unía las puntas australes de los promontorios del suroeste y del sureste.
LA NATURALEZA DE NÚMENOR
Parecería que ni elfos ni hombres habían morado en esta isla antes
de la llegada de los edain. Los animales y las aves no temían a los hombres;
las relaciones entre los hombres y los animales siguieron siendo más amistosas
en Númenor que en cualquier otro lugar del mundo. Se dice incluso que los
animales clasificados por númenóreanos como «depredadores», (con eso se referían
a los animales que robaban sus cultivos o atacaban a su ganado en caso de
necesidad) preservaron unas «relaciones honorables» con los recién llegados,
buscando su comida en las tierras no domesticadas cuando era posible, sin
mostrar hostilidad hacia los hombres, salvo en estados de guerra declarada, cuando,
después de varios avisos, los granjeros, por necesidad, cazaban las aves
rapaces y los depredadores para reducir su número a unos límites razonables.
Tal y como se ha comentado, no es fácil averiguar qué animales,
aves y peces habitaban la isla antes de la llegada de los edain, y qué fue lo
que estos llevaron hasta allí. Los mismo se puede decir de las plantas. Tampoco
resulta siempre fácil equiparar o relacionar los nombres de los númenóreanos
dieron a los animales y a las plantas con los nombres animales y plantas que se
hallaban en la Tierra Media. Muchos de ellos, aunque tenían formas que
aparentemente provenían del quenya o el sindarin, no se encuentran en las lenguas
élficas o humanas de la Tierra Media. Sin duda, se debe en parte al hecho de
que los animales y plantas de Númenor, a pesar de ser parecidos y estar
emparentados con los de tierra firme, presentaban variedades diferentes y
parecían necesitar nuevos nombres.
En cuando a los animales más grandes, está claro que no había
ningún tipo de canino o relacionado con él. Con toda seguridad no había
sabuesos ni perros (todos fueron importados). No había lobos. Había gatos
monteses, el animal más hostil y más difícil de domesticar, pero no grandes
felinos. Sin embargo, había un gran número de zorros o animales emparentados a
ellos. Su principal fuente de comida parecía haber sido animales que los
númenóreanos llamaban lopoldi. Existían en gran número, se multiplicaban
rápidamente y eran herbívoros voraces; por eso se consideraba que los zorros
eran el mejor y más natural modo de mantenerlos a raya, por lo que los zorros
raras veces eran cazados o molestados. A cambio, o bien porque su comida
natural siempre era abundante, parece que los zorros nunca adquirieron la
costumbre de robar las aves domésticas de los númenóreanos. Al parecer, los
lopoldi eran conejos, animales que hasta el momento habían sido bastante
desconocidos en las regiones del noroeste de la Tierra Media. Los númenóreanos
no los apreciaban como comida y estaban contentos de dejárselos a los zorros.
DE LOS OSOS Y LOS HOMBRES
Había un número considerable de osos en las partes montañosas o
rocosas, tanto de la variedad negra como de la parda. Los grandes osos negros
se encontraban sobre todo en Forostar. Las relaciones entre osos y hombres eran
extrañas. Desde el principio, los osos se mostraban curiosos y amigables hacia
los recién llegados; y estos sentimientos eran correspondidos. En ningún
momento había hostilidad entre hombres y osos; aunque en períodos de
apareamiento, y durante la primera juventud de los oseznos, se enfadarían y
podrían volverse peligrosos si se les molestaba. Los númenóreanos no lo hacían
salvo por accidente. Los osos mataron a muy pocos númenóreanos; estos
accidentes no se consideraban motivo suficiente para declarar la guerra a toda
la especie. Muchos de los osos eran bastante mansos. Nunca entraban en las
casas de los hombres ni vivían cerca de ellas, pero irían a verlos
frecuentemente, como un vecino. En estas ocasiones, a menudo se les ofrecía
miel, para su deleite. Solo algún «oso malo» asaltó alguna vez las colmenas
domésticas. Lo más extraño de todo eran los bailes de los osos. Los osos, sobre
todo los negros, tenían sus propios y curiosos bailes; pero parece que fueros
mejorados y más elaborados gracias a la instrucción de los hombres. En
ocasiones, los osos bailarían para entretener a sus amigos humanos. El baile
más famoso era el Gran Baile de los Osos (ruxöalë) de Tompollë en Forostar, al
que muchos acudían en otoño de todas las partes de la isla, ya que tenía lugar
poco después de la Eruhantalë, cuando se juntaba gran número de personas. Para
los que no estaban acostumbrados a los osos, sus lentos (pero majestuosos)
movimientos, a veces tantos como 50 o más juntos, resultaban asombrosos y
cómicos. Pero todos los invitados a presenciar el espectáculo sabían que no
podían reírse abiertamente. Las risas de los hombres eran algo que los osos no
podían comprender; les asustaban y les hacían enfadar.
DE LA FAUNA DE LOS BOSQUES, CAMPOS Y COSTAS
En los bosques de Númenor abundaban las ardillas, sobre todo la
roja, pero también las había de color pardo oscuro o negro. Eran impávidas y
fáciles de domesticar. Las mujeres de Númenor les tenían un cariño especial. A
menudo vivían en un árbol cerca de una granja, y se acercaban cuando se les
invitaba a entrar. En los ríos y arroyos más pequeños había nutrias. También muchos
tejones. Había cerdos negros salvajes en los bosques; y en el oeste de
Mittalmar, cuando llegaron los edain, había rebaños de vacas salvajes, unas
blancas, otras negras. Abundaban los ciervos rojos y de color pardo amarillento
en las praderas y en las lindes de los bosques; y en las colinas vivían corzos.
Sin embargo, todos estos animales parecen haber sido un poco más pequeños que
sus parientes de la Tierra Media. En la región del sur había castores. Cerca de
las costas abundaban las focas, sobre todo en el norte y el oeste. También
había muchos animales más pequeños, que no se mencionaban muy a menudo como
ratones y campañoles, o pequeños depredadores como las comadrejas. Se mencionan
las liebres y otros animales de tipos difíciles de determinar: algunos no era
ardillas, pero vivían en los árboles, y eran huidizos no solo cuando se
acercaban las personas; otros corrían por el suelo y cavaban; eran pequeños y
rechonchos, pero no eran ratas ni conejos. En el sur había algunas tortugas de
tierra, de tamaños más bien pequeño, y algunas criaturas de agua dulce
parecidas a las tortugas. Los animales llamados ekelli parecían haber
sido erizos de gran tamaño, con púas largas y negras. Eran numerosos en algunas
partes, y se les trataba amistosamente porque se alimentaban sobre todo de
lombrices e insectos.
Parece que había cabras salvajes en la isla, pero no se sabe si la
pequeña oveja cornuda (una de las variedades de oveja que pastoreaban los
númenóreanos) era autóctona o importada. Se dice que, en Mittalmar, los
colonizadores encontraron un tipo de caballo pequeño, más bajo que un burro, de
capa negra o marrón oscuro, con colas y crines largas y sueltas, más fornidos
que rápidos. Fueron enseguida domesticados, pero prosperaban también en
cautiverio, eran queridos y se les cuidaba bien. Eran muy usados en las
granjas; los niños montaban sobre ellos.
Sin duda, había muchos otros animales que apenas se mencionan, ya
que, por lo general, los hombres no se ocupaban de ellos. Todos habrían sido
nombrados y descritos en los libros de ciencia perdidos.
Los osos de Númenor por Alan Lee
DE LOS PECES DE AGUA DULCE Y SALADA
Había abundantes peces de agua salada cerca de las costas de la
isla, y los que tenían buen sabor solían ser pescados. También había otros
animales del mar en las costas: ballenas y narvales, delfines y marsopas, que
los númenóreanos no confundían con peces (lingwi), pero clasificaban
junto con los peces, como nendili a todo lo que vivía completamente en
el agua y se reproducían en el mar. Los númenóreanos solo veían a los tiburones
en sus viajes, porque, bien por la «gracias de los valar», como decían los
númenóreanos, o por otras causas, nunca se acercaban a las costas de la isla.
Sabemos poco sobre los peces de agua dulce. En cuanto a los peces que pasan parte
de sus vidas en el mar, pero a veces entraban en los ríos, había salmones en el
Siril, y también en el Nunduinë, el río que desembocaba en el mar a la altura
de Eldalondë, y en su camino hasta allí creaba el pequeño lago de Nísinen (uno
de los pocos de Númenor) a unos 5 kilómetros de la costa: se llamaba así debido
a la abundancia de arbustos y flores fragantes que poblaban sus orillas. En los
estanques y marjales en torno al curso inferior del Siril, había muchas
anguilas.
DE LAS AVES
Las aves de Númenor eran innumerables, desde las grandes águilas
hasta los pequeños kirinki, no
mayores que un chochín o reyezuelo, pero de cuerpo escarlata, con un trino
agudo apenas perceptible para el oído humano. Las águilas eran de diferentes
tipos; pero todas se consideraban aves sagradas de Manwë y jamás perseguidas
hasta que comenzaron los días del mal y el odio a los valar. No fue hasta
entonces que las águilas comenzaron a molestar a las personas y matar a sus
animales. Durante dos mil años, desde los días de Elros Tar-Minyatur hasta el
tiempo de Tar-Ancalimë, hijo de Tar-Atanamir, hubo en la cúspide de la torre
del palacio del rey en Armenelos un nido de águilas donde una pareja vivía de
la generosidad del rey.
En Númenor las aves que habitaban cerca del mar y nadaban o se
zambullían en él eran incontables. Los númenóreanos nunca los mataban o
molestaban a propósito y los trataban como amigos. Los marineros decían que aún
si fueran ciegos, sabrían que sus naves se acercaban a Númenor a causa del gran
clamor de las aves de la costa; y cuando alguna nave aparecía en el horizonte,
las aves marinas alzaban vuelo y revoloteaban en lo alto, como en señal de
feliz bienvenida, pues nunca se las mataba o molestaba con intención. Algunas
acompañaban a las naves en sus viajes, aún a las que iban a la Tierra Media.
Las aves de Númenor por Alan Lee
En el interior, las aves no eran tan numerosas, pero aun así
abundantes. Algunas, además de las águilas, eran rapaces, como los gavilanes y
los halcones, de los que había diferentes variedades. Había cuervos, sobre todo
en el norte, y repartidas por la tierra había otras aves emparentadas con ellos
que vivían en bandadas; grajillas y cornejas, y muchas chovas por los
acantilados del mar. Había muchos pequeños pájaros cantores que cantaban con
voz hermosa en los campos, entre los juncos de los estanques y en los bosques. Muchos
apenas se diferenciaban de los de las tierras de donde venían los edain; pero
los pájaros de la familia de los pinzones eran más variados y numerosos y
tenían la voz más hermosa. Algunos eran pequeños y completamente blancos, otros
totalmente grises y otros dorados, que cantaban con gran alegría, con largas y
apasionadas cadencias, durante la primavera y a principios de verano. Temían
poco a los edain, que los amaban. Enjaular a un pájaro cantor se consideraba
cruel. Tampoco era necesario, porque los que estaba «domesticados»—es decir, los que se apegaban
voluntariamente a una granja—se mantendrían cerca de la misma casa durante
generaciones, cantando desde su tejado y en el alféizar de una ventana, o
incluso en el solmar o en las habitaciones de los que
les acogían. Las aves que vivían en jaulas eran en su mayoría pájaros cuyos
padres habían muerto cuando eran pequeños, bien por accidente, bien matados por
aves rapaces; pero incluso ellos tenían libertad para ir y venir si lo
deseaban. Había ruiseñores, aunque no abundaban en ningún lugar, en la mayoría
de las partes de Númenor salvo en el norte. En las partes septentrionales había
grandes búhos blancos, pero ningún otro tipo de ave de esta especie.
DE LOS ÁRBOLES Y
PLANTAS
De los árboles y
plantas autóctonos no queda apenas constancia. Se llevaron semillas o vástagos
de algunos árboles a la isla desde la Tierra Media, y otros (como ya se ha
dicho) llegaban de Eressëa, pero parecía que ya había una gran abundancia de
árboles cuando desembarcaron los edain. De los árboles que ya conocían, se dice
que echaban en falta el carpe, el arce bajo y el castaño con flores; pero
encontraban otros nuevos para ellos: el olmo de montaña, la encina, el arce
alto y el castaño de fruto comestible. En Hyarrostar también encontraron
nogales, y el laurinquë. Se
lo llamaba así a causa de sus largos racimos de pendientes flores amarillas; y
algunos que habían oído a los eldar hablar de Laurelin, el Árbol Dorado de
Valinor, creían que provenía de ese gran árbol, cuyas semillas habían sido
llevadas allí por los eldar; pero no era así. También en Númenor había
manzanos, cerezos, y perales silvestres; pero los que cultivaban en sus huertos
venían de la Tierra Media, y eran regalos de los eldar. En Hyarnustar crecía la
vid silvestre; pero según parece las viñas de los númenóreanos también venían
de los eldar.
De las muchas
plantas y flores del campo ya quedan pocos datos guardados o recuerdos; pero en
las viejas canciones a menudo se habla de los lirios, cuyas muchas
variedades—algunos eran pequeños, otros altos y hermosos, unos de una sola
flor, algunos adornados con muchas campanas y trompetas, y todos fragantes—eran
muy apreciadas por los edain.
En Eldalondë
el Verde, Andúnië, desde las cuestas que daban al mar y adentrándose mucho en
tierra, crecían los árboles siempre verdes y fragantes traídos del Oeste, y
tanto medraban allí que el sitio, decían los eldar, era casi tan bello como un
puerto de Eressëa. Eran la mayor delicia de Númenor, y se los recordó en muchos
cantos después de haber perecido para siempre, porque eran pocos los que
florecieron alguna vez al este de la Tierra del Don: oiolairë y lairelossë,
nessamelda, vardarianna, taniquelassë y yavannamírë,
con flores parecidas a rosas y frutos esféricos de color escarlata. Las
flores, las hojas y las cortezas de esos árboles esparcían unos dulces aromas
que se confundían y perfumaban todo el país, y los llamaban Nísimaldar,
los árboles fragantes. Plantaron muchos de ellos en otras regiones de Númenor,
y allí se desarrollaron, aunque no con tanta abundancia. Y sólo en Nísimaldar
crecía el poderoso árbol dorado, el malinorë,
que al cabo de cinco siglos alcanzaba una altura apenas menor que en la misma
Eressëa. La corteza era plateada y lisa, pero las ramas se alzaban ligeramente
como las del haya; aunque tenía siempre un solo tronco. Las hojas, también como
las del haya, pero de mayor tamaño, eran de color verde pálido en la parte
superior, pero plateadas por debajo, y resplandecían al sol; no caían en otoño,
y eran entonces de un pálido color oro.
En primavera los capullos dorados se arracimaban como cerezas, y
en verano florecían; y tan pronto como se abrían las flores, las hojas caían;
de modo que durante la primavera y el verano un bosquecillo de malinorni estaba alfombrado y techado de
oro, pero sus columnas eran de plata gris. El fruto era una nuez con esquisto
de plata; y Tar-Aldarion, sexto rey de Númenor, le regaló algunos al rey
Gil-galad de Lindon. No echaron raíces en esa tierra; pero Gil-galad se los dio
a su pariente Galadriel, y por el poder de ella, crecieron y florecieron en la
tierra protegida de Lothlórien junto al río Anduin hasta que los altos elfos
abandonaron la Tierra Media; pero nunca alcanzaron la altura ni la
circunferencia de los que crecían en Númenor. En Númenor, los malinorni más
altos alcanzaban casi los 183 metros.
DE LA FAUNA DE LOS EDAIN
A
esta tierra los Edain llevaban muchas cosas desde la Tierra Media: ovejas, ganado
vacuno, caballos y perros; árboles frutales y cereales. Antes de su llegada ya
había aves acuáticas en la isla, de la variedad del pato y la oca; pero otras
fueron llevadas allí por ellos y las cruzaban con las razas autóctonas. Las
ocas y los patos eran animales domésticos en sus granjas; y allí también tenían
una multitud de palomas o pichones en grandes edificios o palomares, sobre todo
por sus huevos. No conocían la gallina, y tampoco la encontraban en la isla;
pero poco después del comienzo de los grandes viajes, los marineros volvieron
con gallos y gallinas de las tierras australes y orientales, y se multiplicaron
en Númenor, donde muchos se escaparon y vieron en estado salvaje, aunque eran
hostigados por los zorros.
III.LA FORMA DE VIDA
DE LOS NÚMENÓREANOS
AKALLABÊTH
Antaño la ciudad principal y puerto de Númenor
estaba en la costa occidental, y se llamaba Andúnië, porque miraba al
sol poniente. Pero en medio de la tierra había una montaña alta y escarpada, y
se llamaba Meneltarma, el Pilar del Cielo, y sobre ella había una plaza
elevada y abierta, que estaba consagrada a Eru Ilúvatar, y en la tierra de los
númenóreanos no había ningún otro templo ni santuario. Al pie de la montaña se
levantaban las tumbas de los reyes, y muy cerca, sobre una colina, estaba
Armenelos, la más hermosa de las ciudades, y allí había una torre y una
ciudadela construidas por Elros hijo de Eärendil, a quien los valar designaron
como primer rey de los dúnedain.
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA
MEDIA
(..)Cerca del centro de Mittalmar se alzaba la elevada montaña
llamada Meneltarma, Pilar de los Cielos, consagrada a la veneración de
Eru Ilúvatar. Se construyó sobre ella un
serpenteante camino en espiral que empezaba al pie en el sur y terminaba bajo
el borde de la cima al norte. Porque la cima era algo aplanada y hundida, y
podía dar cabida a una gran multitud, pero nadie puso el pie en ella a todo lo
largo de la historia de Númenor. Ni un edificio, ni un altar, ni una pila de
piedras se alzó nunca allí; y ninguna otra cosa que se asemejara a un templo
tuvieron nunca los númenóreanos en los días de gracia, hasta la llegada de
Sauron. Nunca se habían llevado allí herramientas o armas; y nadie podía hablar
allí, salvo el rey.
Tres veces al año hablaba el rey: la oración a la llegada del año
en la Erukyermë en los primeros días
de la primavera, la alabanza de Eru Ilúvatar en la Erulaitalë a mitad del
verano, y la acción de gracias que se le consagraba en la Eruhantalë a
fines de otoño. En estas ocasiones el rey ascendía la montaña a pie, seguido
por la muchedumbre del pueblo, vestido de blanco y enguirnaldado, pero en
silencio. En otras ocasiones se permitía que los del pueblo ascendieran solos o
en grupos; pero se dice que el silencio era tan grande, que ni siquiera un
extranjero que nada supiera de Númenor y de su historia, si hubiera sido
transportado allí, se habría atrevido a hablar en voz alta. Ninguna ave llegaba
allí nunca, excepto las águilas. Si alguien se aproximaba a la cima, tres
águilas aparecían inmediatamente y se posaban sobre tres rocas cerca del borde
occidental; pero en el tiempo de las Tres Oraciones, no descendían, y se
mantenían en el cielo volando en círculos sobre el pueblo. Se las llamaba los
Testigos de Manwë, y se creía que éste las enviaba desde Aman para vigilar
la montaña Sagrada y toda la tierra en derredor.
A lo largo de la cresta de la estribación suroeste, el camino
ascendente se aproximaba a la montaña, y entre esta estribación y la del sureste,
la tierra descendía en un valle poco profundo. Lo llamaban Noirinan, el
valle de las tumbas, porque en la base rocosa de la montaña había cámaras
abiertas que guardaban las tumbas de los reyes y las reinas de Númenor.
El orgullo era sin duda su principal debilidad,
incrementado posteriormente por el contacto con hombres de menor poder, aunque
no fuese así desde el principio: sus primeros sentimientos y motivos eran de
compasión y benevolencia. También estaban orgullosos de su linaje, en general y
en particular, como pueblo y como individuos; y los hombres de toda clase
guardaban pergaminos que recogían su ascendencia. Los principales títulos
nobiliarios provenían de la descendencia «de Eärendil»
o «de Beren y Lúthien».
DEL LENGUAJE
La
lengua númenóreana derivaba principalmente del habla del pueblo de Hador (muy
expandida gracias a las adiciones de las lenguas élficas en diferentes
períodos). En pocas generaciones, el pueblo de Bëor había abandonado su propia
lengua (salvo por la conservación de muchos nombres personales de origen
nativo) y había adoptado la legua élfica de Beleriand, el sindarin. Esta
distinción aún se apreciaba en Númenor. Casi todos los númenóreanos eran
bilingües. Pero allá donde la masa de colonizadores proviniese principalmente
de la casa de Bëor, como era el caso especialmente del noroeste, el sindarin
era la lengua de uso cotidiano de todas las clases, y el númenóreano (o adûnayân)
una segunda lengua. En la mayor parte del país, el adûnayân era la
lengua nativa de la gente, aunque el sindarin era hablado hasta un punto por
todo el mundo, salvo por los agricultores que preferían quedarse en casa y no
viajaban. En la casa real, sin embargo, y en la mayoría de las casas de los
nobles y los cultos, el sindarin solía ser la lengua nativa, hasta después de
los días de Tar-Atanamir.
El
sindarin, después de haber sido usado durante un largo período por hombres
mortales, tendía a cambiar y a volverse dialectal, pero este proceso fue
frenado en gran medida, al menos en el caso de los nobles y los cultos, por el
contacto constante que se mantenía con los eldar de Eressëa, y más tarde con
los que seguían en Lindon, en la Tierra Media. Los eldar llegaban sobre todo a
las regiones occidentales del país. El quenya no era una lengua hablada. Solo
la conocían los cultos y las familias de la alta nobleza (cuyos miembros la
aprendían desde la primera adolescencia). Se usaba en documentos oficiales que
debían preservarse, tales como las leyes y el pergamino y los anales de los
reyes, y a menudo en obras científicas de carácter más bien abstruso. También
era usado en gran medida en la nomenclatura. Los nombres oficiales de todos los
lugares, regiones y accidentes geográficos de la tierra provenían del quenya
(aunque también tenían nombres locales del sindarin o del adûnayân que,
por regla general, significaban lo mismo). Los nombres personales, sobre todo
los nombres oficiales y públicos de todos los miembros de la casa real, y del
linaje de Elros en general, provenían del quenya. Ocurría lo mismo en algunas
otras familias como la casa de los señores de Andúnië.
DE LA ESPERANZA DE VIDA Y LA MUERTE[2]
Larga vida y paz fueron
las dos peticiones de los edain cuando los valar les ofrecieron una recompensa
tras la caída de Thangorodrim. La paz les fue concedida sin más preámbulos; la
larga vida no tanto, y solo después de que Manwë hubiese consultado a Eru.
La larga vida de los númenóreanos era la
respuesta a las oraciones de los edain (y Elros). Manwë les avisó de los peligros
que entrañaba. Pidieron más o menos la «esperanza
de vida de antaño» porque querían aprender más.
Tal y como dijo Erendis más tarde, se convirtieron
en una especie de imitación de los elfos, y sus hombres tenían tantas
cosas en sus cabezas que siempre notaban la presión del tiempo, por lo que
raras veces descansaban o celebraban el presente. Afortunadamente, sus esposas
eran templadas y afanadas, pero Númenor no era un buen lugar para grandes
amores.
Elros eligió seguir siendo de los hombres, retuvo la
característica principal humana con respecto a los quendi: la «búsqueda
del más allá», como lo llamaban los eldar, el «cansancio»
o deseo de partir del mundo. Murió, o rechazó la vida, cuando tenía unos 500
años de edad.
Al resto de la gente le fue concedida una esperanza
de vida unas cinco veces más larga que la de los hombres normales: es decir,
morirían, por voluntad propia o no, en la franja entre los 350 años y 420 años.
Dentro de estos límites de la esperanza de vida natural, había diferencias
entre individuos y familias, al igual que sucedía antes de recibir la Gracia.
La familia real o linaje de Elros era en general longeva y sus miembros a
menudo vivían 400 años o un poco más. En otras familias no era tan habitual
llegar a los 400 años; aunque en las familias que se habían unido al linaje de
Elros mediante matrimonio (en las generaciones anteriores), a menudo aparecían
individuos longevos.
Por lo tanto, (igual que los eldar) «crecieron»
a un ritmo muy parecido al de los hombres normales: la gestación, la primera
infancia, la segunda infancia y la adolescencia hasta la llegada de la pubertad
y la «plenitud de crecimiento»
procedían más o menos como antes; pero una vez que alcanzaban el pleno
crecimiento «culminaban»
su envejecimiento a un ritmo mucho más lento, de modo que, para ellos, cinco
años tenían casi el mismo efecto que un año en los mortales normales.[3]
La primera llegada de «cansancio
del mundo» era para ellos una señal de que su período
de vigor estaba llegando a su fin. Cuando llegaba, si insistían en seguir
viviendo, se presentaría el deterioro, igual que lo había hecho el crecimiento,
al mismo ritmo que para otros hombres. Por lo tanto, si un númenóreano llegaba
al final de su vigor a los 400 años, aproximadamente, pasaría rápido, en unos
diez años, de gozar buena salud y vigor mental, a un estado de decrepitud y
senilidad.
Su capacidad mental era mayor y se desarrolló más
rápido que la de los hombres normales; y era dominante. Después de unos siete
años, su crecimiento mental era muy rápido, y a los 20 años sabían y entendían
mucho más de lo que haría un humano normal a esa edad. Una consecuencia de
ello, reforzada por su expectación de un vigor duradero que no imponía un
sentido de urgencia en la primera mitad de sus vidas, era que muy a menudo se
quedaban absortos en la búsqueda de conocimientos, en la artesanía y en varias
ambiciones intelectuales o artísticas a niveles mucho mayores que lo normal.
Era el caso sobre todo de los hombres.
La muerte prematura, por razones de enfermedad o accidente,
ocurría muy raras veces en los primeros siglos. Los númenóreanos reconocían que
esto se debía a la «gracia de los valar»
(que podría negarse en general, o en casos particulares, si no se lo merecían):
la tierra estaba bendecida, y todas las cosas, entre ellas el mar, los acogían
con amabilidad. Además, la gente, alta y fuerte, era ágil y extremadamente «consciente»:
es decir, podían controlar sus acciones corporales, y cualquier herramienta o
material que manejaban, y raras veces realizaban movimientos despistados o
torpes; y era difícil «pillarles desprevenidos».
Por lo tanto, raras veces tenían accidentes. Y si ocurría, tenían un poder de
recuperación y de autocuración que, aunque inferior al de los eldar, era mayor
que el de los hombres de la Tierra Media. También entre las ciencias que
estudiaron estaba la hröangolmë o la ciencia del cuerpo y las artes de
la curación.
DEL
MATRIMONIO Y LA CRIANZA
El deseo de matrimonio, engendramiento, embarazo y
crianza de niños ocupaba un lugar menor en la vida de los númenóreanos, incluso
entre las mujeres, que entre los hombres normales.[4]
Los númenóreanos eran estrictamente monógamos: por
ley y por «tradición»: es decir, por la tradición de los edain
originales en torno a la conducta, que posteriormente fue reforzada por el
ejemplo y las enseñanzas de los eldar. En los primeros siglos había pocos casos
de quebrantamiento de la ley, o incluso de deseos de quebrantarla. Los
númenóreanos, o dúnedain, todavía eran, por emplear un término nuestro, «hombres
caídos»; pero eran descendientes de antepasados que, en
general, se habían mostrado completamente arrepentidos, detestando todas las
corrupciones de la «Sombra»; y habían recibido una
gracia especial. Por lo general, tenían poca inclinación por la lujuria, la avaricia,
el odio, la crueldad y la tiranía, y detestaban conscientemente estas cosas.
Evidentemente, no todos eran tan nobles. La malicia existía entre ellos, pero
al principio apenas se dejaba ver. Porque no eran elegidos por ninguna prueba
más allá de su pertenencia a las tres casas de los edain. Entre ellos, sin
duda, había algunos vestigios de los hombres salvajes y los renegados de los
tiempos antiguos, y posiblemente (aunque no se puede afirmar) verdaderos
sirvientes conscientes del Enemigo.
Un segundo matrimonio sí estaba permitido, por la
ley tradicional, si una de las partes moría joven, dejando a la otra con pleno
vigor y aún con una necesidad o un deseo de tener hijos; pero estos casos eran,
evidentemente, muy poco habituales.
La ley—o más bien costumbre—más tardía, mediante la cual los miembros de la
casa real (especialmente el sucesor) solo se casaban con miembros del linaje de
Elros no fue posible en las primeras generaciones. Pero en los días de
Tar-Aldarion, o hacia el año 1000, había numerosos descendientes de Elros que
eran suficientemente divergentes en cuanto a grado de parentesco. Los
matrimonios entre personas con un parentesco más cercano que primo segundo
estaban prohibidos hasta los últimos días de la Sombra, incluso en la casa real.
Esta regla de matrimonios reales nunca fue legislada, pero se convirtió en una
costumbre motivada por el orgullo: era un síntoma del crecimiento de la Sombra,
ya que solo se volvió rígida cuando la distinción entre el linaje de Elros y
otras familias, en cuanto a esperanza de vida, vigor o aptitudes, había
disminuido o desaparecido por completo.
DE LOS PASATIEMPOS
Númenor
era una tierra de paz; en la isla no hubo guerras ni conflictos hasta los
últimos años. Pero el pueblo descendía de gente de carácter duro y belicoso. La
energía de los hombres quedó transferida principalmente a los diferentes
oficios; pero también dedicaron mucho tiempo a los juegos y a practicar
deportes físicos. A los niños y los jóvenes les encantaba vivir, cuando podían,
en libertad bajo las estrellas y viajar a pie a las partes más inhóspitas de la
tierra. Muchos practicaban la escalada. No había grandes montañas en Númenor.
La montaña sagrada del Meneltarma se encontraba cerca del centro de la isla;
pero tenía poco más de 900 metros de altura, y se ascendía por un camino que lo
circundaba como una espiral desde su base austral (cerca de la cual se
encontraba el valle de las tumbas, donde estaban enterrados los reyes) hasta su
cumbre. Pero en el norte y noroeste, y también en el suroeste, había regiones
rocosas y montañosas, con algunas cimas que alcanzaban unos 600 metros de
altura. Sin embargo, a los escaladores más intrépidos les atraían sobre todo
los acantilados. Los acantilados de Númenor alcanzaban en algunos lugares
grandes altura, sobre todo en las costas occidentales, y eran el hábitat de
innumerables aves.
Númenóreanos por Alan Lee
El
deleite principal de los hombres más fuertes era el mar: nadaban, se zambullían
o competían en embarcaciones pequeñas propulsadas por remos o por el viento.
Los más duros se dedicaban a la pesca: había abundancia de peces, una de las
principales fuentes de alimentación en Númenor. Las ciudades grandes y
medianas, donde se juntaban muchas personas, estaban en las costas. La clase
especial de marineros, que fue ganando importancia y estima, provenía sobre
todo de los pescadores. Al principio, las embarcaciones númenóreanas, que
seguían dependiendo en gran medida de los modelos de los eldar, solo eran
usadas para pescar, o en viajes costeros de puerto en puerto. Pero gracias a
sus estudios e inventos, los númenóreanos no tardaron en mejorar su arte de
construcción de barcos, hasta que ya eran capaces de viajar lejos, por el Gran
Mar. En el año 600 de la Segunda Edad, Vëantur, capitán de los barcos del rey
bajo Tar-Elendil, consiguió por primera vez realizar un viaje de ida y vuelta a
la Tierra Media. Llevó su nave Entulessë (‘Retorno’) a Mithlond,
aprovechando los vientos primaverales (que a menudo soplaban con fuerza y de
manera incesante desde el Oeste), y regresó en el otoño del año siguiente.
Después de aquello, para los hombres de Númenor, la navegación se convirtió en
el principal cauce para mostrar su valentía y resistencia. Aldarion, hijo de
Tar-Meneldur, formó el gremio de los aventureros, al que pertenecían todos los
marineros probados, y muchos jóvenes de las regiones del interior también
pedían la admisión al mismo.
Las
mujeres apenas tomaban parte en estas cosas, aunque por lo general se acercaban
más a los hombres en estatura y fuerza de lo que suele ser habitual, y en su
juventud eran ágiles y rápidas. Encontraban su mayor placer en la danza (en la
que muchos hombres también tomaban parte) durante las celebraciones, o en su
tiempo libre. Muchas mujeres conseguían gran fama como bailarinas, y la gente
viajaría lejos para ver su arte. Sin embargo, no amaban mucho el mar. Si era
necesario, viajaban en las embarcaciones costeras de puerto en puerto, pero no
les gustaba pasar mucho tiempo a bordo de ellas, ni pasar una noche en un
barco. Incluso en los pueblos de pescadores, las mujeres raras veces tomaban
parte en la navegación. Sin embargo, casi todas las mujeres sabían montar a
caballo y los trataban con honor, proporcionándoles cobijo más noble que a
cualquier otro animal doméstico. Los establos de un hombre poderoso a menudo
eran tan grandes y hermosos de ver como su propia casa. Tanto los hombres como
las mujeres montaban a caballo por placer.
Los númenóreanos usaban caballos para viajar y por
el placer de montar, pero no tenían mucho interés en usarlos para carreras de
velocidad. Había muestras deportivas de destreza, tanto del caballo como del
jinete, pero las exhibiciones de entendimiento entre el amo y el animal eran
las más apreciadas. Los númenóreanos entrenaban a sus caballos para oír y
comprender las llamadas (a viva voz o mediante silbidos) a una gran distancia;
también, cuando había un fuerte amor entre los hombres o las mujeres y sus
monturas preferidas, podían llamarlos (o eso dicen en los cuentos antiguos)
mediante el pensamiento, en caso de necesidad.
Ocurría lo mismo con sus perros. Los númenóreanos
criaban perros, sobre todo en la campiña, en parte por tradiciones ancestrales,
puesto que ya no tenían muchas funciones de utilidad. Los númenóreanos no
cazaban por motivos deportivos ni por conseguir comida; y solo en algunos
lugares, en las fronteras de las tierras salvajes, tenían necesidades reales de
perros guardianes. En las regiones donde criaban ovejas, como la de Emerië,
tenían perros adiestrados para ayudar a los pastores. En los primeros siglos,
los hombres de la campiña también entrenaban a sus perros para ayudarles a
ahuyentar o a seguir el rastro de depredadores o aves rapaces (que para los
númenóreanos no era más que una labor ocasional de necesidad, no un
entretenimiento). Rara vez se veían perros en las ciudades. En las granjas
nunca los encadenaban o ataban, pero tampoco dormían dentro de las casas de los
hombres; eso sí, a menudo se les dejaba entrar en la solma o sala
central, donde estaba el principal fuego de la casa: sobre todo los perros más
viejos y fieles que llevaban sirviendo mucho tiempo, o a veces los cachorros.
Los hombres, más que las mujeres, tenían afición por los perros como «amigos».
A las mujeres les gustaban más las aves y los animales salvajes (o «libres»),
especialmente las ardillas, muy numerosas en las tierras boscosas.
De estos asuntos se habla más en otro lugar, acerca
de los animales domésticos (o «de propiedad») de Númenor, de los
animales y aves autóctonos, y los importados.[5]
DE LAS CARRETERAS Y MEDIOS DE TRANSPORTE
El
caballo, además, era el principal medio de transporte rápido de un lugar a
otro; en las ceremonias oficiales, tanto los hombres como las mujeres de cierta
categoría, incluso las reinas, irían montados en medio de su escolta o
comitiva.
Los caminos del interior de Númenor eran en su mayoría «caminos de herradura» no pavimentados, construidos y mantenidos para el transporte a caballo. Los coches y carruajes de transporte se usaban poco en los primeros siglos; porque los transportes más pesados iban sobre todo por mar. El camino principal y más antiguo, adecuado para las ruedas, se extendía desde Rómenna, el puerto más grande en el este, en dirección al noroeste hasta la ciudad real de Armenelos (a 64 kilómetros), y de allí al valle de las tumbas y al Meneltarma. Pero este camino fue rápidamente alargado hacia Ondosto, al otro lado de la frontera de Forostar (o Tierras del Norte), y de allí en línea recta hacia el oeste, hasta Andúnië en Andustar (o las Tierras del Oeste); sin embargo, se usaba poco para carromatos hechos para viajar, sino que principalmente se empleaba para lo que estaba hecho: vagones cargados con madera, que abundaba en las Tierras del Oeste, o con piedras de las Tierras del Norte, la más apreciada para la construcción.
Los
barcos de los dúnedain por Ted Nasmith
DE LAS ARMAS Y ARTERSANÍAS
Los edain llevaron consigo a Númenor el conocimiento de múltiples
artesanías, y a muchos artesanos que habían aprendido de los eldar, además de
las ciencias y tradiciones que les eran propias. Pero pudieron transportar
pocos materiales salvo los destinados a las herramientas de sus artesanías; y,
durante mucho tiempo, todos los metales de Númenor fueron metales preciosos.
Pues los eldar habían traído muchos tesoros de oro y plata y también gemas;
pero no encontraron esas cosas en Númenor. Las amaban por su belleza, y en días
posteriores fue este amor lo que por primera vez despertó en ellos la codicia,
cuando cayeron bajo el poder de la Sombra y se volvieron orgullosos e injustos
en su trato con las gentes pequeñas de la Tierra Media. De los elfos de Eressëa,
en los tiempos en que eran amigos, recibieron regalos en oro y plata y joyas;
pero en los primeros siglos estas cosas fueron raras y muy apreciadas, hasta
que el poder de los reyes llegó a las costas orientales de la Tierra Media.
También disponían de plomo. Lo que más necesitaban era hierro y acero para las
herramientas de los artesanos y las hachas de los leñadores.
Algunos metales descubrieron en Númenor, y a medida que se hacían
más hábiles en minería y fundición y herrería, los objetos de hierro y de cobre
se convirtieron en cosas corrientes. Entre los artífices de los edain se
contaban forjadores de armas, e, instruidos por los noldor, llegaron a forjar
excelentes espadas, hojas de hacha, y cabezas de lanza y cuchillos. El gremio
de los forjadores de armas hacía todavía espadas para preservar la tradición
artesanal, pero dedicaban casi todo el tiempo a la hechura de herramientas de
uso pacífico. El rey y la mayor parte de los grandes capitanes tenían espadas,
pero recibidas casi todas como herencia de familia; y alguna vez todavía
regalaban una espada a sus herederos. Se forjaba una espada nueva para dársela
al heredero del trono el día en que se le confiriera el título. Pero nadie
llevaba espadas en Númenor, ni siquiera en los días de las guerras de la Tierra
Media, salvo cuando se trataba de armarse para una batalla; y durante largos
años fueron pocas en verdad las armas de intención guerrera que allí se
hicieron. Tenían hachas y lanzas y arcos. El oficio de los maestros arqueros
era importante. Fabricaban arcos de muchos tipos: arcos largos y más pequeños,
sobre todo aquellos que los jinetes usaban para tirar desde el lomo de un
caballo; y también inventaron ballestas, que al principio se usaban sobre todo
contra las aves rapaces. El tiro con arco era uno de los grandes deportes y
entretenimiento de los hombres; y uno en el que participaban las mujeres.
Estando de pie, los hombres númenóreanos, altos y poderosos, podían tirar con
rapidez y precisión con grandes arcos largos, cuyas astas volaban grandes
distancias (hasta unos 600 metros), y a distancias más cortas tenían gran poder
de penetración. En días posteriores, en las guerras de la Tierra Media, los
arcos más temidos fueron los de los númenóreanos. «Los hombres del mar—se
decía—, envían por delante de ellos una gran nube, como una lluvia de
serpientes o un granizo negro acerado.» Y en esos días las cohortes de los
arqueros del rey utilizaban arcos de acero hueco, con flechas de plumas negras
de una ana de largo desde la punta a la hendidura.
La espada del rey era en verdad Aranrúth, la espada de
Elu Thingol de Doriath en Beleriand, que había recibido Elros de Elwing, su
madre. Entre las cosas heredadas se contaban también el anillo de Barahir, la
gran hacha de Tuor, padre de Eärendil, y el arco de Bregor de la casa de Bëor.
Sólo el anillo de Barahir, padre de Beren el Manco, sobrevivió a la caída;
porque Tar-Elendil se lo dio a su hija Silmariën y fue preservado en la casa de
los señores de Andúnië, de los cuales el último fue Elendil el Fiel, que huyó
del desastre de Númenor a la Tierra Media.
Pero durante mucho tiempo los tripulantes de las grandes naves
númenóreanas andaban sin armas entre los hombres de la Tierra Media; y aunque
tenían hachas y arcos a bordo para derribar árboles e ir de caza en las
salvajes costas, no los llevaban consigo cuando buscaban la compañía de los
hombres del país. Fue en verdad lamentable, cuando la Sombra barrió las costas
y los hombres de quienes se habían hecho amigos se volvieron temerosos y
hostiles, que el hierro fuera utilizado contra ellos por las mismas gentes a
quienes habían instruido.
IV.TAR-MINYATUR Y LA PROHIBICIÓN DE LOS VALAR
AKALLABÊTH
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Nació cincuenta y ocho años antes de empezar la Segunda Edad.
Elros tuvo cuatro hijos: tres varones, Vardamir Nólimon, Manwendil, y Atanalcar
y una hija (la segunda en nacer) Tindómiel.
Se dice que el reino de Númenor se inició en
el año treinta y dos de la Segunda Edad, cuando Elros, hijo de Eärendil,
ascendió al trono en la ciudad de Armenelos cuando tenía noventa años. En
adelante se lo conoció en el Pergamino de los Reyes con el nombre de Tar-Minyatur;
pues era costumbre de los reyes tomar sus títulos de la lengua quenya o del
alto élfico, por ser ésta la más noble de las lenguas del mundo, y esa
costumbre se mantuvo hasta los días de Ar-Adûnakhôr (Tar-Herunúmen). Conservó
todo su vigor hasta los quinientos años y dejó la vida en el año 442, después
de haber reinado cuatrocientos diez años
porque a los númenóreanos se les había otorgado una larga vida y se
mantenían en pleno vigor durante tres veces la duración de la vida de los hombres
mortales de la Tierra Media; pero al hijo de Eärendil se le concedió la vida
más larga nunca concedida a hombre alguno, y a sus descendientes una duración
menor. Aunque más prolongada que a los otros, aún entre los númenóreanos; y así
fue hasta la llegada de la Sombra, cuando los años de los númenóreanos
empezaron a menguar.
Elros Tar-Minyatur por Alan Lee
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS:
APÉNDICES
AKALLABÊTH
Porque los dúnedain se convirtieron en
maestros artífices, de modo que si lo hubieran querido podrían haber
sobrepasado con facilidad a los malvados reyes de la Tierra Media en estrategia
de guerra y en la forja de armas; pero ahora eran hombres de paz. Por sobre
todas las artes prefirieron la fabricación de barcos y la marinería, y se
convirtieron en marineros como no volverán a verse desde que el mundo quedó
menguado, y viajar por el ancho mar fue la hazaña y la aventura principal de
esos hombres atrevidos en los galanos días en que aún eran jóvenes.
Pero los Señores de Valinor les ordenaron que
no perdiesen de vista las costas de Númenor si viajaban hacia el oeste, y
durante mucho tiempo los dúnedain estuvieron contentos, aunque no comprendían
del todo la finalidad de esta prohibición. Pero el designio de Manwë era que
los númenóreanos no tuvieran la tentación de buscar el Reino Bendecido, ni
intentaran sobrepasar los límites de su propia beatitud, y se enamoraran de la
inmortalidad de los valar y de los eldar y las tierras en las que todo perdura.
Porque en aquellos días Valinor estaba aún en
el mundo visible, e Ilúvatar permitía que los valar tuvieran en la Tierra una
residencia segura, un monumento a lo que podría haber sido si Morgoth no
hubiera arrojado una sombra sobre el mundo. Esto lo sabían perfectamente los númenóreanos;
y en ocasiones, cuando el aire estaba claro y el sol en el este miraban y
avistaban allá lejos al oeste el blanco resplandor de una ciudad en una costa
distante, y un gran puerto y una torre. Porque en aquellos días los númenóreanos
tenían la vista aguda; aun así, sólo los de ojos más penetrantes podían
contemplar esta visión, desde el Meneltarma, o desde algún barco de alta
arboladura que hubiera ido tan lejos hacia el oeste como les estaba permitido.
Porque no se atrevían a desobedecer la Prohibición de los Señores del
Occidente. Pero los más sabios de ellos sabían que esa tierra distante no era
en verdad el Reino Bendecido de Valinor, sino Avallónë, el puerto de los eldar
en Eressëa, el extremo oriental de las Tierras Imperecederas. Y desde allí
venían a veces los primeros nacidos a Númenor en barcas sin remos, tan blancas
como aves que volaran desde el sol poniente. Y llevaban a Númenor muchos
regalos: aves cantoras, y flores fragantes, y hierbas de gran virtud. Y
transportaron un vástago de Celeborn, el árbol blanco que crecía en medio de
Eressëa, y era a su vez vástago de Galathilion, el árbol de Túna, la imagen de
Telperion que Yavanna dio a los eldar en el Reino Bendecido. Y el árbol creció
y floreció en los patios del rey en Armenelos; Nimloth se llamó, y las
flores se abrían al atardecer, y una fragancia llenaba las sombras de la noche.
V.EL REINO DE KHAZAD-DÛM
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICES
Khazad-Dûm por Alan Lee
Allí vivió
tanto tiempo que se lo conoció hasta muy lejos como Durin el Inmortal.
No obstante, al fin murió, antes de que terminaran los Días Antiguos, y su
tumba estaba en Khazad-dûm; pero su linaje no terminó nunca y cinco veces nació
un heredero en la casa, tan parecido al anterior que todos recibieron el nombre
de Durin. Los enanos sostenían en verdad que era el Inmortal que había vuelto;
pues tienen muchos cuentos y creencias extraños acerca de sí mismos y del
destino que les espera en el mundo.
Al cabo de la
Primera Edad el poder y la riqueza de Khazad-dûm se habían acrecentado
sobremanera, porque mucha gente y mucha ciencia y artesanías la habían
enriquecido, cuando las antiguas ciudades de Nogrod y Belegost en las montañas
Azules se arruinaron con el quebrantamiento de Thangorodrim.
El poder de
Moria sobrevivió a través de los Años Oscuros y el dominio de Sauron, porque
aunque Eregion se destruyó y Moria cerró sus puertas, las estancias de
Khazad-dûm eran demasiado fuertes y profundas, y colmadas de un pueblo
demasiado numeroso y valiente como para que Sauron pudiera conquistarlas desde
fuera. De este modo la riqueza de Khazad-dûm permaneció intacta largo tiempo,
aunque su pueblo empezó a declinar.
VI.DE SAURON EL MAIA
DE LOS ANILLOS DE PODER Y
LA TERCERA EDAD
Cuando Thangorodrim fue
destruida y Morgoth vencido, Sauron se atavió otra vez con lúcidos colores,
prometió obediencia a Eönwë, el Heraldo de Manwë, y abjuró de todo el mal que
había hecho. Y dicen algunos que en un principio no lo hizo con falsedad, y que
en verdad estaba arrepentido, aunque sólo por miedo, perturbado por la caída de
Morgoth y la gran cólera de los Señores del Occidente. Pero Eönwë no tenía
poder para perdonar a quienes eran sus pares, y mandó a Sauron que volviera a
Aman para ser allí juzgado por Manwë. Entonces Sauron se avergonzó, y no quería
regresar humillado, y aceptar quizá de los valar una sentencia de larga servidumbre,
como prueba de buena fe; porque había tenido mucho poder bajo Morgoth. Por
tanto, cuando Eönwë partió, él se escondió en la Tierra Media; y recayó en el
mal, porque las ligaduras con que Morgoth lo había atado eran muy fuertes.
Durante la Gran Batalla y
los tumultos de la caída de Thangorodrim hubo en la tierra fuertes
convulsiones, y Beleriand quedó quebrantada y yerma; y en el norte y en el
oeste muchas tierras se hundieron bajo las aguas del Gran Mar. En el este, en
Ossiriand, los muros de Ered Luin se quebraron, y una gran hendedura se abrió
hacia el sur, y el mar penetró y formó un golfo. Sobre ese golfo se precipitaba
el río Lhûn por un nuevo curso, y por tanto se lo llamó el golfo de Lhûn.
Tiempo atrás ese país había sido llamado Lindon por los noldor, y este
nombre tuvo en adelante; y muchos de los eldar vivían allí todavía,
demorándose, sin deseos de abandonar Beleriand, donde durante tanto tiempo
habían luchado y trabajado. Gil-galad hijo de Fingon[6], era el rey, y con él estaba Elrond el medio
elfo, hijo de Eärendil el Marinero y hermano de Elros, primer rey de Númenor.
Khazad-dûm por Alan Lee
En las costas del golfo
de Lhûn los elfos construyeron puertos, y los llamaron Mithlond; y eran
muy protegidos, y allí había muchos barcos. Desde los Puertos Grises los eldar
se hacían de vez en cuando a la mar, huyendo de la oscuridad de los días de la
Tierra; porque por gracia de los valar, los primeros nacidos aún podían seguir
el Camino Recto y regresar, si así lo querían, junto con los hermanos de
Eressëa y Valinor más allá de los mares circundantes.
Otros eldar hubo que por aquel tiempo cruzaron las montañas de Ered Luin y penetraron en las tierras interiores. Muchos de ellos eran teleri, sobrevivientes de Doriath y Ossiriand, y establecieron reinos entre los elfos de la floresta en bosques y montañas, lejos del mar, por el que no obstante siempre sintieron mucha nostalgia. Sólo en Eregion, que los hombres llamaron Hollin, tuvieron los elfos de raza noldorin un reino perdurable, más allá de las Ered Luin. Eregion estaba cerca de las grandes mansiones de los enanos, que se llamaban Khazad-dûm, pero los elfos las llamaron Hadhodrond, y después Moria. Desde Ost-in-Edhil, la ciudad de los elfos, la ruta iba hacia el portal occidental de Khazad-dûm, porque hubo amistad entre elfos y enanos, tal como no se conoció otra igual, para enriquecimiento de ambos pueblos. En Eregion, los artífices de los gwaith-i-mírdain, el pueblo de los orfebres, sobrepasaban en habilidad a todos cuantos hubiera habido, excepto a Fëanor; y en verdad el más hábil era Celebrimbor hijo de Curufin, que se separó de su padre y se quedó en Nargothrond cuando Celegorm y Curufin fueron expulsados, como se narra en el Quenta Silmarillion.
En otros lugares de la
Tierra Media hubo paz por muchos años; no obstante, las tierras eran casi todas
salvajes y desoladas, salvo el sitio al que llegó el pueblo de Beleriand.
Numerosos elfos moraron allí, por cierto, como habían morado durante
incontables años, errando libremente por las vastas tierras lejos del mar; pero
eran avari, que conocían los hechos de Beleriand sólo como rumores, y Valinor
sólo como un nombre distante. Y en el sur y en el este lejano los hombres se
multiplicaron; y la mayor parte de ellos se inclinó al mal, pues Sauron
trabajaba ahora.
Al ver la desolación del
mundo, Sauron se dijo que los valar, después de haber derrocado a Morgoth,
habían olvidado otra vez la Tierra Media; y su orgullo creció de prisa. Miraba
con odio a los eldar, y temía a los hombres de Númenor que volvían a veces en
sus barcos a las costas de la Tierra Media; pero por mucho tiempo disimuló sus
pensamientos y ocultó los oscuros designios que estaba tramando.
VII.LA FUNDACIÓN DE EREGION
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA
MEDIA
He dicho ya que si cuando se escribió El Señor de los Anillos Amroth
hubiera sido concebido como el hijo de Galadriel y Celeborn, algo tan
importante no habría dejado de mencionarse. Pero, de cualquier manera, este
parentesco fue luego dejado de lado. Fue rey de Lórien después de que su padre,
Amdír, fuera muerto en la Batalla de Dagorlad [en el año 3434 de la Segunda
Edad].
Pero finalmente Galadriel se dio cuenta de que
Sauron, como en los viejos días del cautiverio de Melkor, estaba otra vez moviéndose en las sombras. O, más bien, como
Sauron no tenía todavía un nombre singular, y no se había advertido que sus
acciones procedieran de un único espíritu maligno, sirviente primordial de
Melkor, comprendió que cierta voluntad maléfica obraba en el mundo, y que
parecía proceder de una fuente lejana del este, más allá de Eriador y las
montañas Nubladas.
Celeborn y Galadriel, por tanto, se dirigieron
hacia el este en el año 700 poco más o menos, y fundaron el principal (pero no
el único) reino noldorin de Eregion. Puede que Galadriel escogiera este sitio
porque sabía de los enanos de Khazad-dûm (Moria). En la ladera oriental de Ered
Lindon habían vivido y vivían aún algunos enanos; allí se habían levantado las
muy antiguas mansiones de Nogrod y Belegost, no lejos del Nenuial; pero la
mayor parte de las fuerzas habían sido trasladadas a Khazad-dûm. Celeborn no
sentía simpatía por los enanos de raza alguna (como se lo mostró a Gimli en
Lothlórien), y nunca les perdonó la parte que les cupo en la destrucción de
Doriath; pero sólo el ejército de Nogrod había intervenido en el ataque, y
había sido destruido en la batalla de Sarn Athrad. Los enanos de Belegost se
sintieron consternados ante esta calamidad, y temían sus consecuencias, y se
apresuraron así en marchar hacia el este para llegar a Khazad-dûm. De este
modo, es posible suponer que los enanos de Moria hayan sido inocentes de la
ruina de Doriath, y no fueran hostiles a los elfos. De cualquier modo,
Galadriel fue más previsora en esto que Celeborn; y advirtió desde un comienzo
que la Tierra Media no podía quedar a salvo del «residuo de mal» que
Morgoth había dejado, salvo que todos los pueblos se unieran para oponérsele,
según la capacidad de cada uno. Miraba también a los enanos con ojos de
militar, y veía en ellos a los mejores soldados para oponerse a los orcos.
Además, Galadriel era una noldo, y sentía una natural simpatía por las mentes
de los enanos y por la pasión con que se dedicaban a distintas artesanías; una
simpatía mucho más profunda que la que se daba en muchos de los eldar: los
enanos eran «los hijos de Aulë», y Galadriel, como muchos de entre los
noldor, había sido discípula de Aulë y Yavanna en Valinor.
Galadriel y Celeborn tenían en su compañía a
un artesano noldorin llamado Celebrimbor [hijo
de Curufin, quinto hijo de Fëanor, que se separó de su padre y permaneció en
Nargothrond cuando Celeborn y Curufin fueron expulsados.] Celebrimbor tenía
«por las artesanías una obsesión casi propia de los enanos»; y pronto se
convirtió en el principal artífice de Eregion, manteniendo una estrecha relación
con los enanos de Khazad-dûm, entre los cuales su mejor amigo fue Narvi. [En la inscripción sobre la puerta
occidental de Moria, se leían las palabras: Im Narvi hain echant: Celebrimbor o
Eregion teithant i thiw hin; «Yo, Narvi, las hice. Celebrimbor de Hollin
trazó estos signos»]. Tanto los
elfos como los enanos obtuvieron gran provecho de esta asociación; de modo que
Eregion se volvió mucho más fuerte y Khazad-dûm mucho más hermosa que lo que
hubieran llegado a ser por sí mismas.
La construcción de la ciudad principal de
Eregion, Ost-in-Edhil [Fortaleza de los Eldar],
comenzó aproximadamente en el año 750 de la Segunda Edad [la fecha que la Cuenta de los Años asigna a la fundación de Eregion
por los noldor].
VIII.LOS REYES DE NÚMENOR HASTA TAR-ELENDIL
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA
MEDIA
Nació en el año 61 de la Segunda Edad y murió
en el 471. Se le dio el nombre de Nólimon porque sobre todas las cosas
amaba las historias antiguas que recogía de elfos y de hombres. Cuando Elros
partió, él tenía 381 años, y no ocupó el trono, y cedió el cetro a su hijo. Se
lo considera, no obstante, el segundo de los reyes, como si hubiera reinado un
año. Fue costumbre en adelante hasta los días de Tar-Atanamir que el rey
pudiese ceder el cetro a su sucesor antes de morir; y los reyes morían
voluntariamente, todavía en pleno vigor mental. Tuvo cuatro hijos: Amandil,
Vardilmë (hija), Aulendil y Nolondil.
III.
Tar-Amandil
Era el hijo de Vardamir Nólimon y nació el año
192. Gobernó 148 años y cedió el cetro en 590; murió en el año 603. Fue
realmente el segundo de los reyes, debido a que su padre había decidido no
ascender al trono. Su nombre quiere decir amigo
de Aman. Tar-Amandil tuvo dos hijos, Elendil y Eärendur, y una hija,
Mairen.
IV.
Tar-Elendil
Fue hijo de Tar-Amandil y nació en el año 350.
Gobernó ciento cincuenta años y cedió el cetro en 740; murió en 751. Se lo
llamó también Parmaitë, pues de su propia mano compuso muchos libros y
leyendas con las historias recogidas por su abuelo. Se casó a edad avanzada, y
su vástago mayor fue una niña, Silmariën, nacida en el año 521‚ y se casó con
Elatan de Andúnië, cuyo hijo fue Valandil. De Valandil provinieron los señores
de Andúnië, de los cuales el último fue Amandil, padre de Elendil el de Alta
Talla, que fue a la Tierra Media después de la Caída. Durante el reinado de
Tar-Elendil los barcos de los númenóreanos llegaron por primera vez a la Tierra
Media. Su segunda hija, Isilmë, nació en el 532 y su hijo, Meneldur en el año
543, el cual debido a la ley por la cual una mujer no podía ascender al trono,
se convertiría en el siguiente rey de Númenor.
Silmariën por Alan Lee
IX.DE ALDARION Y ERENDIS
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
LA LLEGADA DE LOS NÚMENÓREANOS A LA TIERRA MEDIA
Nota de Christopher Tolkien a la historia de Aldarion
y Erendis:
En un ensayo filológico posterior hay una descripción del primer
encuentro de los númenóreanos con los hombres de Eriador por ese entonces:
«Habían transcurrido seiscientos años desde la partida de los
sobrevivientes de los atani [edain] por mar hacia Númenor, cuando un
barco vino otra vez del este a la Tierra Media y recorrió el golfo de Lhûn. El
capitán y los marineros fueron bien recibidos por Gil-galad; y así empezó la
amistad y la alianza entre Númenor y los eldar de Lindon. La noticia cundió de
prisa y los hombres de Eriador se asombraron. Aunque en la Primera Edad habían
vivido en el este, habían oído rumores de la terrible guerra “más allá de
las montañas del oeste” [es decir, Ered Luin]; pero en las
tradiciones de Eriador no se conservó una clara historia de estos
acontecimientos, y creían que todos los hombres que vivían en las tierras de
más allá habían sido destruidos o se habían ahogado en los grandes tumultos del
fuego y la invasión de los mares. Pero como se decía todavía entre ellos que en
un pasado inmemorial habían estado emparentados con esos hombres, enviaron
mensajeros a Gil-galad pidiendo autorización para ver a los marineros “que
habían retornado de la muerte en las profundidades del mar”. Así fue que
hubo un encuentro entre ellos en las colinas de la Torre; y a ese encuentro con
los númenóreanos sólo doce asistieron de los hombres de Eriador, hombres de
elevado corazón y coraje, pues la mayor parte de la gente temía que los recién
llegados fueran peligrosos espíritus de los muertos. Pero cuando vieron a los
marineros, ya no tuvieron miedo, aunque por un momento guardaron un silencio
reverente; porque, aunque ellos mismos eran considerados hombres fuertes y
poderosos, los marineros parecían más señores élficos que hombres mortales en
porte y atuendo. No obstante, no tuvieron duda alguna acerca de su antiguo
parentesco; y de igual modo, los marineros contemplaron con complacida sorpresa
a los hombres de la Tierra Media, porque se creía en Númenor que los hombres
dejados atrás descendían de los malvados que Morgoth había convocado desde el
este en los últimos días de la guerra. Pero en cambio contemplaban caras libres
de la Sombra, y hombres que podrían haberse paseado en Númenor sin que nadie
los creyera forasteros, salvo por sus ropas y sus armas. Entonces, súbitamente,
rompiendo el silencio tanto los númenóreanos como los hombres de Eriador se
saludaron con palabras de homenaje y bienvenida en sus propias lenguas, como si
les hablaran a amigos y parientes después de una larga separación. En un
principio se sintieron desilusionados pues ninguna de las partes podía entender
a la otra; pero cuando se unieron en amistad, descubrieron que compartían
muchas palabras todavía claramente inteligibles, y otras que era posible
comprender con atención, y lograron mantener conversaciones vacilantes sobre
asuntos sencillos».
En otra parte del ensayo se explica que estos hombres vivían
alrededor del lago Evendim, en las quebradas del norte y las colinas de los
Vientos, y en las tierras intermedias hasta el Brandivino y aunque a menudo lo
cruzaban hacia el oeste, no vivían allí. tenían relaciones amistosas con los
elfos, aunque sentían por ellos un respeto venerable; y temían al mar y no
querían mirarlo. Parece que en sus orígenes eran hombres de la misma cepa de
los pueblos de Bëor y Hador, pero que no habían franqueado las montañas Azules
para ir a Beleriand durante la Primera Edad.
LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA
AKALLABETH
Entonces los hombres de la Tierra Media
encontraron consuelo, y aquí y allí, en las costas occidentales, los bosques
deshabitados retrocedieron, y los hombres se sacudieron el yugo de los vástagos
de Morgoth y olvidaron el terror a las tinieblas. Y reverenciaron la memoria de
los altos reyes del mar, y cuando hubieron partido, los llamaron dioses
con la esperanza de que regresaran; porque por aquel tiempo los númenóreanos
nunca se demoraban mucho en la Tierra Media, ni edificaban allí habitación
propia. Por fuerza tenían que navegar hacia el este, pero sus corazones se
volvían siempre hacia el oeste.
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
LA HISTORIA DE ALDARION Y ERENDIS
LOS VIAJES DE ALDARION
(..)Meneldur era el hijo de Tar-Elendil, el cuarto rey de Númenor.
Era el tercero de la prole del rey, porque tenía dos hermanas mayores llamadas
Silmariën e Isilmë. La mayor estaba casada con Elatan de Andúnië, y su hijo era
Valandil, señor de Andúnië, de quien procedió mucho después el linaje de los reyes
de Gondor y Arnor en la Tierra Media.
Meneldur era hombre de ánimo gentil, nada orgulloso, que prefería
los ejercicios del pensamiento a los del cuerpo. Amaba profundamente la tierra
de Númenor y todas las cosas que había en ella, pero no hacía ningún caso del mar
circundante, porque su mente miraba más allá de la Tierra Media: estaba
enamorado de las estrellas y de los cielos. Estudiaba todas las tradiciones de
los eldar y los edain acerca de Eä y las profundidades que rodean el Reino de
Arda, y se deleitaba sobre todo en la contemplación de las estrellas. Levantó
una torre en las Forostar (la región del extremo septentrional de la isla),
donde los aires eran más claros, y por la noche escrutaba el firmamento y
observaba todos los movimientos de las luces que pueblan el cielo.
Cuando Meneldur recibió el cetro, abandonó, como le era forzoso,
las Forostar, y vivió en la gran casa de los reyes en Armenelos. Fue un rey
bondadoso y sabio, aunque nunca dejó de echar en falta los días en que podía
aprender algo nuevo de los conocimientos celestes. La esposa de Meneldur era
una mujer de gran belleza, de nombre Almarian. Era hija de Vëantur, capitán de
las embarcaciones del rey en los días de Tar-Elendil; y aunque no amaba el mar
y los barcos más que la mayor parte de las mujeres del país, su hijo se
asemejaba más a Vëantur, el padre de ella, que a Meneldur, su propio padre.
El hijo de Meneldur y Almarian era Anardil, que alcanzó después
renombre entre los reyes de Númenor como Tar-Aldarion. Tenía dos hermanas
menores que él: Ailinel y Almiel, de las cuales la mayor se casó con Orchaldor,
descendiente de la casa de Hador, hijo de Hatholdir, que era además íntimo
amigo de Meneldur; y el hijo de Orchaldor y Ailinel era Soronto, que tiene
intervención posterior en la historia.
Aldarion, porque así se lo llama en todos los relatos, no tardó en
convertirse en un hombre de gran estatura, fuerte y vigoroso de mente y de
cuerpo, de cabellos dorados como su madre, pronto para la risa y generoso, pero
más orgulloso que su padre y más inclinado a hacer su propia voluntad. Desde un
principio amó el mar, y tenía afición al arte de la fabricación de barcos. No
le atraía el país del norte, y cuando el padre se lo permitía se pasaba todo el
tiempo en las costas del mar, especialmente cerca de Rómenna, donde se
encontraban el puerto principal de Númenor, el más grande astillero y los más
hábiles carpinteros de barcos. El padre no le estorbó esta afición durante
muchos años, complacido en que Aldarion hubiera encontrado cómo ejercitar su
vigor, y trabajo para su mente y su mano.
Aldarion era muy querido de Vëantur, el padre de su madre, y se
quedaba a menudo en la casa de Vëantur, en la orilla austral del estuario de
Rómenna. Esa casa tenía su propio muelle, en el que había anclados muchos
pequeños barcos, pues Vëantur nunca viajaba por tierra si podía hacerlo por
mar; y allí, de niño, aprendió Aldarion a remar, y más adelante a manejar las
velas. Y era todavía muy joven cuando ya capitaneaba un barco de muchos
tripulantes y navegaba de puerto a puerto.
Sucedió una vez que Vëantur dijo a su nieto: —Anardilya, se
acerca la primavera y también el día de tu edad de hombre (porque ese abril
Aldarion cumpliría veinticinco años). Tengo en mente un modo de celebrarlo de
manera adecuada. Mucho más considerable es el peso de mis propios años y no
creo que vaya a tener muchas veces el ánimo de abandonar mi hermosa casa y las
bendecidas costas de Númenor; pero al menos quiero recorrer otra vez el Gran
Mar y enfrentar el viento del norte y el este. Este año me acompañarás e iremos
a Mithlond y veremos las altas montañas Azules de la Tierra Media, y a sus pies
la verde tierra de los eldar. Una cálida bienvenida recibirás de Círdan el carpintero
de barcos y del rey Gil-galad. Habla de esto con tu padre.
Cuando Aldarion habló de esta aventura, y pidió licencia para
partir no bien los vientos de primavera fueran favorables, no se sintió
Meneldur inclinado a concederla. Tuvo un escalofrío, como si su corazón
adivinara que más había en eso de lo que su mente era capaz de prever. Pero cuando
vio la cara ansiosa de su hijo, no dejó entrever nada. —Haz lo que tu corazón
te dicte, onya—dijo—. Te echaré mucho
en falta; pero con Vëantur como capitán y la gracia de los valar, viviré en la
esperanza de tu retorno. Pero no te enamores de las Grandes Tierras, pues un
día serás rey y padre de esta isla.
Así fue que una mañana de bello sol y claro viento, en la
brillante primavera del año setecientos veinticinco de la Segunda Edad, el hijo
del heredero del rey de Númenor se hizo a la mar desde tierra; y antes que el
día acabara, la vio hundirse resplandeciente en el mar, y último de todos el
pico del Meneltarma, como un dedo oscuro sobre la caída de la tarde.
Se dice que el mismo Aldarion escribió crónicas de todos sus
viajes a la Tierra Media, y se preservaron largo tiempo en Rómenna, aunque
después se perdieron. De este primer viaje poco se sabe, salvo que trabó
amistad con Círdan y Gil-galad, y recorrió Lindon y el oeste de Eriador, y se
maravilló de todo lo que veía. No regresó durante más de dos años, y Melendur
se sentía sumamente intranquilo. Se dice que retrasó la vuelta porque quiso
aprender todo lo que pudiera de Círdan, tanto de la construcción y la
administración de navíos, como del levantamiento de muros que contuviesen el
hambre del mar.
Hubo gran alegría en Rómenna y Armenelos cuando los hombres vieron
el gran barco Númerrámar (que
significa «Alas del Oeste») adelantarse sobre las olas con velas
doradas, enrojecidas en el sol poniente. El verano había terminado y la Eruhantalë estaba cerca. Le pareció a
Meneldur, cuando dio la bienvenida a su hijo en casa de Vëantur, que había
crecido en estatura y que sus ojos eran más brillantes; pero miraba a lo lejos.
Aldarion
regresa de su primer viaje por Ted Nasmith
—¿Qué viste, onya, en
tus largos viajes, que prevalece ahora en tu memoria?
Pero Aldarion, que miraba al este hacia la noche, guardó silencio.
Por fin respondió, pero en voz baja, como quien se habla a sí mismo: —¿El bello
pueblo de los elfos? ¿Las verdes costas? ¿Las montañas coronadas de nubes? ¿Las
regiones de nieblas y de sombras más allá de toda conjetura? No lo sé—. Calló,
y Meneldur supo que no había dicho todo. Porque Aldarion se había enamorado del
Gran Mar y de un barco solitario que navegara lejos de la tierra, llevado por
vientos de garganta espumosa hacia costas y puertos insospechados; y este amor
y este deseo no los abandonaría nunca hasta el fin de su vida.
Vëantur no volvió a alejarse de Númenor; pero regaló la Númerrámar a Aldarion. A los tres años,
Aldarion pidió licencia para partir otra vez y se dirigió a Lindon. Estuvo tres
años ausente; y no mucho después emprendió otro viaje que duró cuatro años,
porque se dice que ya no le contentaba navegar a Mithlond, y que empezó a
explorar las costas hacia el sur, más allá de las desembocaduras del Baranduin
y el Gwathló y el Angren, y bordeó el cabo oscuro de Ras Morthil y vio la gran
bahía de Belfalas, y las montañas del país de Amroth donde viven todavía los elfos
nandor.
Cuando ya tenía treinta y nueve años, Aldarion regresó a Númenor
trayendo regalos de Gil-galad a su padre; porque al año siguiente, como por
largo tiempo lo había proclamado, Tar-Elendil cedió el cetro en favor de su
hijo, y Tar-Meneldur se convirtió en rey. Entonces Aldarion decidió quedarse
allí un tiempo para consuelo de su padre; y en esos días llevó a la práctica
los conocimientos que había obtenido de Círdan sobre la construcción de navíos,
concibiendo muchas cosas nuevas de su propia cosecha, y también puso hombres a
trabajar en la mejora de puertos y de muelles, porque sólo quería construir barcos
cada vez más grandes.
ALDARION Y ERENDIS
Pero la nostalgia del mar lo asaltó de nuevo, y partió una y otra
vez de Númenor; y su mente concebía ahora aventuras que no podían alcanzarse
con un solo barco. Por tanto, creó el gremio de aventureros, que tuvo después
mucho renombre; a esa hermandad se unieron los más audaces y los más ansiosos
marineros, y aún los jóvenes de las regiones internas de Númenor intentaban que
se los admitiera en la hermandad, y a Aldarion lo llamaron el gran capitán.
En ese tiempo, puesto que no tenía inclinación a vivir en tierra en Armenelos,
hizo construir un barco que le sirviera de morada; y por tanto lo llamó Eämbar; y en ocasiones iba en él de un
puerto de Númenor a otro, aunque la mayor parte del tiempo permanecía anclado
en Tol Uinen: una pequeña isla en la bahía de Rómenna que fuera puesta allí por
Uinen, la Señora de los Mares. En Eämbar estaba la sede de los aventureros, y
allí se guardaban las crónicas de los grandes viajes; porque Tar-Meneldur
miraba con frialdad las empresas de su hijo y no le gustaba escuchar la
historia de sus viajes, pues creía que sembraba las semillas de la inquietud y
del deseo de posesión de otras tierras.
Rómenna por Alan Lee
En ese tiempo, Aldarion se apartó de su padre, y dejó de hablar
francamente de sus designios y deseos; pero Almarian, la reina, lo apoyaba en
todo cuanto hacía, y Meneldur tuvo que tolerar por fuerza que las cosas
siguieran su curso. Porque los aventureros aumentaban en número y también en la
estima de los hombres, y los llamaban Uinendili,
los enamorados de Uinen; y no fue ya fácil reprochar o estorbar a su capitán.
Los barcos de los númenóreanos se hicieron cada vez más grandes y de mayor
calado en esos días, hasta que pudieron emprender largos viajes llevando a
muchos hombres y vastos cargamentos; y Aldarion a menudo estaba largo tiempo
ausente de Númenor. Tar-Meneldur siempre se oponía a su hijo y restringió la
tala de árboles en Númenor destinados a la construcción de barcos; y se le
ocurrió entonces a Aldarion encontrar madera en la Tierra Media y buscar allí
un puerto para la reparación de sus barcos. En sus viajes a lo largo de las
costas contemplaba con maravilla los grandes bosques; y en la desembocadura del
río que los númenóreanos llamaron Gwathir, el río de la Sombra, fundó
Vinyalondë, el Puerto Nuevo.
Pero cuando casi habían transcurrido ochocientos años desde el
comienzo de la Segunda Edad, Tar-Meneldur ordenó a su hijo que permaneciera en
Númenor e interrumpiera por un tiempo sus viajes hacia el este; porque deseaba
proclamar a Aldarion heredero del rey, como lo habían hecho siempre los reyes
anteriores, cuando el heredero alcanzaba esa edad. Entonces Meneldur y su hijo
se reconciliaron, y hubo paz entre ellos; y entre fiestas y celebraciones, a
los cien años de edad, Aldarion fue proclamado heredero, y recibió de su padre
el título y poder de señor de los barcos y puertos de Númenor. A los festejos
de Armenelos fue un tal Beregar, que vivía al oeste de la isla, y con él iba su
hija Erendis. Allí la reina Almarian advirtió la belleza de Erendis, una
belleza que rara vez se veía en Númenor; porque Beregar provenía de la casa de
Bëor por una antigua ascendencia, aunque no pertenecía al linaje real de Elros,
y Erendis tenía cabellos oscuros, una graciosa esbeltez, y los claros ojos
grises de su familia. Pero Erendis vio a Aldarion, cuando éste pasó cabalgando,
y la belleza y esplendor de su porte le impidieron que mirara alguna otra cosa.
Luego Erendis se incorporó al séquito de la reina y ganó también el favor del rey;
pero apenas veía a Aldarion, a quien preocupaba que un día llegara a faltar la
madera en Númenor. Antes de que transcurriera mucho tiempo, los marineros del gremio
de aventureros empezaron a inquietarse, pues les disgustaba viajar más brevemente
y más raras veces al mando de capitanes menores; y cuando hubieron pasado seis
años desde la proclamación del heredero del rey, Aldarion decidió navegar una
vez más a la Tierra Media. Sólo a regañadientes obtuvo la licencia del rey,
quien pretendía que se quedara en Númenor y buscara esposa; y se hizo a la mar
en la primavera de ese año. Pero al ir a despedirse de su madre, vio a Erendis
en medio del séquito de la reina; y al mirar su belleza, adivinó la fuerza que
ella ocultaba.
Entonces Almarian le dijo: —¿Es preciso que partas otra vez,
Aldarion, hijo mío? ¿No hay nada que te retenga en la más bella de las tierras
mortales?
—No todavía—respondió él—; pero hay cosas más bellas en Armenelos
que las que puedan encontrarse en otros sitios, aún en las tierras de los eldar.
Pero los marineros son gente desgarrada, siempre en guerra con ellos mismos; y
el deseo del mar todavía me urge.
Erendis creyó que esas palabras habían sido pronunciadas también
para sus oídos; y desde ese momento el corazón se le volcó en favor de
Aldarion, aunque no con esperanzas. En esos días no era necesario, por ley o
por costumbre, que los de la casa real, aún el heredero del rey, tuvieran que
casarse sólo con los descendientes de Elros Tar-Minyatur; pero Erendis pensaba
que la posición de Aldarion era demasiado alta. Sin embargo, nunca en adelante
miro con interés a ningún otro hombre, y disuadía a quienes la pretendían.
Siete años transcurrieron antes que Aldarion regresara trayendo
consigo plata y oro; y habló con su padre de sus viajes y peripecias. Pero
Meneldur dijo:
—Habría preferido tenerte a mi lado a cualquier noticia o regalo
de las Tierras Oscuras. Eso incumbe a los mercaderes o exploradores, no al heredero
del rey. ¿De qué nos sirve el oro y la plata sino para sustituir con orgullo lo
que igual serviría? Lo que la casa del rey necesita es un hombre que conozca y
ame la tierra y el pueblo que ha de gobernar.
—¿No estudio yo a los hombres todos los días de mi vida?—dijo
Aldarion—. Puedo conducirlos y gobernarlos a voluntad.
—Di más bien a algunos hombres, a los que son de tu mismo temple—respondió
el rey—. Hay también mujeres en Númenor, apenas más escasas que los hombres; y
salvo tu madre, a la que sí puedes conducir a voluntad, ¿qué sabes de ellas? No
obstante, un día tendrás que casarte.
—¡Un día!—dijo Aldarion—. Pero no antes de que quiera hacerlo; y
aún más tarde si alguien pretendiera empujarme al matrimonio. Otras cosas tengo
que hacer que me parecen más urgentes, y más necesarias. «Fría es la vida de
la mujer de un navegante»; y el navegante decidido y que no está atado a la
costa, va más lejos y aprende mejor a vérselas con el mar.
—Más lejos, pero no con mayor provecho—dijo Meneldur—. Y tú no «te
las ves con el mar». ¿Olvidas que los edain vivimos aquí por gracia de los
Señores del Occidente, que Uinen nos ayuda, que Ossë se contiene para
favorecernos? Nuestros barcos están protegidos, y otras manos los guían, que no
las nuestras. No seas tan orgulloso o nos abandonará la gracia; y no presumas
que alcanzará a los que se arriesgan sin necesidad sobre las rocas de costas
extrañas o en las tierras de hombres oscuros.
—¿De qué sirve entonces la gracia otorgada a nuestros barcos—dijo
Aldarion—si no han de navegar hacia costa alguna, ni han de buscar nada no
visto antes?
Ya no habló con su padre de esos asuntos, y desde entonces se pasó
los días a bordo del barco Eämbar en compañía de los aventureros, y en la
construcción del navío más grande que se hubiera conocido nunca: a ese navío lo
llamó Palarran, el Errante Lejano. No
obstante, ahora se encontraba frecuentemente con Erendis (y era así por
designio de la reina); y el rey, al enterarse de estos encuentros, se preocupó,
aunque no se sintió disgustado. —Mejor sería curar a Aldarion de su inquietud—dijo—antes
de que gane el corazón de alguna mujer.
—Pero, ¿cómo curarlo entonces sino por el amor?—dijo la reina.
—Erendis es joven todavía—dijo Meneldur.
Pero la reina respondió: —El linaje de Erendis no es de vida tan
larga como la que se les concede a los descendientes de Elros; y el corazón de
ella ya tiene dueño.
Ahora bien, cuando el gran barco Palarran estuvo terminado, Aldarion quiso partir
otra vez. Entonces Meneldur se encolerizó, aunque, persuadido por la reina, no
recurrió al poder real para retenerlo. Ha de acotarse aquí que era costumbre en
Númenor que cuando un barco partía por el Gran Mar a la Tierra Media, una musa
casi siempre de la parentela del capitán, colocara en la proa del navío la rama
verde del retorno; y se la cortaba del árbol oiolairë, que significa «verano eterno», que los eldar
dieran a los númenóreanos, diciendo que ellos la ponían en sus propios barcos
en señal de amistad con Ossë y Uinen. Las hojas de ese árbol eran siempre
verdes, lustrosas y fragantes; y medraban en el aire del mar. Pero Meneldur
prohibió que la reina y las hermanas de Aldarion llevaran la rama de oiolairë a Rómenna, donde se encontraba
el Palarran, diciendo que le
negaba la bendición a su hijo, que partía en contra de su voluntad; y entonces
Aldarion dijo: —Si he de partir sin bendición ni rama, así lo haré.
Entonces la reina se sintió apenada; pero Erendis le dijo: —Tarinya,
si cortáis la rama del árbol de los elfos, yo la llevaré al puerto; porque
el rey no ha prohibido que yo lo haga.
A los marineros les parecía mala señal que el capitán debiera
partir de ese modo; pero cuando todo estuvo dispuesto, y los hombres se
preparaban para levar anclas, Erendis llegó allí, aunque poco le gustaban el
ruido y la agitación del gran puerto y el graznido de las gaviotas. Aldarion la
saludó con asombro y alegría; y ella dijo: —He traído la rama del retorno,
señor: de parte de la reina.
—¿De parte de la reina?—preguntó Aldarion con tono alterado.
Aldarion parte de Númenor por Alan Lee
—Sí, señor—dijo ella—; pero le pedí licencia para traerla yo
misma. Otros además de vuestra parentela se alegrarán de vuestro regreso; ¡y
que volváis pronto!
En esa ocasión miró Aldarion a Erendis por primera vez con amor; y
largo tiempo se quedó a popa mirando atrás mientras el Palarran se adentraba en el mar. Se dice que se
apresuró a regresar y estuvo ausente menos tiempo que el planeado; y al volver
trajo regalos para la reina y para las damas de su comitiva, pero el más rico
regalo lo trajo para Erendis, y era un diamante. Fríos fueron los saludos
intercambiados entre el rey y su hijo; y Meneldur le reprochó que dar semejante
regalo era impropio para el heredero del rey, a no ser que fuera un regalo de
compromiso, y exigió que Aldarion pusiera en claro sus intenciones.
—En gratitud lo traje—dijo él—por un corazón cálido en medio de la
frialdad de otros.
—Puede que los corazones fríos que van y
vienen no animen a los otros a que den calor—dijo Meneldur; y una vez más instó
a Aldarion a que pensara en el matrimonio, aunque no habló de Erendis. Pero
Aldarion no quiso escucharlo, pues siempre cuando la gente más quería influir
en él, más se oponía; y tratando ahora a Erendis con mayor frialdad. se decidió
a abandonar Númenor y continuar sus proyectos en Vinyalondë. La vida en tierra
le era tediosa, pues a bordo de su barco no estaba sometido a ninguna voluntad
ajena, y los aventureros que lo acompañaban no conocían más que el amor y la
admiración por el gran capitán. Pero ahora Meneldur prohibió que partiera; y
Aldarion, antes de que el invierno hubiera acabado por completo, se hizo a la
mar con una flota de siete navíos y la mayor parte de los aventureros,
desafiando al rey. La reina no se atrevió a enfrentar la cólera de Meneldur;
pero por la noche una mujer envuelta en una capa fue al puerto con una rama y
la puso en manos de Aldarion diciendo: —Esto viene de parte de la señora de las
Tierras del Oeste (porque ése era el nombre que daban a Erendis)—y desapareció
en la oscuridad.
Ante la abierta rebeldía de Aldarion, el rey le quitó los poderes
que le había concedido, como señor de las naves y los puertos de Númenor; e
hizo que se cerrara el gremio de los aventureros en Eämbar, y que se clausuraran los astilleros de Rómenna, y prohibió
la tala de árboles para la construcción de barcos. Cinco años transcurrieron; y
Aldarion regresó con nueve barcos, porque dos habían sido construidos en
Vinyalondë, y estaban cargados de maderas preciosas cortadas en los bosques
costeros de la Tierra Media. La cólera de Aldarion fue grande cuando se enteró
de lo que habían hecho; y a su padre le dijo: —Si no soy bienvenido en Númenor,
y no hay trabajo para mis manos y mis barcos no pueden ser reparados en sus
puertos, me iré otra vez y muy pronto; porque los vientos han sido rudos, y
necesito reparar mis averías. ¿No tiene el hijo del rey otra cosa que hacer más
que examinar las caras de las mujeres en busca de una esposa? Emprendí el
trabajo de la silvicultura y he sido prudente en él; habrá más madera en
Númenor antes del fin de mis días que hoy bajo tu cetro. —Y fiel a su palabra,
Aldarion partió otra vez ese mismo año con tres barcos y los más audaces de los
aventureros, y se fueron sin bendiciones ni ramas; porque Meneldur prohibió que
las mujeres de su casa y las de los aventureros se acercaran a los muelles, e
implantó una guardia alrededor de Rómenna.
En ese viaje Aldarion estuvo tanto tiempo ausente que la gente
empezó a temer por él; y el mismo Meneldur estaba intranquilo a pesar de la
gracia de los valar, que había protegido siempre los barcos de Númenor. Cuando
habían transcurrido diez años desde la partida, Erendis por fin desesperó, y
creyendo que había ocurrido algún desastre o que Aldarion había decidido
quedarse en la Tierra Media, y también para escapar al asedio de los
pretendientes, pidió licencia a la reina, y dejando Armenelos volvió a las
Tierras del Oeste. Pero al cabo de otros cuatro años, Aldarion regresó por fin,
y sus barcos habían sido castigados y maltratados por los mares. Había navegado
primero hasta el puerto de Vinyalondë, y desde allí había emprendido un gran
viaje a lo largo de la costa, hacia el sur, mucho más allá de sitio alguno
alcanzado todavía por los barcos númenóreanos; pero al volver hacia el norte se
topó con vientos contrarios y grandes tormentas, y escapando apenas del naufragio
en el Harad, encontró Vinyalondë barrido por el mar y saqueado por hombres
hostiles. Tres veces altos vientos venidos del oeste le impidieron que cruzara
el Gran Mar, y su propio barco fue alcanzado por el rayo y desarbolado; y sólo
con trabajo y fatiga en las aguas profundas logró al fin volver a puerto en
Númenor. Muy grande fue el consuelo de Meneldur cuando volvió Aldarion; pero lo
reprendió que se hubiera rebelado contra su rey y su padre y abandonara la
protección de los valar, arriesgando que la ira de Ossë despertara y se
volviera no sólo contra él sino también contra los hombres fieles que lo
acompañaban. Entonces Aldarion enmendó su temple, y recibió el perdón de
Meneldur, que le restituyó el señorío de las naves y los puertos y le concedió además
el título de amo de los bosques.
Aldarion lamentó que Erendis se hubiera marchado de Armenelos,
pero era demasiado orgulloso para ir a buscarla; y en verdad no podía hacerlo,
salvo para pedirla en matrimonio, y aún no estaba dispuesto a someterse. Trató
de reparar el abandono en que habían caído tantas cosas durante su larga
ausencia, porque había estado fuera casi veinte años; y en ese tiempo llevó a
cabo grandes trabajos en los puertos, especialmente en Rómenna. Comprobó que se
habían derribado muchos árboles para hacer casas y otras cosas, pero no habían
pensado en el futuro, y poco habían plantado para reemplazar lo que faltaba; y
viajó por Númenor de un extremo a otro examinando él mismo el estado de los
bosques en pie.
Cabalgando un día por los bosques de las Tierras del Oeste vio a
una mujer de cabellos oscuros que flotaban al viento, embozada en una capa
verde abrochada al cuello con una joya brillante; y la tomó por una de los eldar
que iban a veces a esas partes de la isla. Pero ella se aproximó y él vio que
era Erendis, y que la joya era la que él le había dado; entonces conoció de
súbito el amor que tenía por ella, y sintió el vacío de sus días. Erendis,
palideció al verlo y quiso alejarse a la carrera, pero él fue demasiado veloz y
le dijo: —¡Bien merezco que huyas de mí, que he huido tanto y tan lejos! Pero
ahora perdóname y quédate. —Entonces cabalgaron juntos a la casa de Beregar, el padre de ella, y allí Aldarion
expuso claramente su deseo de comprometerse con Erendis; pero ahora Erendis se
mostró renuente, aunque de acuerdo con las costumbres y la vida de su pueblo
era ya tiempo de que se casase. El amor que sentía por él no había disminuido,
y tampoco se negaba por coquetería; pero temía ahora que en la batalla que se
libraría entre ella y el mar por la posesión de Aldarion, no saliera vencedora.
Pero para Erendis era todo o nada, y no cedía con facilidad; y temerosa del mar
y culpando a todos los barcos de la tala de árboles, decidió que tendría que
infligir al mar una derrota definitiva o ella misma sería derrotada.
Pero Aldarion cortejó a Erendis con asiduidad, y dondequiera ella
iba, iba también él; descuidó los puertos y los astilleros y todos los asuntos
del gremio de aventureros; no derribó árboles y se dedicó sólo a plantarlos, y
tuvo más alegría en esos días que en cualquier otro día de antes, aunque no lo
supo hasta que miró atrás cuando ya la vejez había empezado. Por fin intentó
persuadir a Erendis para que navegara con él en un viaje alrededor de la isla
en el barco Eämbar; porque habían
transcurrido cien años desde que Aldarion fundara el gremio de aventureros, y
habría festejos en todos los puertos de Númenor. A esto consintió Erendis,
ocultando su disgusto y su temor; y partieron desde Rómenna y llegaron a
Andúnië en el oeste de la isla. Allí Valandil, señor de Andúnië y pariente
cercano de Aldarion, celebraba una gran fiesta; y en esa fiesta bebió a la
salud de Erendis llamándola Uinéniel, hija
de Uinen, la nueva señora del mar. Pero Erendis, que estaba sentada al lado de
la esposa de Valandil, dijo en voz alta: —¡No me llaméis así! No soy hija de
Uinen: ella es más bien mi enemiga.
Al cabo de un tiempo, la duda asaltó otra vez a Erendis, porque
Aldarion volvió a pensar en las obras de Rómenna y se dedicó a levantar grandes
rompeolas y construir una torre en Tol Uinen: Calmindon, la Torre de la Luz. Pero cuando esos trabajos
concluyeron, Aldarion volvió a Erendis y le pidió que se casara con él; no
obstante, ella se disculpó diciendo: —He viajado con vos en barco, señor. Antes
que os dé mi respuesta, ¿no viajaréis conmigo en tierra a los sitios que amo?
Conocéis muy poco de este país para alguien que ha de ser rey. —Por tanto,
partieron juntos y llegaron a Emerië, donde el viento mecía los prados de
hierba, y pastoreaban las ovejas de Númenor; y vieron las casas blancas de los
granjeros y de los pastores, y oyeron el balido de los rebaños.
Allí Erendis habló a Aldarion y le dijo: —¡Aquí estaría yo en paz!
—Viviréis donde queráis como esposa del heredero del rey—dijo
Aldarion—. Y como reina en muchas hermosas casas, según vuestros deseos.
—Cuando seáis rey, seré vieja—dijo Erendis—. ¿Dónde vivirá
entretanto el heredero del rey?
—Con su esposa—le dijo Aldarion—cuando sus trabajos se lo
permitan, si ella no pudiera compartirlos.
—Yo no he de compartir mi esposo con la Señora Uinen—dijo Erendis.
—Eso es hablar retorcido—replicó Aldarion—. Igualmente podría yo
decir que no quiero compartir mi esposa con el Señor Oromë de los Bosques
porque ella ama los árboles que crecen en el descampado.
—Por cierto que no—dijo Erendis—, porque talarías cualquier bosque
como regalo para Uinen, si se os ocurre.
—Nombrad el árbol que améis y se mantendrá en pie hasta morir.
—Amo todo lo que crece en esta isla—respondió Erendis.
Entonces siguieron cabalgando largo rato en silencio; y después de
ese día se separaron, y Erendis volvió a la casa de su padre. A él no le dijo
nada, pero a su madre Núneth le contó las palabras que había habido entre ella
y Aldarion.
—Todo o nada, Erendis—dijo Núneth—. Así eras de niña. Pero amas a
ese hombre, y es un gran hombre, aparte del rango que ocupa; y no destruirás en
ti el amor que le tienes sin hacerte mucho daño. Una mujer ha de compartir el
amor de su marido con su trabajo y el fuego que la habita, o bien convertirlo
en algo poco digno de amor. Pero dudo que entiendas alguna vez tal consejo. Lo
deploro, sin embargo, porque ya es tiempo de que estuvieras casada; y habiendo
dado al mundo una hermosa hija, había concebido esperanzas de que me dieras
hermosos nietos; tampoco me desagradaría que fueran criados en casa del rey.
Este consejo no conmovió por cierto la mente de Erendis; no
obstante, comprobó que el corazón no le obedecía, y que sus días estaban
vacíos: más vacíos que en los tiempos en que Aldarion estaba ausente. Porque él
residía todavía en Númenor, y sin embargo pasaban los días, y él no volvió
nunca más al oeste.
Ahora bien, Almarian, la reina, enterada por Núneth de lo
ocurrido, y temiendo que Aldarion buscara consuelo en nuevos viajes (porque
hacía ya mucho que estaba en tierra), envió un mensaje a Erendis diciéndole que
volviera a Armenelos; y Erendis, instada por Núneth y por su propio corazón,
hizo lo que se le pedía. Allí se reconcilió con Aldarion; y en la primavera de
ese año, cuando había llegado el tiempo de la Erukyermë, ascendieron con la comitiva del rey a la cima del
Meneltarma, que era el monte sagrado de los númenóreanos. Cuando todos hubieron
bajado otra vez, Aldarion y Erendis se demoraron en la cima; y miraron allá
abajo la isla de Oesternesse verde en primavera, y contemplaron el resplandor
de la Luz en el Oeste, donde se encontraba la lejana Avallónë, y las sombras en
el este sobre el Gran Mar; y el Menel se levantaba azul sobre ellos. No
hablaron, porque nadie, salvo sólo el rey, hablaba en la altura del Meneltarma;
pero cuando descendieron, Erendis se detuvo un momento mirando hacia Emerië, y
más allá, hacia los bosques de su patria.
—¿No amáis la Yôzâyan?—preguntó.
—La amo, por cierto—contestó él—, aunque creo que vos lo ponéis en
duda. Porque pienso también en lo que puede ser en tiempos por venir, y en la
esperanza y el esplendor de su pueblo; y creo que un regalo no ha de mantenerse
ocioso en el tesoro.
Pero Erendis lo contradijo diciendo: —Regalos como los que vienen
de los valar y, por mediación de ellos, del Único, han de amarse por sí mismos
ahora y en todos los ahoras. No han de darse en trueque para obtener más o algo
mejor. Los edain siguen siendo hombres mortales, Aldarion, por más ilustres que
parezcan, y no podemos vivir en el tiempo por venir, no sea que perdamos éste
ahora por un fantasma de nuestra propia invención. —Y tomando bruscamente la
joya que llevaba en la garganta, le preguntó: —¿Querrías que vendiera esto para
comprarme otros bienes que deseo?
—¡No!—dijo él—. Pero no lo tienes guardado en el tesoro. Sin
embargo, creo que lo estimas demasiado; porque desluce junto a la luz de tus
ojos.
Entonces le besó los ojos y en ese momento ella dejo de tener
miedo y lo aceptó; y se dieron palabra de matrimonio en el sendero empinado del
Meneltarma.
Entonces volvieron a Armenelos, y Aldarion presentó a Erendis a Tar-Meneldur
como la prometida del heredero del rey; y el rey se regocijó y hubo alegría en
la ciudad y en toda la isla. Como regalo de casamiento, Meneldur dio a Erendis
una gran extensión de tierra en Emerië, y allí hizo construir para ella una
casa blanca. Pero Aldarion le dijo: —Otras joyas tengo yo atesoradas, regalos
de reyes de tierras lejanas a las que los barcos de Númenor han prestado ayuda.
Tengo gemas tan verdes como la luz del sol en las hojas de los árboles que
amas.
—¡No!—dijo Erendis—. He recibido ya mi regalo de casamiento,
aunque llegó adelantado. Es la única joya que tengo o que quiero tener; y la
pondré más alto todavía. —Entonces él vio que ella había engarzado la gema
blanca en una redecilla de plata, como una estrella; y cuando ella se lo pidió,
él se la sujetó en la frente. La llevó ella así muchos años, hasta que acaeció
la desgracia; y alcanzó renombre en todas partes como Tar-Elestirnë, la señora
de la frente estrellada. Así hubo por un tiempo paz y alegría en Armenelos, en
la casa del rey y en toda la isla, y está registrado en los libros antiguos que
los frutos abundaron en el verano tardío de aquel año, que fue el ochocientos
cincuenta y cuatro de la Segunda Edad.
Pero de todas las gentes sólo los marineros del gremio de
aventureros no estaban contentos. Durante quince años Aldarion se había quedado
en Númenor, y no condujo ninguna expedición al extranjero; y aunque había
capitanes valientes que habían sido formados por él, estos capitanes no tenían
ni la riqueza ni la autoridad del hijo del rey, y los viajes eran entonces más
raros y breves; y rara vez dejaban atrás la tierra de Gil-galad. Además, la
madera no abundaba ya en los astilleros, porque Aldarion descuidaba los
bosques; y los aventureros le rogaron que volviera a trabajar otra vez.
Aldarion atendió este ruego, y al principio Erendis iba con él a los bosques;
pero la entristecía ver cómo derribaban los grandes árboles, y cómo luego los
cortaban y aserraban. Por tanto, muy pronto Aldarion iba solo, y ya no
estuvieron tanto juntos.
Ahora bien, llegó el año en que todos esperaban el casamiento del heredero
del rey, porque no era costumbre que el compromiso durara mucho más de tres
años. Una mañana de esa primavera, Aldarion cabalgó desde el puerto de Andúnië
por el camino que llevaba a la casa de Beregar; y allí estaría Erendis, que
había venido desde Armenelos por los caminos del interior. Cuando llegó a la
cima del gran risco que dominaba la región y protegía el puerto desde el norte,
se volvió y miró el mar. Soplaba un viento del oeste, como ocurre a menudo en
esa estación, amado por los que sueñan con navegar a la Tierra Media, y unas
olas de crestas blancas avanzaban hacia la costa. Entonces, de súbito, la
nostalgia por el mar lo asaltó como si una gran mano le aferrara la garganta, y
el corazón le golpeó con fuerza, y se quedó sin aliento. Luchó por dominarse y
al fin se volvió y se puso otra vez en marcha, y decidió tomar el camino a
través del bosque en que había visto cabalgar a Erendis y la había confundido
con una eldar, hacía ya quince años. Casi la buscó para verla una vez más; pero
ella no estaba allí, y el deseo de verla le dio prisa, de modo que llegó a la
casa de Beregar antes de caer la noche.
Allí ella lo recibió de buen grado, pero él no dijo nada acerca de
la boda, aunque todos pensaban que para eso había venido a las Tierras del
Oeste. Con el paso de los días, Erendis observó que cuando estaban en compañía
de gentes que hablaban y reían, Aldarion guardaba silencio; y si lo miraba de
pronto, veía que él le clavaba los ojos. Entonces se le sobrecogió el corazón;
porque los ojos azules de Aldarion le parecieron ahora grises y fríos, aunque
con una especie de hambre en la mirada. Era una mirada que había visto antes,
con demasiada frecuencia, y le dio miedo que parecía pronosticar; pero calló. Y
Núneth, que había advertido todo lo que sucedía, se alegró; porque «las
palabras pueden abrir heridas», como decía ella. Al cabo de un tiempo,
Aldarion y Erendis volvieron cabalgando a Armenelos, y a medida que se alejaban
del mar, él se iba alegrando otra vez. Sin embargo, nada dijo a Erendis de
aquello que lo perturbaba: porque en verdad estaba en guerra consigo mismo, y
no sabía qué hacer.
Así avanzó el año, y Aldarion no decía nada, ni del mar ni de la
boda; pero iba con frecuencia a Rómenna y pasaba el tiempo en compañía de los aventureros.
Por fin, cuando llegó el año siguiente, el rey le pidió que lo visitara, y hubo
paz entre ellos y ninguna nube empañó el afecto que se tenían.
—Hijo mío—dijo Tar-Meneldur—, ¿cuándo me darás la hija que desde
hace tanto deseo? Más de tres años han pasado ya, y ése es tiempo más que
suficiente. Me asombra que puedas soportar semejante demora.
Entonces Aldarion guardó silencio, pero finalmente dijo: —Me ha
dado otra vez esa nostalgia, Atarinya. Dieciocho años son un ayuno muy
largo. Apenas puedo estarme quieto en la cama, o sostenerme sobre un caballo, y
el suelo duro me lastima los pies.
Entonces Meneldur se afligió, y compadeció a su hijo; pero no
entendía por qué estaba perturbado, pues a él nunca le había gustado navegar, y
le dijo:
—¡Ay! Pero estás comprometido. Y por las leyes de Númenor y el
recto juicio de los eldar y los edain, un hombre no puede tener dos esposas. No
puedes desposarte con la mar, pues tu novia es Erendis.
Entonces a Aldarion se le endureció el corazón, porque esas
palabras le recordaron su conversación con Erendis al pasar por Emerië; y pensó
(aunque no era cierto) que ella había hablado con el rey. Tal era siempre el
temple de Aldarion; si creía que otros se unían para incitarlo a tomar cierto
camino, en seguida se apartaba de ellos. —Los herreros pueden forjar, y los
jinetes cabalgar, y los mineros cavar, aunque estén casados—dijo—. ¿Por qué no
han de poder navegar los marineros?
—Si los herreros se pasaran cinco años sobre el yunque, no habría
muchas esposas de herreros—dijo el rey—. Y no son muchas las esposas de los
marineros, y soportan lo que deben, porque tal es la vida y la necesidad que
ellas tienen. El heredero del rey no es marinero de oficio ni por necesidad.
—Hay otras necesidades además de la de ganarse el pan cotidiano—dijo
Aldarion—. Y aún tengo muchos años por delante.
—No, no—dijo Meneldur—, das por descontada la gracia; Erendis
tiene menos esperanzas que tú, y los años son más rápidos para ella. No
pertenece a la línea de Elros; y ya hace mucho tiempo que viene amándote.
—Se mantuvo apartada casi doce años cuando yo sólo pensaba en ella—dijo
Aldarion. No pido un tercio de ese tiempo.
—Ella no estaba comprometida entonces—dijo Meneldur—. Pero ahora
ninguno de los dos es libre. Y si se mantuvo apartada, no dudo de que fuera por
miedo a lo que ahora parece probable que ocurra, si no consigues dominarte. De
algún modo llegaste a acallar ese miedo; y aunque no hayas hablado con
claridad, estás sin embargo obligado, creo yo.
Entonces Aldarion dijo con enojo: —Sería mejor que yo mismo
hablara con mi novia y no por interpósita persona. —Y dejó a su padre. No mucho
después le habló a Erendis de su deseo de viajar otra vez por sobre las vastas
aguas, y de que había perdido el sueño y el descanso. Pero ella se mantuvo
sentada, pálida y en silencio. Por fin dijo: —Creí que veníais a hablar de
nuestra boda.
—Lo haré—dijo Aldarion—. Será no bien regrese, si aguardáis. —Pero
al ver dolor en la cara de Erendis, se sintió conmovido, y tuvo un pensamiento.
—Será ahora—dijo—. Será antes de que este año acabe. Y entonces haré una nave
como nunca se ha hecho, la casa de una reina sobre las aguas. Y navegaréis
conmigo, Erendis, por gracia de los valar, de Yavanna y de Oromë, a quienes
amáis; navegaréis a tierras donde os mostraré bosques como no habéis visto
nunca, donde aún ahora cantan los eldar; o florestas más extensas que Númenor,
libres y salvajes desde el principio de los días, donde todavía puede escucharse
el gran cuerno de Oromë, el Señor.
Pero Erendis lloró. —No, Aldarion—dijo—. Me alegro de que el mundo
aún tenga cosas como esas de que habláis; pero yo nunca las veré. Porque no lo
deseo: mi corazón pertenece a los bosques de Númenor. ¡Ay, ay!, si por amor a
vos me embarcara, no volvería. Está más allá de mis fuerzas soportarlo; y si no
viera la tierra, moriría. El mar me odia; y ahora se venga de que os apartara
de él, aunque yo huyera de vos. ¡Idos, mi señor! Pero tened piedad, y no
tardéis tantos años como ya antes perdí.
Entonces Aldarion se sintió desconcertado; porque había hablado
con su padre dominado por la cólera, y ella le hablaba ahora con amor. No se
hizo a la mar ese año; pero no tuvo paz ni alegría. —Ella morirá si no ve la
tierra—dijo—. Pronto moriré yo si la sigo viendo. Por tanto, si hemos de pasar
algunos años juntos, es preciso que parta, y pronto. —Y se preparó para hacerse
a la mar en primavera; y los aventureros fueron los únicos que se pusieron
contentos, entre los que estaban enterados. Se tripularon tres navíos, y
zarparon de la desembocadura del Víressë. Erendis misma puso la rama verde de oiolairë en la proa del Palarran y ocultó sus lágrimas, hasta que la
nave dejó atrás los nuevos rompeolas del puerto.
Seis años y más transcurrieron antes que Aldarion regresara a
Númenor. Descubrió entonces que aún Almarian la reina lo recibía fríamente, y
que los aventureros no eran estimados como antes; porque los hombres pensaban
que Aldarion había tratado mal a Erendis. Pero en verdad había tardado más de
lo que se había propuesto; porque había encontrado el puerto de Vinyalondë
completamente en ruinas, y los mares desencadenados habían reducido a nada los
trabajos de reparación. Los hombres de cerca de las costas estaban tomando
miedo a los númenóreanos, o se habían vuelto abiertamente hostiles; y Aldarion
escuchó rumores de cierto señor de la Tierra Media que odiaba a los hombres de
los barcos. Luego, cuando quiso volver, un gran viento se levantó del sur y fue
arrastrado muy lejos hacia el norte. Se demoró un tiempo en Mithlond, pero
cuando los barcos se hicieron a la mar, fueron arrastrados otra vez hacia el
norte, a una región solitaria de hielos peligrosos, y tuvieron frío. Por fin el
mar y el viento cedieron, pero cuando Aldarion miró nostálgico desde la proa
del Palarran y vio a los lejos
el Meneltarma, vio también la rama verde y advirtió que se había marchitado. Se
sintió consternado entonces, pues una rama de oiolairë nunca se marchitaba, mientras la bañara el rocío. —Se ha
congelado, capitán—dijo un marinero que se encontraba a su lado—. Ha hecho
demasiado frío. Me alegra, por cierto, volver a ver el Pilar.
Cuando Aldarion buscó a Erendis, ella lo miró profundamente, pero
no se le acercó; y él estuvo un rato de pie sin saber qué decir, cosa que nunca
le ocurría. —Sentaos, mi señor—dijo Erendis—, y contadme primero todos vuestros
hechos. ¡Mucho tenéis que haber visto en tan largos años!
Entonces Aldarion empezó a hablar, vacilando, y ella seguía
sentada mientras él contaba la historia de sus pruebas y demoras; y cuando hubo
acabado, ella dijo: —Agradezco a los valar por cuya gracia habéis vuelto al
fin. Pero también les agradezco no haber ido con vos; porque me habría
marchitado más pronto que cualquier rama verde.
—Tu rama verde no se acercó voluntariamente al frío glacial—respondió
él—. Pero rechazadme ahora, si queréis, y creo que nadie os culpará. Aunque ¿no
hay esperanzas de que tu amor sea más resistente que la bella oiolairë?
—Por cierto que sí—dijo Erendis—. No se ha enfriado hasta
encontrar la muerte, Aldarion. ¡Ay!, ¿cómo rechazaros cuando os veo retornar tan
hermoso como el sol después del invierno?
—Pues que empiecen ahora la primavera y el verano—dijo él.
—Y que el invierno no vuelva—dijo Erendis.
Aldarion y Erendis por Alan Lee
Entonces, con gran alegría de Meneldur y Almarian, la boda del heredero
del rey se proclamó para la primavera próxima; y se celebró puntualmente. En el
año ochocientos setenta de la Segunda Edad, Aldarion y Erendis se casaron en
Armenelos, y en todas las casas hubo música; y en las calles cantaban los
hombres y las mujeres. Y después el heredero del rey y su novia cabalgaron con
gran placer por toda la isla, hasta que llegaron a Andúnië en pleno verano, y
allí Valandil, señor de Andúnië, preparó la última fiesta; y toda la gente de
las Tierras del Oeste estaba allí reunida por amor a Erendis y por el orgullo
de que la reina de Númenor hubiera nacido entre ellos.
En la mañana antes de la fiesta, Aldarion miró por la ventana del
dormitorio que daba al mar del oeste. —¡Mira, Erendis!—exclamó—. Un barco que
viene hacia el puerto a toda vela; y no es un barco de Númenor, sino de una
especie que ni tú ni yo abordaremos nunca, aun cuando lo deseáramos. —Entonces
miró Erendis y vio una alta nave blanca, envuelta en una nube de aves blancas
que volaban al sol; y las velas resplandecían de plata, y la proa se acercaba a
puerto abriendo un surco de espuma. Así acudían los eldar a la boda de Erendis,
por amor al pueblo de las Tierras del Oeste, a quienes tenían en particular
amistad.
Los encumbrados y los de baja estirpe en las Tierras Occidentales y
en Andúnië hablaban la lengua élfica [sindarin]. En esa lengua fue
criada Erendis; pero Aldarion hablaba el idioma númenóreano, aunque como todos
los de alto linaje de Númenor conocía también la lengua de Beleriand [nota
del autor].
En otro sitio, en una nota sobre las lenguas de Númenor, se dice
que el empleo común del sindarin en el noroeste de la isla era consecuencia de
que esas regiones habían sido colonizadas por pueblos de estirpe beöriana; y el
pueblo de Beör había abandonado tempranamente en Beleriand su propio lenguaje,
y había adoptado el sindarin. (Esto no se menciona en El Silmarillion, aunque
se dice allí que en Dor-lómin, en los días de Fingolfin, el pueblo de Hador no
había olvidado su propia lengua, «y de ella provino la lengua común de
Númenor»). En otras regiones de Númenor, la lengua nativa del pueblo era el adûnaic,
aunque casi todos tenían un cierto conocimiento del sindarin; y en la casa real
y en la mayor parte de las casas de los nobles o los instruidos, el sindarin
era de ordinario la lengua nativa hasta después de los días de Tar-Atanamir.
(Se dice más adelante en el curso de esta narración, que Aldarion prefería en
realidad la lengua númenóreana; puede que en esto fuera excepcional). Esta nota
afirma además que, aunque el sindarin, tal como fue empleado durante un largo
período por los hombres mortales, tendió a diferenciarse y a volverse
dialectal, este proceso se interrumpió en Númenor, al menos entre los nobles y
los instruidos, a causa de su contacto con los eldar de Eressëa y Lindon. El
quenya no era una lengua hablada en Númenor. Sólo lo conocían los instruidos y
las familias de alta estirpe, que lo aprendían en la infancia. Se lo empleaba
en los documentos oficiales que querían preservar, tales como las Leyes y el
Pergamino y los Anales de los Reyes (cf. la Akallabêth, «en la lengua élfica»)
y a menudo en obras cruditas. También se lo utilizaba en abundancia en las
nomenclaturas: los nombres oficiales de todos los lugares, regiones y
accidentes geográficos de la tierra eran de origen quenya (aunque habitualmente
también tenían nombres locales, por lo general con el mismo significado, en
sindarin o adûnaic). Los nombres personales, y en especial los nombres
oficiales y públicos, de todos los miembros de la casa real, y en general de la
línea de Elros, eran de origen quenya.
En una referencia a estos asuntos en El Señor de los Anillos,
Apéndice F, I (sección «De los hombres»), se tiene una impresión algo diferente
de la posición que tenía el sindarin entre las lenguas de Númenor: «Sólo los dúnedain
entre todas las razas de los hombres conocían y hablaban la lengua élfica; sus
antepasados habían aprendido la lengua sindarin, y la transmitieron a sus hijos
junto con todo lo que sabían, y cambió muy poco con el paso de los años.
El barco venía cargado de flores para adorno de la fiesta, de modo
que cuando todos estuvieran allí reunidos, llegada la noche, se coronarían con
el elanor y la dulce lissuin, cuya fragancia apacigua el
corazón. Y también habían traído trovadores que recordaban los cantos de los elfos
y los hombres en los días de Nargothrond y Gondolin, en tiempos lejanos; y
muchos de los eldar, altos y bellos, se sentaron entre los hombres a la mesa.
Pero las gentes de Andúnië que fueron a mirarlos dijeron que ninguno igualaba
en belleza a Erendis; y dijeron que los ojos de Erendis eran tan brillantes
como los ojos de Morwen Eledhwen de antaño‚ o aún los de Avallónë.
Muchos regalos también trajeron los eldar. A Aldarion, un árbol
joven de corteza blanca como la nieve, y de tallo recto, fuerte y flexible como
el acero; pero no tenía hojas todavía. —Os lo agradezco—dijo Aldarion a
los elfos—. La madera de un árbol semejante ha de ser preciosa en verdad.
—Quizá, no lo sabemos—dijeron ellos—. Nunca hemos cortado ninguno.
Da hojas refrescantes en verano y flores en invierno. Es por eso que nosotros
lo apreciamos.
A Erendis le habían traído un par de pájaros grises con picos y
patas dorados. Cantaban dulcemente el uno para el otro con múltiples cadencias
nunca repetidas en el largo trémolo de la canción; pero si se los separaba,
volaban en seguida a encontrarse, y no cantaban si se los mantenía apartados.
—¿Cómo he de cuidarlos?—preguntó Erendis.
—Dejadlos volar en libertad—respondieron los eldar—. Porque les
hemos hablado y les hemos dicho vuestro nombre; y se quedarán allí donde esté
vuestra casa. Se aparejan para toda la vida. Quizá así habrá muchos pájaros que
canten en los jardines de vuestros hijos.
Esa noche Erendis despertó y una dulce fragancia entraba por la
celosía entreabierta; pero la noche era clara, pues la luna llena se acercaba
al oeste. Entonces, dejando el lecho, Erendis miró fuera y vio toda la tierra
dormida en un baño de plata; pero los dos pájaros estaban allí, juntos, posados
en el antepecho de la ventana.
Cuando los festejos acabaron, Aldarion y Erendis fueron por un
tiempo a la casa de ella; y otra vez los pájaros volvieron a posarse en el
antepecho de la ventana de Erendis. Por fin se despidieron de Beregar y Núneth,
y volvieron cabalgando a Armenelos; porque allí deseaba el rey que viviera el heredero,
y había una casa preparada para ellos en medio de un jardín de árboles. Allí
plantaron el árbol de los elfos, y en sus ramas cantaban los pájaros que ellos
les regalaran.
Dos años más tarde Erendis concibió, y en la primavera del año
siguiente dio a Aldarion una hija. Aún recién nacida era maravillosamente
bella, y aumentó en belleza al crecer: la mujer más hermosa, según cuentan las
historias de antaño, nunca nacida en la línea de Elros, salvo Ar-Zimraphel, la
última. Cuando tuvieron que darle nombre, la llamaron Ancalimë. En el
fondo, Erendis estaba complacida, porque pensaba: —Con seguridad Aldarion
querrá ahora un hijo que lo herede; y se quedará conmigo mucho tiempo todavía.
—Porque en secreto tenía aún miedo del mar, y del poder que éste tenía sobre el
corazón de Aldarion, y aunque se esforzaba por ocultarlo y no rehuía hablar con
él de sus viejas aventuras y de sus esperanzas y designios, vigilaba
celosamente si visitaba el albergue de los barcos, o si pasaba mucho tiempo en
compañía de los aventureros. Una vez le pidió Aldarion que subiera a bordo del Eämbar, pero al entrever fugazmente una expresión de reticencia en los
ojos de ella, nunca más volvió a pedírselo. No era infundado el temor de
Erendis. Cuando hubo pasado cinco años en tierra, Aldarion empezó a ocuparse
otra vez del señorío de los bosques, y a menudo se pasaba muchos días fuera de
la casa. Había ahora en verdad madera suficiente en Númenor (sobre todo como
consecuencia de la prudencia de Aldarion); pero como la población era ahora más
numerosa, siempre se necesitaba madera para la carpintería y otros asuntos.
Porque en aquellos días antiguos, aunque muchos tenían gran habilidad con la
piedra y los metales (pues los edain de antaño habían aprendido de los noldor),
a los númenóreanos les encantaban los objetos hechos de madera, para
utilizarlos en la vida cotidiana o por la belleza del trabajo. En ese tiempo,
Aldarion volvió a pensar en el futuro plantando cada vez que había tala, e hizo
crecer nuevos bosques en todos los sitios en que la tierra era apta para el
crecimiento de árboles de diferentes especies. Fue entonces cuando se lo
conoció más ampliamente como Aldarion, nombre por el que se lo recuerda
entre los que tuvieron el cetro en Númenor. No obstante, a muchos, además de a
Erendis, les parecía que no amaba demasiado a los árboles por sí mismos, y que
los estimaba sobre todo por la madera que habría de servir a sus designios.
No algo muy distinto le ocurría con el mar. Porque como se lo
había dicho Núneth a Erendis mucho antes: —A los barcos, puede que los ame,
hija mía, como obras de la mente y la mano del hombre; pero no creo que sean
los vientos ni las vastas aguas lo que así le quema el corazón, ni siquiera la
vista de tierras extranjeras, sino un calor que tiene en la mente o algún sueño
que lo persigue. —Y puede que en eso no estuviera muy lejos de la verdad; pues
Aldarion era hombre de gran previsión y pensaba en los días futuros en que el
pueblo necesitaría más espacio y mayor riqueza; y lo supiera él claramente o
no, soñaba con la gloria de Númenor y el poder de sus reyes, y buscaba los
peldaños por los que podría ascender a un más amplio dominio. Así fue que al
cabo de un tiempo abandonó otra vez la silvicultura para dedicarse a la
construcción de barcos, y tuvo la idea de un poderoso navío-castillo, con altos
mástiles y grandes velas como nubes, capaz de cargar hombres y provisiones como
para una ciudad. Entonces en los astilleros de Rómenna se afanaron las sierras
y los martillos, mientras que en medio de muchas naves más pequeñas las costillas
de un enorme casco iban cobrando forma; y todos se asombraban y maravillaban. Turuphanto, la Ballena de Madera lo
llamaron, pero no era ése su nombre.
Erendis supo estas cosas, aunque Aldarion no se las había contado,
y se sintió inquieta. Por tanto, un día le dijo: —¿Qué es todo eso que se oye
de barcos, señor de los puertos? ¿No tenemos suficientes? ¿A cuántos hermosos
árboles se les ha quitado la vida este año?—Hablaba a la ligera y sonreía.
—El hombre en tierra en algo ha de ocuparse—respondió él—, aunque
tenga una bella esposa. Los árboles crecen y los árboles caen. Planto más que
los que son derribados. —También él hablaba en tono ligero, pero no la miraba a
los ojos, y no volvieron a hablar de esas cosas.
Pero cuando Ancalimë tenía casi cuatro años, Aldarion le declaró
por fin abiertamente a Erendis su deseo de volver a la mar. Ella se quedó
sentada en silencio, pues él no había dicho nada que ella ya no supiera; y de
nada servían las palabras. Aldarion se demoró hasta el cumpleaños de Ancalimë,
y le prestó mucha atención ese día. La niña reía y estaba contenta, al
contrario de lo que ocurría con otras gentes de la casa; y cuando la llevaron a
la cama, le preguntó a su padre: —¿Dónde iremos este
verano, tatanya? Me gustaría ver la
casa blanca del país de las ovejas, del que mamil
me habla. —Aldarion no respondió; y al día siguiente abandonó la casa y se
ausentó durante varios días. Cuando todo estuvo pronto, regresó y se despidió
de Erendis. Y a pesar de ella, los ojos se le llenaron de lágrimas. Él se
apenó, pero también se sintió incómodo, pues estaba decidido, y se le había
endurecido el corazón. —¡Vamos, Erendis!—dijo—. Ocho años me he quedado. No
podéis retener para siempre con dulces lazos al hijo del rey, que lleva la sangre
de Tuor y Eärendil. Y no voy al encuentro de la muerte. Pronto volveré.
—¿Pronto?—dijo ella—. Pero los años son implacables y no los
traeré de vuelta con vos. Y los míos son menos que los vuestros. Mi juventud se
va; y ¿dónde están mis hijos y dónde vuestro heredero? Durante mucho tiempo y
demasiado a menudo ha estado frío mi lecho últimamente.
Se dice que los númenóreanos, como los eldar, evitaban tener hijos
si se preveía la separación del marido y la mujer desde el tiempo de la
concepción hasta por lo menos los primeros años del vástago. Aldarion
permaneció en su casa muy poco tiempo después del nacimiento, de acuerdo con la
idea númenóreana de lo que era conveniente.
—A menudo y últimamente creí que así lo preferíais—dijo Aldarion—.
Pero no nos enfademos, aunque no seamos del mismo parecer. Miraos en el espejo,
Erendis. Sois hermosa, y la sombra de la vejez ni siquiera os ha tocado. Tenéis
tiempo de sobra para mi profunda necesidad. ¡Dos años! ¡Dos años es todo lo que
pido!
Pero Erendis respondió: —Decid más bien: «Dos años es lo que
habré de tomarme, lo queráis o no». ¡Tomad los dos años, pues! Pero no más.
El hijo de un rey de la sangre de Eärendil ha de ser también un hombre de
palabra.
A la mañana siguiente Aldarion se fue de prisa. Levantó a Ancalimë
en brazos y la besó, pero, aunque ella se le aferró al cuello, la dejó
rápidamente y se alejó cabalgando a toda carrera. Poco después el gran barco
abandonó Rómenna. Hirilondë lo llamó,
el Descubridor de Puertos; pero abandonó Númenor sin la bendición de Tar-Meneldur;
y Erendis no vino a poner la rama verde del retorno, ni tampoco la envió al
puerto. La cara de Aldarion estaba sombría y preocupada mientras en proa miraba
la gran rama de oiolairë puesta allí
por la esposa del capitán; pero no miró atrás hasta que el Meneltarma se perdió
en el crepúsculo.
Todo ese día se quedó Erendis en su cuarto a solas y entristecida;
pero en lo profundo de su corazón sentía un dolor nuevo, de frío enojo, y su
amor por Aldarion estaba gravemente herido. Odiaba al mar; y ahora, ni siquiera
quería mirar a los árboles, que antes había amado, pues le recordaban los
mástiles de los grandes navíos. Por tanto, antes de no mucho, abandonó
Armenelos y fue a Emerië, en medio de la isla, donde siempre, lejos y cerca, el
balido de las ovejas flotaba en el viento. —Me es más dulce a los oídos que el
chillido de las gaviotas—dijo sentada a la puerta de la casa blanca, el regalo
del rey que se levantaba sobre una cuesta de cara al oeste, con extensos prados
en derredor que se unían sin muros ni setos con los pastizales. Allí llevó a
Ancalimë, y no tenían otra compañía que ellas mismas. Porque los sirvientes de
la casa de Erendis eran todos mujeres; y ella quería inculcar en su hija la
amargura que sentía por los hombres. Ancalimë en verdad rara vez veía a un
hombre, pues Erendis no había constituido ninguna hacienda, y sus pocos
granjeros y pastores vivían en una casa apartada. Otros hombres no iban allí,
salvo rara vez algún mensajero del rey; y éste no tardaba en marcharse a la
carrera, pues los hombres creían sentir en esa casa un frío que los impulsaba a
alejarse, y mientras se encontraban dentro, hablaban en susurros.
Una mañana, poco después de llegar Erendis a Emerië, despertó con
el canto de unos pájaros, y allí, en el antepecho de la ventana, estaban los
pájaros de los elfos que durante mucho tiempo habían vivido en el jardín de
Armenelos, pero que ella había dejado olvidados. —Pobrecitos, tontos, ¡marchaos
de aquí!—dijo—. Este no es sitio para una alegría como la vuestra.
Entonces los pájaros dejaron de cantar y se alejaron volando hacia
los árboles; tres veces revolotearon sobre los tejados y luego partieron hacia
el oeste. Esa noche se posaron en el antepecho de la ventana de la cámara del
padre de Erendis, donde ella había dormido con Aldarion después de la fiesta
celebrada en Andúnië; y allí los encontraron Núneth y Beregar en la mañana del
día siguiente. Pero cuando Núneth les tendió la mano, levantaron vuelo y se
fueron, y ella se quedó mirándolos hasta que se convirtieron en unos puntos a
la luz del sol, precipitados hacia el mar, de regreso a la tierra de la que
venían.
—Él se ha ido otra vez, entonces, y la ha dejado—dijo Núneth.
—¿Por qué no ha enviado un mensaje?—preguntó Beregar—. ¿O por qué no ha
venido a casa?
—Pues sí que ha enviado un mensaje—dijo Núneth—. Porque ha
rechazado a los pájaros de los elfos, lo que ha estado mal de parte de ella. No
pronostica nada bueno. ¿Por qué, por qué, hija mía? Sin duda sabías lo que
tenías que enfrentar. Pero déjala tranquila, Beregar, dondequiera que esté.
Esta ya no es su casa, y aquí no encontrará cura. El volverá. Que entonces los valar
le den sabiduría... ¡O al menos un poco de astucia!
Cuando llegó el segundo año de la partida de Aldarion, por deseo
del rey, Erendis ordenó que la casa de Armenelos fuera dispuesta y aprontada;
pero ella no hizo ningún preparativo para volver. Al rey le envió una respuesta
diciendo: —Iré si me lo ordenáis, atar
aranya. Pero ¿es mi deber ahora apresurarme? ¿No habrá tiempo bastante
cuando la vela se divise en el este?—Y a sí misma se dijo: —¿Hará el rey que
espere en los muelles como la novia de un marinero? Ojalá lo fuera, pero ya no
lo soy más. He desempeñado ese papel hasta el fin.
Pero transcurrió ese año y no se divisó vela alguna; y el año
siguiente llegó y se desvaneció en el otoño. Entonces Erendis se volvió dura y
silenciosa. Ordenó que cerraran la casa de Armenelos, y jamás se alejaba más
que unas horas de la casa de Emerië. El amor que tenía lo daba todo a su hija,
y se aferraba a ella, y no permitía que Ancalimë no estuviera a su lado, ni siquiera
para visitar a Núneth y a la parentela de las Tierras del Oeste. Toda enseñanza
la recibía Ancalimë de su madre; y aprendió a escribir, a leer y a hablar bien
la lengua élfica con Erendis, según la manera en que la empleaban los hombres
elevados de Númenor. Porque en las Tierras del Oeste, en casas como la de
Beregar, se utilizaba una lengua común, y Erendis hablaba rara vez el númenóreano,
que era la lengua preferida de Aldarion. Mucho también aprendió Ancalimë de
Númenor y de los días antiguos en los libros y pergaminos que ella podía
entender; y oía también historias de otra especie, de la gente y del país, en
boca de las mujeres de la casa, aunque de esto Erendis nada sabía. Pero las
mujeres evitaban hablar con la niña, pues le tenían miedo a Erendis; y en la
casa blanca de Emerië, Ancalimë reía muy rara vez. Era una casa silenciosa y no
había música en ella, como si allí hubiera muerto alguien poco tiempo atrás;
porque era costumbre en Númenor en aquellos días, que los hombres tocaran los
instrumentos, y la música que escuchaba Ancalimë en su infancia era lo que
cantaban las mujeres mientras trabajaban al aire libre, lejos de los oídos de
la blanca señora de Emerië. Pero ahora Ancalimë tenía siete años, y cada vez
que se lo permitían, salía de la casa e iba a los amplios prados donde podía
correr en libertad; y a veces iba en compañía de una pastora cuidando de las
ovejas y comiendo bajo el cielo.
Un día del verano de ese año, un niño pequeño, aunque mayor que
ella, fue a la casa con un recado de las granjas distantes; y Ancalimë se le
acercó mientras él comía un pedazo de pan y bebía de una jarra de leche en el
patio de atrás de la casa. Él la miró sin interés y siguió bebiendo. Luego dejó
la jarra a un lado.
—Sigue mirando si quieres, ojazos—dijo—. Eres una niña bonita,
pero demasiado delgada. ¿Quieres comer?—Sacó una hogaza de la bolsa.
—¡Vete, Îbal!—gritó una vieja que salía por la puerta de la lechería—.
¡Y usa tus largas piernas o habrás olvidado el mensaje que te di para tu madre,
aún antes de llegar a casa!
—¡No hace falta un perro guardián donde tú estás, madre Zamîn!—gritó
el niño, y con un ladrido y un salto pasó por sobre el portalón y bajó
corriendo la colina. Zamîn era una vieja campesina de lengua suelta y a quien
nadie amilanaba fácilmente, ni siquiera la señora blanca.
—¿Qué era esa criatura ruidosa?—preguntó Ancalimë.
—Un niño—dijo Zamîn—, si sabes qué es eso. Aunque ¿cómo habrías de
saberlo? Son criaturas que comen y rompen cosas. Ese está siempre comiendo...
pero no en vano. Un magnífico muchachón encontrará el padre cuando regrese;
aunque si tarda demasiado, apenas lo conocerá. Lo mismo podría decir de otros.
—¿Entonces el niño también tiene padre?—preguntó Ancalimë.
—Por cierto—dijo Zamîn—. Ulbar, uno de los pastores del gran señor
del sur: el señor de las ovejas lo llamamos, un pariente del rey.
—Entonces, ¿por qué el padre del niño no está en casa?
—¿Por qué, hérinkë?—dijo
Zamîn—. Porque oyó hablar de esos aventureros y se unió a ellos y se fue de
viaje con tu padre, el señor Aldarion, aunque sólo los valar saben adónde o por
qué.
Esa noche Ancalimë preguntó de pronto a su madre: —¿Mi padre se
llama también el señor Aldarion?
—Así se llamaba—respondió Erendis—. Pero ¿por qué lo preguntas?—. Hablaba
en un tono tranquilo y desinteresado, pero por dentro estaba asombrada y
perturbada, porque nunca hasta entonces habían intercambiado una palabra sobre
Aldarion.
Ancalimë no contestó la pregunta. —¿Y cuándo volverá?—dijo.
—¡No me lo preguntes!—dijo Erendis—. No lo sé. Nunca, quizá. Pero
no te preocupes, porque tienes una madre, y ella no te abandonará mientras tú
la ames.
Ancalimë no volvió a hablar de su padre.
Los días pasaron trayendo otro año, y luego otro; esa primavera
Ancalimë cumplió nueve años. Los corderos nacieron y crecieron; llegó el tiempo
de la esquila y pasó; un verano ardiente quemó la hierba. El otoño se deshizo
en lluvia. Y entonces, empujado sobre las aguas grises por un viento nuboso,
volvió Hirilondë trayendo a Aldarion
a Rómenna; y se envió la noticia a Emerië, pero Erendis no hizo ningún
comentario. No había nadie en los muelles que saludara a los recién llegados.
Aldarion cabalgó en la lluvia a Armenelos, y encontró la casa cerrada. Se
sintió consternado, pero no preguntó nada a nadie; primero buscaría al rey,
porque, según creía, tenía mucho que decirle.
No encontró su bienvenida más cálida de lo que esperaba; y
Meneldur le habló como un rey que cuestiona la conducta de un capitán. —Has
estado fuera mucho tiempo—dijo fríamente—. Han pasado más de tres años desde la
fecha en que prometiste volver.
—¡Ay!—dijo Aldarion—. Aún yo me he cansado del mar, y por mucho
tiempo mi corazón echó de menos el oeste. Pero me he demorado en contra de mi
propia voluntad. Hay mucho por hacer. Y todo sale mal en mi ausencia.
—No lo dudo—dijo Meneldur—. Comprobarás que lo mismo sucede en tu
propio país, me temo.
—Eso espero enderezarlo—dijo Aldarion—. Pero el mundo está
cambiando otra vez. Han transcurrido cerca de mil años desde que los Señores del
Oeste lucharon contra Angband; y esos días están olvidados o envueltos en
confusas leyendas entre los hombres de la Tierra Media. La inquietud y el miedo
acosan otra vez a esos hombres. Tengo que hablar contigo y darte cuenta de mis
hechos y de lo que debería hacerse.
—Así lo será—dijo Meneldur—. En verdad, no espero menos. Pero hay
otros asuntos que juzgo más importantes. «Que el rey gobierne bien su propia
casa antes de corregir a los demás», se dice. Eso es válido para todos los
hombres. Te daré ahora un consejo, hijo de Meneldur. Tú también tienes una vida
propia. Has descuidado siempre la mitad de ti mismo. A ti ahora te digo: ¡ve a
tu casa!
Aldarion se quedó de súbito inmóvil y el rostro grave. —Si lo
sabes, dímelo—dijo—: ¿Dónde está mi casa?
—Donde está tu esposa—dijo Meneldur—. No has cumplido la palabra
que le diste, fuera por necesidad o no. Vive ahora en Emerië, en su propia
casa, lejos del mar. Allí has de ir en seguida.
—Si me hubiera dejado algún mensaje diciéndome dónde encontrarla,
habría ido directamente desde el puerto—dijo Aldarion—. Pero cuando menos, no
tengo ahora que pedir noticias a los extraños. —Se volvió entonces para irse,
pero en seguida dijo, deteniéndose un instante: —El capitán Aldarion ha
olvidado algo que pertenece a su otra mitad, y que en su indocilidad también
considera urgente. Tiene una carta que ha de entregar al rey en Armenelos. —Y
dándosela a Meneldur, hizo una reverencia y abandonó la cámara; y a la hora
montó a caballo y se puso en viaje, aunque ya caía la noche. Con él no llevaba
sino dos compañeros, hombres de su barco: Henderch, de las Tierras del Oeste, y
Ulbar, nativo de Emerië.
Cabalgando rápidamente, llegaron al caer la noche del siguiente
día, y hombres y caballos estaban muy cansados. Fría y blanca lucía la casa
sobre la colina al último resplandor del sol bajo las nubes. Cuando Aldarion la
vio, a lo lejos, hizo sonar el cuerno para anunciarse.
Cuando saltó del caballo en el patio anterior, vio a Erendis:
vestida de blanco esperaba en los escalones que ascendían hacia las columnas,
delante de las puertas. Se mantenía erguida, pero al acercarse, él vio que
estaba pálida, y que los ojos le brillaban demasiado.
—Llegáis tarde, mi señor—dijo—. Hacía ya mucho que había dejado de
esperaros. Temo que no hay una bienvenida preparada para vos, como la hubiera
habido en otro tiempo.
—Los marineros se contentan fácilmente—dijo Aldarion.
—Está bien que así sea—dijo ella; y se volvió a la casa y lo dejó.
Entonces dos mujeres avanzaron y una anciana descendió la escalinata. Cuando
Aldarion entró, dijo ella en voz alta para que él pudiera oírla: —No hay
alojamiento para vosotros aquí. ¡Id a la casa al pie de la colina!
—No, Zamîn—le dijo Ulbar—. No me quedaré. Voy a mi casa con la
venia del señor Aldarion. ¿Está todo bien allí?
—Bastante bien—dijo ella—. Tu hijo ha comido hasta olvidarte. Pero
¡ve y encuentra tus propias respuestas! Estarás allí más abrigado que tu capitán.
Erendis no se hizo presente a la mesa donde unas mujeres sirvieron
a Aldarion una cena tardía en una cámara apartada. Pero antes que él hubiera
acabado de comer, ella entró y dijo delante de las mujeres:
—Estaréis cansado, mi señor, después de tanta prisa. Se os ha
aprontado un cuarto de huéspedes, y está a vuestra disposición. Mis mujeres os
asistirán. Si tenéis frío, pedidles que enciendan un fuego.
Aldarion no contestó. Fue temprano al dormitorio y como en verdad
estaba cansado, se echó en la cama y olvidó pronto las sombras de la Tierra
Media y de Númenor en un sueño profundo. Pero con el canto del gallo despertó
con gran inquietud y enfado. Se levantó de inmediato y pensó en abandonar la
casa sin ruido: encontraría a Henderch, su hombre de confianza, y a los
caballos, e irían a casa de su pariente, Hallatan, el señor pastor de
Hyarastorni. Más tarde convocaría a Erendis con su hija a Armenelos y ya no
tendría más tratos en terreno de ella. Pero mientras iba hacia las puertas,
Erendis se le acercó. No se había acostado esa noche y se detuvo ante él, en el
umbral.
—Os vais más de prisa de lo que habéis venido, mi señor—dijo—.
Espero que como marinero no hayáis encontrado demasiado fastidiosa esta casa de
mujeres, y por eso os vais así antes de resolver vuestros asuntos. En verdad,
¿qué asunto os trajo aquí? ¿Puedo saberlo antes de que os vayáis?
—Se me dijo en Armenelos que mi esposa estaba aquí, y que había
traído aquí a mi hija—respondió él—. En cuanto a mi esposa, estaba equivocado,
según parece, pero ¿no tengo yo una hija?
—La teníais hace algunos años—dijo ella—. Pero mi hija no se ha
levantado todavía.
—Que se levante entonces mientras voy en busca de mi caballo—dijo
Aldarion.
Erendis habría querido evitar el encuentro de Aldarion y Ancalimë
en esa ocasión, pero temía ir demasiado lejos y perder el favor del rey, y el consejo
ya había expresado su descontento por el hecho de que la niña fuera criada en
el campo. Por tanto, cuando Aldarion volvió a caballo junto con Henderch,
Ancalimë estaba junto a su madre en el umbral. Se mantenía erguida y rígida
como su madre, y no lo saludó en ningún momento cuando él desmontó y subió por
las escaleras hacia ella.
En una nota sobre el «consejo del cetro» en este tiempo de
la historia de Númenor, se dice que no tenía poder para doblar la voluntad del
rey, excepto por persuasión. Los miembros del consejo procedían de cada una de
las regiones de Númenor; pero el heredero del rey era también miembro de pleno
derecho, para que así pudiera aprender a gobernar; y también a otros podía
convocar el rey o designarlos consejeros, si tenían algún conocimiento que
pudiera ser de utilidad en cualquier instancia del debate. En este momento,
sólo había dos miembros del consejo (además de Aldarion) que pertenecían a la
Línea de Elros: Valandil de Andúnië, por las Andustar, y Hallatan de
Hyarastorni, por las Mittalmar; pero eran dueños de esas tierras no por
descendencia ni riqueza, sino por la estima y el amor que se les tenía (en la
Akallabêth se dice que «el Señor de Andúnië se contó siempre entre los
principales consejeros del cetro»).
—¿Quién sois?—preguntó—. ¿Y por qué me ordenáis levantarme tan
temprano, antes de que haya movimiento en la casa?
Aldarion la miró atentamente, y aunque tenía una expresión severa,
se sonreía por dentro: porque veía en ella a su propia hija más que a la de
Erendis, a pesar de la educación que había recibido.
—Me conocisteis una vez, señora Ancalimë—le dijo—, pero no
importa. Hoy no soy más que un mensajero venido de Armenelos para recordaros
que sois la hija del heredero del rey; y (como puedo verlo ahora) que seréis su
heredera llegado el momento. No siempre viviréis aquí. Volved ahora a vuestro
lecho, mi señora, hasta que vuestra doncella se despierte, si queréis. Tengo
prisa por ver al rey. ¡Adiós! —Besó la mano de Ancalimë y descendió las
escaleras; luego montó y se alejó a la carrera saludando con la mano.
Erendis, sola en la ventana, lo vio cabalgar colina abajo, y
advirtió que se dirigía a Hyarastorni y no a Armenelos. Entonces lloró de pena,
pero más todavía de rabia. Había esperado imponer alguna penitencia, que
pudiera retirar después de que Aldarion le pidiera perdón; pero él la había
tratado como si ella fuera la única culpable, y no la había tenido en cuenta
delante de su hija. Demasiado tarde recordaba las palabras que le dijera Núneth
mucho tiempo atrás, y veía a Aldarion ahora como a alguien grande e indomable,
impulsado por una fiera determinación, aún más peligroso cuando actuaba con
frialdad.
—¡Peligroso!—dijo—. Soy acero difícil de doblegar. Así lo
comprobaría él, aun cuando fuera rey de Númenor.
Aldarion cabalgó a Hyarastorni, la casa de Hallatan, su primo;
porque tenía intención de descansar allí un tiempo y reflexionar. Cuando estuvo
cerca, oyó sonido de música, y descubrió que los pastores celebraban alegremente
el regreso a casa de Ulbar con muchas maravillosas historias y regalos; y la
esposa de Ulbar, enguirnaldada, bailaba con él al son de los caramillos. En un
principio nadie advirtió la presencia de Aldarion, aún a caballo, que los
observaba con una sonrisa; pero de pronto Ulbar exclamó: —¡El gran capitán!—e
Îbal, su hijo, corrió hacia los estribos de Aldarion—. ¡Señor capitán!—clamó.
—¿De qué se trata? Tengo prisa—dijo Aldarion; porque había
cambiado de humor, y sentía enfado y amargura.
—Sólo quiero preguntar—dijo el niño—qué edad ha de tener un hombre
para que pueda hacerse a la mar en un barco como mi padre.
—La edad de las montañas y ninguna otra esperanza en la vida—dijo Aldarion—.
O más sencillamente, ¡cuando se lo diga el corazón! Pero tu madre, hijo de
Ulbar, ¿no ha de darme la bienvenida?
Cuando la esposa de Ulbar se aproximó, Aldarion le tomó la mano. —¿Querrás
recibir esto de mí?—dijo—. No es más que una pequeña retribución por los seis
años de Ulbar que tú me diste, la ayuda de un corazón noble. —Y de un saquito
bajo la capa sacó una joya roja como el fuego, engarzada sobre una banda de
oro, y se la puso en la mano. —Viene del rey de los elfos—dijo—. Pero la
considerará en buenas manos cuando yo se lo diga. —Entonces Aldarion se
despidió de la gente allí reunida y se alejó cabalgando, sin deseos ya de
quedarse en aquella casa. Cuando Hallatan se enteró de la extraña llegada y la
precipitada partida de Aldarion, se quedó perplejo, hasta que otras noticias
recorrieron el campo.
Aldarion todavía no estaba muy lejos de Hyarastorni, cuando se
detuvo de pronto y habló con Henderch, su compañero. —Sea cual fuere la
bienvenida que te espere en el oeste, amigo, no te apartaré de ella. Ve a tu
casa con mi agradecimiento. Deseo viajar solo.
—No es conveniente, señor capitán—dijo Henderch.
—Tienes razón—dijo Aldarion—. Pero así son las cosas. ¡Adiós!
Y prosiguió cabalgando solo hacia Armenelos, y nunca más puso el
pie en Emerië.
Cuando Aldarion abandonó la cámara, Meneldur miró con asombro la
carta que su hijo le había dado; porque vio que provenía del rey Gil-galad de Lindon.
Estaba sellada y tenía su emblema de estrellas blancas sobre un círculo azul.
En el pliegue exterior estaba escrito:
Entregada en Mithlond en manos del señor Aldarion, heredero del rey
de Númenor, para ser entregada personalmente al alto rey en Armenelos.
Entonces Meneldur rompió el sello y leyó:
Ereinion Gil-galad, hijo de Fingon[7], a Tar-Meneldur de la línea de Eärendil,
salve: los valar os guarden y que no haya sombras en la isla de los reyes.
Hace ya mucho que os debo agradecimiento por
haberme enviado tantas veces a vuestro hijo Anardil Aldarion: a quien considero
el más grande amigo de los elfos que hay ahora entre los hombres. En esta
ocasión os pido perdón por haberlo retenido demasiado; porque yo tenía gran
necesidad del conocimiento de los hombres y de sus lenguas que sólo él posee.
Ha desafiado múltiples peligros para traerme su consejo. De mi necesidad, él os
dirá algo; no obstante, no llega a advertir claramente el tamaño de esa
necesidad, pues es joven y tiene muchas esperanzas. Por tanto, escribo esto
sólo para los ojos del rey de Númenor.
Una nueva sombra se levanta en el este. No se
trata de la tiranía de hombres malvados, como cree vuestro hijo; pero un
servidor de Morgoth está moviéndose, y las criaturas malignas han despertado
otra vez. Cada año el Mal gana en fuerza, pues la mayor parte de los hombres
están dispuestos a servirlo. No pasará mucho tiempo, según mi parecer, en que
la amenaza será excesiva para los eldar, que no podrán oponérsele sin ayuda.
Por tanto, cada vez que veo una de las altas naves de los reyes de los hombres,
mi corazón se apacigua. Y ahora tengo la audacia de solicitar vuestra
asistencia. Si os sobran fuerzas de hombres, prestádmelas, os lo ruego.
Vuestro hijo os informará, si queréis, de
todas nuestras razones. Pero en resumen su consejo (siempre atinado) es que
cuando sobrevenga el ataque, como sobrevendrá sin duda alguna, hemos de
intentar la defensa de las Tierras del Oeste, donde moran los eldar y los hombres
de vuestra raza cuyos corazones no están todavía oscurecidos. Cuando menos
hemos de defender Eriador y las orillas de los largos ríos al oeste de las
montañas que llamamos Hithaeglir: nuestra principal defensa. Pero en ese muro
de montañas hay una gran hendidura hacia el sur en la tierra de Calenardhon; y
por esa vía puede llegar la invasión del este. Ya el enemigo se acerca
arrastrándose a lo largo de la costa. Podríamos defender Eriador e impedir el
asalto si tuviéramos alguna plaza fuerte en la costa cercana.
Todo esto, el señor Aldarion lo ha comprendido
hace años. En Vinyalondë, junto a la desembocadura del Gwathló, trabajó mucho
tiempo en la construcción de un gran puerto fortificado, seguro contra lo que
venga por tierra y por mar; pero estas grandes obras han resultado inútiles.
Conoce bien tales asuntos, porque mucho ha aprendido de Círdan, y comprende
mejor que nadie las necesidades de vuestros grandes navíos. Pero nunca tuvo
hombres suficientes; mientras que a Círdan no le sobran los artífices ni los
albañiles.
El rey conocerá sus propias necesidades; pero
si escucha con favor al señor Aldarion y lo apoya en todo lo posible, habrá un
poco más de esperanza en el mundo. Los recuerdos de la Primera Edad no son
claros, y las cosas están enfriándose en la Tierra Media. Que no se desvanezca
también la vieja amistad de los eldar y los dúnedain.
¡Escuchad! La oscuridad que se acerca está
cargada de odio hacia nosotros, y el aborrecimiento en que os tiene no es mucho
menor. Pronto sus alas cubrirán el Gran Mar de extremo a extremo, si seguimos
permitiéndole que crezca.
Manwë os mantenga al abrigo del Único y envíe
buenos vientos a vuestros velámenes.
Lindon
por Alan Lee
Meneldur dejó que el pergamino le cayera sobre las rodillas. Unas
grandes nubes arrastradas por un viento del este habían precipitado el
crepúsculo, y las altas candelas parecían menguar en la lobreguez que llenaba
la cámara.
—¡Quiera Eru llevarme antes que ese tiempo llegue!—gritó con
grandes voces. Luego se dijo a sí mismo—: ¡Ay!, qué desgracia que su orgullo y
mi frialdad nos hayan mantenido apartados tanto tiempo. Pero será atinado
cederle el cetro antes de lo que yo había pensado. Porque estas cosas están
fuera de mi alcance.
»Cuando los valar nos dieron la Tierra del Don, no nos dejaron
allí como delegados: nos dieron el reino de Númenor, no el del mundo. Ellos son
los Señores. A nosotros nos incumbía poner fin al odio y a la guerra; porque la
guerra había terminado, y Morgoth había sido expulsado de Arda. Así lo creí y
así se me enseñó.
»No obstante, si el mundo se oscurece otra vez, los Señores deben
saberlo; y no me han enviado ninguna señal. A menos que esto lo sea. Y
¿entonces qué? Nuestros padres fueron recompensados por haber contribuido a la
derrota de la Gran Sombra. ¿Se mantendrán sus hijos apartados si el Mal encuentra
nueva cabeza?
»Tengo demasiadas dudas, para gobernar bien. ¿Nos prepararemos, o
dejaremos que las cosas ocurran? Si nos preparamos para una guerra que por
ahora es sólo una conjetura, ¿tendremos que sacar a artesanos y labradores de
sus pacíficos trabajos y enseñarles a derramar sangre en el combate? ¿Habrá que
poner hierros en manos de capitanes codiciosos que no aman otra cosa que la
conquista y se vanagloriarán si hacen una matanza? ¿Le dirán a Eru: al menos
vuestros enemigos estaban entre ellos? ¿nos cruzaremos de brazos mientras los
amigos mueren injustamente? ¿Permitiremos que los hombres vivan ciegos y en paz
hasta que el expoliador esté a la puerta? ¿Qué harán entonces: oponer las manos
desnudas al hierro y morir en vano, o huir dejando detrás los gritos de las
mujeres? ¿Le dirán a Eru: Al menos no he derramado ni una gota de sangre?
»Cuando una u otra vía conducen al mal, ¿de qué sirve elegir?
¡Gobiernen los valar bajo la égida de Eru! Cederé el cetro a Aldarion. Sin
embargo, también esto es una elección, porque bien sé qué camino tomará. A no
ser que Erendis...Entonces Meneldur pensó con disgusto en Erendis en Emerië.
«Pero poca es la esperanza allí (si puede llamársela esperanza). Él
no cederá en asuntos tan graves. Y sé bien lo que ella decidiría... aun
suponiendo que consintiera en escuchar, tanto como para poder entender. Porque
su corazón no tiene alas que la lleven más allá de Númenor, y no sospecha lo
que eso costaría. Si luego de elegir tropezase con la muerte, moriría
valientemente. Pero ¿qué hará con la vida y la voluntad de otros? Todavía nos
falta descubrirlo, a los valar, y a mí mismo.»
Aldarion volvió a Rómenna el cuarto día después de regresar el Hirilondë a puerto. Estaba sucio por el
polvo del camino y fatigado, y fue en seguida a bordo del Eämbar, donde pensaba instalarse. Pero esa vez, como lo comprobó
con amargura, corrían muchos rumores por la ciudad. Al día siguiente reunió
unos hombres en Rómenna y los condujo a Armenelos. Allí ordenó a algunos que
derribaran todos los árboles del jardín, excepto uno, y los llevaran a los
astilleros; a otros, que echaran la casa abajo. Sólo conservó con vida el árbol
blanco de los elfos; y cuando los leñadores hubieron partido, lo miró allí en
pie en medio de la desolación y vio por primera vez que era hermoso en sí
mismo. En su lento crecimiento élfico no tenía aún sino doce pies [4 metros]
de altura, y era recto, esbelto, juvenil, cargado ahora de flores invernales en
las ramas erguidas que apuntaban al cielo. Le recordó a su hija, y dijo: —También
a ti te llamaré Ancalimë. ¡Que los dos se mantengan así altos, en larga
vida, y sin que el viento o una voluntad ajena puedan torcerlos, y que nadie ni
nada llegue a troncharlos!
Al tercer día de su regreso de Emerië, Aldarion fue en busca del rey.
Tar-Meneldur lo aguardaba sentado, inmóvil en su silla. Al mirar a su hijo,
tuvo miedo; porque Aldarion estaba cambiado: la cara se le había vuelto gris,
fría y hostil, como el mar cuando una nube opaca vela de pronto la luz del sol.
Erguido ante su padre habló lentamente en un tono que parecía más de desprecio
que de cólera.
—Cuál fue tu parte en todo esto, lo sabes mejor que nadie—dijo—. Pero
un rey ha de tener en cuenta lo que un hombre es capaz de soportar, aunque sea
un súbdito, aunque sea su hijo. Si querían sujetarme a esta isla, escogiste mal
las cadenas. No tengo ahora esposa, ni amor por este país. Me iré de esta
malhadada isla de sueños, donde la insolencia quimérica de las mujeres pretende
humillar a los hombres. Dedicare mis días a algún fin en otra parte, donde no
se me desprecie y me reciban con honra. Puedes encontrar a un heredero más
adecuado como sirviente doméstico. De mi heredad sólo te pido el barco Hirilondë y tantos hombres como puedan
caber en él. También a mi hija me llevaría si fuera mayor; pero se la
encomiendo a mi madre. A no ser que te babees por las ovejas, no lo impedirás,
y no toleraré que la niña crezca entre mujeres prácticamente mudas,
despreciando y malqueriendo a los suyos. Pertenece a la línea de Elros, y
ningún otro descendiente tendrás por mediación de tu hijo. He cumplido. Me voy
ahora a emprender negocios de mayor provecho.
Hasta entonces Meneldur había permanecido pacientemente sentado,
con la mirada gacha, sin hacer signo alguno. Pero suspiró ahora y levantó la
mirada: —Aldarion, hijo mío—dijo con tristeza—, el rey podría decir que tú
también muestras insolencia y desprecio por los tuyos, y que condenas a otros
sin haberlos escuchado; pero tu padre, que te ama y se apena por ti, todo lo
perdona. No es sólo mía la culpa de no haber comprendido antes tus propósitos.
Pero de cuanto tú has sufrido, y de lo que ¡ay! muchos hablan ahora, soy
inocente. A Erendis la he amado, y como nuestros corazones tienen inclinaciones
parecidas, he llegado a pensar que ha soportado no pocas adversidades. Tus
propósitos ahora se me han vuelto claros, aunque si estás dispuesto a escuchar
otra cosa que alabanzas, diría que en un principio también te guio tu propio
placer. Y quizás las cosas habrían sido distintas si hubieras hablado más
abiertamente mucho tiempo atrás.
—¡Puede que el rey haya recibido cierta ofensa—gritó Aldarion,
ahora más enardecido—, pero no esa de que hablas! ¡A ella, cuando menos, le
hablé largamente y a menudo: hablé a oídos fríos y sordos! ¡Yo me sentía como
un niño que quiere treparse a un árbol y se lo dice a una niñera que sólo
piensa en ropas desgarradas y horas de comidas! La amo, o no me importaría tanto.
Al pasado lo guardaré en el corazón; el futuro está muerto. Ella no me ama, ni
ama ninguna otra cosa. Sólo se ama a sí misma, con Númenor por decorado, y yo
como perro doméstico que dormita junto al hogar hasta que ella tenga ganas de
dar un paseo por el campo. Aunque ahora hasta los perros le parecen groseros, y
pretende que Ancalimë trine en una jaula. Pero, basta. ¿Tengo autorización del rey
para partir? ¿Alguna orden?
—El rey—respondió Tar-Meneldur—ha reflexionado mucho acerca de
estos asuntos desde la última vez que estuviste en Armenelos, hace sólo unos
días, que ahora parecen tan largos. Ha leído la carta de Gil-galad que es seria
y grave de tono. Por desdicha, a su ruego y a tus deseos el rey de Númenor ha
de responder no. No puede hacer otra
cosa teniendo en cuenta los peligros inherentes a una u otra medida: prepararse
para la guerra o no prepararse.
Aldarion se encogió de hombros y dio un paso como para partir.
Pero Meneldur alzó la mano ordenando atención, y continuó:
—No obstante, el rey, aunque viene gobernando Númenor desde hace
ciento cuarenta y dos años, no está seguro de que su comprensión de un asunto
de tanta importancia y peligro baste para adoptar una decisión justa.
—Hizo una pausa y cogiendo un pergamino escrito de su propia mano,
leyó con voz clara:
Por tanto: primero, en honor de su hijo
bienamado, y segundo para el mejor gobierno del reino en circunstancias que su
hijo entiende mejor, el rey resuelve: ceder sin más demora el cetro a su hijo,
que en adelante se llamará Tar-Aldarion, el rey.
»Esto—dijo Meneldur—, cuando se proclame, explicará a todos lo que
pienso de mi dimisión. Te librará de humillaciones y te dará nuevos poderes, de
modo que otras pérdidas parecerán más fáciles de soportar. La carta de Gil-galad,
cuando seas rey, la contestarás como le parezca adecuado al portador del cetro.
Aldarion permaneció un momento inmóvil, asombrado. Estaba
preparado para enfrentarse con la cólera del rey, que intencionalmente había
tratado de encender. Ahora se sentía confundido. Entonces, como quien es
arrebatado de pronto por un viento repentino, cayó de rodillas ante su padre;
pero al cabo de un momento levantó la cabeza inclinada y rio, como hacía siempre
cuando se enteraba de un hecho cualquiera de gran generosidad, porque le
alegraba el corazón.
—Padre—dijo—, pídele al rey que perdone mi insolencia. Porque es
un gran rey y su humildad lo pone muy por encima de mi orgullo. Estoy vencido:
me entrego por entero. Es inconcebible que un rey semejante haya de renunciar a
su cetro cuando es todavía vigoroso y sabio.
—No obstante, así está decidido—dijo Meneldur—. El consejo será
convocado sin demora.
Cuando el consejo se reunió al cabo de siete días, Tar-Meneldur
les dijo lo que había resuelto y puso el pergamino ante ellos. Entonces todos
se asombraron, pues no conocían todavía las circunstancias de las que hablaba
el rey; y todos pusieron reparos rogándole que postergara su decisión, salvo
sólo Hallatan de Hyarastorni. Porque estimaba mucho a Aldarion, su pariente,
aunque tenían costumbres y gustos muy distintos; y juzgaba que la resolución
del rey era noble y, si por fuerza la había tomado, también probablemente
oportuna.
Pero a los otros que objetaban esto o aquello contra su
resolución, Meneldur respondió: —No sin meditación lo he decidido, y en mis
meditaciones he considerado todas las razones que con tanto tino defendéis.
Ahora, y no más tarde, es el momento adecuado para que sea pública mi voluntad,
por razones que todos sospechan sin duda, aunque nadie las haya mencionado
aquí. Que este decreto, pues, sea proclamado cuanto antes. Pero si queréis, no
entrará en vigor hasta el tiempo de la Erukyermë,
en primavera. Mientras, conservaré el cetro.
Cuando la nueva de la proclamación del decreto llegó a Emerië,
Erendis se sintió consternada; porque creyó ver en él una censura del rey, en
cuyo favor había confiado. En esto veía con verdad, pero que hubiera algo
oculto de mayor importancia, no podía concebirlo. Poco después llegó un mensaje
de Tar-Meneldur, una orden en verdad, aunque graciosamente redactada. Se la
instaba a que fuera a Armenelos y que llevara con ella a la señora Ancalimë,
para que viviera allí por lo menos hasta la Erukyermë
y la proclamación del nuevo rey.
«Es rápido para asestar el golpe» pensó. «Debí haberlo
previsto. Me despojará de todo. Pero a mí no ha de mandarme ‚ ni aún en nombre
del rey.»
Por tanto, envió esta respuesta a Tar-Meneldur:
«Rey y padre, mi hija Ancalimë acudirá a
Armenelos, si vos lo ordenáis. Ruego que tengáis en cuenta sus pocos años y que
le busquéis un alojamiento tranquilo. En cuanto a mí, os ruego que me excuséis.
Me dicen que mi casa de Armenelos ha sido destruida; y no querría en este
momento ser huésped, menos que en ningún otro sitio, en una casa montada en un
barco, entre marineros. Permitidme, pues, que permanezca aquí en mi soledad, a
menos que sea también voluntad del rey recuperar esta casa».
Esta carta leyó Meneldur con aire preocupado, pero no le tocó el
corazón. Se la mostró a Aldarion, a quien parecía principalmente apuntada.
Aldarion leyó la carta; y el rey, que estaba observándolo, dijo entonces: —Sin
duda estás apenado. Pero ¿qué otra cosa esperabas?
—No esto, cuando menos—dijo Aldarion—. Está muy por debajo de lo
que esperaba de ella. Ha quedado disminuida; y si ésta es mi obra, negra es
entonces mi culpa. Pero ¿se reducen los grandes en la adversidad? ¡No era éste
el modo, ni siquiera por odio o venganza! Debió haber exigido que se le
preparara una casa grande, adecuada para la escolta de una reina, y regresar a
Armenelos toda engalanada, con la estrella en la frente; de ese modo hubiera
ganado a casi todos en la isla de Númenor, y en mí verían a un loco y un palurdo.
Los valar me sean testigos, lo habría preferido así: antes una hermosa reina
que me frustrara y escarneciera, que libertad para gobernar mientras la señora
Elestirnë languidece en su propio crepúsculo.
Entonces, riendo con amargura, devolvió la carta al rey. —Bien,
que así sea—dijo—. Pero si a alguien le disgusta vivir en un barco entre
marineros, puede disculpársele a otro que no le guste vivir en una granja de
ovejas, entre sirvientas. Pero no permitiré que mi hija se eduque de ese modo.
Cuando menos, ella elegirá a conciencia. —Se puso de pie, y pidió permiso para
retirarse.
Notas de Christopher Tolkien
A partir del punto en que Aldarion lee la carta de Erendis, que se
niega a acudir a Armenelos, el relato no es más que una breve colección de
notas y apuntes: y estos fragmentos no llegan nunca a constituir una trama
coherente, pues fueron escritos en distintas épocas y se contradicen a menudo.
Según parece, cuando Aldarion recibió el cetro
de Númenor en el año 883, decidió volver a la Tierra Media sin dilación, y
partió hacia Mithlond ese mismo año o al año siguiente. Queda registrado que en
la proa del Hirilondë no había puesto una rama de oiolairë, sino la imagen de
un águila con pico de oro y ojos de brillantes, regalo de Círdan.
Estaba allí puesta por arte de su hacedor, como si fuera a
remontar vuelo directamente hacia una meta que hubiera divisado.
—Este signo nos llevará a destino—dijo—. Que los valar cuiden de
nuestro retorno... si no les disgusta lo que hacemos.
Regalo de Gil-galad por
Alan Lee
También se dice que «no quedan registros de los últimos viajes
emprendidos por Aldarion»; pero que «se sabe que viajó mucho por tierra, tanto
como por mar, y remontó el curso del río Gwathló hasta Tharbad, y allí se
encontró con Galadriel». No hay mención de este encuentro en ningún otro sitio;
pero por ese entonces Galadriel y Celeborn vivían en Eregion, a no mucha
distancia de Tharbad.
Pero todas las obras de Aldarion fueron desbaratadas. Los trabajos
que empezó otra vez en Vinyalondë nunca se terminaron, y el mar los devoró. No
obstante, puso los cimientos de la obra que Tar-Minastir concluiría muchos años
después, durante la primera guerra contra Sauron, y si no hubiera sido por
estos trabajos, las flotas de Númenor no podrían haber llegado a tiempo al
lugar oportuno, como él lo había previsto. Ya la hostilidad crecía y hombres
oscuros de las montañas invadían Enedwaith, pero en los días de Aldarion, los númenóreanos
aún no buscaban nuevas tierras, y sus aventureros seguían siendo un pueblo
pequeño, admirado, pero apenas emulado.
No hay mención de que se llevara adelante la alianza con Gil-galad
o que se enviara la ayuda que éste había solicitado en la carta a Tar-Meneldur;
en verdad, se dice que Aldarion llegó demasiado tarde o demasiado temprano.
Demasiado tarde: porque el poder que odiaba a Númenor ya había despertado.
Demasiado temprano: porque el tiempo no estaba maduro todavía como para que
Númenor manifestara su poder o interviniera en la batalla por el mundo.
Hubo cierta agitación en Númenor cuando Tar-Aldarion decidió
volver a la Tierra Media en 883 u 884, pues ningún rey había abandonado antes
la isla. Se dice que se le ofreció la regencia a Meneldur, pero que éste la
rechazó, y que el regente fue Hallatan de Hyarastorni, designado por el consejo
o por el mismo Tar-Aldarion.
De la historia de Ancalimë adolescente no hay datos ciertos. Hay
menos dudas en lo que concierne a su carácter algo ambiguo y a la influencia
que su madre ejerció continuamente sobre ella. Era menos recatada que Erendis y
gustó desde un principio del despliegue, las joyas, la música, la admiración y
la deferencia; pero sólo cuando le convenía, y nunca de un modo constante, y a menudo
escapaba con la excusa de ir a ver a su madre y la casa blanca de Emerië.
Aprobaba, por así decir, tanto la manera en que Erendis había tratado a
Aldarion luego de su último regreso, como también la cólera y el orgullo
impenitente de Aldarion, y su definitiva ruptura con Erendis, a quien había
arrancado de su corazón y sus pensamientos. Sentía profundo disgusto por el
matrimonio obligatorio y por cualquier cosa que la violentara. Su madre siempre
le había hablado mal de los hombres, y en verdad se conserva un notable ejemplo
de las enseñanzas de Erendis en este respecto:
Los hombres de Númenor son medio elfos (decía Erendis), en
especial los encumbrados, pero en verdad no son ni una cosa ni otra. La larga
vida que se les concedió los engaña, y se huelgan en el mundo hasta que los
alcanza la vejez... y entonces muchos de ellos abandonan los juegos al aire
libre para seguir jugando dentro de sus casas. De los asuntos importantes hacen
un juego, y del juego un asunto importante. Querrían ser artesanos y maestros
de la ciencia y héroes a la vez; y para ellos las mujeres son como el fuego del
hogar, cuyo cuidado incumbe a otros, hasta que regresan por la noche, hartos de
juegos. Todo ha sido hecho para servirlos: las montañas para minas, los ríos
para sacar agua o hacer girar unas ruedas, los árboles para la madera, las
mujeres para las necesidades corporales, y si son bellas para adorno de la mesa
o el hogar; y los niños para bromear con ellos cuando no hay otra cosa que
hacer... Pero lo mismo les daría jugar con una camada de perros. Con todos se
muestran amables y bondadosos, alegres como la alondra en la mañana (si brilla
el sol); porque nunca se enfadan si pueden evitarlo. Los hombres tienen que ser
alegres, afirman, generosos como los ricos, repartiendo lo que les sobra. El
enojo aparece sólo cuando advierten de pronto que hay otras voluntades en el
mundo además de la de ellos. Entonces se vuelven tan despiadados como los
vientos de los mares si algo se atreve a oponérseles.
Así es, Ancalimë, y no podemos cambiarlo. Porque los hombres
hicieron Númenor: los hombres, esos héroes de antaño de los que cantan tantas
hazañas... De sus mujeres no oímos tanto, salvo que lloraban cuando los hombres
morían en combate. Númenor era un descanso después de la guerra. Pero si se
cansan del descanso y de los juegos de la paz, vuelven otra vez al gran juego:
la matanza de hombres, la guerra. Así es, y nosotras estamos entre ellos, pero
no tenemos que consentir. Si también amamos Númenor, disfrutemos de ella antes
de que la arruinen. También nosotras somos hijas de los grandes, y tenemos
voluntad y coraje propios. Por tanto, no te doblegues, Ancalimë. Si permites
que te dobleguen un poco, te han de doblegar más todavía, hasta que te echen
por tierra. ¡Echa raíces en la roca y da cara al viento, aunque todas tus hojas
vuelen!
Además, y con mayor eficacia, Erendis había acostumbrado a
Ancalimë a la sociedad femenina: la serena, tranquila, complaciente vida de
Emerië, sin interrupciones ni alarmas. Los niños, como Îbal, gritaban. Los
hombres cabalgaban soplando cuernos a horas intempestivas y comían con gran
ruido. Engendraban niños y los dejaban al cuidado de las mujeres cuando los
encontraban molestos. Y aunque dar a luz un niño no fuera tan doloroso y
peligroso como en otras partes, nadie pensaba en Númenor como un «paraíso
terrenal», y no se evitaban las fatigas del trabajo y de todo lo que
hubiere que hacer.
Ancalimë, como Aldarion, nunca se echaba atrás una vez que se
había decidido; era terca como él, y a veces hacía lo contrario de lo que le
aconsejaban. Tenía algo de la frialdad de su madre; y en lo profundo del
corazón, casi pero no del todo olvidada, sentía aún la firmeza con que Aldarion
le había soltado la mano y la había dejado en el suelo cuando tuvo prisa por
partir. Amaba profundamente los prados de su patria, y nunca (como dijo una
vez) pudo dormir en paz lejos del balido de las ovejas, pero no rechazó la heredad,
y decidió convertirse en poderosa soberana, cuando llegara el momento; y cuando
así fuese, vivir como y donde le placiera.
Parece que, durante unos dieciocho años, después de recibir el cetro
de Númenor, Aldarion se ausentaba con frecuencia de Númenor; y durante ese
tiempo Ancalimë pasaba sus días tanto en Emerië como en Armenelos, porque la reina
Almarian le había cobrado un gran cariño y la consentía como había consentido a
Aldarion en su juventud. En Armenelos todos la trataban con deferencia, y no
menos Aldarion; y aunque al principio no se sentía a sus anchas y extrañaba los
extensos horizontes de su país, con el tiempo dejó de sentirse abatida y
advirtió que los hombres miraban asombrados su belleza. A medida que crecía fue
mostrándose cada vez más obstinada, y le resultaba fastidiosa la compañía de
Erendis, que se comportaba como una viuda y no quería ser reina; pero siguió
volviendo a Emerië, tanto con el propósito de escapar de Armenelos como por el
deseo de irritar a Aldarion. Era inteligente y maliciosa, y esperaba sacar
algún provecho de la batalla que libraban sus padres.
Ahora bien, en el año 892, cuando Ancalimë tenía diecinueve años,
fue proclamada heredera del rey (a una edad mucho más temprana que en el caso
precedente); y en esa ocasión Tar-Aldarion hizo cambiar la ley de sucesión de
Númenor. Se dijo específicamente que las razones de Tar-Aldarion eran «de
índole privada más que política» y motivadas «por el viejo deseo de
triunfar sobre Erendis».
Este cambio de la ley se menciona en El Señor de los Anillos,
Apéndice A (I, i):
El sexto rey [Tar-Aldarion] tuvo sólo una hija. Fue la primera reina
[esto es, reina regente]; pues fue entonces cuando se promulgó una ley de la
casa real: el mayor de los hijos del rey, cualquiera que fuera su sexo,
recibiría el cetro.
Pero en otras partes la nueva ley se formula de manera diferente.
La redacción más cabal y clara afirma en primer lugar que la «vieja ley», como
se la llamó luego, no era en realidad una «ley» númenóreana, sino una costumbre
heredada que las circunstancias aún no habían cuestionado; y de acuerdo con
dicha costumbre, el hijo mayor del regente heredaba el cetro. Se entendía que,
si no había hijo, el pariente más cercano de ascendencia masculina de Elros Tar-Minyatur
sería el heredero. Así, si Tar-Meneldur no hubiera tenido un hijo, el heredero
no habría sido Valandil, su sobrino (hijo de su hermana Silmariën), sino
Malantur, su primo (nieto de Eärendur, hermano menor de Tar-Elendil). Pero de
acuerdo con la «nueva ley», la hija (mayor) del regente heredaba el cetro en
caso de no tener un hijo (esto, por supuesto, contradice lo que se cuenta en el
Señor de los Anillos). Por sugerencia del consejo, se añadía que ella era libre
de rechazarlo. Al final el caso, de acuerdo con la «nueva ley», el heredero de la
regencia sería el pariente de sexo masculino más cercano, fuera de ascendencia
masculina o femenina. Así, pues, si Ancalimë hubiera rechazado el cetro, el
heredero de Tar-Aldarion habría sido Soronto, el hijo de su hermana Ailinel; y
si Ancalimë hubiera renunciado al cetro o hubiera muerto sin hijos, Soronto
igualmente habría sido su heredero.
También se estableció a instancias del consejo que la heredera
tenía que renunciar si permanecía soltera al cabo de cierto tiempo; y a estas
provisiones Tar-Aldarion añadió que el heredero del rey no debía casarse sino
con alguien de la línea de Elros, y quien así no lo hiciera ya no tendría
derecho a recibir la heredad. Se dice que esta ordenanza tuvo su origen
directamente en el desastroso matrimonio de Aldarion con Erendis, y a las
conclusiones a las que él había llegado, porque ella no pertenecía a la línea
de Elros, y tenía menor esperanza de vida, y él creía que de allí venía todo el
mal.
Sin duda estas provisiones de la «nueva ley» se registraron
con tanto detalle porque tenían estrecha relación con la historia posterior de
estos hechos; pero, desdichadamente, muy poco puede decirse de ellas.
En una fecha posterior, Tar-Aldarion abrogó la ley según la cual
la reina regente tenía que renunciar o casarse (y esto fue por cierto
consecuencia del rechazo de Ancalimë a esta alternativa); pero el matrimonio
del presunto heredero con otro miembro de la línea de Elros fue desde entonces
una costumbre aceptada.
De cualquier modo, los pretendientes de la mano de Ancalimë no
tardaron en aparecer en Emerië, y no sólo porque la posición de ella hubiese
cambiado, sino también por lo que se decía de su belleza, de su altivez y
desdén, y de la singularidad de su educación. En ese tiempo la gente empezó a
llamarla Emerwen Aranel, la princesa pastora. Para escapar de los
inoportunos, Ancalimë, con ayuda de la vieja Zamîn, fue a esconderse en una
granja en los lindes de las tierras de Hallatan de Hyarastorni, donde llevó un
tiempo la vida de una pastora. Los apresurados apuntes que se han conservado
cuentan de distinto modo las reacciones de los padres. Según uno de ellos,
Erendis sabía dónde se encontraba Ancalimë, y aprobaba que hubiese huido,
mientras que Aldarion impidió que el consejo la buscara, pues consideraba que
su hija debía actuar con independencia. Según otro apunte, sin embargo, Erendis
estaba preocupada por la huida de Ancalimë, y Aldarion, furioso; y en esta
oportunidad Erendis intentó reconciliarse con él, al menos en lo que concernía
a Ancalimë. Pero Aldarion se mantuvo inflexible, declarando que el rey no tenía
esposa, pero que tenía una hija y heredera; y que él no creía que Erendis
ignorara el lugar donde se escondía Ancalimë.
Lo que sí es cierto es que Ancalimë se encontró con un pastor que
cuidaba rebaños en la región; y este hombre le dijo que se llamaba Mámandil.
Ancalimë no estaba acostumbrada a esa clase de compañía y le deleitaba oírle
cantar, y él le cantó viejas historias de días remotos cuando los rebaños de
los edain pastaban en Eriador mucho tiempo atrás, antes que los edain se
encontrasen con los eldar. Ancalimë y Mámandil se veían en los pastizales cada
vez más a menudo, y él cantaba las canciones de los amantes de antaño e
incorporaba en ellas los nombres de Emerwen y Mámandil; y Ancalimë fingía no
entender esos juegos de palabras. Pero por fin él le declaró abiertamente su
amor, y ella se echó atrás y lo rechazó diciendo que el destino los separaba,
pues ella era la heredera del rey, pero Mámandil no se amilanó, y rio y le dijo
que su verdadero nombre era Hallacar, hijo de Hallatan de Hyarastorni, de la
línea de Elros Tar-Minyatur. —¿Y de qué otra manera habría de acercársete un
pretendiente?—dijo.
Entonces Ancalimë se enfadó porque la había engañado sabiendo
desde un principio quién era ella; pero él respondió: —Eso es verdad sólo en parte. Traté por
cierto de conocer a la señora, cuyas actitudes eran tan singulares que quise
saber más de ella. Pero entonces me enamoré de Emerwen, y no me importa ahora
quién es ella. No creas que pretendo la alta posición que ocupas; porque con
mucho preferiría que fueras sencillamente Emerwen. Sólo me alegro de esto:
también yo pertenezco a la línea de Elros, porque de otro modo, creo, no
podríamos casarnos.
—Podríamos—dijo Ancalimë—, si tuviera intención de abrazar ese
estado. Podría renunciar a mi realeza y quedar en libertad. Pero si así lo
hiciera, también podría casarme con quien quisiese; y ése sería Úner
(que significa «Nadie»), a quien preferiría por sobre todos los demás.
Fue no obstante con Hallacar con quien se casó Ancalimë
finalmente. De acuerdo con una versión, parece que la persistencia del cortejo
de Hallacar, a pesar de haber sido rechazado, y la insistencia del consejo en
que ella eligiera un marido para tranquilidad del reino, fueron causa de que se
casaran no muchos años después de encontrarse por vez primera entre los rebaños
en Emerië. Pero en otro sitio se dice que permaneció soltera tanto tiempo, que
su primo Soronto, apoyándose en la provisión de la nueva ley, le exigió que
cediera la heredad, y que ella entonces se casó con Hallacar para cortar así
las ambiciones de Soronto. En otro breve apunte, en fin, se da a entender que
se casó con Hallacar después de que Aldarion abrogara la ley, para que Soronto
no pretendiera ser rey si Ancalimë moría sin haber tenido hijos.
Sea como fuere, resulta claro que Ancalimë no tenía deseos de
amor, ni tampoco de tener un hijo, y decía: —¿Tengo que volverme como la reina
Almarian y babearme por él?—La vida en común con Hallacar fue desdichada, y
disputaron por causa de Anárion, el hijo que tuvo de él, y hubo guerra entre
ambos en adelante. Ella intentó someterlo sosteniendo que era la dueña de las
tierras de él y prohibiéndole habitar allí, pues no quería, dijo, que su marido
fuera el mayordomo de una granja. De este tiempo proviene la última historia
que cuenta estos desdichados asuntos. Porque Ancalimë no permitía que ninguna
de sus mujeres se casara, y aunque por temor de ella, casi todas le
obedecieron, procedían de los campos de alrededor y tenían amantes con quienes
deseaban casarse. Pero Hallacar dispuso en secreto el casamiento de todas
ellas; y declaró que se celebraría una última fiesta en su propia casa antes de
abandonarla. A esta fiesta invitó a Ancalimë, diciendo que era la casa de sus
padres y que la cortesía obligaba a dar una fiesta de despedida.
Ancalimë asistió con todas sus mujeres, pues no quería un séquito
de hombres. Encontró la casa toda iluminada y dispuesta como para una gran
fiesta, y los hombres enguirnaldados como para la celebración de un matrimonio,
todos con una guirlanda en la mano, destinada a una novia. —¡Venid!—exclamó
Hallacar—. Los matrimonios están preparados y prontas las cámaras nupciales.
Pero como no es concebible que le pida a la señora Ancalimë, la heredera del rey,
que yazga con el mayordomo de una granja, ¡ay!, por desdicha esta noche tendrá
que dormir sola. —Y Ancalimë fue obligada a quedarse allí, porque estaban muy
lejos para volver sola cabalgando. Ni los hombres ni las mujeres pudieron
disimular una sonrisa y Ancalimë no asistió a la fiesta, y se quedó en cama
escuchando a lo lejos las risas que creía destinadas a ella. Al día siguiente
partió a caballo, animada por cólera fría y Hallacar envió tres hombres para
que le sirvieran de escolta. Así se vengó él, pues ella no volvió jamás a
Emerië, donde hasta las ovejas parecían burlarse de ella. Pero desde entonces
no dejó de perseguir con odio a Hallacar.
Se dice de Erendis que cuando le llegó la vejez, abandonada por
Ancalimë, cayó en una amarga soledad, y echó de menos una vez más a Aldarion; y
al enterarse de que había abandonado Númenor en el que sería su último viaje,
aunque se esperaba que regresara pronto, partió de Emerië y viajó de incógnito
al puerto de Rómenna. Ahí, según parece, encontró su destino; pero sólo las
palabras «Erendis pereció en el agua en el año 985» sugieren qué pudo
ocurrirle.
Erendis por Alan Lee
De
los años posteriores de Tar-Aldarion nada puede decirse ahora, salvo que parece
haber continuado viajando a la Tierra Media, y que más de una vez dejó a
Ancalimë como regente. Se hizo a la mar por última vez en el primer milenio de
la Segunda Edad; y en el año 1075 Ancalimë se convirtió en la primera reina
regente de Númenor. Se dice que después de la muerte de Tar-Aldarion en 1098,
Tar-Ancalimë abandonó las empresas de su padre y ya no siguió ayudando a
Gil-galad en Lindon. Su hijo Anárion, que fue luego el octavo gobernante de
Númenor, tuvo pronto dos hijas. Estas odiaban y temían a la reina y rechazaron
la heredad, permaneciendo solteras, pues la reina, en venganza, no les permitió
casarse. Súrion, el hijo, fue el último de los vástagos de Anárion y el noveno
gobernante de Númenor.
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Fue
el único varón y el tercer hijo de Tar-Elendil, y nació en el año 543. Gobernó
durante ciento cuarenta y tres años y cedió el cetro en 883; murió en 942.
Su «verdadero nombre» era Írimon;
tomó el título de Meneldur a causa del amor que sentía por la ciencia de
las estrellas. Se casó con Almarian, hija de Vëantur, capitán de barcos bajo la
égida de Tar-Elendil.
Era
sabio, pero gentil y paciente. Tar-Meneldur Elentirmo levantó una alta torre
desde la que se podían observar los movimientos de las estrellas. Era el
primero y más grande de los observatorios númenóreanos. Cedió el cetro a su
hijo, de súbito y mucho antes del tiempo debido, por razones políticas, cuando
las preocupaciones de Gil-galad en Lindon perturbaron a Númenor, y comprendió
por primera vez que un espíritu maligno, hostil a los eldar y los dúnedain,
despertaba en la Tierra Media.
VI.
Tar-Aldarion
Era
el hijo mayor y único varón de Tar-Meneldur, y nació en el año 700. Gobernó
durante ciento noventa y dos años y cedió el cetro a su hija en 1075; murió en
1098. Su «verdadero nombre» era
Anardil; pero se lo conoció tempranamente como Aldarion, por lo mucho
que le interesaron los árboles, y plantó grandes bosques con el fin de proveer
de madera a sus astilleros. Fue un gran marino y carpintero de barcos; y a
menudo navegó a la Tierra Media, donde se convirtió en amigo y consejero de
Gil-galad. Por causa de sus largas ausencias, su esposa Erendis se enfadó con
él, y se separaron en el año 882. Su único descendiente fue una niña, muy
hermosa, Ancalimë. En su favor Aldarion cambió la ley de sucesión para que la
hija (mayor) de un rey pudiera sucederle si no tenía hijos varones. Este cambio
desagradó a los descendientes de Elros y especialmente a quien hubiera sido el
heredero según la vieja ley, Soronto, sobrino de Aldarion, hijo de la mayores
de sus dos hermanas, Ailinel.
Tar-Ancalimë por Alan Lee
VII.
Tar-Ancalimë
Fue
la única hija de Tar-Aldarion, y la primera reina regente de Númenor. Nació en
el año 873 y reinó durante doscientos cinco años, más que ningún otro rey
después de Elros; cedió el cetro en 1280 y murió en 1285. Permaneció largo
tiempo soltera; pero cuando Soronto le instó a ceder el cetro, se casó en el
año 1000 con Hallacar, hijo de Hallatan, descendiente de Vardamir. Y después
del nacimiento de su hijo Anárion, hubo muchas disputas entre Ancalimë y
Hallacar. Ella era orgullosa y obstinada. Después de la muerte de Aldarion,
abandonó todo lo que él había emprendido, y ya no prestó ninguna ayuda a
Gil-galad.
Su
hijo Anárion, quien después sería el octavo rey de Númenor, primero tuvo dos
hijas. Ellas no querían y temían a la reina, y rechazaron el cetro, permaneciendo
solteras, hasta que en la reina en venganza no les permitió que contrajeran
matrimonio.
X.TAL-ELMAR
LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA[8]
Salvo uno solo, el menor. Tal-elmar
Hazad lo llamaba su padre. Tenía todavía dieciocho años y vivía con su padre y
los dos hermanos que lo seguían en edad. Era alto, de piel blanca, y había una
luz en sus ojos grises que relampagueaba y se encendía cuando se enojaba; y
aunque eso ocurría pocas veces, y nunca sin un buen motivo, era algo que había
que recordar y tener en cuenta. Los que habían visto aquel fuego lo llamaban Ojo
de Pedernal y lo respetaban, lo amaran o no. Porque Tal-elmar podía
parecer, entre aquella gente morena y robusta, de construcción delgada y sin la
fuerza en las piernas y el cuello que ellos alababan, pero quien luchaba con él
no tardaba en descubrir que era más fuerte de lo que parecía, rápido e
imprevisible, difícil de atrapar y más difícil de esquivar.
Tenía una hermosa voz, que endulzaba
incluso la tosca lengua de aquel pueblo, pero no hablaba demasiado; y solía
mantenerse distante cuando los otros charlaban, con una mirada en el rostro que
los hombres juzgaban orgullosa con razón, aunque no era el orgullo del amo,
sino el de una persona de una raza extranjera a quien el destino ha abandonado
entre una gente innoble y obligado a cumplir una servidumbre. Porque de hecho Tal-elmar
realizaba tareas duras y serviles, pues era el hijo menor de un hombre anciano
que tenía pocas cosas de valor, a excepción de la barba y cierta fama de sabio.
Pero por extraño que pareciera (en el pueblo) servía a su padre de buena gana,
y lo amaba, más que todos sus hermanos y más que lo habitual entre los hijos de
aquella tierra. En verdad, la mayoría de las ocasiones en que el destello del
pedernal se veía en sus ojos eran por causa de su padre. Porque Tal-elmar tenía
una creencia extraña (de dónde venía, no se sabía): que los ancianos debían ser
tratados con amabilidad y cortesía, y que debían pasar sus últimos días con
toda la comodidad posible. «Si hay que contradecirlos», decía, «que
sea con respeto; porque han visto muchos años, y es posible que en numerosas
ocasiones se hayan enfrentado a males que nosotros no conocemos. Y no les
escatiméis comida o alojamiento, porque han trabajado más tiempo que nosotros y
sólo ahora reciben, con retraso, parte de lo que se les debe.» Aquella
evidente estupidez no tenía efectos sobre las costumbres de su pueblo, pero en
su casa era ley; y ya habían transcurrido dos años desde que alguno de sus
hermanos se atreviera a quebrantarla.
Hazad quería mucho a su hijo
menor, en respuesta al amor que este le profesaba, pero aún más por otro motivo
que guardaba en secreto: que su rostro y su voz le recordaban a alguien que
había perdido mucho tiempo atrás. Porque Hazad también había sido el hijo menor
de su madre, y ella murió en su infancia; y no pertenecía a su pueblo. Aquella
era la historia que había oído a escondidas, de la que no se hablaba
abiertamente, pues no se consideraba motivo de orgullo para la casa: provenía
del extraño pueblo, odioso y altanero, del que había rumores en las tierras
occidentales, que venía del este, se decía. Hermosos, altos y de ojos de
pedernal eran, con armas brillantes forjadas por los demonios en las terribles
colinas. Lentamente estaban expulsando hacia la costa, empujando hacia delante,
a los antiguos habitantes de aquellas tierras.
No sin resistencia. Había guerras
en las fronteras orientales, y como el antiguo pueblo era todavía numeroso, a
veces los recién llegados sufrían grandes pérdidas y se veían obligados a
retroceder. De hecho, no se había oído mucho de ellos en las colinas de Agar,
en el lejano oeste, durante más de la vida de un hombre, desde la gran batalla
de la que aún hablaban las canciones. Se había librado en el valle de Ishmalog,
decían los sabios en tradiciones, donde una gran hueste del pueblo cruel había
caído en una emboscada en un lugar estrecho y se habían amontonado sus
cadáveres. Y aquel día se tomaron muchos prisioneros; porque no había sido una
refriega en las fronteras, o una lucha con los guardias de la vanguardia: un
pueblo entero estaba en movimiento, con los carros, el ganado y las mujeres.
Ahora bien, Buldar, padre de
Hazad, se encontraba en el ejército del rey del norte y acudió al
acantonamiento de Ishmalog, y de la guerra se trajo por botín una herida, una
espada y una mujer. Y en eso fue esta afortunada, porque el destino de los
cautivos era corto y cruel, pero a ella Buldar la tomó por esposa. Porque era
hermosa, y después de mirarla no deseó a ninguna mujer de su pueblo. En
aquellos días era un hombre rico y poderoso, y hacía lo que quería, y se
burlaba de las burlas de sus vecinos. Pero cuando su esposa, Elmar, hubo
aprendido lo suficiente la lengua de su nueva familia, le dijo a Buldar un día:
—Mucho tengo que agradecerte,
señor; pero no pienses que ganarás mi amor de esta manera. Porque me has
apartado de mi pueblo, y del hombre que amaba y el hijo que le di. Los añoraré
y penaré por ellos siempre, y no amaré a ningún otro. Nunca volveré a tener
alegría, mientras esté cautiva entre un pueblo extraño que me parece bajo y
desagradable.
—Que así sea—dijo Buldar—. Pero no
pienses que voy a dejarte en libertad, porque eres preciosa para mis ojos. Y
piénsalo bien: es inútil intentar escapar de mí. Largo es el camino hasta los
supervivientes de tu pueblo, si queda alguno; y no llegarías lejos de las colinas
de Agar antes de encontrar la muerte, o una vida peor que la que tendrás en mi
casa. Bajos y desagradables nos has llamado. Con justicia, tal vez. Pero
también es justo decir que tu pueblo es cruel, no respeta las leyes y es amigo
de los demonios. Son ladrones. Porque estas tierras son nuestras desde hace
mucho tiempo, y nos quieren expulsar de ellas con las amargas espadas. La piel
blanca y los ojos brillantes no les dan derecho a eso.
—¿No?—dijo ella—. Entonces tampoco
lo hacen las piernas fuertes y los hombros anchos. ¿Cómo obtuvisteis si no las
tierras de las que alardeáis? ¿No es cierto que hay, como he oído decir a los
hombres, una gente salvaje en las cavernas de las montañas que antaño erraba en
libertad por aquí, antes de que vosotros, el pueblo endrino, llegarais y los persiguierais como lobos? Pero no hablaba de
derecho, sino de pesar y amor. Si aquí debo vivir, aquí viviré, pero aunque mi
cuerpo permanecerá en este lugar a tu voluntad, mi pensamiento estará lejos. Y
esta será mi venganza: mientras mi cuerpo siga en el exilio, la suerte de este
pueblo empeorará, y la tuya más; pero cuando mi cuerpo vaya a la tierra extraña
y mi pensamiento se libere de él, en tu familia surgirá alguien que será sólo
mío. Y con él llegará el final de tu pueblo y la caída de tu rey.
En adelante Elmar no volvió a
hablar sobre el asunto; y en verdad fue una mujer de pocas palabras mientras
duró su vida, salvo sólo con sus hijos. Les hablaba mucho cuando no había nadie
cerca, y les cantaba canciones en una lengua extraña y hermosa; pero ellos no
la escuchaban, o lo olvidaron pronto. Excepto Hazad, el menor, y aunque de
cuerpo era distinto a ella, como todos sus hijos, era el más próximo a su
corazón. También él olvidó las canciones y la extraña lengua, cuando creció,
pero nunca olvidó a su madre y se casó tarde, pues sabía lo hermosa que puede
ser una mujer y ninguna de su pueblo le parecía deseable. Tampoco había muchas
para cortejar, porque, como había dicho Elmar, el pueblo de Agar había
decrecido con los años, por el mal tiempo y las pestes, y los más afligidos
fueron Buldar y sus hijos; y ahora eran pobres, y otras familias les habían
quitado poder. Pero Hazad nada sabía de la predicción de su madre, y en
recuerdo de ella amaba a Tal-elmar, y así lo había llamado cuando nació.
Y sucedió que una mañana de
primavera, cuando sus otros hijos se fueron a trabajar, Hazad pidió a Tal-elmar
que se quedara a su lado, y salieron juntos y se sentaron en la verde cima de
la colina; y miraron al sur y al oeste, donde podían ver a lo lejos el gran
golfo del mar que se metía en la tierra y brillaba como cristal gris. Y los
ojos de Hazad se estaban enturbiando por la vejez, pero Tal-elmar tenía la
vista aguda, y vio lo que le parecieron tres extrañas aves sobre el agua,
blancas al sol, y el viento del oeste las arrastraba hacia la tierra; y se
preguntó por qué flotaban en el agua y no volaban.
—Veo tres extrañas aves sobre el
agua, padre—dijo—. No se parecen a nada que haya visto antes.
—Por penetrantes que sean tus
jóvenes ojos, hijo mío—dijo Hazad—, no puedes estar viendo unas aves sobre el
agua. Tres leguas [14 kilómetros] hay desde las costas más cercanas hasta donde estamos. El sol te
deslumbra, o estás soñando.
—No, tengo el sol a la espalda—dijo
Tal-elmar—. Veo lo que veo. Y si no son aves ¿qué son entonces? Porque deben de
ser muy grandes, más que los cisnes de Gorbelgod, de los que hablan las
leyendas. ¡Y mira! Ahora veo otro que viene detrás, pero con menos claridad,
porque tiene las alas negras.
Entonces Hazad se sintió
perturbado. —Estás soñando, como te dije, hijo mío—respondió—, pero es un mal
sueño. ¿Acaso no es la vida lo bastante dura aquí, para que cuando llega la
primavera y el invierno se acaba tengas que traer una visión del pasado lejano?
—Olvidas, padre—dijo Tal-elmar—,
que soy tu hijo menor, y que, aunque les has enseñado muchas cosas a los oídos
embotados de mis hermanos, a mí me has dado menos conocimiento. Nada sé de lo
que tienes en mente.
—¿No lo sabes?—dijo Hazad, golpeándose
el ceño mientras contemplaba el mar—. Sí, quizás haya transcurrido mucho tiempo
desde que hablé de ello; no es sino la sombra de un sueño en el fondo de mi
pensamiento. Tres pueblos tenemos por enemigos. Los hombres salvajes de las
montañas y de los bosques; pero a estos no han de temerlos más que quienes se
alejan solos. El pueblo cruel del este; pero aún están lejos y son el pueblo de
mi madre, aunque estoy convencido de que no harían honor a ese parentesco, si
vinieran con sus espadas. Y los altos hombres del mar. A estos podemos temerlos
como a la muerte. Porque a la muerte adoran, y matan hombres cruelmente en
honor a la Oscuridad. Vienen del mar, y si alguna vez tuvieron una tierra
propia, antes de alcanzar las costas occidentales, no sabemos dónde estaba.
Negras historias nos llegan de las tierras costeras, al norte y al sur, donde
hace mucho tiempo establecieron sus oscuras fortalezas y sus tumbas. Pero no
venían desde los días de mi padre, y entonces sólo lo hacían para atacar,
capturar hombres y partir. Llegaban del siguiente modo. Utilizaban barcas, pero
no como las que usan en nuestro pueblo los que viven cerca de los grandes ríos
o los lagos, para cruzarlos o pescar. Más grandes que grandes casas son las
barcas de los Go-hilleg, y llevan una gran cantidad de hombres y bienes, pero
se mueven impulsadas por los vientos; porque los hombres del mar extienden
grandes telas como alas para atrapar el aire, y las atan a grandes palos como
los árboles de un bosque. Así llegan a la costa, donde hay refugio, o lo más
cerca que pueden; y entonces envían barcas más pequeñas cargadas de bienes, y
de cosas extrañas y útiles que nuestra gente codicia. Nos las dan a cambio de
poco, o como regalos, fingiendo amistad y compasión por nuestras necesidades; y
se quedan un tiempo, observan la tierra y el número de nuestras gentes y luego
se van. Y si no regresan, los hombres tienen motivos para sentirse agradecidos.
Porque cuando lo hacen es de otra manera. Entonces llegan en mayor número: dos
naves o más juntas, repletas de hombres y no de bienes, y siempre una de las
naves malditas tiene las alas negras. Porque es la nave de la Oscuridad, y en
él se llevan como botín prisioneros apiñados como bestias, a las mujeres y los
niños más hermosos, o a hombres jóvenes sin tacha, y ese es su fin. Algunos
dicen que los devoran, y otros que mueren torturados sobre las piedras negras
donde adoran a la Oscuridad. Es posible que ambas cosas sean ciertas. Hace
muchos años que no se veían en estas aguas las terribles alas de los hombres
del mar; pero al recordar la sombra de miedo del pasado grité, y vuelvo a
gritar: ¿Acaso no es nuestra vida lo bastante dura sin la visión de un ala
negra sobre el mar brillante?
—Dura en verdad—dijo Tal-elmar—,
pero no lo bastante para que quiera abandonarla ya. ¡Vamos! Si lo que dices es
cierto tenemos que correr hasta el pueblo y advertir a los hombres, y prepararnos
para huir o defendemos.
—Voy—dijo Hazad—. Pero no te
sorprendas, si los hombres ríen y piensan que chocheo. No creen demasiado en
las cosas que sucedieron antes de que nacieran. Y ándate con cuidado, querido
hijo. Yo corro poco peligro, excepto el de morir de hambre en un pueblo lleno
sólo de dementes y ancianos. Pero a ti la nave oscura te capturará entre los
primeros. No des un paso adelante si precipitadamente se toma la decisión de
luchar.
—Ya veremos—respondió Tal-elmar—. Pero
tú eres lo que más me importa de la ciudad, donde no tengo muchas cosas que
amar. No me separaré de tu lado de buen grado. Sin embargo, es la ciudad de mi
pueblo, y nuestro hogar, y los que puedan hacerlo están obligados a defenderla,
creo.
Así, pues, Hazad y su hijo bajaron
de la colina, y era mediodía; y en la ciudad había poca gente, sólo mujeres
ancianas y niños, porque los que podían estaban en los campos, ocupados en las
duras tareas de la primavera. No había vigilancia, pues las colinas de Agar se
hallaban lejos de las fronteras hostiles donde el poder del cuarto rey se
aproximaba a su fin. El amo de la ciudad se encontraba sentado a la puerta de
su casa, dormitando o contemplando ociosamente las pequeñas aves que recogían
restos de comida del claro de tierra pisada que había en medio de las casas.
—¡Salud, amo de Agar!—dijo Hazad,
e hizo una gran reverencia; pero el amo, un hombre grueso con ojos como los de
los lagartos, parpadeó y no le devolvió el saludo.
—¡Salud, amo! ¡Que sigas así
durante mucho tiempo!—dijo Tal-elmar, con un brillo en los ojos—. No
quisiéramos distraerte de tus pensamientos, o tu sueño, pero tenemos nuevas que
tal vez debieras escuchar. No hay vigilancia, pero casualmente nos
encontrábamos en la cima de la colina, y vimos el mar desde lejos, y había aves
de mal agüero en el agua.
—Barcas de los Go-hilleg—dijo
Hazad—, con grandes telas de los vientos. Tres blancas y una negra.
El amo bostezó. —En cuanto a ti,
canalla de ojos legañosos—dijo—, serías incapaz de distinguir el mar de una
nube. Y en cuanto a este muchacho holgazán, ¿qué sabe él de barcas o telas de
los vientos, o de todo lo demás, salvo las locuras que tú le enseñas? Ve a los
picapedreros ambulantes con tus amigos historias de viejas sobre Go-hilleg, y
no me molestes con esas tonterías. Tengo otros asuntos más importantes en que
pensar.
Hazad se tragó la rabia, porque el
amo era poderoso y no le tenía amor, pero la ira de Tal-elmar era fría.
—Los pensamientos de alguien tan
poderoso deben de ser importantes—dijo quedamente—, pero no sé de ningún
pensamiento de tanta importancia que pudiera interrumpir su reposo como el
cuidado de su propia carcasa. Será un amo sin pueblo, o una bolsa de huesos en
la ladera, si se burla de la sabiduría de Hazad hijo de Buldar. Los ojos
legañosos pueden ver más que los que están cerrados por el sueño.
El grueso rostro de Mogru el amo
se oscureció, y los ojos se le inyectaron en sangre por la rabia. Odiaba a Tal-elmar,
aunque hasta entonces no le había dado motivos, excepto que no demostraba temor
en su presencia. Ahora iba a pagar por aquella nueva insolencia. Mogru dio una
palmada, pero mientras lo hacía recordó que no había nadie a mano que se
atreviera a pelear con el joven, no, ni siquiera tres a la vez; y al mismo
tiempo advirtió el brillo de los ojos de Tal-elmar. Palideció y las palabras
que había estado a punto de pronunciar, «mocoso hijo de esclavo»,
murieron en sus labios.
—Hazad Ubuldar, Tal-elmar uHazad,
de esta ciudad, no te dirijas así al amo de tu pueblo—dijo—. Hay una guardia,
aunque es posible que lo ignoren quienes no tienen el gobierno de la ciudad en
sus manos. Yo esperaría a que los guardas, que merecen mi confianza, informen
que se ha visto algo malo. Pero si estáis preocupados, id a llamar a los
hombres a los campos.
Tal-elmar lo observó atentamente
mientras hablaba y le leyó el pensamiento con claridad. «Espero que mi padre
no se equivoque», se dijo, «porque el combate no será tan peligroso para
mí como el odio de Mogru a partir de hoy. ¡Una guardia! Sí, pero sólo para
espiar las idas y venidas de la gente de la ciudad. En cuanto salga hacia el
campo, un mensajero irá corriendo a buscar a sus sirvientes con porras. Mal
servicio le he hecho a mi padre en esta hora. ¡Bien! El que empieza con la
azada es el que tiene que llevarla hasta el final del surco.» Por tanto,
habló todavía con ira y desprecio.
—Ve tú mismo a los picapedreros—dijo—,
porque bien que acostumbras a utilizar a esa gente astuta y a escuchar sus
historias cuando te convienen. Pero mientras yo esté aquí no te burlarás de mi
padre. Es posible que estemos en peligro. Por tanto, ahora irás con nosotros a
la cima de la colina y mirarás con tus propios ojos. Y si ves algo que lo
justifique, convocarás a los hombres a la Colina de la Asamblea. Yo seré tu
mensajero.
Y Mogru observó el rostro de Tal-elmar
a través de la hendedura de los párpados, y adivinó que no había peligro de
violencia si cedía en esta ocasión. Pero tenía el corazón lleno de veneno, y
además lo molestaba no poco subir la colina. Se levantó lentamente.
—Iré—dijo—. Pero si desperdicio
tiempo y esfuerzo no lo perdonaré. Ayúdame a caminar, joven, que mis sirvientes
están en los campos. —Y tomó el brazo de Tal-elmar y se inclinó pesadamente
sobre él.
—Mi padre es el más anciano—dijo Tal-elmar—,
y el camino es corto. Que el amo vaya delante y nosotros detrás. ¡Aquí tienes
tu vara!—Y se liberó de Mogru, y le dio la vara que había junto a la puerta de
su casa; y tomando el brazo de su padre esperó hasta que el amo se puso en
marcha.
Negra era la mirada de soslayo de
los ojos de lagarto, pero el destello de los ojos de Tal-elmar se le clavaron
como un aguijón. Hacía mucho tiempo que las gordas piernas de Mogru no
recorrían a tanta velocidad el trayecto que iba desde la casa a la verja, y más
tiempo aún que no subía su vientre por la resbaladiza hierba que había al otro
lado de la empalizada. Cuando llegaron a la cima estaba sin aliento y jadeaba
como un perro viejo.
Entonces Tal-elmar volvió a mirar;
pero el mar alto y distante estaba ahora vacío, y guardó silencio. Mogru se
enjugó el sudor de los ojos y siguió su mirada.
—¿Por qué razón, me pregunto,
habéis obligado al amo de la ciudad a salir de su casa y lo habéis llevado
hasta aquí?—gruñó—. El mar está donde estaba, y vacío. ¿Qué pretendéis?
—Ten paciencia y mira más cerca—dijo
Tal-elmar. En el oeste, las tierras altas no dejaban ver más que el mar distante;
pero al ascender hasta la amplia cima de la Colina Dorada caían de repente, y
por una profunda grieta podía atisbarse la gran ensenada y las aguas próximas a
la orilla septentrional—. Hace rato que nos fuimos, y el viento sopla con
fuerza—dijo Tal-elmar—. Se han acercado. —Señaló—. Allí verás las alas, o las
telas del viento, llámalas como quieras. Pero ¿qué propones que hagamos? ¿Y no
era acaso algo que el amo tenía que ver con sus propios ojos?
Mogru miró, y jadeaba, ahora tanto
por el miedo como por el esfuerzo de caminar cuesta arriba, pues por mucho que
fanfarroneara había escuchado muchas historias oscuras de los Go-hilleg de las
ancianas cuando era joven. Pero tenía el corazón astuto, y negro de furia.
Primero miró a Hazad de soslayo, y luego a su hijo; y se pasó la lengua por los
labios, pero no dejó ver su sonrisa.
—Me pediste ser mi mensajero—dijo—,
y lo serás. Ahora vete rápido y convoca a los hombres a la Colina de la
Asamblea. Pero con eso no terminará tu misión—añadió, cuando Tal-elmar se
preparaba para echar a correr—. Desde los campos irás lo más rápido que puedas
a la playa. Porque allí se detendrán los barcos, si son barcos, y desembarcarán
los hombres. Busca noticias y averigua lo que se traen entre manos. No vuelvas
si no es con nuevas que nos ayuden a tomar una decisión. ¡Vete y no te
entretengas! La ciudad está en peligro.
Hazad parecía estar a punto de
protestar; pero inclinó la cabeza y no dijo nada, consciente de que sería en
vano. Tal-elmar aguardó un momento mirando a Mogru, como si estuviera mirando
una serpiente en el sendero. Pero sabía bien que el amo había sido más astuto
que él. Él había preparado su propia trampa, y Mogru la había utilizado. Había
anunciado que la ciudad corría peligro, y él tenía derecho a pedirle cualquier
servicio. Desobedecerlo significaba la muerte. Aunque Tal-elmar no se hubiera
ofrecido como mensajero (con el deseo de evitar que los sirvientes del amo
recibieran instrucciones secretas), todos dirían que la elección era justa.
Había que enviar un mensajero, ¿y quién mejor que un joven fuerte y valiente,
de pies veloces? No obstante, en aquel cometido había malicia, una malicia
negra. El defensor de Hazad desaparecería. No había nada que esperar de sus
hermanos: eran brutos y fuertes, pero sin corazón para desafiar a nadie, salvo
a su viejo padre. Y era muy probable que él no volviera. El peligro era grande.
Tal-elmar miró al amo una vez más, y luego a su padre, y luego desvió la mirada
a la vara de Mogru. El pedernal brillaba en sus ojos, y en su corazón el deseo
de matar. Mogru lo vio y se amedrentó.
—¡Ve, ve!—gritó—. Te lo he
ordenado. Eres más rápido para gritar lobo que para empezar la cacería.
¡Vete inmediatamente!
—¡Vete, hijo mío!—dijo Hazad—. No
desafíes al amo. No cuando está en su derecho. Porque entonces desafías a toda
la ciudad, más allá de tu poder. Y si yo fuera el amo, te elegiría a ti, por
mucho que te amara; porque tienes más corazón y suerte que ningún otro del
pueblo. Pero regresa, y no dejes que la nave oscura te tenga. ¡No seas
temerario! Porque es mejor que llegues vivo con malas noticias a que lleguen
los hombres del mar sin heraldo.
Tal-elmar se inclinó e hizo la
señal de sumisión, a su padre y no al amo, y se alejó dos pasos. Y entonces se
volvió.
—Escucha, Mogru, a quien un pueblo
bajo ha nombrado amo en su locura—gritó—. Quizá regrese, en contra de lo que
esperas. Dejo a mi padre a tu cuidado. Si regreso, sea con promesas de paz o
con un enemigo en los talones, y descubro que ha sufrido algún mal o deshonor
que tú hubieras podido evitar, tu señorío habrá llegado a su fin, y tu vida
también. Tus hombres con cuchillos y porras no podrán ayudarte. Retorceré tu
gordo cuello con las manos desnudas, si es necesario, o te perseguiré por las
tierras salvajes hasta las pozas negras.
Entonces cambió de idea y volvió
hasta donde estaba el amo, y puso las manos sobre la vara. Mogru se encogió y
levantó un gordo brazo, como para parar un golpe.
—Estás loco, hoy—graznó—. No me
hagas daño, o lo pagarás con la vida. ¿Acaso no has oído las palabras de tu
padre?
—Oigo y obedezco—dijo Tal-elmar—.
Pero mi primer cometido es avisar a los hombres, y es necesario darse prisa.
Poco me respetan, pues saben muy bien que te burlas de nosotros. ¿Qué caso van
a hacerme a mí, si uno de los bastardos del esclavo, como nos llamas
cuando no estoy cerca, llega para convocarlos a la Colina de la Asamblea en tu
nombre sin ninguna señal? Tu vara servirá. La conocen bien. ¡No, aún no voy a
pegarte! —Con esto arrebató la vara de las manos de Mogru y echó a correr
colina abajo, con el corazón demasiado inflamado por la ira para pensar aún en
lo que lo aguardaba. Pero cuando hubo convocado a los asombrados hombres en los
campos de las laderas meridionales y les hubo mostrado la vara, diciendo que se
dieran prisa, corrió a los pies de la colina, y atravesó los largos prados, y
llegó así a los primeros grupos de árboles de los bosques. Se alzaban oscuros
frente a él, en el valle situado entre Agar y las colinas que había junto a la
costa.
Todavía era por la mañana y
faltaba una hora para el mediodía, pero cuando llegó bajo los árboles se detuvo
a reflexionar, y supo que el miedo lo atenazaba. Pocas veces se había alejado
de las colinas de su hogar, y nunca solo, ni se había internado en el bosque.
Porque todo su pueblo temía el bosque.
Era rápido llegar a la orilla con
la vista, pero lento con los pies; y había más distancia de lo que parecía. El
bosque era oscuro e insano, pues había aguas estancadas entre las colinas de
Agar y las de la costa, y muchas serpientes vivían en ellas. Estaba en
silencio, también, pues, aunque era primavera pocos pájaros construían allí su
nido o se posaban en los árboles mientras volaban rápidamente hasta la tierra
más limpia junto al mar. Además, en el bosque moraban espíritus oscuros que
odiaban a los hombres, según decían las historias de la gente. En las
serpientes, los pantanos y los demonios del bosque pensaba Tal-elmar en la
sombra; pero no necesitó mucho tiempo para llegar a la conclusión de que
ninguna de las tres cosas era tan peligrosa como regresar, con una excusa falsa
o ninguna, a la ciudad y su amo.
Así, pues, ayudado quizá por el
orgullo, prosiguió la marcha. Y mientras buscaba en la sombra un camino que lo
llevara a través de los pantanos y la espesura pensó: ¿Qué es lo que sabemos,
yo o cualquiera de mi gente, incluso mi padre, de esos Go-hilleg de las barcas
aladas? Es muy posible que, a mí, que soy un extraño en mi propio pueblo, me
parezcan más agradables que Mogru y todos los otros como él.
El pensamiento fue cobrando fuerza
en su interior y al cabo de un rato se sentía más como quien va en busca de
amigos y parientes que como un hombre que se arrastra para espiar a unos
enemigos peligrosos. Así atravesó ileso el bosque sombrío y llegó a las colinas
de la costa y empezó a subir. Escogió una de ellas porque tenía la ladera
cubierta de arbustos y estaba coronada por un denso grupo de árboles bajos. Llegó
a la cima y, arrastrándose hasta el borde más lejano, miró hacia abajo. Le
había llevado mucho tiempo, ya que había avanzado lentamente, y ahora el sol
descendía a su derecha hacia el mar. Tenía hambre, pero apenas se dio cuenta,
porque estaba acostumbrado a ella y podía soportar un día de trabajo sin comer
cuando era necesario. La colina no tenía mucha altura, pero bajaba abruptamente
hasta el agua. Ante sus pies la tierra verde terminaba en una franja de grava,
detrás de la cual las aguas del estuario resplandecían en el sol poniente. En
medio de la corriente más allá de los bajíos tres grandes barcos—aunque Tal-elmar
no tenía ninguna palabra en su lengua que los definiera—flotaban inmóviles.
Estaban anclados y tenían las velas bajadas. Del cuarto, el barco negro, no
había rastro. Pero en la hierba próxima a la playa guijarrosa había tiendas, y
unos pequeños botes varados cerca de allí. Alrededor había hombres altos de pie
o caminando. En las «barcas grandes» Tal-elmar podía ver [otros]
que vigilaban; de vez en cuando captaba el destello de alguna arma que se movía
en el sol. Tembló, porque las historias de las «hojas» de los hombres crueles
eran conocidas en su infancia.
Tal-elmar observó un buen rato, y
lentamente fue comprendiendo que su misión no tenía esperanza. Podría mirar
hasta que cayera la noche, pero sería incapaz de contar con la suficiente precisión
el número de hombres que había, ni descubrir sus propósitos o planes. Aunque
tuviera el coraje o la fortuna de acercarse dejando atrás a los guardas de nada
le serviría, porque no entendería una palabra de su lengua.
De repente recordó otro de los
planes de Mogru para deshacerse de él, como se daba cuenta ahora, aunque en
aquel momento le había parecido un honor cómo sólo un año antes, cuando la
ciudad decadente de Agar fue amenazada por unos intrusos de la aldea interior
de Udul, todos los hombres temieron que los atacaran, porque Agar era un lugar
más seco, saludable y defendible (o eso es lo que creían sus habitantes).
Entonces Tal-elmar fue escogido para ir a espiar la tierra de Udul, porque era
«joven, valiente y buen conocedor del campo de alrededor». Eso dijo
Mogru, con bastante razón, porque los habitantes de Agar eran tímidos y temían
que la oscuridad los sorprendiera fuera de sus hogares, así que rara vez se
alejaban mucho. En cambio, Tal-elmar caminaba por los campos lejanos con
frecuencia, si tenían oportunidad y el trabajo no lo requería (o, aunque lo
hiciera, a veces), y si bien temía la oscuridad (pues era lo que le habían
enseñado desde la infancia), había pernoctado fuera de la ciudad en más de una
ocasión, y se sabía que incluso salía solo a la colina de la guardia bajo las
estrellas.
Pero arrastrarse a los campos
desapacibles de Udul de noche era mucho peor. No obstante, se había atrevido a
hacerlo. Y se había acercado tanto a una de las cabañas de los guardas que pudo
oír cómo hablaban los hombres que había dentro, en vano. Fue incapaz de
comprender el significado de lo que decían. Los tonos parecían tristes y
atemorizados (así eran todas las voces de los hombres por la noche en el mundo
que él conocía), y le pareció reconocer unas pocas palabras, pero no las
suficientes para comprender la conversación. Y, sin embargo, el pueblo de Udul
eran sus vecinos; de hecho, aunque Tal-elmar y su gente lo habían olvidado,
como tantas otras cosas, eran parientes cercanos que en años pasados y mejores
habían formado parte del mismo pueblo. ¿Qué esperanza tenía entonces de
reconocer una sola palabra, o incluso de interpretar correctamente los tonos,
de la lengua de unos hombres extraños para los suyos desde el principio del
mundo? ¿Extraños para los suyos? ¿Los míos? Pero ellos no son mi pueblo. Sólo
mi padre. Y de nuevo el muchacho, nacido y criado en un pueblo medio salvaje en
decadencia, tuvo la extraña sensación, proveniente no sabía de dónde, de que no
iba a encontrar extraños, sino parientes y amigos llegados de muy lejos.
Y sin embargo también era un
muchacho de su pueblo. Tenía miedo, y transcurrió mucho rato antes de que se
moviera. Al cabo levantó la vista. El sol descendía a su derecha. Entre dos
troncos de árboles atisbó el mar: el gran fuego redondo, enrojecido por la
ligera bruma, se hundía a la altura de sus ojos y el agua se iluminaba de un
dorado encendido.
Había visto ponerse el sol antes,
pero nunca de aquella manera. Supo en un instante (como si le llegara del fuego
mismo) que lo había visto así, lo llamaba, que significaba algo más que la
aproximación del «tiempo del rey», la oscuridad. Se levantó y como si
alguien lo guiara o empujara descendió abiertamente de la colina y atravesó la
hierba que llevaba a los guijarros y a las tiendas.
De haberse visto a sí mismo no se
habría sorprendido menos que los que lo vieron desde la orilla. Su piel desnuda—porque
sólo llevaba un taparrabos y una pequeña capa de piel echada hacia atrás y
sujeta al hombro con una correa—resplandecía con un color dorado a la luz del
poniente, y sus hermosos cabellos también estaban iluminados, y sus pasos eran
ligeros y libres.
—¡Mira!—gritó uno de los guardas a
su compañero—. ¿Ves lo mismo que yo? ¿No es uno de los eldar de los bosques que
viene a hablar con nosotros?
—Lo veo, en verdad—dijo el otro—,
pero si no es un fantasma del borde de la oscuridad que se aproxima en esta
tierra maldita no puede ser uno de los hermosos. Estamos muy al sur, y
ninguno vive aquí. Lo sería si estuviéramos mucho más al norte, cerca de los Puertos.
—¿Quién lo conoce todo de los eldar?—dijo
el guarda—. Ahora ¡silencio! Se acerca. Que hable primero él.
Así que guardaron silencio, y no
hicieron ningún signo mientras Tal-elmar se acercaba. Cuando se encontraba a
veinte pasos volvió a sentir miedo y se detuvo, extendiendo los brazos y
abriendo las palmas hacia los extraños en un ademán que todos los hombres
podían comprender.
Entonces, como no veía que se
movieran ni echaran mano a ningún arma, se armó de valor y dijo: —Salve,
¡hombres del mar y las alas! ¿Por qué habéis venido aquí? ¿Venís en son de paz?
Yo soy Tal-elmar uHazad del pueblo de Agar. ¿Quiénes sois vosotros?
Tenía la voz clara y hermosa, pero
la lengua que utilizaba no era más que una variante del habla medio salvaje de
los hombres de la oscuridad, como los llamaban los hombres de los barcos.
El guarda se agitó.
—¡Elda!—dijo—. Los eldar no hablan
así. —Llamó en voz alta y enseguida los hombres salieron de las tiendas. Él
sacó una espada mientras su compañero ponía una flecha en el arco. Antes de que
Tal-elmar tuviera tiempo siquiera de asustarse, y menos aún devolverse y correr
(por suerte, porque no sabía nada de arcos y habría caído mucho antes de estar
fuera de su alcance), se vio rodeado de hombres armados. Lo capturaron, aunque
sin crueldad, cuando vieron que estaba desarmado y no se resistía, y lo
llevaron a la tienda donde estaba el capitán.
Tal-elmar siente que conoce la
lengua y que sólo la tiene velada.
El capitán dice que Tal-elmar debe
de ser de raza númenóreana, o de los pueblos emparentados con ellos. Hay que
tratarlo con amabilidad. Supone que lo tomaron prisionero cuando era un bebé, o
que es hijo de cautivos.
—Está intentando escapar—dice.
«Es una pena que no recuerde nada
de la lengua.» «Aprenderá.» «Tal vez, pero después de mucho tiempo. Si la
hablara ahora podría contamos muchas cosas que nos ayudarían a llevar a cabo la
misión en menos tiempo y con menos peligro.»
Al cabo consiguen que Tal-elmar
comprenda que desean saber cuántos hombres viven en las cercanías; ¿son
amistosos, son como él?
El objetivo de los númenóreanos es
ocupar esta tierra y, en alianza con los «crueles» del norte expulsar al
pueblo oscuro, fundar un asentamiento para amenazar al rey. (¿O es cuando
Sauron está ausente en Númenor?)
El lugar se encuentra en el
estuario del ¿Isen? o el Morthond.
Tal-elmar sabía contar y
comprendía los números elevados, aunque su lengua era limitada.
¿O comprende el númenóreano?
Cuando oyó a los hombres hablar entre sí dijo:
—Es extraño que habléis la lengua de mis sueños. Aunque supongo que estoy
despierto y en mi propia tierra.
Entonces ellos se asombraron y
dijeron: —¿Por qué no nos hablaste así antes? Hablabas como el pueblo de la
Oscuridad, que son nuestros enemigos.
Y Tal-elmar respondió: —Porque no
he recordado esta lengua hasta que la hablasteis, y porque ¿cómo iba a saber yo
que entenderíais la lengua de mis sueños? Vosotros no sois como quienes la
hablan en ellos. No, un poco parecidos, pero no tan brillantes y hermosos.
Entonces los hombres se asombraron
todavía más, y dijeron: —Parece que has hablado con los eldar, despierto o en
visiones.
—¿Quiénes son los eldar?—dijo
Tal-elmar—. Ese nombre no lo he oído en mis sueños.
—Si vienes con nosotros tal vez
los veas.
Entonces el miedo y el recuerdo de
las viejas historias se apoderaron de nuevo de Tal-elmar, y se amedrentó.
—¿Qué vais a hacerme?,—exclamó—.
¿Vais a llevarme con engaños a la barca de las alas negras y entregarme a la
Oscuridad?
—Tú o al menos tus parientes ya
pertenecen a la Oscuridad—respondieron—. Pero ¿por qué hablas así de las velas
negras? Las velas negras son para nosotros un signo de honor, porque representan
la hermosa noche antes de la llegada del Enemigo, y sobre el negro brillan las
estrellas plateadas de Elbereth. Las velas negras de nuestro capitán han ido
más allá.
Tal-elmar tenía miedo todavía,
porque no podía imaginarse el negro más que como símbolo de la terrorífica
noche. Pero con toda la valentía que pudo respondió: —No todo mi pueblo.
Tememos la Oscuridad, pero no la amamos ni la servimos. Al menos algunos de
nosotros. También mi padre. Y lo quiero. No me separaría de él ni siquiera para
ver a los eldar.
—Por desgracia—dijeron—, vuestro
tiempo de vida en estas colinas está llegando a su fin. Los hombres del oeste
han decidido instalarse aquí, y el pueblo de la oscuridad tendrá que marcharse,
o morir.
Tal-elmar se ofrece como rehén.
Nota de Christopher Tolkien
No hay nada más. En el pie de la
página mi padre escribió «Tal-elmar» dos veces y su propio nombre dos veces; y
también «Tal-elmar en Rhovannion», «Tierras Ásperas», «Anduin el río Grande», «mar
de Rhûn», y «Landas de Etten».
XI.BARAD-DÛR SE CONSTRUYE EN MORDOR
CUENTOS INCONCLUSOS DE
NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE
LA TIERRA MEDIA
Mordor quizá ya fuera el nombre de esta región, debido al volcán Orodruin y sus erupciones, que no eran obra de Sauron, sino un vestigio de las devastadoras obras de Melkor en la larga Primera Edad.
La construcción de
Barad-dûr por Alan Lee
XII.DEL PUERTO DE
LOND DAER Y LOS RÍOS FONTEGRÍS Y GLANDUIN
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
El origen del nombre Gwathló ha de buscarse en la historia. En
tiempos de la Guerra del Anillo, las tierras estaban todavía cubiertas de
bosques en algunos lugares, especialmente en Minhiriath y al sureste de
Enedwaith; pero la mayor parte de las llanuras se extendían en vastas praderas.
Desde la Gran Peste del año 1636 de la Tercera Edad, Minhiriath había quedado
casi desierta, aunque unos pocos cazadores furtivos vivían en los bosques. En
Enedwaith el resto de los dunlendinos habitaba en el este, al pie de las montañas
Nubladas; y un pueblo de pescadores bastante numeroso, pero bárbaro, vivía
entre las desembocaduras del Gwathló y el Angren (Isen).
Pero en días antiguos, en tiempo de las primeras exploraciones de los númenóreanos,
la situación era muy diferente. Minhiriath y Enedwaith estaban cubiertas por
bosques que casi nunca se interrumpían salvo en la región central de los
grandes marjales. Los cambios que siguieron fueron en gran medida consecuencia
de las operaciones llevadas a cabo por Tar-Aldarion, el rey marinero, que se
unió en amistad y alianza con Gil-galad. Aldarion tenía gran necesidad de
madera, pues deseaba hacer de Númenor una gran potencia naval; la tala de
árboles que había hecho en Númenor había sido causa de muchas disensiones. En
los viajes a lo largo de las costas había visto con maravilla los grandes
bosques, y escogió el estuario del Gwathló como sitio de un nuevo puerto, enteramente
dominado por los númenóreanos (Gondor, por supuesto, no existía aún). Allí
empezó grandes obras, que se continuaron y se extendieron después de él. Este
acceso a Eriador resultó posteriormente de gran importancia en la guerra
librada contra Sauron (Segunda Edad 1693—1701); pero fue en un principio un
astillero destinado a la construcción de navíos. El pueblo nativo era bastante
numeroso y aguerrido, pero habitaba en comunidades aisladas, sin un liderazgo
centralizado. Sentían un respetuoso temor por los númenóreanos, pero no se
mostraron hostiles hasta que la tala de árboles se hizo devastadora. Entonces
atacaron a los númenóreanos, y les tendían emboscadas cada vez que podían, y
los númenóreanos los trataban como a enemigos, y se volvieron implacables en
sus talas, sin tener en cuenta la renovación de la floresta. La tala en un
principio se llevó a cabo a ambos márgenes del Gwathló, y los leños descendían
por la corriente hasta el puerto (Lond Daer); pero luego los númenóreanos
abrieron rutas y caminos en los bosques hacia el norte y hacia el sur del
Gwathló, y los nativos que sobrevivieron huyeron de Minhiriath hacia los
bosques oscuros del gran cabo de Eryn Vorn, al sur de la desembocadura del
Baranduin, que no se atrevieron a cruzar, aunque hubiera sido posible, por
temor a los elfos. Los de Enedwaith se refugiaron en las montañas, en lo que
más tarde se llamó las Tierras Brunas; no cruzaron el Isen ni se refugiaron en
el gran promontorio entre el Isen y el Lefnui que formaba el brazo
septentrional de la bahía de Belfalas [Ras Morthil o Andrast] por causa
de los «hombres púkel»...
La devastación producida por los númenóreanos era incalculable. Durante
largos años esas tierras fueron una inagotable fuente de madera, no sólo para
los astilleros de Lond Daer y otros sitios, sino también para la misma Númenor.
Innumerables cargamentos se dirigían por el mar hacia el oeste. La tala aumentó
durante la guerra en Eriador; porque los exiliados nativos dieron la bienvenida
a Sauron y esperaban que triunfara sobre los hombres del mar. Sauron conocía la
importancia del Gran Puerto para sus enemigos, y utilizó a estas gentes como
espías y guías de las incursiones a Númenor. No tenía bastantes fuerzas para
asaltar los fuertes del Puerto ni a quienes defendían las orillas del Gwathló,
pero sus incursiones hacían muchos estragos en los lindes de los bosques, e
incendiaban los árboles y quemaban los almacenes de maderas de los númenóreanos.
Cuando Sauron fue por fin derrotado y expulsado hacia el este de
Eriador, la mayor parte de los bosques había sido destruida. El Gwathló corría
entre orillas desiertas, sin árboles ni cultivos. No era así cuando recibió su
nombre de los osados exploradores de la nave de Tar-Aldarion, que se
aventuraron a remontar el río en pequeñas barcas. Cuando el aire salino y los
fuertes vientos quedaban atrás, el bosque avanzaba hasta las orillas del río, y
aunque las aguas eran anchas, los árboles enormes arrojaban grandes sombras,
bajo las cuales las barcas de los exploradores se deslizaban en silencio hacia
una tierra desconocida. Así, pues, el primer nombre que le dieron fue «río
de Sombra», Gwathhîr, Gwathir. Pero después penetraron más al norte,
hasta los confines de las vastas tierras cenagosas; aunque aún transcurrió
mucho tiempo antes de que tuvieran los hombres suficientes para llevar a cabo
las grandes obras de drenaje y de construcción de diques que constituyeron el
gran puerto en el sitio donde se encontraba Tharbad, en los días de los dos
reinos. La palabra sindarin que utilizaron para denominar los pantanos fue lô,
anteriormente loga [de una raíz log que significa «húmedo, empapado,
cenagoso»]; y creyeron en un principio que ésa era la fuente del río del
bosque, pues no conocían todavía el Mitheithel, que descendía de las montañas
del norte y que, recogiendo las aguas del Bruinen [Sonorona] y el
Glanduin, las vertía por la llanura. El nombre Gwathir, pues, se cambió
por el de Gwathló, el río sombrío de las ciénagas.
El Gwathló fue uno de los pocos nombres geográficos que llegó a
ser generalmente conocido por muchas gentes, además de los marinos de Númenor,
y tuvo una traducción adûnaica. Esta fue Agathurush.
Glanduin significa «río fronterizo», fue el primer nombre
que se le dio (en la Segunda Edad), pues el río era la frontera austral de
Eregion, y más allá vivían pueblos prenúmenóreanos y en general hostiles, como
los antecesores de los dunlendinos. Más adelante, con el Gwathló y su
confluencia con el Mitheithel, fue la frontera austral del reino del norte. La
tierra de más allá, entre el Gwathló y el Isen (Sîr Angren) se llamó Enedwaith
(«Pueblo Medio»); no pertenecía a ninguno de los reinos y no hubo en
ella colonias permanentes de hombres númenóreanos. Pero el gran Camino Norte-Sur,
la principal ruta de comunicación entre los dos reinos salvo el mar, iba desde
Tharbad hasta los vados del Isen (Ethraid Engrin). Antes de la decadencia del reino
del norte y los desastres que ocurrieron a Gondor, en verdad hasta la Gran
Peste en 1636 de la Tercera Edad, ambos reinos compartían intereses en esta
región, y juntos construyeron y mantuvieron el puente de Tharbad y las largas
calzadas elevadas a cada lado del Gwathló y el Mitheithel por sobre los
pantanos de las llanuras de Minhiriath y Enedwaith. Una importante guarnición
de soldados, marineros y constructores se mantuvo allí hasta el siglo XVII de
la Tercera Edad. Pero a partir de esa fecha la región declinó rápidamente; y
mucho antes del tiempo de El Señor de los Anillos volvió a convertirse
en pantanos. Cuando Boromir hizo su gran viaje desde Gondor a Rivendel—el
coraje y la osadía requeridos no se reconocen plenamente en la narración—, el
Camino Norte-Sur ya no existía, salvo restos desmoronados de las calzadas
elevadas, por las que era posible aventurarse hasta Tharbad, sólo para
encontrar un montón de ruinas en tierras desmoronadas y un peligroso vado
formado por las ruinas del puente, infranqueable si el río no hubiera sido allí
poco profundo y lento, aunque muy ancho.
Quizá el nombre de Glanduin llegó a conservarse un tiempo, pero
únicamente en Rivendel; y en ese caso sólo se aplicaría al curso superior del
río, donde todavía corría rápidamente para perderse pronto en las llanuras y
desaparecer en los pantanos: una red de marjales, estanques y lagunas cuyos
únicos habitantes eran los cisnes y otras aves acuáticas. Si el río tenía algún
nombre, era en la lengua de los dunlendinos. En El Retorno del Rey, VI,
6, se lo llama estero de los Cisnes y no el río,
simplemente, porque descendía a Nîn-in-Eilph, «las Tierras Acuosas de los
Cisnes».
XIII.LA
ELESSAR
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
En edades posteriores hubo otra vez una Elessar, y de ésta se
dicen dos cosas, aunque la verdad sólo la conocen los sabios, y ahora ya han
partido. Porque algunos dicen que la segunda piedra era en verdad sólo la
primera, recuperada por gracia de los valar; y que Olórin (que se conoce en la
Tierra Media como Mithrandir) la había traído con él desde el Occidente. Y en
una ocasión Olórin fue al encuentro de Galadriel, que vivía entonces bajo los
árboles del gran bosque Verde, y
tuvieron una larga conversación. Porque los años de exilio empezaban a pesar en
la señora de los noldor, y deseaba tener noticias de sus parientes, y echaba de
menos la tierra bendecida que la había visto nacer, aunque no estaba dispuesta
a abandonar la Tierra Media. [Esta oración se alteró de la manera siguiente:
«pero aún no se le permitía abandonar la Tierra Media»]. Y cuando Olórin le
hubo contado muchas cosas, ella suspiró y dijo: —Me duelo por la Tierra Media,
porque sus hojas caen y sus flores se marchitan; y en mi corazón hay nostalgia
por los árboles y hierbas que no mueren. Me gustaría tenerlos en mi hogar.
Entonces Olórin dijo: —¿Querrías entonces la Elessar?
Y Galadriel dijo: —¿Dónde está ahora la piedra de Eärendil? Y
Enerdhil, que la hizo, se ha ido lejos.
—¿Quién sabe?—dijo Olórin.
—Es seguro—dijo Galadriel—que la piedra ha cruzado el mar, como
casi toda cosa bella, por otra parte. ¿Y la Tierra Media ha de marchitarse
entonces y perecer para siempre?
—Ese es su destino—dijo Olórin—. Sin embargo, eso podría
remediarse, por un tiempo al menos, si la Elessar regresara.
—Sí, pero ¿cómo?—dijo Galadriel—. Porque los valar se han
marchado, y ya no piensan en la Tierra Media, y todos lo que se aferran a ella
están bajo una sombra.
—No es así—dijo Olórin—. No tienen ahora ojos más débiles, o
corazones más duros. Como prueba, ¡mira esto!—y alzó ante ella la Elessar, y
ella la miró y se maravilló. Y Olórin dijo: —Esto te envía Yavanna. Utilízala como
puedas, y por un tiempo la tierra de tu morada será el lugar más bello de la Tierra
Media. Pero no es para que tú te quedes con ella. La pondrás en otras manos
cuando sea el momento. Porque antes de que te canses y abandones por fin la
Tierra Media, llegará alguien a quien tendrás que dársela, y su nombre será el
de la piedra: se llamará Elessar.
Otra versión del cuento dice así:
Mucho tiempo atrás, antes de que Sauron engañara a los herreros de
Eregion, Galadriel fue a ver a Celebrimbor, el principal de los herreros
élficos, y le dijo: —Estoy triste en la Tierra Media, porque se caen las hojas
y las flores que tanto amo se marchitan, de modo que la tierra de mi morada
está llena de una pena que ninguna primavera consigue curar.
—¿Cómo puede ser de otro modo para los eldar, si se aferran a la
Tierra Media?—dijo Celebrimbor—. ¿Quieres, pues, cruzar el mar?
—No—dijo
ella—. Angrod se ha ido y Aegnor se ha ido y ya no existe Felagund. De los
hijos de Finarfin, yo soy la última. Pero mi corazón es todavía orgulloso. ¿Qué
mal hizo la dorada casa de Finarfin para que yo deba pedir el perdón de los
valar, o me contente en una isla cuando mi tierra nativa fue
Aman la Bendecida? Aquí soy más poderosa.
—Pues entonces, ¿qué
quieres?—preguntó Celebrimbor.
—Querría a mi alrededor
árboles y hierbas que no muriesen... aquí, en esta tierra que es mía—respondió
ella—. ¿Qué ha sido de la habilidad de los eldar?—Y Celebrimbor dijo: —¿Dónde está ahora la piedra de Eärendil? Y
Enerdhil, que la hizo, se ha ido.
—Han cruzado el mar—le
respondió Galadriel—como casi todas las cosas bellas. Pero ¿entonces la Tierra
Media ha de marchitarse y perecer para siempre?
—Esa es su suerte, según
creo—dijo Celebrimbor—. Pero sabes que te amo (aunque preferiste a Celeborn de
los árboles), y por ese amor haré lo que pueda, si mi arte es capaz de amenguar
tu dolor. —Pero no dijo a Galadriel que él mismo había vivido en Gondolin,
mucho tiempo atrás, y que había sido amigo de Enerdhil, aunque Enerdhil lo
superaba en casi todas las cosas. No obstante, si entonces Enerdhil no hubiera
estado allí, Celebrimbor habría tenido más renombre. Por tanto, se puso a
pensar, y comenzó un largo y delicado trabajo, y así, por Galadriel, hizo la
mayor de sus obras (excepto sólo los Tres Anillos). Y se dice que la gema verde
que él hizo era más sutil y clara que la de Enerdhil, aunque su luz tenía menos
poder. Porque mientras que la de Enerdhil estaba iluminada por el sol todavía
joven, ya habían transcurrido muchos años cuando Celebrimbor comenzó su
trabajo, y ya en ningún lugar de la Tierra Media era la luz tan clara como
antes; porque aunque Morgoth había sido expulsado al Vacío, y no le era posible
volver, su larga sombra aún cubría la región. Radiante, sin embargo, era la
Elessar de Celebrimbor; y la engarzó en un gran broche de plata con la forma de
un águila que va a echarse a volar con las alas extendidas. Merced a la
Elessar, todas las cosas se volvieron bellas en torno a Galadriel, hasta que la
Sombra llegó al bosque. Pero después, cuando Celebrimbor le envió el anillo
llamado Nenya, el principal de los Tres, pensó que ya no necesitaba la piedra y
se la dio a Celebrían, su hija, y así llegó a manos de Arwen y a Aragorn, que
fue llamado Elessar.
La Elessar fue hecha en Gondolin por
Celebrimbor, y así llegó a Idril, y luego a Eärendil. Pero esta piedra
desapareció. La segunda Elessar fue hecha también por Celebrimbor en Eregion,
por pedido de la señora Galadriel (a la que amaba), y no estaba bajo el poder
del Único, pues había sido hecha antes que Sauron se levantara otra vez.
XIV.SAURON EN EREGION
HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE
LA TIERRA MEDIA
DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Sauron ante los elfos por Alan Lee
DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD
Eregion por Alan Lee
Era en Eregion donde los consejos de Sauron se
recibían con mayor complacencia, porque en esa tierra los noldor deseaban
acrecentar cada vez más la ingeniosidad y la sutileza de sus obras. Además, no
tenían paz en el corazón desde que se negaran a volver al Occidente, y a la vez
querían permanecer en la Tierra Media, a la que amaban en verdad, y gozar de la
beatitud de los que habían partido. Por tanto, escucharon a Sauron, y
aprendieron de él muchas cosas, pues tenía grandes conocimientos. En aquellos
días los herreros de Ost-in-Edhil superaron todo cuanto habían hecho antes; y
al cabo de un tiempo hicieron los Anillos del Poder. Pero Sauron guiaba estos
trabajos, y estaba enterado de todo cuanto hacían; porque lo que deseaba era
someter a los elfos y tenerlos bajo vigilancia.
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
XV.LA FORJA DE LOS
ANILLOS DE PODER
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Galadriel, que intentaba contrarrestar las maquinaciones de Sauron tuvo éxito en Lórinand; mientras que en Lindon, Gil-galad expulsó a los emisarios de Sauron y aún a este mismo. Pero Sauron tuvo mejor fortuna con los noldor de Eregion, y en especial con Celebrimbor, que en su corazón deseaba alcanzar la habilidad y la fama de Fëanor.
La forja de los Anillos por Alan Lee
En Eregion, Sauron se presentó como emisario de los valar, enviado
a la Tierra Media («anticipando así a los istari») o con la orden de permanecer
allí para dar ayuda a los elfos. Advirtió en seguida que Galadriel sería su
principal adversario y obstáculo, e intentó aplacarla soportando el desdén que
ella le
mostraba con un exterior de paciencia y
cortesía. Tanto fue su poder sobre los
Mírdain, que por fin los convenció de
que se rebelaran contra Galadriel y Celeborn y les arrebataran el mando en Eregion; y eso sucedió en un tiempo incierto entre 1350 y 1400 de la Segunda Edad. Galadriel entonces abandonó Eregion y pasó por Khazad-dûm a Lórinand, llevando consigo a Amroth y a Celebrían; pero Celeborn no quiso entrar en las mansiones de los enanos y se quedó atrás en Eregion, sin ser tenido en cuenta por Celebrimbor. En Lórinand, Galadriel tomó el mando y organizó la defensa contra Sauron.
Sauron y el Único
Sauron, por su parte, abandonó Eregion alrededor del año 1500,
cuando los mírdain habían empezado a forjar los Anillos del Poder.
Galadriel dirige a los elfos a través de Moria
DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD
Pero no era tan fácil atrapar a los elfos. No
bien Sauron se puso el Anillo Único en el dedo, se dieron cuenta; y supieron
quién era, y que quería adueñarse de todos ellos y de todo cuanto hiciesen.
Entonces, con enfado y temor, se quitaron los anillos.
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA
Ya no tiene sentido, y de hecho resulta injusto, acusarles de
insensatez por no haber reunido rápidamente sus fuerzas y atacar a Sauron, ya
que al final se vieron obligados a hacerlo. No podían tener una idea clara y
definitiva de las intenciones de Sauron, ni de su poder, y el hecho de que no
fueran conscientes de su debilidad real, ni de su necesidad de dedicar mucho
tiempo a reunir los ejércitos suficientes para atacar a una alianza de elfos y
hombres del oeste, fue uno de los éxitos de Sauron derivados de su astucia y
sus engaños. Él, sin duda, habría mantenido en secreto su ocupación de Mordor
si hubiera podido, y por lo que aconteció después parece que se había asegurado
la lealtad de los hombres que vivían en las tierras contiguas, incluso en las
tierras del oeste del Anduin, en aquellas regiones donde Gondor se estableció
después en las Ered Nimrais y Calenardhon. Pero los númenóreanos que ocupaban
las bocas del Anduin y el litoral de Lebennin habían descubierto sus planes, y
los revelaron a Gil-galad. Sin embargo, hasta el 1600 Segunda Edad, Sauron aún
estaba usando su disfraz de amigo benevolente, y a menudo viajaba a su antojo
por Eriador con un séquito reducido, por lo que no podía permitirse ningún rumor
sobre su intención de reunir soldados para sus ejércitos. En esta época se vio
obligado a desatender el este (donde había estado el antiguo poder de Morgoth),
y aunque había enviado emisarios a las tribus, cada vez más numerosas, de los
hombres del este, no se atrevió a permitir que estos se acercasen lo suficiente
como para atraer la atención de los númenóreanos ni de los hombres del oeste.
Los diferentes tipos de orcos (criaturas de Morgoth) resultaron
ser los más numerosos y terribles de sus soldados y sirvientes; pero muchos
habían perecido en la guerra contra Morgoth y en la destrucción de Beleriand.
Algún vestigio de ellos se había escapado a escondites en las partes
septentrionales de las montañas Nubladas y las montañas Grises, y ahora estaban
multiplicándose de nuevo. Sin embargo, más al este había otras variedades más
fuertes, descendientes del reinado de Morgoth, pero como habían estado privados
de su amo durante el largo tiempo que duró su ocupación de Thangorodrim, aún
eran salvajes indómitos, atacándose unos a otros, y también atacaban a los
hombres (buenos o malos). Pero no fue hasta la compleción de Mordor y de
Barad-dûr cuando dejó que salieran de sus escondites, mientras que los orcos
del este, que no habían conocido el poder y el terror de los eldar, ni el valor
de los edain, no servían a Sauron. Durante el tiempo en que se veía obligado,
con el fin de embaucar a los hombres del oeste y a los elfos a llevar una forma
y una vestimenta lo más hermosas posible, ellos lo despreciaban y se reían de
él. Así fue cómo, a pesar de emplear todo su tiempo y su energía en reunir y
entrenar a sus ejércitos, desde el momento en que su verdadera identidad fue
descubierta y lo reconocieron como un enemigo, transcurrieron unos noventa años
hasta que se sintió preparado para declarar la guerra. Y lo calculó mal, como
podemos ver por su derrota final, cuando el gran ejército de Minastir de
Númenor desembarcó en la Tierra Media. No había creado sus ejércitos sin
oposición, y su éxito había sido menor de lo esperado. Tenía poderosos enemigos
a sus espaldas, al este y al sur, al que todavía no había prestado suficiente
atención.
XVI.DEL REGRESO DE
GLORFINDEL A LA TIERRA MEDIA
HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE
LA TIERRA MEDIA
Ahora bien, Glorfindel de Gondolin era uno de
los noldor exiliados que se habían rebelado contra la autoridad de Manwë, y
todos se hallaban bajo la prohibición que este les había impuesto: no podían
regresar en forma encarnada al Reino Bendecido. Manwë, no obstante, no estaba
sometido a sus propias ordenanzas, y como regente supremo del Reino de Arda
podía dejarlas de lado cuando lo consideraba oportuno. Por lo que se dice de
Glorfindel en El Silmarillion y El Señor de los Anillos es
evidente que era un elda de espíritu noble y generoso; puede darse por supuesto
que, aunque abandonó Valinor en la hueste de Turgon, lo hizo de mala gana por
el parentesco que lo unía a Turgon y la fidelidad que le profesaba, y no
participó en la matanza de Alqualondë.
Lo que es más importante: Glorfindel había
sacrificado su vida en defensa de los fugitivos de la catástrofe de Gondolin
contra un demonio de Thangorodrim, permitiendo así que Tuor e Idril hija de
Turgon y su hijo Eärendil escaparan y buscaran refugio en las bocas del Sirion.
A pesar de que no podía conocer la importancia que tendría este hecho (y los
hubiera defendido, aunque fueran fugitivos de cualquier rango), esta acción fue
de vital importancia para los designios de los valar. Por tanto, es
completamente coherente con el esquema general de El Silmarillion
describir la historia posterior de Glorfindel del siguiente modo. Después de
purgar toda la culpa en la que había incurrido durante la rebelión, fue
liberado de Mandos y Manwë lo restauró. Entonces se convirtió de nuevo en una
persona encarnada viva, pero se le permitió morar en el Reino Bendecido; porque
había recuperado la inocencia y la gracia primitivas de los eldar. Durante
largos años permaneció en Valinor, junto con los eldar que no se habían
rebelado y en compañía de los maiar. Ahora era casi igual a los últimos, pues a
pesar de ser un encarnado (que necesitaba una forma corpórea no hecha o
escogida por él mismo) su poder espiritual había crecido considerablemente
gracias a su sacrificio. En algún momento, probablemente poco después de llegar
a Valinor, se convirtió en seguidor y amigo de Olórin (Gandalf) que, como se
dice en El Silmarillion, sentía un amor y una inquietud especiales por
los hijos de Eru. Es probable que Olórin, como podían hacer los maiar, hubiera
visitado ya la Tierra Media y conociera no sólo a los elfos sindarin y a otros
que vivían más al interior de la Tierra Media, sino también a los hombres, pero
nada se ha dicho [> todavía] al respecto.
Glorfindel
por Donato Giancola
Glorfindel se quedó en el Reino Bendecido, al
principio sin duda por propia voluntad: Gondolin había sido destruida, y todos
sus parientes estaban muertos y se hallaban todavía en las Estancias de Espera,
inaccesibles para los vivos. Pero su larga estancia durante los últimos años de
la Primera Edad, y al menos hasta muy avanzada la Segunda, también se debió sin
duda a los deseos y los designios de Manwë.
¿Cuándo regresó Glorfindel a la Tierra Media?
Probablemente fuera antes del final de la Segunda Edad, el «Cambio del Mundo»
y el Hundimiento de Númenor, después de lo cual ninguna criatura encarnada, «humana»
o de razas menores, podía regresar del Reino Bendecido, que había sido «apartado
de los Círculos del Mundo». Esto se debió a un decreto procedente del mismo
Eru; y aunque, antes del final de la Tercera Edad, cuando Eru decretó que había
de empezar el dominio de los hombres, es posible que Manwë recibiera el permiso
de Eru para hacer una excepción en este caso, y que hubiera hallado algún medio
para llevar a Glorfindel a la Tierra Media, es algo poco probable y que
convertiría a Glorfindel en alguien de mayor poder e importancia de lo
conveniente.
Lo mejor será entonces suponer que Glorfindel
regresó durante la Segunda Edad, antes de que la «sombra» cayera sobre Númenor, cuando los eldar daban la
bienvenida a los númenóreanos como poderosos aliados. Su regreso debió de tener
el propósito de fortalecer la alianza de Gil-galad y Elrond, cuando estos
advirtieron por fin la creciente malicia de las intenciones de Sauron. Por
tanto, pudo tener lugar ya en 1200 de la Segunda Edad, cuando Sauron fue a
Lindon en persona e intentó engañar a Gil-galad, pero fue rechazado y
expulsado. Sin embargo, es posible, quizá más probable, que no llegara hasta
c.1600, el Año del Terror, cuando terminó la construcción de Barad-dûr y se
forjó el Anillo Único, y Celebrimbor advirtió por fin la trampa en la que había
caído. Porque en 1200, aunque lleno de ansiedad, Gil-galad aún se sentía lo
suficientemente fuerte para despreciar a Sauron. Además, en ese entonces sus
aliados númenóreanos empezaban a establecer puertos permanentes para sus
grandes barcos, y de hecho muchos de ellos habían comenzado a vivir allí
permanentemente. En 1600 todos los jefes de los elfos y los hombres (y los
enanos) vieron con claridad que la guerra contra Sauron, ahora desenmascarado y
en forma de nuevo Señor Oscuro, era inevitable. Por tanto, empezaron a
prepararse para el ataque, y no hay duda de que Númenor (y Valinor) recibieron
mensajes urgentes pidiendo ayuda.
XVII.LA GUERRA DE
ERIADOR
DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD
La guerra de Eriador por Alan Lee
Ahora bien, eran esos Tres los últimos que se
habían hecho, y los que tenían más grande poder. Narya, Nenya y Vilya
se llamaban, los Anillos del Fuego, y del Agua, y del Aire, que tenían
engarzados un rubí y un diamante y un zafiro; y eran de todos los Anillos
élficos los que Sauron más deseaba, pues quienes los poseyeran podrían evitar
el deterioro y demorar la fatiga del mundo. Pero Sauron nunca los encontró
porque fueron dados a los sabios, que los ocultaron y nunca más se los pusieron
a la luz, en tanto Sauron tuviera el Anillo Regente. De ese modo los Tres
permanecieron incólumes, pues habían sido forjados por Celebrimbor tan sólo, y
la mano de Sauron no los había tocado; no obstante, también estaban sometidos
al Único.
Desde esos días siempre hubo guerra entre
Sauron y los elfos…
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Celebrimbor resiste por Alan Lee
Por fin los atacantes irrumpieron en Eregion destruyendo y
devastando, y se apoderaron del principal objetivo del ataque de Sauron: la
casa de los mírdain, donde se encontraban las herrerías y sus tesoros.
Celebrimbor, desesperado, resistió a Sauron en la escalinata frente a las
grandes puertas de los mírdain; pero lo atraparon y lo llevaron cautivo, y la
casa fue saqueada. Allí Sauron se apoderó de los Nueve Anillos y algunos otros
trabajos de los mírdain; pero los Siete y los Tres, no pudo encontrarlos.
Entonces Celebrimbor fue sometido a tormento, y Sauron averiguó por él dónde se
encontraban los Siete. Esto lo reveló Celebrimbor porque para él ni los Siete
ni los Nueve valían tanto como los Tres; los Siete y los Nueve habían sido
hechos con la ayuda de Sauron, mientras que los Tres los había hecho él solo,
con un poder y un propósito diferentes. [En
el Apéndice A (III) de El Señor de los Anillos se cuenta que entre los enanos
del pueblo de Durin se creía que quienes habían dado el Anillo a Durin III, rey
de Khazad-dûm, habían sido los herreros elfos, y no Sauron].
Sobre
los Tres Anillos, Sauron no pudo arrancarle nada a Celebrimbor; e hizo que lo
mataran. Pero alcanzó a adivinar la verdad, que los Tres habían sido puestos al
cuidado de los señores elfos: y que éstos, por fuerza, no podían ser otros que
Galadriel y Gil-galad.
Arrastrado por una cólera negra, volvió a la
batalla; y llevando como estandarte el cadáver de Celebrimbor colgado de una
pértiga, atravesado de las flechas de los orcos, se volvió sobre las fuerzas de
Elrond. Elrond había reunido a los pocos elfos de Eregion que habían conseguido
escapar, pero no bastaban para resistir el ataque. Hubiera sido aplastado sin
duda si el ejército de Sauron no hubiera sido atacado por la retaguardia;
porque Durin había enviado una fuerza de enanos desde Khazad-dûm, y con ellos
vinieron los elfos de Lórinand conducidos por Amroth. Elrond logró librarse del
ataque, pero tuvo que alejarse hacia el norte, y fue en ese tiempo [el año 1697 de acuerdo con la Cuenta de los
Años] cuando construyó un refugio fortificado en Imladris (Rivendel).
Sauron abandonó la persecución de Elrond, y se volvió contra los enanos y los
elfos de Lórinand, a quienes obligó a retroceder; pero las Puertas de Moria se
cerraron y no consiguió entrar. Desde entonces Sauron odió siempre a Moria, y
los orcos tuvieron orden de hostilizar a los enanos cada vez que pudieran.
Celebrimbor por Alan Lee
Fue así que Sauron intentó conquistar Eriador: Lórinand podía
esperar. Pero mientras él devastaba las tierras, matando o expulsando a todos
los hombres, que vivían allí en pequeños grupos, y persiguiendo a los elfos que
aún no se habían ido, muchos huyeron a engrosar las filas del ejército de
Elrond en el norte. Ahora bien, el propósito inmediato de Sauron era apoderarse
de Lindon, donde, según creía, parecía más probable que pudiera apoderarse de
uno o más de los Tres Anillos; y por tanto convocó allí a sus fuerzas y marchó
hacia el oeste, a la tierra de Gil-galad, asolando todo lo que encontraba. Pero
sus fuerzas habían menguado, pues había tenido que dejar atrás un fuerte
destacamento para contener a Elrond e impedirle que cayera sobre su
retaguardia.
Las fuerzas de Tar-Minastir por Alan Lee
Ahora bien, durante largos años los númenóreanos habían llevado
sus barcos a los Puertos Grises, y eran allí bienvenidos. No bien Gil-galad
empezó a temer que las tropas de Sauron avanzarían sobre Eriador, envió mensajes
a Númenor; y en las costas de Lindon los númenóreanos prepararon un ejército y
juntaron pertrechos de guerra. En 1695, cuando Sauron invadió Eriador,
Gil-galad solicitó la ayuda de Númenor. Entonces Tar-Minastir, el rey, envió
una gran flota; pero el viaje se retrasó, y los barcos no llegaron a las costas
de la Tierra Media hasta 1700. Por ese tiempo Sauron dominaba todo Eriador,
salvo sólo la sitiada Imladris, y había llegado al río Lhûn. Había convocado
otras fuerzas, que se aproximaban desde el sureste, y que estaban ya en
Enedwaith en el cruce de Tharbad, apenas defendido. Gil-galad y los
númenóreanos guardaban el Lhûn, para asegurar la defensa de los Puertos Grises,
cuando las grandes fuerzas de Tar-Minastir llegaron muy a tiempo; y las huestes
de Sauron fueron derrotadas por completo y rechazadas. El almirante númenóreano
Ciryatur envió parte de sus navíos a un punto de desembarco más hacia el sur.
Sauron huye por Alan Lee
Sauron fue rechazado hacia el sureste al cabo de una gran matanza
en el vado de Sarn (el cruce del Baranduin); y aunque otras tropas se le
unieron en Tharbad, se encontró otra vez con un ejército númenóreano en la
retaguardia, pues Ciryatur había desembarcado una gran fuerza en la
desembocadura del Gwathló (Fontegrís), «donde había un pequeño puerto
númenóreano». [Éste era Vinyalondë de
Tar-Aldarion, llamado después Lond Daer]. En la Batalla del Gwathló, la
derrota de Sauron fue completa, y él mismo apenas logró escapar.
Las escasas fuerzas que le quedaban fueron atacadas al este de
Calenardhon, y él, acompañado por unos pocos guardias, huyó a la región llamada
después Dagorlad (llanura de la Batalla), y de allí, quebrantado y
humillado, regresó a Mordor, y juró venganza contra Númenor. El ejército que
sitiaba a Imladris, atrapado entre Elrond y Gil-galad, fue completamente
destruido. Ya no había más enemigos en Eriador, ahora en gran parte destrozado
y arruinado.
XVIII.UN PERÍODO DE PAZ EN LA TIERRA MEDIA
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Durante muchos años las Tierras del Oeste tuvieron paz y tiempo
para curar sus heridas; pero los númenóreanos habían conocido el placer del
poder en la Tierra Media, y desde entonces en adelante establecieron colonias
permanentes en las costas occidentales [poco
más o menos en el 1800 de «La Cuenta de los Años»], y se hicieron allí
poderosos, y Sauron no intentó avanzar hacia el oeste de Mordor durante largo
tiempo.
Galadriel sentía ahora tanta nostalgia por el mar (aunque pensaba
que debía permanecer en la Tierra Media en tanto que Sauron no estuviera
definitivamente vencido), que decidió abandonar Lórinand e ir a vivir cerca del
mar. Dejó Lórinand a cargo de Amroth, y pasando nuevamente por Moria con
Celebrían, llegó a Imladris en busca de Celeborn. Allí, según parece, lo
encontró, y allí vivieron juntos largo tiempo; y fue entonces cuando Elrond vio
por primera vez a Celebrían y se enamoró de ella, aunque no dijo nada. Y
mientras Galadriel se encontraba en Imladris, se celebró el Concilio ya
mencionado. Pero algo después [no hay
indicación de fecha] Galadriel y Celeborn, junto con Celebrían, abandonaron
Imladris y se dirigieron a las tierras poco habitadas que se extienden entre la
desembocadura del Gwathló y Ethir Anduin. Allí vivieron en Belfalas, en el
lugar que se llamó después Dol Amroth;
allí a veces los visitó Amroth, su hijo, y a veces tenían la compañía de los elfos
nandorin de Lórinand. Galadriel no volvió allí sino hasta muy avanzada la
Tercera Edad (cuando Amroth se perdió, y el peligro amenazó a Lórinand), en el
año 1981.
Lórinand por Alan Lee
XIX.LOS SUCESORES DE TAR-ANCALIMË HASTA TAR-ATANAMIR
CUENTOS
INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Era hijo de Tar-Ancalimë y nació el año 1003. Gobernó durante
ciento catorce años y cedió el cetro en 1394; murió en 1404.
IX. Tar-Súrion
Fue el tercer hijo de Tar-Anárion; sus hermanas rechazaron el
cetro. Nació en el año 1174 y gobernó durante ciento sesenta y dos años; cedió
el cetro en el año 1556 y murió en 1574. Tuvo dos hijos: una hija, Telperiën, y
un hijo, Isilmo.
X.
Tar-Telperiën
Fue la segunda reina regente de Númenor. Vivió largo tiempo
(porque las mujeres de los númenóreanos eran más longevas o se resistían a
abandonar la vida) y no quiso casarse. Por tanto, cuando murió, el cetro pasó a
Minastir; era hijo de Isilmo, el segundo hijo de Tar-Súrion. Tar-Telperiën
nació en el año 1320; gobernó durante ciento setenta y cinco años, hasta 1731,
y murió el mismo año.
XI. Tar-Minastir
Tenía este nombre porque levantó una alta torre sobre la colina de
Oromet, cerca de Andúnië y las costas occidentales, y allí pasaba largo tiempo
contemplando el oeste. Porque la nostalgia había crecido en el corazón de los númenóreanos.
Amaba a los elfos, pero los envidiaba. Él fue quien envió una gran flota para
ayudar a Gil-galad en la primera guerra contra Sauron. Nació en el año 1474 y
gobernó durante ciento treinta y ocho años; cedió el cetro en 1869 y murió en
1873.
El salón del trono en Armenelos por Alan Lee
XII. Tar-Ciryatan
Nació en el año 1634 y gobernó durante ciento sesenta años; cedió el trono en 2029 y murió en 2035. Fue un rey poderoso, pero ávido de riquezas; hizo construir una gran flota de barcos reales, y sus sirvientes le trajeron grandes cantidades de metales y de piedras preciosas, y oprimieron a los hombres de la Tierra Media. Despreció las nostalgias de su padre, y calmó su propia inquietud emprendiendo viajes hacia el este, el norte y el sur, hasta que obtuvo el cetro. Se dice que obligó a su padre a cedérselo antes que él lo considerara oportuno. Y así cayó sobre ellos la primera manifestación de la Sombra en la beatitud de Númenor.
XX.LA SOMBRA CAE
SOBRE NÚMENOR
CUENTOS INCONCLUSOS DE
NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Nació en el año 1800 y gobernó durante ciento noventa y dos años,
hasta 2221, en que murió. Mucho se dice de este rey en los Anales que
sobrevivieron a la Caída. Porque era, como su padre, orgulloso y sediento de
riquezas, y los númenóreanos que lo servían exigieron alto tributo a los
hombres de las costas de la Tierra Media. En sus días la Sombra descendió sobre
Númenor; y el rey, y otros que lo seguían, criticaban abiertamente la
prohibición de los valar, y se volvieron contra los valar y los eldar; pero mantenían
cierta prudencia, pues temían a los Señores del Oeste y no los desafiaron.
Atanamir fue también llamado el Maldispuesto, por ser el primero de los
reyes que se rehusó a dejar la vida o renunciar al cetro; y vivió hasta que la
muerte se lo llevó por la fuerza en plena chochez.
AKALLABETH
Y decían entre sí: —¿Por qué los Señores del
Occidente disfrutan de una paz imperecedera, mientras que nosotros tenemos que
morir e ir a no sabemos dónde, abandonando nuestros hogares y todo cuanto hemos
hecho? Y los eldar no mueren, aun los que se rebelaron contra los Señores. Y
puesto que hemos dominado todos los mares, y no hay aguas demasiado salvajes o
extensas para nuestras naves, ¿por qué no podemos ir a Avallónë y saludar allí
a nuestros amigos?
Y había otros que decían: —¿Por qué no podemos
ir a Aman y gustar allí siquiera un día la beatitud de los Poderes? ¿Acaso no
somos importantes entre los pueblos de Arda?
Los eldar transmitieron estas palabras a los
valar, y Manwë se entristeció, pues veía que una nube se cernía ahora sobre el
mediodía de Númenor. Y envió mensajeros a los dúnedain, que hablaron
severamente con el rey, y a todos cuantos estaban dispuestos a escucharlos,
acerca del destino y los modos del mundo.
—El destino del mundo—dijeron—sólo uno puede
cambiarlo, el que lo hizo. Y si navegarais de tal manera que burlando todos los
engaños y las trampas llegaseis en verdad a Aman, el Reino Bendecido, de escaso
provecho os sería. Porque no es la tierra de Manwë lo que hace inmortal a la
gente, sino que la Inmortalidad que allí habita ha santificado la tierra; y
allí os marchitaríais y os fatigaríais más pronto como las polillas en una luz
demasiado fuerte y constante.
Pero el rey le preguntó: —¿Y no vive acaso
Eärendil, mi antepasado? ¿O no está en la tierra de Aman?
A lo cual ellos respondieron: —Sabéis que
tiene un destino aparte, y fue adjudicado a los primeros nacidos, que no
mueren; pero también se ha ordenado que nunca pueda volver a las tierras
mortales. Mientras que vos y vuestro pueblo no sois de los primeros nacidos,
sino hombres mortales, como os hizo Ilúvatar. Parece sin embargo que deseáis
los bienes de ambos linajes, navegar a Valinor cuando se os antoje y volver a
vuestras casas cuando os plazca. Eso no puede ser. Ni pueden los valar quitar
los dones de Ilúvatar. Los eldar, decís, no son castigados, y ni siquiera los
que se rebelaron mueren. Pero eso no es para ellos recompensa ni castigo, sino
el cumplimiento de lo que son. No pueden escapar, y están sujetos a este mundo
para no abandonarlo jamás mientras dure, pues tienen su propia vida. Y vosotros
sois castigados por la rebelión de los hombres, decís, en la que poco
participasteis. Pero en un principio no se pensó que eso fuera un castigo. De
modo que vosotros escapáis y abandonáis el mundo y no estáis sujetos a él, con
esperanza o con fatiga. ¿Quién por lo tanto tiene que envidiar a quién?
Y los númenóreanos respondieron: —¿Por qué no
hemos de envidiar a los valar o aún al último de los inmortales? Pues a
nosotros se nos exige una confianza ciega y una esperanza sin garantía, y no
sabemos lo que nos aguarda en el próximo instante. Pero también nosotros amamos
la Tierra y no quisiéramos perderla.
Entonces los mensajeros dijeron: —En verdad
los valar no conocen qué ha decidido Ilúvatar sobre vosotros, y él no ha
revelado todas las cosas que están por venir. Pero esto sabemos de cierto: que
vuestro hogar no está aquí, ni en la tierra de Aman, ni en ningún otro sitio
dentro de los círculos del mundo. Y el Destino de los hombres, que han de
abandonar el mundo, fue en un principio un don de Ilúvatar. Se les convirtió en
sufrimiento sólo porque los cubrió la sombra de Morgoth y les pareció que
estaban rodeados por una gran oscuridad, de la que tuvieron miedo; y algunos se
volvieron obstinados y orgullosos, y no estaban dispuestos a ceder, hasta que
les arrancasen la vida. Nosotros, que soportamos la carga siempre creciente de
los años, no lo comprendemos claramente; pero si ese dolor ha vuelto a
perturbaros, como decís, tememos que la Sombra se levante una vez más y crezca
de nuevo en vuestros corazones. Por tanto, aunque seáis los dúnedain, los más
hermosos de los hombres, que escapasteis de la Sombra de antaño y luchasteis
valientemente contra ella, os decimos: ¡Cuidado! No es posible oponerse a la
voluntad de Eru; y los valar os ordenan severamente mantener la confianza en
aquello a que estáis llamados, no sea que pronto se convierta otra vez en una
atadura y os sintáis constreñidos. Tened más bien esperanzas de que el menor de
vuestros deseos dará su fruto. Ilúvatar puso en vuestros corazones el amor de
Arda, y él no siembra sin propósito. No obstante, muchas edades de hombres no
nacidos pueden transcurrir antes de que ese propósito sea dado a conocer; y a
vosotros os será revelado y no a los valar.
Estas cosas sucedieron en los días de
Tar-Ciryatan el constructor de barcos, y de Tar-Atanamir, su hijo; y eran
hombres de mucho orgullo, y codiciosos, e impusieron tributo a los hombres de
la Tierra Media, tomando ahora, antes que dando. Fue a Tar-Atanamir al que
hablaron los mensajeros; y era el decimotercer rey, y en sus días el reino de
Númenor tenía más de dos mil años y había alcanzado el cenit de la
bienaventuranza, si no todavía el del poder. Pero a Atanamir le disgustó el
consejo de los mensajeros y le hizo poco caso, y la mayor parte del pueblo lo
imitó porque deseaban escapar a la muerte mientras aún estaban con vida, sin
dejar nada a la esperanza. Y Atanamir vivió hasta muy avanzada edad,
aferrándose a la existencia más allá del fin de toda alegría; y fue en esto el
primero de los númenóreanos, rehusándose a partir hasta que perdió el juicio y
la virilidad, y negando a su hijo la corona del reino en el tiempo adecuado.
Porque los señores de Númenor acostumbraban a casarse tarde, y partían y dejaban
el mandato a sus hijos cuando éstos alcanzaban la edad de la plenitud, de
cuerpo y de mente.
En esta Edad, como se dice en otra parte,
Sauron se levantó de nuevo en la Tierra Media, y creció y regresó al mal en que
Morgoth lo había criado, ganando en poder mientras lo servía. Ya en los días de
Tar-Minastir, el decimoprimer rey de Númenor, había fortificado la tierra de
Mordor y había construido la torre de Barad-dûr, y en adelante luchó siempre
por el dominio de la Tierra Media, para convertirse en rey por encima de todos
los otros reyes y en un dios para los hombres. Y Sauron odiaba a los
númenóreanos a causa de los hechos de sus padres y de su antigua alianza con
los elfos y su fidelidad a los valar; tampoco olvidaba la ayuda que
Tar-Minastir había prestado a Gil-galad tiempo atrás, cuando el Anillo Único
fue forjado y hubo guerra entre Sauron y los elfos en Eriador. Ahora se enteró
de que el poder y el esplendor de los reyes de Númenor habían aumentado; y los
odió todavía más; y tuvo miedo de que invadieran sus territorios y le
arrebataran el dominio del este. Pero por largo tiempo no se atrevió a desafiar
a los señores del mar, y se retiró de las costas.
XXI.LA EXPANSIÓN DE NÚMENOR
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR
Y LA TIERRA MEDIA
Nació en el año 1986 y gobernó durante ciento sesenta y cinco
años, hasta su muerte en 2386. En ese tiempo, la brecha entre los hombres del
rey (la mayoría) y los que mantenían la vieja amistad con los elfos se abrió
aún más profundamente. Muchos de los hombres del rey empezaron a dejar de
hablar las lenguas élficas y ya no se las enseñaron a sus hijos. Pero los
títulos reales seguían todavía designándose en quenya, más por costumbre que
por amor, y temían que el quebrantamiento de un viejo hábito acarreara
desgracia.
Númenor por Alan Lee
AKALLABÊTH
De este modo la beatitud de Oesternesse
menguó; aunque continuó aumentando en poder y esplendor. Porque los reyes y el
pueblo no habían perdido aún el buen juicio, y si ya no amaban a los valar, al
menos aún los temían; y no se atrevían a quebrantar abiertamente la Prohibición
ni a navegar más allá de los límites que habían sido designados. Los altos
navíos iban todavía hacia el este. Pero el miedo que tenían a la muerte era
cada vez mayor, y la retrasaban por cualquier medio que estuviera a su alcance;
y empezaron a construir grandes casas para los muertos, mientras que los
hombres sabios trabajaban incesantemente tratando de descubrir el secreto de la
recuperación de la vida, o al menos la prolongación de los días de los hombres.
No obstante, sólo alcanzaron el arte de preservar incorrupta la carne muerta de
los hombres, y llenaron toda la tierra de tumbas silenciosas en las que la idea
de la muerte se confundía con la oscuridad. Pero los que vivían se volcaban con
mayor ansia al placer y a las fiestas, siempre codiciando más riquezas y
bienes; y después de los días de Tar-Ancalimon, la ofrenda de las primicias a
Eru fue desatendida, y los hombres iban rara vez al Santuario en las alturas de
Meneltarma, en medio de la tierra.
En aquel tiempo los númenóreanos instalaron
sus primeras colonias en las costas occidentales de las tierras antiguas;
porque su propia tierra les parecía ahora más estrecha, y no tenían allí reposo
ni contento, puesto que les era negado el Occidente. Construyeron grandes
puertos, y fuertes torres, y muchos moraron en ellas, pero eran ahora señores y
amos y recolectores de tributos antes que aprendices y maestros. Los grandes
barcos de los númenóreanos navegaban hacia el este en el viento y volvían
siempre cargados, y el poder y la majestad de los reyes se acrecentaban día a
día, y bebían y celebraban fiestas y se vestían de plata y oro.
De todo esto los amigos de los elfos
participaron muy poco. Sólo ellos iban ahora al norte y a la tierra de
Gil-galad, conservando la amistad con los elfos y ayudando en contra de Sauron;
y su puerto era Pelargir, sobre las desembocaduras de Anduin el Grande. Pero
los hombres del rey avanzaban muy lejos hacia el sur; y los señoríos y las
fortalezas que construyeron dejaron muchas huellas en las leyendas de los
hombres.
DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD
Y todos los anillos que Sauron gobernaba, los
pervertía, con bastante facilidad pues él mismo había contribuido a hacerlos, y
estaban malditos, y traicionaron al final a todos quienes los llevaban. Los
enanos demostraron ser firmes y nada dóciles; no soportan de buen grado el
dominio de los demás, y es difícil saber lo que en verdad piensan, y tampoco es
fácil inclinarlos a las sombras. Sólo llevaban los anillos para la adquisición
de riquezas; pero la ira y una abrumadora codicia de oro les encendió los
corazones, mal del que luego Sauron obtuvo gran beneficio. Se dice que el
principio de cada uno de los siete tesoros de los reyes enanos de antaño fue un
anillo de oro; pero todos esos tesoros hace ya mucho que fueron saqueados, y
los dragones los devoraron, y de los Siete Anillos algunos fueron consumidos
por el fuego y otros recuperados por Sauron.
Fue más fácil engañar a los hombres. Los que llevaron los Nueve Anillos alcanzaron gran poder en su época: reyes, hechiceros y guerreros de antaño. Ganaron riqueza y gloria, aunque sólo daño resultó. Parecía que para ellos la vida no tenía término, pero se les hacía insoportable. Podían andar, si así lo querían, sin que nadie de este mundo bajo el sol llegara a descubrirlos, y podían ver cosas en mundos invisibles para los hombres mortales; pero con no poca frecuencia veían sólo los fantasmas y las ilusiones que Sauron les imponía. Y tarde o temprano, de acuerdo con la fortaleza original de cada uno y con la buena o mala voluntad que habían tenido desde un principio, iban cayendo bajo el dominio del anillo que llevaban, y bajo la servidumbre del Único, que era propiedad de Sauron. Y se volvieron para siempre invisibles, salvo para el que llevaba el Anillo Regente, y entraron en el reino de las sombras. Eran ellos los nazgûl, los espectros del Anillo, los más terribles servidores del Enemigo; la oscuridad andaba con ellos, y clamaban con las voces de la muerte.
AKALLABÊTH
Y cuando se levantaron los úlairi, que
eran los espectros del Anillo, sus sirvientes, y cuando consiguió acrecentar en
exceso la fuerza del terror y el dominio que tenía sobre los hombres, emprendió
el asalto de las fortalezas de los númenóreanos en las costas del mar.
DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD
XXII.LOS SUCESORES DE TAR-ANCALIMON HASTA EL 2899
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR
Y LA TIERRA MEDIA
XV. Tar-Telemmaitë
Nació en el año 2136 y gobernó durante ciento cuarenta años, hasta
su muerte en 2526. Desde entonces los reyes gobernaron nominalmente, desde la
muerte del padre hasta su propia muerte, aunque el poder real pasara con
frecuencia a sus hijos o a los consejeros; y los días de los descendientes de
Elros menguaron bajo la Sombra. Este rey se llamó así a causa del amor que
tenía por la plata, y ordenaba a sus servidores que le trajeran mithril.
XVI. Tar-Vanimeldë
Fue la tercera reina regente; nació en el año 2277 y gobernó
durante ciento once años, hasta su muerte en 2637. Prestó escasa atención a las
medidas de gobierno, y amaba sobre todo la música y la danza; y el poder lo
ejercía su marido Herucalmo, más joven que ella, pero descendiente en el mismo
grado de Tar-Atanamir. Herucalmo tomó el cetro a la muerte de su esposa y se
dio a sí mismo el nombre de Tar-Anducal,
negando el trono a su hijo Alcarin; sin embargo, algunos no lo cuentan en la
línea de los reyes como el decimoséptimo, y pasan directamente a Alcarin.
Tar-Anducal nació en el año 2286 y murió en 2657.
XVII. Tar-Alcarin
Nació en el año 2406 y gobernó durante ochenta años, hasta su muerte en 2737; reinó con justicia durante cien años.
Númenor por Alan Lee
XVIII. Tar-Calmacil
Nació en el año 2516 y gobernó durante ochenta y ocho años, hasta
su muerte en 2825. Se dio ese nombre porque en su juventud fue un gran capitán
y conquistó vastas tierras a lo largo de las costas de la Tierra Media. De este
modo avivó el odio de Sauron, quien, no obstante, se retiró y estableció su
poder en el este, lejos de las costas, en espera de su oportunidad. En los días
de Tar-Calmacil el nombre del rey se pronunció por primera vez en adûnaic; y
los hombres del rey lo llamaron Ar-Belzagar.
XIX. Tar-Ardamin
Nació en el año 2618 y gobernó durante setenta y cuatro años,
hasta su muerte en 2899. Su nombre en adûnaic fue Ar-Abattârik. Fue el
último rey en tomar el cetro usando un nombre en quenya.
XXIII.CRECE LA
SOMBRA SOBRE NÚMENOR
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Nació en el año 2709 y gobernó durante sesenta y tres años, hasta
su muerte en 2962.
Ar-Adûnakhôr por Alan Lee
AKALLABETH
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Nació en el año 2798 y gobernó durante setenta y un años, hasta su
muerte en 3033.
XXII. Ar-Sakalthôr
(Tar-Falassion)
Nació en el año 2876 y gobernó durante sesenta y nueve años, hasta
su muerte en 3102.
XXIII. Ar-Gimilzôr
(Tar-Telemnar)
Nació en el año 2960 y gobernó durante setenta y cinco años, hasta
su muerte en 3177. Nunca habían tenido los fieles enemigo más encarnizado;
prohibió totalmente el empleo de las lenguas eldarin y no permitió que ninguno
de los eldar fuera a Númenor y castigó a quienes los hospedaban de buen grado.
No reverenciaba nada y jamás subía al Sagrario de Eru. Se casó con Inzilbêth,
una señora que descendía de Tar-Calmacil; pero ella pertenecía a los fieles en
secreto porque su madre era Lindórië, de la casa de los señores de Andúnië; y
tenía poco amor por su esposo, el rey; y hubo desavenencia entre los hijos.
Porque Inziladûn, el mayor, era el preferido de la madre y de la misma
disposición que ella; pero Gimilkhâd, el menor, era el hijo de su padre, y
Ar-Gimilzôr de buena gana lo habría designado heredero si las leyes lo hubieran
permitido. Gimilkhâd nació en el año 3044 y murió en 3243.
AKALLABETH
Ahora bien, los elendili vivían principalmente
en las regiones occidentales de Númenor; pero Ar-Gimilzôr ordenó a todos los
que pudo descubrir de esa partida que abandonaran el oeste y fueran al este de
la tierra, y allí eran vigilados. Y de este modo la principal morada de los
fieles en días posteriores estaba cerca de Rómenna; desde allí muchos navegaron
a la Tierra Media en busca de las costas septentrionales donde aún podían
hablar con los eldar en el reino de Gil-galad. Esto fue sabido por los reyes,
pero no lo estorbaron, en tanto los elendili partieran de aquellas tierras y no
regresaran; porque no deseaban tener amistad con los eldar de Eressëa, a
quienes llamaban los espías de los valar, esperando así poder ocultar a
los Señores del Occidente todas sus empresas y designios. Pero Manwë se
enteraba siempre de lo que hacían, y los valar estaban enojados con los reyes
de Númenor, y ya no les dieron consejo ni protección; y los barcos de Eressëa
no volvieron nunca del poniente, y los puertos de Andúnië quedaron abandonados.
Los de más alto honor después de la casa de
los reyes eran los señores de Andúnië; porque pertenecían a la estirpe de
Elros, y descendían de Silmariën, hija de Tar-Elendil el cuarto rey de Númenor.
Y estos señores eran leales a los reyes, y los reverenciaban; y el señor de
Andúnië se contaba siempre entre los principales consejeros del cetro. No
obstante, también desde un principio tuvieron un amor especial por los eldar y
reverencia por los valar; y cuando la Sombra creció, ayudaron a los fieles como
les fue posible. Pero por mucho tiempo no se manifestaron abiertamente, sino
que antes intentaron rectificar el corazón de los señores del cetro con más
atinados consejos.
Había una señora, Inzilbêth, de renombrada
belleza, hija de Lindórië, hermana de Eärendur, el señor de Andúnië en los días
de Ar-Sakalthôr, padre de Ar-Gimilzôr. Gimilzôr la tomó por esposa, aunque esto
fue poco del agrado de ella, porque en verdad era uno de los fieles, como su
madre le había enseñado; pero los reyes y sus hijos se habían vuelto orgullosos
y nadie podía oponerse a lo que ellos deseaban.
XXIV.TAR-PALANTIR Y
LA GUERRA CIVIL DE NÚMENOR
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Nació en el año 3035 y gobernó durante setenta y ocho años, hasta
su muerte en 3255.
Tar-Palantir lamentó la conducta de los reyes que lo antecedieron
y hubiera querido recobrar la amistad de los eldar y los Señores del Oeste.
Inziladûn recibió este nombre porque tenía una mirada y una mente
penetrantes, y aún quienes lo odiaban, temían sus palabras, pues hablaba como
un verdadero vidente.
AKALLABETH
Tar-Palantir por Alan Lee
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
AKALLABETH
Pharazôn por Alan Lee
HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE
LA TIERRA MEDIA
Pero [Pharazôn] se marchó y permaneció soltera.
AKALLABETH
Y sucedió que los pesares fatigaron a
Tar-Palantir, que al fin murió.
Tar-Palantir se casó tarde y no tuvo hijos varones y a su hija le
dio un nombre élfico y la llamó Míriel; y
por derecho propio y por las leyes de los númenóreanos a ella le correspondió
el cetro. Pero Pharazôn la tomó por esposa contra la voluntad de ella, e hizo
mal en esto, e hizo mal también porque las leyes de Númenor no permitían el
matrimonio, ni siquiera en la casa real, entre parientes más cercanos que
primos en segundo grado. Y cuando se celebró la boda él puso la mano en el
cetro y adoptó el título de Ar-Pharazôn (Tar-Calion en lengua
élfica); y el nombre de la reina lo cambió por el de Ar-Zimraphel.
XXV.LA CAÍDA DE NÚMENOR
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
El más poderoso y último rey de Númenor. Nació en el año 3118 y
gobernó sesenta y cuatro años, y murió durante la Caída en el año 3319.
Los hechos de Ar-Pharazôn, su gloria y su locura, se cuentan en la
historia de la caída de
Númenor que Elendil escribió, y que se preservó en
Gondor.
AKALLABETH
HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE
LA TIERRA MEDIA
Ar-Pharazôn por Alan Lee
Ahora bien, Sauron, que conocía las
disensiones de Númenor, pensó cómo utilizarlas para cumplir su venganza. En
consecuencia, empezó a atacar los puertos y las fortalezas de los númenóreanos,
e invadió las tierras costeras que se encontraban bajo su dominio. Tal como
preveía, aquello despertó la gran ira del rey, que decidió desafiar a Sauron el
Grande por el dominio de la Tierra Media.
AKALLABETH
Grande fue la ira de Ar-Pharazôn al oír estas
nuevas, y mientras meditaba largamente en secreto, se le encendió en el corazón
un deseo ilimitado de poder, y de que no hubiera otra voluntad que la suya. Y
decidió sin pedir consejo a los valar, ni recurrir a la ayuda de otra sabiduría
que la propia, que él mismo reclamaría el título de Rey del Mundo, y que
a Sauron lo convertiría en vasallo y sirviente; porque movido por el orgullo, Ar-Pharazôn
pensaba que ningún rey había de ser tan poderoso como para rivalizar con el heredero
de Eärendil. Por tanto, empezó en ese tiempo a forjar una gran cantidad de
armas, y construyó muchos barcos de guerra y los guardó junto con las armas; y
cuando todo estuvo dispuesto él mismo se hizo a la mar hacia el este.
Y los hombres vieron las velas que asomaban en
el poniente, teñidas de escarlata, resplandecientes de rojo y de oro, y los
habitantes de las costas se amedrentaron, y huyeron lejos. Pero la flota llegó
por último a ese sitio llamado Umbar,
donde los númenóreanos tenían un puerto poderoso, que no era obra de ninguna
mano. Desiertas y en silencio estaban todas las tierras en derredor cuando el rey
del mar avanzó sobre la Tierra Media. Durante siete días marchó con trompetas y
estandartes, y llegó a una colina y subió a ella, y levantó allí su pabellón y
su trono; y se sentó en medio, y las tiendas de las huestes se ordenaron
alrededor, doradas y blancas, y azules como un prado de flores altas. Entonces
envió heraldos, y ordenó a Sauron que se presentara ante él y le jurara
fidelidad.
Y Sauron acudió. Desde su poderosa torre de Barad-dûr
acudió, pero no a combatir. Porque advirtió que el poder y la majestad de los reyes
del mar sobrepasaban todos los rumores, y que ni siquiera los más grandes de
los vasallos de Angband podrían hacerles frente, y entendió que no había
llegado el momento de que se impusiese a los dúnedain. Y era taimado, hábil
para salirse sutilmente con la suya, cuando la fuerza no le valía. Por tanto,
se humilló ante Ar-Pharazôn y pronunció dulces palabras, y los hombres se
asombraron, pues todo cuanto decía parecía justo y sabio.
Pero Ar-Pharazôn no se dejó engañar, y se le
ocurrió que para asegurarse mejor la fidelidad de Sauron tenía que llevarlo a
Númenor, y que allí viviera como rehén de sí mismo y de todos sus sirvientes en
la Tierra Media. A esto consintió Sauron como quien está obligado, pero en
secreto sintiéndose complacido, pues era en verdad lo que deseaba.
HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE
LA TIERRA MEDIA
AKALLABETH
Sin embargo, tan astuto era de mente y de
palabra, tan firmes sus propósitos ocultos, que antes de que hubieran pasado
tres días ya compartía con el rey designios secretos; pues tenía siempre en la
lengua palabras dulces como la miel, y conocía muchas cosas que aún no habían
sido reveladas a los hombres.
Sauron llega a Númenor por Alan Lee
HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE
LA TIERRA MEDIA
Ahora bien, Sauron tenía mucha sabiduría y conocimiento, y sabía encontrar las palabras aparentemente razonables que persuadían a todos salvo a los más cautos; y aún podía adoptar un aspecto hermoso cuando lo deseaba.
«Los
grandes reyes deben hacer su voluntad»: ese era el contenido de todos sus consejos;
y de todo cuando el rey deseaba decía que le pertenecía por derecho, y trazaba
planes para obtenerlo.
AKALLABETH
Ar-Pharazôn preguntó: —¿Quién es el Señor Oscuro?
Entonces, tras las puertas cerradas Sauron le
habló al rey, y mintió diciendo: —Es aquel cuyo nombre no se pronuncia; porque
los valar os han engañado proponiendo el nombre de Eru, un fantasma concebido
en la locura de sus corazones con el fin de encadenar a los hombres y
obligarlos a que los sirvan. Porque ellos mismos son el oráculo de Eru, que
sólo habla cuando ellos quieren. Pero el verdadero Señor prevalecerá, y os
liberará de este fantasma; y su nombre es Melkor, Señor de Todos, Dador de la
Libertad, y él os hará más fuertes todavía que ellos.
Entonces Ar-Pharazôn se volcó a la veneración
de la Oscuridad, y de Melkor, el Señor Oscuro, en secreto al principio, pero
abiertamente y delante de todos poco después; y la mayoría del pueblo lo
siguió. No obstante, quedaba aún un resto de fieles, como se dijo, en Rómenna y
en el país cercano, y otros había aquí y allá en la tierra. El principal de
ellos, al que acudieron en busca de conducción y coraje en los malos días, era
Amandil, consejero del rey, y también su hijo Elendil, padre de Isildur y
Anárion jóvenes por entonces de acuerdo con las cuentas de Númenor. Amandil y
Elendil eran grandes capitanes de navío; y pertenecían al linaje de Elros Tar-Minyatur,
pero no a la casa regente que heredaba la corona y el trono en la ciudad de
Armenelos. En los días en que ambos eran jóvenes, Amandil le había sido caro a
Pharazôn, y aunque se contaba entre los amigos de los elfos, permaneció en el
consejo del rey hasta la llegada de Sauron. Entonces fue destituido, pues
Sauron lo odiaba más que a ningún otro en Númenor. Pero era tan noble y había
sido un capitán de mar tan poderoso, que todavía lo honraban muchos del pueblo,
y ni el rey ni Sauron se atrevían a ponerle las manos encima.
Por tanto, Amandil se retiró a Rómenna, y a
todos aquellos que parecían mantenerse fieles los convocó junto a él en
secreto; porque temía que el mal creciera ahora de prisa, y que los amigos de
los elfos estuviesen en peligro. Y así sucedió muy pronto. Porque el Meneltarma
estaba totalmente desierto en aquellos días; y aunque ni siquiera Sauron se
atrevía a mancillar el elevado sitio, el rey no permitía que hombre alguno,
bajo pena de muerte, ascendiera a él, ni siquiera aquellos de entre los fieles
que aún veneraban a Ilúvatar. Y Sauron instó al rey a que cortara el árbol blanco,
Nimloth el Bello, que crecía en el patio de la corte, porque estaba allí en
recuerdo de los eldar y de la Luz de Valinor.
En un principio el rey no consintió, pues
creía que la fortuna de la casa estaba ligada al árbol, como lo había dicho Tar-Palantir.
Así se daba la locura de que quien odiaba a los eldar y a los valar se apegara
en vano a la vieja lealtad de Númenor. Pero cuando Amandil se enteró de los
malos propósitos de Sauron, el corazón se le apenó, pues sabía que al final
Sauron se saldría con la suya. Entonces habló con Elendil y con los hijos de
Elendil, recordándoles la historia de los Árboles de Valinor; e Isildur no dijo
palabra, pero salió por la noche y llevó a cabo la hazaña por la que más tarde tuvo
renombre. Porque fue disfrazado a Armenelos y a los patios del rey, que estaban
ahora prohibidos a los fieles; y se acercó al sitio del árbol, que estaba
prohibido a todos por orden de Sauron, y unos guardias vigilaban el árbol de
noche y de día. En ese tiempo Nimloth se había oscurecido y no lucía flores,
pues el invierno se acercaba; e Isildur pasó entre los guardianes y tomo un
fruto del árbol, y se volvió para marcharse. Pero los guardianes despertaron, y
se le echaron encima, e Isildur se abrió camino luchando, y fue herido muchas
veces, y escapó, y como estaba disfrazado no llegó a saberse quién había puesto
las manos en el árbol. Pero Isildur llegó por fin a duras penas a Rómenna, y
dejó el fruto en manos de Amandil antes de que las fuerzas le faltaran. Luego
el fruto se plantó en secreto, y fue bendecido por Amandil; y un vástago salió
de él y brotó en la primavera. Pero cuando se abrió la primera hoja, Isildur,
que había yacido mucho tiempo próximo a la muerte, se incorporó, y las heridas
no lo atormentaron más.
No se hizo esto demasiado pronto; porque
después del ataque, el rey cedió ante Sauron y derribó el árbol blanco, y se
apartó entonces por entero de la fidelidad de sus padres. Pero Sauron logró que
se levantara un poderoso templo en la colina en medio de la ciudad de los númenóreanos,
Armenelos la Dorada; y tenía forma de círculo en la base con un diámetro de
quinientos pies [152 metros], y allí las paredes eran de cincuenta pies [15
metros] de espesor, y se alzaban del suelo quinientos pies [152 metros],
y estaban coronadas por una gran cúpula, y esa cúpula estaba techada de plata y
resplandecía al sol, de modo que la luz se divisaba desde lejos; pero pronto la
luz se oscureció y la plata se ennegreció. Porque había un altar de fuego en
medio del templo, y con una espesa humareda. Y el primer fuego sobre el altar
lo encendió Sauron con leños de Nimloth, y éstos crepitaron y se consumieron;
pero el humo que salió asombró a los hombres, y una nube cubrió la tierra
durante siete días, hasta que lentamente se trasladó hacia el oeste.
En adelante el fuego y el humo subieron de
continuo; porque el poder de Sauron crecía diariamente, y en ese templo, con
derramamiento de sangre y tormentos y gran maldad, los hombres hacían
sacrificios a Melkor para que los librara de la muerte. Y con frecuencia
escogían a sus víctimas de entre los fieles; aunque nunca se los acusaba
abiertamente de que no veneraran a Melkor, sino de que odiaban al rey y de que
eran rebeldes, o de que conspiraban contra el pueblo inventando venenos y
mentiras. Estos cargos eran casi siempre falsos; no obstante, fueron días
amargos aquellos, y el odio engendraba más odio.
Pero sin embargo la muerte no abandonaba la tierra; por el contrario: llegaba más pronto y con mayor frecuencia, y en múltiples y espantosos atuendos. Porque antes los hombres envejecían lentamente, y por último se acostaban como para dormir, cansados del trajín de los días; pero ahora en cambio eran asaltados por la enfermedad y la locura: y no obstante tenían miedo de morir y de salir a la oscuridad, el reino del señor que habían adoptado; y en su agonía se maldecían a sí mismos. Y entonces los hombres se alzaban en armas, y se daban muerte unos a otros por una nadería, porque se habían vuelto más rápidos para la cólera, y Sauron y los que él había sometido iban por la tierra oponiendo a los hombres entre ellos, de modo que el pueblo empezó a murmurar contra el rey y los señores, o contra cualquiera que tuviera algo que ellos no tuvieran; y la venganza de los poderosos era cruel.
Sacrificios a Melkor por Alan Lee
No obstante, les pareció a los númenóreanos
durante mucho tiempo que prosperaban, y si no tenían más felicidad eran al
menos más fuertes, y los ricos todavía más ricos. Porque con la ayuda y el
consejo de Sauron, multiplicaron sus posesiones e inventaron máquinas y
construyeron barcos cada vez más grandes. Y navegaban ahora con fuerzas y
pertrechos de guerra a la Tierra Media, y ya no iban llevando regalos, sino
como feroces guerreros. Y perseguían a los hombres de la Tierra Media y les
arrebataban los bienes y los esclavizaban, y a muchos los mataban cruelmente en
sus altares. Porque levantaban fortalezas, templos y grandes tumbas en aquellos
días; y los hombres los temían, y el recuerdo de los bondadosos reyes de antaño
se borró y fue oscurecido por no pocas historias de espanto.
De este modo Ar-Pharazôn, rey de la Tierra de
la Estrella, se convirtió en el tirano más poderoso del mundo, desde el reinado
de Morgoth, aunque Sauron era en verdad quien gobernaba todas las cosas
escondido detrás del trono.
Pero los años pasaron y el rey sintió que la
sombra de la muerte se aproximaba a medida que se alargaban los días; y el
miedo y la cólera lo ganaron. Llegaba ahora la hora que Sauron había dispuesto
y que aguardaba desde tiempo atrás. Y Sauron habló al rey diciendo que era muy
fuerte, y que ya nada podía impedirle que hiciese su voluntad en todas las
cosas, sin estar sometido a prohibiciones o mandatos.
Y le dijo: —Los valar se han apoderado de la
tierra donde no hay muerte; y te mienten sobre ella, ocultándola todo lo
posible, por avaricia, y porque temen que los reyes de los hombres les
arrebaten el reino inmortal y gobiernen el mundo. Y aunque no cabe duda de que
el don de la vida interminable no es para todos, sino sólo para quienes son
dignos, como hombres de poder y de orgullo y de alto linaje, este don se le ha
quitado contra toda justicia al rey de reyes, Ar-Pharazôn, el más poderoso de
los hijos de la Tierra, con quien sólo Manwë puede ser comparado, y quizá ni
siquiera él. Pero los grandes reyes no toleran negativas y toman lo que se les
debe.
Entonces Ar-Pharazôn, infatuado, y ya a la
sombra de la muerte, pues el curso de sus días estaba acercándose al fin,
escuchó a Sauron; y se puso a pensar en cómo hacer la guerra a los valar.
Pasó mucho tiempo en la preparación de este
designio, y aún no habló de él abiertamente; no obstante, no podía ocultárselo
a todos. Y Amandil, al advertir las intenciones del rey, sintió tristeza y
miedo, pues sabía que los hombres no podían vencer a los valar, y la ruina
caería sobre el mundo si esta guerra no se impedía. Por tanto, llamó a su hijo
Elendil y le dijo: —Los días se han oscurecido y ya no hay esperanzas para los hombres,
pues los fieles son pocos. En consecuencia, estoy decidido a emprender la
misión que nuestro antepasado Eärendil emprendió otrora, y navegaré hacia el
Oeste, esté prohibido o no, y hablaré con los valar, aún con el mismo Manwë si
es posible, y le rogaré que nos ayude antes de que todo esté perdido.
—¿Traicionarías entonces al rey?—preguntó
Elendil—. Porque sabes que se nos acusa de traidores y espías; falso cargo
hasta el día de hoy.
—Si creyera que Manwë está necesitado de un
mensajero semejante—dijo Amandil—, por cierto, traicionaría al rey. Porque hay
una lealtad a la que ningún hombre ha de renunciar, por causa alguna. Pero
clemencia para los hombres y que se los libere de los engaños de Sauron es lo
que pediré, pues al menos algunos se han mantenido fieles. En cuanto a la
prohibición, yo mismo pediré mi castigo, no sea que la culpa recaiga en todo mi
pueblo.
—Pero ¿qué crees, padre mío, que les ocurrirá
a los de tu casa cuando se sepa lo que has hecho?
—No ha de saberse—dijo Amandil—. Prepararé mi
partida en secreto, y me haré a la mar hacia el este a donde los barcos parten
todos los días desde nuestros puertos; y ya allí, cuando el viento y la suerte
lo permitan, volveré por el norte o por el sur hacia el oeste, y buscaré lo que
pueda encontrar. Pero a ti y a los tuyos, hijo mío, os aconsejo que preparéis
otros barcos, y pongáis a bordo todas aquellas cosas de las que vuestros
corazones no puedan apartarse; y cuando los barcos estén prontos, os reuniréis
en el puerto de Rómenna y diréis a los hombres, en el momento oportuno, que os
proponéis seguirme hacia el este. Amandil ya no es tan caro a nuestro pariente
en el trono como para lamentarse si intentamos partir, por una temporada o para
siempre. Pero que no advierta que intentas llevar contigo un número crecido de
hombres, o empezará a preocuparse a causa de la guerra que está planeando, para
la que necesitará todas las fuerzas de que pueda disponer. Busca a los fieles
que son todavía sinceros y que se unan a ti en secreto si están dispuestos a
partir contigo y a compartir tu misión.
—¿Y cuál será esa misión?—preguntó Elendil.
—No os mezcléis en la guerra y vigilad—respondió
Amandil—. No diré más hasta que regrese. Pero es muy probable que huyáis de la
Tierra de la Estrella sin estrella que os guíe; porque esa tierra está
mancillada. Entonces perderéis todo lo que habéis amado, y conoceréis la muerte
en vida, mientras buscáis una tierra de exilio en otro sitio. Si en el este o
en el oeste, sólo los valar lo saben.
Entonces Amandil se despidió de todos los de
su casa como quien va a morir. —Porque—dijo—es muy posible que no volváis a
verme; y que no os envíe una señal como la que Eärendil nos envió hace mucho
tiempo. Pero manteneos alertas, pues el fin del mundo conocido se aproxima.
Se dice que Amandil se hizo a la mar por la
noche, en una pequeña embarcación, y fue hacia el este, y luego dio media
vuelta y navegó hacia el oeste. Y llevó consigo a tres sirvientes muy queridos,
y nunca hubo noticia ni señal de ellos en este mundo, ni cuento ni conjetura
sobre la suerte que corrieron. Los hombres no podían ser salvados una segunda
vez por una embajada semejante, y era difícil que hubiera absolución para la
traición de Númenor.
Pero Elendil hizo lo que su padre le había
mandado, y sus barcos ocuparon la costa oriental de la tierra; y los fieles
embarcaron a las esposas y a los hijos, y una gran cantidad de bienes. Y había
entre ellos objetos bellos y poderosos, obra de los númenóreanos en tiempos de
sabiduría: vasijas y joyas, y rollos de ciencia escrita en escarlata y negro. Y
también siete piedras, regalo de los eldar; pero en el barco de Isildur se
guardaba el árbol joven, el retoño de Nimloth el Bello. Y Elendil estuvo
siempre alerta, y no se mezcló en las malas acciones de aquellos días; y sin
cesar aguardaba una señal que no llegaba. Entonces navegó en secreto a las
costas occidentales, y escrutaba el mar, dominado por el dolor y la nostalgia,
pues tenía gran amor por su padre. Pero nada veía salvo las flotas de Ar-Pharazôn
que se agrupaban en los puertos del oeste.
Ahora bien, antaño, en la isla de Númenor, el
tiempo cambiaba de acuerdo siempre con las necesidades y el agrado de los hombres:
lluvia en la estación oportuna y en la medida justa; y un sol resplandeciente,
ora cálido, ora no tanto, y vientos desde el mar. Y cuando el viento venía del
oeste, a muchos les parecía que traía una fragancia, efímera pero dulce, que
estremecía el corazón, como la de las flores que lucen para siempre en prados
imperecederos y que no tienen nombre en las costas mortales. Pero todo esto
había cambiado, porque el cielo mismo se había oscurecido y había tormentas de
lluvia y granizo en aquellos días, y vientos huracanados; y de vez en cuando
una gran nave de los númenóreanos naufragaba y no volvía a puerto, aunque
semejante desgracia no les había ocurrido hasta entonces desde el levantamiento
de la estrella. Y al atardecer venía a veces del oeste una gran nube que
parecía un águila, con los extremos de las alas extendidas hacia el norte y el
sur; y asomaba lentamente ocultando la puesta de sol, y entonces Númenor se
sumía en la más negra de las noches. Y algunas de las águilas llevaban
relámpagos bajo las alas, y el trueno resonaba entre el mar y las nubes.
Entonces los hombres sentían miedo. —¡Mirad
las águilas de los Señores del Occidente!—exclamaban—. ¡Las águilas de Manwë
vuelan sobre Númenor!—Y caían de bruces.
Entonces algunos se arrepentían por una
temporada, pero a otros se les endurecía el corazón, y alzaban los puños al
cielo diciendo: —Los Señores del Occidente nos desafían. Son ellos los que dan
el primer golpe. ¡El próximo lo daremos nosotros!
Estas palabras las pronunciaba el rey, pero
habían sido concebidas por Sauron.
Pues bien, los relámpagos se hicieron cada vez
más frecuentes, y mataban a los hombres en las colinas, y en los campos, y en
las calles de la ciudad; y un rayo ardiente cayó sobre la cúpula del Templo y
la partió, y la coronó de llamas. Pero el Templo mismo quedó intacto; y erguido
sobre la cúpula Sauron desafió al rayo y el rayo no lo hirió; y entonces los hombres
lo llamaron dios e hicieron todo lo que él quería. Fue así que apenas
prestaron atención al último portento. Porque la tierra se estremeció, y un
rugido como de trueno subterráneo se mezcló con los bramidos del mar, y salió
humo de la cima del Meneltarma. Y Ar-Pharazôn se apresuró a preparar sus
armamentos.
En ese tiempo las flotas de los númenóreanos
oscurecieron el mar hacia el occidente de la tierra y parecían un archipiélago
de mil islas; los mástiles eran como un bosque sobre las montañas, y las velas
como una nube amenazadora, y los estandartes eran negros y dorados. Y todas las
cosas aguardaban en el mundo de Ar-Pharazôn; y Sauron se retiró al círculo
central del Templo, y los hombres le llevaban víctimas para ser quemadas.
Las
águilas de Manwë por Alan Lee
Entonces las águilas de los Señores del
Occidente llegaron desde donde muere el día, en formación de combate, avanzando
en una línea cuyo extremo disminuía hasta borrarse a lo lejos; y al acercarse
dominaban el cielo extendiendo las alas cada vez más amplias. Pero el Occidente
ardía rojo detrás, y ellas resplandecían por debajo, como si estuvieran
inflamadas por una llama de ira, que iluminaba toda Númenor como si fuera un
incendio; y los hombres miraban las caras de alrededor, y les parecía que
estaban rojas de cólera.
Entonces Ar-Pharazôn se hizo a la mar con su
poderosa barca, Alcarondas, Castillo
del Mar. Tenía muchos remos, y muchos mástiles dorados y amarillos; y sobre
ella estaba montado el trono. Y Ar-Pharazôn se puso el traje de ceremonia y la
corona, y mandó que izaran el estandarte y dio la señal de levar anclas; y en
ese momento las trompetas de Númenor cubrieron el sonido del trueno.
Las flotas de Ar-Pharazôn por Alan Lee
Las flotas de los númenóreanos avanzaron
entonces contra la amenaza del Occidente; y había escaso viento, pero tenían
muchos remos, y muchos esclavos que remaban bajo el látigo. El sol se puso, y
un gran silencio sobrevino. La oscuridad descendió sobre la tierra y el mar
estaba inmóvil mientras el mundo aguardaba lo que había de acaecer. Lentamente
los que vigilaban los puertos fueron perdiendo de vista a las flotas y las
luces de las naves se debilitaron, y se las tragó la noche; y por la mañana
habían desaparecido; y quebrantaron la Prohibición de los valar, y navegaron
por mares vedados, avanzando con intención de guerra contra los Inmortales,
para arrancarles una vida perdurable en los círculos del mundo.
Pero las flotas de Ar-Pharazôn llegaron de
alta mar y rodearon Avallónë y toda la isla de Eressëa, y los eldar se
lamentaron, porque la nube de los númenóreanos cubrió la luz del sol poniente.
Y por último Ar-Pharazôn llegó al Reino Bendecido de Aman, y las costas de
Valinor; y todo estaba todavía en silencio, y el hado pendía de un hilo. Porque
Ar-Pharazôn titubeó en ese momento y estuvo a punto de volverse. Contempló
receloso las costas silenciosas y vio resplandecer el Taniquetil, más blanco
que la nieve, más frío que la muerte, tranquilo, inmutable, terrible como la
sombra de la luz de Ilúvatar. Pero el orgullo pudo más y Ar-Pharazôn abandonó
por fin el barco, y puso pie en la costa y reclamó esa tierra como suya si
nadie se oponía con la fuerza de las armas. Y una hueste de númenóreanos acampó
cerca de Túna, de donde todos los eldar habían huido.
Entonces Manwë invocó a Ilúvatar, y durante
ese tiempo los valar ya no gobernaron Arda. Pero Ilúvatar mostró su poder, y
cambió la forma del mundo; y un enorme abismo se abrió en el mar entre Númenor
y las Tierras Inmortales, y las aguas se precipitaron por él y el ruido de los
vapores de las cataratas subieron al cielo, y el mundo se sacudió. Y todas las
flotas de los númenóreanos se hundieron en la sima, y se ahogaron, y fueron
tragadas para siempre. Pero Ar-Pharazôn el rey y los guerreros mortales que
habían desembarcado en la tierra de Aman quedaron sepultados bajo un derrumbe
de colinas: se dice que allí yacen, en las cavernas de los Olvidados, y que allí estarán hasta la
Última Batalla del Día del Juicio.
Pero las tierras de Aman y Eressëa de los eldar
fueron retiradas y llevadas para siempre más allá del alcance de los hombres. Y
Andor, la tierra de Númenor de los reyes, Elenna de la Estrella de Eärendil,
fue destruida por completo. Porque estaba al este, junto a la enorme grieta, y
los cimientos se derrumbaron, y cayó y se hundió en las sombras, y ya no
existe.
Sepultados en Aman por Alan Lee
Y no hay ahora sobre la Tierra lugar alguno
donde se preserve la memoria de un tiempo en el que no había mal. Porque
Ilúvatar hizo retroceder a los grandes mares al oeste de la Tierra Media, y las
tierras vacías al este, y se hicieron nuevas tierras y nuevos mares, y el mundo
quedó disminuido, pues Valinor y Eressëa fueron transportadas al reino de las
cosas escondidas.
En una hora que los hombres no previeron, se
consumó este destino, el trigésimo noveno día después de la desaparición de las
flotas. Entonces, un fuego súbito irrumpió desde el Meneltarma, y sopló un
viento poderoso, y hubo un tumulto en la tierra, y el cielo giró, y las colinas
se deslizaron, y Númenor se hundió en el mar, junto con niños y mujeres y orgullosas
señoras, y los jardines y recintos y torres, y las tumbas y los tesoros, y las
joyas y telas y cosas pintadas y talladas, y la risa y la alegría y la música,
y la sabiduría y la ciencia de Númenor se desvanecieron para siempre. Y por
último la ola creciente, verde, y fría y coronada de espuma, arrastrándose por
la tierra, arrebató a la reina Tar-Míriel, más hermosa que las perlas, la plata
o el marfil. Demasiado tarde trató de subir por los senderos empinados del
Meneltarma hasta el sitio sagrado, pues las aguas la alcanzaron, y el grito de
ella se perdió en los bramidos del viento.
Pero sea o no verdad que Amandil llegara a
Valinor, y que Manwë escuchara su ruego, la ruina de aquel día no alcanzó por
gracia de los valar a Elendil y a sus hijos. Porque Elendil se había quedado en
Rómenna sin responder a la convocatoria del rey que partía para la guerra; y
esquivando a los soldados de Sauron cuando quisieron prenderlo y arrastrarlo a
los fuegos del Templo, subió a bordo del barco y se apartó de la costa
esperando a que el tiempo decidiese. Allí la tierra lo protegió de la gran
corriente del mar que se precipitaba arrastrando a todos al abismo, y luego de
la primera furia de la tormenta. Mas cuando la ola devoradora avanzó rodando
sobre la tierra y Númenor se derrumbó, la aniquilación hubiera sido una pena
menor para Elendil, pues el arrebato de la muerte no le parecía más amargo que
la pérdida y la agonía de aquel día; pero el viento huracanado lo alcanzó, más
fuerte que ningún otro conocido por los hombres, y avanzó bramando desde el
oeste, y empujó muy lejos a los barcos, y desgarró velas y quebró mástiles,
arrastrando a los hombres como briznas de hierba en el agua.
La caída de Númenor por Alan Lee
Eran nueve los barcos: cuatro para Elendil, y
tres para Isildur, y dos para Anárion; y huyeron de la negra tempestad, desde
el crepúsculo de la condenación a la oscuridad del mundo. Y las aguas profundas
se levantaban debajo en una furia gigantesca, y olas como montañas avanzaron
coronadas de nieve desgarrada, y cargaron a los hombres entre jirones de nubes,
y al cabo de muchos días los arrojaron a las costas de la Tierra Media. Y en
aquel tiempo todas las costas y las regiones marinas del mundo occidental cambiaron
y se arruinaron; porque los mares invadieron las tierras, y las costas se
derrumbaron, y las antiguas islas fueron anegadas, y otras islas se alzaron en
el mar; y las montañas cayeron y los ríos se desviaron en extraños cursos.
Más tarde Elendil y sus hijos fundaron reinos
en la Tierra Media; y aunque en ciencia y habilidad no eran sino un eco de lo
que habían sido antes de que Sauron llegara a Númenor, no obstante, les
parecieron muy grandes a los hombres salvajes del mundo. Y mucho se dice en otras
historias de los hechos de los herederos de Elendil en la Edad que vino
después, y de la lucha que libraron con Sauron, que aún no estaba terminada.
Porque el mismo Sauron sintió gran temor ante
la ira de los valar y el hado que Eru había impuesto a la tierra y al mar. No
había imaginado nada semejante pues sólo había esperado la muerte de los númenóreanos
y la derrota del orgulloso rey. Y Sauron, sentado en la silla negra en medio
del Templo, había reído cuando oyó las trompetas de Ar-Pharazôn que llamaban al
combate, y otra vez había reído cuando oyó el trueno de la tormenta; y una
tercera vez, mientras reía pensando en lo que haría en el mundo, ahora que se
había desembarazado de los edain para siempre, fue sorprendido bruscamente, y
el asiento y el Templo cayeron al abismo. Pero Sauron no era de carne mortal, y
aunque había sido despojado de la forma en que hiciera tanto daño, de modo que
ya nunca podría lucir una hermosa figura ante los ojos de los hombres, su
espíritu se alzó desde las profundidades, y pasó como una sombra y un viento
negro sobre el mar, y llegó de vuelta a la Tierra Media y a Mordor, que era su
morada. Se instaló de nuevo en Barad-dûr, se puso el Gran Anillo, y vivió allí,
oscuro y silencioso, hasta que se dio a sí mismo una nueva forma, una imagen
visible de malicia y odio; y el ojo de Sauron el Terrible pocos podían
soportarlo.
Pero estas cosas no pertenecen a la historia
de la Anegación de Númenor, de la cual todo se ha dicho ahora. Y aún el
nombre de esa tierra pereció, y desde entonces los hombres ya no hablaron de
Elenna, ni de Andor, el Don que había sido arrebatado, ni de Númenóre en los
confines del mundo; pero los exiliados en las costas del mar, si miraban hacia
el anhelado Occidente, hablaban de Mar-un-Falmar, que se hundió bajo las
olas, Akallabêth, la Sepultada, Atalantë en lengua eldarin.
Entre los exiliados, muchos creían que la cima
del Meneltarma, el Pilar del Cielo, no fue anegada para siempre, sino que se
levantó otra vez por encima de las olas, una isla perdida en las grandes aguas;
porque había sido un sitio consagrado y nadie lo había mancillado nunca, aún en
días de Sauron. Y algunos hubo de la simiente de Eärendil que después lo
buscaron, porque se decía entre los sabios que en otro tiempo los hombres de
vista penetrante alcanzaban a atisbar desde el Meneltarma las Tierras
Inmortales. Porque aún después de la ruina el corazón de los dúnedain se
volcaba hacia el oeste; y aunque en verdad sabían que el mundo había cambiado,
decían: «Avallónë ha desaparecido de la faz de la Tierra y la Tierra de Aman
ha sido arrebatada, y nadie puede encontrarlas en este mundo de oscuridad. No
obstante, una vez fueron, y por tanto todavía son, plenamente, y en la forma
cabal del mundo tal como fue concebido por vez primera».
Porque los dúnedain sostenían que aún los hombres
mortales, si se los bendecía, podrían ver otros tiempos que el de la vida de
los cuerpos; y anhelaban siempre escapar de las sombras del exilio y contemplar
de algún modo la luz que no muere; porque el dolor del pensamiento de la muerte
los había perseguido por sobre los abismos del mar. Por ese motivo, los grandes
marineros que había entre ellos exploraban todavía los mares vacíos, con la
esperanza de llegar a la isla del Meneltarma, y tener allí una visión de las
cosas que fueron. Pero no la encontraban. Y los que viajaban
hasta muy lejos, sólo llegaban a tierras nuevas, y las encontraban semejantes a
las tierras viejas, y también sometidas a la muerte. Y los que viajaban más
lejos todavía sólo trazaban un círculo alrededor de la Tierra para volver
fatigados por fin al lugar de partida; y decían: —Todos los caminos son curvos
ahora.
De este modo, en parte por los viajes de los
barcos, en parte por la ciencia y la lectura de las estrellas, los reyes de los
hombres supieron que el mundo era en verdad redondo, y sin embargo aún se
permitía que los eldar partieran y navegaran hacia el Antiguo Occidente y a
Avallónë, si así lo querían. Por tanto, los sabios de entre los hombres decían
que tenía que haber un Camino Recto, para aquellos a quienes se les permitiese
descubrirlo. Y enseñaban que aunque el nuevo mundo estuviese torcido, el viejo
camino y el sendero del recuerdo del Occidente todavía estaban allí, como si
fueran un poderoso puente invisible que atravesara el aire del aliento y del
vuelo (que eran curvos ahora, como el mundo), y cruzara el Ilmen, que ninguna
carne puede soportar sin asistencia, hasta llegar a Tol Eressëa, la isla
Solitaria, y quizás aún más allá, hasta Valinor, donde habitan todavía los valar
y observan el desarrollo de la historia del mundo. Y cuentos y rumores nacieron
a lo largo de las costas del mar acerca de marineros y hombres abandonados en
las aguas, que por algún destino o gracia o favor de los valar habían
encontrado el Camino Recto y habían visto cómo se hundía por debajo de ellos la
faz del mundo, y de ese modo habían llegado al puerto de Avallónë, con lámparas
que iluminaban los muelles, o en verdad a las últimas playas de Aman; y allí
habían contemplado la montaña Blanca, terrible y hermosa, antes de morir.
Los
barcos de los fieles por Ted Nasmith
XXVI.LOS REINOS DE NÚMENOR EN EL EXILIO
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICES
DE LOS ANILLOS DE PODER Y
LA TERCERA EDAD
Elendil fue arrojado por
las olas a la tierra de Lindon, y tuvo la amistad de Gil-galad. Desde allí
cruzó el río Lhûn, y más allá de Ered Luin estableció el reino, y el pueblo
habitó en distintos lugares de Eriador en torno a los cursos del Lhûn y el
Baranduin; pero la ciudad principal se encontraba en Annúminas, junto a las
aguas del lago Nenuial. En Fornost, en los bajos septentrionales, también
vivían los númenóreanos, y en Cardolan, y en las colinas de Rhudaur, y
levantaron torres sobre las Emyn Beraid y sobre Amon Sûl; y en esos sitios
quedan muchos montículos y obras en ruinas, pero las torres de las Emyn Beraid todavía
miran al mar.
Annúminas
por Ted Nasmith
Isildur y Anárion fueron
transportados hacia el sur, y por último navegaron río arriba por el gran
Anduin, que fluye desde Rhovannion hacia el mar Occidental y desemboca en la
bahía de Belfalas, y establecieron un reino en esas tierras que se llamaron
después Gondor, mientras que el reino septentrional se llamó Arnor.
Mucho antes, en los días
de poder, los marineros de Númenor habían establecido un puerto y fortalezas a
los lados de las desembocaduras del Anduin, a pesar de que la Tierra Negra de
Sauron no estaba lejos hacia el este. En días posteriores, sólo llegaban a ese
puerto los fieles de Númenor y por tanto muchos de los habitantes de las costas
de esa región eran parientes directos o indirectos de los amigos de los elfos y
del pueblo de Elendil, y dieron la bienvenida a sus hijos. La principal ciudad
del reino austral era Osgiliath, a través de la cual fluía el río Grande; y los
númenóreanos levantaron allí un gran puente sobre el que había torres y casas
de piedra de admirable aspecto, y altas naves venían del mar a los muelles de
la ciudad.
Orthanc en la Segunda Edad por Ted Nasmith
Otras fortalezas
construyeron también sobre ambas márgenes: Minas Ithil, la Torre de la Luna
Naciente, al este, sobre un risco de las montañas de la Sombra, como amenaza a
Mordor, y hacia el oeste, Minas Anor, la Torre del Sol Poniente, al pie del
monte Mindolluin, como escudo contra los hombres salvajes de los valles. En
Minas Ithil se alzaba la casa de Isildur, y en Minas Anor la casa de Anárion,
pero compartían entre ambos el reino, y sus tronos estaban juntos en el Gran
Recinto de Osgiliath. Esas eran las principales moradas de los númenóreanos en
Gondor, pero otras obras maravillosas y fuertes construyeron en la tierra
durante los días de poder, en las Argonath, y en Aglarond, y en Erech; y en el
círculo de Angrenost, que los hombres llamaron Isengard, levantaron el pináculo
de Orthanc de piedra inquebrantable.
Muchos tesoros y
reliquias de gran virtud y maravilla trajeron los exiliados de Númenor; y de
éstos los más renombrados eran las siete piedras y el árbol blanco. El árbol
blanco había nacido de un fruto de Nimloth el Bello que crecía en los patios
del rey de Armenelos, en Númenor, antes de que Sauron lo abrasara; y Nimloth a
su vez descendía del árbol de Tirion, que parecía una imagen del mayor de los
Árboles, el Blanco Telperion, que hizo crecer Yavanna en la tierra de los
valar. El árbol, recuerdo de los eldar y de la luz de Valinor, se plantó en
Minas Ithil ante la casa de Isildur, pues él había sido quien salvara el fruto
de la destrucción; pero las piedras se dividieron.
Tres tomó Elendil, y dos
cada uno de sus hijos. Las de Elendil fueron guardadas en torres sobre las Emyn
Beraid, y sobre Amon Sûl y en la ciudad de Annúminas. Pero las de los hijos
estaban en Minas Ithil y Minas Anor, y en Orthanc y en Osgiliath. Ahora bien,
estas piedras tenían una virtud: quien las mirara vería en ellas la imagen de
cosas distantes, fuera en el espacio o en el tiempo. Casi siempre revelaban
sólo cosas afines a otra piedra emparentada porque las piedras se llamaban
entre sí; pero quienes eran fuertes de voluntad y de mente podían aprender a
mirar a dónde quisieran. De este modo los númenóreanos llegaban a conocer
muchas cosas que el Enemigo pretendía ocultar, y poco escapó a esta vigilancia
durante el tiempo en que tuvieron gran poder.
Se dice que las torres de
las Emyn Beraid no fueron construidas en verdad por los exiliados de Númenor,
sino que las levantó Gil-galad para su amigo Elendil; y la piedra vidente de
las Emyn Beraid estaba guardada en Elostirion, la más alta de las torres. Allí
se recuperaba Elendil, y desde allí solía contemplar los mares que separaban
las tierras cuando lo asaltaba la nostalgia del exilio; y se cree que de este
modo a veces alcanzaba a ver la torre de Avallónë sobre Eressëa, donde el
maestro de la piedra habitaba y habita todavía. Estas piedras eran un regalo de
los eldar a Amandil, padre de Elendil, para consuelo de los fieles de Númenor
en los días de oscuridad, cuando los elfos no podían ir ya a esa tierra bajo la
sombra de Sauron. Se llamaban las palantíri, las que vigilan
desde lejos; pero todas las que habían sido llevadas a la Tierra Media hacía ya
mucho que estaban perdidas.
Allí establecieron en el
noroeste los reinos númenóreanos en el exilio, Arnor y Gondor. Elendil fue el alto
rey y vivió en el norte, en Annúminas; y el gobierno del sur fue encomendado a
sus hijos, Isildur y Anárion.
Fundaron allí Osgiliath,
entre Minas Ithil y Minas Anor, no lejos de los confines de Mordor. Porque este
bien al menos, creían ellos, había resultado de la ruina: que Sauron hubiera
perecido también.
Pero no era así. Sauron,
por cierto, había sido atrapado en la destrucción de Númenor, y la forma
corpórea en que había andado tanto tiempo pereció entonces; pero huyó a la
Tierra Media como un espíritu de odio transportado por un viento oscuro. Le fue
imposible recobrar otra vez una forma que pareciera adecuada a los ojos de los
hombres y se volvió negro y espantoso, y de ahí en adelante sólo mediante el
terror conservó su poder.
Había venido en secreto, como se dijo, a su viejo reino de Mordor, más allá de Ephel Dúath, las montañas de la Sombra, y ese país limitaba con Gondor al este.
Barad-dûr
por J.R.R. Tolkien
Allí, sobre el valle de
Gorgoroth se levantó su fortaleza, vasta y resistente, Barad-dûr, la Torre
Oscura; y había una montaña llameante en esa tierra que los elfos llamaban Orodruin.
En verdad, por esa razón Sauron había instalado allí su morada desde hacía
mucho tiempo, porque el fuego que manaba allí desde el corazón de la tierra lo
utilizaba para brujerías y forjas; y en medio de la tierra de Mordor había
hecho el Anillo Regente. Allí meditó en la oscuridad, hasta que se hubo dado a
sí mismo una forma nueva, ya que había perdido para siempre el hermoso
semblante, cuando fuera arrojado al abismo en el hundimiento de Númenor. Tomó
otra vez el Gran Anillo y se hizo más poderoso y pocos había aún entre los
grandes de los elfos y de los hombres que pudieran soportar la mirada de
Sauron.
Mordor por Alan Lee
Dominó nuevamente Mordor
y se escondió allí por un tiempo en silencio. Pero mucha fue su cólera cuando
se enteró que Elendil, a quien odiaba por sobre todos, se le había escapado y
gobernaba ahora un reino fronterizo. Por tanto, al cabo de un tiempo, hizo la
guerra a los exiliados, antes de que hubieran echado raíces. Orodruin irrumpió
una vez más en llamas y recibió un nuevo nombre en Gondor: Amon Amarth,
el monte del Destino.
LA NATURALEZA DE LA
TIERRA MEDIA
XXVII.LOS DRÚEDAIN
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA[10]
La más extraña de todas
las costumbres del pueblo de Haleth era la presencia entre ellos de gente de
una especie del todo diferente; aunque hablaban la misma lengua (a su manera).
No obstante, conservaron algunas palabras propias. Ni los eldar de Beleriand ni
los demás atani habían visto nunca a nadie que se les asemejara. No eran
muchos, unos pocos centenares quizá, que vivían apartados en familias o pequeñas
tribus, pero amistosamente, como miembros de la misma comunidad. Según el modo
en que durante la Tercera Edad los hombres y los hobbits de Bree vivieron
juntos; aunque no había parentesco entre el pueblo drûg y los hobbits. El pueblo
de Haleth les daba el nombre de drûg, palabra de su propia lengua. A los
ojos de los elfos y los demás hombres resultaban de aspecto desagradable: eran
bajos (algunos de poco más de una vara), pero muy anchos, con nalgas pesadas y
cortas piernas gruesas; las caras anchas tenían ojos hundidos, con cejas
gruesas y narices chatas; no les crecía barba, salvo a unos pocos hombres
(orgullosos por la distinción) que llevaban en medio de la barbilla un
mechoncito de pelo negro. Las facciones parecían de ordinario impasibles, y lo
más móvil que tenían eran las grandes bocas; y uno no podía observar el
movimiento de sus ojos cautelosos salvo que estuviera muy cerca, porque eran
tan negros que no se les veía las pupilas, aunque se les enrojecían cuando
estaban furiosos. Tenían la voz profunda y gutural, pero la risa era una
sorpresa, rica y vibrante, y todos los que la oían, elfos u hombres, se echaban
a reír también, contagiados de esa pura alegría sin mácula de desprecio o
malicia. A alguien que, con talante no amistoso y no conociéndolos bien,
declaró que Morgoth debió de haber criado a los orcos a partir de una cepa
semejante, los eldar respondieron: —Sin duda, Morgoth, que no puede crear nada
vivo, crio a los orcos a partir de varias especies de hombres, pero los drúedain
deben de haber escapado de su sombra; porque su risa y la risa de los orcos
difieren tanto como la Luz de Aman y la oscuridad de Angband. —Algunos
pensaban, no obstante, que había habido un remoto parentesco que daba cuenta de
la especial enemistad que se tenían orcos y drûgs se consideraban unos a otros
como renegados. En tiempos de paz reían a menudo mientras trabajaban o jugaban,
cuando otros hombres habrían cantado. Pero podían ser enemigos implacables, y
una vez inflamados de cólera, eran muy lentos en enfriarse, aunque el único
signo visible fuera el resplandor de la mirada; luchaban en silencio y no se
alborozaban en la victoria, ni siquiera la conseguida sobre los orcos, hacia
quienes abrigaban un odio implacable.
Los eldar los llamaban drúedain
y los admitían en la jerarquía de los atani, pues fueron muy amados mientras
duraron. No tenían ¡ay! una vida muy larga, y nunca llegaron a ser numerosos, y
perdieron a muchos en su lucha contra los orcos, que también los odiaban y se
deleitaban en capturarlos y torturarlos. En el tiempo en que las victorias de
Morgoth destruyeron todos los reinos y las fortalezas de los elfos y los hombres
en Beleriand, se dice que habían quedado reducidos a unas pocas familias
compuestas sobre todo de mujeres y niños, algunas de las cuales llegaron por
fin a los refugios de las desembocaduras del Sirion.
Se dice en los Anales
de Númenor que se permitió a estos supervivientes navegar por el mar con
los atani, y que en la paz de la nueva tierra medró y aumentó nuevamente su
progenie, pero ya no tuvieron parte en la guerra, pues temían el mar. Lo que
les sucedió más tarde sólo está registrado en una de las pocas leyendas que
sobrevivieron a la Caída, la historia de los primeros viajes de los númenóreanos
de vuelta a la Tierra Media, conocida como La esposa del marinero. En
una copia escrita y preservada en Gondor figura una nota del escriba acerca de
un pasaje en que se mencionan los drúedain de la casa del rey Aldarion el
Marinero: relata que los drúedain, siempre considerados por su extraña
capacidad adivinatoria, sintiéronse turbados al enterarse de sus viajes, pues
preveían que nada bueno resultaría de ellos, y le rogaron que no siguiera
haciéndolos. Pero nada lograron, pues ni su padre ni su esposa siquiera
pudieron convencerlo de torcer sus designios, y los drúedain volvieron
afligidos. En adelante los drúedain de Númenor se inquietaron y, a pesar del
temor que el mar les inspiraba, de uno en uno o en grupos de dos o de tres,
pidieron pasaje en los grandes barcos que partían a las costas noroccidentales
de la Tierra Media. Si se les preguntaba: «¿Por qué queréis partir y hacia
dónde?», contestaban: «Ya no sentimos segura la Gran Isla bajo nuestros
pies, y deseamos volver a las tierras desde donde vinimos». De este modo su
número menguó lentamente a lo largo de muchos años, y ya no quedaba ninguno
cuando Elendil escapó de la Caída: el último había huido de la tierra cuando
Sauron fue llevado a ella.
En sus primeros días
habían sido de gran provecho para aquellos entre quienes vivían, y eran muy
buscados; aunque pocos abandonaban la tierra del pueblo de Haleth. Unos pocos
vivían en la morada de Húrin de la casa de Hador porque él había vivido con el pueblo
de Haleth en su juventud y era pariente de su señor. Tenían una maravillosa
capacidad para rastrear a cualquier criatura viviente, y enseñaban a sus amigos
lo que podían de este arte; pero sus discípulos no los igualaban, porque los drúedain
usaban el olfato, como los sabuesos, con la peculiaridad de que además tenían
una vista muy aguda. Se jactaban de que con viento favorable eran capaces de
olfatear a un orco que se encontraba todavía demasiado lejos para que los demás
hombres pudieran verlo, y de seguir el olor durante semanas, salvo a través de
aguas corrientes. El conocimiento que tenían de toda criatura que creciera casi
igualaba al que tenían los elfos (aunque éstos no se lo hubieran enseñado); y
se dice que si se trasladaban a una nueva región, en poco tiempo conocían a
todas las criaturas que en ella crecían, grandes o minúsculas, y daban nombre a
las que eran nuevas para ellos, distinguiendo a las venenosas de las
comestibles.
Tenían una ley que
proscribía el empleo de todo tipo de veneno para daño de cualquier criatura
viviente, incluso para aquella que los hubiera perjudicado, con la sola
excepción de los orcos, cuyos dardos envenenados contrarrestaban con otros aún
más mortales.
Como vivían con el pueblo
de Haleth, que eran habitantes de los bosques, se contentaban con vivir en
tiendas o resguardos de construcción ligera en torno a los troncos de los
grandes árboles, porque eran una raza resistente. En sus antiguas moradas, de
acuerdo con las historias que ellos mismos contaban, se habían albergado en
cuevas de las montañas, pero las utilizaban sobre todo como lugares de
almacenaje, y sólo como morada y dormitorio en el más crudo invierno. Tenían
refugios similares en Beleriand a los cuales casi todos, salvo los más
resistentes, se retiraban en invierno o en medio de las tormentas; pero estos
lugares estaban vigilados y no estaba bien visto el acceso a ellos ni siquiera
de sus amigos más íntimos del pueblo de Haleth
Los drúedain, como
también los demás atani, carecieron de escritura hasta que se encontraron con
los eldar; pero nunca aprendieron a escribir con runas o letras. La escritura
que ellos mismos inventaron no eran más que unos cuantos signos, en su mayoría
simples, para señalar huellas o dar información o advertencia. Parece que en un
pasado remoto tuvieron ya pequeños utensilios de pedernal para raspar y cortar,
y todavía los utilizaban, porque si bien los atani tenían conocimiento de los
metales y empleaban hasta cierto punto el arte de la herrería antes de llegar a
Beleriand, que, de acuerdo con sus leyendas, habían adquirido de los enanos los
metales eran difíciles de encontrar y las armas y las herramientas forjadas
resultaban muy costosas. Pero cuando en Beleriand, por la asociación con los elfos
y el tráfico con los enanos de Ered Lindon, estas cosas se volvieron más
comunes, los drúedain demostraron un gran talento para la talla en madera o
piedra. Tenían ya un conocimiento de los pigmentos, derivados sobre todo de las
plantas; y trazaban figuras y formas sobre madera o superficies planas de
piedra; y a veces tallaban los nudos de la madera para convertirlos en caras
que pudieran pintarse. Pero con herramientas más afiladas y fuertes se
deleitaban en tallar figuras de hombres y bestias, ya fueran juguetes y
ornamentos o grandes imágenes, a las que los más hábiles de entre ellos daban
una animada apariencia de vida. A veces estas imágenes eran extrañas y
fantásticas, o aún terribles: entre las lúgubres bromas en las que ponían toda
su habilidad, se contaba la hechura de figuras de orcos que colocaban en las
fronteras del país, modeladas como si huyeran chillando de miedo. Hacían
también imágenes de sí mismos y las colocaban a la entrada de los caminos o las
curvas de los senderos de los bosques. A éstas llamaban «piedras de
vigilancia»; las más notables estaban emplazadas en las cercanías de los cruces
del Teiglin, y cada una de ellas representaba un drúadan de mayor tamaño que el
natural acuclillado pesadamente sobre un orco muerto. Estas figuras no servían
sólo de insulto al enemigo, pues los orcos las temían y creían que estaban
llenas de la malevolencia de los Oghor-hai (así es como llamaban a los drúedain)
y que podían comunicarse con ellos. Por tanto, rara vez se atrevían a tocarlas
o a tratar de destruirlas, y a no ser que fueran en gran número, se detenían al
ver una «piedra de vigilancia», y ya no seguían avanzando.
Pero entre las
capacidades de este extraño pueblo quizá la más notable fuera la de mantenerse
quietos y en silencio lo que soportaban a veces durante días enteros, sentados
con las piernas cruzadas, las manos en las rodillas o el regazo, y los ojos
cerrados o fijos en el suelo. Sobre esto, se contaba un cuento entre el pueblo
de Haleth:
Una vez, uno de los drûgs
más hábiles en la talla de la piedra hizo una imagen de su padre, que había
muerto; y la colocó junto a un sendero cerca de su casa. Luego se le sentó al
lado y se sumió en un silencio profundo y reflexivo. Sucedió que no mucho
después un forastero pasó por allí camino de una aldea distante, y al ver dos drûgs,
les hizo una inclinación de cabeza y les deseó los buenos días. Pero no recibió
respuesta, y se detuvo por un momento, sorprendido, mirándolos de cerca. Luego
siguió caminando, y diciendo entre dientes:
—Grande es su habilidad
para la talla de la piedra, pero nunca había visto nada tan real. —Tres días
después volvió, y como estaba muy fatigado, se sentó y apoyó la espalda en una
de las figuras.
Sobre los hombros de esta
figura puso la capa, para que se secase, pues había estado lloviendo, y en
aquel momento brillaba el sol. Allí se quedó dormido; pero al cabo de un tiempo
lo despertó la voz de la figura que estaba tras él.
—Espero que haya
descansado—dijo la figura—, pero si desea seguir durmiendo, le ruego que se
traslade a la otra. A ella nunca le hará falta volver a estirar las piernas; y
a mí esta capa me da demasiado calor en un día de sol como hoy.
Se dice que los drúedain
a menudo se quedaban así sentados en momentos de dolor o de duelo, pero a veces
lo hacían por el placer de pensar o para trazar un plan. También solían
recurrir a esta quietud en momentos de cautela; y entonces se sentaban o
permanecían de pie, escondidos en la sombra, y aunque sus ojos parecieran estar
cerrados o mirar el vacío, nada pasaba ni se acercaba que no fuera advertido y
recordado. Tan intensa era esta vigilancia invisible, que podía ser percibida
como una amenaza hostil por los intrusos, que se retiraban amedrentados antes
de que se les hiciera advertencia alguna; y si alguna criatura maligna se
acercaba, emitían un agudo silbido que resultaba doloroso tanto si se oía de
cerca como de muy lejos. El servicio de vigilancia que prestaban los drúedain
era muy apreciado por el pueblo de Haleth en tiempos de peligro; y si no se
contaba con esa vigilancia, se colocaban figuras talladas parecidas a ellos
(hechas con ese propósito por los drúedain mismos) en las cercanías de las
casas en la creencia de que estas figuras transmitían en parte la amenaza de
los hombres vivientes.
La verdad es que muchos
del pueblo de Haleth, aunque amaban a los drúedain y les tenían confianza, los
creían dotados de poderes mágicos y extraños; y entre sus cuentos de maravillas
había no pocos que hablaban de esas cosas. Uno de ellos se recoge a
continuación.
LA PIEDRA FIEL
Había una vez un drûg
llamado Aghan, muy conocido como curandero. Tenía gran amistad con Barach, un
guardabosque del pueblo, que vivía en una casa en los bosques a dos millas [3
kilómetros] o más de la aldea más próxima. Las moradas de la familia de
Aghan se encontraban más cerca, y él pasaba la mayor parte del tiempo con
Barach y su esposa, y era muy querido de sus hijos. Llegaron tiempos difíciles
cuando muchos orcos atrevidos entraron secretamente en los bosques de las
cercanías y andaban por ellos esparcidos en parejas o tríos asaltando a los que
se aventuraban solos por parajes apartados y atacando por la noche las casas de
la vecindad. Los de la casa de Barach no estaban muy atemorizados, porque Aghan
se quedaba con ellos por la noche y montaba guardia fuera. Pero una mañana
Aghan fue al encuentro de Barach y le dijo: —Amigo, tengo malas nuevas de los
míos y me temo que tenga que dejaros por un tiempo. Han herido a mi hermano,
que yace en el lecho con mucho dolor y me llama, pues sé curar las heridas que
causan los orcos. Volveré tan pronto como pueda. —Barach estaba muy preocupado
y su esposa y sus hijos lloraron, pero Aghan dijo: —Haré lo que esté de mi
parte. He hecho traer una piedra de vigilancia y la he apostado cerca de tu
casa. —Barach salió con Aghan y miró la piedra de vigilancia. Era grande y
pesada y estaba asentada bajo unos arbustos no lejos de las puertas. Aghan puso
su mano sobre ella y al cabo de un silencio dijo: —He dejado en ella algunos de
mis poderes. ¡Ojalá puedan librarte del mal!
Nada adverso sucedió
durante dos noches, pero a la tercera Barach oyó la llamada de advertencia de
los drûgs... o soñó que la había oído, porque a nadie más despertó. Abandonando
la cama cogió el arco de la pared y se acercó a una ventana angosta, y vio a
dos orcos que ponían combustible contra la casa y se disponían a prenderle
fuego.
Entonces Barach tembló de
miedo porque los orcos que por allí merodeaban llevaban consigo azufre o alguna
otra materia diabólica que ardía rápidamente y era imposible apagarla con agua.
Recuperándose, tendió el arco, pero en ese momento, justo al surgir las llamas,
vio a un drûg que venía corriendo por detrás de los orcos. A uno de ellos lo
tumbó de un puñetazo, y el otro huyó; luego el Drûg se internó descalzo en el
fuego, esparciendo el combustible ardiente y pisando las llamas órquicas que se
extendían por los lados. Barach se encaminó a la puerta, pero cuando hubo
terminado de desatrancarla, el drûg había desaparecido. No había ni rastro del orco
lastimado. El fuego se había extinguido y sólo quedaba humo y cierto hedor.
Barach volvió a su casa
para tranquilizar a su familia, a la que el ruido y las emanaciones ardientes
habían despertado; pero cuando fue de día salió otra vez y lo examinó todo
descubrió que la piedra de vigilancia había desaparecido, pero no hizo ningún
comentario. «Esta noche tendré que ser yo el guardián», pensó; pero ese
mismo día regresó Aghan y fue recibido con alegría. Llevaba botas altas como
las que suelen llevar los drûgs en la dura intemperie, cuando caminan entre
abrojos y piedras, y estaba fatigado. Pero sonreía y parecía complacido; y dijo:
—Traigo buenas noticias. Mi hermano ya no tiene dolores y no morirá, porque
llegué a tiempo para detener el efecto del veneno. Y me he enterado de que los
merodeadores han sido muertos o han huido. ¿Cómo os ha ido a vosotros?
—Estamos todavía con vida—dijo
Barach—. Pero ven ahora conmigo y te mostraré y diré algo más. —Entonces
condujo a Aghan al sitio del fuego y le contó lo del ataque nocturno—. La
piedra de vigilancia ha desaparecido... obra de orcos, supongo. ¿Qué dices tú?
—Hablaré cuando haya
mirado y pensado más tiempo—dijo Aghan; y luego fue de aquí para allá
examinando el terreno, seguido de Barach. Por fin Aghan se acercó a un matorral
que había al borde del claro donde se levantaba la casa. Allí estaba la piedra
de vigilancia, sentada sobre un orco muerto, pero tenía las piernas
ennegrecidas y agrietadas, y le habían arrancado un pie, que estaba suelto a un
lado; Aghan pareció apenarse, pero dijo: —¡Pues bien! Hizo lo que pudo. Y es
mejor que hayan sido sus pies los que pisaron el fuego del orco y no los míos.
Entonces se aflojó los
cordones de las botas y Barach vio que debajo tenía las piernas cubiertas de
vendas. Aghan se las quitó.
—Ya se me están curando—dijo—.
Velé junto a mi hermano durante dos noches, y anoche dormí. Me desperté
dolorido antes del amanecer, y descubrí mis piernas cubiertas de ampollas.
Entonces adiviné lo que había sucedido. ¡Ay! Si algún poder se transmite desde
tu persona a una obra de tus manos, has de compartir sus dolores.
XXVIII.LA GUERRA DE
LA ÚLTIMA ALIANZA
DE LOS ANILLOS DE PODER Y
LA TERCERA EDAD
Por lo tanto, cuando
Sauron vio la oportunidad avanzó con una gran fuerza contra el nuevo reino de
Gondor, y tomó Minas Ithil, y destruyó el árbol blanco de Isildur que allí
crecía. Pero Isildur escapó y llevando consigo un vástago del árbol fue por
barco río abajo, con su esposa y sus hijos, y navegaron desde las
desembocaduras del Anduin en busca de Elendil. Entretanto, Anárion resistió en
Osgiliath contra el Enemigo y lo rechazó hacia las montañas; supo que al menos
que le llegara ayuda, el reino no podría resistir mucho tiempo.
Ahora bien, Elendil y Gil-galad
buscaron mutuo consejo, porque percibían que Sauron se volvería demasiado
fuerte, y que vencería a todos sus enemigos uno por uno si no se unían todos
contra él. De este modo se hizo la liga que se llamó la Última Alianza.
Marcharon hacia el este a
la Tierra Media reuniendo una gran hueste de elfos y de hombres; e hicieron alto
por un tiempo en Imladris. Se dice que el ejército allí reunido era más
gallardo y más espléndido en armas que ningún otro visto desde entonces en la
Tierra Media, y el más numeroso desde que el ejército de los valar avanzara
sobre Thangorodrim.
Desde Imladris cruzaron
los pasos de las montañas Nubladas, y fueron río abajo por el Anduin, y así
llegaron al fin sobre las huestes de Sauron en Dagorlad, la llanura de la
Batalla, que se extiende por delante de las puertas de la Tierra Negra.
Todas las criaturas
vivientes se dividieron ese día, y algunas de la misma especie, aún bestias y
aves, estaban en uno y en otro bando; excepto los elfos. Sólo ellos no estaban
divididos y seguían a Gil-galad. De los enanos, pocos eran los que luchaban
también en los dos bandos; pero el clan de Durin de Moria luchaba contra
Sauron.
El ejército de Gil-galad
y Elendil obtuvo la victoria, porque el poder de los elfos era grande todavía
en ese entonces, y los númenóreanos eran fuertes y altos, y terribles en la
cólera. A Aeglos, la espada de Gil-galad, nadie podía resistirse; y la espada
de Elendil estremecía de miedo a orcos y hombres, porque resplandecía a la luz
del sol y de la luna, y se llamaba Narsil.
Entonces Gil-galad y
Elendil entraron en Mordor y rodearon la fortaleza de Sauron; y la sitiaron
durante siete años, y sufrieron dolorosas pérdidas por el fuego, los dardos y
las saetas del Enemigo; y Sauron se resistía acosándolos.
Allí, en el valle de
Gorgoroth, Anárion hijo de Elendil fue muerto, y también otros muchos.
Pero por último el sitio
fue tan riguroso, que el mismo Sauron salió; y luchó con Gil-galad y Elendil, y
los mató a ambos, y cuando Elendil cayó la espada se le quebró bajo el cuerpo.
La guerra de la Última Alianza por Alan Lee
Pero Sauron también fue
derribado, y con la empuñadura desprendida de Narsil, Isildur cortó el Anillo de
la mano de Sauron, y lo tomó. Entonces Sauron quedó vencido por el momento; y
abandonó el cuerpo, y su espíritu huyó a espacios distantes y se escondió en
sitios baldíos; y durante largos años no volvió a tener forma visible.
CUENTOS INCONCLUSOS DE
NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
A pesar de que los elfos
silvanos deseaban mezclarse lo menos posible en los asuntos de los noldor y los
sindar, o de cualquier otro pueblo de enanos, hombres u orcos, Oropher tuvo la
sabiduría de prever que nunca habría paz, si Sauron no era derrotado. Por tanto,
reunió un gran ejército de su propio pueblo—que había crecido en número—y
uniéndose al ejército menor del rey Malgalad, de Lórien, condujo las huestes de
los elfos silvanos a la guerra. Los elfos silvanos eran osados y valientes,
pero estaban mal equipados en armaduras y armas, comparados con los elfos del
Oeste; también eran independientes, y no estaban dispuestos a someterse al
mando supremo de Gil-galad. Las pérdidas que tuvieron fueron así demasiado
numerosas, aun en esa guerra terrible. Malgalad y más de la mitad de los suyos
perecieron en la gran batalla de Dagorlad, habiendo quedado separados del
grueso del ejército y empujados hacia la ciénaga de los Muertos. Oropher murió
en el primer ataque a Mordor, avanzando a la cabeza de sus más bravos
guerreros, antes de que Gil-galad alcanzara a dar la señal de ataque.
Thranduil, su hijo, sobrevivió, pero cuando la guerra terminó y Sauron murió al
fin (como parecía), volvió a su patria sólo con la tercera parte del ejército
que había partido a la guerra.
Nota de Christopher
Tolkien
Malgalad de Lórien no aparece en ninguna otra parte, y no se dice aquí que fuera el padre de Amroth. En cuanto a Amdír, padre de Amroth, se dice dos veces que había muerto en la Batalla de Dagorlad, y por tanto puede pensarse que Malgalad y Amdír eran uno solo. Pero qué nombre reemplazó al otro, no sabría decirlo.
[1] En este capítulo hemos integrado los capítulos “Una
descripción de la isla de Númenor” de Cuentos Inconclusos de Númenor y la
Tierra Media y “De la tierra y los animales Númenor” de La Naturaleza de
la Tierra Media, teniendo en cuenta las indicaciones de Carl F. Hostetter
(editor de La Naturaleza de la Tierra Media). Se ha reconstruido como un
capítulo conjunto.
[2] Los datos numéricos más importantes respecto
a este tema, los hemos indicado en notas al pie.
[3] Un hombre o mujer númenóreano de la edad de:
25 50 75 100
125 150 175 200 225 250 275 300 325 350 375 400 425
Tendría
aproximadamente la «edad» de:
21 26 31 36 41
46 51 56 61 66 71 76 81 86 91 96 101
[4] Los hombres númenóreanos se casaban a partir
de los 45 años pero solían aplazarlo hasta los 95 años o incluso más. Las
mujeres númenóreanas se solían casar entre los 40 y 45 años, casi nunca después
de los 95 años, y la edad para concebir su primer hijo variaba entre los 18 y
los 125 (41) años. Cada pareja en promedio tenía menos de cuatro hijos. Al
menos un tercio de los inmigrantes originales no tuvieron hijos en Númenor.
[5] De esto se habla en II.UNA
DESCRIPCIÓN DE LA ISLA DE NÚMENOR.
[6] Tolkien, en textos posteriores, quiso que
Orodreth fuera el padre de Gil-galad.
[7] Tolkien, en textos posteriores, quiso que
Orodreth fuera el padre de Gil-galad.
[8] Nota de Christopher Tolkien: Principio de una historia que contempla a los númenóreanos desde el punto de vista de los hombres salvajes. Se empezó sin reflexionar mucho sobre la geografía (o el modo en que se presenta la situación en El Señor de los Anillos). Pero o bien se trata como historia independiente sólo remotamente relacionada con la de El Señor de los Anillos, o —yo lo creo así— narra la llegada de los númenóreanos (amigos de los elfos) antes de la caída, y su decisión de establecer puertos permanentes. De este modo, la geografía debe coincidir con las bocas del Anduin y la Playa Larga.
[9] En Minas Tirith, en el sindarin númenóreano
que se usaba en Gondor para la nomenclatura de lugares, rath (camino
ascendente) se había convertido en el equivalente de calle, y era usada
para prácticamente todos los los caminos pavimentados del interior de la
ciudad. La mayoría tenían pendiente, a menudo pronunciada.
[10] Este escrito se sitúa aquí al ser un punto
intermedio de la narración, aunque estrictamente no sucede en la Segunda Edad.
Es una antología de una raza que abarca varias Edades. Los drúedain no tienen
un peso sustancial en la historia hasta la Guerra del Anillo; El Retorno del
Rey, Libro V, Cap. 5: LI.LA CABALGATA DE LOS ROHIRRIM
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