LEGENDARIUM V: La Segunda Edad

 ESTE FRAGMENTO ABARCA:

I.EL INICIO DE LA SEGUNDA EDAD Y LA FUNDACIÓN DE NÚMENOR   920

II.UNA DESCRIPCIÓN DE LA ISLA DE NÚMENOR.. 927

III.LA FORMA DE VIDA DE LOS NÚMENÓREANOS

IV.TAR-MINYATUR Y LA PROHIBICIÓN DE LOS VALAR

V.EL REINO DE KHAZAD-DÛM... 968

VI.DE SAURON EL MAIA.. 970

VII.LA FUNDACIÓN DE EREGION.. 975

VIII.LOS REYES DE NÚMENOR HASTA TAR-ELENDIL.. 979

IX.DE ALDARION Y ERENDIS. 982

X.TAL-ELMAR

XI.BARAD-DÛR SE CONSTRUYE EN MORDOR.. 1072

XII.DEL PUERTO DE LOND DAER Y LOS RÍOS FONTEGRÍS Y GLANDUIN   1075

XIII.LA ELESSAR.. 1080

XIV.SAURON EN EREGION.. 1085

XV.LA FORJA DE LOS ANILLOS DE PODER.. 1089

XVI.DEL REGRESO DE GLORFINDEL A LA TIERRA MEDIA.. 1097

XVII.LA GUERRA DE ERIADOR.. 1102

XVIII.UN PERÍODO DE PAZ EN LA TIERRA MEDIA.. 1110

XIX.LOS SUCESORES DE TAR-ANCALIMË HASTA TAR-ATANAMIR   1112

XX.LA SOMBRA CAE SOBRE NÚMENOR.. 1115

XXI.LA EXPANSIÓN DE NÚMENOR.. 1120

XXII.LOS SUCESORES DE TAR-ANCALIMON HASTA EL 2899. 1126

XXIII.CRECE LA SOMBRA SOBRE NÚMENOR.. 1129

XXIV.TAR-PALANTIR Y LA GUERRA CIVIL DE NÚMENOR.. 1133

XXV.LA CAÍDA DE NÚMENOR.. 1137

XXVI.LOS REINOS DE NÚMENOR EN EL EXILIO.. 1163

XXVII.LOS DRÚEDAIN.. 1172

XXVIII.LA GUERRA DE LA ÚLTIMA ALIANZA


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I.EL INICIO DE LA SEGUNDA EDAD Y LA FUNDACIÓN DE NÚMENOR

 

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICES

 Éstos fueron los años oscuros para los hombres de la Tierra Media, y los días de gloria de Númenor. Los registros de lo acaecido en la Tierra Media son escasos y breves, y su fecha es a menudo incierta.

En el comienzo de esta edad, muchos de los altos elfos habitaban aún en la Tierra Media; muchos de ellos en Lindon, al oeste de Ered Luin. Pero antes de la construcción de Barad-dûr, muchos de los sindar se encaminaron al este, y algunos reinaron en los bosques distantes, sobre gentes que eran casi todos elfos silvanos. Thranduil, rey en el norte del gran bosque Verde, era uno de ellos. En Lindon, al norte del Lune, vivía Gil-galad, último heredero de los reyes de los noldor en exilio. Fue reconocido como alto rey de los elfos del oeste. En Lindon, al sur del Lune, vivió por un tiempo Celeborn, pariente de Thingol; su esposa era Galadriel, la más renombrada de las mujeres élficas. Era hermana de Finrod Felagund, amigo de los hombres, otrora rey de Nargothrond, que dio su vida para salvar a Beren, hijo de Barahir.

Más adelante algunos de los noldor se instalaron en Eregion, al oeste de las montañas Nubladas y cerca de las puertas occidentales de Moria, pues supieron que habían descubierto mithril en Moria. Los noldor fueron grandes artesanos y se mostraron más amistosos con los enanos que los sindar; pero la amistad entre el pueblo de Durin y los herreros elfos de Eregion fue la más estrecha que hubo entre las dos razas.

Celebrimbor fue señor de Eregion y el más grande de sus artesanos; era descendiente de Fëanor.


AKALLABÊTH

 Dicen los eldar que los hombres vinieron al mundo en el tiempo de la Sombra de Morgoth, y que no tardaron en caer bajo su dominio; porque él les envió emisarios, y ellos escucharon las malvadas y astutas palabras de Morgoth, y veneraron la Oscuridad, aunque la temían, y erraron siempre hacia el oeste porque habían oído el rumor de que en el oeste había una luz que la Sombra no podía oscurecer. Los sirvientes de Morgoth los perseguían con odio, y los caminos que recorrían eran penosos y largos; no obstante, llegaron por fin a las tierras que dan al mar, y penetraron en Beleriand en los días de la Guerra de las Joyas. Se los llamó edain en la lengua sindarin; y se hicieron amigos y aliados de los eldar y cumplieron hazañas de gran valor en la guerra contra Morgoth.

De los edain nació el brillante Eärendil por el lado del padre, y en la Balada de Eärendil se cuenta cómo al fin, cuando la victoria de Morgoth era casi completa, construyó el navío Vingilot, que los hombres llaman Rothinzil, y viajó por mares nunca navegados, siempre en busca de Valinor; porque deseaba hablar ante los Poderes en nombre de los dos linajes, para que los valar los compadecieran y les enviaran ayuda en aquella extrema necesidad. Por tanto, elfos y hombres lo llaman Eärendil el Bendito porque cumplió su misión después de grandes trabajos y muchos peligros, y de Valinor llegó el ejército de los Señores de Occidente. Pero Eärendil no volvió nunca a las tierras que había amado.

En la Gran Batalla, cuando por fin Morgoth fue derrocado y Thangorodrim derribada, sólo los edain de entre las tribus de los hombres lucharon al lado de los valar, mientras que muchas otras lucharon al lado de Morgoth. Y después de la victoria de los Señores del Occidente, los hombres malvados que no fueron destruidos escaparon de vuelta al este, donde muchos de esa raza erraban todavía en las tierras baldías, salvajes y proscritos, sin atender a las convocatorias de los valar, ni tampoco a las de Morgoth. Y los hombres malvados se mezclaron con ellos y les echaron encima una sombra de miedo, y ellos los escogieron como reyes. Entonces los valar abandonaron por un tiempo a los hombres de la Tierra Media que no habían hecho caso de las convocatorias y que habían elegido a los amigos de Morgoth como amos; y los hombres habitaron en la oscuridad y fueron perturbados por muchas criaturas malignas que Morgoth había concebido en los tiempos de su dominio: demonios, y dragones, y bestias deformes, y los orcos impuros, que son una penosa imagen de los hijos de Ilúvatar. Y la suerte de los hombres fue desdichada.

Pero Manwë derrocó a Morgoth y lo expulsó del mundo al Vacío que hay fuera de él; y no puede volver al mundo como forma visible mientras los Señores del Occidente ocupen todavía el trono. Pero las semillas que había plantado germinaban, y crecían dando malos frutos, si alguien cuidaba de ellas. Porque la voluntad de Morgoth duraba aún y guiaba a los sirvientes, impulsándolos a estorbar la voluntad de los valar y a destruir a aquellos que la obedecían. Esto los Señores del Occidente lo sabían muy bien. Por tanto, cuando Morgoth hubo sido expulsado, se reunieron en consejo acerca de las edades que se sucederían luego. A los eldar se les aconsejó severamente volver al Occidente, y los que habían escuchado las convocatorias vivieron en la isla de Eressëa; y hay en esa tierra un puerto que se llama Avallónë, porque de todas las ciudades es la que está más próxima a Valinor, y la torre de Avallónë es lo primero que divisa el marinero cuando por fin se acerca a las Tierras Imperecederas por sobre las leguas del mar. A los padres de los hombres de las tres casas fieles también se les concedieron ricas recompensas. Eönwë fue entre ellos y los instruyó; y se les dio sabiduría y poder y una vida más larga que la de ningún otro mortal. Se hizo una tierra para que los edain vivieran en ella, no era parte de la Tierra Media ni de Valinor, pues estaba separada de ambas por el ancho mar; pero estaba más cerca de Valinor. Fue levantada por Ossë de las profundidades del Agua Inmensa, y fue fortalecida por Aulë y bendecida por Yavanna; y los eldar llevaron allí flores y fuentes de Tol Eressëa. A esa tierra los valar llamaron Andor, la Tierra del Don, y la estrella de Eärendil brilló en el Occidente como señal de que todo estaba pronto, y como guía en el mar, y los hombres se maravillaron al ver la llama plateada en los caminos del sol.

Puerto secreto de Númenor por Giovanni Calore

 

Entonces los edain se hicieron a la vela sobre las aguas profundas, detrás de la estrella; y los valar pusieron paz en el mar por muchos días, y mandaron que el sol brillara, y enviaron vientos favorables, de modo que las aguas resplandecieron ante los ojos de los edain como ondas cristalinas, y la espuma volaba como la nieve entre los mástiles de los barcos. Pero tanto brillaba Rothinzil, que aún por la mañana los hombres podían ver cómo resplandecía en el occidente, y brillaba solitario en las noches sin nubes, porque nada podían las estrellas a su lado. Y navegando hacia él, al cabo de múltiples leguas de mar los edain llegaron a la vista de la tierra que les estaba preparada, Andor, la Tierra del Don, que resplandecía en vapores dorados. Entonces abandonaron el mar, y se encontraron en un campo hermoso y fructífero, y se alegraron. Y llamaron a esa tierra Elenna, que significa Hacia las Estrellas, pero también Anadûnê, que significa Promontorio del Occidente, Númenóre en alto eldarin.


Númenor por Alan Lee

Éste fue el principio del pueblo que en la lengua de los elfos grises se llama dúnedain: los númenóreanos, reyes entre los hombres. Pero no escaparon por ello al destino de muerte que Ilúvatar había impuesto a toda la humanidad, y todavía eran mortales, aunque de años más prolongados, y no conocían la enfermedad hasta que la sombra caía sobre ellos. Por tanto, se volvieron sabios y gloriosos, y en todo más semejantes a los primeros nacidos que ninguna otra de las tribus de los hombres; y eran altos, más altos que el más alto de los hijos de la Tierra Media; y la luz que tenían en los ojos recordaba la luz de las estrellas refulgentes. Pero crecieron lentamente en número, porque, aunque les nacían hijas e hijos, más bellos que sus progenitores, los vástagos eran escasos.

 

LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA

 En las leyendas sobre la fundación de Númenor, a menudo parece que todos los edain que aceptaron el Don izaron las velas a la vez, en una sola flota. Sin embargo, se debe únicamente a la brevedad de la narrativa. En las historias más detalladas se cuenta (como podría deducirse de los eventos relatados y los números que se manejan) que, tras la primera expedición, encabezada por Elros, muchas más naves, solas o en pequeñas flotas, navegaron rumbo al oeste llevándose a más edain, bien aquellos que al principio tenían miedo a enfrentarse al Gran Mar pero no aguantaban estar separados de los que ya se habían marchado, bien otros que estaban desperdigados por la Tierra Media y no habían llegado a tiempo para tomar parte en la primera navegación.

Como las naves usadas, rápidas pero pequeñas, eran de un diseño élfico, cada una estaba pilotada y capitaneada por uno de los eldar, asignado por Círdan, y habría sido necesaria una flota en toda regla para transportar a toda la gente que al final fue llevada desde la Tierra Media hasta Númenor con sus enseres. Las leyendas no ofrecen estimaciones de los números, y las historias dicen poco. Se dice que en la flota de Elros había muchos barcos (según algunas fuentes, unas ciento cincuenta naves; según otras, doscientas o trescientas de ellas) y que llevaron a «miles» de hombres, mujeres y niños de los edain: probablemente entre cinco mil y, como mucho, diez mil. Sin embargo, parece que el proceso migratorio duró por lo menos cincuenta años, posiblemente más, y terminó cuando Círdan (sin duda instruido por los valar) dejó de proporcionar naves o pilotos. Para entonces el número de los edain que cruzaron el mar tuvo que haber sido muy grande, aunque pequeño en proporción a la extensión de la isla (probablemente 290000 kilómetros cuadrados). Las estimaciones oscilan entre 200000 y 350000 personas. Después de mil años, parece que la población apenas superaba los 2 millones. Luego creció mucho; pero entonces ya había cauces de emigración de los asentamientos númenóreanos en la Tierra Media. Antes de la caída, la población en la isla de Númenor quizá alcanzara los 15 millones.


II.UNA DESCRIPCIÓN DE LA ISLA DE NÚMENOR

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA Y LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA[1]

 Se elaboraron mapas precisos de Númenor en varios períodos antes de su caída; pero ninguno sobrevivió al desastre. Fueron depositados en la casa gremial de los aventureros, confiscada por los reyes y trasladada al puerto occidental de Andúnië; todos sus archivos desaparecieron. Los mapas de Númenor fueron preservados durante mucho tiempo en los archivos de los reyes de Gondor, en la Tierra Media, pero parece que provenían en parte de viejos dibujos realizados de memoria por los primeros colonizadores; y (los mejores) de un mapa único, que contiene pocos detalles más allá de las profundidades del mar a lo largo de la costa, y descripciones de los puertos y las aproximaciones a ellos, que originalmente estaba en el barco de Elendil, el líder de los que se escaparon de la caída. Las descripciones de la tierra, y de su flora y fauna, también fueron preservadas en Gondor; pero no eran precisas ni detalladas, ni distinguían entre el estado de la tierra en diferentes períodos, mostrando datos vagos relativos a su condición a la llegada de los primeros asentamientos. Como todos estos asuntos eran objeto de estudio de los hombres de ciencia en Númenor, y muchas obras de historia natural y geografía precisas tuvieron que componerse, parecería que, como sucedió con casi todas las artes y las ciencias de Númenor en su momento álgido, desaparecieron en la caída.

Aún los documentos preservados en Gondor o en Imladris (donde los tesoros de los reyes númenóreanos del norte fueron depositados al cuidado de Elrond) se perdieron o fueron destruidos por negligencia. Porque aunque los sobrevivientes que se establecieron en la Tierra Media sentían «nostalgia», como ellos decían, por Akallabêth, la Derribada, y aún al cabo de prolongadas edades nunca dejaron de considerarse en cierto sentido exiliados, cuando fue evidente que la Tierra del Don les había sido quitada y que Númenor había desaparecido para siempre, casi todos, salvo unos pocos, consideraron que el estudio de lo que quedaba de su historia de nada servía y sólo era causa de lamentaciones inútiles. En edades posteriores sólo se recordaba la historia de Ar-Pharazôn y de su flota impía.

 

DE LA FORMA DE NÚMENOR

 El perímetro de la tierra de Númenor se asemejaba a una estrella de cinco puntas o pentáculo, con una porción central de unas doscientas cincuenta millas [402 kilómetros] de norte a sur y de este a oeste, a partir de la cual se extendían cinco grandes promontorios peninsulares. Estos promontorios se consideraban regiones separadas, y se llamaban Forostar (Tierras Septentrionales), Andustar (Tierras Occidentales), Hyarnustar (Tierras Sur Occidentales), Hyarrostar (Tierras Australes) y Orrostar (Tierras Orientales). La porción central se llamaba Mittalmar (Tierra Adentro), y no tenía costa, salvo los terrenos en torno a Rómenna y la cabeza del estuario. Una pequeña parte de Mittalmar, empero, estaba separada del resto, y se llamaba Arandor, la Tierra del Rey. En Arandor se encontraban el puerto de Rómenna, el Meneltarma, y Armenelos, la ciudad de los reyes; y en todo tiempo fue la región más populosa de Númenor.

Mapa de Númenor por J.R.R. Tolkien y Christopher Tolkien

 

No todos los promontorios presentaban la misma forma o tamaño, pero tenían más o menos 160 kilómetros de ancho y algo más de 320 de largo. Si uno trazaba una línea recta desde la punta más septentrional de Forostar hasta la punta más austral de Hyarnustar, situados más o menos en el norte y en el sur (en el período de los mapas); esta línea tendría algo más que 1100 kilómetros, y cada línea trazada al extremo de un promontorio o a otro, pasando por la tierra (a lo largo de la frontera con las Mittalmar) tendría más o menos la misma extensión.

  

DE LA MITTALMAR

La Mittalmar se levantaba por sobre los promontorios (sin tener en cuenta la altura de las montañas y colinas); y parece que, en el momento del primer asentamiento, tenía pocos árboles y consistía sobre todo en praderas y colinas bajas. Cerca del centro de Mittalmar se alzaba la elevada montaña llamada Meneltarma, Pilar de los Cielos, consagrada a la veneración de Eru Ilúvatar. Se elevaba 900 metros por encima de la llanura. Aunque la parte inferior de la ladera de la montaña era suave y cubierta de hierba, se iba elevando cada vez más escarpada, y la cima no podía escalarse; pero se construyó sobre ella un serpenteante camino en espiral que empezaba al pie en el sur y terminaba bajo el borde de la cima al norte.


El Meneltarma por Alan Lee

 

La base del Meneltarma se mezclaba gentilmente con la planicie circundante, pero, cinco largas estribaciones de escasa altura se extendían a modo de raíces, apuntando hacia los cinco promontorios de la tierra; y éstas se llamaban Tarmasundar, las Raíces del Pilar.

Pero Mittalmar era principalmente una región de pastoreo. En el suroeste había vastas extensiones de pastos ondulantes; y allí, en la Emerië, se encontraba la región principal de los pastores.

 

DE LA FOROSTAR

La Forostar era la parte menos fértil; pedregosa, con pocos árboles, aunque en las laderas occidentales de los altos páramos, cubiertos de brezos, había bosques de abetos y alerces. Hacia el cabo norte, la tierra se alzaba en riscos abruptos de unos 600 metros de altura, y allí el gran Sorontil se elevaba desde el mar en tremendos acantilados, habitáculos de numerosas águilas; y en esta región, Tar-Meneldur Elentirmo levantó una alta torre desde la que se podían observar los movimientos de las estrellas. Era el primero y más grande de los observatorios númenóreanos.

Acantilados en Forostar por Alan Lee


DE LA ANDUSTAR

La Andustar era también pedregosa en la región septentrional, y tenía altos bosques de abetos que miraban al mar. Tres pequeñas bahías se abrían al oeste en las tierras altas; pero aquí los acantilados no se alzaban en muchos sitios al borde del mar, sino sobre terrazas escalonadas. La que estaba más al norte se llamaba la bahía de Andúnië, porque allí se encontraba el gran puerto de Andúnië (Crepúsculo de la Tarde) con la ciudad junto a la costa y muchas otras moradas que ascendían las escarpadas cuestas por detrás. Pero gran parte del sur de Andustar era fértil, y también allí había grandes bosques de hayas y abedules en lo más alto de la región, y bosques de robles y olmos en los valles más bajos. Entre los promontorios de Andustar y Hyarnustar se encontraba la gran bahía llamada Eldanna, porque miraba hacia Eressëa; y las tierras de alrededor, al abrigo de los vientos del norte y abiertas a los mares del occidente, eran cálidas (casi como las tierras más australes) y de lluvias frecuentes. Casi en el centro de la bahía de Aldana, no muy lejos de las fronteras de Hyarnustar, estaba el más hermoso pueblo de Númenor, Eldalondë el Verde; y era allí, en días tempranos, donde iban más a menudo los rápidos navíos blancos de los eldar de Eressëa.

 

El río Nunduinë desembocaba en el mar en Eldalondë, y de camino alimentaba el pequeño lago de Nísinen, así llamado por la abundancia de malezas y flores perfumadas que crecían en las orillas.

Mirando al Oeste desde Andúnië por Alan Lee


DE LA HYARNUSTAR

La Hyarnustar era también una región montañosa en la parte occidental, con picos elevados en el oeste y el sur, pero en las tierras cálidas y fértiles del este había grandes viñedos. Los promontorios de las Hyarnustar y las Hyarrostar cubrían una amplia extensión, y en esas largas costas el mar y la tierra se unían gentilmente como en ningún otro sitio de Númenor. Allí manaba el Siril, el río principal del país (porque todos los demás, salvo el Nunduinë en el oeste, eran cortos y rápidos torrentes que se precipitaban hacia el mar). El Siril nacía bajo el Meneltarma en el valle de Noririnan, y fluía por Mittalmar hacia el sur, y se convertía en el curso inferior (en sus últimos 80 kilómetros) en una corriente lenta y serpenteante porque aquí la tierra era casi llana, y apenas se elevaba sobre el nivel del mar. Desembocaba por fin en el mar entre anchos marjales cubiertos de juncos, y sus muchas pequeñas bocas se abrían

paso a través de vastas extensiones de arena, y a los lados, a lo largo de muchas millas, había amplias playas de arena blanca y guijarros grises, y allí era donde vivían casi todos los que se dedicaban a la pesca, en aldeas levantadas en tierra firme entre marjales y lagunas, de las que la principal era Nindamos que se encontraba en la orilla oriental del Siril, cerca del mar. Esta región no se veía afectada por mares embravecidos ni vientos fuertes. En tiempos posteriores, gran parte de estas tierras fue drenada, y se formó una región de grandes lagunas repletas de peces con algunas desembocaduras al mar, rodeadas de tierras verdes y fértiles.

Las partes del sur y suroeste de Hyarrostar se parecían mucho a las zonas correspondientes de Hyarnustar; pero el resto, aunque estaban muy por encima del mar, eran más llanas y fértiles. En la Hyarrostar crecían en abundancia árboles de múltiples especies, y entre ellos el laurinquë, que deleitaba a todos por sus flores, pero no tenía ninguna otra utilidad. Desde los días de Tar-Aldarion hubo en la Hyarrostar grandes plantaciones, que proporcionaban madera para la construcción de barcos.

 

DE LAS ORROSTAR

Las Orrostar eran tierras menos cálidas, pero estaban protegidas de los fríos vientos del nordeste (de donde venían los vientos más fríos) por los riscos en el extremo del promontorio que se elevaban a una altura de 640 metros cerca de la punta noreste. Las regiones del interior de las Orrostar eran tierras de cereales, especialmente las que estaban cerca de Arandor.

Tal era la isla de Númenor, como si la hubieran levantado desde el fondo del mar, pero inclinada hacia el sur y algo hacia el este; y con excepción del sur, la tierra descendía en escarpados acantilados. Los acantilados más altos se encontraban en el norte y el noroeste, donde a menudo alcanzaban una altura de más de 600 metros, y los más bajos se encontraban en el este y sureste. Pero estos acantilados, a excepción de ciertas regiones como el cabo del norte, raras veces se elevaban directamente del mar. A sus pies, el litoral presentaba una orografía plana o de varios niveles, a menudo habitables, que variaban en anchura (a partir del agua) desde unos 400 metros hasta varios kilómetros. Los extremos de las extensiones más anchas solían estar sumergidos bajo aguas de poca profundidad incluso con marea baja; pero en el borde del mar, estas tierras descendían en picado a aguas profundas. Las grandes playas y las llanuras de la marea del sur también terminaban con un descenso vertical a las profundidades oceánicas a lo largo de una línea que unía las puntas australes de los promontorios del suroeste y del sureste.


LA NATURALEZA DE NÚMENOR

 DE LOS HOMBRES Y LA FAUNA

Parecería que ni elfos ni hombres habían morado en esta isla antes de la llegada de los edain. Los animales y las aves no temían a los hombres; las relaciones entre los hombres y los animales siguieron siendo más amistosas en Númenor que en cualquier otro lugar del mundo. Se dice incluso que los animales clasificados por númenóreanos como «depredadores», (con eso se referían a los animales que robaban sus cultivos o atacaban a su ganado en caso de necesidad) preservaron unas «relaciones honorables» con los recién llegados, buscando su comida en las tierras no domesticadas cuando era posible, sin mostrar hostilidad hacia los hombres, salvo en estados de guerra declarada, cuando, después de varios avisos, los granjeros, por necesidad, cazaban las aves rapaces y los depredadores para reducir su número a unos límites razonables.

Tal y como se ha comentado, no es fácil averiguar qué animales, aves y peces habitaban la isla antes de la llegada de los edain, y qué fue lo que estos llevaron hasta allí. Los mismo se puede decir de las plantas. Tampoco resulta siempre fácil equiparar o relacionar los nombres de los númenóreanos dieron a los animales y a las plantas con los nombres animales y plantas que se hallaban en la Tierra Media. Muchos de ellos, aunque tenían formas que aparentemente provenían del quenya o el sindarin, no se encuentran en las lenguas élficas o humanas de la Tierra Media. Sin duda, se debe en parte al hecho de que los animales y plantas de Númenor, a pesar de ser parecidos y estar emparentados con los de tierra firme, presentaban variedades diferentes y parecían necesitar nuevos nombres.

En cuando a los animales más grandes, está claro que no había ningún tipo de canino o relacionado con él. Con toda seguridad no había sabuesos ni perros (todos fueron importados). No había lobos. Había gatos monteses, el animal más hostil y más difícil de domesticar, pero no grandes felinos. Sin embargo, había un gran número de zorros o animales emparentados a ellos. Su principal fuente de comida parecía haber sido animales que los númenóreanos llamaban lopoldi. Existían en gran número, se multiplicaban rápidamente y eran herbívoros voraces; por eso se consideraba que los zorros eran el mejor y más natural modo de mantenerlos a raya, por lo que los zorros raras veces eran cazados o molestados. A cambio, o bien porque su comida natural siempre era abundante, parece que los zorros nunca adquirieron la costumbre de robar las aves domésticas de los númenóreanos. Al parecer, los lopoldi eran conejos, animales que hasta el momento habían sido bastante desconocidos en las regiones del noroeste de la Tierra Media. Los númenóreanos no los apreciaban como comida y estaban contentos de dejárselos a los zorros.

 

DE LOS OSOS Y LOS HOMBRES

Había un número considerable de osos en las partes montañosas o rocosas, tanto de la variedad negra como de la parda. Los grandes osos negros se encontraban sobre todo en Forostar. Las relaciones entre osos y hombres eran extrañas. Desde el principio, los osos se mostraban curiosos y amigables hacia los recién llegados; y estos sentimientos eran correspondidos. En ningún momento había hostilidad entre hombres y osos; aunque en períodos de apareamiento, y durante la primera juventud de los oseznos, se enfadarían y podrían volverse peligrosos si se les molestaba. Los númenóreanos no lo hacían salvo por accidente. Los osos mataron a muy pocos númenóreanos; estos accidentes no se consideraban motivo suficiente para declarar la guerra a toda la especie. Muchos de los osos eran bastante mansos. Nunca entraban en las casas de los hombres ni vivían cerca de ellas, pero irían a verlos frecuentemente, como un vecino. En estas ocasiones, a menudo se les ofrecía miel, para su deleite. Solo algún «oso malo» asaltó alguna vez las colmenas domésticas. Lo más extraño de todo eran los bailes de los osos. Los osos, sobre todo los negros, tenían sus propios y curiosos bailes; pero parece que fueros mejorados y más elaborados gracias a la instrucción de los hombres. En ocasiones, los osos bailarían para entretener a sus amigos humanos. El baile más famoso era el Gran Baile de los Osos (ruxöalë) de Tompollë en Forostar, al que muchos acudían en otoño de todas las partes de la isla, ya que tenía lugar poco después de la Eruhantalë, cuando se juntaba gran número de personas. Para los que no estaban acostumbrados a los osos, sus lentos (pero majestuosos) movimientos, a veces tantos como 50 o más juntos, resultaban asombrosos y cómicos. Pero todos los invitados a presenciar el espectáculo sabían que no podían reírse abiertamente. Las risas de los hombres eran algo que los osos no podían comprender; les asustaban y les hacían enfadar.

 

DE LA FAUNA DE LOS BOSQUES, CAMPOS Y COSTAS

En los bosques de Númenor abundaban las ardillas, sobre todo la roja, pero también las había de color pardo oscuro o negro. Eran impávidas y fáciles de domesticar. Las mujeres de Númenor les tenían un cariño especial. A menudo vivían en un árbol cerca de una granja, y se acercaban cuando se les invitaba a entrar. En los ríos y arroyos más pequeños había nutrias. También muchos tejones. Había cerdos negros salvajes en los bosques; y en el oeste de Mittalmar, cuando llegaron los edain, había rebaños de vacas salvajes, unas blancas, otras negras. Abundaban los ciervos rojos y de color pardo amarillento en las praderas y en las lindes de los bosques; y en las colinas vivían corzos. Sin embargo, todos estos animales parecen haber sido un poco más pequeños que sus parientes de la Tierra Media. En la región del sur había castores. Cerca de las costas abundaban las focas, sobre todo en el norte y el oeste. También había muchos animales más pequeños, que no se mencionaban muy a menudo como ratones y campañoles, o pequeños depredadores como las comadrejas. Se mencionan las liebres y otros animales de tipos difíciles de determinar: algunos no era ardillas, pero vivían en los árboles, y eran huidizos no solo cuando se acercaban las personas; otros corrían por el suelo y cavaban; eran pequeños y rechonchos, pero no eran ratas ni conejos. En el sur había algunas tortugas de tierra, de tamaños más bien pequeño, y algunas criaturas de agua dulce parecidas a las tortugas. Los animales llamados ekelli parecían haber sido erizos de gran tamaño, con púas largas y negras. Eran numerosos en algunas partes, y se les trataba amistosamente porque se alimentaban sobre todo de lombrices e insectos.

Parece que había cabras salvajes en la isla, pero no se sabe si la pequeña oveja cornuda (una de las variedades de oveja que pastoreaban los númenóreanos) era autóctona o importada. Se dice que, en Mittalmar, los colonizadores encontraron un tipo de caballo pequeño, más bajo que un burro, de capa negra o marrón oscuro, con colas y crines largas y sueltas, más fornidos que rápidos. Fueron enseguida domesticados, pero prosperaban también en cautiverio, eran queridos y se les cuidaba bien. Eran muy usados en las granjas; los niños montaban sobre ellos.

Sin duda, había muchos otros animales que apenas se mencionan, ya que, por lo general, los hombres no se ocupaban de ellos. Todos habrían sido nombrados y descritos en los libros de ciencia perdidos.

Los osos de Númenor por Alan Lee

 

DE LOS PECES DE AGUA DULCE Y SALADA

Había abundantes peces de agua salada cerca de las costas de la isla, y los que tenían buen sabor solían ser pescados. También había otros animales del mar en las costas: ballenas y narvales, delfines y marsopas, que los númenóreanos no confundían con peces (lingwi), pero clasificaban junto con los peces, como nendili a todo lo que vivía completamente en el agua y se reproducían en el mar. Los númenóreanos solo veían a los tiburones en sus viajes, porque, bien por la «gracias de los valar», como decían los númenóreanos, o por otras causas, nunca se acercaban a las costas de la isla. Sabemos poco sobre los peces de agua dulce. En cuanto a los peces que pasan parte de sus vidas en el mar, pero a veces entraban en los ríos, había salmones en el Siril, y también en el Nunduinë, el río que desembocaba en el mar a la altura de Eldalondë, y en su camino hasta allí creaba el pequeño lago de Nísinen (uno de los pocos de Númenor) a unos 5 kilómetros de la costa: se llamaba así debido a la abundancia de arbustos y flores fragantes que poblaban sus orillas. En los estanques y marjales en torno al curso inferior del Siril, había muchas anguilas.

 

DE LAS AVES

Las aves de Númenor eran innumerables, desde las grandes águilas hasta los pequeños kirinki, no mayores que un chochín o reyezuelo, pero de cuerpo escarlata, con un trino agudo apenas perceptible para el oído humano. Las águilas eran de diferentes tipos; pero todas se consideraban aves sagradas de Manwë y jamás perseguidas hasta que comenzaron los días del mal y el odio a los valar. No fue hasta entonces que las águilas comenzaron a molestar a las personas y matar a sus animales. Durante dos mil años, desde los días de Elros Tar-Minyatur hasta el tiempo de Tar-Ancalimë, hijo de Tar-Atanamir, hubo en la cúspide de la torre del palacio del rey en Armenelos un nido de águilas donde una pareja vivía de la generosidad del rey.

En Númenor las aves que habitaban cerca del mar y nadaban o se zambullían en él eran incontables. Los númenóreanos nunca los mataban o molestaban a propósito y los trataban como amigos. Los marineros decían que aún si fueran ciegos, sabrían que sus naves se acercaban a Númenor a causa del gran clamor de las aves de la costa; y cuando alguna nave aparecía en el horizonte, las aves marinas alzaban vuelo y revoloteaban en lo alto, como en señal de feliz bienvenida, pues nunca se las mataba o molestaba con intención. Algunas acompañaban a las naves en sus viajes, aún a las que iban a la Tierra Media.

 

Las aves de Númenor por Alan Lee

 

En el interior, las aves no eran tan numerosas, pero aun así abundantes. Algunas, además de las águilas, eran rapaces, como los gavilanes y los halcones, de los que había diferentes variedades. Había cuervos, sobre todo en el norte, y repartidas por la tierra había otras aves emparentadas con ellos que vivían en bandadas; grajillas y cornejas, y muchas chovas por los acantilados del mar. Había muchos pequeños pájaros cantores que cantaban con voz hermosa en los campos, entre los juncos de los estanques y en los bosques. Muchos apenas se diferenciaban de los de las tierras de donde venían los edain; pero los pájaros de la familia de los pinzones eran más variados y numerosos y tenían la voz más hermosa. Algunos eran pequeños y completamente blancos, otros totalmente grises y otros dorados, que cantaban con gran alegría, con largas y apasionadas cadencias, durante la primavera y a principios de verano. Temían poco a los edain, que los amaban. Enjaular a un pájaro cantor se consideraba cruel. Tampoco era necesario, porque los que estaba «domesticados»—es decir, los que se apegaban voluntariamente a una granja—se mantendrían cerca de la misma casa durante generaciones, cantando desde su tejado y en el alféizar de una ventana, o incluso en el solmar o en las habitaciones de los que les acogían. Las aves que vivían en jaulas eran en su mayoría pájaros cuyos padres habían muerto cuando eran pequeños, bien por accidente, bien matados por aves rapaces; pero incluso ellos tenían libertad para ir y venir si lo deseaban. Había ruiseñores, aunque no abundaban en ningún lugar, en la mayoría de las partes de Númenor salvo en el norte. En las partes septentrionales había grandes búhos blancos, pero ningún otro tipo de ave de esta especie.

 

DE LOS ÁRBOLES Y PLANTAS

De los árboles y plantas autóctonos no queda apenas constancia. Se llevaron semillas o vástagos de algunos árboles a la isla desde la Tierra Media, y otros (como ya se ha dicho) llegaban de Eressëa, pero parecía que ya había una gran abundancia de árboles cuando desembarcaron los edain. De los árboles que ya conocían, se dice que echaban en falta el carpe, el arce bajo y el castaño con flores; pero encontraban otros nuevos para ellos: el olmo de montaña, la encina, el arce alto y el castaño de fruto comestible. En Hyarrostar también encontraron nogales, y el laurinquë. Se lo llamaba así a causa de sus largos racimos de pendientes flores amarillas; y algunos que habían oído a los eldar hablar de Laurelin, el Árbol Dorado de Valinor, creían que provenía de ese gran árbol, cuyas semillas habían sido llevadas allí por los eldar; pero no era así. También en Númenor había manzanos, cerezos, y perales silvestres; pero los que cultivaban en sus huertos venían de la Tierra Media, y eran regalos de los eldar. En Hyarnustar crecía la vid silvestre; pero según parece las viñas de los númenóreanos también venían de los eldar.

De las muchas plantas y flores del campo ya quedan pocos datos guardados o recuerdos; pero en las viejas canciones a menudo se habla de los lirios, cuyas muchas variedades—algunos eran pequeños, otros altos y hermosos, unos de una sola flor, algunos adornados con muchas campanas y trompetas, y todos fragantes—eran muy apreciadas por los edain.

En Eldalondë el Verde, Andúnië, desde las cuestas que daban al mar y adentrándose mucho en tierra, crecían los árboles siempre verdes y fragantes traídos del Oeste, y tanto medraban allí que el sitio, decían los eldar, era casi tan bello como un puerto de Eressëa. Eran la mayor delicia de Númenor, y se los recordó en muchos cantos después de haber perecido para siempre, porque eran pocos los que florecieron alguna vez al este de la Tierra del Don: oiolairë y lairelossë, nessamelda, vardarianna, taniquelassë y yavannamírë, con flores parecidas a rosas y frutos esféricos de color escarlata. Las flores, las hojas y las cortezas de esos árboles esparcían unos dulces aromas que se confundían y perfumaban todo el país, y los llamaban Nísimaldar, los árboles fragantes. Plantaron muchos de ellos en otras regiones de Númenor, y allí se desarrollaron, aunque no con tanta abundancia. Y sólo en Nísimaldar crecía el poderoso árbol dorado, el malinorë, que al cabo de cinco siglos alcanzaba una altura apenas menor que en la misma Eressëa. La corteza era plateada y lisa, pero las ramas se alzaban ligeramente como las del haya; aunque tenía siempre un solo tronco. Las hojas, también como las del haya, pero de mayor tamaño, eran de color verde pálido en la parte superior, pero plateadas por debajo, y resplandecían al sol; no caían en otoño, y eran entonces de un pálido color oro.

En primavera los capullos dorados se arracimaban como cerezas, y en verano florecían; y tan pronto como se abrían las flores, las hojas caían; de modo que durante la primavera y el verano un bosquecillo de malinorni estaba alfombrado y techado de oro, pero sus columnas eran de plata gris. El fruto era una nuez con esquisto de plata; y Tar-Aldarion, sexto rey de Númenor, le regaló algunos al rey Gil-galad de Lindon. No echaron raíces en esa tierra; pero Gil-galad se los dio a su pariente Galadriel, y por el poder de ella, crecieron y florecieron en la tierra protegida de Lothlórien junto al río Anduin hasta que los altos elfos abandonaron la Tierra Media; pero nunca alcanzaron la altura ni la circunferencia de los que crecían en Númenor. En Númenor, los malinorni más altos alcanzaban casi los 183 metros.

 

DE LA FAUNA DE LOS EDAIN

A esta tierra los Edain llevaban muchas cosas desde la Tierra Media: ovejas, ganado vacuno, caballos y perros; árboles frutales y cereales. Antes de su llegada ya había aves acuáticas en la isla, de la variedad del pato y la oca; pero otras fueron llevadas allí por ellos y las cruzaban con las razas autóctonas. Las ocas y los patos eran animales domésticos en sus granjas; y allí también tenían una multitud de palomas o pichones en grandes edificios o palomares, sobre todo por sus huevos. No conocían la gallina, y tampoco la encontraban en la isla; pero poco después del comienzo de los grandes viajes, los marineros volvieron con gallos y gallinas de las tierras australes y orientales, y se multiplicaron en Númenor, donde muchos se escaparon y vieron en estado salvaje, aunque eran hostigados por los zorros.

 

III.LA FORMA DE VIDA DE LOS NÚMENÓREANOS

 

AKALLABÊTH

 DE LAS CIUDADES

Antaño la ciudad principal y puerto de Númenor estaba en la costa occidental, y se llamaba Andúnië, porque miraba al sol poniente. Pero en medio de la tierra había una montaña alta y escarpada, y se llamaba Meneltarma, el Pilar del Cielo, y sobre ella había una plaza elevada y abierta, que estaba consagrada a Eru Ilúvatar, y en la tierra de los númenóreanos no había ningún otro templo ni santuario. Al pie de la montaña se levantaban las tumbas de los reyes, y muy cerca, sobre una colina, estaba Armenelos, la más hermosa de las ciudades, y allí había una torre y una ciudadela construidas por Elros hijo de Eärendil, a quien los valar designaron como primer rey de los dúnedain.

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 DE LAS CREENCIAS Y CULTOS

(..)Cerca del centro de Mittalmar se alzaba la elevada montaña llamada Meneltarma, Pilar de los Cielos, consagrada a la veneración de Eru Ilúvatar.  Se construyó sobre ella un serpenteante camino en espiral que empezaba al pie en el sur y terminaba bajo el borde de la cima al norte. Porque la cima era algo aplanada y hundida, y podía dar cabida a una gran multitud, pero nadie puso el pie en ella a todo lo largo de la historia de Númenor. Ni un edificio, ni un altar, ni una pila de piedras se alzó nunca allí; y ninguna otra cosa que se asemejara a un templo tuvieron nunca los númenóreanos en los días de gracia, hasta la llegada de Sauron. Nunca se habían llevado allí herramientas o armas; y nadie podía hablar allí, salvo el rey.


Armenelos por Alan Lee

 

Tres veces al año hablaba el rey: la oración a la llegada del año en la Erukyermë en los primeros días de la primavera, la alabanza de Eru Ilúvatar en la Erulaitalë a mitad del verano, y la acción de gracias que se le consagraba en la Eruhantalë a fines de otoño. En estas ocasiones el rey ascendía la montaña a pie, seguido por la muchedumbre del pueblo, vestido de blanco y enguirnaldado, pero en silencio. En otras ocasiones se permitía que los del pueblo ascendieran solos o en grupos; pero se dice que el silencio era tan grande, que ni siquiera un extranjero que nada supiera de Númenor y de su historia, si hubiera sido transportado allí, se habría atrevido a hablar en voz alta. Ninguna ave llegaba allí nunca, excepto las águilas. Si alguien se aproximaba a la cima, tres águilas aparecían inmediatamente y se posaban sobre tres rocas cerca del borde occidental; pero en el tiempo de las Tres Oraciones, no descendían, y se mantenían en el cielo volando en círculos sobre el pueblo. Se las llamaba los Testigos de Manwë, y se creía que éste las enviaba desde Aman para vigilar la montaña Sagrada y toda la tierra en derredor.

 

A lo largo de la cresta de la estribación suroeste, el camino ascendente se aproximaba a la montaña, y entre esta estribación y la del sureste, la tierra descendía en un valle poco profundo. Lo llamaban Noirinan, el valle de las tumbas, porque en la base rocosa de la montaña había cámaras abiertas que guardaban las tumbas de los reyes y las reinas de Númenor.

 

 LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA

El orgullo era sin duda su principal debilidad, incrementado posteriormente por el contacto con hombres de menor poder, aunque no fuese así desde el principio: sus primeros sentimientos y motivos eran de compasión y benevolencia. También estaban orgullosos de su linaje, en general y en particular, como pueblo y como individuos; y los hombres de toda clase guardaban pergaminos que recogían su ascendencia. Los principales títulos nobiliarios provenían de la descendencia «de Eärendil» o «de Beren y Lúthien».

 

DEL LENGUAJE

La lengua númenóreana derivaba principalmente del habla del pueblo de Hador (muy expandida gracias a las adiciones de las lenguas élficas en diferentes períodos). En pocas generaciones, el pueblo de Bëor había abandonado su propia lengua (salvo por la conservación de muchos nombres personales de origen nativo) y había adoptado la legua élfica de Beleriand, el sindarin. Esta distinción aún se apreciaba en Númenor. Casi todos los númenóreanos eran bilingües. Pero allá donde la masa de colonizadores proviniese principalmente de la casa de Bëor, como era el caso especialmente del noroeste, el sindarin era la lengua de uso cotidiano de todas las clases, y el númenóreano (o adûnayân) una segunda lengua. En la mayor parte del país, el adûnayân era la lengua nativa de la gente, aunque el sindarin era hablado hasta un punto por todo el mundo, salvo por los agricultores que preferían quedarse en casa y no viajaban. En la casa real, sin embargo, y en la mayoría de las casas de los nobles y los cultos, el sindarin solía ser la lengua nativa, hasta después de los días de Tar-Atanamir.

El sindarin, después de haber sido usado durante un largo período por hombres mortales, tendía a cambiar y a volverse dialectal, pero este proceso fue frenado en gran medida, al menos en el caso de los nobles y los cultos, por el contacto constante que se mantenía con los eldar de Eressëa, y más tarde con los que seguían en Lindon, en la Tierra Media. Los eldar llegaban sobre todo a las regiones occidentales del país. El quenya no era una lengua hablada. Solo la conocían los cultos y las familias de la alta nobleza (cuyos miembros la aprendían desde la primera adolescencia). Se usaba en documentos oficiales que debían preservarse, tales como las leyes y el pergamino y los anales de los reyes, y a menudo en obras científicas de carácter más bien abstruso. También era usado en gran medida en la nomenclatura. Los nombres oficiales de todos los lugares, regiones y accidentes geográficos de la tierra provenían del quenya (aunque también tenían nombres locales del sindarin o del adûnayân que, por regla general, significaban lo mismo). Los nombres personales, sobre todo los nombres oficiales y públicos de todos los miembros de la casa real, y del linaje de Elros en general, provenían del quenya. Ocurría lo mismo en algunas otras familias como la casa de los señores de Andúnië.

 

DE LA ESPERANZA DE VIDA Y LA MUERTE[2]

Larga vida y paz fueron las dos peticiones de los edain cuando los valar les ofrecieron una recompensa tras la caída de Thangorodrim. La paz les fue concedida sin más preámbulos; la larga vida no tanto, y solo después de que Manwë hubiese consultado a Eru.

La larga vida de los númenóreanos era la respuesta a las oraciones de los edain (y Elros). Manwë les avisó de los peligros que entrañaba. Pidieron más o menos la «esperanza de vida de antaño» porque querían aprender más.

Tal y como dijo Erendis más tarde, se convirtieron en una especie de imitación de los elfos, y sus hombres tenían tantas cosas en sus cabezas que siempre notaban la presión del tiempo, por lo que raras veces descansaban o celebraban el presente. Afortunadamente, sus esposas eran templadas y afanadas, pero Númenor no era un buen lugar para grandes amores.

Elros eligió seguir siendo de los hombres, retuvo la característica principal humana con respecto a los quendi: la «búsqueda del más allá», como lo llamaban los eldar, el «cansancio» o deseo de partir del mundo. Murió, o rechazó la vida, cuando tenía unos 500 años de edad.

Al resto de la gente le fue concedida una esperanza de vida unas cinco veces más larga que la de los hombres normales: es decir, morirían, por voluntad propia o no, en la franja entre los 350 años y 420 años. Dentro de estos límites de la esperanza de vida natural, había diferencias entre individuos y familias, al igual que sucedía antes de recibir la Gracia. La familia real o linaje de Elros era en general longeva y sus miembros a menudo vivían 400 años o un poco más. En otras familias no era tan habitual llegar a los 400 años; aunque en las familias que se habían unido al linaje de Elros mediante matrimonio (en las generaciones anteriores), a menudo aparecían individuos longevos.

Por lo tanto, (igual que los eldar) «crecieron» a un ritmo muy parecido al de los hombres normales: la gestación, la primera infancia, la segunda infancia y la adolescencia hasta la llegada de la pubertad y la «plenitud de crecimiento» procedían más o menos como antes; pero una vez que alcanzaban el pleno crecimiento «culminaban» su envejecimiento a un ritmo mucho más lento, de modo que, para ellos, cinco años tenían casi el mismo efecto que un año en los mortales normales.[3]

La primera llegada de «cansancio del mundo» era para ellos una señal de que su período de vigor estaba llegando a su fin. Cuando llegaba, si insistían en seguir viviendo, se presentaría el deterioro, igual que lo había hecho el crecimiento, al mismo ritmo que para otros hombres. Por lo tanto, si un númenóreano llegaba al final de su vigor a los 400 años, aproximadamente, pasaría rápido, en unos diez años, de gozar buena salud y vigor mental, a un estado de decrepitud y senilidad.

Su capacidad mental era mayor y se desarrolló más rápido que la de los hombres normales; y era dominante. Después de unos siete años, su crecimiento mental era muy rápido, y a los 20 años sabían y entendían mucho más de lo que haría un humano normal a esa edad. Una consecuencia de ello, reforzada por su expectación de un vigor duradero que no imponía un sentido de urgencia en la primera mitad de sus vidas, era que muy a menudo se quedaban absortos en la búsqueda de conocimientos, en la artesanía y en varias ambiciones intelectuales o artísticas a niveles mucho mayores que lo normal. Era el caso sobre todo de los hombres.

 

La muerte prematura, por razones de enfermedad o accidente, ocurría muy raras veces en los primeros siglos. Los númenóreanos reconocían que esto se debía a la «gracia de los valar» (que podría negarse en general, o en casos particulares, si no se lo merecían): la tierra estaba bendecida, y todas las cosas, entre ellas el mar, los acogían con amabilidad. Además, la gente, alta y fuerte, era ágil y extremadamente «consciente»: es decir, podían controlar sus acciones corporales, y cualquier herramienta o material que manejaban, y raras veces realizaban movimientos despistados o torpes; y era difícil «pillarles desprevenidos». Por lo tanto, raras veces tenían accidentes. Y si ocurría, tenían un poder de recuperación y de autocuración que, aunque inferior al de los eldar, era mayor que el de los hombres de la Tierra Media. También entre las ciencias que estudiaron estaba la hröangolmë o la ciencia del cuerpo y las artes de la curación.

 

DEL MATRIMONIO Y LA CRIANZA

El deseo de matrimonio, engendramiento, embarazo y crianza de niños ocupaba un lugar menor en la vida de los númenóreanos, incluso entre las mujeres, que entre los hombres normales.[4]

Los númenóreanos eran estrictamente monógamos: por ley y por «tradición»: es decir, por la tradición de los edain originales en torno a la conducta, que posteriormente fue reforzada por el ejemplo y las enseñanzas de los eldar. En los primeros siglos había pocos casos de quebrantamiento de la ley, o incluso de deseos de quebrantarla. Los númenóreanos, o dúnedain, todavía eran, por emplear un término nuestro, «hombres caídos»; pero eran descendientes de antepasados que, en general, se habían mostrado completamente arrepentidos, detestando todas las corrupciones de la «Sombra»; y habían recibido una gracia especial. Por lo general, tenían poca inclinación por la lujuria, la avaricia, el odio, la crueldad y la tiranía, y detestaban conscientemente estas cosas. Evidentemente, no todos eran tan nobles. La malicia existía entre ellos, pero al principio apenas se dejaba ver. Porque no eran elegidos por ninguna prueba más allá de su pertenencia a las tres casas de los edain. Entre ellos, sin duda, había algunos vestigios de los hombres salvajes y los renegados de los tiempos antiguos, y posiblemente (aunque no se puede afirmar) verdaderos sirvientes conscientes del Enemigo.

Un segundo matrimonio sí estaba permitido, por la ley tradicional, si una de las partes moría joven, dejando a la otra con pleno vigor y aún con una necesidad o un deseo de tener hijos; pero estos casos eran, evidentemente, muy poco habituales.

 

La ley—o más bien costumbre—más tardía, mediante la cual los miembros de la casa real (especialmente el sucesor) solo se casaban con miembros del linaje de Elros no fue posible en las primeras generaciones. Pero en los días de Tar-Aldarion, o hacia el año 1000, había numerosos descendientes de Elros que eran suficientemente divergentes en cuanto a grado de parentesco. Los matrimonios entre personas con un parentesco más cercano que primo segundo estaban prohibidos hasta los últimos días de la Sombra, incluso en la casa real. Esta regla de matrimonios reales nunca fue legislada, pero se convirtió en una costumbre motivada por el orgullo: era un síntoma del crecimiento de la Sombra, ya que solo se volvió rígida cuando la distinción entre el linaje de Elros y otras familias, en cuanto a esperanza de vida, vigor o aptitudes, había disminuido o desaparecido por completo.

 

DE LOS PASATIEMPOS

Númenor era una tierra de paz; en la isla no hubo guerras ni conflictos hasta los últimos años. Pero el pueblo descendía de gente de carácter duro y belicoso. La energía de los hombres quedó transferida principalmente a los diferentes oficios; pero también dedicaron mucho tiempo a los juegos y a practicar deportes físicos. A los niños y los jóvenes les encantaba vivir, cuando podían, en libertad bajo las estrellas y viajar a pie a las partes más inhóspitas de la tierra. Muchos practicaban la escalada. No había grandes montañas en Númenor. La montaña sagrada del Meneltarma se encontraba cerca del centro de la isla; pero tenía poco más de 900 metros de altura, y se ascendía por un camino que lo circundaba como una espiral desde su base austral (cerca de la cual se encontraba el valle de las tumbas, donde estaban enterrados los reyes) hasta su cumbre. Pero en el norte y noroeste, y también en el suroeste, había regiones rocosas y montañosas, con algunas cimas que alcanzaban unos 600 metros de altura. Sin embargo, a los escaladores más intrépidos les atraían sobre todo los acantilados. Los acantilados de Númenor alcanzaban en algunos lugares grandes altura, sobre todo en las costas occidentales, y eran el hábitat de innumerables aves.

Númenóreanos por Alan Lee

 

El deleite principal de los hombres más fuertes era el mar: nadaban, se zambullían o competían en embarcaciones pequeñas propulsadas por remos o por el viento. Los más duros se dedicaban a la pesca: había abundancia de peces, una de las principales fuentes de alimentación en Númenor. Las ciudades grandes y medianas, donde se juntaban muchas personas, estaban en las costas. La clase especial de marineros, que fue ganando importancia y estima, provenía sobre todo de los pescadores. Al principio, las embarcaciones númenóreanas, que seguían dependiendo en gran medida de los modelos de los eldar, solo eran usadas para pescar, o en viajes costeros de puerto en puerto. Pero gracias a sus estudios e inventos, los númenóreanos no tardaron en mejorar su arte de construcción de barcos, hasta que ya eran capaces de viajar lejos, por el Gran Mar. En el año 600 de la Segunda Edad, Vëantur, capitán de los barcos del rey bajo Tar-Elendil, consiguió por primera vez realizar un viaje de ida y vuelta a la Tierra Media. Llevó su nave Entulessë (‘Retorno’) a Mithlond, aprovechando los vientos primaverales (que a menudo soplaban con fuerza y de manera incesante desde el Oeste), y regresó en el otoño del año siguiente. Después de aquello, para los hombres de Númenor, la navegación se convirtió en el principal cauce para mostrar su valentía y resistencia. Aldarion, hijo de Tar-Meneldur, formó el gremio de los aventureros, al que pertenecían todos los marineros probados, y muchos jóvenes de las regiones del interior también pedían la admisión al mismo.

Las mujeres apenas tomaban parte en estas cosas, aunque por lo general se acercaban más a los hombres en estatura y fuerza de lo que suele ser habitual, y en su juventud eran ágiles y rápidas. Encontraban su mayor placer en la danza (en la que muchos hombres también tomaban parte) durante las celebraciones, o en su tiempo libre. Muchas mujeres conseguían gran fama como bailarinas, y la gente viajaría lejos para ver su arte. Sin embargo, no amaban mucho el mar. Si era necesario, viajaban en las embarcaciones costeras de puerto en puerto, pero no les gustaba pasar mucho tiempo a bordo de ellas, ni pasar una noche en un barco. Incluso en los pueblos de pescadores, las mujeres raras veces tomaban parte en la navegación. Sin embargo, casi todas las mujeres sabían montar a caballo y los trataban con honor, proporcionándoles cobijo más noble que a cualquier otro animal doméstico. Los establos de un hombre poderoso a menudo eran tan grandes y hermosos de ver como su propia casa. Tanto los hombres como las mujeres montaban a caballo por placer.

 

Los númenóreanos usaban caballos para viajar y por el placer de montar, pero no tenían mucho interés en usarlos para carreras de velocidad. Había muestras deportivas de destreza, tanto del caballo como del jinete, pero las exhibiciones de entendimiento entre el amo y el animal eran las más apreciadas. Los númenóreanos entrenaban a sus caballos para oír y comprender las llamadas (a viva voz o mediante silbidos) a una gran distancia; también, cuando había un fuerte amor entre los hombres o las mujeres y sus monturas preferidas, podían llamarlos (o eso dicen en los cuentos antiguos) mediante el pensamiento, en caso de necesidad.

Ocurría lo mismo con sus perros. Los númenóreanos criaban perros, sobre todo en la campiña, en parte por tradiciones ancestrales, puesto que ya no tenían muchas funciones de utilidad. Los númenóreanos no cazaban por motivos deportivos ni por conseguir comida; y solo en algunos lugares, en las fronteras de las tierras salvajes, tenían necesidades reales de perros guardianes. En las regiones donde criaban ovejas, como la de Emerië, tenían perros adiestrados para ayudar a los pastores. En los primeros siglos, los hombres de la campiña también entrenaban a sus perros para ayudarles a ahuyentar o a seguir el rastro de depredadores o aves rapaces (que para los númenóreanos no era más que una labor ocasional de necesidad, no un entretenimiento). Rara vez se veían perros en las ciudades. En las granjas nunca los encadenaban o ataban, pero tampoco dormían dentro de las casas de los hombres; eso sí, a menudo se les dejaba entrar en la solma o sala central, donde estaba el principal fuego de la casa: sobre todo los perros más viejos y fieles que llevaban sirviendo mucho tiempo, o a veces los cachorros. Los hombres, más que las mujeres, tenían afición por los perros como «amigos». A las mujeres les gustaban más las aves y los animales salvajes (o «libres»), especialmente las ardillas, muy numerosas en las tierras boscosas.

De estos asuntos se habla más en otro lugar, acerca de los animales domésticos (o «de propiedad») de Númenor, de los animales y aves autóctonos, y los importados.[5]

 

DE LAS CARRETERAS Y MEDIOS DE TRANSPORTE

El caballo, además, era el principal medio de transporte rápido de un lugar a otro; en las ceremonias oficiales, tanto los hombres como las mujeres de cierta categoría, incluso las reinas, irían montados en medio de su escolta o comitiva.

Los caminos del interior de Númenor eran en su mayoría «caminos de herradura» no pavimentados, construidos y mantenidos para el transporte a caballo. Los coches y carruajes de transporte se usaban poco en los primeros siglos; porque los transportes más pesados iban sobre todo por mar. El camino principal y más antiguo, adecuado para las ruedas, se extendía desde Rómenna, el puerto más grande en el este, en dirección al noroeste hasta la ciudad real de Armenelos (a 64 kilómetros), y de allí al valle de las tumbas y al Meneltarma. Pero este camino fue rápidamente alargado hacia Ondosto, al otro lado de la frontera de Forostar (o Tierras del Norte), y de allí en línea recta hacia el oeste, hasta Andúnië en Andustar (o las Tierras del Oeste); sin embargo, se usaba poco para carromatos hechos para viajar, sino que principalmente se empleaba para lo que estaba hecho: vagones cargados con madera, que abundaba en las Tierras del Oeste, o con piedras de las Tierras del Norte, la más apreciada para la construcción.

Los barcos de los dúnedain por Ted Nasmith

 

DE LAS ARMAS Y ARTERSANÍAS

Los edain llevaron consigo a Númenor el conocimiento de múltiples artesanías, y a muchos artesanos que habían aprendido de los eldar, además de las ciencias y tradiciones que les eran propias. Pero pudieron transportar pocos materiales salvo los destinados a las herramientas de sus artesanías; y, durante mucho tiempo, todos los metales de Númenor fueron metales preciosos. Pues los eldar habían traído muchos tesoros de oro y plata y también gemas; pero no encontraron esas cosas en Númenor. Las amaban por su belleza, y en días posteriores fue este amor lo que por primera vez despertó en ellos la codicia, cuando cayeron bajo el poder de la Sombra y se volvieron orgullosos e injustos en su trato con las gentes pequeñas de la Tierra Media. De los elfos de Eressëa, en los tiempos en que eran amigos, recibieron regalos en oro y plata y joyas; pero en los primeros siglos estas cosas fueron raras y muy apreciadas, hasta que el poder de los reyes llegó a las costas orientales de la Tierra Media. También disponían de plomo. Lo que más necesitaban era hierro y acero para las herramientas de los artesanos y las hachas de los leñadores.

 

Algunos metales descubrieron en Númenor, y a medida que se hacían más hábiles en minería y fundición y herrería, los objetos de hierro y de cobre se convirtieron en cosas corrientes. Entre los artífices de los edain se contaban forjadores de armas, e, instruidos por los noldor, llegaron a forjar excelentes espadas, hojas de hacha, y cabezas de lanza y cuchillos. El gremio de los forjadores de armas hacía todavía espadas para preservar la tradición artesanal, pero dedicaban casi todo el tiempo a la hechura de herramientas de uso pacífico. El rey y la mayor parte de los grandes capitanes tenían espadas, pero recibidas casi todas como herencia de familia; y alguna vez todavía regalaban una espada a sus herederos. Se forjaba una espada nueva para dársela al heredero del trono el día en que se le confiriera el título. Pero nadie llevaba espadas en Númenor, ni siquiera en los días de las guerras de la Tierra Media, salvo cuando se trataba de armarse para una batalla; y durante largos años fueron pocas en verdad las armas de intención guerrera que allí se hicieron. Tenían hachas y lanzas y arcos. El oficio de los maestros arqueros era importante. Fabricaban arcos de muchos tipos: arcos largos y más pequeños, sobre todo aquellos que los jinetes usaban para tirar desde el lomo de un caballo; y también inventaron ballestas, que al principio se usaban sobre todo contra las aves rapaces. El tiro con arco era uno de los grandes deportes y entretenimiento de los hombres; y uno en el que participaban las mujeres. Estando de pie, los hombres númenóreanos, altos y poderosos, podían tirar con rapidez y precisión con grandes arcos largos, cuyas astas volaban grandes distancias (hasta unos 600 metros), y a distancias más cortas tenían gran poder de penetración. En días posteriores, en las guerras de la Tierra Media, los arcos más temidos fueron los de los númenóreanos. «Los hombres del mar—se decía—, envían por delante de ellos una gran nube, como una lluvia de serpientes o un granizo negro acerado.» Y en esos días las cohortes de los arqueros del rey utilizaban arcos de acero hueco, con flechas de plumas negras de una ana de largo desde la punta a la hendidura.

La espada del rey era en verdad Aranrúth, la espada de Elu Thingol de Doriath en Beleriand, que había recibido Elros de Elwing, su madre. Entre las cosas heredadas se contaban también el anillo de Barahir, la gran hacha de Tuor, padre de Eärendil, y el arco de Bregor de la casa de Bëor. Sólo el anillo de Barahir, padre de Beren el Manco, sobrevivió a la caída; porque Tar-Elendil se lo dio a su hija Silmariën y fue preservado en la casa de los señores de Andúnië, de los cuales el último fue Elendil el Fiel, que huyó del desastre de Númenor a la Tierra Media.

Pero durante mucho tiempo los tripulantes de las grandes naves númenóreanas andaban sin armas entre los hombres de la Tierra Media; y aunque tenían hachas y arcos a bordo para derribar árboles e ir de caza en las salvajes costas, no los llevaban consigo cuando buscaban la compañía de los hombres del país. Fue en verdad lamentable, cuando la Sombra barrió las costas y los hombres de quienes se habían hecho amigos se volvieron temerosos y hostiles, que el hierro fuera utilizado contra ellos por las mismas gentes a quienes habían instruido.

 

IV.TAR-MINYATUR Y LA PROHIBICIÓN DE LOS VALAR

 

AKALLABÊTH

 Ahora bien, Elros y su hermano Elrond descendían de las tres casas de los edain, pero en parte también de los eldar y los maiar; porque Idril de Gondolin y Lúthien hija de Melian fueron sus antepasadas. Los valar, por cierto, no podían quitar el don de la muerte, que les ha sido dado a los hombres por Ilúvatar, pero en la cuestión de los medio elfos, Ilúvatar decidió que los valar juzgaran; y ellos juzgaron que a los hijos de Eärendil había que darles la libertad de que eligieran su propia suerte. Y Elrond eligió permanecer con los primeros nacidos, y a él se le concedió la vida de los primeros nacidos. Pero a Elros, que eligió ser un rey de hombres, se le otorgó una vida muy prolongada, mucho más que la de los hombres de la Tierra Media; y el linaje entero, los reyes y los señores de la casa real, tuvieron una larga vida, aún en relación con lo que era la norma para los númenóreanos.

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 I.           Elros Tar-Minyatur

Nació cincuenta y ocho años antes de empezar la Segunda Edad. Elros tuvo cuatro hijos: tres varones, Vardamir Nólimon, Manwendil, y Atanalcar y una hija (la segunda en nacer) Tindómiel.

Se dice que el reino de Númenor se inició en el año treinta y dos de la Segunda Edad, cuando Elros, hijo de Eärendil, ascendió al trono en la ciudad de Armenelos cuando tenía noventa años. En adelante se lo conoció en el Pergamino de los Reyes con el nombre de Tar-Minyatur; pues era costumbre de los reyes tomar sus títulos de la lengua quenya o del alto élfico, por ser ésta la más noble de las lenguas del mundo, y esa costumbre se mantuvo hasta los días de Ar-Adûnakhôr (Tar-Herunúmen). Conservó todo su vigor hasta los quinientos años y dejó la vida en el año 442, después de haber reinado cuatrocientos diez años  porque a los númenóreanos se les había otorgado una larga vida y se mantenían en pleno vigor durante tres veces la duración de la vida de los hombres mortales de la Tierra Media; pero al hijo de Eärendil se le concedió la vida más larga nunca concedida a hombre alguno, y a sus descendientes una duración menor. Aunque más prolongada que a los otros, aún entre los númenóreanos; y así fue hasta la llegada de la Sombra, cuando los años de los númenóreanos empezaron a menguar.

Elros Tar-Minyatur por Alan Lee

  

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICES

 Los descendientes de Elros tuvieron larga vida, pero siguieron siendo mortales. Más tarde, cuando se volvieron poderosos, lamentaron amargamente la elección que había hecho Elros, pues deseaban la inmortalidad en el curso de la vida del mundo, que era el hado de los eldar, y murmuraron contra la Prohibición

 

AKALLABÊTH

 Así transcurrieron los años, y mientras la Tierra Media retrocedía y la luz y la sabiduría menguaban los dúnedain vivían bajo la protección de los valar y unidos en amistad con los eldar, y crecían en altura, tanto de mente como de cuerpo. Porque, aunque este pueblo todavía hablaba su propio idioma, los reyes y señores conocían y hablaban también la lengua élfica, que habían aprendido en los días de la alianza, y por tanto aún conversaban con los eldar, fuera con los de Eressëa o con los del oeste de la Tierra Media. Y los maestros de la ciencia aprendieron también la lengua alto eldarin del Reino Bendecido, en la que muchas historias y cantos se preservaron desde el principio del mundo, e hicieron cartas y pergaminos y libros, y en ellos escribieron muchas cosas de sabiduría y de maravilla durante el apogeo del reino, todo lo cual está ahora olvidado. Así fue que además de sus propios nombres todos los señores de los númenóreanos tenían también nombres eldarin; y lo mismo sucedía con las ciudades y hermosos sitios que fundaron en Númenor y en las costas de las tierras de Aquende

 

Porque los dúnedain se convirtieron en maestros artífices, de modo que si lo hubieran querido podrían haber sobrepasado con facilidad a los malvados reyes de la Tierra Media en estrategia de guerra y en la forja de armas; pero ahora eran hombres de paz. Por sobre todas las artes prefirieron la fabricación de barcos y la marinería, y se convirtieron en marineros como no volverán a verse desde que el mundo quedó menguado, y viajar por el ancho mar fue la hazaña y la aventura principal de esos hombres atrevidos en los galanos días en que aún eran jóvenes.

Pero los Señores de Valinor les ordenaron que no perdiesen de vista las costas de Númenor si viajaban hacia el oeste, y durante mucho tiempo los dúnedain estuvieron contentos, aunque no comprendían del todo la finalidad de esta prohibición. Pero el designio de Manwë era que los númenóreanos no tuvieran la tentación de buscar el Reino Bendecido, ni intentaran sobrepasar los límites de su propia beatitud, y se enamoraran de la inmortalidad de los valar y de los eldar y las tierras en las que todo perdura.

Porque en aquellos días Valinor estaba aún en el mundo visible, e Ilúvatar permitía que los valar tuvieran en la Tierra una residencia segura, un monumento a lo que podría haber sido si Morgoth no hubiera arrojado una sombra sobre el mundo. Esto lo sabían perfectamente los númenóreanos; y en ocasiones, cuando el aire estaba claro y el sol en el este miraban y avistaban allá lejos al oeste el blanco resplandor de una ciudad en una costa distante, y un gran puerto y una torre. Porque en aquellos días los númenóreanos tenían la vista aguda; aun así, sólo los de ojos más penetrantes podían contemplar esta visión, desde el Meneltarma, o desde algún barco de alta arboladura que hubiera ido tan lejos hacia el oeste como les estaba permitido. Porque no se atrevían a desobedecer la Prohibición de los Señores del Occidente. Pero los más sabios de ellos sabían que esa tierra distante no era en verdad el Reino Bendecido de Valinor, sino Avallónë, el puerto de los eldar en Eressëa, el extremo oriental de las Tierras Imperecederas. Y desde allí venían a veces los primeros nacidos a Númenor en barcas sin remos, tan blancas como aves que volaran desde el sol poniente. Y llevaban a Númenor muchos regalos: aves cantoras, y flores fragantes, y hierbas de gran virtud. Y transportaron un vástago de Celeborn, el árbol blanco que crecía en medio de Eressëa, y era a su vez vástago de Galathilion, el árbol de Túna, la imagen de Telperion que Yavanna dio a los eldar en el Reino Bendecido. Y el árbol creció y floreció en los patios del rey en Armenelos; Nimloth se llamó, y las flores se abrían al atardecer, y una fragancia llenaba las sombras de la noche.

 

V.EL REINO DE KHAZAD-DÛM

 

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICES

 En lo que concierne al principio de los enanos, los eldar tanto como los enanos mismos cuentan historias extrañas, pero muy anteriores a nuestros días, y de las que poco se dirá aquí. Durin es el nombre que daban los enanos al mayor de los siete padres de la raza, y el antecesor de todos los reyes de los barbiluengos. Dormía solo, hasta que, en las profundidades del tiempo y el despertar de aquel pueblo, se marchó a Azanulbizar, y moró en las cuevas sobre Kheled-zâram, al este de las montañas Nubladas, donde las Minas de Moria fueron luego celebradas en cantos.

 

Khazad-Dûm por Alan Lee

 

Allí vivió tanto tiempo que se lo conoció hasta muy lejos como Durin el Inmortal. No obstante, al fin murió, antes de que terminaran los Días Antiguos, y su tumba estaba en Khazad-dûm; pero su linaje no terminó nunca y cinco veces nació un heredero en la casa, tan parecido al anterior que todos recibieron el nombre de Durin. Los enanos sostenían en verdad que era el Inmortal que había vuelto; pues tienen muchos cuentos y creencias extraños acerca de sí mismos y del destino que les espera en el mundo.

Al cabo de la Primera Edad el poder y la riqueza de Khazad-dûm se habían acrecentado sobremanera, porque mucha gente y mucha ciencia y artesanías la habían enriquecido, cuando las antiguas ciudades de Nogrod y Belegost en las montañas Azules se arruinaron con el quebrantamiento de Thangorodrim.

El poder de Moria sobrevivió a través de los Años Oscuros y el dominio de Sauron, porque aunque Eregion se destruyó y Moria cerró sus puertas, las estancias de Khazad-dûm eran demasiado fuertes y profundas, y colmadas de un pueblo demasiado numeroso y valiente como para que Sauron pudiera conquistarlas desde fuera. De este modo la riqueza de Khazad-dûm permaneció intacta largo tiempo, aunque su pueblo empezó a declinar.

 


 VI.DE SAURON EL MAIA

 

DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD

 Desde tiempos remotos fue Sauron el maia, a quien los sindar en Beleriand llamaron Gorthaur. En el principio de Arda, Melkor lo sedujo ganándolo como aliado, y llegó a convertirse en el más grande y el más seguro de los servidores del Enemigo, y en el más peligroso, porque podía asumir distintas formas, y durante mucho tiempo, si así lo quería, podía parecer hermoso y noble, de modo que era capaz de engañar a todos, salvo a los más precavidos.


Sauron y Ëonwë por Alan Lee

 

Cuando Thangorodrim fue destruida y Morgoth vencido, Sauron se atavió otra vez con lúcidos colores, prometió obediencia a Eönwë, el Heraldo de Manwë, y abjuró de todo el mal que había hecho. Y dicen algunos que en un principio no lo hizo con falsedad, y que en verdad estaba arrepentido, aunque sólo por miedo, perturbado por la caída de Morgoth y la gran cólera de los Señores del Occidente. Pero Eönwë no tenía poder para perdonar a quienes eran sus pares, y mandó a Sauron que volviera a Aman para ser allí juzgado por Manwë. Entonces Sauron se avergonzó, y no quería regresar humillado, y aceptar quizá de los valar una sentencia de larga servidumbre, como prueba de buena fe; porque había tenido mucho poder bajo Morgoth. Por tanto, cuando Eönwë partió, él se escondió en la Tierra Media; y recayó en el mal, porque las ligaduras con que Morgoth lo había atado eran muy fuertes.

 

Durante la Gran Batalla y los tumultos de la caída de Thangorodrim hubo en la tierra fuertes convulsiones, y Beleriand quedó quebrantada y yerma; y en el norte y en el oeste muchas tierras se hundieron bajo las aguas del Gran Mar. En el este, en Ossiriand, los muros de Ered Luin se quebraron, y una gran hendedura se abrió hacia el sur, y el mar penetró y formó un golfo. Sobre ese golfo se precipitaba el río Lhûn por un nuevo curso, y por tanto se lo llamó el golfo de Lhûn. Tiempo atrás ese país había sido llamado Lindon por los noldor, y este nombre tuvo en adelante; y muchos de los eldar vivían allí todavía, demorándose, sin deseos de abandonar Beleriand, donde durante tanto tiempo habían luchado y trabajado. Gil-galad hijo de Fingon[6], era el rey, y con él estaba Elrond el medio elfo, hijo de Eärendil el Marinero y hermano de Elros, primer rey de Númenor.

Khazad-dûm por Alan Lee


En las costas del golfo de Lhûn los elfos construyeron puertos, y los llamaron Mithlond; y eran muy protegidos, y allí había muchos barcos. Desde los Puertos Grises los eldar se hacían de vez en cuando a la mar, huyendo de la oscuridad de los días de la Tierra; porque por gracia de los valar, los primeros nacidos aún podían seguir el Camino Recto y regresar, si así lo querían, junto con los hermanos de Eressëa y Valinor más allá de los mares circundantes.

Otros eldar hubo que por aquel tiempo cruzaron las montañas de Ered Luin y penetraron en las tierras interiores. Muchos de ellos eran teleri, sobrevivientes de Doriath y Ossiriand, y establecieron reinos entre los elfos de la floresta en bosques y montañas, lejos del mar, por el que no obstante siempre sintieron mucha nostalgia. Sólo en Eregion, que los hombres llamaron Hollin, tuvieron los elfos de raza noldorin un reino perdurable, más allá de las Ered Luin. Eregion estaba cerca de las grandes mansiones de los enanos, que se llamaban Khazad-dûm, pero los elfos las llamaron Hadhodrondy después Moria. Desde Ost-in-Edhil, la ciudad de los elfos, la ruta iba hacia el portal occidental de Khazad-dûm, porque hubo amistad entre elfos y enanos, tal como no se conoció otra igual, para enriquecimiento de ambos pueblos. En Eregion, los artífices de los gwaith-i-mírdain, el pueblo de los orfebres, sobrepasaban en habilidad a todos cuantos hubiera habido, excepto a Fëanor; y en verdad el más hábil era Celebrimbor hijo de Curufin, que se separó de su padre y se quedó en Nargothrond cuando Celegorm y Curufin fueron expulsados, como se narra en el Quenta Silmarillion.

 

En otros lugares de la Tierra Media hubo paz por muchos años; no obstante, las tierras eran casi todas salvajes y desoladas, salvo el sitio al que llegó el pueblo de Beleriand. Numerosos elfos moraron allí, por cierto, como habían morado durante incontables años, errando libremente por las vastas tierras lejos del mar; pero eran avari, que conocían los hechos de Beleriand sólo como rumores, y Valinor sólo como un nombre distante. Y en el sur y en el este lejano los hombres se multiplicaron; y la mayor parte de ellos se inclinó al mal, pues Sauron trabajaba ahora.

 

Al ver la desolación del mundo, Sauron se dijo que los valar, después de haber derrocado a Morgoth, habían olvidado otra vez la Tierra Media; y su orgullo creció de prisa. Miraba con odio a los eldar, y temía a los hombres de Númenor que volvían a veces en sus barcos a las costas de la Tierra Media; pero por mucho tiempo disimuló sus pensamientos y ocultó los oscuros designios que estaba tramando.

  

VII.LA FUNDACIÓN DE EREGION

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 Galadriel era hija de Finarfin y hermana de Finrod Felagund fue bien recibida en Doriath porque su madre Eärwen, hija de Olwë, era teleri y sobrina de Thingol, y porque el pueblo de Finarfin no había tenido parte en la Matanza de los Parientes en Alqualondë; y se hizo amiga de Melian. En Doriath conoció a Celeborn, nieto de Elmo, el hermano de Thingol. Por amor a Celeborn, que no quería abandonar la Tierra Media [y quizá por cierto orgullo personal, pues ella había estado entre aquellos que habían querido habitar en la Tierra Media], no volvió al Oeste después de la caída de Melkor, y cruzó Ered Lindon con Celeborn y llegó a Eriador. Cuando se internaron en esa región, había muchos noldor con ellos, y también elfos grises y elfos verdes; y por un tiempo habitaron a orillas del lago Nenuial (Evendim, al norte de La Comarca). Celeborn y Galadriel llegaron a ser considerados el señor y la señora de los eldar en Eriador incluyendo los grupos errantes de origen nandorin que nunca habían ido al oeste de Ered Lindon y descendieron a Ossiriand. Durante el viaje, cerca de Nenuial, nació Amroth, en fecha incierta, entre los años 350 y 400 [No se precisa el tiempo ni el lugar del nacimiento de Celebrían, aquí o más tarde en Eregion, o aún más tarde en Lórien.]

He dicho ya que si cuando se escribió El Señor de los Anillos Amroth hubiera sido concebido como el hijo de Galadriel y Celeborn, algo tan importante no habría dejado de mencionarse. Pero, de cualquier manera, este parentesco fue luego dejado de lado. Fue rey de Lórien después de que su padre, Amdír, fuera muerto en la Batalla de Dagorlad [en el año 3434 de la Segunda Edad].

Pero finalmente Galadriel se dio cuenta de que Sauron, como en los viejos días del cautiverio de Melkor, estaba otra vez moviéndose en las sombras. O, más bien, como Sauron no tenía todavía un nombre singular, y no se había advertido que sus acciones procedieran de un único espíritu maligno, sirviente primordial de Melkor, comprendió que cierta voluntad maléfica obraba en el mundo, y que parecía proceder de una fuente lejana del este, más allá de Eriador y las montañas Nubladas.

Celeborn y Galadriel, por tanto, se dirigieron hacia el este en el año 700 poco más o menos, y fundaron el principal (pero no el único) reino noldorin de Eregion. Puede que Galadriel escogiera este sitio porque sabía de los enanos de Khazad-dûm (Moria). En la ladera oriental de Ered Lindon habían vivido y vivían aún algunos enanos; allí se habían levantado las muy antiguas mansiones de Nogrod y Belegost, no lejos del Nenuial; pero la mayor parte de las fuerzas habían sido trasladadas a Khazad-dûm. Celeborn no sentía simpatía por los enanos de raza alguna (como se lo mostró a Gimli en Lothlórien), y nunca les perdonó la parte que les cupo en la destrucción de Doriath; pero sólo el ejército de Nogrod había intervenido en el ataque, y había sido destruido en la batalla de Sarn Athrad. Los enanos de Belegost se sintieron consternados ante esta calamidad, y temían sus consecuencias, y se apresuraron así en marchar hacia el este para llegar a Khazad-dûm. De este modo, es posible suponer que los enanos de Moria hayan sido inocentes de la ruina de Doriath, y no fueran hostiles a los elfos. De cualquier modo, Galadriel fue más previsora en esto que Celeborn; y advirtió desde un comienzo que la Tierra Media no podía quedar a salvo del «residuo de mal» que Morgoth había dejado, salvo que todos los pueblos se unieran para oponérsele, según la capacidad de cada uno. Miraba también a los enanos con ojos de militar, y veía en ellos a los mejores soldados para oponerse a los orcos. Además, Galadriel era una noldo, y sentía una natural simpatía por las mentes de los enanos y por la pasión con que se dedicaban a distintas artesanías; una simpatía mucho más profunda que la que se daba en muchos de los eldar: los enanos eran «los hijos de Aulë», y Galadriel, como muchos de entre los noldor, había sido discípula de Aulë y Yavanna en Valinor.

Narvi por Alan Lee

 

Galadriel y Celeborn tenían en su compañía a un artesano noldorin llamado Celebrimbor [hijo de Curufin, quinto hijo de Fëanor, que se separó de su padre y permaneció en Nargothrond cuando Celeborn y Curufin fueron expulsados.] Celebrimbor tenía «por las artesanías una obsesión casi propia de los enanos»; y pronto se convirtió en el principal artífice de Eregion, manteniendo una estrecha relación con los enanos de Khazad-dûm, entre los cuales su mejor amigo fue Narvi. [En la inscripción sobre la puerta occidental de Moria, se leían las palabras: Im Narvi hain echant: Celebrimbor o Eregion teithant i thiw hin; «Yo, Narvi, las hice. Celebrimbor de Hollin trazó estos signos»]. Tanto los elfos como los enanos obtuvieron gran provecho de esta asociación; de modo que Eregion se volvió mucho más fuerte y Khazad-dûm mucho más hermosa que lo que hubieran llegado a ser por sí mismas.

La construcción de la ciudad principal de Eregion, Ost-in-Edhil [Fortaleza de los Eldar], comenzó aproximadamente en el año 750 de la Segunda Edad [la fecha que la Cuenta de los Años asigna a la fundación de Eregion por los noldor].

 


 VIII.LOS REYES DE NÚMENOR HASTA TAR-ELENDIL

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 II.        Vardamir Nólimon

Nació en el año 61 de la Segunda Edad y murió en el 471. Se le dio el nombre de Nólimon porque sobre todas las cosas amaba las historias antiguas que recogía de elfos y de hombres. Cuando Elros partió, él tenía 381 años, y no ocupó el trono, y cedió el cetro a su hijo. Se lo considera, no obstante, el segundo de los reyes, como si hubiera reinado un año. Fue costumbre en adelante hasta los días de Tar-Atanamir que el rey pudiese ceder el cetro a su sucesor antes de morir; y los reyes morían voluntariamente, todavía en pleno vigor mental. Tuvo cuatro hijos: Amandil, Vardilmë (hija), Aulendil y Nolondil.

 

III.     Tar-Amandil

Era el hijo de Vardamir Nólimon y nació el año 192. Gobernó 148 años y cedió el cetro en 590; murió en el año 603. Fue realmente el segundo de los reyes, debido a que su padre había decidido no ascender al trono. Su nombre quiere decir amigo de Aman. Tar-Amandil tuvo dos hijos, Elendil y Eärendur, y una hija, Mairen.

 

IV.      Tar-Elendil

Fue hijo de Tar-Amandil y nació en el año 350. Gobernó ciento cincuenta años y cedió el cetro en 740; murió en 751. Se lo llamó también Parmaitë, pues de su propia mano compuso muchos libros y leyendas con las historias recogidas por su abuelo. Se casó a edad avanzada, y su vástago mayor fue una niña, Silmariën, nacida en el año 521‚ y se casó con Elatan de Andúnië, cuyo hijo fue Valandil. De Valandil provinieron los señores de Andúnië, de los cuales el último fue Amandil, padre de Elendil el de Alta Talla, que fue a la Tierra Media después de la Caída. Durante el reinado de Tar-Elendil los barcos de los númenóreanos llegaron por primera vez a la Tierra Media. Su segunda hija, Isilmë, nació en el 532 y su hijo, Meneldur en el año 543, el cual debido a la ley por la cual una mujer no podía ascender al trono, se convertiría en el siguiente rey de Númenor.

Silmariën por Alan Lee


 

IX.DE ALDARION Y ERENDIS

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

LA LLEGADA DE LOS NÚMENÓREANOS A LA TIERRA MEDIA

Nota de Christopher Tolkien a la historia de Aldarion y Erendis:

En un ensayo filológico posterior hay una descripción del primer encuentro de los númenóreanos con los hombres de Eriador por ese entonces:

«Habían transcurrido seiscientos años desde la partida de los sobrevivientes de los atani [edain] por mar hacia Númenor, cuando un barco vino otra vez del este a la Tierra Media y recorrió el golfo de Lhûn. El capitán y los marineros fueron bien recibidos por Gil-galad; y así empezó la amistad y la alianza entre Númenor y los eldar de Lindon. La noticia cundió de prisa y los hombres de Eriador se asombraron. Aunque en la Primera Edad habían vivido en el este, habían oído rumores de la terrible guerra “más allá de las montañas del oeste[es decir, Ered Luin]; pero en las tradiciones de Eriador no se conservó una clara historia de estos acontecimientos, y creían que todos los hombres que vivían en las tierras de más allá habían sido destruidos o se habían ahogado en los grandes tumultos del fuego y la invasión de los mares. Pero como se decía todavía entre ellos que en un pasado inmemorial habían estado emparentados con esos hombres, enviaron mensajeros a Gil-galad pidiendo autorización para ver a los marineros “que habían retornado de la muerte en las profundidades del mar”. Así fue que hubo un encuentro entre ellos en las colinas de la Torre; y a ese encuentro con los númenóreanos sólo doce asistieron de los hombres de Eriador, hombres de elevado corazón y coraje, pues la mayor parte de la gente temía que los recién llegados fueran peligrosos espíritus de los muertos. Pero cuando vieron a los marineros, ya no tuvieron miedo, aunque por un momento guardaron un silencio reverente; porque, aunque ellos mismos eran considerados hombres fuertes y poderosos, los marineros parecían más señores élficos que hombres mortales en porte y atuendo. No obstante, no tuvieron duda alguna acerca de su antiguo parentesco; y de igual modo, los marineros contemplaron con complacida sorpresa a los hombres de la Tierra Media, porque se creía en Númenor que los hombres dejados atrás descendían de los malvados que Morgoth había convocado desde el este en los últimos días de la guerra. Pero en cambio contemplaban caras libres de la Sombra, y hombres que podrían haberse paseado en Númenor sin que nadie los creyera forasteros, salvo por sus ropas y sus armas. Entonces, súbitamente, rompiendo el silencio tanto los númenóreanos como los hombres de Eriador se saludaron con palabras de homenaje y bienvenida en sus propias lenguas, como si les hablaran a amigos y parientes después de una larga separación. En un principio se sintieron desilusionados pues ninguna de las partes podía entender a la otra; pero cuando se unieron en amistad, descubrieron que compartían muchas palabras todavía claramente inteligibles, y otras que era posible comprender con atención, y lograron mantener conversaciones vacilantes sobre asuntos sencillos».

En otra parte del ensayo se explica que estos hombres vivían alrededor del lago Evendim, en las quebradas del norte y las colinas de los Vientos, y en las tierras intermedias hasta el Brandivino y aunque a menudo lo cruzaban hacia el oeste, no vivían allí. tenían relaciones amistosas con los elfos, aunque sentían por ellos un respeto venerable; y temían al mar y no querían mirarlo. Parece que en sus orígenes eran hombres de la misma cepa de los pueblos de Bëor y Hador, pero que no habían franqueado las montañas Azules para ir a Beleriand durante la Primera Edad.

 

LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA

 Los númenóreanos les enseñaron el habla, pues las lenguas de los hombres de la Tierra Media, excepto en las viejas tierras de los edain, habían decaído hasta la brutalidad y gritaban como aves chillonas o gruñían como bestias salvajes.

 

AKALLABETH

 Fue así que a causa de la Prohibición de los valar los dúnedain de aquellos días navegaban siempre hacia el este y no hacia el oeste, desde la oscuridad del norte hacia los calores del sur, y más allá del sur hasta las Oscuridades Abisales; y se internaban aún en el mar interior y viajaban alrededor de la Tierra Media, y atisbaban desde las elevadas proas las Puertas de la Mañana en el este. Y los dúnedain llegaban a veces a las costas de las Grandes Tierras, y se compadecían del mundo abandonado de la Tierra Media; y los señores de Númenor pusieron pie otra vez en las costas occidentales en los Años Oscuros de los hombres, y sin embargo ninguno se atrevía a resistirse. Porque la mayor parte de los hombres de esa época se habían vuelto débiles y temerosos. Y estando entre ellos, los númenóreanos les enseñaron muchas cosas. Grano y vino les llevaron, e instruyeron a los hombres en la siembra y molienda de la semilla, en el corte de la leña y la talla de la piedra, y en el ordenamiento de la vida tal como tenía que ser en tierras de muerte rápida y dicha escasa.

Entonces los hombres de la Tierra Media encontraron consuelo, y aquí y allí, en las costas occidentales, los bosques deshabitados retrocedieron, y los hombres se sacudieron el yugo de los vástagos de Morgoth y olvidaron el terror a las tinieblas. Y reverenciaron la memoria de los altos reyes del mar, y cuando hubieron partido, los llamaron dioses con la esperanza de que regresaran; porque por aquel tiempo los númenóreanos nunca se demoraban mucho en la Tierra Media, ni edificaban allí habitación propia. Por fuerza tenían que navegar hacia el este, pero sus corazones se volvían siempre hacia el oeste.

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

LA HISTORIA DE ALDARION Y ERENDIS

 

LOS VIAJES DE ALDARION

(..)Meneldur era el hijo de Tar-Elendil, el cuarto rey de Númenor. Era el tercero de la prole del rey, porque tenía dos hermanas mayores llamadas Silmariën e Isilmë. La mayor estaba casada con Elatan de Andúnië, y su hijo era Valandil, señor de Andúnië, de quien procedió mucho después el linaje de los reyes de Gondor y Arnor en la Tierra Media.

Meneldur era hombre de ánimo gentil, nada orgulloso, que prefería los ejercicios del pensamiento a los del cuerpo. Amaba profundamente la tierra de Númenor y todas las cosas que había en ella, pero no hacía ningún caso del mar circundante, porque su mente miraba más allá de la Tierra Media: estaba enamorado de las estrellas y de los cielos. Estudiaba todas las tradiciones de los eldar y los edain acerca de Eä y las profundidades que rodean el Reino de Arda, y se deleitaba sobre todo en la contemplación de las estrellas. Levantó una torre en las Forostar (la región del extremo septentrional de la isla), donde los aires eran más claros, y por la noche escrutaba el firmamento y observaba todos los movimientos de las luces que pueblan el cielo.

Cuando Meneldur recibió el cetro, abandonó, como le era forzoso, las Forostar, y vivió en la gran casa de los reyes en Armenelos. Fue un rey bondadoso y sabio, aunque nunca dejó de echar en falta los días en que podía aprender algo nuevo de los conocimientos celestes. La esposa de Meneldur era una mujer de gran belleza, de nombre Almarian. Era hija de Vëantur, capitán de las embarcaciones del rey en los días de Tar-Elendil; y aunque no amaba el mar y los barcos más que la mayor parte de las mujeres del país, su hijo se asemejaba más a Vëantur, el padre de ella, que a Meneldur, su propio padre.

El hijo de Meneldur y Almarian era Anardil, que alcanzó después renombre entre los reyes de Númenor como Tar-Aldarion. Tenía dos hermanas menores que él: Ailinel y Almiel, de las cuales la mayor se casó con Orchaldor, descendiente de la casa de Hador, hijo de Hatholdir, que era además íntimo amigo de Meneldur; y el hijo de Orchaldor y Ailinel era Soronto, que tiene intervención posterior en la historia.

Aldarion, porque así se lo llama en todos los relatos, no tardó en convertirse en un hombre de gran estatura, fuerte y vigoroso de mente y de cuerpo, de cabellos dorados como su madre, pronto para la risa y generoso, pero más orgulloso que su padre y más inclinado a hacer su propia voluntad. Desde un principio amó el mar, y tenía afición al arte de la fabricación de barcos. No le atraía el país del norte, y cuando el padre se lo permitía se pasaba todo el tiempo en las costas del mar, especialmente cerca de Rómenna, donde se encontraban el puerto principal de Númenor, el más grande astillero y los más hábiles carpinteros de barcos. El padre no le estorbó esta afición durante muchos años, complacido en que Aldarion hubiera encontrado cómo ejercitar su vigor, y trabajo para su mente y su mano.

Aldarion era muy querido de Vëantur, el padre de su madre, y se quedaba a menudo en la casa de Vëantur, en la orilla austral del estuario de Rómenna. Esa casa tenía su propio muelle, en el que había anclados muchos pequeños barcos, pues Vëantur nunca viajaba por tierra si podía hacerlo por mar; y allí, de niño, aprendió Aldarion a remar, y más adelante a manejar las velas. Y era todavía muy joven cuando ya capitaneaba un barco de muchos tripulantes y navegaba de puerto a puerto.

Vëantur por Alan Lee

 

Sucedió una vez que Vëantur dijo a su nieto: —Anardilya, se acerca la primavera y también el día de tu edad de hombre (porque ese abril Aldarion cumpliría veinticinco años). Tengo en mente un modo de celebrarlo de manera adecuada. Mucho más considerable es el peso de mis propios años y no creo que vaya a tener muchas veces el ánimo de abandonar mi hermosa casa y las bendecidas costas de Númenor; pero al menos quiero recorrer otra vez el Gran Mar y enfrentar el viento del norte y el este. Este año me acompañarás e iremos a Mithlond y veremos las altas montañas Azules de la Tierra Media, y a sus pies la verde tierra de los eldar. Una cálida bienvenida recibirás de Círdan el carpintero de barcos y del rey Gil-galad. Habla de esto con tu padre.

Cuando Aldarion habló de esta aventura, y pidió licencia para partir no bien los vientos de primavera fueran favorables, no se sintió Meneldur inclinado a concederla. Tuvo un escalofrío, como si su corazón adivinara que más había en eso de lo que su mente era capaz de prever. Pero cuando vio la cara ansiosa de su hijo, no dejó entrever nada. —Haz lo que tu corazón te dicte, onya—dijo—. Te echaré mucho en falta; pero con Vëantur como capitán y la gracia de los valar, viviré en la esperanza de tu retorno. Pero no te enamores de las Grandes Tierras, pues un día serás rey y padre de esta isla.

 

Así fue que una mañana de bello sol y claro viento, en la brillante primavera del año setecientos veinticinco de la Segunda Edad, el hijo del heredero del rey de Númenor se hizo a la mar desde tierra; y antes que el día acabara, la vio hundirse resplandeciente en el mar, y último de todos el pico del Meneltarma, como un dedo oscuro sobre la caída de la tarde.

Se dice que el mismo Aldarion escribió crónicas de todos sus viajes a la Tierra Media, y se preservaron largo tiempo en Rómenna, aunque después se perdieron. De este primer viaje poco se sabe, salvo que trabó amistad con Círdan y Gil-galad, y recorrió Lindon y el oeste de Eriador, y se maravilló de todo lo que veía. No regresó durante más de dos años, y Melendur se sentía sumamente intranquilo. Se dice que retrasó la vuelta porque quiso aprender todo lo que pudiera de Círdan, tanto de la construcción y la administración de navíos, como del levantamiento de muros que contuviesen el hambre del mar.

Hubo gran alegría en Rómenna y Armenelos cuando los hombres vieron el gran barco Númerrámar (que significa «Alas del Oeste») adelantarse sobre las olas con velas doradas, enrojecidas en el sol poniente. El verano había terminado y la Eruhantalë estaba cerca. Le pareció a Meneldur, cuando dio la bienvenida a su hijo en casa de Vëantur, que había crecido en estatura y que sus ojos eran más brillantes; pero miraba a lo lejos.

Aldarion regresa de su primer viaje por Ted Nasmith

 

—¿Qué viste, onya, en tus largos viajes, que prevalece ahora en tu memoria?

Pero Aldarion, que miraba al este hacia la noche, guardó silencio. Por fin respondió, pero en voz baja, como quien se habla a sí mismo: —¿El bello pueblo de los elfos? ¿Las verdes costas? ¿Las montañas coronadas de nubes? ¿Las regiones de nieblas y de sombras más allá de toda conjetura? No lo sé—. Calló, y Meneldur supo que no había dicho todo. Porque Aldarion se había enamorado del Gran Mar y de un barco solitario que navegara lejos de la tierra, llevado por vientos de garganta espumosa hacia costas y puertos insospechados; y este amor y este deseo no los abandonaría nunca hasta el fin de su vida.

 

Vëantur no volvió a alejarse de Númenor; pero regaló la Númerrámar a Aldarion. A los tres años, Aldarion pidió licencia para partir otra vez y se dirigió a Lindon. Estuvo tres años ausente; y no mucho después emprendió otro viaje que duró cuatro años, porque se dice que ya no le contentaba navegar a Mithlond, y que empezó a explorar las costas hacia el sur, más allá de las desembocaduras del Baranduin y el Gwathló y el Angren, y bordeó el cabo oscuro de Ras Morthil y vio la gran bahía de Belfalas, y las montañas del país de Amroth donde viven todavía los elfos nandor.

Cuando ya tenía treinta y nueve años, Aldarion regresó a Númenor trayendo regalos de Gil-galad a su padre; porque al año siguiente, como por largo tiempo lo había proclamado, Tar-Elendil cedió el cetro en favor de su hijo, y Tar-Meneldur se convirtió en rey. Entonces Aldarion decidió quedarse allí un tiempo para consuelo de su padre; y en esos días llevó a la práctica los conocimientos que había obtenido de Círdan sobre la construcción de navíos, concibiendo muchas cosas nuevas de su propia cosecha, y también puso hombres a trabajar en la mejora de puertos y de muelles, porque sólo quería construir barcos cada vez más grandes.

 

ALDARION Y ERENDIS

Pero la nostalgia del mar lo asaltó de nuevo, y partió una y otra vez de Númenor; y su mente concebía ahora aventuras que no podían alcanzarse con un solo barco. Por tanto, creó el gremio de aventureros, que tuvo después mucho renombre; a esa hermandad se unieron los más audaces y los más ansiosos marineros, y aún los jóvenes de las regiones internas de Númenor intentaban que se los admitiera en la hermandad, y a Aldarion lo llamaron el gran capitán. En ese tiempo, puesto que no tenía inclinación a vivir en tierra en Armenelos, hizo construir un barco que le sirviera de morada; y por tanto lo llamó Eämbar; y en ocasiones iba en él de un puerto de Númenor a otro, aunque la mayor parte del tiempo permanecía anclado en Tol Uinen: una pequeña isla en la bahía de Rómenna que fuera puesta allí por Uinen, la Señora de los Mares. En Eämbar estaba la sede de los aventureros, y allí se guardaban las crónicas de los grandes viajes; porque Tar-Meneldur miraba con frialdad las empresas de su hijo y no le gustaba escuchar la historia de sus viajes, pues creía que sembraba las semillas de la inquietud y del deseo de posesión de otras tierras.

Rómenna por Alan Lee

 

En ese tiempo, Aldarion se apartó de su padre, y dejó de hablar francamente de sus designios y deseos; pero Almarian, la reina, lo apoyaba en todo cuanto hacía, y Meneldur tuvo que tolerar por fuerza que las cosas siguieran su curso. Porque los aventureros aumentaban en número y también en la estima de los hombres, y los llamaban Uinendili, los enamorados de Uinen; y no fue ya fácil reprochar o estorbar a su capitán. Los barcos de los númenóreanos se hicieron cada vez más grandes y de mayor calado en esos días, hasta que pudieron emprender largos viajes llevando a muchos hombres y vastos cargamentos; y Aldarion a menudo estaba largo tiempo ausente de Númenor. Tar-Meneldur siempre se oponía a su hijo y restringió la tala de árboles en Númenor destinados a la construcción de barcos; y se le ocurrió entonces a Aldarion encontrar madera en la Tierra Media y buscar allí un puerto para la reparación de sus barcos. En sus viajes a lo largo de las costas contemplaba con maravilla los grandes bosques; y en la desembocadura del río que los númenóreanos llamaron Gwathir, el río de la Sombra, fundó Vinyalondë, el Puerto Nuevo.

Pero cuando casi habían transcurrido ochocientos años desde el comienzo de la Segunda Edad, Tar-Meneldur ordenó a su hijo que permaneciera en Númenor e interrumpiera por un tiempo sus viajes hacia el este; porque deseaba proclamar a Aldarion heredero del rey, como lo habían hecho siempre los reyes anteriores, cuando el heredero alcanzaba esa edad. Entonces Meneldur y su hijo se reconciliaron, y hubo paz entre ellos; y entre fiestas y celebraciones, a los cien años de edad, Aldarion fue proclamado heredero, y recibió de su padre el título y poder de señor de los barcos y puertos de Númenor. A los festejos de Armenelos fue un tal Beregar, que vivía al oeste de la isla, y con él iba su hija Erendis. Allí la reina Almarian advirtió la belleza de Erendis, una belleza que rara vez se veía en Númenor; porque Beregar provenía de la casa de Bëor por una antigua ascendencia, aunque no pertenecía al linaje real de Elros, y Erendis tenía cabellos oscuros, una graciosa esbeltez, y los claros ojos grises de su familia. Pero Erendis vio a Aldarion, cuando éste pasó cabalgando, y la belleza y esplendor de su porte le impidieron que mirara alguna otra cosa. Luego Erendis se incorporó al séquito de la reina y ganó también el favor del rey; pero apenas veía a Aldarion, a quien preocupaba que un día llegara a faltar la madera en Númenor. Antes de que transcurriera mucho tiempo, los marineros del gremio de aventureros empezaron a inquietarse, pues les disgustaba viajar más brevemente y más raras veces al mando de capitanes menores; y cuando hubieron pasado seis años desde la proclamación del heredero del rey, Aldarion decidió navegar una vez más a la Tierra Media. Sólo a regañadientes obtuvo la licencia del rey, quien pretendía que se quedara en Númenor y buscara esposa; y se hizo a la mar en la primavera de ese año. Pero al ir a despedirse de su madre, vio a Erendis en medio del séquito de la reina; y al mirar su belleza, adivinó la fuerza que ella ocultaba.

Entonces Almarian le dijo: —¿Es preciso que partas otra vez, Aldarion, hijo mío? ¿No hay nada que te retenga en la más bella de las tierras mortales?

—No todavía—respondió él—; pero hay cosas más bellas en Armenelos que las que puedan encontrarse en otros sitios, aún en las tierras de los eldar. Pero los marineros son gente desgarrada, siempre en guerra con ellos mismos; y el deseo del mar todavía me urge.

Erendis creyó que esas palabras habían sido pronunciadas también para sus oídos; y desde ese momento el corazón se le volcó en favor de Aldarion, aunque no con esperanzas. En esos días no era necesario, por ley o por costumbre, que los de la casa real, aún el heredero del rey, tuvieran que casarse sólo con los descendientes de Elros Tar-Minyatur; pero Erendis pensaba que la posición de Aldarion era demasiado alta. Sin embargo, nunca en adelante miro con interés a ningún otro hombre, y disuadía a quienes la pretendían.

Siete años transcurrieron antes que Aldarion regresara trayendo consigo plata y oro; y habló con su padre de sus viajes y peripecias. Pero Meneldur dijo:

—Habría preferido tenerte a mi lado a cualquier noticia o regalo de las Tierras Oscuras. Eso incumbe a los mercaderes o exploradores, no al heredero del rey. ¿De qué nos sirve el oro y la plata sino para sustituir con orgullo lo que igual serviría? Lo que la casa del rey necesita es un hombre que conozca y ame la tierra y el pueblo que ha de gobernar.

—¿No estudio yo a los hombres todos los días de mi vida?—dijo Aldarion—. Puedo conducirlos y gobernarlos a voluntad.

—Di más bien a algunos hombres, a los que son de tu mismo temple—respondió el rey—. Hay también mujeres en Númenor, apenas más escasas que los hombres; y salvo tu madre, a la que sí puedes conducir a voluntad, ¿qué sabes de ellas? No obstante, un día tendrás que casarte.

—¡Un día!—dijo Aldarion—. Pero no antes de que quiera hacerlo; y aún más tarde si alguien pretendiera empujarme al matrimonio. Otras cosas tengo que hacer que me parecen más urgentes, y más necesarias. «Fría es la vida de la mujer de un navegante»; y el navegante decidido y que no está atado a la costa, va más lejos y aprende mejor a vérselas con el mar.

—Más lejos, pero no con mayor provecho—dijo Meneldur—. Y tú no «te las ves con el mar». ¿Olvidas que los edain vivimos aquí por gracia de los Señores del Occidente, que Uinen nos ayuda, que Ossë se contiene para favorecernos? Nuestros barcos están protegidos, y otras manos los guían, que no las nuestras. No seas tan orgulloso o nos abandonará la gracia; y no presumas que alcanzará a los que se arriesgan sin necesidad sobre las rocas de costas extrañas o en las tierras de hombres oscuros.

—¿De qué sirve entonces la gracia otorgada a nuestros barcos—dijo Aldarion—si no han de navegar hacia costa alguna, ni han de buscar nada no visto antes?

Ya no habló con su padre de esos asuntos, y desde entonces se pasó los días a bordo del barco Eämbar en compañía de los aventureros, y en la construcción del navío más grande que se hubiera conocido nunca: a ese navío lo llamó Palarran, el Errante Lejano. No obstante, ahora se encontraba frecuentemente con Erendis (y era así por designio de la reina); y el rey, al enterarse de estos encuentros, se preocupó, aunque no se sintió disgustado. —Mejor sería curar a Aldarion de su inquietud—dijo—antes de que gane el corazón de alguna mujer.

—Pero, ¿cómo curarlo entonces sino por el amor?—dijo la reina.

—Erendis es joven todavía—dijo Meneldur.

Pero la reina respondió: —El linaje de Erendis no es de vida tan larga como la que se les concede a los descendientes de Elros; y el corazón de ella ya tiene dueño.

 

Ahora bien, cuando el gran barco Palarran estuvo terminado, Aldarion quiso partir otra vez. Entonces Meneldur se encolerizó, aunque, persuadido por la reina, no recurrió al poder real para retenerlo. Ha de acotarse aquí que era costumbre en Númenor que cuando un barco partía por el Gran Mar a la Tierra Media, una musa casi siempre de la parentela del capitán, colocara en la proa del navío la rama verde del retorno; y se la cortaba del árbol oiolairë, que significa «verano eterno», que los eldar dieran a los númenóreanos, diciendo que ellos la ponían en sus propios barcos en señal de amistad con Ossë y Uinen. Las hojas de ese árbol eran siempre verdes, lustrosas y fragantes; y medraban en el aire del mar. Pero Meneldur prohibió que la reina y las hermanas de Aldarion llevaran la rama de oiolairë a Rómenna, donde se encontraba el Palarran, diciendo que le negaba la bendición a su hijo, que partía en contra de su voluntad; y entonces Aldarion dijo: —Si he de partir sin bendición ni rama, así lo haré.

Entonces la reina se sintió apenada; pero Erendis le dijo:  —Tarinya, si cortáis la rama del árbol de los elfos, yo la llevaré al puerto; porque el rey no ha prohibido que yo lo haga.

A los marineros les parecía mala señal que el capitán debiera partir de ese modo; pero cuando todo estuvo dispuesto, y los hombres se preparaban para levar anclas, Erendis llegó allí, aunque poco le gustaban el ruido y la agitación del gran puerto y el graznido de las gaviotas. Aldarion la saludó con asombro y alegría; y ella dijo: —He traído la rama del retorno, señor: de parte de la reina.

—¿De parte de la reina?—preguntó Aldarion con tono alterado.

Aldarion parte de Númenor por Alan Lee


—Sí, señor—dijo ella—; pero le pedí licencia para traerla yo misma. Otros además de vuestra parentela se alegrarán de vuestro regreso; ¡y que volváis pronto!

En esa ocasión miró Aldarion a Erendis por primera vez con amor; y largo tiempo se quedó a popa mirando atrás mientras el Palarran se adentraba en el mar. Se dice que se apresuró a regresar y estuvo ausente menos tiempo que el planeado; y al volver trajo regalos para la reina y para las damas de su comitiva, pero el más rico regalo lo trajo para Erendis, y era un diamante. Fríos fueron los saludos intercambiados entre el rey y su hijo; y Meneldur le reprochó que dar semejante regalo era impropio para el heredero del rey, a no ser que fuera un regalo de compromiso, y exigió que Aldarion pusiera en claro sus intenciones.

—En gratitud lo traje—dijo él—por un corazón cálido en medio de la frialdad de otros.

—Puede que los corazones fríos que van y vienen no animen a los otros a que den calor—dijo Meneldur; y una vez más instó a Aldarion a que pensara en el matrimonio, aunque no habló de Erendis. Pero Aldarion no quiso escucharlo, pues siempre cuando la gente más quería influir en él, más se oponía; y tratando ahora a Erendis con mayor frialdad. se decidió a abandonar Númenor y continuar sus proyectos en Vinyalondë. La vida en tierra le era tediosa, pues a bordo de su barco no estaba sometido a ninguna voluntad ajena, y los aventureros que lo acompañaban no conocían más que el amor y la admiración por el gran capitán. Pero ahora Meneldur prohibió que partiera; y Aldarion, antes de que el invierno hubiera acabado por completo, se hizo a la mar con una flota de siete navíos y la mayor parte de los aventureros, desafiando al rey. La reina no se atrevió a enfrentar la cólera de Meneldur; pero por la noche una mujer envuelta en una capa fue al puerto con una rama y la puso en manos de Aldarion diciendo: —Esto viene de parte de la señora de las Tierras del Oeste (porque ése era el nombre que daban a Erendis)—y desapareció en la oscuridad.

Ante la abierta rebeldía de Aldarion, el rey le quitó los poderes que le había concedido, como señor de las naves y los puertos de Númenor; e hizo que se cerrara el gremio de los aventureros en Eämbar, y que se clausuraran los astilleros de Rómenna, y prohibió la tala de árboles para la construcción de barcos. Cinco años transcurrieron; y Aldarion regresó con nueve barcos, porque dos habían sido construidos en Vinyalondë, y estaban cargados de maderas preciosas cortadas en los bosques costeros de la Tierra Media. La cólera de Aldarion fue grande cuando se enteró de lo que habían hecho; y a su padre le dijo: —Si no soy bienvenido en Númenor, y no hay trabajo para mis manos y mis barcos no pueden ser reparados en sus puertos, me iré otra vez y muy pronto; porque los vientos han sido rudos, y necesito reparar mis averías. ¿No tiene el hijo del rey otra cosa que hacer más que examinar las caras de las mujeres en busca de una esposa? Emprendí el trabajo de la silvicultura y he sido prudente en él; habrá más madera en Númenor antes del fin de mis días que hoy bajo tu cetro. —Y fiel a su palabra, Aldarion partió otra vez ese mismo año con tres barcos y los más audaces de los aventureros, y se fueron sin bendiciones ni ramas; porque Meneldur prohibió que las mujeres de su casa y las de los aventureros se acercaran a los muelles, e implantó una guardia alrededor de Rómenna.

En ese viaje Aldarion estuvo tanto tiempo ausente que la gente empezó a temer por él; y el mismo Meneldur estaba intranquilo a pesar de la gracia de los valar, que había protegido siempre los barcos de Númenor. Cuando habían transcurrido diez años desde la partida, Erendis por fin desesperó, y creyendo que había ocurrido algún desastre o que Aldarion había decidido quedarse en la Tierra Media, y también para escapar al asedio de los pretendientes, pidió licencia a la reina, y dejando Armenelos volvió a las Tierras del Oeste. Pero al cabo de otros cuatro años, Aldarion regresó por fin, y sus barcos habían sido castigados y maltratados por los mares. Había navegado primero hasta el puerto de Vinyalondë, y desde allí había emprendido un gran viaje a lo largo de la costa, hacia el sur, mucho más allá de sitio alguno alcanzado todavía por los barcos númenóreanos; pero al volver hacia el norte se topó con vientos contrarios y grandes tormentas, y escapando apenas del naufragio en el Harad, encontró Vinyalondë barrido por el mar y saqueado por hombres hostiles. Tres veces altos vientos venidos del oeste le impidieron que cruzara el Gran Mar, y su propio barco fue alcanzado por el rayo y desarbolado; y sólo con trabajo y fatiga en las aguas profundas logró al fin volver a puerto en Númenor. Muy grande fue el consuelo de Meneldur cuando volvió Aldarion; pero lo reprendió que se hubiera rebelado contra su rey y su padre y abandonara la protección de los valar, arriesgando que la ira de Ossë despertara y se volviera no sólo contra él sino también contra los hombres fieles que lo acompañaban. Entonces Aldarion enmendó su temple, y recibió el perdón de Meneldur, que le restituyó el señorío de las naves y los puertos y le concedió además el título de amo de los bosques.

Aldarion lamentó que Erendis se hubiera marchado de Armenelos, pero era demasiado orgulloso para ir a buscarla; y en verdad no podía hacerlo, salvo para pedirla en matrimonio, y aún no estaba dispuesto a someterse. Trató de reparar el abandono en que habían caído tantas cosas durante su larga ausencia, porque había estado fuera casi veinte años; y en ese tiempo llevó a cabo grandes trabajos en los puertos, especialmente en Rómenna. Comprobó que se habían derribado muchos árboles para hacer casas y otras cosas, pero no habían pensado en el futuro, y poco habían plantado para reemplazar lo que faltaba; y viajó por Númenor de un extremo a otro examinando él mismo el estado de los bosques en pie.

Cabalgando un día por los bosques de las Tierras del Oeste vio a una mujer de cabellos oscuros que flotaban al viento, embozada en una capa verde abrochada al cuello con una joya brillante; y la tomó por una de los eldar que iban a veces a esas partes de la isla. Pero ella se aproximó y él vio que era Erendis, y que la joya era la que él le había dado; entonces conoció de súbito el amor que tenía por ella, y sintió el vacío de sus días. Erendis, palideció al verlo y quiso alejarse a la carrera, pero él fue demasiado veloz y le dijo: —¡Bien merezco que huyas de mí, que he huido tanto y tan lejos! Pero ahora perdóname y quédate. —Entonces cabalgaron juntos a la casa de Beregar, el padre de ella, y allí Aldarion expuso claramente su deseo de comprometerse con Erendis; pero ahora Erendis se mostró renuente, aunque de acuerdo con las costumbres y la vida de su pueblo era ya tiempo de que se casase. El amor que sentía por él no había disminuido, y tampoco se negaba por coquetería; pero temía ahora que en la batalla que se libraría entre ella y el mar por la posesión de Aldarion, no saliera vencedora. Pero para Erendis era todo o nada, y no cedía con facilidad; y temerosa del mar y culpando a todos los barcos de la tala de árboles, decidió que tendría que infligir al mar una derrota definitiva o ella misma sería derrotada.

Pero Aldarion cortejó a Erendis con asiduidad, y dondequiera ella iba, iba también él; descuidó los puertos y los astilleros y todos los asuntos del gremio de aventureros; no derribó árboles y se dedicó sólo a plantarlos, y tuvo más alegría en esos días que en cualquier otro día de antes, aunque no lo supo hasta que miró atrás cuando ya la vejez había empezado. Por fin intentó persuadir a Erendis para que navegara con él en un viaje alrededor de la isla en el barco Eämbar; porque habían transcurrido cien años desde que Aldarion fundara el gremio de aventureros, y habría festejos en todos los puertos de Númenor. A esto consintió Erendis, ocultando su disgusto y su temor; y partieron desde Rómenna y llegaron a Andúnië en el oeste de la isla. Allí Valandil, señor de Andúnië y pariente cercano de Aldarion, celebraba una gran fiesta; y en esa fiesta bebió a la salud de Erendis llamándola Uinéniel, hija de Uinen, la nueva señora del mar. Pero Erendis, que estaba sentada al lado de la esposa de Valandil, dijo en voz alta: —¡No me llaméis así! No soy hija de Uinen: ella es más bien mi enemiga.

Al cabo de un tiempo, la duda asaltó otra vez a Erendis, porque Aldarion volvió a pensar en las obras de Rómenna y se dedicó a levantar grandes rompeolas y construir una torre en Tol Uinen: Calmindon, la Torre de la Luz. Pero cuando esos trabajos concluyeron, Aldarion volvió a Erendis y le pidió que se casara con él; no obstante, ella se disculpó diciendo: —He viajado con vos en barco, señor. Antes que os dé mi respuesta, ¿no viajaréis conmigo en tierra a los sitios que amo? Conocéis muy poco de este país para alguien que ha de ser rey. —Por tanto, partieron juntos y llegaron a Emerië, donde el viento mecía los prados de hierba, y pastoreaban las ovejas de Númenor; y vieron las casas blancas de los granjeros y de los pastores, y oyeron el balido de los rebaños.

Allí Erendis habló a Aldarion y le dijo: —¡Aquí estaría yo en paz!

—Viviréis donde queráis como esposa del heredero del rey—dijo Aldarion—. Y como reina en muchas hermosas casas, según vuestros deseos.

—Cuando seáis rey, seré vieja—dijo Erendis—. ¿Dónde vivirá entretanto el heredero del rey?

—Con su esposa—le dijo Aldarion—cuando sus trabajos se lo permitan, si ella no pudiera compartirlos.

—Yo no he de compartir mi esposo con la Señora Uinen—dijo Erendis.

—Eso es hablar retorcido—replicó Aldarion—. Igualmente podría yo decir que no quiero compartir mi esposa con el Señor Oromë de los Bosques porque ella ama los árboles que crecen en el descampado.

—Por cierto que no—dijo Erendis—, porque talarías cualquier bosque como regalo para Uinen, si se os ocurre.

—Nombrad el árbol que améis y se mantendrá en pie hasta morir.

—Amo todo lo que crece en esta isla—respondió Erendis.

Entonces siguieron cabalgando largo rato en silencio; y después de ese día se separaron, y Erendis volvió a la casa de su padre. A él no le dijo nada, pero a su madre Núneth le contó las palabras que había habido entre ella y Aldarion.

—Todo o nada, Erendis—dijo Núneth—. Así eras de niña. Pero amas a ese hombre, y es un gran hombre, aparte del rango que ocupa; y no destruirás en ti el amor que le tienes sin hacerte mucho daño. Una mujer ha de compartir el amor de su marido con su trabajo y el fuego que la habita, o bien convertirlo en algo poco digno de amor. Pero dudo que entiendas alguna vez tal consejo. Lo deploro, sin embargo, porque ya es tiempo de que estuvieras casada; y habiendo dado al mundo una hermosa hija, había concebido esperanzas de que me dieras hermosos nietos; tampoco me desagradaría que fueran criados en casa del rey.

Este consejo no conmovió por cierto la mente de Erendis; no obstante, comprobó que el corazón no le obedecía, y que sus días estaban vacíos: más vacíos que en los tiempos en que Aldarion estaba ausente. Porque él residía todavía en Númenor, y sin embargo pasaban los días, y él no volvió nunca más al oeste.

Ahora bien, Almarian, la reina, enterada por Núneth de lo ocurrido, y temiendo que Aldarion buscara consuelo en nuevos viajes (porque hacía ya mucho que estaba en tierra), envió un mensaje a Erendis diciéndole que volviera a Armenelos; y Erendis, instada por Núneth y por su propio corazón, hizo lo que se le pedía. Allí se reconcilió con Aldarion; y en la primavera de ese año, cuando había llegado el tiempo de la Erukyermë, ascendieron con la comitiva del rey a la cima del Meneltarma, que era el monte sagrado de los númenóreanos. Cuando todos hubieron bajado otra vez, Aldarion y Erendis se demoraron en la cima; y miraron allá abajo la isla de Oesternesse verde en primavera, y contemplaron el resplandor de la Luz en el Oeste, donde se encontraba la lejana Avallónë, y las sombras en el este sobre el Gran Mar; y el Menel se levantaba azul sobre ellos. No hablaron, porque nadie, salvo sólo el rey, hablaba en la altura del Meneltarma; pero cuando descendieron, Erendis se detuvo un momento mirando hacia Emerië, y más allá, hacia los bosques de su patria.

—¿No amáis la Yôzâyan?—preguntó.

—La amo, por cierto—contestó él—, aunque creo que vos lo ponéis en duda. Porque pienso también en lo que puede ser en tiempos por venir, y en la esperanza y el esplendor de su pueblo; y creo que un regalo no ha de mantenerse ocioso en el tesoro.

Pero Erendis lo contradijo diciendo: —Regalos como los que vienen de los valar y, por mediación de ellos, del Único, han de amarse por sí mismos ahora y en todos los ahoras. No han de darse en trueque para obtener más o algo mejor. Los edain siguen siendo hombres mortales, Aldarion, por más ilustres que parezcan, y no podemos vivir en el tiempo por venir, no sea que perdamos éste ahora por un fantasma de nuestra propia invención. —Y tomando bruscamente la joya que llevaba en la garganta, le preguntó: —¿Querrías que vendiera esto para comprarme otros bienes que deseo?

—¡No!—dijo él—. Pero no lo tienes guardado en el tesoro. Sin embargo, creo que lo estimas demasiado; porque desluce junto a la luz de tus ojos.

Entonces le besó los ojos y en ese momento ella dejo de tener miedo y lo aceptó; y se dieron palabra de matrimonio en el sendero empinado del Meneltarma.

Entonces volvieron a Armenelos, y Aldarion presentó a Erendis a Tar-Meneldur como la prometida del heredero del rey; y el rey se regocijó y hubo alegría en la ciudad y en toda la isla. Como regalo de casamiento, Meneldur dio a Erendis una gran extensión de tierra en Emerië, y allí hizo construir para ella una casa blanca. Pero Aldarion le dijo: —Otras joyas tengo yo atesoradas, regalos de reyes de tierras lejanas a las que los barcos de Númenor han prestado ayuda. Tengo gemas tan verdes como la luz del sol en las hojas de los árboles que amas.

—¡No!—dijo Erendis—. He recibido ya mi regalo de casamiento, aunque llegó adelantado. Es la única joya que tengo o que quiero tener; y la pondré más alto todavía. —Entonces él vio que ella había engarzado la gema blanca en una redecilla de plata, como una estrella; y cuando ella se lo pidió, él se la sujetó en la frente. La llevó ella así muchos años, hasta que acaeció la desgracia; y alcanzó renombre en todas partes como Tar-Elestirnë, la señora de la frente estrellada. Así hubo por un tiempo paz y alegría en Armenelos, en la casa del rey y en toda la isla, y está registrado en los libros antiguos que los frutos abundaron en el verano tardío de aquel año, que fue el ochocientos cincuenta y cuatro de la Segunda Edad.

 

Pero de todas las gentes sólo los marineros del gremio de aventureros no estaban contentos. Durante quince años Aldarion se había quedado en Númenor, y no condujo ninguna expedición al extranjero; y aunque había capitanes valientes que habían sido formados por él, estos capitanes no tenían ni la riqueza ni la autoridad del hijo del rey, y los viajes eran entonces más raros y breves; y rara vez dejaban atrás la tierra de Gil-galad. Además, la madera no abundaba ya en los astilleros, porque Aldarion descuidaba los bosques; y los aventureros le rogaron que volviera a trabajar otra vez. Aldarion atendió este ruego, y al principio Erendis iba con él a los bosques; pero la entristecía ver cómo derribaban los grandes árboles, y cómo luego los cortaban y aserraban. Por tanto, muy pronto Aldarion iba solo, y ya no estuvieron tanto juntos.

Ahora bien, llegó el año en que todos esperaban el casamiento del heredero del rey, porque no era costumbre que el compromiso durara mucho más de tres años. Una mañana de esa primavera, Aldarion cabalgó desde el puerto de Andúnië por el camino que llevaba a la casa de Beregar; y allí estaría Erendis, que había venido desde Armenelos por los caminos del interior. Cuando llegó a la cima del gran risco que dominaba la región y protegía el puerto desde el norte, se volvió y miró el mar. Soplaba un viento del oeste, como ocurre a menudo en esa estación, amado por los que sueñan con navegar a la Tierra Media, y unas olas de crestas blancas avanzaban hacia la costa. Entonces, de súbito, la nostalgia por el mar lo asaltó como si una gran mano le aferrara la garganta, y el corazón le golpeó con fuerza, y se quedó sin aliento. Luchó por dominarse y al fin se volvió y se puso otra vez en marcha, y decidió tomar el camino a través del bosque en que había visto cabalgar a Erendis y la había confundido con una eldar, hacía ya quince años. Casi la buscó para verla una vez más; pero ella no estaba allí, y el deseo de verla le dio prisa, de modo que llegó a la casa de Beregar antes de caer la noche.

Allí ella lo recibió de buen grado, pero él no dijo nada acerca de la boda, aunque todos pensaban que para eso había venido a las Tierras del Oeste. Con el paso de los días, Erendis observó que cuando estaban en compañía de gentes que hablaban y reían, Aldarion guardaba silencio; y si lo miraba de pronto, veía que él le clavaba los ojos. Entonces se le sobrecogió el corazón; porque los ojos azules de Aldarion le parecieron ahora grises y fríos, aunque con una especie de hambre en la mirada. Era una mirada que había visto antes, con demasiada frecuencia, y le dio miedo que parecía pronosticar; pero calló. Y Núneth, que había advertido todo lo que sucedía, se alegró; porque «las palabras pueden abrir heridas», como decía ella. Al cabo de un tiempo, Aldarion y Erendis volvieron cabalgando a Armenelos, y a medida que se alejaban del mar, él se iba alegrando otra vez. Sin embargo, nada dijo a Erendis de aquello que lo perturbaba: porque en verdad estaba en guerra consigo mismo, y no sabía qué hacer.

Así avanzó el año, y Aldarion no decía nada, ni del mar ni de la boda; pero iba con frecuencia a Rómenna y pasaba el tiempo en compañía de los aventureros. Por fin, cuando llegó el año siguiente, el rey le pidió que lo visitara, y hubo paz entre ellos y ninguna nube empañó el afecto que se tenían.

—Hijo mío—dijo Tar-Meneldur—, ¿cuándo me darás la hija que desde hace tanto deseo? Más de tres años han pasado ya, y ése es tiempo más que suficiente. Me asombra que puedas soportar semejante demora.

Entonces Aldarion guardó silencio, pero finalmente dijo: —Me ha dado otra vez esa nostalgia, Atarinya. Dieciocho años son un ayuno muy largo. Apenas puedo estarme quieto en la cama, o sostenerme sobre un caballo, y el suelo duro me lastima los pies.

Entonces Meneldur se afligió, y compadeció a su hijo; pero no entendía por qué estaba perturbado, pues a él nunca le había gustado navegar, y le dijo:

—¡Ay! Pero estás comprometido. Y por las leyes de Númenor y el recto juicio de los eldar y los edain, un hombre no puede tener dos esposas. No puedes desposarte con la mar, pues tu novia es Erendis.

Entonces a Aldarion se le endureció el corazón, porque esas palabras le recordaron su conversación con Erendis al pasar por Emerië; y pensó (aunque no era cierto) que ella había hablado con el rey. Tal era siempre el temple de Aldarion; si creía que otros se unían para incitarlo a tomar cierto camino, en seguida se apartaba de ellos. —Los herreros pueden forjar, y los jinetes cabalgar, y los mineros cavar, aunque estén casados—dijo—. ¿Por qué no han de poder navegar los marineros?

—Si los herreros se pasaran cinco años sobre el yunque, no habría muchas esposas de herreros—dijo el rey—. Y no son muchas las esposas de los marineros, y soportan lo que deben, porque tal es la vida y la necesidad que ellas tienen. El heredero del rey no es marinero de oficio ni por necesidad.

—Hay otras necesidades además de la de ganarse el pan cotidiano—dijo Aldarion—. Y aún tengo muchos años por delante.

—No, no—dijo Meneldur—, das por descontada la gracia; Erendis tiene menos esperanzas que tú, y los años son más rápidos para ella. No pertenece a la línea de Elros; y ya hace mucho tiempo que viene amándote.

—Se mantuvo apartada casi doce años cuando yo sólo pensaba en ella—dijo Aldarion. No pido un tercio de ese tiempo.

—Ella no estaba comprometida entonces—dijo Meneldur—. Pero ahora ninguno de los dos es libre. Y si se mantuvo apartada, no dudo de que fuera por miedo a lo que ahora parece probable que ocurra, si no consigues dominarte. De algún modo llegaste a acallar ese miedo; y aunque no hayas hablado con claridad, estás sin embargo obligado, creo yo.

Entonces Aldarion dijo con enojo: —Sería mejor que yo mismo hablara con mi novia y no por interpósita persona. —Y dejó a su padre. No mucho después le habló a Erendis de su deseo de viajar otra vez por sobre las vastas aguas, y de que había perdido el sueño y el descanso. Pero ella se mantuvo sentada, pálida y en silencio. Por fin dijo: —Creí que veníais a hablar de nuestra boda.

—Lo haré—dijo Aldarion—. Será no bien regrese, si aguardáis. —Pero al ver dolor en la cara de Erendis, se sintió conmovido, y tuvo un pensamiento. —Será ahora—dijo—. Será antes de que este año acabe. Y entonces haré una nave como nunca se ha hecho, la casa de una reina sobre las aguas. Y navegaréis conmigo, Erendis, por gracia de los valar, de Yavanna y de Oromë, a quienes amáis; navegaréis a tierras donde os mostraré bosques como no habéis visto nunca, donde aún ahora cantan los eldar; o florestas más extensas que Númenor, libres y salvajes desde el principio de los días, donde todavía puede escucharse el gran cuerno de Oromë, el Señor.

Pero Erendis lloró. —No, Aldarion—dijo—. Me alegro de que el mundo aún tenga cosas como esas de que habláis; pero yo nunca las veré. Porque no lo deseo: mi corazón pertenece a los bosques de Númenor. ¡Ay, ay!, si por amor a vos me embarcara, no volvería. Está más allá de mis fuerzas soportarlo; y si no viera la tierra, moriría. El mar me odia; y ahora se venga de que os apartara de él, aunque yo huyera de vos. ¡Idos, mi señor! Pero tened piedad, y no tardéis tantos años como ya antes perdí.

Entonces Aldarion se sintió desconcertado; porque había hablado con su padre dominado por la cólera, y ella le hablaba ahora con amor. No se hizo a la mar ese año; pero no tuvo paz ni alegría. —Ella morirá si no ve la tierra—dijo—. Pronto moriré yo si la sigo viendo. Por tanto, si hemos de pasar algunos años juntos, es preciso que parta, y pronto. —Y se preparó para hacerse a la mar en primavera; y los aventureros fueron los únicos que se pusieron contentos, entre los que estaban enterados. Se tripularon tres navíos, y zarparon de la desembocadura del Víressë. Erendis misma puso la rama verde de oiolairë en la proa del Palarran y ocultó sus lágrimas, hasta que la nave dejó atrás los nuevos rompeolas del puerto.

Seis años y más transcurrieron antes que Aldarion regresara a Númenor. Descubrió entonces que aún Almarian la reina lo recibía fríamente, y que los aventureros no eran estimados como antes; porque los hombres pensaban que Aldarion había tratado mal a Erendis. Pero en verdad había tardado más de lo que se había propuesto; porque había encontrado el puerto de Vinyalondë completamente en ruinas, y los mares desencadenados habían reducido a nada los trabajos de reparación. Los hombres de cerca de las costas estaban tomando miedo a los númenóreanos, o se habían vuelto abiertamente hostiles; y Aldarion escuchó rumores de cierto señor de la Tierra Media que odiaba a los hombres de los barcos. Luego, cuando quiso volver, un gran viento se levantó del sur y fue arrastrado muy lejos hacia el norte. Se demoró un tiempo en Mithlond, pero cuando los barcos se hicieron a la mar, fueron arrastrados otra vez hacia el norte, a una región solitaria de hielos peligrosos, y tuvieron frío. Por fin el mar y el viento cedieron, pero cuando Aldarion miró nostálgico desde la proa del Palarran y vio a los lejos el Meneltarma, vio también la rama verde y advirtió que se había marchitado. Se sintió consternado entonces, pues una rama de oiolairë nunca se marchitaba, mientras la bañara el rocío. —Se ha congelado, capitán—dijo un marinero que se encontraba a su lado—. Ha hecho demasiado frío. Me alegra, por cierto, volver a ver el Pilar.

Cuando Aldarion buscó a Erendis, ella lo miró profundamente, pero no se le acercó; y él estuvo un rato de pie sin saber qué decir, cosa que nunca le ocurría. —Sentaos, mi señor—dijo Erendis—, y contadme primero todos vuestros hechos. ¡Mucho tenéis que haber visto en tan largos años!

Entonces Aldarion empezó a hablar, vacilando, y ella seguía sentada mientras él contaba la historia de sus pruebas y demoras; y cuando hubo acabado, ella dijo: —Agradezco a los valar por cuya gracia habéis vuelto al fin. Pero también les agradezco no haber ido con vos; porque me habría marchitado más pronto que cualquier rama verde.

—Tu rama verde no se acercó voluntariamente al frío glacial—respondió él—. Pero rechazadme ahora, si queréis, y creo que nadie os culpará. Aunque ¿no hay esperanzas de que tu amor sea más resistente que la bella oiolairë?

—Por cierto que sí—dijo Erendis—. No se ha enfriado hasta encontrar la muerte, Aldarion. ¡Ay!, ¿cómo rechazaros cuando os veo retornar tan hermoso como el sol después del invierno?

—Pues que empiecen ahora la primavera y el verano—dijo él.

—Y que el invierno no vuelva—dijo Erendis.

Aldarion y Erendis por Alan Lee

 

 LA BODA DE ALDARION Y ERENDIS

Entonces, con gran alegría de Meneldur y Almarian, la boda del heredero del rey se proclamó para la primavera próxima; y se celebró puntualmente. En el año ochocientos setenta de la Segunda Edad, Aldarion y Erendis se casaron en Armenelos, y en todas las casas hubo música; y en las calles cantaban los hombres y las mujeres. Y después el heredero del rey y su novia cabalgaron con gran placer por toda la isla, hasta que llegaron a Andúnië en pleno verano, y allí Valandil, señor de Andúnië, preparó la última fiesta; y toda la gente de las Tierras del Oeste estaba allí reunida por amor a Erendis y por el orgullo de que la reina de Númenor hubiera nacido entre ellos.

En la mañana antes de la fiesta, Aldarion miró por la ventana del dormitorio que daba al mar del oeste. —¡Mira, Erendis!—exclamó—. Un barco que viene hacia el puerto a toda vela; y no es un barco de Númenor, sino de una especie que ni tú ni yo abordaremos nunca, aun cuando lo deseáramos. —Entonces miró Erendis y vio una alta nave blanca, envuelta en una nube de aves blancas que volaban al sol; y las velas resplandecían de plata, y la proa se acercaba a puerto abriendo un surco de espuma. Así acudían los eldar a la boda de Erendis, por amor al pueblo de las Tierras del Oeste, a quienes tenían en particular amistad.

Los encumbrados y los de baja estirpe en las Tierras Occidentales y en Andúnië hablaban la lengua élfica [sindarin]. En esa lengua fue criada Erendis; pero Aldarion hablaba el idioma númenóreano, aunque como todos los de alto linaje de Númenor conocía también la lengua de Beleriand [nota del autor].

En otro sitio, en una nota sobre las lenguas de Númenor, se dice que el empleo común del sindarin en el noroeste de la isla era consecuencia de que esas regiones habían sido colonizadas por pueblos de estirpe beöriana; y el pueblo de Beör había abandonado tempranamente en Beleriand su propio lenguaje, y había adoptado el sindarin. (Esto no se menciona en El Silmarillion, aunque se dice allí que en Dor-lómin, en los días de Fingolfin, el pueblo de Hador no había olvidado su propia lengua, «y de ella provino la lengua común de Númenor»). En otras regiones de Númenor, la lengua nativa del pueblo era el adûnaic, aunque casi todos tenían un cierto conocimiento del sindarin; y en la casa real y en la mayor parte de las casas de los nobles o los instruidos, el sindarin era de ordinario la lengua nativa hasta después de los días de Tar-Atanamir. (Se dice más adelante en el curso de esta narración, que Aldarion prefería en realidad la lengua númenóreana; puede que en esto fuera excepcional). Esta nota afirma además que, aunque el sindarin, tal como fue empleado durante un largo período por los hombres mortales, tendió a diferenciarse y a volverse dialectal, este proceso se interrumpió en Númenor, al menos entre los nobles y los instruidos, a causa de su contacto con los eldar de Eressëa y Lindon. El quenya no era una lengua hablada en Númenor. Sólo lo conocían los instruidos y las familias de alta estirpe, que lo aprendían en la infancia. Se lo empleaba en los documentos oficiales que querían preservar, tales como las Leyes y el Pergamino y los Anales de los Reyes (cf. la Akallabêth, «en la lengua élfica») y a menudo en obras cruditas. También se lo utilizaba en abundancia en las nomenclaturas: los nombres oficiales de todos los lugares, regiones y accidentes geográficos de la tierra eran de origen quenya (aunque habitualmente también tenían nombres locales, por lo general con el mismo significado, en sindarin o adûnaic). Los nombres personales, y en especial los nombres oficiales y públicos, de todos los miembros de la casa real, y en general de la línea de Elros, eran de origen quenya.

En una referencia a estos asuntos en El Señor de los Anillos, Apéndice F, I (sección «De los hombres»), se tiene una impresión algo diferente de la posición que tenía el sindarin entre las lenguas de Númenor: «Sólo los dúnedain entre todas las razas de los hombres conocían y hablaban la lengua élfica; sus antepasados habían aprendido la lengua sindarin, y la transmitieron a sus hijos junto con todo lo que sabían, y cambió muy poco con el paso de los años.

 

El barco venía cargado de flores para adorno de la fiesta, de modo que cuando todos estuvieran allí reunidos, llegada la noche, se coronarían con el elanor y la dulce lissuin, cuya fragancia apacigua el corazón. Y también habían traído trovadores que recordaban los cantos de los elfos y los hombres en los días de Nargothrond y Gondolin, en tiempos lejanos; y muchos de los eldar, altos y bellos, se sentaron entre los hombres a la mesa. Pero las gentes de Andúnië que fueron a mirarlos dijeron que ninguno igualaba en belleza a Erendis; y dijeron que los ojos de Erendis eran tan brillantes como los ojos de Morwen Eledhwen de antaño‚ o aún los de Avallónë.

Muchos regalos también trajeron los eldar. A Aldarion, un árbol joven de corteza blanca como la nieve, y de tallo recto, fuerte y flexible como el acero; pero no tenía hojas todavía.  —Os lo agradezco—dijo Aldarion a los elfos—. La madera de un árbol semejante ha de ser preciosa en verdad.

—Quizá, no lo sabemos—dijeron ellos—. Nunca hemos cortado ninguno. Da hojas refrescantes en verano y flores en invierno. Es por eso que nosotros lo apreciamos.

A Erendis le habían traído un par de pájaros grises con picos y patas dorados. Cantaban dulcemente el uno para el otro con múltiples cadencias nunca repetidas en el largo trémolo de la canción; pero si se los separaba, volaban en seguida a encontrarse, y no cantaban si se los mantenía apartados.

—¿Cómo he de cuidarlos?—preguntó Erendis.

—Dejadlos volar en libertad—respondieron los eldar—. Porque les hemos hablado y les hemos dicho vuestro nombre; y se quedarán allí donde esté vuestra casa. Se aparejan para toda la vida. Quizá así habrá muchos pájaros que canten en los jardines de vuestros hijos.

 

Esa noche Erendis despertó y una dulce fragancia entraba por la celosía entreabierta; pero la noche era clara, pues la luna llena se acercaba al oeste. Entonces, dejando el lecho, Erendis miró fuera y vio toda la tierra dormida en un baño de plata; pero los dos pájaros estaban allí, juntos, posados en el antepecho de la ventana.

Cuando los festejos acabaron, Aldarion y Erendis fueron por un tiempo a la casa de ella; y otra vez los pájaros volvieron a posarse en el antepecho de la ventana de Erendis. Por fin se despidieron de Beregar y Núneth, y volvieron cabalgando a Armenelos; porque allí deseaba el rey que viviera el heredero, y había una casa preparada para ellos en medio de un jardín de árboles. Allí plantaron el árbol de los elfos, y en sus ramas cantaban los pájaros que ellos les regalaran.

 

Dos años más tarde Erendis concibió, y en la primavera del año siguiente dio a Aldarion una hija. Aún recién nacida era maravillosamente bella, y aumentó en belleza al crecer: la mujer más hermosa, según cuentan las historias de antaño, nunca nacida en la línea de Elros, salvo Ar-Zimraphel, la última. Cuando tuvieron que darle nombre, la llamaron Ancalimë. En el fondo, Erendis estaba complacida, porque pensaba: —Con seguridad Aldarion querrá ahora un hijo que lo herede; y se quedará conmigo mucho tiempo todavía. —Porque en secreto tenía aún miedo del mar, y del poder que éste tenía sobre el corazón de Aldarion, y aunque se esforzaba por ocultarlo y no rehuía hablar con él de sus viejas aventuras y de sus esperanzas y designios, vigilaba celosamente si visitaba el albergue de los barcos, o si pasaba mucho tiempo en compañía de los aventureros. Una vez le pidió Aldarion que subiera a bordo del Eämbar, pero al entrever fugazmente una expresión de reticencia en los ojos de ella, nunca más volvió a pedírselo. No era infundado el temor de Erendis. Cuando hubo pasado cinco años en tierra, Aldarion empezó a ocuparse otra vez del señorío de los bosques, y a menudo se pasaba muchos días fuera de la casa. Había ahora en verdad madera suficiente en Númenor (sobre todo como consecuencia de la prudencia de Aldarion); pero como la población era ahora más numerosa, siempre se necesitaba madera para la carpintería y otros asuntos. Porque en aquellos días antiguos, aunque muchos tenían gran habilidad con la piedra y los metales (pues los edain de antaño habían aprendido de los noldor), a los númenóreanos les encantaban los objetos hechos de madera, para utilizarlos en la vida cotidiana o por la belleza del trabajo. En ese tiempo, Aldarion volvió a pensar en el futuro plantando cada vez que había tala, e hizo crecer nuevos bosques en todos los sitios en que la tierra era apta para el crecimiento de árboles de diferentes especies. Fue entonces cuando se lo conoció más ampliamente como Aldarion, nombre por el que se lo recuerda entre los que tuvieron el cetro en Númenor. No obstante, a muchos, además de a Erendis, les parecía que no amaba demasiado a los árboles por sí mismos, y que los estimaba sobre todo por la madera que habría de servir a sus designios.

No algo muy distinto le ocurría con el mar. Porque como se lo había dicho Núneth a Erendis mucho antes: —A los barcos, puede que los ame, hija mía, como obras de la mente y la mano del hombre; pero no creo que sean los vientos ni las vastas aguas lo que así le quema el corazón, ni siquiera la vista de tierras extranjeras, sino un calor que tiene en la mente o algún sueño que lo persigue. —Y puede que en eso no estuviera muy lejos de la verdad; pues Aldarion era hombre de gran previsión y pensaba en los días futuros en que el pueblo necesitaría más espacio y mayor riqueza; y lo supiera él claramente o no, soñaba con la gloria de Númenor y el poder de sus reyes, y buscaba los peldaños por los que podría ascender a un más amplio dominio. Así fue que al cabo de un tiempo abandonó otra vez la silvicultura para dedicarse a la construcción de barcos, y tuvo la idea de un poderoso navío-castillo, con altos mástiles y grandes velas como nubes, capaz de cargar hombres y provisiones como para una ciudad. Entonces en los astilleros de Rómenna se afanaron las sierras y los martillos, mientras que en medio de muchas naves más pequeñas las costillas de un enorme casco iban cobrando forma; y todos se asombraban y maravillaban. Turuphanto, la Ballena de Madera lo llamaron, pero no era ése su nombre.

Erendis supo estas cosas, aunque Aldarion no se las había contado, y se sintió inquieta. Por tanto, un día le dijo: —¿Qué es todo eso que se oye de barcos, señor de los puertos? ¿No tenemos suficientes? ¿A cuántos hermosos árboles se les ha quitado la vida este año?—Hablaba a la ligera y sonreía.

—El hombre en tierra en algo ha de ocuparse—respondió él—, aunque tenga una bella esposa. Los árboles crecen y los árboles caen. Planto más que los que son derribados. —También él hablaba en tono ligero, pero no la miraba a los ojos, y no volvieron a hablar de esas cosas.

Pero cuando Ancalimë tenía casi cuatro años, Aldarion le declaró por fin abiertamente a Erendis su deseo de volver a la mar. Ella se quedó sentada en silencio, pues él no había dicho nada que ella ya no supiera; y de nada servían las palabras. Aldarion se demoró hasta el cumpleaños de Ancalimë, y le prestó mucha atención ese día. La niña reía y estaba contenta, al contrario de lo que ocurría con otras gentes de la casa; y cuando la llevaron a la cama, le preguntó a su padre:  —¿Dónde iremos este verano, tatanya? Me gustaría ver la casa blanca del país de las ovejas, del que mamil me habla. —Aldarion no respondió; y al día siguiente abandonó la casa y se ausentó durante varios días. Cuando todo estuvo pronto, regresó y se despidió de Erendis. Y a pesar de ella, los ojos se le llenaron de lágrimas. Él se apenó, pero también se sintió incómodo, pues estaba decidido, y se le había endurecido el corazón. —¡Vamos, Erendis!—dijo—. Ocho años me he quedado. No podéis retener para siempre con dulces lazos al hijo del rey, que lleva la sangre de Tuor y Eärendil. Y no voy al encuentro de la muerte. Pronto volveré.

—¿Pronto?—dijo ella—. Pero los años son implacables y no los traeré de vuelta con vos. Y los míos son menos que los vuestros. Mi juventud se va; y ¿dónde están mis hijos y dónde vuestro heredero? Durante mucho tiempo y demasiado a menudo ha estado frío mi lecho últimamente.

Se dice que los númenóreanos, como los eldar, evitaban tener hijos si se preveía la separación del marido y la mujer desde el tiempo de la concepción hasta por lo menos los primeros años del vástago. Aldarion permaneció en su casa muy poco tiempo después del nacimiento, de acuerdo con la idea númenóreana de lo que era conveniente.

—A menudo y últimamente creí que así lo preferíais—dijo Aldarion—. Pero no nos enfademos, aunque no seamos del mismo parecer. Miraos en el espejo, Erendis. Sois hermosa, y la sombra de la vejez ni siquiera os ha tocado. Tenéis tiempo de sobra para mi profunda necesidad. ¡Dos años! ¡Dos años es todo lo que pido!

Pero Erendis respondió: —Decid más bien: «Dos años es lo que habré de tomarme, lo queráis o no». ¡Tomad los dos años, pues! Pero no más. El hijo de un rey de la sangre de Eärendil ha de ser también un hombre de palabra.

A la mañana siguiente Aldarion se fue de prisa. Levantó a Ancalimë en brazos y la besó, pero, aunque ella se le aferró al cuello, la dejó rápidamente y se alejó cabalgando a toda carrera. Poco después el gran barco abandonó Rómenna. Hirilondë lo llamó, el Descubridor de Puertos; pero abandonó Númenor sin la bendición de Tar-Meneldur; y Erendis no vino a poner la rama verde del retorno, ni tampoco la envió al puerto. La cara de Aldarion estaba sombría y preocupada mientras en proa miraba la gran rama de oiolairë puesta allí por la esposa del capitán; pero no miró atrás hasta que el Meneltarma se perdió en el crepúsculo.

Todo ese día se quedó Erendis en su cuarto a solas y entristecida; pero en lo profundo de su corazón sentía un dolor nuevo, de frío enojo, y su amor por Aldarion estaba gravemente herido. Odiaba al mar; y ahora, ni siquiera quería mirar a los árboles, que antes había amado, pues le recordaban los mástiles de los grandes navíos. Por tanto, antes de no mucho, abandonó Armenelos y fue a Emerië, en medio de la isla, donde siempre, lejos y cerca, el balido de las ovejas flotaba en el viento. —Me es más dulce a los oídos que el chillido de las gaviotas—dijo sentada a la puerta de la casa blanca, el regalo del rey que se levantaba sobre una cuesta de cara al oeste, con extensos prados en derredor que se unían sin muros ni setos con los pastizales. Allí llevó a Ancalimë, y no tenían otra compañía que ellas mismas. Porque los sirvientes de la casa de Erendis eran todos mujeres; y ella quería inculcar en su hija la amargura que sentía por los hombres. Ancalimë en verdad rara vez veía a un hombre, pues Erendis no había constituido ninguna hacienda, y sus pocos granjeros y pastores vivían en una casa apartada. Otros hombres no iban allí, salvo rara vez algún mensajero del rey; y éste no tardaba en marcharse a la carrera, pues los hombres creían sentir en esa casa un frío que los impulsaba a alejarse, y mientras se encontraban dentro, hablaban en susurros.

Una mañana, poco después de llegar Erendis a Emerië, despertó con el canto de unos pájaros, y allí, en el antepecho de la ventana, estaban los pájaros de los elfos que durante mucho tiempo habían vivido en el jardín de Armenelos, pero que ella había dejado olvidados. —Pobrecitos, tontos, ¡marchaos de aquí!—dijo—. Este no es sitio para una alegría como la vuestra.

Entonces los pájaros dejaron de cantar y se alejaron volando hacia los árboles; tres veces revolotearon sobre los tejados y luego partieron hacia el oeste. Esa noche se posaron en el antepecho de la ventana de la cámara del padre de Erendis, donde ella había dormido con Aldarion después de la fiesta celebrada en Andúnië; y allí los encontraron Núneth y Beregar en la mañana del día siguiente. Pero cuando Núneth les tendió la mano, levantaron vuelo y se fueron, y ella se quedó mirándolos hasta que se convirtieron en unos puntos a la luz del sol, precipitados hacia el mar, de regreso a la tierra de la que venían.

—Él se ha ido otra vez, entonces, y la ha dejado—dijo Núneth.

—¿Por qué no ha enviado un mensaje?—preguntó Beregar—. ¿O por qué no ha venido a casa?

—Pues sí que ha enviado un mensaje—dijo Núneth—. Porque ha rechazado a los pájaros de los elfos, lo que ha estado mal de parte de ella. No pronostica nada bueno. ¿Por qué, por qué, hija mía? Sin duda sabías lo que tenías que enfrentar. Pero déjala tranquila, Beregar, dondequiera que esté. Esta ya no es su casa, y aquí no encontrará cura. El volverá. Que entonces los valar le den sabiduría... ¡O al menos un poco de astucia!

 

Cuando llegó el segundo año de la partida de Aldarion, por deseo del rey, Erendis ordenó que la casa de Armenelos fuera dispuesta y aprontada; pero ella no hizo ningún preparativo para volver. Al rey le envió una respuesta diciendo: —Iré si me lo ordenáis, atar aranya. Pero ¿es mi deber ahora apresurarme? ¿No habrá tiempo bastante cuando la vela se divise en el este?—Y a sí misma se dijo: —¿Hará el rey que espere en los muelles como la novia de un marinero? Ojalá lo fuera, pero ya no lo soy más. He desempeñado ese papel hasta el fin.

Pero transcurrió ese año y no se divisó vela alguna; y el año siguiente llegó y se desvaneció en el otoño. Entonces Erendis se volvió dura y silenciosa. Ordenó que cerraran la casa de Armenelos, y jamás se alejaba más que unas horas de la casa de Emerië. El amor que tenía lo daba todo a su hija, y se aferraba a ella, y no permitía que Ancalimë no estuviera a su lado, ni siquiera para visitar a Núneth y a la parentela de las Tierras del Oeste. Toda enseñanza la recibía Ancalimë de su madre; y aprendió a escribir, a leer y a hablar bien la lengua élfica con Erendis, según la manera en que la empleaban los hombres elevados de Númenor. Porque en las Tierras del Oeste, en casas como la de Beregar, se utilizaba una lengua común, y Erendis hablaba rara vez el númenóreano, que era la lengua preferida de Aldarion. Mucho también aprendió Ancalimë de Númenor y de los días antiguos en los libros y pergaminos que ella podía entender; y oía también historias de otra especie, de la gente y del país, en boca de las mujeres de la casa, aunque de esto Erendis nada sabía. Pero las mujeres evitaban hablar con la niña, pues le tenían miedo a Erendis; y en la casa blanca de Emerië, Ancalimë reía muy rara vez. Era una casa silenciosa y no había música en ella, como si allí hubiera muerto alguien poco tiempo atrás; porque era costumbre en Númenor en aquellos días, que los hombres tocaran los instrumentos, y la música que escuchaba Ancalimë en su infancia era lo que cantaban las mujeres mientras trabajaban al aire libre, lejos de los oídos de la blanca señora de Emerië. Pero ahora Ancalimë tenía siete años, y cada vez que se lo permitían, salía de la casa e iba a los amplios prados donde podía correr en libertad; y a veces iba en compañía de una pastora cuidando de las ovejas y comiendo bajo el cielo.

 

Un día del verano de ese año, un niño pequeño, aunque mayor que ella, fue a la casa con un recado de las granjas distantes; y Ancalimë se le acercó mientras él comía un pedazo de pan y bebía de una jarra de leche en el patio de atrás de la casa. Él la miró sin interés y siguió bebiendo. Luego dejó la jarra a un lado.

—Sigue mirando si quieres, ojazos—dijo—. Eres una niña bonita, pero demasiado delgada. ¿Quieres comer?—Sacó una hogaza de la bolsa.

—¡Vete, Îbal!—gritó una vieja que salía por la puerta de la lechería—. ¡Y usa tus largas piernas o habrás olvidado el mensaje que te di para tu madre, aún antes de llegar a casa!

—¡No hace falta un perro guardián donde tú estás, madre Zamîn!—gritó el niño, y con un ladrido y un salto pasó por sobre el portalón y bajó corriendo la colina. Zamîn era una vieja campesina de lengua suelta y a quien nadie amilanaba fácilmente, ni siquiera la señora blanca.

—¿Qué era esa criatura ruidosa?—preguntó Ancalimë.

—Un niño—dijo Zamîn—, si sabes qué es eso. Aunque ¿cómo habrías de saberlo? Son criaturas que comen y rompen cosas. Ese está siempre comiendo... pero no en vano. Un magnífico muchachón encontrará el padre cuando regrese; aunque si tarda demasiado, apenas lo conocerá. Lo mismo podría decir de otros.

—¿Entonces el niño también tiene padre?—preguntó Ancalimë.

—Por cierto—dijo Zamîn—. Ulbar, uno de los pastores del gran señor del sur: el señor de las ovejas lo llamamos, un pariente del rey.

—Entonces, ¿por qué el padre del niño no está en casa?

—¿Por qué, hérinkë?—dijo Zamîn—. Porque oyó hablar de esos aventureros y se unió a ellos y se fue de viaje con tu padre, el señor Aldarion, aunque sólo los valar saben adónde o por qué.

Esa noche Ancalimë preguntó de pronto a su madre: —¿Mi padre se llama también el señor Aldarion?

—Así se llamaba—respondió Erendis—. Pero ¿por qué lo preguntas?—. Hablaba en un tono tranquilo y desinteresado, pero por dentro estaba asombrada y perturbada, porque nunca hasta entonces habían intercambiado una palabra sobre Aldarion.

Ancalimë no contestó la pregunta. —¿Y cuándo volverá?—dijo.

—¡No me lo preguntes!—dijo Erendis—. No lo sé. Nunca, quizá. Pero no te preocupes, porque tienes una madre, y ella no te abandonará mientras tú la ames.

Ancalimë no volvió a hablar de su padre.

Los días pasaron trayendo otro año, y luego otro; esa primavera Ancalimë cumplió nueve años. Los corderos nacieron y crecieron; llegó el tiempo de la esquila y pasó; un verano ardiente quemó la hierba. El otoño se deshizo en lluvia. Y entonces, empujado sobre las aguas grises por un viento nuboso, volvió Hirilondë trayendo a Aldarion a Rómenna; y se envió la noticia a Emerië, pero Erendis no hizo ningún comentario. No había nadie en los muelles que saludara a los recién llegados. Aldarion cabalgó en la lluvia a Armenelos, y encontró la casa cerrada. Se sintió consternado, pero no preguntó nada a nadie; primero buscaría al rey, porque, según creía, tenía mucho que decirle.

No encontró su bienvenida más cálida de lo que esperaba; y Meneldur le habló como un rey que cuestiona la conducta de un capitán. —Has estado fuera mucho tiempo—dijo fríamente—. Han pasado más de tres años desde la fecha en que prometiste volver.

—¡Ay!—dijo Aldarion—. Aún yo me he cansado del mar, y por mucho tiempo mi corazón echó de menos el oeste. Pero me he demorado en contra de mi propia voluntad. Hay mucho por hacer. Y todo sale mal en mi ausencia.

—No lo dudo—dijo Meneldur—. Comprobarás que lo mismo sucede en tu propio país, me temo.

—Eso espero enderezarlo—dijo Aldarion—. Pero el mundo está cambiando otra vez. Han transcurrido cerca de mil años desde que los Señores del Oeste lucharon contra Angband; y esos días están olvidados o envueltos en confusas leyendas entre los hombres de la Tierra Media. La inquietud y el miedo acosan otra vez a esos hombres. Tengo que hablar contigo y darte cuenta de mis hechos y de lo que debería hacerse.

—Así lo será—dijo Meneldur—. En verdad, no espero menos. Pero hay otros asuntos que juzgo más importantes. «Que el rey gobierne bien su propia casa antes de corregir a los demás», se dice. Eso es válido para todos los hombres. Te daré ahora un consejo, hijo de Meneldur. Tú también tienes una vida propia. Has descuidado siempre la mitad de ti mismo. A ti ahora te digo: ¡ve a tu casa!

Aldarion se quedó de súbito inmóvil y el rostro grave. —Si lo sabes, dímelo—dijo—: ¿Dónde está mi casa?

—Donde está tu esposa—dijo Meneldur—. No has cumplido la palabra que le diste, fuera por necesidad o no. Vive ahora en Emerië, en su propia casa, lejos del mar. Allí has de ir en seguida.

—Si me hubiera dejado algún mensaje diciéndome dónde encontrarla, habría ido directamente desde el puerto—dijo Aldarion—. Pero cuando menos, no tengo ahora que pedir noticias a los extraños. —Se volvió entonces para irse, pero en seguida dijo, deteniéndose un instante: —El capitán Aldarion ha olvidado algo que pertenece a su otra mitad, y que en su indocilidad también considera urgente. Tiene una carta que ha de entregar al rey en Armenelos. —Y dándosela a Meneldur, hizo una reverencia y abandonó la cámara; y a la hora montó a caballo y se puso en viaje, aunque ya caía la noche. Con él no llevaba sino dos compañeros, hombres de su barco: Henderch, de las Tierras del Oeste, y Ulbar, nativo de Emerië.

Cabalgando rápidamente, llegaron al caer la noche del siguiente día, y hombres y caballos estaban muy cansados. Fría y blanca lucía la casa sobre la colina al último resplandor del sol bajo las nubes. Cuando Aldarion la vio, a lo lejos, hizo sonar el cuerno para anunciarse.

Cuando saltó del caballo en el patio anterior, vio a Erendis: vestida de blanco esperaba en los escalones que ascendían hacia las columnas, delante de las puertas. Se mantenía erguida, pero al acercarse, él vio que estaba pálida, y que los ojos le brillaban demasiado.

—Llegáis tarde, mi señor—dijo—. Hacía ya mucho que había dejado de esperaros. Temo que no hay una bienvenida preparada para vos, como la hubiera habido en otro tiempo.

—Los marineros se contentan fácilmente—dijo Aldarion.

—Está bien que así sea—dijo ella; y se volvió a la casa y lo dejó. Entonces dos mujeres avanzaron y una anciana descendió la escalinata. Cuando Aldarion entró, dijo ella en voz alta para que él pudiera oírla: —No hay alojamiento para vosotros aquí. ¡Id a la casa al pie de la colina!

—No, Zamîn—le dijo Ulbar—. No me quedaré. Voy a mi casa con la venia del señor Aldarion. ¿Está todo bien allí?

—Bastante bien—dijo ella—. Tu hijo ha comido hasta olvidarte. Pero ¡ve y encuentra tus propias respuestas! Estarás allí más abrigado que tu capitán.

 

Erendis no se hizo presente a la mesa donde unas mujeres sirvieron a Aldarion una cena tardía en una cámara apartada. Pero antes que él hubiera acabado de comer, ella entró y dijo delante de las mujeres:

—Estaréis cansado, mi señor, después de tanta prisa. Se os ha aprontado un cuarto de huéspedes, y está a vuestra disposición. Mis mujeres os asistirán. Si tenéis frío, pedidles que enciendan un fuego.

Aldarion no contestó. Fue temprano al dormitorio y como en verdad estaba cansado, se echó en la cama y olvidó pronto las sombras de la Tierra Media y de Númenor en un sueño profundo. Pero con el canto del gallo despertó con gran inquietud y enfado. Se levantó de inmediato y pensó en abandonar la casa sin ruido: encontraría a Henderch, su hombre de confianza, y a los caballos, e irían a casa de su pariente, Hallatan, el señor pastor de Hyarastorni. Más tarde convocaría a Erendis con su hija a Armenelos y ya no tendría más tratos en terreno de ella. Pero mientras iba hacia las puertas, Erendis se le acercó. No se había acostado esa noche y se detuvo ante él, en el umbral.

—Os vais más de prisa de lo que habéis venido, mi señor—dijo—. Espero que como marinero no hayáis encontrado demasiado fastidiosa esta casa de mujeres, y por eso os vais así antes de resolver vuestros asuntos. En verdad, ¿qué asunto os trajo aquí? ¿Puedo saberlo antes de que os vayáis?

—Se me dijo en Armenelos que mi esposa estaba aquí, y que había traído aquí a mi hija—respondió él—. En cuanto a mi esposa, estaba equivocado, según parece, pero ¿no tengo yo una hija?

—La teníais hace algunos años—dijo ella—. Pero mi hija no se ha levantado todavía.

—Que se levante entonces mientras voy en busca de mi caballo—dijo Aldarion.

 

Erendis habría querido evitar el encuentro de Aldarion y Ancalimë en esa ocasión, pero temía ir demasiado lejos y perder el favor del rey, y el consejo ya había expresado su descontento por el hecho de que la niña fuera criada en el campo. Por tanto, cuando Aldarion volvió a caballo junto con Henderch, Ancalimë estaba junto a su madre en el umbral. Se mantenía erguida y rígida como su madre, y no lo saludó en ningún momento cuando él desmontó y subió por las escaleras hacia ella.

En una nota sobre el «consejo del cetro» en este tiempo de la historia de Númenor, se dice que no tenía poder para doblar la voluntad del rey, excepto por persuasión. Los miembros del consejo procedían de cada una de las regiones de Númenor; pero el heredero del rey era también miembro de pleno derecho, para que así pudiera aprender a gobernar; y también a otros podía convocar el rey o designarlos consejeros, si tenían algún conocimiento que pudiera ser de utilidad en cualquier instancia del debate. En este momento, sólo había dos miembros del consejo (además de Aldarion) que pertenecían a la Línea de Elros: Valandil de Andúnië, por las Andustar, y Hallatan de Hyarastorni, por las Mittalmar; pero eran dueños de esas tierras no por descendencia ni riqueza, sino por la estima y el amor que se les tenía (en la Akallabêth se dice que «el Señor de Andúnië se contó siempre entre los principales consejeros del cetro»).

—¿Quién sois?—preguntó—. ¿Y por qué me ordenáis levantarme tan temprano, antes de que haya movimiento en la casa?

Aldarion la miró atentamente, y aunque tenía una expresión severa, se sonreía por dentro: porque veía en ella a su propia hija más que a la de Erendis, a pesar de la educación que había recibido.

—Me conocisteis una vez, señora Ancalimë—le dijo—, pero no importa. Hoy no soy más que un mensajero venido de Armenelos para recordaros que sois la hija del heredero del rey; y (como puedo verlo ahora) que seréis su heredera llegado el momento. No siempre viviréis aquí. Volved ahora a vuestro lecho, mi señora, hasta que vuestra doncella se despierte, si queréis. Tengo prisa por ver al rey. ¡Adiós! —Besó la mano de Ancalimë y descendió las escaleras; luego montó y se alejó a la carrera saludando con la mano.

Erendis, sola en la ventana, lo vio cabalgar colina abajo, y advirtió que se dirigía a Hyarastorni y no a Armenelos. Entonces lloró de pena, pero más todavía de rabia. Había esperado imponer alguna penitencia, que pudiera retirar después de que Aldarion le pidiera perdón; pero él la había tratado como si ella fuera la única culpable, y no la había tenido en cuenta delante de su hija. Demasiado tarde recordaba las palabras que le dijera Núneth mucho tiempo atrás, y veía a Aldarion ahora como a alguien grande e indomable, impulsado por una fiera determinación, aún más peligroso cuando actuaba con frialdad.

—¡Peligroso!—dijo—. Soy acero difícil de doblegar. Así lo comprobaría él, aun cuando fuera rey de Númenor.

 

Aldarion cabalgó a Hyarastorni, la casa de Hallatan, su primo; porque tenía intención de descansar allí un tiempo y reflexionar. Cuando estuvo cerca, oyó sonido de música, y descubrió que los pastores celebraban alegremente el regreso a casa de Ulbar con muchas maravillosas historias y regalos; y la esposa de Ulbar, enguirnaldada, bailaba con él al son de los caramillos. En un principio nadie advirtió la presencia de Aldarion, aún a caballo, que los observaba con una sonrisa; pero de pronto Ulbar exclamó: —¡El gran capitán!—e Îbal, su hijo, corrió hacia los estribos de Aldarion—. ¡Señor capitán!—clamó.

—¿De qué se trata? Tengo prisa—dijo Aldarion; porque había cambiado de humor, y sentía enfado y amargura.

—Sólo quiero preguntar—dijo el niño—qué edad ha de tener un hombre para que pueda hacerse a la mar en un barco como mi padre.

—La edad de las montañas y ninguna otra esperanza en la vida—dijo Aldarion—. O más sencillamente, ¡cuando se lo diga el corazón! Pero tu madre, hijo de Ulbar, ¿no ha de darme la bienvenida?

Cuando la esposa de Ulbar se aproximó, Aldarion le tomó la mano. —¿Querrás recibir esto de mí?—dijo—. No es más que una pequeña retribución por los seis años de Ulbar que tú me diste, la ayuda de un corazón noble. —Y de un saquito bajo la capa sacó una joya roja como el fuego, engarzada sobre una banda de oro, y se la puso en la mano. —Viene del rey de los elfos—dijo—. Pero la considerará en buenas manos cuando yo se lo diga. —Entonces Aldarion se despidió de la gente allí reunida y se alejó cabalgando, sin deseos ya de quedarse en aquella casa. Cuando Hallatan se enteró de la extraña llegada y la precipitada partida de Aldarion, se quedó perplejo, hasta que otras noticias recorrieron el campo.

Aldarion todavía no estaba muy lejos de Hyarastorni, cuando se detuvo de pronto y habló con Henderch, su compañero. —Sea cual fuere la bienvenida que te espere en el oeste, amigo, no te apartaré de ella. Ve a tu casa con mi agradecimiento. Deseo viajar solo.

—No es conveniente, señor capitán—dijo Henderch.

—Tienes razón—dijo Aldarion—. Pero así son las cosas. ¡Adiós!

Y prosiguió cabalgando solo hacia Armenelos, y nunca más puso el pie en Emerië.

 

Cuando Aldarion abandonó la cámara, Meneldur miró con asombro la carta que su hijo le había dado; porque vio que provenía del rey Gil-galad de Lindon. Estaba sellada y tenía su emblema de estrellas blancas sobre un círculo azul. En el pliegue exterior estaba escrito:

 

Entregada en Mithlond en manos del señor Aldarion, heredero del rey de Númenor, para ser entregada personalmente al alto rey en Armenelos.

 

Entonces Meneldur rompió el sello y leyó:

 

Ereinion Gil-galad, hijo de Fingon[7], a Tar-Meneldur de la línea de Eärendil, salve: los valar os guarden y que no haya sombras en la isla de los reyes.

Hace ya mucho que os debo agradecimiento por haberme enviado tantas veces a vuestro hijo Anardil Aldarion: a quien considero el más grande amigo de los elfos que hay ahora entre los hombres. En esta ocasión os pido perdón por haberlo retenido demasiado; porque yo tenía gran necesidad del conocimiento de los hombres y de sus lenguas que sólo él posee. Ha desafiado múltiples peligros para traerme su consejo. De mi necesidad, él os dirá algo; no obstante, no llega a advertir claramente el tamaño de esa necesidad, pues es joven y tiene muchas esperanzas. Por tanto, escribo esto sólo para los ojos del rey de Númenor.

Una nueva sombra se levanta en el este. No se trata de la tiranía de hombres malvados, como cree vuestro hijo; pero un servidor de Morgoth está moviéndose, y las criaturas malignas han despertado otra vez. Cada año el Mal gana en fuerza, pues la mayor parte de los hombres están dispuestos a servirlo. No pasará mucho tiempo, según mi parecer, en que la amenaza será excesiva para los eldar, que no podrán oponérsele sin ayuda. Por tanto, cada vez que veo una de las altas naves de los reyes de los hombres, mi corazón se apacigua. Y ahora tengo la audacia de solicitar vuestra asistencia. Si os sobran fuerzas de hombres, prestádmelas, os lo ruego.

Vuestro hijo os informará, si queréis, de todas nuestras razones. Pero en resumen su consejo (siempre atinado) es que cuando sobrevenga el ataque, como sobrevendrá sin duda alguna, hemos de intentar la defensa de las Tierras del Oeste, donde moran los eldar y los hombres de vuestra raza cuyos corazones no están todavía oscurecidos. Cuando menos hemos de defender Eriador y las orillas de los largos ríos al oeste de las montañas que llamamos Hithaeglir: nuestra principal defensa. Pero en ese muro de montañas hay una gran hendidura hacia el sur en la tierra de Calenardhon; y por esa vía puede llegar la invasión del este. Ya el enemigo se acerca arrastrándose a lo largo de la costa. Podríamos defender Eriador e impedir el asalto si tuviéramos alguna plaza fuerte en la costa cercana.

Todo esto, el señor Aldarion lo ha comprendido hace años. En Vinyalondë, junto a la desembocadura del Gwathló, trabajó mucho tiempo en la construcción de un gran puerto fortificado, seguro contra lo que venga por tierra y por mar; pero estas grandes obras han resultado inútiles. Conoce bien tales asuntos, porque mucho ha aprendido de Círdan, y comprende mejor que nadie las necesidades de vuestros grandes navíos. Pero nunca tuvo hombres suficientes; mientras que a Círdan no le sobran los artífices ni los albañiles.

El rey conocerá sus propias necesidades; pero si escucha con favor al señor Aldarion y lo apoya en todo lo posible, habrá un poco más de esperanza en el mundo. Los recuerdos de la Primera Edad no son claros, y las cosas están enfriándose en la Tierra Media. Que no se desvanezca también la vieja amistad de los eldar y los dúnedain.

¡Escuchad! La oscuridad que se acerca está cargada de odio hacia nosotros, y el aborrecimiento en que os tiene no es mucho menor. Pronto sus alas cubrirán el Gran Mar de extremo a extremo, si seguimos permitiéndole que crezca.

Manwë os mantenga al abrigo del Único y envíe buenos vientos a vuestros velámenes.

Lindon por Alan Lee

 

Meneldur dejó que el pergamino le cayera sobre las rodillas. Unas grandes nubes arrastradas por un viento del este habían precipitado el crepúsculo, y las altas candelas parecían menguar en la lobreguez que llenaba la cámara.

—¡Quiera Eru llevarme antes que ese tiempo llegue!—gritó con grandes voces. Luego se dijo a sí mismo—: ¡Ay!, qué desgracia que su orgullo y mi frialdad nos hayan mantenido apartados tanto tiempo. Pero será atinado cederle el cetro antes de lo que yo había pensado. Porque estas cosas están fuera de mi alcance.

»Cuando los valar nos dieron la Tierra del Don, no nos dejaron allí como delegados: nos dieron el reino de Númenor, no el del mundo. Ellos son los Señores. A nosotros nos incumbía poner fin al odio y a la guerra; porque la guerra había terminado, y Morgoth había sido expulsado de Arda. Así lo creí y así se me enseñó.

»No obstante, si el mundo se oscurece otra vez, los Señores deben saberlo; y no me han enviado ninguna señal. A menos que esto lo sea. Y ¿entonces qué? Nuestros padres fueron recompensados por haber contribuido a la derrota de la Gran Sombra. ¿Se mantendrán sus hijos apartados si el Mal encuentra nueva cabeza?

»Tengo demasiadas dudas, para gobernar bien. ¿Nos prepararemos, o dejaremos que las cosas ocurran? Si nos preparamos para una guerra que por ahora es sólo una conjetura, ¿tendremos que sacar a artesanos y labradores de sus pacíficos trabajos y enseñarles a derramar sangre en el combate? ¿Habrá que poner hierros en manos de capitanes codiciosos que no aman otra cosa que la conquista y se vanagloriarán si hacen una matanza? ¿Le dirán a Eru: al menos vuestros enemigos estaban entre ellos? ¿nos cruzaremos de brazos mientras los amigos mueren injustamente? ¿Permitiremos que los hombres vivan ciegos y en paz hasta que el expoliador esté a la puerta? ¿Qué harán entonces: oponer las manos desnudas al hierro y morir en vano, o huir dejando detrás los gritos de las mujeres? ¿Le dirán a Eru: Al menos no he derramado ni una gota de sangre?

»Cuando una u otra vía conducen al mal, ¿de qué sirve elegir? ¡Gobiernen los valar bajo la égida de Eru! Cederé el cetro a Aldarion. Sin embargo, también esto es una elección, porque bien sé qué camino tomará. A no ser que Erendis...Entonces Meneldur pensó con disgusto en Erendis en Emerië.

«Pero poca es la esperanza allí (si puede llamársela esperanza). Él no cederá en asuntos tan graves. Y sé bien lo que ella decidiría... aun suponiendo que consintiera en escuchar, tanto como para poder entender. Porque su corazón no tiene alas que la lleven más allá de Númenor, y no sospecha lo que eso costaría. Si luego de elegir tropezase con la muerte, moriría valientemente. Pero ¿qué hará con la vida y la voluntad de otros? Todavía nos falta descubrirlo, a los valar, y a mí mismo.»

 

Aldarion volvió a Rómenna el cuarto día después de regresar el Hirilondë a puerto. Estaba sucio por el polvo del camino y fatigado, y fue en seguida a bordo del Eämbar, donde pensaba instalarse. Pero esa vez, como lo comprobó con amargura, corrían muchos rumores por la ciudad. Al día siguiente reunió unos hombres en Rómenna y los condujo a Armenelos. Allí ordenó a algunos que derribaran todos los árboles del jardín, excepto uno, y los llevaran a los astilleros; a otros, que echaran la casa abajo. Sólo conservó con vida el árbol blanco de los elfos; y cuando los leñadores hubieron partido, lo miró allí en pie en medio de la desolación y vio por primera vez que era hermoso en sí mismo. En su lento crecimiento élfico no tenía aún sino doce pies [4 metros] de altura, y era recto, esbelto, juvenil, cargado ahora de flores invernales en las ramas erguidas que apuntaban al cielo. Le recordó a su hija, y dijo: —También a ti te llamaré Ancalimë. ¡Que los dos se mantengan así altos, en larga vida, y sin que el viento o una voluntad ajena puedan torcerlos, y que nadie ni nada llegue a troncharlos!

Al tercer día de su regreso de Emerië, Aldarion fue en busca del rey. Tar-Meneldur lo aguardaba sentado, inmóvil en su silla. Al mirar a su hijo, tuvo miedo; porque Aldarion estaba cambiado: la cara se le había vuelto gris, fría y hostil, como el mar cuando una nube opaca vela de pronto la luz del sol. Erguido ante su padre habló lentamente en un tono que parecía más de desprecio que de cólera.

—Cuál fue tu parte en todo esto, lo sabes mejor que nadie—dijo—. Pero un rey ha de tener en cuenta lo que un hombre es capaz de soportar, aunque sea un súbdito, aunque sea su hijo. Si querían sujetarme a esta isla, escogiste mal las cadenas. No tengo ahora esposa, ni amor por este país. Me iré de esta malhadada isla de sueños, donde la insolencia quimérica de las mujeres pretende humillar a los hombres. Dedicare mis días a algún fin en otra parte, donde no se me desprecie y me reciban con honra. Puedes encontrar a un heredero más adecuado como sirviente doméstico. De mi heredad sólo te pido el barco Hirilondë y tantos hombres como puedan caber en él. También a mi hija me llevaría si fuera mayor; pero se la encomiendo a mi madre. A no ser que te babees por las ovejas, no lo impedirás, y no toleraré que la niña crezca entre mujeres prácticamente mudas, despreciando y malqueriendo a los suyos. Pertenece a la línea de Elros, y ningún otro descendiente tendrás por mediación de tu hijo. He cumplido. Me voy ahora a emprender negocios de mayor provecho.

Hasta entonces Meneldur había permanecido pacientemente sentado, con la mirada gacha, sin hacer signo alguno. Pero suspiró ahora y levantó la mirada: —Aldarion, hijo mío—dijo con tristeza—, el rey podría decir que tú también muestras insolencia y desprecio por los tuyos, y que condenas a otros sin haberlos escuchado; pero tu padre, que te ama y se apena por ti, todo lo perdona. No es sólo mía la culpa de no haber comprendido antes tus propósitos. Pero de cuanto tú has sufrido, y de lo que ¡ay! muchos hablan ahora, soy inocente. A Erendis la he amado, y como nuestros corazones tienen inclinaciones parecidas, he llegado a pensar que ha soportado no pocas adversidades. Tus propósitos ahora se me han vuelto claros, aunque si estás dispuesto a escuchar otra cosa que alabanzas, diría que en un principio también te guio tu propio placer. Y quizás las cosas habrían sido distintas si hubieras hablado más abiertamente mucho tiempo atrás.

—¡Puede que el rey haya recibido cierta ofensa—gritó Aldarion, ahora más enardecido—, pero no esa de que hablas! ¡A ella, cuando menos, le hablé largamente y a menudo: hablé a oídos fríos y sordos! ¡Yo me sentía como un niño que quiere treparse a un árbol y se lo dice a una niñera que sólo piensa en ropas desgarradas y horas de comidas! La amo, o no me importaría tanto. Al pasado lo guardaré en el corazón; el futuro está muerto. Ella no me ama, ni ama ninguna otra cosa. Sólo se ama a sí misma, con Númenor por decorado, y yo como perro doméstico que dormita junto al hogar hasta que ella tenga ganas de dar un paseo por el campo. Aunque ahora hasta los perros le parecen groseros, y pretende que Ancalimë trine en una jaula. Pero, basta. ¿Tengo autorización del rey para partir? ¿Alguna orden?

—El rey—respondió Tar-Meneldur—ha reflexionado mucho acerca de estos asuntos desde la última vez que estuviste en Armenelos, hace sólo unos días, que ahora parecen tan largos. Ha leído la carta de Gil-galad que es seria y grave de tono. Por desdicha, a su ruego y a tus deseos el rey de Númenor ha de responder no. No puede hacer otra cosa teniendo en cuenta los peligros inherentes a una u otra medida: prepararse para la guerra o no prepararse.

Aldarion se encogió de hombros y dio un paso como para partir. Pero Meneldur alzó la mano ordenando atención, y continuó:

—No obstante, el rey, aunque viene gobernando Númenor desde hace ciento cuarenta y dos años, no está seguro de que su comprensión de un asunto de tanta importancia y peligro baste para adoptar una decisión justa.

—Hizo una pausa y cogiendo un pergamino escrito de su propia mano, leyó con voz clara:

 

Por tanto: primero, en honor de su hijo bienamado, y segundo para el mejor gobierno del reino en circunstancias que su hijo entiende mejor, el rey resuelve: ceder sin más demora el cetro a su hijo, que en adelante se llamará Tar-Aldarion, el rey.

 

»Esto—dijo Meneldur—, cuando se proclame, explicará a todos lo que pienso de mi dimisión. Te librará de humillaciones y te dará nuevos poderes, de modo que otras pérdidas parecerán más fáciles de soportar. La carta de Gil-galad, cuando seas rey, la contestarás como le parezca adecuado al portador del cetro.

Aldarion permaneció un momento inmóvil, asombrado. Estaba preparado para enfrentarse con la cólera del rey, que intencionalmente había tratado de encender. Ahora se sentía confundido. Entonces, como quien es arrebatado de pronto por un viento repentino, cayó de rodillas ante su padre; pero al cabo de un momento levantó la cabeza inclinada y rio, como hacía siempre cuando se enteraba de un hecho cualquiera de gran generosidad, porque le alegraba el corazón.

—Padre—dijo—, pídele al rey que perdone mi insolencia. Porque es un gran rey y su humildad lo pone muy por encima de mi orgullo. Estoy vencido: me entrego por entero. Es inconcebible que un rey semejante haya de renunciar a su cetro cuando es todavía vigoroso y sabio.

—No obstante, así está decidido—dijo Meneldur—. El consejo será convocado sin demora.

 

Cuando el consejo se reunió al cabo de siete días, Tar-Meneldur les dijo lo que había resuelto y puso el pergamino ante ellos. Entonces todos se asombraron, pues no conocían todavía las circunstancias de las que hablaba el rey; y todos pusieron reparos rogándole que postergara su decisión, salvo sólo Hallatan de Hyarastorni. Porque estimaba mucho a Aldarion, su pariente, aunque tenían costumbres y gustos muy distintos; y juzgaba que la resolución del rey era noble y, si por fuerza la había tomado, también probablemente oportuna.

Pero a los otros que objetaban esto o aquello contra su resolución, Meneldur respondió: —No sin meditación lo he decidido, y en mis meditaciones he considerado todas las razones que con tanto tino defendéis. Ahora, y no más tarde, es el momento adecuado para que sea pública mi voluntad, por razones que todos sospechan sin duda, aunque nadie las haya mencionado aquí. Que este decreto, pues, sea proclamado cuanto antes. Pero si queréis, no entrará en vigor hasta el tiempo de la Erukyermë, en primavera. Mientras, conservaré el cetro.

 

Cuando la nueva de la proclamación del decreto llegó a Emerië, Erendis se sintió consternada; porque creyó ver en él una censura del rey, en cuyo favor había confiado. En esto veía con verdad, pero que hubiera algo oculto de mayor importancia, no podía concebirlo. Poco después llegó un mensaje de Tar-Meneldur, una orden en verdad, aunque graciosamente redactada. Se la instaba a que fuera a Armenelos y que llevara con ella a la señora Ancalimë, para que viviera allí por lo menos hasta la Erukyermë y la proclamación del nuevo rey.

«Es rápido para asestar el golpe» pensó. «Debí haberlo previsto. Me despojará de todo. Pero a mí no ha de mandarme ‚ ni aún en nombre del rey

Por tanto, envió esta respuesta a Tar-Meneldur:

«Rey y padre, mi hija Ancalimë acudirá a Armenelos, si vos lo ordenáis. Ruego que tengáis en cuenta sus pocos años y que le busquéis un alojamiento tranquilo. En cuanto a mí, os ruego que me excuséis. Me dicen que mi casa de Armenelos ha sido destruida; y no querría en este momento ser huésped, menos que en ningún otro sitio, en una casa montada en un barco, entre marineros. Permitidme, pues, que permanezca aquí en mi soledad, a menos que sea también voluntad del rey recuperar esta casa».

 

Esta carta leyó Meneldur con aire preocupado, pero no le tocó el corazón. Se la mostró a Aldarion, a quien parecía principalmente apuntada. Aldarion leyó la carta; y el rey, que estaba observándolo, dijo entonces: —Sin duda estás apenado. Pero ¿qué otra cosa esperabas?

—No esto, cuando menos—dijo Aldarion—. Está muy por debajo de lo que esperaba de ella. Ha quedado disminuida; y si ésta es mi obra, negra es entonces mi culpa. Pero ¿se reducen los grandes en la adversidad? ¡No era éste el modo, ni siquiera por odio o venganza! Debió haber exigido que se le preparara una casa grande, adecuada para la escolta de una reina, y regresar a Armenelos toda engalanada, con la estrella en la frente; de ese modo hubiera ganado a casi todos en la isla de Númenor, y en mí verían a un loco y un palurdo. Los valar me sean testigos, lo habría preferido así: antes una hermosa reina que me frustrara y escarneciera, que libertad para gobernar mientras la señora Elestirnë languidece en su propio crepúsculo.

Entonces, riendo con amargura, devolvió la carta al rey. —Bien, que así sea—dijo—. Pero si a alguien le disgusta vivir en un barco entre marineros, puede disculpársele a otro que no le guste vivir en una granja de ovejas, entre sirvientas. Pero no permitiré que mi hija se eduque de ese modo. Cuando menos, ella elegirá a conciencia. —Se puso de pie, y pidió permiso para retirarse.

 

 LA CONTINUACIÓN DE LA HISTORIA

 

Notas de Christopher Tolkien

A partir del punto en que Aldarion lee la carta de Erendis, que se niega a acudir a Armenelos, el relato no es más que una breve colección de notas y apuntes: y estos fragmentos no llegan nunca a constituir una trama coherente, pues fueron escritos en distintas épocas y se contradicen a menudo.

 

Según parece, cuando Aldarion recibió el cetro de Númenor en el año 883, decidió volver a la Tierra Media sin dilación, y partió hacia Mithlond ese mismo año o al año siguiente. Queda registrado que en la proa del Hirilondë no había puesto una rama de oiolairë, sino la imagen de un águila con pico de oro y ojos de brillantes, regalo de Círdan.

 

Estaba allí puesta por arte de su hacedor, como si fuera a remontar vuelo directamente hacia una meta que hubiera divisado.

—Este signo nos llevará a destino—dijo—. Que los valar cuiden de nuestro retorno... si no les disgusta lo que hacemos.

Regalo de Gil-galad por Alan Lee

 

También se dice que «no quedan registros de los últimos viajes emprendidos por Aldarion»; pero que «se sabe que viajó mucho por tierra, tanto como por mar, y remontó el curso del río Gwathló hasta Tharbad, y allí se encontró con Galadriel». No hay mención de este encuentro en ningún otro sitio; pero por ese entonces Galadriel y Celeborn vivían en Eregion, a no mucha distancia de Tharbad.

 

Pero todas las obras de Aldarion fueron desbaratadas. Los trabajos que empezó otra vez en Vinyalondë nunca se terminaron, y el mar los devoró. No obstante, puso los cimientos de la obra que Tar-Minastir concluiría muchos años después, durante la primera guerra contra Sauron, y si no hubiera sido por estos trabajos, las flotas de Númenor no podrían haber llegado a tiempo al lugar oportuno, como él lo había previsto. Ya la hostilidad crecía y hombres oscuros de las montañas invadían Enedwaith, pero en los días de Aldarion, los númenóreanos aún no buscaban nuevas tierras, y sus aventureros seguían siendo un pueblo pequeño, admirado, pero apenas emulado.

No hay mención de que se llevara adelante la alianza con Gil-galad o que se enviara la ayuda que éste había solicitado en la carta a Tar-Meneldur; en verdad, se dice que Aldarion llegó demasiado tarde o demasiado temprano. Demasiado tarde: porque el poder que odiaba a Númenor ya había despertado. Demasiado temprano: porque el tiempo no estaba maduro todavía como para que Númenor manifestara su poder o interviniera en la batalla por el mundo.

 

Hubo cierta agitación en Númenor cuando Tar-Aldarion decidió volver a la Tierra Media en 883 u 884, pues ningún rey había abandonado antes la isla. Se dice que se le ofreció la regencia a Meneldur, pero que éste la rechazó, y que el regente fue Hallatan de Hyarastorni, designado por el consejo o por el mismo Tar-Aldarion.

 

De la historia de Ancalimë adolescente no hay datos ciertos. Hay menos dudas en lo que concierne a su carácter algo ambiguo y a la influencia que su madre ejerció continuamente sobre ella. Era menos recatada que Erendis y gustó desde un principio del despliegue, las joyas, la música, la admiración y la deferencia; pero sólo cuando le convenía, y nunca de un modo constante, y a menudo escapaba con la excusa de ir a ver a su madre y la casa blanca de Emerië. Aprobaba, por así decir, tanto la manera en que Erendis había tratado a Aldarion luego de su último regreso, como también la cólera y el orgullo impenitente de Aldarion, y su definitiva ruptura con Erendis, a quien había arrancado de su corazón y sus pensamientos. Sentía profundo disgusto por el matrimonio obligatorio y por cualquier cosa que la violentara. Su madre siempre le había hablado mal de los hombres, y en verdad se conserva un notable ejemplo de las enseñanzas de Erendis en este respecto:

Los hombres de Númenor son medio elfos (decía Erendis), en especial los encumbrados, pero en verdad no son ni una cosa ni otra. La larga vida que se les concedió los engaña, y se huelgan en el mundo hasta que los alcanza la vejez... y entonces muchos de ellos abandonan los juegos al aire libre para seguir jugando dentro de sus casas. De los asuntos importantes hacen un juego, y del juego un asunto importante. Querrían ser artesanos y maestros de la ciencia y héroes a la vez; y para ellos las mujeres son como el fuego del hogar, cuyo cuidado incumbe a otros, hasta que regresan por la noche, hartos de juegos. Todo ha sido hecho para servirlos: las montañas para minas, los ríos para sacar agua o hacer girar unas ruedas, los árboles para la madera, las mujeres para las necesidades corporales, y si son bellas para adorno de la mesa o el hogar; y los niños para bromear con ellos cuando no hay otra cosa que hacer... Pero lo mismo les daría jugar con una camada de perros. Con todos se muestran amables y bondadosos, alegres como la alondra en la mañana (si brilla el sol); porque nunca se enfadan si pueden evitarlo. Los hombres tienen que ser alegres, afirman, generosos como los ricos, repartiendo lo que les sobra. El enojo aparece sólo cuando advierten de pronto que hay otras voluntades en el mundo además de la de ellos. Entonces se vuelven tan despiadados como los vientos de los mares si algo se atreve a oponérseles.

Así es, Ancalimë, y no podemos cambiarlo. Porque los hombres hicieron Númenor: los hombres, esos héroes de antaño de los que cantan tantas hazañas... De sus mujeres no oímos tanto, salvo que lloraban cuando los hombres morían en combate. Númenor era un descanso después de la guerra. Pero si se cansan del descanso y de los juegos de la paz, vuelven otra vez al gran juego: la matanza de hombres, la guerra. Así es, y nosotras estamos entre ellos, pero no tenemos que consentir. Si también amamos Númenor, disfrutemos de ella antes de que la arruinen. También nosotras somos hijas de los grandes, y tenemos voluntad y coraje propios. Por tanto, no te doblegues, Ancalimë. Si permites que te dobleguen un poco, te han de doblegar más todavía, hasta que te echen por tierra. ¡Echa raíces en la roca y da cara al viento, aunque todas tus hojas vuelen!

Además, y con mayor eficacia, Erendis había acostumbrado a Ancalimë a la sociedad femenina: la serena, tranquila, complaciente vida de Emerië, sin interrupciones ni alarmas. Los niños, como Îbal, gritaban. Los hombres cabalgaban soplando cuernos a horas intempestivas y comían con gran ruido. Engendraban niños y los dejaban al cuidado de las mujeres cuando los encontraban molestos. Y aunque dar a luz un niño no fuera tan doloroso y peligroso como en otras partes, nadie pensaba en Númenor como un «paraíso terrenal», y no se evitaban las fatigas del trabajo y de todo lo que hubiere que hacer.

Ancalimë, como Aldarion, nunca se echaba atrás una vez que se había decidido; era terca como él, y a veces hacía lo contrario de lo que le aconsejaban. Tenía algo de la frialdad de su madre; y en lo profundo del corazón, casi pero no del todo olvidada, sentía aún la firmeza con que Aldarion le había soltado la mano y la había dejado en el suelo cuando tuvo prisa por partir. Amaba profundamente los prados de su patria, y nunca (como dijo una vez) pudo dormir en paz lejos del balido de las ovejas, pero no rechazó la heredad, y decidió convertirse en poderosa soberana, cuando llegara el momento; y cuando así fuese, vivir como y donde le placiera.

Parece que, durante unos dieciocho años, después de recibir el cetro de Númenor, Aldarion se ausentaba con frecuencia de Númenor; y durante ese tiempo Ancalimë pasaba sus días tanto en Emerië como en Armenelos, porque la reina Almarian le había cobrado un gran cariño y la consentía como había consentido a Aldarion en su juventud. En Armenelos todos la trataban con deferencia, y no menos Aldarion; y aunque al principio no se sentía a sus anchas y extrañaba los extensos horizontes de su país, con el tiempo dejó de sentirse abatida y advirtió que los hombres miraban asombrados su belleza. A medida que crecía fue mostrándose cada vez más obstinada, y le resultaba fastidiosa la compañía de Erendis, que se comportaba como una viuda y no quería ser reina; pero siguió volviendo a Emerië, tanto con el propósito de escapar de Armenelos como por el deseo de irritar a Aldarion. Era inteligente y maliciosa, y esperaba sacar algún provecho de la batalla que libraban sus padres.

 

Ahora bien, en el año 892, cuando Ancalimë tenía diecinueve años, fue proclamada heredera del rey (a una edad mucho más temprana que en el caso precedente); y en esa ocasión Tar-Aldarion hizo cambiar la ley de sucesión de Númenor. Se dijo específicamente que las razones de Tar-Aldarion eran «de índole privada más que política» y motivadas «por el viejo deseo de triunfar sobre Erendis».

Este cambio de la ley se menciona en El Señor de los Anillos, Apéndice A (I, i):

El sexto rey [Tar-Aldarion] tuvo sólo una hija. Fue la primera reina [esto es, reina regente]; pues fue entonces cuando se promulgó una ley de la casa real: el mayor de los hijos del rey, cualquiera que fuera su sexo, recibiría el cetro.

 

Pero en otras partes la nueva ley se formula de manera diferente. La redacción más cabal y clara afirma en primer lugar que la «vieja ley», como se la llamó luego, no era en realidad una «ley» númenóreana, sino una costumbre heredada que las circunstancias aún no habían cuestionado; y de acuerdo con dicha costumbre, el hijo mayor del regente heredaba el cetro. Se entendía que, si no había hijo, el pariente más cercano de ascendencia masculina de Elros Tar-Minyatur sería el heredero. Así, si Tar-Meneldur no hubiera tenido un hijo, el heredero no habría sido Valandil, su sobrino (hijo de su hermana Silmariën), sino Malantur, su primo (nieto de Eärendur, hermano menor de Tar-Elendil). Pero de acuerdo con la «nueva ley», la hija (mayor) del regente heredaba el cetro en caso de no tener un hijo (esto, por supuesto, contradice lo que se cuenta en el Señor de los Anillos). Por sugerencia del consejo, se añadía que ella era libre de rechazarlo. Al final el caso, de acuerdo con la «nueva ley», el heredero de la regencia sería el pariente de sexo masculino más cercano, fuera de ascendencia masculina o femenina. Así, pues, si Ancalimë hubiera rechazado el cetro, el heredero de Tar-Aldarion habría sido Soronto, el hijo de su hermana Ailinel; y si Ancalimë hubiera renunciado al cetro o hubiera muerto sin hijos, Soronto igualmente habría sido su heredero.

 

También se estableció a instancias del consejo que la heredera tenía que renunciar si permanecía soltera al cabo de cierto tiempo; y a estas provisiones Tar-Aldarion añadió que el heredero del rey no debía casarse sino con alguien de la línea de Elros, y quien así no lo hiciera ya no tendría derecho a recibir la heredad. Se dice que esta ordenanza tuvo su origen directamente en el desastroso matrimonio de Aldarion con Erendis, y a las conclusiones a las que él había llegado, porque ella no pertenecía a la línea de Elros, y tenía menor esperanza de vida, y él creía que de allí venía todo el mal.

Sin duda estas provisiones de la «nueva ley» se registraron con tanto detalle porque tenían estrecha relación con la historia posterior de estos hechos; pero, desdichadamente, muy poco puede decirse de ellas.

En una fecha posterior, Tar-Aldarion abrogó la ley según la cual la reina regente tenía que renunciar o casarse (y esto fue por cierto consecuencia del rechazo de Ancalimë a esta alternativa); pero el matrimonio del presunto heredero con otro miembro de la línea de Elros fue desde entonces una costumbre aceptada.

De cualquier modo, los pretendientes de la mano de Ancalimë no tardaron en aparecer en Emerië, y no sólo porque la posición de ella hubiese cambiado, sino también por lo que se decía de su belleza, de su altivez y desdén, y de la singularidad de su educación. En ese tiempo la gente empezó a llamarla Emerwen Aranel, la princesa pastora. Para escapar de los inoportunos, Ancalimë, con ayuda de la vieja Zamîn, fue a esconderse en una granja en los lindes de las tierras de Hallatan de Hyarastorni, donde llevó un tiempo la vida de una pastora. Los apresurados apuntes que se han conservado cuentan de distinto modo las reacciones de los padres. Según uno de ellos, Erendis sabía dónde se encontraba Ancalimë, y aprobaba que hubiese huido, mientras que Aldarion impidió que el consejo la buscara, pues consideraba que su hija debía actuar con independencia. Según otro apunte, sin embargo, Erendis estaba preocupada por la huida de Ancalimë, y Aldarion, furioso; y en esta oportunidad Erendis intentó reconciliarse con él, al menos en lo que concernía a Ancalimë. Pero Aldarion se mantuvo inflexible, declarando que el rey no tenía esposa, pero que tenía una hija y heredera; y que él no creía que Erendis ignorara el lugar donde se escondía Ancalimë.

Lo que sí es cierto es que Ancalimë se encontró con un pastor que cuidaba rebaños en la región; y este hombre le dijo que se llamaba Mámandil. Ancalimë no estaba acostumbrada a esa clase de compañía y le deleitaba oírle cantar, y él le cantó viejas historias de días remotos cuando los rebaños de los edain pastaban en Eriador mucho tiempo atrás, antes que los edain se encontrasen con los eldar. Ancalimë y Mámandil se veían en los pastizales cada vez más a menudo, y él cantaba las canciones de los amantes de antaño e incorporaba en ellas los nombres de Emerwen y Mámandil; y Ancalimë fingía no entender esos juegos de palabras. Pero por fin él le declaró abiertamente su amor, y ella se echó atrás y lo rechazó diciendo que el destino los separaba, pues ella era la heredera del rey, pero Mámandil no se amilanó, y rio y le dijo que su verdadero nombre era Hallacar, hijo de Hallatan de Hyarastorni, de la línea de Elros Tar-Minyatur. —¿Y de qué otra manera habría de acercársete un pretendiente?—dijo.

Entonces Ancalimë se enfadó porque la había engañado sabiendo desde un principio quién era ella; pero él respondió:         —Eso es verdad sólo en parte. Traté por cierto de conocer a la señora, cuyas actitudes eran tan singulares que quise saber más de ella. Pero entonces me enamoré de Emerwen, y no me importa ahora quién es ella. No creas que pretendo la alta posición que ocupas; porque con mucho preferiría que fueras sencillamente Emerwen. Sólo me alegro de esto: también yo pertenezco a la línea de Elros, porque de otro modo, creo, no podríamos casarnos.

—Podríamos—dijo Ancalimë—, si tuviera intención de abrazar ese estado. Podría renunciar a mi realeza y quedar en libertad. Pero si así lo hiciera, también podría casarme con quien quisiese; y ése sería Úner (que significa «Nadie»), a quien preferiría por sobre todos los demás.

 

Fue no obstante con Hallacar con quien se casó Ancalimë finalmente. De acuerdo con una versión, parece que la persistencia del cortejo de Hallacar, a pesar de haber sido rechazado, y la insistencia del consejo en que ella eligiera un marido para tranquilidad del reino, fueron causa de que se casaran no muchos años después de encontrarse por vez primera entre los rebaños en Emerië. Pero en otro sitio se dice que permaneció soltera tanto tiempo, que su primo Soronto, apoyándose en la provisión de la nueva ley, le exigió que cediera la heredad, y que ella entonces se casó con Hallacar para cortar así las ambiciones de Soronto. En otro breve apunte, en fin, se da a entender que se casó con Hallacar después de que Aldarion abrogara la ley, para que Soronto no pretendiera ser rey si Ancalimë moría sin haber tenido hijos.

Sea como fuere, resulta claro que Ancalimë no tenía deseos de amor, ni tampoco de tener un hijo, y decía: —¿Tengo que volverme como la reina Almarian y babearme por él?—La vida en común con Hallacar fue desdichada, y disputaron por causa de Anárion, el hijo que tuvo de él, y hubo guerra entre ambos en adelante. Ella intentó someterlo sosteniendo que era la dueña de las tierras de él y prohibiéndole habitar allí, pues no quería, dijo, que su marido fuera el mayordomo de una granja. De este tiempo proviene la última historia que cuenta estos desdichados asuntos. Porque Ancalimë no permitía que ninguna de sus mujeres se casara, y aunque por temor de ella, casi todas le obedecieron, procedían de los campos de alrededor y tenían amantes con quienes deseaban casarse. Pero Hallacar dispuso en secreto el casamiento de todas ellas; y declaró que se celebraría una última fiesta en su propia casa antes de abandonarla. A esta fiesta invitó a Ancalimë, diciendo que era la casa de sus padres y que la cortesía obligaba a dar una fiesta de despedida.

Ancalimë asistió con todas sus mujeres, pues no quería un séquito de hombres. Encontró la casa toda iluminada y dispuesta como para una gran fiesta, y los hombres enguirnaldados como para la celebración de un matrimonio, todos con una guirlanda en la mano, destinada a una novia. —¡Venid!—exclamó Hallacar—. Los matrimonios están preparados y prontas las cámaras nupciales. Pero como no es concebible que le pida a la señora Ancalimë, la heredera del rey, que yazga con el mayordomo de una granja, ¡ay!, por desdicha esta noche tendrá que dormir sola. —Y Ancalimë fue obligada a quedarse allí, porque estaban muy lejos para volver sola cabalgando. Ni los hombres ni las mujeres pudieron disimular una sonrisa y Ancalimë no asistió a la fiesta, y se quedó en cama escuchando a lo lejos las risas que creía destinadas a ella. Al día siguiente partió a caballo, animada por cólera fría y Hallacar envió tres hombres para que le sirvieran de escolta. Así se vengó él, pues ella no volvió jamás a Emerië, donde hasta las ovejas parecían burlarse de ella. Pero desde entonces no dejó de perseguir con odio a Hallacar.

 

Se dice de Erendis que cuando le llegó la vejez, abandonada por Ancalimë, cayó en una amarga soledad, y echó de menos una vez más a Aldarion; y al enterarse de que había abandonado Númenor en el que sería su último viaje, aunque se esperaba que regresara pronto, partió de Emerië y viajó de incógnito al puerto de Rómenna. Ahí, según parece, encontró su destino; pero sólo las palabras «Erendis pereció en el agua en el año 985» sugieren qué pudo ocurrirle.

Erendis por Alan Lee

 

De los años posteriores de Tar-Aldarion nada puede decirse ahora, salvo que parece haber continuado viajando a la Tierra Media, y que más de una vez dejó a Ancalimë como regente. Se hizo a la mar por última vez en el primer milenio de la Segunda Edad; y en el año 1075 Ancalimë se convirtió en la primera reina regente de Númenor. Se dice que después de la muerte de Tar-Aldarion en 1098, Tar-Ancalimë abandonó las empresas de su padre y ya no siguió ayudando a Gil-galad en Lindon. Su hijo Anárion, que fue luego el octavo gobernante de Númenor, tuvo pronto dos hijas. Estas odiaban y temían a la reina y rechazaron la heredad, permaneciendo solteras, pues la reina, en venganza, no les permitió casarse. Súrion, el hijo, fue el último de los vástagos de Anárion y el noveno gobernante de Númenor.


CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 V.         Tar-Meneldur

Fue el único varón y el tercer hijo de Tar-Elendil, y nació en el año 543. Gobernó durante ciento cuarenta y tres años y cedió el cetro en 883; murió en 942.

Su «verdadero nombre» era Írimon; tomó el título de Meneldur a causa del amor que sentía por la ciencia de las estrellas. Se casó con Almarian, hija de Vëantur, capitán de barcos bajo la égida de Tar-Elendil.

Era sabio, pero gentil y paciente. Tar-Meneldur Elentirmo levantó una alta torre desde la que se podían observar los movimientos de las estrellas. Era el primero y más grande de los observatorios númenóreanos. Cedió el cetro a su hijo, de súbito y mucho antes del tiempo debido, por razones políticas, cuando las preocupaciones de Gil-galad en Lindon perturbaron a Númenor, y comprendió por primera vez que un espíritu maligno, hostil a los eldar y los dúnedain, despertaba en la Tierra Media.

 

VI.      Tar-Aldarion

Era el hijo mayor y único varón de Tar-Meneldur, y nació en el año 700. Gobernó durante ciento noventa y dos años y cedió el cetro a su hija en 1075; murió en 1098. Su «verdadero nombre» era Anardil; pero se lo conoció tempranamente como Aldarion, por lo mucho que le interesaron los árboles, y plantó grandes bosques con el fin de proveer de madera a sus astilleros. Fue un gran marino y carpintero de barcos; y a menudo navegó a la Tierra Media, donde se convirtió en amigo y consejero de Gil-galad. Por causa de sus largas ausencias, su esposa Erendis se enfadó con él, y se separaron en el año 882. Su único descendiente fue una niña, muy hermosa, Ancalimë. En su favor Aldarion cambió la ley de sucesión para que la hija (mayor) de un rey pudiera sucederle si no tenía hijos varones. Este cambio desagradó a los descendientes de Elros y especialmente a quien hubiera sido el heredero según la vieja ley, Soronto, sobrino de Aldarion, hijo de la mayores de sus dos hermanas, Ailinel.

Tar-Ancalimë por Alan Lee

 

VII.   Tar-Ancalimë

Fue la única hija de Tar-Aldarion, y la primera reina regente de Númenor. Nació en el año 873 y reinó durante doscientos cinco años, más que ningún otro rey después de Elros; cedió el cetro en 1280 y murió en 1285. Permaneció largo tiempo soltera; pero cuando Soronto le instó a ceder el cetro, se casó en el año 1000 con Hallacar, hijo de Hallatan, descendiente de Vardamir. Y después del nacimiento de su hijo Anárion, hubo muchas disputas entre Ancalimë y Hallacar. Ella era orgullosa y obstinada. Después de la muerte de Aldarion, abandonó todo lo que él había emprendido, y ya no prestó ninguna ayuda a Gil-galad.

Su hijo Anárion, quien después sería el octavo rey de Númenor, primero tuvo dos hijas. Ellas no querían y temían a la reina, y rechazaron el cetro, permaneciendo solteras, hasta que en la reina en venganza no les permitió que contrajeran matrimonio.

 

X.TAL-ELMAR

 

LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA[8]

 En los días de los reyes oscuros, en que un hombre aún podía ir a pie enjuto desde donde sale el sol hasta el mar donde se pone, vivía en la ciudad guardada, que su pueblo tenía en las verdes colinas de Agar, un anciano de nombre Hazad Barbiluengo. Dos motivos de orgullo tenía: el número de hijos (diecisiete en total) y la longitud de su barba (cinco pies [152 centímetros] sin extenderla); pero la barba era su mayor alegría. Porque no se iba de su lado, era suave y estaba bien arreglada, mientras que la mayor parte de sus hijos lo habían abandonado y los que quedaban, o lo visitaban a menudo, no eran ni gentiles ni estaban bien arreglados. En realidad, se parecían mucho a como había sido el propio Hazad en los días de su juventud: ancho, moreno, bajo, fuerte, de lengua áspera, manos pesadas y rápido para la violencia.

Salvo uno solo, el menor. Tal-elmar Hazad lo llamaba su padre. Tenía todavía dieciocho años y vivía con su padre y los dos hermanos que lo seguían en edad. Era alto, de piel blanca, y había una luz en sus ojos grises que relampagueaba y se encendía cuando se enojaba; y aunque eso ocurría pocas veces, y nunca sin un buen motivo, era algo que había que recordar y tener en cuenta. Los que habían visto aquel fuego lo llamaban Ojo de Pedernal y lo respetaban, lo amaran o no. Porque Tal-elmar podía parecer, entre aquella gente morena y robusta, de construcción delgada y sin la fuerza en las piernas y el cuello que ellos alababan, pero quien luchaba con él no tardaba en descubrir que era más fuerte de lo que parecía, rápido e imprevisible, difícil de atrapar y más difícil de esquivar.

Tenía una hermosa voz, que endulzaba incluso la tosca lengua de aquel pueblo, pero no hablaba demasiado; y solía mantenerse distante cuando los otros charlaban, con una mirada en el rostro que los hombres juzgaban orgullosa con razón, aunque no era el orgullo del amo, sino el de una persona de una raza extranjera a quien el destino ha abandonado entre una gente innoble y obligado a cumplir una servidumbre. Porque de hecho Tal-elmar realizaba tareas duras y serviles, pues era el hijo menor de un hombre anciano que tenía pocas cosas de valor, a excepción de la barba y cierta fama de sabio. Pero por extraño que pareciera (en el pueblo) servía a su padre de buena gana, y lo amaba, más que todos sus hermanos y más que lo habitual entre los hijos de aquella tierra. En verdad, la mayoría de las ocasiones en que el destello del pedernal se veía en sus ojos eran por causa de su padre. Porque Tal-elmar tenía una creencia extraña (de dónde venía, no se sabía): que los ancianos debían ser tratados con amabilidad y cortesía, y que debían pasar sus últimos días con toda la comodidad posible. «Si hay que contradecirlos», decía, «que sea con respeto; porque han visto muchos años, y es posible que en numerosas ocasiones se hayan enfrentado a males que nosotros no conocemos. Y no les escatiméis comida o alojamiento, porque han trabajado más tiempo que nosotros y sólo ahora reciben, con retraso, parte de lo que se les debe.» Aquella evidente estupidez no tenía efectos sobre las costumbres de su pueblo, pero en su casa era ley; y ya habían transcurrido dos años desde que alguno de sus hermanos se atreviera a quebrantarla.

Hazad quería mucho a su hijo menor, en respuesta al amor que este le profesaba, pero aún más por otro motivo que guardaba en secreto: que su rostro y su voz le recordaban a alguien que había perdido mucho tiempo atrás. Porque Hazad también había sido el hijo menor de su madre, y ella murió en su infancia; y no pertenecía a su pueblo. Aquella era la historia que había oído a escondidas, de la que no se hablaba abiertamente, pues no se consideraba motivo de orgullo para la casa: provenía del extraño pueblo, odioso y altanero, del que había rumores en las tierras occidentales, que venía del este, se decía. Hermosos, altos y de ojos de pedernal eran, con armas brillantes forjadas por los demonios en las terribles colinas. Lentamente estaban expulsando hacia la costa, empujando hacia delante, a los antiguos habitantes de aquellas tierras.

No sin resistencia. Había guerras en las fronteras orientales, y como el antiguo pueblo era todavía numeroso, a veces los recién llegados sufrían grandes pérdidas y se veían obligados a retroceder. De hecho, no se había oído mucho de ellos en las colinas de Agar, en el lejano oeste, durante más de la vida de un hombre, desde la gran batalla de la que aún hablaban las canciones. Se había librado en el valle de Ishmalog, decían los sabios en tradiciones, donde una gran hueste del pueblo cruel había caído en una emboscada en un lugar estrecho y se habían amontonado sus cadáveres. Y aquel día se tomaron muchos prisioneros; porque no había sido una refriega en las fronteras, o una lucha con los guardias de la vanguardia: un pueblo entero estaba en movimiento, con los carros, el ganado y las mujeres.

Ahora bien, Buldar, padre de Hazad, se encontraba en el ejército del rey del norte y acudió al acantonamiento de Ishmalog, y de la guerra se trajo por botín una herida, una espada y una mujer. Y en eso fue esta afortunada, porque el destino de los cautivos era corto y cruel, pero a ella Buldar la tomó por esposa. Porque era hermosa, y después de mirarla no deseó a ninguna mujer de su pueblo. En aquellos días era un hombre rico y poderoso, y hacía lo que quería, y se burlaba de las burlas de sus vecinos. Pero cuando su esposa, Elmar, hubo aprendido lo suficiente la lengua de su nueva familia, le dijo a Buldar un día:

—Mucho tengo que agradecerte, señor; pero no pienses que ganarás mi amor de esta manera. Porque me has apartado de mi pueblo, y del hombre que amaba y el hijo que le di. Los añoraré y penaré por ellos siempre, y no amaré a ningún otro. Nunca volveré a tener alegría, mientras esté cautiva entre un pueblo extraño que me parece bajo y desagradable.

—Que así sea—dijo Buldar—. Pero no pienses que voy a dejarte en libertad, porque eres preciosa para mis ojos. Y piénsalo bien: es inútil intentar escapar de mí. Largo es el camino hasta los supervivientes de tu pueblo, si queda alguno; y no llegarías lejos de las colinas de Agar antes de encontrar la muerte, o una vida peor que la que tendrás en mi casa. Bajos y desagradables nos has llamado. Con justicia, tal vez. Pero también es justo decir que tu pueblo es cruel, no respeta las leyes y es amigo de los demonios. Son ladrones. Porque estas tierras son nuestras desde hace mucho tiempo, y nos quieren expulsar de ellas con las amargas espadas. La piel blanca y los ojos brillantes no les dan derecho a eso.

—¿No?—dijo ella—. Entonces tampoco lo hacen las piernas fuertes y los hombros anchos. ¿Cómo obtuvisteis si no las tierras de las que alardeáis? ¿No es cierto que hay, como he oído decir a los hombres, una gente salvaje en las cavernas de las montañas que antaño erraba en libertad por aquí, antes de que vosotros, el pueblo endrino, llegarais y los persiguierais como lobos? Pero no hablaba de derecho, sino de pesar y amor. Si aquí debo vivir, aquí viviré, pero aunque mi cuerpo permanecerá en este lugar a tu voluntad, mi pensamiento estará lejos. Y esta será mi venganza: mientras mi cuerpo siga en el exilio, la suerte de este pueblo empeorará, y la tuya más; pero cuando mi cuerpo vaya a la tierra extraña y mi pensamiento se libere de él, en tu familia surgirá alguien que será sólo mío. Y con él llegará el final de tu pueblo y la caída de tu rey.

En adelante Elmar no volvió a hablar sobre el asunto; y en verdad fue una mujer de pocas palabras mientras duró su vida, salvo sólo con sus hijos. Les hablaba mucho cuando no había nadie cerca, y les cantaba canciones en una lengua extraña y hermosa; pero ellos no la escuchaban, o lo olvidaron pronto. Excepto Hazad, el menor, y aunque de cuerpo era distinto a ella, como todos sus hijos, era el más próximo a su corazón. También él olvidó las canciones y la extraña lengua, cuando creció, pero nunca olvidó a su madre y se casó tarde, pues sabía lo hermosa que puede ser una mujer y ninguna de su pueblo le parecía deseable. Tampoco había muchas para cortejar, porque, como había dicho Elmar, el pueblo de Agar había decrecido con los años, por el mal tiempo y las pestes, y los más afligidos fueron Buldar y sus hijos; y ahora eran pobres, y otras familias les habían quitado poder. Pero Hazad nada sabía de la predicción de su madre, y en recuerdo de ella amaba a Tal-elmar, y así lo había llamado cuando nació.

 

Y sucedió que una mañana de primavera, cuando sus otros hijos se fueron a trabajar, Hazad pidió a Tal-elmar que se quedara a su lado, y salieron juntos y se sentaron en la verde cima de la colina; y miraron al sur y al oeste, donde podían ver a lo lejos el gran golfo del mar que se metía en la tierra y brillaba como cristal gris. Y los ojos de Hazad se estaban enturbiando por la vejez, pero Tal-elmar tenía la vista aguda, y vio lo que le parecieron tres extrañas aves sobre el agua, blancas al sol, y el viento del oeste las arrastraba hacia la tierra; y se preguntó por qué flotaban en el agua y no volaban.

—Veo tres extrañas aves sobre el agua, padre—dijo—. No se parecen a nada que haya visto antes.

—Por penetrantes que sean tus jóvenes ojos, hijo mío—dijo Hazad—, no puedes estar viendo unas aves sobre el agua. Tres leguas [14 kilómetros] hay desde las costas más cercanas hasta donde estamos. El sol te deslumbra, o estás soñando.

—No, tengo el sol a la espalda—dijo Tal-elmar—. Veo lo que veo. Y si no son aves ¿qué son entonces? Porque deben de ser muy grandes, más que los cisnes de Gorbelgod, de los que hablan las leyendas. ¡Y mira! Ahora veo otro que viene detrás, pero con menos claridad, porque tiene las alas negras.

Entonces Hazad se sintió perturbado. —Estás soñando, como te dije, hijo mío—respondió—, pero es un mal sueño. ¿Acaso no es la vida lo bastante dura aquí, para que cuando llega la primavera y el invierno se acaba tengas que traer una visión del pasado lejano?

—Olvidas, padre—dijo Tal-elmar—, que soy tu hijo menor, y que, aunque les has enseñado muchas cosas a los oídos embotados de mis hermanos, a mí me has dado menos conocimiento. Nada sé de lo que tienes en mente.

—¿No lo sabes?—dijo Hazad, golpeándose el ceño mientras contemplaba el mar—. Sí, quizás haya transcurrido mucho tiempo desde que hablé de ello; no es sino la sombra de un sueño en el fondo de mi pensamiento. Tres pueblos tenemos por enemigos. Los hombres salvajes de las montañas y de los bosques; pero a estos no han de temerlos más que quienes se alejan solos. El pueblo cruel del este; pero aún están lejos y son el pueblo de mi madre, aunque estoy convencido de que no harían honor a ese parentesco, si vinieran con sus espadas. Y los altos hombres del mar. A estos podemos temerlos como a la muerte. Porque a la muerte adoran, y matan hombres cruelmente en honor a la Oscuridad. Vienen del mar, y si alguna vez tuvieron una tierra propia, antes de alcanzar las costas occidentales, no sabemos dónde estaba. Negras historias nos llegan de las tierras costeras, al norte y al sur, donde hace mucho tiempo establecieron sus oscuras fortalezas y sus tumbas. Pero no venían desde los días de mi padre, y entonces sólo lo hacían para atacar, capturar hombres y partir. Llegaban del siguiente modo. Utilizaban barcas, pero no como las que usan en nuestro pueblo los que viven cerca de los grandes ríos o los lagos, para cruzarlos o pescar. Más grandes que grandes casas son las barcas de los Go-hilleg, y llevan una gran cantidad de hombres y bienes, pero se mueven impulsadas por los vientos; porque los hombres del mar extienden grandes telas como alas para atrapar el aire, y las atan a grandes palos como los árboles de un bosque. Así llegan a la costa, donde hay refugio, o lo más cerca que pueden; y entonces envían barcas más pequeñas cargadas de bienes, y de cosas extrañas y útiles que nuestra gente codicia. Nos las dan a cambio de poco, o como regalos, fingiendo amistad y compasión por nuestras necesidades; y se quedan un tiempo, observan la tierra y el número de nuestras gentes y luego se van. Y si no regresan, los hombres tienen motivos para sentirse agradecidos. Porque cuando lo hacen es de otra manera. Entonces llegan en mayor número: dos naves o más juntas, repletas de hombres y no de bienes, y siempre una de las naves malditas tiene las alas negras. Porque es la nave de la Oscuridad, y en él se llevan como botín prisioneros apiñados como bestias, a las mujeres y los niños más hermosos, o a hombres jóvenes sin tacha, y ese es su fin. Algunos dicen que los devoran, y otros que mueren torturados sobre las piedras negras donde adoran a la Oscuridad. Es posible que ambas cosas sean ciertas. Hace muchos años que no se veían en estas aguas las terribles alas de los hombres del mar; pero al recordar la sombra de miedo del pasado grité, y vuelvo a gritar: ¿Acaso no es nuestra vida lo bastante dura sin la visión de un ala negra sobre el mar brillante?

—Dura en verdad—dijo Tal-elmar—, pero no lo bastante para que quiera abandonarla ya. ¡Vamos! Si lo que dices es cierto tenemos que correr hasta el pueblo y advertir a los hombres, y prepararnos para huir o defendemos.

—Voy—dijo Hazad—. Pero no te sorprendas, si los hombres ríen y piensan que chocheo. No creen demasiado en las cosas que sucedieron antes de que nacieran. Y ándate con cuidado, querido hijo. Yo corro poco peligro, excepto el de morir de hambre en un pueblo lleno sólo de dementes y ancianos. Pero a ti la nave oscura te capturará entre los primeros. No des un paso adelante si precipitadamente se toma la decisión de luchar.

—Ya veremos—respondió Tal-elmar—. Pero tú eres lo que más me importa de la ciudad, donde no tengo muchas cosas que amar. No me separaré de tu lado de buen grado. Sin embargo, es la ciudad de mi pueblo, y nuestro hogar, y los que puedan hacerlo están obligados a defenderla, creo.

 

Así, pues, Hazad y su hijo bajaron de la colina, y era mediodía; y en la ciudad había poca gente, sólo mujeres ancianas y niños, porque los que podían estaban en los campos, ocupados en las duras tareas de la primavera. No había vigilancia, pues las colinas de Agar se hallaban lejos de las fronteras hostiles donde el poder del cuarto rey se aproximaba a su fin. El amo de la ciudad se encontraba sentado a la puerta de su casa, dormitando o contemplando ociosamente las pequeñas aves que recogían restos de comida del claro de tierra pisada que había en medio de las casas.

—¡Salud, amo de Agar!—dijo Hazad, e hizo una gran reverencia; pero el amo, un hombre grueso con ojos como los de los lagartos, parpadeó y no le devolvió el saludo.

—¡Salud, amo! ¡Que sigas así durante mucho tiempo!—dijo Tal-elmar, con un brillo en los ojos—. No quisiéramos distraerte de tus pensamientos, o tu sueño, pero tenemos nuevas que tal vez debieras escuchar. No hay vigilancia, pero casualmente nos encontrábamos en la cima de la colina, y vimos el mar desde lejos, y había aves de mal agüero en el agua.

—Barcas de los Go-hilleg—dijo Hazad—, con grandes telas de los vientos. Tres blancas y una negra.

El amo bostezó. —En cuanto a ti, canalla de ojos legañosos—dijo—, serías incapaz de distinguir el mar de una nube. Y en cuanto a este muchacho holgazán, ¿qué sabe él de barcas o telas de los vientos, o de todo lo demás, salvo las locuras que tú le enseñas? Ve a los picapedreros ambulantes con tus amigos historias de viejas sobre Go-hilleg, y no me molestes con esas tonterías. Tengo otros asuntos más importantes en que pensar.

Hazad se tragó la rabia, porque el amo era poderoso y no le tenía amor, pero la ira de Tal-elmar era fría.

—Los pensamientos de alguien tan poderoso deben de ser importantes—dijo quedamente—, pero no sé de ningún pensamiento de tanta importancia que pudiera interrumpir su reposo como el cuidado de su propia carcasa. Será un amo sin pueblo, o una bolsa de huesos en la ladera, si se burla de la sabiduría de Hazad hijo de Buldar. Los ojos legañosos pueden ver más que los que están cerrados por el sueño.

El grueso rostro de Mogru el amo se oscureció, y los ojos se le inyectaron en sangre por la rabia. Odiaba a Tal-elmar, aunque hasta entonces no le había dado motivos, excepto que no demostraba temor en su presencia. Ahora iba a pagar por aquella nueva insolencia. Mogru dio una palmada, pero mientras lo hacía recordó que no había nadie a mano que se atreviera a pelear con el joven, no, ni siquiera tres a la vez; y al mismo tiempo advirtió el brillo de los ojos de Tal-elmar. Palideció y las palabras que había estado a punto de pronunciar, «mocoso hijo de esclavo», murieron en sus labios.

—Hazad Ubuldar, Tal-elmar uHazad, de esta ciudad, no te dirijas así al amo de tu pueblo—dijo—. Hay una guardia, aunque es posible que lo ignoren quienes no tienen el gobierno de la ciudad en sus manos. Yo esperaría a que los guardas, que merecen mi confianza, informen que se ha visto algo malo. Pero si estáis preocupados, id a llamar a los hombres a los campos.

Tal-elmar lo observó atentamente mientras hablaba y le leyó el pensamiento con claridad. «Espero que mi padre no se equivoque», se dijo, «porque el combate no será tan peligroso para mí como el odio de Mogru a partir de hoy. ¡Una guardia! Sí, pero sólo para espiar las idas y venidas de la gente de la ciudad. En cuanto salga hacia el campo, un mensajero irá corriendo a buscar a sus sirvientes con porras. Mal servicio le he hecho a mi padre en esta hora. ¡Bien! El que empieza con la azada es el que tiene que llevarla hasta el final del surco.» Por tanto, habló todavía con ira y desprecio.

—Ve tú mismo a los picapedreros—dijo—, porque bien que acostumbras a utilizar a esa gente astuta y a escuchar sus historias cuando te convienen. Pero mientras yo esté aquí no te burlarás de mi padre. Es posible que estemos en peligro. Por tanto, ahora irás con nosotros a la cima de la colina y mirarás con tus propios ojos. Y si ves algo que lo justifique, convocarás a los hombres a la Colina de la Asamblea. Yo seré tu mensajero.

Y Mogru observó el rostro de Tal-elmar a través de la hendedura de los párpados, y adivinó que no había peligro de violencia si cedía en esta ocasión. Pero tenía el corazón lleno de veneno, y además lo molestaba no poco subir la colina. Se levantó lentamente.

—Iré—dijo—. Pero si desperdicio tiempo y esfuerzo no lo perdonaré. Ayúdame a caminar, joven, que mis sirvientes están en los campos. —Y tomó el brazo de Tal-elmar y se inclinó pesadamente sobre él.

—Mi padre es el más anciano—dijo Tal-elmar—, y el camino es corto. Que el amo vaya delante y nosotros detrás. ¡Aquí tienes tu vara!—Y se liberó de Mogru, y le dio la vara que había junto a la puerta de su casa; y tomando el brazo de su padre esperó hasta que el amo se puso en marcha.

Negra era la mirada de soslayo de los ojos de lagarto, pero el destello de los ojos de Tal-elmar se le clavaron como un aguijón. Hacía mucho tiempo que las gordas piernas de Mogru no recorrían a tanta velocidad el trayecto que iba desde la casa a la verja, y más tiempo aún que no subía su vientre por la resbaladiza hierba que había al otro lado de la empalizada. Cuando llegaron a la cima estaba sin aliento y jadeaba como un perro viejo.

Entonces Tal-elmar volvió a mirar; pero el mar alto y distante estaba ahora vacío, y guardó silencio. Mogru se enjugó el sudor de los ojos y siguió su mirada.

—¿Por qué razón, me pregunto, habéis obligado al amo de la ciudad a salir de su casa y lo habéis llevado hasta aquí?—gruñó—. El mar está donde estaba, y vacío. ¿Qué pretendéis?

—Ten paciencia y mira más cerca—dijo Tal-elmar. En el oeste, las tierras altas no dejaban ver más que el mar distante; pero al ascender hasta la amplia cima de la Colina Dorada caían de repente, y por una profunda grieta podía atisbarse la gran ensenada y las aguas próximas a la orilla septentrional—. Hace rato que nos fuimos, y el viento sopla con fuerza—dijo Tal-elmar—. Se han acercado. —Señaló—. Allí verás las alas, o las telas del viento, llámalas como quieras. Pero ¿qué propones que hagamos? ¿Y no era acaso algo que el amo tenía que ver con sus propios ojos?

Mogru miró, y jadeaba, ahora tanto por el miedo como por el esfuerzo de caminar cuesta arriba, pues por mucho que fanfarroneara había escuchado muchas historias oscuras de los Go-hilleg de las ancianas cuando era joven. Pero tenía el corazón astuto, y negro de furia. Primero miró a Hazad de soslayo, y luego a su hijo; y se pasó la lengua por los labios, pero no dejó ver su sonrisa.

—Me pediste ser mi mensajero—dijo—, y lo serás. Ahora vete rápido y convoca a los hombres a la Colina de la Asamblea. Pero con eso no terminará tu misión—añadió, cuando Tal-elmar se preparaba para echar a correr—. Desde los campos irás lo más rápido que puedas a la playa. Porque allí se detendrán los barcos, si son barcos, y desembarcarán los hombres. Busca noticias y averigua lo que se traen entre manos. No vuelvas si no es con nuevas que nos ayuden a tomar una decisión. ¡Vete y no te entretengas! La ciudad está en peligro.

Hazad parecía estar a punto de protestar; pero inclinó la cabeza y no dijo nada, consciente de que sería en vano. Tal-elmar aguardó un momento mirando a Mogru, como si estuviera mirando una serpiente en el sendero. Pero sabía bien que el amo había sido más astuto que él. Él había preparado su propia trampa, y Mogru la había utilizado. Había anunciado que la ciudad corría peligro, y él tenía derecho a pedirle cualquier servicio. Desobedecerlo significaba la muerte. Aunque Tal-elmar no se hubiera ofrecido como mensajero (con el deseo de evitar que los sirvientes del amo recibieran instrucciones secretas), todos dirían que la elección era justa. Había que enviar un mensajero, ¿y quién mejor que un joven fuerte y valiente, de pies veloces? No obstante, en aquel cometido había malicia, una malicia negra. El defensor de Hazad desaparecería. No había nada que esperar de sus hermanos: eran brutos y fuertes, pero sin corazón para desafiar a nadie, salvo a su viejo padre. Y era muy probable que él no volviera. El peligro era grande. Tal-elmar miró al amo una vez más, y luego a su padre, y luego desvió la mirada a la vara de Mogru. El pedernal brillaba en sus ojos, y en su corazón el deseo de matar. Mogru lo vio y se amedrentó.

—¡Ve, ve!—gritó—. Te lo he ordenado. Eres más rápido para gritar lobo que para empezar la cacería. ¡Vete inmediatamente!

—¡Vete, hijo mío!—dijo Hazad—. No desafíes al amo. No cuando está en su derecho. Porque entonces desafías a toda la ciudad, más allá de tu poder. Y si yo fuera el amo, te elegiría a ti, por mucho que te amara; porque tienes más corazón y suerte que ningún otro del pueblo. Pero regresa, y no dejes que la nave oscura te tenga. ¡No seas temerario! Porque es mejor que llegues vivo con malas noticias a que lleguen los hombres del mar sin heraldo.

Tal-elmar se inclinó e hizo la señal de sumisión, a su padre y no al amo, y se alejó dos pasos. Y entonces se volvió.

—Escucha, Mogru, a quien un pueblo bajo ha nombrado amo en su locura—gritó—. Quizá regrese, en contra de lo que esperas. Dejo a mi padre a tu cuidado. Si regreso, sea con promesas de paz o con un enemigo en los talones, y descubro que ha sufrido algún mal o deshonor que tú hubieras podido evitar, tu señorío habrá llegado a su fin, y tu vida también. Tus hombres con cuchillos y porras no podrán ayudarte. Retorceré tu gordo cuello con las manos desnudas, si es necesario, o te perseguiré por las tierras salvajes hasta las pozas negras.

Entonces cambió de idea y volvió hasta donde estaba el amo, y puso las manos sobre la vara. Mogru se encogió y levantó un gordo brazo, como para parar un golpe.

—Estás loco, hoy—graznó—. No me hagas daño, o lo pagarás con la vida. ¿Acaso no has oído las palabras de tu padre?

—Oigo y obedezco—dijo Tal-elmar—. Pero mi primer cometido es avisar a los hombres, y es necesario darse prisa. Poco me respetan, pues saben muy bien que te burlas de nosotros. ¿Qué caso van a hacerme a mí, si uno de los bastardos del esclavo, como nos llamas cuando no estoy cerca, llega para convocarlos a la Colina de la Asamblea en tu nombre sin ninguna señal? Tu vara servirá. La conocen bien. ¡No, aún no voy a pegarte! —Con esto arrebató la vara de las manos de Mogru y echó a correr colina abajo, con el corazón demasiado inflamado por la ira para pensar aún en lo que lo aguardaba. Pero cuando hubo convocado a los asombrados hombres en los campos de las laderas meridionales y les hubo mostrado la vara, diciendo que se dieran prisa, corrió a los pies de la colina, y atravesó los largos prados, y llegó así a los primeros grupos de árboles de los bosques. Se alzaban oscuros frente a él, en el valle situado entre Agar y las colinas que había junto a la costa.

Todavía era por la mañana y faltaba una hora para el mediodía, pero cuando llegó bajo los árboles se detuvo a reflexionar, y supo que el miedo lo atenazaba. Pocas veces se había alejado de las colinas de su hogar, y nunca solo, ni se había internado en el bosque. Porque todo su pueblo temía el bosque.

Era rápido llegar a la orilla con la vista, pero lento con los pies; y había más distancia de lo que parecía. El bosque era oscuro e insano, pues había aguas estancadas entre las colinas de Agar y las de la costa, y muchas serpientes vivían en ellas. Estaba en silencio, también, pues, aunque era primavera pocos pájaros construían allí su nido o se posaban en los árboles mientras volaban rápidamente hasta la tierra más limpia junto al mar. Además, en el bosque moraban espíritus oscuros que odiaban a los hombres, según decían las historias de la gente. En las serpientes, los pantanos y los demonios del bosque pensaba Tal-elmar en la sombra; pero no necesitó mucho tiempo para llegar a la conclusión de que ninguna de las tres cosas era tan peligrosa como regresar, con una excusa falsa o ninguna, a la ciudad y su amo.

Así, pues, ayudado quizá por el orgullo, prosiguió la marcha. Y mientras buscaba en la sombra un camino que lo llevara a través de los pantanos y la espesura pensó: ¿Qué es lo que sabemos, yo o cualquiera de mi gente, incluso mi padre, de esos Go-hilleg de las barcas aladas? Es muy posible que, a mí, que soy un extraño en mi propio pueblo, me parezcan más agradables que Mogru y todos los otros como él.

El pensamiento fue cobrando fuerza en su interior y al cabo de un rato se sentía más como quien va en busca de amigos y parientes que como un hombre que se arrastra para espiar a unos enemigos peligrosos. Así atravesó ileso el bosque sombrío y llegó a las colinas de la costa y empezó a subir. Escogió una de ellas porque tenía la ladera cubierta de arbustos y estaba coronada por un denso grupo de árboles bajos. Llegó a la cima y, arrastrándose hasta el borde más lejano, miró hacia abajo. Le había llevado mucho tiempo, ya que había avanzado lentamente, y ahora el sol descendía a su derecha hacia el mar. Tenía hambre, pero apenas se dio cuenta, porque estaba acostumbrado a ella y podía soportar un día de trabajo sin comer cuando era necesario. La colina no tenía mucha altura, pero bajaba abruptamente hasta el agua. Ante sus pies la tierra verde terminaba en una franja de grava, detrás de la cual las aguas del estuario resplandecían en el sol poniente. En medio de la corriente más allá de los bajíos tres grandes barcos—aunque Tal-elmar no tenía ninguna palabra en su lengua que los definiera—flotaban inmóviles. Estaban anclados y tenían las velas bajadas. Del cuarto, el barco negro, no había rastro. Pero en la hierba próxima a la playa guijarrosa había tiendas, y unos pequeños botes varados cerca de allí. Alrededor había hombres altos de pie o caminando. En las «barcas grandes» Tal-elmar podía ver [otros] que vigilaban; de vez en cuando captaba el destello de alguna arma que se movía en el sol. Tembló, porque las historias de las «hojas» de los hombres crueles eran conocidas en su infancia.

Tal-elmar observó un buen rato, y lentamente fue comprendiendo que su misión no tenía esperanza. Podría mirar hasta que cayera la noche, pero sería incapaz de contar con la suficiente precisión el número de hombres que había, ni descubrir sus propósitos o planes. Aunque tuviera el coraje o la fortuna de acercarse dejando atrás a los guardas de nada le serviría, porque no entendería una palabra de su lengua.

De repente recordó otro de los planes de Mogru para deshacerse de él, como se daba cuenta ahora, aunque en aquel momento le había parecido un honor cómo sólo un año antes, cuando la ciudad decadente de Agar fue amenazada por unos intrusos de la aldea interior de Udul, todos los hombres temieron que los atacaran, porque Agar era un lugar más seco, saludable y defendible (o eso es lo que creían sus habitantes). Entonces Tal-elmar fue escogido para ir a espiar la tierra de Udul, porque era «joven, valiente y buen conocedor del campo de alrededor». Eso dijo Mogru, con bastante razón, porque los habitantes de Agar eran tímidos y temían que la oscuridad los sorprendiera fuera de sus hogares, así que rara vez se alejaban mucho. En cambio, Tal-elmar caminaba por los campos lejanos con frecuencia, si tenían oportunidad y el trabajo no lo requería (o, aunque lo hiciera, a veces), y si bien temía la oscuridad (pues era lo que le habían enseñado desde la infancia), había pernoctado fuera de la ciudad en más de una ocasión, y se sabía que incluso salía solo a la colina de la guardia bajo las estrellas.

Pero arrastrarse a los campos desapacibles de Udul de noche era mucho peor. No obstante, se había atrevido a hacerlo. Y se había acercado tanto a una de las cabañas de los guardas que pudo oír cómo hablaban los hombres que había dentro, en vano. Fue incapaz de comprender el significado de lo que decían. Los tonos parecían tristes y atemorizados (así eran todas las voces de los hombres por la noche en el mundo que él conocía), y le pareció reconocer unas pocas palabras, pero no las suficientes para comprender la conversación. Y, sin embargo, el pueblo de Udul eran sus vecinos; de hecho, aunque Tal-elmar y su gente lo habían olvidado, como tantas otras cosas, eran parientes cercanos que en años pasados y mejores habían formado parte del mismo pueblo. ¿Qué esperanza tenía entonces de reconocer una sola palabra, o incluso de interpretar correctamente los tonos, de la lengua de unos hombres extraños para los suyos desde el principio del mundo? ¿Extraños para los suyos? ¿Los míos? Pero ellos no son mi pueblo. Sólo mi padre. Y de nuevo el muchacho, nacido y criado en un pueblo medio salvaje en decadencia, tuvo la extraña sensación, proveniente no sabía de dónde, de que no iba a encontrar extraños, sino parientes y amigos llegados de muy lejos.

Y sin embargo también era un muchacho de su pueblo. Tenía miedo, y transcurrió mucho rato antes de que se moviera. Al cabo levantó la vista. El sol descendía a su derecha. Entre dos troncos de árboles atisbó el mar: el gran fuego redondo, enrojecido por la ligera bruma, se hundía a la altura de sus ojos y el agua se iluminaba de un dorado encendido.

Había visto ponerse el sol antes, pero nunca de aquella manera. Supo en un instante (como si le llegara del fuego mismo) que lo había visto así, lo llamaba, que significaba algo más que la aproximación del «tiempo del rey», la oscuridad. Se levantó y como si alguien lo guiara o empujara descendió abiertamente de la colina y atravesó la hierba que llevaba a los guijarros y a las tiendas.

De haberse visto a sí mismo no se habría sorprendido menos que los que lo vieron desde la orilla. Su piel desnuda—porque sólo llevaba un taparrabos y una pequeña capa de piel echada hacia atrás y sujeta al hombro con una correa—resplandecía con un color dorado a la luz del poniente, y sus hermosos cabellos también estaban iluminados, y sus pasos eran ligeros y libres.

—¡Mira!—gritó uno de los guardas a su compañero—. ¿Ves lo mismo que yo? ¿No es uno de los eldar de los bosques que viene a hablar con nosotros?

—Lo veo, en verdad—dijo el otro—, pero si no es un fantasma del borde de la oscuridad que se aproxima en esta tierra maldita no puede ser uno de los hermosos. Estamos muy al sur, y ninguno vive aquí. Lo sería si estuviéramos mucho más al norte, cerca de los Puertos.

—¿Quién lo conoce todo de los eldar?—dijo el guarda—. Ahora ¡silencio! Se acerca. Que hable primero él.

Así que guardaron silencio, y no hicieron ningún signo mientras Tal-elmar se acercaba. Cuando se encontraba a veinte pasos volvió a sentir miedo y se detuvo, extendiendo los brazos y abriendo las palmas hacia los extraños en un ademán que todos los hombres podían comprender.

Entonces, como no veía que se movieran ni echaran mano a ningún arma, se armó de valor y dijo: —Salve, ¡hombres del mar y las alas! ¿Por qué habéis venido aquí? ¿Venís en son de paz? Yo soy Tal-elmar uHazad del pueblo de Agar. ¿Quiénes sois vosotros?

Tenía la voz clara y hermosa, pero la lengua que utilizaba no era más que una variante del habla medio salvaje de los hombres de la oscuridad, como los llamaban los hombres de los barcos. El guarda se agitó.

—¡Elda!—dijo—. Los eldar no hablan así. —Llamó en voz alta y enseguida los hombres salieron de las tiendas. Él sacó una espada mientras su compañero ponía una flecha en el arco. Antes de que Tal-elmar tuviera tiempo siquiera de asustarse, y menos aún devolverse y correr (por suerte, porque no sabía nada de arcos y habría caído mucho antes de estar fuera de su alcance), se vio rodeado de hombres armados. Lo capturaron, aunque sin crueldad, cuando vieron que estaba desarmado y no se resistía, y lo llevaron a la tienda donde estaba el capitán.

Tal-elmar siente que conoce la lengua y que sólo la tiene velada.

El capitán dice que Tal-elmar debe de ser de raza númenóreana, o de los pueblos emparentados con ellos. Hay que tratarlo con amabilidad. Supone que lo tomaron prisionero cuando era un bebé, o que es hijo de cautivos.

—Está intentando escapar—dice.

«Es una pena que no recuerde nada de la lengua.» «Aprenderá.» «Tal vez, pero después de mucho tiempo. Si la hablara ahora podría contamos muchas cosas que nos ayudarían a llevar a cabo la misión en menos tiempo y con menos peligro.»

Al cabo consiguen que Tal-elmar comprenda que desean saber cuántos hombres viven en las cercanías; ¿son amistosos, son como él?

El objetivo de los númenóreanos es ocupar esta tierra y, en alianza con los «crueles» del norte expulsar al pueblo oscuro, fundar un asentamiento para amenazar al rey. (¿O es cuando Sauron está ausente en Númenor?)

El lugar se encuentra en el estuario del ¿Isen? o el Morthond.   

Tal-elmar sabía contar y comprendía los números elevados, aunque su lengua era limitada.

¿O comprende el númenóreano?

 Cuando oyó a los hombres hablar entre sí dijo: —Es extraño que habléis la lengua de mis sueños. Aunque supongo que estoy despierto y en mi propia tierra.

Entonces ellos se asombraron y dijeron: —¿Por qué no nos hablaste así antes? Hablabas como el pueblo de la Oscuridad, que son nuestros enemigos.

Y Tal-elmar respondió: —Porque no he recordado esta lengua hasta que la hablasteis, y porque ¿cómo iba a saber yo que entenderíais la lengua de mis sueños? Vosotros no sois como quienes la hablan en ellos. No, un poco parecidos, pero no tan brillantes y hermosos.

Entonces los hombres se asombraron todavía más, y dijeron: —Parece que has hablado con los eldar, despierto o en visiones.

—¿Quiénes son los eldar?—dijo Tal-elmar—. Ese nombre no lo he oído en mis sueños.

—Si vienes con nosotros tal vez los veas.

Entonces el miedo y el recuerdo de las viejas historias se apoderaron de nuevo de Tal-elmar, y se amedrentó.

—¿Qué vais a hacerme?,—exclamó—. ¿Vais a llevarme con engaños a la barca de las alas negras y entregarme a la Oscuridad?

—Tú o al menos tus parientes ya pertenecen a la Oscuridad—respondieron—. Pero ¿por qué hablas así de las velas negras? Las velas negras son para nosotros un signo de honor, porque representan la hermosa noche antes de la llegada del Enemigo, y sobre el negro brillan las estrellas plateadas de Elbereth. Las velas negras de nuestro capitán han ido más allá.

Tal-elmar tenía miedo todavía, porque no podía imaginarse el negro más que como símbolo de la terrorífica noche. Pero con toda la valentía que pudo respondió: —No todo mi pueblo. Tememos la Oscuridad, pero no la amamos ni la servimos. Al menos algunos de nosotros. También mi padre. Y lo quiero. No me separaría de él ni siquiera para ver a los eldar.

—Por desgracia—dijeron—, vuestro tiempo de vida en estas colinas está llegando a su fin. Los hombres del oeste han decidido instalarse aquí, y el pueblo de la oscuridad tendrá que marcharse, o morir.

Tal-elmar se ofrece como rehén.

 

Nota de Christopher Tolkien

No hay nada más. En el pie de la página mi padre escribió «Tal-elmar» dos veces y su propio nombre dos veces; y también «Tal-elmar en Rhovannion», «Tierras Ásperas», «Anduin el río Grande», «mar de Rhûn», y «Landas de Etten».

 

 

XI.BARAD-DÛR SE CONSTRUYE EN MORDOR

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 Las nuevas [de la fundación de Eregion y las labores de artesanía conjunta de los elfos que moraban allí y los enanos de Khazad-dûm] llegaron pronto a oídos de Sauron, y el temor que le inspiraba la llegada de los númenóreanos a Lindon y las costas más hacia el sur, y la amistad que los unía a Gil-galad creció todavía más; y oyó también hablar de Aldarion, hijo de Tar-Meneldur, rey de Númenor, ahora convertido en un gran carpintero de barcos, que llevaba sus navíos a puerto, muy al sur, aún hasta el Harad. Por tanto, Sauron dejó a Eriador en paz por un tiempo, y eligió la tierra de Mordor, como se la llamó luego, para instalar allí una fortaleza que contrarrestara la amenaza del desembarco de los númenóreanos [este episodio tiene por fecha el año mil, poco más o menos, en la «Cuenta de los Años»].

 

HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA

 

Mordor quizá ya fuera el nombre de esta región, debido al volcán Orodruin y sus erupciones, que no eran obra de Sauron, sino un vestigio de las devastadoras obras de Melkor en la larga Primera Edad.

La construcción de Barad-dûr por Alan Lee


XII.DEL PUERTO DE LOND DAER Y LOS RÍOS FONTEGRÍS Y GLANDUIN

 

 CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 El río Gwathló se traduce como «Fontegrís». Pero gwath es una palabra sindarin que significa «sombra», en el sentido de una luz oscurecida por nubes o nieblas, o en un valle profundo. Éste no parece concordar con la geografía conocida. Las amplias tierras divididas por el Gwathló en las regiones llamadas por los númenóreanos Minhiriath «Entre los Ríos», Baranduin y Gwathló) y Enedwaith «Pueblo Medio») eran en su mayoría llanuras abiertas y sin montañas. En el punto de confluencia del Glanduin y el Mitheithel [Fuente Blanca] la tierra era casi plana y las aguas se movían lentamente y tendían a extenderse en marjales. Pero a unas cien millas [161 kilómetros] por debajo de Tharbad, la pendiente se acentuaba. El Gwathló, sin embargo, nunca corría precipitado, y los barcos de poco calado podían navegar sin dificultad con velas o remos hasta Tharbad.

El origen del nombre Gwathló ha de buscarse en la historia. En tiempos de la Guerra del Anillo, las tierras estaban todavía cubiertas de bosques en algunos lugares, especialmente en Minhiriath y al sureste de Enedwaith; pero la mayor parte de las llanuras se extendían en vastas praderas. Desde la Gran Peste del año 1636 de la Tercera Edad, Minhiriath había quedado casi desierta, aunque unos pocos cazadores furtivos vivían en los bosques. En Enedwaith el resto de los dunlendinos habitaba en el este, al pie de las montañas Nubladas; y un pueblo de pescadores bastante numeroso, pero bárbaro, vivía entre las desembocaduras del Gwathló y el Angren (Isen).

Pero en días antiguos, en tiempo de las primeras exploraciones de los númenóreanos, la situación era muy diferente. Minhiriath y Enedwaith estaban cubiertas por bosques que casi nunca se interrumpían salvo en la región central de los grandes marjales. Los cambios que siguieron fueron en gran medida consecuencia de las operaciones llevadas a cabo por Tar-Aldarion, el rey marinero, que se unió en amistad y alianza con Gil-galad. Aldarion tenía gran necesidad de madera, pues deseaba hacer de Númenor una gran potencia naval; la tala de árboles que había hecho en Númenor había sido causa de muchas disensiones. En los viajes a lo largo de las costas había visto con maravilla los grandes bosques, y escogió el estuario del Gwathló como sitio de un nuevo puerto, enteramente dominado por los númenóreanos (Gondor, por supuesto, no existía aún). Allí empezó grandes obras, que se continuaron y se extendieron después de él. Este acceso a Eriador resultó posteriormente de gran importancia en la guerra librada contra Sauron (Segunda Edad 1693—1701); pero fue en un principio un astillero destinado a la construcción de navíos. El pueblo nativo era bastante numeroso y aguerrido, pero habitaba en comunidades aisladas, sin un liderazgo centralizado. Sentían un respetuoso temor por los númenóreanos, pero no se mostraron hostiles hasta que la tala de árboles se hizo devastadora. Entonces atacaron a los númenóreanos, y les tendían emboscadas cada vez que podían, y los númenóreanos los trataban como a enemigos, y se volvieron implacables en sus talas, sin tener en cuenta la renovación de la floresta. La tala en un principio se llevó a cabo a ambos márgenes del Gwathló, y los leños descendían por la corriente hasta el puerto (Lond Daer); pero luego los númenóreanos abrieron rutas y caminos en los bosques hacia el norte y hacia el sur del Gwathló, y los nativos que sobrevivieron huyeron de Minhiriath hacia los bosques oscuros del gran cabo de Eryn Vorn, al sur de la desembocadura del Baranduin, que no se atrevieron a cruzar, aunque hubiera sido posible, por temor a los elfos. Los de Enedwaith se refugiaron en las montañas, en lo que más tarde se llamó las Tierras Brunas; no cruzaron el Isen ni se refugiaron en el gran promontorio entre el Isen y el Lefnui que formaba el brazo septentrional de la bahía de Belfalas [Ras Morthil o Andrast] por causa de los «hombres púkel»...

La devastación producida por los númenóreanos era incalculable. Durante largos años esas tierras fueron una inagotable fuente de madera, no sólo para los astilleros de Lond Daer y otros sitios, sino también para la misma Númenor. Innumerables cargamentos se dirigían por el mar hacia el oeste. La tala aumentó durante la guerra en Eriador; porque los exiliados nativos dieron la bienvenida a Sauron y esperaban que triunfara sobre los hombres del mar. Sauron conocía la importancia del Gran Puerto para sus enemigos, y utilizó a estas gentes como espías y guías de las incursiones a Númenor. No tenía bastantes fuerzas para asaltar los fuertes del Puerto ni a quienes defendían las orillas del Gwathló, pero sus incursiones hacían muchos estragos en los lindes de los bosques, e incendiaban los árboles y quemaban los almacenes de maderas de los númenóreanos.

Cuando Sauron fue por fin derrotado y expulsado hacia el este de Eriador, la mayor parte de los bosques había sido destruida. El Gwathló corría entre orillas desiertas, sin árboles ni cultivos. No era así cuando recibió su nombre de los osados exploradores de la nave de Tar-Aldarion, que se aventuraron a remontar el río en pequeñas barcas. Cuando el aire salino y los fuertes vientos quedaban atrás, el bosque avanzaba hasta las orillas del río, y aunque las aguas eran anchas, los árboles enormes arrojaban grandes sombras, bajo las cuales las barcas de los exploradores se deslizaban en silencio hacia una tierra desconocida. Así, pues, el primer nombre que le dieron fue «río de Sombra», Gwathhîr, Gwathir. Pero después penetraron más al norte, hasta los confines de las vastas tierras cenagosas; aunque aún transcurrió mucho tiempo antes de que tuvieran los hombres suficientes para llevar a cabo las grandes obras de drenaje y de construcción de diques que constituyeron el gran puerto en el sitio donde se encontraba Tharbad, en los días de los dos reinos. La palabra sindarin que utilizaron para denominar los pantanos fue , anteriormente loga [de una raíz log que significa «húmedo, empapado, cenagoso»]; y creyeron en un principio que ésa era la fuente del río del bosque, pues no conocían todavía el Mitheithel, que descendía de las montañas del norte y que, recogiendo las aguas del Bruinen [Sonorona] y el Glanduin, las vertía por la llanura. El nombre Gwathir, pues, se cambió por el de Gwathló, el río sombrío de las ciénagas.

El Gwathló fue uno de los pocos nombres geográficos que llegó a ser generalmente conocido por muchas gentes, además de los marinos de Númenor, y tuvo una traducción adûnaica. Esta fue Agathurush.

 

Glanduin significa «río fronterizo», fue el primer nombre que se le dio (en la Segunda Edad), pues el río era la frontera austral de Eregion, y más allá vivían pueblos prenúmenóreanos y en general hostiles, como los antecesores de los dunlendinos. Más adelante, con el Gwathló y su confluencia con el Mitheithel, fue la frontera austral del reino del norte. La tierra de más allá, entre el Gwathló y el Isen (Sîr Angren) se llamó EnedwaithPueblo Medio»); no pertenecía a ninguno de los reinos y no hubo en ella colonias permanentes de hombres númenóreanos. Pero el gran Camino Norte-Sur, la principal ruta de comunicación entre los dos reinos salvo el mar, iba desde Tharbad hasta los vados del Isen (Ethraid Engrin). Antes de la decadencia del reino del norte y los desastres que ocurrieron a Gondor, en verdad hasta la Gran Peste en 1636 de la Tercera Edad, ambos reinos compartían intereses en esta región, y juntos construyeron y mantuvieron el puente de Tharbad y las largas calzadas elevadas a cada lado del Gwathló y el Mitheithel por sobre los pantanos de las llanuras de Minhiriath y Enedwaith. Una importante guarnición de soldados, marineros y constructores se mantuvo allí hasta el siglo XVII de la Tercera Edad. Pero a partir de esa fecha la región declinó rápidamente; y mucho antes del tiempo de El Señor de los Anillos volvió a convertirse en pantanos. Cuando Boromir hizo su gran viaje desde Gondor a Rivendel—el coraje y la osadía requeridos no se reconocen plenamente en la narración—, el Camino Norte-Sur ya no existía, salvo restos desmoronados de las calzadas elevadas, por las que era posible aventurarse hasta Tharbad, sólo para encontrar un montón de ruinas en tierras desmoronadas y un peligroso vado formado por las ruinas del puente, infranqueable si el río no hubiera sido allí poco profundo y lento, aunque muy ancho.

Quizá el nombre de Glanduin llegó a conservarse un tiempo, pero únicamente en Rivendel; y en ese caso sólo se aplicaría al curso superior del río, donde todavía corría rápidamente para perderse pronto en las llanuras y desaparecer en los pantanos: una red de marjales, estanques y lagunas cuyos únicos habitantes eran los cisnes y otras aves acuáticas. Si el río tenía algún nombre, era en la lengua de los dunlendinos. En El Retorno del Rey, VI, 6, se lo llama estero de los Cisnes y no el río, simplemente, porque descendía a Nîn-in-Eilph, «las Tierras Acuosas de los Cisnes».

 


XIII.LA ELESSAR

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 Había en Gondolin un orfebre llamado Enerdhil, el más grande entre los noldor en esa artesanía, desde la muerte de Fëanor. Enerdhil amaba todas las cosas verdes que crecían, y su mayor alegría era ver la luz del sol a través de las hojas de los árboles. Y resolvió en su corazón hacer una joya que aprisionase la clara luz del sol, pero la joya tenía que ser verde como las hojas. E hizo esa joya, y aún los noldor se maravillaron al verla. Porque se dice que, miradas a través de esta piedra, las cosas marchitas o quemadas se erguían otra vez, o recuperaban la gracia de la juventud, y que las manos que tocaban la piedra eran capaces de curar cualquier herida. Esta gema dio Enerdhil a Idril, la hija del rey, y ella la llevaba sobre el pecho; y así se salvó del incendio de Gondolin. Y antes de hacerse a la mar, Idril dijo a Eärendil, su hijo: —Te dejo la Elessar, porque hay grandes males en la Tierra Media que quizá podrás curar. Pero no se la confiarás a ningún otro. —Y, por cierto, en el Puerto de Sirion había muchas heridas que curar, tanto en los elfos como en los hombres, y en las bestias que huían del horror del norte; y mientras Eärendil vivió allí, curaron y prosperaron, y por un tiempo todas las criaturas estuvieron verdes y hermosas. Pero cuando Eärendil emprendió sus grandes viajes por el mar, llevaba la Elessar sobre el pecho, porque en todas sus búsquedas siempre tenía un pensamiento: que quizá encontrara a Idril otra vez; y su primer recuerdo de la Tierra Media era la piedra verde sobre el pecho de Idril mientras le cantaba inclinándose sobre la cuna, cuando Gondolin estaba todavía en flor. Así fue que la Elessar se perdió, pues Eärendil nunca regresó a la Tierra Media.

En edades posteriores hubo otra vez una Elessar, y de ésta se dicen dos cosas, aunque la verdad sólo la conocen los sabios, y ahora ya han partido. Porque algunos dicen que la segunda piedra era en verdad sólo la primera, recuperada por gracia de los valar; y que Olórin (que se conoce en la Tierra Media como Mithrandir) la había traído con él desde el Occidente. Y en una ocasión Olórin fue al encuentro de Galadriel, que vivía entonces bajo los árboles del gran bosque Verde, y tuvieron una larga conversación. Porque los años de exilio empezaban a pesar en la señora de los noldor, y deseaba tener noticias de sus parientes, y echaba de menos la tierra bendecida que la había visto nacer, aunque no estaba dispuesta a abandonar la Tierra Media. [Esta oración se alteró de la manera siguiente: «pero aún no se le permitía abandonar la Tierra Media»]. Y cuando Olórin le hubo contado muchas cosas, ella suspiró y dijo: —Me duelo por la Tierra Media, porque sus hojas caen y sus flores se marchitan; y en mi corazón hay nostalgia por los árboles y hierbas que no mueren. Me gustaría tenerlos en mi hogar.

Entonces Olórin dijo: —¿Querrías entonces la Elessar?

Y Galadriel dijo: —¿Dónde está ahora la piedra de Eärendil? Y Enerdhil, que la hizo, se ha ido lejos.

—¿Quién sabe?—dijo Olórin.

—Es seguro—dijo Galadriel—que la piedra ha cruzado el mar, como casi toda cosa bella, por otra parte. ¿Y la Tierra Media ha de marchitarse entonces y perecer para siempre?

—Ese es su destino—dijo Olórin—. Sin embargo, eso podría remediarse, por un tiempo al menos, si la Elessar regresara.

—Sí, pero ¿cómo?—dijo Galadriel—. Porque los valar se han marchado, y ya no piensan en la Tierra Media, y todos lo que se aferran a ella están bajo una sombra.

—No es así—dijo Olórin—. No tienen ahora ojos más débiles, o corazones más duros. Como prueba, ¡mira esto!—y alzó ante ella la Elessar, y ella la miró y se maravilló. Y Olórin dijo: —Esto te envía Yavanna. Utilízala como puedas, y por un tiempo la tierra de tu morada será el lugar más bello de la Tierra Media. Pero no es para que tú te quedes con ella. La pondrás en otras manos cuando sea el momento. Porque antes de que te canses y abandones por fin la Tierra Media, llegará alguien a quien tendrás que dársela, y su nombre será el de la piedra: se llamará Elessar.

 

Otra versión del cuento dice así:

Mucho tiempo atrás, antes de que Sauron engañara a los herreros de Eregion, Galadriel fue a ver a Celebrimbor, el principal de los herreros élficos, y le dijo: —Estoy triste en la Tierra Media, porque se caen las hojas y las flores que tanto amo se marchitan, de modo que la tierra de mi morada está llena de una pena que ninguna primavera consigue curar.

—¿Cómo puede ser de otro modo para los eldar, si se aferran a la Tierra Media?—dijo Celebrimbor—. ¿Quieres, pues, cruzar el mar?

—No—dijo ella—. Angrod se ha ido y Aegnor se ha ido y ya no existe Felagund. De los hijos de Finarfin, yo soy la última. Pero mi corazón es todavía orgulloso. ¿Qué mal hizo la dorada casa de Finarfin para que yo deba pedir el perdón de los valar, o me contente en una isla cuando mi tierra nativa fue Aman la Bendecida? Aquí soy más poderosa.

—Pues entonces, ¿qué quieres?—preguntó Celebrimbor.

—Querría a mi alrededor árboles y hierbas que no muriesen... aquí, en esta tierra que es mía—respondió ella—. ¿Qué ha sido de la habilidad de los eldar?—Y Celebrimbor dijo: —¿Dónde está ahora la piedra de Eärendil? Y Enerdhil, que la hizo, se ha ido.

—Han cruzado el mar—le respondió Galadriel—como casi todas las cosas bellas. Pero ¿entonces la Tierra Media ha de marchitarse y perecer para siempre?

—Esa es su suerte, según creo—dijo Celebrimbor—. Pero sabes que te amo (aunque preferiste a Celeborn de los árboles), y por ese amor haré lo que pueda, si mi arte es capaz de amenguar tu dolor. —Pero no dijo a Galadriel que él mismo había vivido en Gondolin, mucho tiempo atrás, y que había sido amigo de Enerdhil, aunque Enerdhil lo superaba en casi todas las cosas. No obstante, si entonces Enerdhil no hubiera estado allí, Celebrimbor habría tenido más renombre. Por tanto, se puso a pensar, y comenzó un largo y delicado trabajo, y así, por Galadriel, hizo la mayor de sus obras (excepto sólo los Tres Anillos). Y se dice que la gema verde que él hizo era más sutil y clara que la de Enerdhil, aunque su luz tenía menos poder. Porque mientras que la de Enerdhil estaba iluminada por el sol todavía joven, ya habían transcurrido muchos años cuando Celebrimbor comenzó su trabajo, y ya en ningún lugar de la Tierra Media era la luz tan clara como antes; porque aunque Morgoth había sido expulsado al Vacío, y no le era posible volver, su larga sombra aún cubría la región. Radiante, sin embargo, era la Elessar de Celebrimbor; y la engarzó en un gran broche de plata con la forma de un águila que va a echarse a volar con las alas extendidas. Merced a la Elessar, todas las cosas se volvieron bellas en torno a Galadriel, hasta que la Sombra llegó al bosque. Pero después, cuando Celebrimbor le envió el anillo llamado Nenya, el principal de los Tres, pensó que ya no necesitaba la piedra y se la dio a Celebrían, su hija, y así llegó a manos de Arwen y a Aragorn, que fue llamado Elessar.

La Elessar fue hecha en Gondolin por Celebrimbor, y así llegó a Idril, y luego a Eärendil. Pero esta piedra desapareció. La segunda Elessar fue hecha también por Celebrimbor en Eregion, por pedido de la señora Galadriel (a la que amaba), y no estaba bajo el poder del Único, pues había sido hecha antes que Sauron se levantara otra vez.


XIV.SAURON EN EREGION

 

HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA

 Se produjeron cambios muy grandes a medida que avanzaba la Segunda Edad. Las primeras naves de los númenóreanos aparecieron frente a las costas de la Tierra Media alrededor de la Segunda Edad 600, pero ningún rumor de este portento llegó al lejano norte. Al mismo tiempo, sin embargo, Sauron salió de su escondite y se reveló en forma hermosa. Durante mucho tiempo prestó poca atención a los enanos o a los hombres y se esforzó por ganarse la amistad y la confianza de los eldar. Pero lentamente volvió de nuevo a la lealtad de Morgoth y comenzó buscar el poder por la fuerza, reuniendo de nuevo y dirigiendo a los orcos y otras cosas malvadas de la Primera Edad, y construyendo en secreto su gran fortaleza en la tierra rodeada de montañas en el sur que más tarde fue conocido como Mordor.

 

DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD

 De todos los pueblos de la Tierra, el más fácil de gobernar le pareció el de los hombres, pero durante mucho tiempo trató de persuadir a los elfos para que lo sirviesen, pues sabía que los primeros nacidos eran los que tenían mayor poder; y fue de un lado a otro entre ellos, y tenía el aspecto de alguien que es a la vez hermoso y sabio. Sólo a Lindon no fue, porque Gil-galad y Elrond dudaban de él y de su hermoso aspecto, y aunque no sabían bien quién era, no quisieron admitirlo en el país.

  

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

  Cuando [Sauron] se sintió seguro, se dirigió a Eriador y finalmente, alrededor del año 1200, se presentó allí él mismo investido con la forma más agradable que fue capaz de adoptar.

Sauron ante los elfos por Alan Lee

 

DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD

 Pero en otros sitios los elfos lo recibieron de buen grado, y pocos de entre ellos escucharon a los mensajeros que llegaban de Lindon y les aconsejaban precaución; porque Sauron se dio a sí mismo el nombre de Annatar, el Señor de los Dones, y ellos recibieron en un principio múltiples beneficios de su amistad. Y él les decía: —¡Ay de la debilidad de los grandes! Porque poderoso rey es Gil-galad, y sabio en toda ciencia es el joven Elrond, y no obstante no me ayudan en mis trabajos. ¿Es posible que no quieran ver que otras tierras sean tan benditas como las suyas? Pero ¿por qué la Tierra Media ha de seguir siendo desolada y oscura cuando los elfos podrían volverla tan hermosa como Eressëa, más aún, como Valinor? Y como no habéis vuelto allí, como podríais haberlo hecho, veo que amáis a la Tierra Media como yo la amo. ¿No es pues nuestra misión trabajar juntos para enriquecerla, y para elevar a todos los linajes élficos que yerran aquí ignorantes a esa cima de poder y conocimiento a que han llegado los de más allá del mar?

Eregion por Alan Lee

 

Era en Eregion donde los consejos de Sauron se recibían con mayor complacencia, porque en esa tierra los noldor deseaban acrecentar cada vez más la ingeniosidad y la sutileza de sus obras. Además, no tenían paz en el corazón desde que se negaran a volver al Occidente, y a la vez querían permanecer en la Tierra Media, a la que amaban en verdad, y gozar de la beatitud de los que habían partido. Por tanto, escucharon a Sauron, y aprendieron de él muchas cosas, pues tenía grandes conocimientos. En aquellos días los herreros de Ost-in-Edhil superaron todo cuanto habían hecho antes; y al cabo de un tiempo hicieron los Anillos del Poder. Pero Sauron guiaba estos trabajos, y estaba enterado de todo cuanto hacían; porque lo que deseaba era someter a los elfos y tenerlos bajo vigilancia.

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 Sauron recurrió a todas sus artes con Celebrimbor y los demás herreros, que habían constituido una sociedad o hermandad muy poderosa en Eregion, los gwaith-i-mírdain; pero trabajó en secreto sin que Galadriel y Celeborn se enteraran. Antes de no mucho tiempo, Sauron se había ganado la confianza de los gwaith-i-mírdain, pues en un principio habían sacado gran provecho de lo que él les enseñara sobre los secretos de su oficio.


 

XV.LA FORJA DE LOS ANILLOS DE PODER

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 Pero entretanto el poder de Galadriel y Celeborn había crecido, y Galadriel, asistida por la amistad que la unía a los enanos de Moria, había tenido contacto con el país nandorin de Lórinand al otro lado de las montañas Nubladas. Este estaba poblado por los elfos que habían abandonado a los eldar de Cuiviénen en el Gran Viaje, instalándose en los bosques del valle del Anduin; y se extendía hacia las florestas a ambos lados del río Grande, e incluía a la región donde se levantó después Dol Guldur. Estos elfos no tenían príncipes ni gobernantes y vivían libres de cuidados mientras el poder de Morgoth se concentraba en el noroeste de la Tierra Media; «pero muchos sindarin y noldor fueron a vivir entre ellos, y así empezó el proceso de "sindarización" bajo la influencia de la cultura beleriándica». [No está claro cuándo se iniciaron estas migraciones hacia Lórinand; es posible que vinieran desde Eregion por el camino de Khazad-dûm y bajo los auspicios de Galadriel]

Galadriel, que intentaba contrarrestar las maquinaciones de Sauron tuvo éxito en Lórinand; mientras que en Lindon, Gil-galad expulsó a los emisarios de Sauron y aún a este mismo. Pero Sauron tuvo mejor fortuna con los noldor de Eregion, y en especial con Celebrimbor, que en su corazón deseaba alcanzar la habilidad y la fama de Fëanor.

La forja de los Anillos por Alan Lee


En Eregion, Sauron se presentó como emisario de los valar, enviado a la Tierra Media («anticipando así a los istari») o con la orden de permanecer allí para dar ayuda a los elfos. Advirtió en seguida que Galadriel sería su principal adversario y obstáculo, e intentó aplacarla soportando el desdén que ella le

mostraba con un exterior de paciencia y cortesía.  Tanto fue su poder sobre los Mírdain, que por fin los convenció de

que se rebelaran contra Galadriel y Celeborn y les arrebataran el mando en Eregion; y eso sucedió en un tiempo incierto entre 1350 y 1400 de la Segunda Edad. Galadriel entonces abandonó Eregion y pasó por Khazad-dûm a Lórinand, llevando consigo a Amroth y a Celebrían; pero Celeborn no quiso entrar en las mansiones de los enanos y se quedó atrás en Eregion, sin ser tenido en cuenta por Celebrimbor. En Lórinand, Galadriel tomó el mando y organizó la defensa contra Sauron.

Sauron y el Único


Sauron, por su parte, abandonó Eregion alrededor del año 1500, cuando los mírdain habían empezado a forjar los Anillos del Poder.

Galadriel dirige a los elfos a través de Moria


DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD

 Ahora bien, los elfos hicieron muchos anillos, pero Sauron hizo en secreto un Anillo Único, para gobernar a todos los otros, cuyos poderes estarían atados a él, sujetos por completo a él, y durarían mientras él durase. Y gran parte de la fuerza y la voluntad de Sauron pasó a ese Anillo Único; porque el poder de los anillos élficos era muy grande, y el del que habría de gobernarlos tendría por fuerza que ser aún más poderoso; y Sauron lo forjó en la montaña de fuego en la Tierra de la Sombra. Y mientras llevaba el Anillo Único, era capaz de ver todo lo que se hacía por medio de los anillos menores, y podía leer y gobernar los pensamientos mismos de quienes los llevaban.

Pero no era tan fácil atrapar a los elfos. No bien Sauron se puso el Anillo Único en el dedo, se dieron cuenta; y supieron quién era, y que quería adueñarse de todos ellos y de todo cuanto hiciesen. Entonces, con enfado y temor, se quitaron los anillos.

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 Ahora bien, Celebrimbor era leal de corazón, y había aceptado a Sauron como lo que decía que era; y cuando por fin descubrió la existencia del Anillo Único, se rebeló contra Sauron y fue a Lórinand para que Galadriel le aconsejara. Tenían que haber destruido todos los Anillos del Poder en esa oportunidad, «pero eran bastante fuertes». Galadriel le aconsejó que ocultara los Tres Anillos de los elfos en lugares distantes, lejos de Eregion, donde Sauron podía buscarlos. Fue entonces cuando Celebrimbor le dio el Nenya, el Anillo Blanco, y por el poder de este anillo el país de Lórinand se fortaleció y embelleció; pero la influencia que tuvo sobre ella fue grande también e imprevista, porque le acrecentó el deseo de hacerse a la mar y de volver al Oeste, de modo que ya no se sintió tan feliz en la Tierra Media. Celebrimbor, siguiendo el consejo de Galadriel, envió el Anillo de Aire y el Anillo de Fuego lejos de Eregion; y los confió a Gil-galad en Lindon.

 

LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA

 Nota sobre el retraso de Gil-galad y los númenóreanos, que no atacaron a Sauron antes de que pudiera reunir fuerzas

 

Ya no tiene sentido, y de hecho resulta injusto, acusarles de insensatez por no haber reunido rápidamente sus fuerzas y atacar a Sauron, ya que al final se vieron obligados a hacerlo. No podían tener una idea clara y definitiva de las intenciones de Sauron, ni de su poder, y el hecho de que no fueran conscientes de su debilidad real, ni de su necesidad de dedicar mucho tiempo a reunir los ejércitos suficientes para atacar a una alianza de elfos y hombres del oeste, fue uno de los éxitos de Sauron derivados de su astucia y sus engaños. Él, sin duda, habría mantenido en secreto su ocupación de Mordor si hubiera podido, y por lo que aconteció después parece que se había asegurado la lealtad de los hombres que vivían en las tierras contiguas, incluso en las tierras del oeste del Anduin, en aquellas regiones donde Gondor se estableció después en las Ered Nimrais y Calenardhon. Pero los númenóreanos que ocupaban las bocas del Anduin y el litoral de Lebennin habían descubierto sus planes, y los revelaron a Gil-galad. Sin embargo, hasta el 1600 Segunda Edad, Sauron aún estaba usando su disfraz de amigo benevolente, y a menudo viajaba a su antojo por Eriador con un séquito reducido, por lo que no podía permitirse ningún rumor sobre su intención de reunir soldados para sus ejércitos. En esta época se vio obligado a desatender el este (donde había estado el antiguo poder de Morgoth), y aunque había enviado emisarios a las tribus, cada vez más numerosas, de los hombres del este, no se atrevió a permitir que estos se acercasen lo suficiente como para atraer la atención de los númenóreanos ni de los hombres del oeste.

 

Los diferentes tipos de orcos (criaturas de Morgoth) resultaron ser los más numerosos y terribles de sus soldados y sirvientes; pero muchos habían perecido en la guerra contra Morgoth y en la destrucción de Beleriand. Algún vestigio de ellos se había escapado a escondites en las partes septentrionales de las montañas Nubladas y las montañas Grises, y ahora estaban multiplicándose de nuevo. Sin embargo, más al este había otras variedades más fuertes, descendientes del reinado de Morgoth, pero como habían estado privados de su amo durante el largo tiempo que duró su ocupación de Thangorodrim, aún eran salvajes indómitos, atacándose unos a otros, y también atacaban a los hombres (buenos o malos). Pero no fue hasta la compleción de Mordor y de Barad-dûr cuando dejó que salieran de sus escondites, mientras que los orcos del este, que no habían conocido el poder y el terror de los eldar, ni el valor de los edain, no servían a Sauron. Durante el tiempo en que se veía obligado, con el fin de embaucar a los hombres del oeste y a los elfos a llevar una forma y una vestimenta lo más hermosas posible, ellos lo despreciaban y se reían de él. Así fue cómo, a pesar de emplear todo su tiempo y su energía en reunir y entrenar a sus ejércitos, desde el momento en que su verdadera identidad fue descubierta y lo reconocieron como un enemigo, transcurrieron unos noventa años hasta que se sintió preparado para declarar la guerra. Y lo calculó mal, como podemos ver por su derrota final, cuando el gran ejército de Minastir de Númenor desembarcó en la Tierra Media. No había creado sus ejércitos sin oposición, y su éxito había sido menor de lo esperado. Tenía poderosos enemigos a sus espaldas, al este y al sur, al que todavía no había prestado suficiente atención.

 

XVI.DEL REGRESO DE GLORFINDEL A LA TIERRA MEDIA

 

HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA

 De acuerdo con las leyes establecidas por el Único, cuando Glorfindel de Gondolin murió, su espíritu se vio obligado a regresar de inmediato a la tierra de los valar. Allí iría a Mandos, donde sería juzgado, y entonces permanecería en las «Estancias de Espera» hasta que Manwë le concediera la libertad. Los elfos estaban destinados a ser «inmortales», es decir, a no morir dentro de los límites desconocidos decretados por el Único, como máximo hasta el final de la vida de la Tierra como reino habitable. Su muerte—que tenía lugar cuando sus cuerpos recibían una herida tan grave que no tenía cura posible—y la partida de sus espíritus era algo «innatural» y doloroso. Por tanto, el deber de los valar, bajo la autoridad del Único, era restaurarlos y devolverles a la vida encarnada, si así lo deseaban. Pero Manwë podía postergar esta «restauración» si el fëa, mientras vivió, había llevado a cabo acciones malvadas y no se arrepentía de ellas, o todavía albergaba malicia contra cualquier otra persona de entre los vivos.

Ahora bien, Glorfindel de Gondolin era uno de los noldor exiliados que se habían rebelado contra la autoridad de Manwë, y todos se hallaban bajo la prohibición que este les había impuesto: no podían regresar en forma encarnada al Reino Bendecido. Manwë, no obstante, no estaba sometido a sus propias ordenanzas, y como regente supremo del Reino de Arda podía dejarlas de lado cuando lo consideraba oportuno. Por lo que se dice de Glorfindel en El Silmarillion y El Señor de los Anillos es evidente que era un elda de espíritu noble y generoso; puede darse por supuesto que, aunque abandonó Valinor en la hueste de Turgon, lo hizo de mala gana por el parentesco que lo unía a Turgon y la fidelidad que le profesaba, y no participó en la matanza de Alqualondë.

Lo que es más importante: Glorfindel había sacrificado su vida en defensa de los fugitivos de la catástrofe de Gondolin contra un demonio de Thangorodrim, permitiendo así que Tuor e Idril hija de Turgon y su hijo Eärendil escaparan y buscaran refugio en las bocas del Sirion. A pesar de que no podía conocer la importancia que tendría este hecho (y los hubiera defendido, aunque fueran fugitivos de cualquier rango), esta acción fue de vital importancia para los designios de los valar. Por tanto, es completamente coherente con el esquema general de El Silmarillion describir la historia posterior de Glorfindel del siguiente modo. Después de purgar toda la culpa en la que había incurrido durante la rebelión, fue liberado de Mandos y Manwë lo restauró. Entonces se convirtió de nuevo en una persona encarnada viva, pero se le permitió morar en el Reino Bendecido; porque había recuperado la inocencia y la gracia primitivas de los eldar. Durante largos años permaneció en Valinor, junto con los eldar que no se habían rebelado y en compañía de los maiar. Ahora era casi igual a los últimos, pues a pesar de ser un encarnado (que necesitaba una forma corpórea no hecha o escogida por él mismo) su poder espiritual había crecido considerablemente gracias a su sacrificio. En algún momento, probablemente poco después de llegar a Valinor, se convirtió en seguidor y amigo de Olórin (Gandalf) que, como se dice en El Silmarillion, sentía un amor y una inquietud especiales por los hijos de Eru. Es probable que Olórin, como podían hacer los maiar, hubiera visitado ya la Tierra Media y conociera no sólo a los elfos sindarin y a otros que vivían más al interior de la Tierra Media, sino también a los hombres, pero nada se ha dicho [> todavía] al respecto.

Glorfindel por Donato Giancola

 

Glorfindel se quedó en el Reino Bendecido, al principio sin duda por propia voluntad: Gondolin había sido destruida, y todos sus parientes estaban muertos y se hallaban todavía en las Estancias de Espera, inaccesibles para los vivos. Pero su larga estancia durante los últimos años de la Primera Edad, y al menos hasta muy avanzada la Segunda, también se debió sin duda a los deseos y los designios de Manwë.

 

¿Cuándo regresó Glorfindel a la Tierra Media? Probablemente fuera antes del final de la Segunda Edad, el «Cambio del Mundo» y el Hundimiento de Númenor, después de lo cual ninguna criatura encarnada, «humana» o de razas menores, podía regresar del Reino Bendecido, que había sido «apartado de los Círculos del Mundo». Esto se debió a un decreto procedente del mismo Eru; y aunque, antes del final de la Tercera Edad, cuando Eru decretó que había de empezar el dominio de los hombres, es posible que Manwë recibiera el permiso de Eru para hacer una excepción en este caso, y que hubiera hallado algún medio para llevar a Glorfindel a la Tierra Media, es algo poco probable y que convertiría a Glorfindel en alguien de mayor poder e importancia de lo conveniente.

Lo mejor será entonces suponer que Glorfindel regresó durante la Segunda Edad, antes de que la «sombra» cayera sobre Númenor, cuando los eldar daban la bienvenida a los númenóreanos como poderosos aliados. Su regreso debió de tener el propósito de fortalecer la alianza de Gil-galad y Elrond, cuando estos advirtieron por fin la creciente malicia de las intenciones de Sauron. Por tanto, pudo tener lugar ya en 1200 de la Segunda Edad, cuando Sauron fue a Lindon en persona e intentó engañar a Gil-galad, pero fue rechazado y expulsado. Sin embargo, es posible, quizá más probable, que no llegara hasta c.1600, el Año del Terror, cuando terminó la construcción de Barad-dûr y se forjó el Anillo Único, y Celebrimbor advirtió por fin la trampa en la que había caído. Porque en 1200, aunque lleno de ansiedad, Gil-galad aún se sentía lo suficientemente fuerte para despreciar a Sauron. Además, en ese entonces sus aliados númenóreanos empezaban a establecer puertos permanentes para sus grandes barcos, y de hecho muchos de ellos habían comenzado a vivir allí permanentemente. En 1600 todos los jefes de los elfos y los hombres (y los enanos) vieron con claridad que la guerra contra Sauron, ahora desenmascarado y en forma de nuevo Señor Oscuro, era inevitable. Por tanto, empezaron a prepararse para el ataque, y no hay duda de que Númenor (y Valinor) recibieron mensajes urgentes pidiendo ayuda.

 


XVII.LA GUERRA DE ERIADOR

 

DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD

 Pero Sauron al ver que lo habían descubierto, y que los elfos no habían sido engañados, sintió gran cólera, y los enfrentó exigiéndoles que le entregaran todos los Anillos, pues los herreros elfos no podrían haberlos forjado sin la ciencia y el consejo con que él los había asistido. Pero los elfos huyeron de él; así salvaron tres de los Anillos, y se los llevaron, y los ocultaron.

La guerra de Eriador por Alan Lee

 

Ahora bien, eran esos Tres los últimos que se habían hecho, y los que tenían más grande poder. Narya, Nenya y Vilya se llamaban, los Anillos del Fuego, y del Agua, y del Aire, que tenían engarzados un rubí y un diamante y un zafiro; y eran de todos los Anillos élficos los que Sauron más deseaba, pues quienes los poseyeran podrían evitar el deterioro y demorar la fatiga del mundo. Pero Sauron nunca los encontró porque fueron dados a los sabios, que los ocultaron y nunca más se los pusieron a la luz, en tanto Sauron tuviera el Anillo Regente. De ese modo los Tres permanecieron incólumes, pues habían sido forjados por Celebrimbor tan sólo, y la mano de Sauron no los había tocado; no obstante, también estaban sometidos al Único.

Desde esos días siempre hubo guerra entre Sauron y los elfos…

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 Cuando Sauron se enteró del arrepentimiento y la rebelión de Celebrimbor, se quitó la máscara y mostró abiertamente su ira; y reuniendo grandes fuerzas avanzó sobre Calenardhon (Rohan) para invadir Eriador, en el año 1695. Cuando Gil-galad se enteró, envió una fuerza al mando de Elrond medio elfo; pero Elrond estaba lejos y tenía mucho que andar, y Sauron se volvió hacia el norte y marchó hacia Eregion. Los exploradores y la vanguardia del ejército de Sauron ya estaban cerca, cuando Celeborn hizo una salida y los rechazó; pero, aunque llegó a unirse a las fuerzas de Elrond, no les fue posible volver a Eregion, pues las huestes de Sauron eran mucho más numerosas, suficientes para mantenerlos a distancia y cercar Eregion.

Celebrimbor resiste por Alan Lee

 

Por fin los atacantes irrumpieron en Eregion destruyendo y devastando, y se apoderaron del principal objetivo del ataque de Sauron: la casa de los mírdain, donde se encontraban las herrerías y sus tesoros. Celebrimbor, desesperado, resistió a Sauron en la escalinata frente a las grandes puertas de los mírdain; pero lo atraparon y lo llevaron cautivo, y la casa fue saqueada. Allí Sauron se apoderó de los Nueve Anillos y algunos otros trabajos de los mírdain; pero los Siete y los Tres, no pudo encontrarlos. Entonces Celebrimbor fue sometido a tormento, y Sauron averiguó por él dónde se encontraban los Siete. Esto lo reveló Celebrimbor porque para él ni los Siete ni los Nueve valían tanto como los Tres; los Siete y los Nueve habían sido hechos con la ayuda de Sauron, mientras que los Tres los había hecho él solo, con un poder y un propósito diferentes. [En el Apéndice A (III) de El Señor de los Anillos se cuenta que entre los enanos del pueblo de Durin se creía que quienes habían dado el Anillo a Durin III, rey de Khazad-dûm, habían sido los herreros elfos, y no Sauron].

 

 Sobre los Tres Anillos, Sauron no pudo arrancarle nada a Celebrimbor; e hizo que lo mataran. Pero alcanzó a adivinar la verdad, que los Tres habían sido puestos al cuidado de los señores elfos: y que éstos, por fuerza, no podían ser otros que Galadriel y Gil-galad.

 

Arrastrado por una cólera negra, volvió a la batalla; y llevando como estandarte el cadáver de Celebrimbor colgado de una pértiga, atravesado de las flechas de los orcos, se volvió sobre las fuerzas de Elrond. Elrond había reunido a los pocos elfos de Eregion que habían conseguido escapar, pero no bastaban para resistir el ataque. Hubiera sido aplastado sin duda si el ejército de Sauron no hubiera sido atacado por la retaguardia; porque Durin había enviado una fuerza de enanos desde Khazad-dûm, y con ellos vinieron los elfos de Lórinand conducidos por Amroth. Elrond logró librarse del ataque, pero tuvo que alejarse hacia el norte, y fue en ese tiempo [el año 1697 de acuerdo con la Cuenta de los Años] cuando construyó un refugio fortificado en Imladris (Rivendel). Sauron abandonó la persecución de Elrond, y se volvió contra los enanos y los elfos de Lórinand, a quienes obligó a retroceder; pero las Puertas de Moria se cerraron y no consiguió entrar. Desde entonces Sauron odió siempre a Moria, y los orcos tuvieron orden de hostilizar a los enanos cada vez que pudieran.

Celebrimbor por Alan Lee

 

Fue así que Sauron intentó conquistar Eriador: Lórinand podía esperar. Pero mientras él devastaba las tierras, matando o expulsando a todos los hombres, que vivían allí en pequeños grupos, y persiguiendo a los elfos que aún no se habían ido, muchos huyeron a engrosar las filas del ejército de Elrond en el norte. Ahora bien, el propósito inmediato de Sauron era apoderarse de Lindon, donde, según creía, parecía más probable que pudiera apoderarse de uno o más de los Tres Anillos; y por tanto convocó allí a sus fuerzas y marchó hacia el oeste, a la tierra de Gil-galad, asolando todo lo que encontraba. Pero sus fuerzas habían menguado, pues había tenido que dejar atrás un fuerte destacamento para contener a Elrond e impedirle que cayera sobre su retaguardia.

Las fuerzas de Tar-Minastir por Alan Lee

 

Ahora bien, durante largos años los númenóreanos habían llevado sus barcos a los Puertos Grises, y eran allí bienvenidos. No bien Gil-galad empezó a temer que las tropas de Sauron avanzarían sobre Eriador, envió mensajes a Númenor; y en las costas de Lindon los númenóreanos prepararon un ejército y juntaron pertrechos de guerra. En 1695, cuando Sauron invadió Eriador, Gil-galad solicitó la ayuda de Númenor. Entonces Tar-Minastir, el rey, envió una gran flota; pero el viaje se retrasó, y los barcos no llegaron a las costas de la Tierra Media hasta 1700. Por ese tiempo Sauron dominaba todo Eriador, salvo sólo la sitiada Imladris, y había llegado al río Lhûn. Había convocado otras fuerzas, que se aproximaban desde el sureste, y que estaban ya en Enedwaith en el cruce de Tharbad, apenas defendido. Gil-galad y los númenóreanos guardaban el Lhûn, para asegurar la defensa de los Puertos Grises, cuando las grandes fuerzas de Tar-Minastir llegaron muy a tiempo; y las huestes de Sauron fueron derrotadas por completo y rechazadas. El almirante númenóreano Ciryatur envió parte de sus navíos a un punto de desembarco más hacia el sur.

Sauron huye por Alan Lee

 

Sauron fue rechazado hacia el sureste al cabo de una gran matanza en el vado de Sarn (el cruce del Baranduin); y aunque otras tropas se le unieron en Tharbad, se encontró otra vez con un ejército númenóreano en la retaguardia, pues Ciryatur había desembarcado una gran fuerza en la desembocadura del Gwathló (Fontegrís), «donde había un pequeño puerto númenóreano». [Éste era Vinyalondë de Tar-Aldarion, llamado después Lond Daer]. En la Batalla del Gwathló, la derrota de Sauron fue completa, y él mismo apenas logró escapar.

Las escasas fuerzas que le quedaban fueron atacadas al este de Calenardhon, y él, acompañado por unos pocos guardias, huyó a la región llamada después Dagorlad (llanura de la Batalla), y de allí, quebrantado y humillado, regresó a Mordor, y juró venganza contra Númenor. El ejército que sitiaba a Imladris, atrapado entre Elrond y Gil-galad, fue completamente destruido. Ya no había más enemigos en Eriador, ahora en gran parte destrozado y arruinado.

 


XVIII.UN PERÍODO DE PAZ EN LA TIERRA MEDIA

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 Por este tiempo se celebró el primer Concilio, y se decidió en él que se mantendría una fortaleza élfica al este de Eriador, antes en Imladris que en Eregion. Por ese tiempo también, Gil-galad dio Vilya, el Anillo Azul, a Elrond, y lo designó como vice regente de Eriador; pero el Anillo Rojo lo conservó, hasta que se lo dio a Círdan cuando partió de Lindon en los días de la Última Alianza.

Durante muchos años las Tierras del Oeste tuvieron paz y tiempo para curar sus heridas; pero los númenóreanos habían conocido el placer del poder en la Tierra Media, y desde entonces en adelante establecieron colonias permanentes en las costas occidentales [poco más o menos en el 1800 de «La Cuenta de los Años»], y se hicieron allí poderosos, y Sauron no intentó avanzar hacia el oeste de Mordor durante largo tiempo.

Galadriel sentía ahora tanta nostalgia por el mar (aunque pensaba que debía permanecer en la Tierra Media en tanto que Sauron no estuviera definitivamente vencido), que decidió abandonar Lórinand e ir a vivir cerca del mar. Dejó Lórinand a cargo de Amroth, y pasando nuevamente por Moria con Celebrían, llegó a Imladris en busca de Celeborn. Allí, según parece, lo encontró, y allí vivieron juntos largo tiempo; y fue entonces cuando Elrond vio por primera vez a Celebrían y se enamoró de ella, aunque no dijo nada. Y mientras Galadriel se encontraba en Imladris, se celebró el Concilio ya mencionado. Pero algo después [no hay indicación de fecha] Galadriel y Celeborn, junto con Celebrían, abandonaron Imladris y se dirigieron a las tierras poco habitadas que se extienden entre la desembocadura del Gwathló y Ethir Anduin. Allí vivieron en Belfalas, en el lugar que se llamó después Dol Amroth; allí a veces los visitó Amroth, su hijo, y a veces tenían la compañía de los elfos nandorin de Lórinand. Galadriel no volvió allí sino hasta muy avanzada la Tercera Edad (cuando Amroth se perdió, y el peligro amenazó a Lórinand), en el año 1981.

Lórinand por Alan Lee

 

XIX.LOS SUCESORES DE TAR-ANCALIMË HASTA TAR-ATANAMIR

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 VIII.            Tar-Anárion

Era hijo de Tar-Ancalimë y nació el año 1003. Gobernó durante ciento catorce años y cedió el cetro en 1394; murió en 1404.

 

IX.      Tar-Súrion

Fue el tercer hijo de Tar-Anárion; sus hermanas rechazaron el cetro. Nació en el año 1174 y gobernó durante ciento sesenta y dos años; cedió el cetro en el año 1556 y murió en 1574. Tuvo dos hijos: una hija, Telperiën, y un hijo, Isilmo.

 

X.         Tar-Telperiën

Fue la segunda reina regente de Númenor. Vivió largo tiempo (porque las mujeres de los númenóreanos eran más longevas o se resistían a abandonar la vida) y no quiso casarse. Por tanto, cuando murió, el cetro pasó a Minastir; era hijo de Isilmo, el segundo hijo de Tar-Súrion. Tar-Telperiën nació en el año 1320; gobernó durante ciento setenta y cinco años, hasta 1731, y murió el mismo año.

 

XI.      Tar-Minastir

Tenía este nombre porque levantó una alta torre sobre la colina de Oromet, cerca de Andúnië y las costas occidentales, y allí pasaba largo tiempo contemplando el oeste. Porque la nostalgia había crecido en el corazón de los númenóreanos. Amaba a los elfos, pero los envidiaba. Él fue quien envió una gran flota para ayudar a Gil-galad en la primera guerra contra Sauron. Nació en el año 1474 y gobernó durante ciento treinta y ocho años; cedió el cetro en 1869 y murió en 1873.

El salón del trono en Armenelos por Alan Lee


XII.   Tar-Ciryatan

Nació en el año 1634 y gobernó durante ciento sesenta años; cedió el trono en 2029 y murió en 2035. Fue un rey poderoso, pero ávido de riquezas; hizo construir una gran flota de barcos reales, y sus sirvientes le trajeron grandes cantidades de metales y de piedras preciosas, y oprimieron a los hombres de la Tierra Media. Despreció las nostalgias de su padre, y calmó su propia inquietud emprendiendo viajes hacia el este, el norte y el sur, hasta que obtuvo el cetro. Se dice que obligó a su padre a cedérselo antes que él lo considerara oportuno. Y así cayó sobre ellos la primera manifestación de la Sombra en la beatitud de Númenor.



XX.LA SOMBRA CAE SOBRE NÚMENOR

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 XIII.            Tar-Atanamir el Grande

Nació en el año 1800 y gobernó durante ciento noventa y dos años, hasta 2221, en que murió. Mucho se dice de este rey en los Anales que sobrevivieron a la Caída. Porque era, como su padre, orgulloso y sediento de riquezas, y los númenóreanos que lo servían exigieron alto tributo a los hombres de las costas de la Tierra Media. En sus días la Sombra descendió sobre Númenor; y el rey, y otros que lo seguían, criticaban abiertamente la prohibición de los valar, y se volvieron contra los valar y los eldar; pero mantenían cierta prudencia, pues temían a los Señores del Oeste y no los desafiaron. Atanamir fue también llamado el Maldispuesto, por ser el primero de los reyes que se rehusó a dejar la vida o renunciar al cetro; y vivió hasta que la muerte se lo llevó por la fuerza en plena chochez.

 

AKALLABETH

 Ahora bien [durante el reinado de Tar Atanamir, decimotercer rey de Númenor], el anhelo por la vida inmortal crecía con los años; y los númenóreanos empezaron a mirar con deseo la ciudad inmortal que asomaba a la distancia; y el sueño de una vida perdurable, para escapar de la muerte y del fin de las delicias, se fortaleció en ellos; y a medida que crecían en poder y en gloria, estaban más intranquilos. Porque, aunque los valar habían recompensado a los dúnedain con una larga vida, no podían quitarles la fatiga del mundo que sobreviene al fin, y morían, aún los reyes de la simiente de Eärendil; y tenían una vida breve ante los ojos de los eldar. Así fue que una sombra cayó sobre ellos: en la que tal vez obrara la voluntad de Morgoth que todavía se movía en el mundo. Y los númenóreanos empezaron a murmurar, en secreto al principio, y luego con palabras manifiestas, en contra del destino de los hombres, y sobre todo contra la Prohibición que les impedía navegar hacia el Occidente.

Y decían entre sí: —¿Por qué los Señores del Occidente disfrutan de una paz imperecedera, mientras que nosotros tenemos que morir e ir a no sabemos dónde, abandonando nuestros hogares y todo cuanto hemos hecho? Y los eldar no mueren, aun los que se rebelaron contra los Señores. Y puesto que hemos dominado todos los mares, y no hay aguas demasiado salvajes o extensas para nuestras naves, ¿por qué no podemos ir a Avallónë y saludar allí a nuestros amigos?

Y había otros que decían: —¿Por qué no podemos ir a Aman y gustar allí siquiera un día la beatitud de los Poderes? ¿Acaso no somos importantes entre los pueblos de Arda?

Los eldar transmitieron estas palabras a los valar, y Manwë se entristeció, pues veía que una nube se cernía ahora sobre el mediodía de Númenor. Y envió mensajeros a los dúnedain, que hablaron severamente con el rey, y a todos cuantos estaban dispuestos a escucharlos, acerca del destino y los modos del mundo.

—El destino del mundo—dijeron—sólo uno puede cambiarlo, el que lo hizo. Y si navegarais de tal manera que burlando todos los engaños y las trampas llegaseis en verdad a Aman, el Reino Bendecido, de escaso provecho os sería. Porque no es la tierra de Manwë lo que hace inmortal a la gente, sino que la Inmortalidad que allí habita ha santificado la tierra; y allí os marchitaríais y os fatigaríais más pronto como las polillas en una luz demasiado fuerte y constante.

Pero el rey le preguntó: —¿Y no vive acaso Eärendil, mi antepasado? ¿O no está en la tierra de Aman?

A lo cual ellos respondieron: —Sabéis que tiene un destino aparte, y fue adjudicado a los primeros nacidos, que no mueren; pero también se ha ordenado que nunca pueda volver a las tierras mortales. Mientras que vos y vuestro pueblo no sois de los primeros nacidos, sino hombres mortales, como os hizo Ilúvatar. Parece sin embargo que deseáis los bienes de ambos linajes, navegar a Valinor cuando se os antoje y volver a vuestras casas cuando os plazca. Eso no puede ser. Ni pueden los valar quitar los dones de Ilúvatar. Los eldar, decís, no son castigados, y ni siquiera los que se rebelaron mueren. Pero eso no es para ellos recompensa ni castigo, sino el cumplimiento de lo que son. No pueden escapar, y están sujetos a este mundo para no abandonarlo jamás mientras dure, pues tienen su propia vida. Y vosotros sois castigados por la rebelión de los hombres, decís, en la que poco participasteis. Pero en un principio no se pensó que eso fuera un castigo. De modo que vosotros escapáis y abandonáis el mundo y no estáis sujetos a él, con esperanza o con fatiga. ¿Quién por lo tanto tiene que envidiar a quién?

Y los númenóreanos respondieron: —¿Por qué no hemos de envidiar a los valar o aún al último de los inmortales? Pues a nosotros se nos exige una confianza ciega y una esperanza sin garantía, y no sabemos lo que nos aguarda en el próximo instante. Pero también nosotros amamos la Tierra y no quisiéramos perderla.

Entonces los mensajeros dijeron: —En verdad los valar no conocen qué ha decidido Ilúvatar sobre vosotros, y él no ha revelado todas las cosas que están por venir. Pero esto sabemos de cierto: que vuestro hogar no está aquí, ni en la tierra de Aman, ni en ningún otro sitio dentro de los círculos del mundo. Y el Destino de los hombres, que han de abandonar el mundo, fue en un principio un don de Ilúvatar. Se les convirtió en sufrimiento sólo porque los cubrió la sombra de Morgoth y les pareció que estaban rodeados por una gran oscuridad, de la que tuvieron miedo; y algunos se volvieron obstinados y orgullosos, y no estaban dispuestos a ceder, hasta que les arrancasen la vida. Nosotros, que soportamos la carga siempre creciente de los años, no lo comprendemos claramente; pero si ese dolor ha vuelto a perturbaros, como decís, tememos que la Sombra se levante una vez más y crezca de nuevo en vuestros corazones. Por tanto, aunque seáis los dúnedain, los más hermosos de los hombres, que escapasteis de la Sombra de antaño y luchasteis valientemente contra ella, os decimos: ¡Cuidado! No es posible oponerse a la voluntad de Eru; y los valar os ordenan severamente mantener la confianza en aquello a que estáis llamados, no sea que pronto se convierta otra vez en una atadura y os sintáis constreñidos. Tened más bien esperanzas de que el menor de vuestros deseos dará su fruto. Ilúvatar puso en vuestros corazones el amor de Arda, y él no siembra sin propósito. No obstante, muchas edades de hombres no nacidos pueden transcurrir antes de que ese propósito sea dado a conocer; y a vosotros os será revelado y no a los valar.

 

Estas cosas sucedieron en los días de Tar-Ciryatan el constructor de barcos, y de Tar-Atanamir, su hijo; y eran hombres de mucho orgullo, y codiciosos, e impusieron tributo a los hombres de la Tierra Media, tomando ahora, antes que dando. Fue a Tar-Atanamir al que hablaron los mensajeros; y era el decimotercer rey, y en sus días el reino de Númenor tenía más de dos mil años y había alcanzado el cenit de la bienaventuranza, si no todavía el del poder. Pero a Atanamir le disgustó el consejo de los mensajeros y le hizo poco caso, y la mayor parte del pueblo lo imitó porque deseaban escapar a la muerte mientras aún estaban con vida, sin dejar nada a la esperanza. Y Atanamir vivió hasta muy avanzada edad, aferrándose a la existencia más allá del fin de toda alegría; y fue en esto el primero de los númenóreanos, rehusándose a partir hasta que perdió el juicio y la virilidad, y negando a su hijo la corona del reino en el tiempo adecuado. Porque los señores de Númenor acostumbraban a casarse tarde, y partían y dejaban el mandato a sus hijos cuando éstos alcanzaban la edad de la plenitud, de cuerpo y de mente.

 

En esta Edad, como se dice en otra parte, Sauron se levantó de nuevo en la Tierra Media, y creció y regresó al mal en que Morgoth lo había criado, ganando en poder mientras lo servía. Ya en los días de Tar-Minastir, el decimoprimer rey de Númenor, había fortificado la tierra de Mordor y había construido la torre de Barad-dûr, y en adelante luchó siempre por el dominio de la Tierra Media, para convertirse en rey por encima de todos los otros reyes y en un dios para los hombres. Y Sauron odiaba a los númenóreanos a causa de los hechos de sus padres y de su antigua alianza con los elfos y su fidelidad a los valar; tampoco olvidaba la ayuda que Tar-Minastir había prestado a Gil-galad tiempo atrás, cuando el Anillo Único fue forjado y hubo guerra entre Sauron y los elfos en Eriador. Ahora se enteró de que el poder y el esplendor de los reyes de Númenor habían aumentado; y los odió todavía más; y tuvo miedo de que invadieran sus territorios y le arrebataran el dominio del este. Pero por largo tiempo no se atrevió a desafiar a los señores del mar, y se retiró de las costas.


 

XXI.LA EXPANSIÓN DE NÚMENOR

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 XIV. Tar-Ancalimon

Nació en el año 1986 y gobernó durante ciento sesenta y cinco años, hasta su muerte en 2386. En ese tiempo, la brecha entre los hombres del rey (la mayoría) y los que mantenían la vieja amistad con los elfos se abrió aún más profundamente. Muchos de los hombres del rey empezaron a dejar de hablar las lenguas élficas y ya no se las enseñaron a sus hijos. Pero los títulos reales seguían todavía designándose en quenya, más por costumbre que por amor, y temían que el quebrantamiento de un viejo hábito acarreara desgracia.

Númenor por Alan Lee


AKALLABÊTH

 Entonces Tar-Ancalimon, hijo de Atanamir, fue el rey, y era de igual temple; y en sus días el pueblo de Númenor se dividió. La mayor de las dos partes fue llamada los hombres del rey, y eran gente orgullosa, y se apartaban de los eldar y los valar. Y la parte menor se llamó los elendili, los amigos de los elfos; porque, aunque en verdad se mantenían fieles al rey y a la casa de Elros, deseaban conservar la amistad de los eldar, y escucharon el consejo de los Señores del Occidente. No obstante, ni siquiera ellos, que se daban a sí mismos el nombre de los fieles, escaparon por entero a la aflicción común, y la idea de la muerte los perturbaba.

De este modo la beatitud de Oesternesse menguó; aunque continuó aumentando en poder y esplendor. Porque los reyes y el pueblo no habían perdido aún el buen juicio, y si ya no amaban a los valar, al menos aún los temían; y no se atrevían a quebrantar abiertamente la Prohibición ni a navegar más allá de los límites que habían sido designados. Los altos navíos iban todavía hacia el este. Pero el miedo que tenían a la muerte era cada vez mayor, y la retrasaban por cualquier medio que estuviera a su alcance; y empezaron a construir grandes casas para los muertos, mientras que los hombres sabios trabajaban incesantemente tratando de descubrir el secreto de la recuperación de la vida, o al menos la prolongación de los días de los hombres. No obstante, sólo alcanzaron el arte de preservar incorrupta la carne muerta de los hombres, y llenaron toda la tierra de tumbas silenciosas en las que la idea de la muerte se confundía con la oscuridad. Pero los que vivían se volcaban con mayor ansia al placer y a las fiestas, siempre codiciando más riquezas y bienes; y después de los días de Tar-Ancalimon, la ofrenda de las primicias a Eru fue desatendida, y los hombres iban rara vez al Santuario en las alturas de Meneltarma, en medio de la tierra.

En aquel tiempo los númenóreanos instalaron sus primeras colonias en las costas occidentales de las tierras antiguas; porque su propia tierra les parecía ahora más estrecha, y no tenían allí reposo ni contento, puesto que les era negado el Occidente. Construyeron grandes puertos, y fuertes torres, y muchos moraron en ellas, pero eran ahora señores y amos y recolectores de tributos antes que aprendices y maestros. Los grandes barcos de los númenóreanos navegaban hacia el este en el viento y volvían siempre cargados, y el poder y la majestad de los reyes se acrecentaban día a día, y bebían y celebraban fiestas y se vestían de plata y oro.

De todo esto los amigos de los elfos participaron muy poco. Sólo ellos iban ahora al norte y a la tierra de Gil-galad, conservando la amistad con los elfos y ayudando en contra de Sauron; y su puerto era Pelargir, sobre las desembocaduras de Anduin el Grande. Pero los hombres del rey avanzaban muy lejos hacia el sur; y los señoríos y las fortalezas que construyeron dejaron muchas huellas en las leyendas de los hombres.

 

DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD

 Sauron recogió todos los Anillos del Poder que quedaban, y los repartió entre los otros pueblos de la Tierra Media, con la esperanza de tener así sometidos a todos los que desearan contar con un poder secreto, fuera de los alcances de su propia especie. Siete anillos dio a los enanos; pero a los hombres les dio nueve; porque los hombres en esto, como en otros asuntos, demostraron ser los más dispuestos a someterse.

 

Y todos los anillos que Sauron gobernaba, los pervertía, con bastante facilidad pues él mismo había contribuido a hacerlos, y estaban malditos, y traicionaron al final a todos quienes los llevaban. Los enanos demostraron ser firmes y nada dóciles; no soportan de buen grado el dominio de los demás, y es difícil saber lo que en verdad piensan, y tampoco es fácil inclinarlos a las sombras. Sólo llevaban los anillos para la adquisición de riquezas; pero la ira y una abrumadora codicia de oro les encendió los corazones, mal del que luego Sauron obtuvo gran beneficio. Se dice que el principio de cada uno de los siete tesoros de los reyes enanos de antaño fue un anillo de oro; pero todos esos tesoros hace ya mucho que fueron saqueados, y los dragones los devoraron, y de los Siete Anillos algunos fueron consumidos por el fuego y otros recuperados por Sauron.

Fue más fácil engañar a los hombres. Los que llevaron los Nueve Anillos alcanzaron gran poder en su época: reyes, hechiceros y guerreros de antaño. Ganaron riqueza y gloria, aunque sólo daño resultó. Parecía que para ellos la vida no tenía término, pero se les hacía insoportable. Podían andar, si así lo querían, sin que nadie de este mundo bajo el sol llegara a descubrirlos, y podían ver cosas en mundos invisibles para los hombres mortales; pero con no poca frecuencia veían sólo los fantasmas y las ilusiones que Sauron les imponía. Y tarde o temprano, de acuerdo con la fortaleza original de cada uno y con la buena o mala voluntad que habían tenido desde un principio, iban cayendo bajo el dominio del anillo que llevaban, y bajo la servidumbre del Único, que era propiedad de Sauron. Y se volvieron para siempre invisibles, salvo para el que llevaba el Anillo Regente, y entraron en el reino de las sombras. Eran ellos los nazgûl, los espectros del Anillo, los más terribles servidores del Enemigo; la oscuridad andaba con ellos, y clamaban con las voces de la muerte.

 

AKALLABÊTH

 Sin embargo, Sauron fue siempre engañoso, y se dice que entre los que sedujo con los Nueve Anillos tres eran grandes señores de raza númenóreana.

Y cuando se levantaron los úlairi, que eran los espectros del Anillo, sus sirvientes, y cuando consiguió acrecentar en exceso la fuerza del terror y el dominio que tenía sobre los hombres, emprendió el asalto de las fortalezas de los númenóreanos en las costas del mar.

 

DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD

 Ahora bien, la codicia y el orgullo de Sauron crecieron, hasta que no tuvieron límites, y decidió convertirse en el amo de todas las cosas de la Tierra Media, y destruir a los elfos, y maquinar, si le era posible, el derrumbe de Númenor. No toleraba libertad ni rivalidad alguna, y se designó a sí mismo Señor de la Tierra. Una máscara podía llevar todavía, con el fin de engañar los ojos de los hombres, si así lo deseaba, que lo hacía parecer sabio y hermoso. Pero prefería dominar por la fuerza y el miedo, si se lo permitían, y los que advirtieron cómo su sombra se extendía sobre el mundo lo llamaron el Señor Oscuro, y le dieron el nombre de Enemigo; y Sauron dominó otra vez a todas las criaturas malignas de los días de Morgoth que aún quedaban sobre la tierra o debajo de ella, y los orcos le obedecían, y se multiplicaron como moscas. Así empezaron los Años Oscuros, que los elfos llaman los Días de la Huida. En ese tiempo muchos elfos de la Tierra Media huyeron a Lindon, y desde allí se fueron por el mar para no volver más; y muchos fueron destruidos por Sauron y sus servidores. Pero en Lindon, Gil-galad se mantenía firme, y Sauron no se atrevía aún a cruzar las montañas de Ered Luin y atacar los Puertos, y Gil-galad recibía ayuda de los númenóreanos. En todo otro sitio reinaba Sauron, y los que querían librarse de él se refugiaban en la fortaleza de bosques y montañas, y el miedo los perseguía de continuo. En el este y el sur Sauron dominaba a casi todos los hombres, que se volvieron fuertes por aquellos días y levantaron muchas ciudades y muros de piedra, y eran numerosos y feroces en la guerra y estaban armados de hierro. Para ellos Sauron era rey y dios; y le tenían mucho miedo, porque él ponía a su casa un cerco de llamas.



XXII.LOS SUCESORES DE TAR-ANCALIMON HASTA EL 2899

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

XV. Tar-Telemmaitë

Nació en el año 2136 y gobernó durante ciento cuarenta años, hasta su muerte en 2526. Desde entonces los reyes gobernaron nominalmente, desde la muerte del padre hasta su propia muerte, aunque el poder real pasara con frecuencia a sus hijos o a los consejeros; y los días de los descendientes de Elros menguaron bajo la Sombra. Este rey se llamó así a causa del amor que tenía por la plata, y ordenaba a sus servidores que le trajeran mithril.

 

XVI. Tar-Vanimeldë

Fue la tercera reina regente; nació en el año 2277 y gobernó durante ciento once años, hasta su muerte en 2637. Prestó escasa atención a las medidas de gobierno, y amaba sobre todo la música y la danza; y el poder lo ejercía su marido Herucalmo, más joven que ella, pero descendiente en el mismo grado de Tar-Atanamir. Herucalmo tomó el cetro a la muerte de su esposa y se dio a sí mismo el nombre de Tar-Anducal, negando el trono a su hijo Alcarin; sin embargo, algunos no lo cuentan en la línea de los reyes como el decimoséptimo, y pasan directamente a Alcarin. Tar-Anducal nació en el año 2286 y murió en 2657.

 

XVII. Tar-Alcarin

Nació en el año 2406 y gobernó durante ochenta años, hasta su muerte en 2737; reinó con justicia durante cien años.

Númenor por Alan Lee

 

XVIII. Tar-Calmacil

Nació en el año 2516 y gobernó durante ochenta y ocho años, hasta su muerte en 2825. Se dio ese nombre porque en su juventud fue un gran capitán y conquistó vastas tierras a lo largo de las costas de la Tierra Media. De este modo avivó el odio de Sauron, quien, no obstante, se retiró y estableció su poder en el este, lejos de las costas, en espera de su oportunidad. En los días de Tar-Calmacil el nombre del rey se pronunció por primera vez en adûnaic; y los hombres del rey lo llamaron Ar-Belzagar.

XIX. Tar-Ardamin

Nació en el año 2618 y gobernó durante setenta y cuatro años, hasta su muerte en 2899. Su nombre en adûnaic fue Ar-Abattârik. Fue el último rey en tomar el cetro usando un nombre en quenya.

 


XXIII.CRECE LA SOMBRA SOBRE NÚMENOR

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 XX. Ar-Adûnakhôr (Tar-Herunúmen)

Nació en el año 2709 y gobernó durante sesenta y tres años, hasta su muerte en 2962.

Ar-Adûnakhôr por Alan Lee

 

AKALLABETH

 En aquellos días la Sombra se hizo más densa sobre Númenor; y las vidas de los reyes de la casa de Elros empezaron a menguar, pero tanto más se les endureció el corazón en contra de los valar. Y el decimonoveno rey recibió el cetro de sus padres y ascendió al trono con el nombre de Adûnakhor, señor del Occidente, y abandonó las lenguas élficas y prohibió que se emplearan delante de él. No obstante, en el Pergamino de los Reyes el nombre Herunúmen se inscribió en alto élfico, por causa de una antigua costumbre que los reyes nunca quebrantaban del todo, temiendo que ocurriera algún daño. Ahora bien, este título les pareció a los fieles demasiado orgulloso, pues era el título de los valar, y sus corazones fueron duramente puestos a prueba entre la lealtad a la casa de Elros y la reverencia debida a los Poderes.

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 XXI. Ar-Zimrathôn (Tar-Hostamir)

Nació en el año 2798 y gobernó durante setenta y un años, hasta su muerte en 3033.

 

XXII. Ar-Sakalthôr (Tar-Falassion)

Nació en el año 2876 y gobernó durante sesenta y nueve años, hasta su muerte en 3102.

 

XXIII. Ar-Gimilzôr (Tar-Telemnar)

Nació en el año 2960 y gobernó durante setenta y cinco años, hasta su muerte en 3177. Nunca habían tenido los fieles enemigo más encarnizado; prohibió totalmente el empleo de las lenguas eldarin y no permitió que ninguno de los eldar fuera a Númenor y castigó a quienes los hospedaban de buen grado. No reverenciaba nada y jamás subía al Sagrario de Eru. Se casó con Inzilbêth, una señora que descendía de Tar-Calmacil; pero ella pertenecía a los fieles en secreto porque su madre era Lindórië, de la casa de los señores de Andúnië; y tenía poco amor por su esposo, el rey; y hubo desavenencia entre los hijos. Porque Inziladûn, el mayor, era el preferido de la madre y de la misma disposición que ella; pero Gimilkhâd, el menor, era el hijo de su padre, y Ar-Gimilzôr de buena gana lo habría designado heredero si las leyes lo hubieran permitido. Gimilkhâd nació en el año 3044 y murió en 3243.

 

AKALLABETH

 Pero pasaría algo peor aún. Porque Ar-Gimilzôr, el vigesimosegundo rey, fue el más grande enemigo de los fieles. En sus días el árbol blanco fue desatendido y empezó a declinar; y Ar-Gimilzôr prohibió por completo el empleo de las lenguas élficas, y castigaba a quienes daban la bienvenida a los barcos de Eressëa, que aún llegaban en secreto a las costas occidentales.

Ahora bien, los elendili vivían principalmente en las regiones occidentales de Númenor; pero Ar-Gimilzôr ordenó a todos los que pudo descubrir de esa partida que abandonaran el oeste y fueran al este de la tierra, y allí eran vigilados. Y de este modo la principal morada de los fieles en días posteriores estaba cerca de Rómenna; desde allí muchos navegaron a la Tierra Media en busca de las costas septentrionales donde aún podían hablar con los eldar en el reino de Gil-galad. Esto fue sabido por los reyes, pero no lo estorbaron, en tanto los elendili partieran de aquellas tierras y no regresaran; porque no deseaban tener amistad con los eldar de Eressëa, a quienes llamaban los espías de los valar, esperando así poder ocultar a los Señores del Occidente todas sus empresas y designios. Pero Manwë se enteraba siempre de lo que hacían, y los valar estaban enojados con los reyes de Númenor, y ya no les dieron consejo ni protección; y los barcos de Eressëa no volvieron nunca del poniente, y los puertos de Andúnië quedaron abandonados.

Los de más alto honor después de la casa de los reyes eran los señores de Andúnië; porque pertenecían a la estirpe de Elros, y descendían de Silmariën, hija de Tar-Elendil el cuarto rey de Númenor. Y estos señores eran leales a los reyes, y los reverenciaban; y el señor de Andúnië se contaba siempre entre los principales consejeros del cetro. No obstante, también desde un principio tuvieron un amor especial por los eldar y reverencia por los valar; y cuando la Sombra creció, ayudaron a los fieles como les fue posible. Pero por mucho tiempo no se manifestaron abiertamente, sino que antes intentaron rectificar el corazón de los señores del cetro con más atinados consejos.

Había una señora, Inzilbêth, de renombrada belleza, hija de Lindórië, hermana de Eärendur, el señor de Andúnië en los días de Ar-Sakalthôr, padre de Ar-Gimilzôr. Gimilzôr la tomó por esposa, aunque esto fue poco del agrado de ella, porque en verdad era uno de los fieles, como su madre le había enseñado; pero los reyes y sus hijos se habían vuelto orgullosos y nadie podía oponerse a lo que ellos deseaban.

 


XXIV.TAR-PALANTIR Y LA GUERRA CIVIL DE NÚMENOR

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 XXIV. Tar-Palantir (Ar-Inziladûn)

Nació en el año 3035 y gobernó durante setenta y ocho años, hasta su muerte en 3255.

Tar-Palantir lamentó la conducta de los reyes que lo antecedieron y hubiera querido recobrar la amistad de los eldar y los Señores del Oeste.

Inziladûn recibió este nombre porque tenía una mirada y una mente penetrantes, y aún quienes lo odiaban, temían sus palabras, pues hablaba como un verdadero vidente.

 

AKALLABETH

 Dio paz por un tiempo a los fieles; y ascendió una vez más en días señalados al Santuario de Eru en el Meneltarma, que Ar-Gimilzôr había abandonado. Al árbol blanco cuidó otra vez con reverencia; y profetizó diciendo que cuando el árbol pereciese, también concluiría la estirpe de los reyes. Pero este arrepentimiento llegó demasiado tarde para que los valar perdonaran la insolencia de los padres de Inziladûn, de la que no se arrepentía la mayor parte del pueblo. Y Gimilkhâd era fuerte y malévolo, y tomó el liderazgo de los que habían sido llamados los hombres del rey, y a veces se atrevió a oponerse a la voluntad de su hermano abiertamente y aún más todavía en secreto. La pena oscureció pues los días de Tar-Palantir; y solía pasar gran parte del tiempo en el oeste, y allí a menudo subía a la antigua torre del rey Minastir sobre las colinas de Oromet, cerca de Andúnië, desde donde miraba hacia el oeste con nostalgia, quizás esperando ver alguna vela sobre el mar. Pero ningún barco vino ya nunca desde el Occidente a Númenor, y las nubes velaban Avallónë.

Tar-Palantir por Alan Lee

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 Gran parte del tiempo lo pasaba en Andúnië, ya que Lindórië, la madre de su madre, era pariente de los señores, hermana en verdad de Eärendur, el decimoquinto señor y abuelo de Númendil, que fuera señor de Andúnië en los días de Tar-Palantir, su primo.

 

AKALLABETH

 Ahora bien, Gimilkhâd murió dos años antes de cumplir los doscientos (muerte temprana para alguien del linaje de Elros, aún en su decadencia), pero esto no trajo paz al rey. Porque Pharazôn hijo de Gimilkhâd era ahora un hombre aún más inquieto y más codicioso de riquezas y poder que su propio padre.

Pharazôn por Alan Lee

 

HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA

 [Pharazôn] era un hombre de gran belleza, fuerza y estatura, parecido a los primeros reyes, y de hecho en su juventud se asemejaba a los antiguos edain también en temple, aunque tenía más fuerza de voluntad que sabiduría, como después se vio, cuando fue corrompido por los consejos de su padre y la aclamación de su pueblo. En sus primeros días era muy amigo de Amandil, que después fue señor de Andúnië, y amaba al pueblo de la casa de Valandil, con quien estaba emparentado (a través de Inzilbêth, la madre de su padre). Era huésped suyo con frecuencia, y también los visitaba Zimraphel, su prima, hija de Inziladûn que después fue el rey Tar-Palantir. Elentir, el hermano de Amandil, la amaba, pero cuando vio a Pharazôn por primera vez los ojos y el corazón de ella se volvieron hacia él, por causa de su belleza y también de su riqueza.

Pero [Pharazôn] se marchó y permaneció soltera.

 

AKALLABETH

 [Pharazôn] había estado fuera a menudo, como jefe de las guerras que los númenóreanos libraban en las costas de la Tierra Media con la intención de extender su dominio sobre los hombres; y de ese modo había ganado gran renombre como capitán, tanto en el mar como en la tierra. Fue así que cuando regresó a Númenor, y la gente se enteró de la muerte de su padre, los corazones de todos se volcaron en él; porque traía consigo grandes riquezas, y era por ese entonces pródigo en dádivas.

 

Y sucedió que los pesares fatigaron a Tar-Palantir, que al fin murió. Tar-Palantir se casó tarde y no tuvo hijos varones y a su hija le dio un nombre élfico y la llamó Míriel; y por derecho propio y por las leyes de los númenóreanos a ella le correspondió el cetro. Pero Pharazôn la tomó por esposa contra la voluntad de ella, e hizo mal en esto, e hizo mal también porque las leyes de Númenor no permitían el matrimonio, ni siquiera en la casa real, entre parientes más cercanos que primos en segundo grado. Y cuando se celebró la boda él puso la mano en el cetro y adoptó el título de Ar-Pharazôn (Tar-Calion en lengua élfica); y el nombre de la reina lo cambió por el de Ar-Zimraphel.

 


XXV.LA CAÍDA DE NÚMENOR

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 XXV. Ar-Pharazôn (Tar-Calion)

El más poderoso y último rey de Númenor. Nació en el año 3118 y gobernó sesenta y cuatro años, y murió durante la Caída en el año 3319.

Los hechos de Ar-Pharazôn, su gloria y su locura, se cuentan en la historia de la caída de Númenor que Elendil escribió, y que se preservó en Gondor.

 

AKALLABETH

 De todos cuantos tuvieron el cetro de los reyes del mar desde la fundación de Númenor, el más poderoso y el más orgulloso fue Ar-Pharazôn el Dorado, y veintitrés reyes y reinas habían regido a los númenóreanos en tiempos anteriores, y dormían ahora en sus tumbas profundas bajo el monte de Meneltarma, tendidos en lechos de oro.

 

HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA

 Sólo los elendili no se subordinaron a él y se atrevían a hablar en contra de sus deseos, y en aquel entonces todo el mundo sabía que Amandil, el señor de Andúnië, era el jefe del grupo, aunque no se decía abiertamente. Por tanto, Ar-Pharazôn persiguió a los fieles, despojándoles de todas sus riquezas, y privó de sus señoríos a los herederos de Valandil. Entonces Ar-Pharazôn tomó Andúnië y la convirtió en el puerto principal de los astilleros del rey, y a Amandil, que era ahora el Señor, le ordenó que se fuera a vivir a Rómenna. Sin embargo, no lo molestó más, ni lo echó del consejo del cetro, porque su corazón recordaba aún su antigua amistad; y Amandil también era amado por mucha gente que no pertenecía a los elendili.

Ar-Pharazôn por Alan Lee

 

Ahora bien, Sauron, que conocía las disensiones de Númenor, pensó cómo utilizarlas para cumplir su venganza. En consecuencia, empezó a atacar los puertos y las fortalezas de los númenóreanos, e invadió las tierras costeras que se encontraban bajo su dominio. Tal como preveía, aquello despertó la gran ira del rey, que decidió desafiar a Sauron el Grande por el dominio de la Tierra Media.

  

AKALLABETH

 Y sentado en el trono tallado de la ciudad de Armenelos, en el apogeo de su poder, Ar-Pharazôn se hacía sombrías reflexiones pensando en la guerra. Porque se había enterado en la Tierra Media de la fuerza del reino de Sauron y de cómo odiaba a Oesternesse. Y acudieron a él capitanes del mar y de la tierra que regresaban del este y le informaron que Sauron había puesto en marcha un ejército y que ya acosaba las ciudades de las costas, y había adoptado ahora el título de Rey de los Hombres, y se disponía a arrojar a los númenóreanos al mar, y aún destruir Númenor, si le era posible.

Grande fue la ira de Ar-Pharazôn al oír estas nuevas, y mientras meditaba largamente en secreto, se le encendió en el corazón un deseo ilimitado de poder, y de que no hubiera otra voluntad que la suya. Y decidió sin pedir consejo a los valar, ni recurrir a la ayuda de otra sabiduría que la propia, que él mismo reclamaría el título de Rey del Mundo, y que a Sauron lo convertiría en vasallo y sirviente; porque movido por el orgullo, Ar-Pharazôn pensaba que ningún rey había de ser tan poderoso como para rivalizar con el heredero de Eärendil. Por tanto, empezó en ese tiempo a forjar una gran cantidad de armas, y construyó muchos barcos de guerra y los guardó junto con las armas; y cuando todo estuvo dispuesto él mismo se hizo a la mar hacia el este.

Y los hombres vieron las velas que asomaban en el poniente, teñidas de escarlata, resplandecientes de rojo y de oro, y los habitantes de las costas se amedrentaron, y huyeron lejos. Pero la flota llegó por último a ese sitio llamado Umbar, donde los númenóreanos tenían un puerto poderoso, que no era obra de ninguna mano. Desiertas y en silencio estaban todas las tierras en derredor cuando el rey del mar avanzó sobre la Tierra Media. Durante siete días marchó con trompetas y estandartes, y llegó a una colina y subió a ella, y levantó allí su pabellón y su trono; y se sentó en medio, y las tiendas de las huestes se ordenaron alrededor, doradas y blancas, y azules como un prado de flores altas. Entonces envió heraldos, y ordenó a Sauron que se presentara ante él y le jurara fidelidad.

Y Sauron acudió. Desde su poderosa torre de Barad-dûr acudió, pero no a combatir. Porque advirtió que el poder y la majestad de los reyes del mar sobrepasaban todos los rumores, y que ni siquiera los más grandes de los vasallos de Angband podrían hacerles frente, y entendió que no había llegado el momento de que se impusiese a los dúnedain. Y era taimado, hábil para salirse sutilmente con la suya, cuando la fuerza no le valía. Por tanto, se humilló ante Ar-Pharazôn y pronunció dulces palabras, y los hombres se asombraron, pues todo cuanto decía parecía justo y sabio.

Pero Ar-Pharazôn no se dejó engañar, y se le ocurrió que para asegurarse mejor la fidelidad de Sauron tenía que llevarlo a Númenor, y que allí viviera como rehén de sí mismo y de todos sus sirvientes en la Tierra Media. A esto consintió Sauron como quien está obligado, pero en secreto sintiéndose complacido, pues era en verdad lo que deseaba.

 

HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA

 —Es este un destino cruel—dijo Sauron—, pero los grandes reyes deben hacer su voluntad.—Y se sometió como por la fuerza, ocultando su deleite, pues las cosas habían sucedido según sus designios.


AKALLABETH

 Y Sauron cruzó el mar y contempló la tierra de Númenor y la ciudad de Armenelos en sus días de gloria y quedó perplejo, pero en lo íntimo del corazón la envidia y el odio le crecieron todavía más.

Sin embargo, tan astuto era de mente y de palabra, tan firmes sus propósitos ocultos, que antes de que hubieran pasado tres días ya compartía con el rey designios secretos; pues tenía siempre en la lengua palabras dulces como la miel, y conocía muchas cosas que aún no habían sido reveladas a los hombres.

Sauron llega a Númenor por Alan Lee

 

HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA

 Ahora bien, Sauron tenía mucha sabiduría y conocimiento, y sabía encontrar las palabras aparentemente razonables que persuadían a todos salvo a los más cautos; y aún podía adoptar un aspecto hermoso cuando lo deseaba.

 «Los grandes reyes deben hacer su voluntad»: ese era el contenido de todos sus consejos; y de todo cuando el rey deseaba decía que le pertenecía por derecho, y trazaba planes para obtenerlo.


AKALLABETH

 Y al advertir el trato que el rey le dispensaba, todos los consejeros empezaron a lisonjearlo, excepto uno, Amandil, señor de Andúnië. Entonces, lentamente un cambio sobrevino en la tierra, y en el corazón de los amigos de los elfos hubo una gran perturbación, y muchos huyeron de miedo; y aunque quienes se quedaron se daban todavía el nombre de fieles, sus enemigos los llamaron rebeldes. Porque ahora que Sauron tenía cerca los oídos de los hombres, contradecía con muchos argumentos todo lo que habían enseñado los valar; e hizo que los hombres pensaran que, en el mundo, en el este y aún también en el oeste, había muchos mares y muchas tierras no conquistadas aún, en las que abundaban las riquezas. Y si llegaban por fin al extremo de esas tierras, encontrarían más allá la Antigua Oscuridad. —Y de ella se hizo el mundo. Porque sólo la Oscuridad es digna de veneración, y el Señor Oscuro puede hacer otros mundos todavía, como dones para aquellos que lo sirven, de modo que el acrecentamiento de su poder no tendrá fin.

Ar-Pharazôn preguntó: —¿Quién es el Señor Oscuro?

Entonces, tras las puertas cerradas Sauron le habló al rey, y mintió diciendo: —Es aquel cuyo nombre no se pronuncia; porque los valar os han engañado proponiendo el nombre de Eru, un fantasma concebido en la locura de sus corazones con el fin de encadenar a los hombres y obligarlos a que los sirvan. Porque ellos mismos son el oráculo de Eru, que sólo habla cuando ellos quieren. Pero el verdadero Señor prevalecerá, y os liberará de este fantasma; y su nombre es Melkor, Señor de Todos, Dador de la Libertad, y él os hará más fuertes todavía que ellos.

Entonces Ar-Pharazôn se volcó a la veneración de la Oscuridad, y de Melkor, el Señor Oscuro, en secreto al principio, pero abiertamente y delante de todos poco después; y la mayoría del pueblo lo siguió. No obstante, quedaba aún un resto de fieles, como se dijo, en Rómenna y en el país cercano, y otros había aquí y allá en la tierra. El principal de ellos, al que acudieron en busca de conducción y coraje en los malos días, era Amandil, consejero del rey, y también su hijo Elendil, padre de Isildur y Anárion jóvenes por entonces de acuerdo con las cuentas de Númenor. Amandil y Elendil eran grandes capitanes de navío; y pertenecían al linaje de Elros Tar-Minyatur, pero no a la casa regente que heredaba la corona y el trono en la ciudad de Armenelos. En los días en que ambos eran jóvenes, Amandil le había sido caro a Pharazôn, y aunque se contaba entre los amigos de los elfos, permaneció en el consejo del rey hasta la llegada de Sauron. Entonces fue destituido, pues Sauron lo odiaba más que a ningún otro en Númenor. Pero era tan noble y había sido un capitán de mar tan poderoso, que todavía lo honraban muchos del pueblo, y ni el rey ni Sauron se atrevían a ponerle las manos encima.

Por tanto, Amandil se retiró a Rómenna, y a todos aquellos que parecían mantenerse fieles los convocó junto a él en secreto; porque temía que el mal creciera ahora de prisa, y que los amigos de los elfos estuviesen en peligro. Y así sucedió muy pronto. Porque el Meneltarma estaba totalmente desierto en aquellos días; y aunque ni siquiera Sauron se atrevía a mancillar el elevado sitio, el rey no permitía que hombre alguno, bajo pena de muerte, ascendiera a él, ni siquiera aquellos de entre los fieles que aún veneraban a Ilúvatar. Y Sauron instó al rey a que cortara el árbol blanco, Nimloth el Bello, que crecía en el patio de la corte, porque estaba allí en recuerdo de los eldar y de la Luz de Valinor.

En un principio el rey no consintió, pues creía que la fortuna de la casa estaba ligada al árbol, como lo había dicho Tar-Palantir. Así se daba la locura de que quien odiaba a los eldar y a los valar se apegara en vano a la vieja lealtad de Númenor. Pero cuando Amandil se enteró de los malos propósitos de Sauron, el corazón se le apenó, pues sabía que al final Sauron se saldría con la suya. Entonces habló con Elendil y con los hijos de Elendil, recordándoles la historia de los Árboles de Valinor; e Isildur no dijo palabra, pero salió por la noche y llevó a cabo la hazaña por la que más tarde tuvo renombre. Porque fue disfrazado a Armenelos y a los patios del rey, que estaban ahora prohibidos a los fieles; y se acercó al sitio del árbol, que estaba prohibido a todos por orden de Sauron, y unos guardias vigilaban el árbol de noche y de día. En ese tiempo Nimloth se había oscurecido y no lucía flores, pues el invierno se acercaba; e Isildur pasó entre los guardianes y tomo un fruto del árbol, y se volvió para marcharse. Pero los guardianes despertaron, y se le echaron encima, e Isildur se abrió camino luchando, y fue herido muchas veces, y escapó, y como estaba disfrazado no llegó a saberse quién había puesto las manos en el árbol. Pero Isildur llegó por fin a duras penas a Rómenna, y dejó el fruto en manos de Amandil antes de que las fuerzas le faltaran. Luego el fruto se plantó en secreto, y fue bendecido por Amandil; y un vástago salió de él y brotó en la primavera. Pero cuando se abrió la primera hoja, Isildur, que había yacido mucho tiempo próximo a la muerte, se incorporó, y las heridas no lo atormentaron más.

No se hizo esto demasiado pronto; porque después del ataque, el rey cedió ante Sauron y derribó el árbol blanco, y se apartó entonces por entero de la fidelidad de sus padres. Pero Sauron logró que se levantara un poderoso templo en la colina en medio de la ciudad de los númenóreanos, Armenelos la Dorada; y tenía forma de círculo en la base con un diámetro de quinientos pies [152 metros], y allí las paredes eran de cincuenta pies [15 metros] de espesor, y se alzaban del suelo quinientos pies [152 metros], y estaban coronadas por una gran cúpula, y esa cúpula estaba techada de plata y resplandecía al sol, de modo que la luz se divisaba desde lejos; pero pronto la luz se oscureció y la plata se ennegreció. Porque había un altar de fuego en medio del templo, y con una espesa humareda. Y el primer fuego sobre el altar lo encendió Sauron con leños de Nimloth, y éstos crepitaron y se consumieron; pero el humo que salió asombró a los hombres, y una nube cubrió la tierra durante siete días, hasta que lentamente se trasladó hacia el oeste.

En adelante el fuego y el humo subieron de continuo; porque el poder de Sauron crecía diariamente, y en ese templo, con derramamiento de sangre y tormentos y gran maldad, los hombres hacían sacrificios a Melkor para que los librara de la muerte. Y con frecuencia escogían a sus víctimas de entre los fieles; aunque nunca se los acusaba abiertamente de que no veneraran a Melkor, sino de que odiaban al rey y de que eran rebeldes, o de que conspiraban contra el pueblo inventando venenos y mentiras. Estos cargos eran casi siempre falsos; no obstante, fueron días amargos aquellos, y el odio engendraba más odio.

Pero sin embargo la muerte no abandonaba la tierra; por el contrario: llegaba más pronto y con mayor frecuencia, y en múltiples y espantosos atuendos. Porque antes los hombres envejecían lentamente, y por último se acostaban como para dormir, cansados del trajín de los días; pero ahora en cambio eran asaltados por la enfermedad y la locura: y no obstante tenían miedo de morir y de salir a la oscuridad, el reino del señor que habían adoptado; y en su agonía se maldecían a sí mismos. Y entonces los hombres se alzaban en armas, y se daban muerte unos a otros por una nadería, porque se habían vuelto más rápidos para la cólera, y Sauron y los que él había sometido iban por la tierra oponiendo a los hombres entre ellos, de modo que el pueblo empezó a murmurar contra el rey y los señores, o contra cualquiera que tuviera algo que ellos no tuvieran; y la venganza de los poderosos era cruel.

Sacrificios a Melkor por Alan Lee


No obstante, les pareció a los númenóreanos durante mucho tiempo que prosperaban, y si no tenían más felicidad eran al menos más fuertes, y los ricos todavía más ricos. Porque con la ayuda y el consejo de Sauron, multiplicaron sus posesiones e inventaron máquinas y construyeron barcos cada vez más grandes. Y navegaban ahora con fuerzas y pertrechos de guerra a la Tierra Media, y ya no iban llevando regalos, sino como feroces guerreros. Y perseguían a los hombres de la Tierra Media y les arrebataban los bienes y los esclavizaban, y a muchos los mataban cruelmente en sus altares. Porque levantaban fortalezas, templos y grandes tumbas en aquellos días; y los hombres los temían, y el recuerdo de los bondadosos reyes de antaño se borró y fue oscurecido por no pocas historias de espanto.

De este modo Ar-Pharazôn, rey de la Tierra de la Estrella, se convirtió en el tirano más poderoso del mundo, desde el reinado de Morgoth, aunque Sauron era en verdad quien gobernaba todas las cosas escondido detrás del trono.

 

Pero los años pasaron y el rey sintió que la sombra de la muerte se aproximaba a medida que se alargaban los días; y el miedo y la cólera lo ganaron. Llegaba ahora la hora que Sauron había dispuesto y que aguardaba desde tiempo atrás. Y Sauron habló al rey diciendo que era muy fuerte, y que ya nada podía impedirle que hiciese su voluntad en todas las cosas, sin estar sometido a prohibiciones o mandatos.

Y le dijo: —Los valar se han apoderado de la tierra donde no hay muerte; y te mienten sobre ella, ocultándola todo lo posible, por avaricia, y porque temen que los reyes de los hombres les arrebaten el reino inmortal y gobiernen el mundo. Y aunque no cabe duda de que el don de la vida interminable no es para todos, sino sólo para quienes son dignos, como hombres de poder y de orgullo y de alto linaje, este don se le ha quitado contra toda justicia al rey de reyes, Ar-Pharazôn, el más poderoso de los hijos de la Tierra, con quien sólo Manwë puede ser comparado, y quizá ni siquiera él. Pero los grandes reyes no toleran negativas y toman lo que se les debe.

Entonces Ar-Pharazôn, infatuado, y ya a la sombra de la muerte, pues el curso de sus días estaba acercándose al fin, escuchó a Sauron; y se puso a pensar en cómo hacer la guerra a los valar.

 

Pasó mucho tiempo en la preparación de este designio, y aún no habló de él abiertamente; no obstante, no podía ocultárselo a todos. Y Amandil, al advertir las intenciones del rey, sintió tristeza y miedo, pues sabía que los hombres no podían vencer a los valar, y la ruina caería sobre el mundo si esta guerra no se impedía. Por tanto, llamó a su hijo Elendil y le dijo: —Los días se han oscurecido y ya no hay esperanzas para los hombres, pues los fieles son pocos. En consecuencia, estoy decidido a emprender la misión que nuestro antepasado Eärendil emprendió otrora, y navegaré hacia el Oeste, esté prohibido o no, y hablaré con los valar, aún con el mismo Manwë si es posible, y le rogaré que nos ayude antes de que todo esté perdido.

—¿Traicionarías entonces al rey?—preguntó Elendil—. Porque sabes que se nos acusa de traidores y espías; falso cargo hasta el día de hoy.

—Si creyera que Manwë está necesitado de un mensajero semejante—dijo Amandil—, por cierto, traicionaría al rey. Porque hay una lealtad a la que ningún hombre ha de renunciar, por causa alguna. Pero clemencia para los hombres y que se los libere de los engaños de Sauron es lo que pediré, pues al menos algunos se han mantenido fieles. En cuanto a la prohibición, yo mismo pediré mi castigo, no sea que la culpa recaiga en todo mi pueblo.

—Pero ¿qué crees, padre mío, que les ocurrirá a los de tu casa cuando se sepa lo que has hecho?

—No ha de saberse—dijo Amandil—. Prepararé mi partida en secreto, y me haré a la mar hacia el este a donde los barcos parten todos los días desde nuestros puertos; y ya allí, cuando el viento y la suerte lo permitan, volveré por el norte o por el sur hacia el oeste, y buscaré lo que pueda encontrar. Pero a ti y a los tuyos, hijo mío, os aconsejo que preparéis otros barcos, y pongáis a bordo todas aquellas cosas de las que vuestros corazones no puedan apartarse; y cuando los barcos estén prontos, os reuniréis en el puerto de Rómenna y diréis a los hombres, en el momento oportuno, que os proponéis seguirme hacia el este. Amandil ya no es tan caro a nuestro pariente en el trono como para lamentarse si intentamos partir, por una temporada o para siempre. Pero que no advierta que intentas llevar contigo un número crecido de hombres, o empezará a preocuparse a causa de la guerra que está planeando, para la que necesitará todas las fuerzas de que pueda disponer. Busca a los fieles que son todavía sinceros y que se unan a ti en secreto si están dispuestos a partir contigo y a compartir tu misión.

—¿Y cuál será esa misión?—preguntó Elendil.

—No os mezcléis en la guerra y vigilad—respondió Amandil—. No diré más hasta que regrese. Pero es muy probable que huyáis de la Tierra de la Estrella sin estrella que os guíe; porque esa tierra está mancillada. Entonces perderéis todo lo que habéis amado, y conoceréis la muerte en vida, mientras buscáis una tierra de exilio en otro sitio. Si en el este o en el oeste, sólo los valar lo saben.

Entonces Amandil se despidió de todos los de su casa como quien va a morir. —Porque—dijo—es muy posible que no volváis a verme; y que no os envíe una señal como la que Eärendil nos envió hace mucho tiempo. Pero manteneos alertas, pues el fin del mundo conocido se aproxima.

Se dice que Amandil se hizo a la mar por la noche, en una pequeña embarcación, y fue hacia el este, y luego dio media vuelta y navegó hacia el oeste. Y llevó consigo a tres sirvientes muy queridos, y nunca hubo noticia ni señal de ellos en este mundo, ni cuento ni conjetura sobre la suerte que corrieron. Los hombres no podían ser salvados una segunda vez por una embajada semejante, y era difícil que hubiera absolución para la traición de Númenor.

Pero Elendil hizo lo que su padre le había mandado, y sus barcos ocuparon la costa oriental de la tierra; y los fieles embarcaron a las esposas y a los hijos, y una gran cantidad de bienes. Y había entre ellos objetos bellos y poderosos, obra de los númenóreanos en tiempos de sabiduría: vasijas y joyas, y rollos de ciencia escrita en escarlata y negro. Y también siete piedras, regalo de los eldar; pero en el barco de Isildur se guardaba el árbol joven, el retoño de Nimloth el Bello. Y Elendil estuvo siempre alerta, y no se mezcló en las malas acciones de aquellos días; y sin cesar aguardaba una señal que no llegaba. Entonces navegó en secreto a las costas occidentales, y escrutaba el mar, dominado por el dolor y la nostalgia, pues tenía gran amor por su padre. Pero nada veía salvo las flotas de Ar-Pharazôn que se agrupaban en los puertos del oeste.

 

Ahora bien, antaño, en la isla de Númenor, el tiempo cambiaba de acuerdo siempre con las necesidades y el agrado de los hombres: lluvia en la estación oportuna y en la medida justa; y un sol resplandeciente, ora cálido, ora no tanto, y vientos desde el mar. Y cuando el viento venía del oeste, a muchos les parecía que traía una fragancia, efímera pero dulce, que estremecía el corazón, como la de las flores que lucen para siempre en prados imperecederos y que no tienen nombre en las costas mortales. Pero todo esto había cambiado, porque el cielo mismo se había oscurecido y había tormentas de lluvia y granizo en aquellos días, y vientos huracanados; y de vez en cuando una gran nave de los númenóreanos naufragaba y no volvía a puerto, aunque semejante desgracia no les había ocurrido hasta entonces desde el levantamiento de la estrella. Y al atardecer venía a veces del oeste una gran nube que parecía un águila, con los extremos de las alas extendidas hacia el norte y el sur; y asomaba lentamente ocultando la puesta de sol, y entonces Númenor se sumía en la más negra de las noches. Y algunas de las águilas llevaban relámpagos bajo las alas, y el trueno resonaba entre el mar y las nubes.

Entonces los hombres sentían miedo. —¡Mirad las águilas de los Señores del Occidente!—exclamaban—. ¡Las águilas de Manwë vuelan sobre Númenor!—Y caían de bruces.

Entonces algunos se arrepentían por una temporada, pero a otros se les endurecía el corazón, y alzaban los puños al cielo diciendo: —Los Señores del Occidente nos desafían. Son ellos los que dan el primer golpe. ¡El próximo lo daremos nosotros!

Estas palabras las pronunciaba el rey, pero habían sido concebidas por Sauron.

Pues bien, los relámpagos se hicieron cada vez más frecuentes, y mataban a los hombres en las colinas, y en los campos, y en las calles de la ciudad; y un rayo ardiente cayó sobre la cúpula del Templo y la partió, y la coronó de llamas. Pero el Templo mismo quedó intacto; y erguido sobre la cúpula Sauron desafió al rayo y el rayo no lo hirió; y entonces los hombres lo llamaron dios e hicieron todo lo que él quería. Fue así que apenas prestaron atención al último portento. Porque la tierra se estremeció, y un rugido como de trueno subterráneo se mezcló con los bramidos del mar, y salió humo de la cima del Meneltarma. Y Ar-Pharazôn se apresuró a preparar sus armamentos.

 

En ese tiempo las flotas de los númenóreanos oscurecieron el mar hacia el occidente de la tierra y parecían un archipiélago de mil islas; los mástiles eran como un bosque sobre las montañas, y las velas como una nube amenazadora, y los estandartes eran negros y dorados. Y todas las cosas aguardaban en el mundo de Ar-Pharazôn; y Sauron se retiró al círculo central del Templo, y los hombres le llevaban víctimas para ser quemadas.


Las águilas de Manwë por Alan Lee

 

Entonces las águilas de los Señores del Occidente llegaron desde donde muere el día, en formación de combate, avanzando en una línea cuyo extremo disminuía hasta borrarse a lo lejos; y al acercarse dominaban el cielo extendiendo las alas cada vez más amplias. Pero el Occidente ardía rojo detrás, y ellas resplandecían por debajo, como si estuvieran inflamadas por una llama de ira, que iluminaba toda Númenor como si fuera un incendio; y los hombres miraban las caras de alrededor, y les parecía que estaban rojas de cólera.

Entonces Ar-Pharazôn se hizo a la mar con su poderosa barca, Alcarondas, Castillo del Mar. Tenía muchos remos, y muchos mástiles dorados y amarillos; y sobre ella estaba montado el trono. Y Ar-Pharazôn se puso el traje de ceremonia y la corona, y mandó que izaran el estandarte y dio la señal de levar anclas; y en ese momento las trompetas de Númenor cubrieron el sonido del trueno.

Las flotas de Ar-Pharazôn por Alan Lee

 

Las flotas de los númenóreanos avanzaron entonces contra la amenaza del Occidente; y había escaso viento, pero tenían muchos remos, y muchos esclavos que remaban bajo el látigo. El sol se puso, y un gran silencio sobrevino. La oscuridad descendió sobre la tierra y el mar estaba inmóvil mientras el mundo aguardaba lo que había de acaecer. Lentamente los que vigilaban los puertos fueron perdiendo de vista a las flotas y las luces de las naves se debilitaron, y se las tragó la noche; y por la mañana habían desaparecido; y quebrantaron la Prohibición de los valar, y navegaron por mares vedados, avanzando con intención de guerra contra los Inmortales, para arrancarles una vida perdurable en los círculos del mundo.

Pero las flotas de Ar-Pharazôn llegaron de alta mar y rodearon Avallónë y toda la isla de Eressëa, y los eldar se lamentaron, porque la nube de los númenóreanos cubrió la luz del sol poniente. Y por último Ar-Pharazôn llegó al Reino Bendecido de Aman, y las costas de Valinor; y todo estaba todavía en silencio, y el hado pendía de un hilo. Porque Ar-Pharazôn titubeó en ese momento y estuvo a punto de volverse. Contempló receloso las costas silenciosas y vio resplandecer el Taniquetil, más blanco que la nieve, más frío que la muerte, tranquilo, inmutable, terrible como la sombra de la luz de Ilúvatar. Pero el orgullo pudo más y Ar-Pharazôn abandonó por fin el barco, y puso pie en la costa y reclamó esa tierra como suya si nadie se oponía con la fuerza de las armas. Y una hueste de númenóreanos acampó cerca de Túna, de donde todos los eldar habían huido.

Entonces Manwë invocó a Ilúvatar, y durante ese tiempo los valar ya no gobernaron Arda. Pero Ilúvatar mostró su poder, y cambió la forma del mundo; y un enorme abismo se abrió en el mar entre Númenor y las Tierras Inmortales, y las aguas se precipitaron por él y el ruido de los vapores de las cataratas subieron al cielo, y el mundo se sacudió. Y todas las flotas de los númenóreanos se hundieron en la sima, y se ahogaron, y fueron tragadas para siempre. Pero Ar-Pharazôn el rey y los guerreros mortales que habían desembarcado en la tierra de Aman quedaron sepultados bajo un derrumbe de colinas: se dice que allí yacen, en las cavernas de los Olvidados, y que allí estarán hasta la Última Batalla del Día del Juicio.

Pero las tierras de Aman y Eressëa de los eldar fueron retiradas y llevadas para siempre más allá del alcance de los hombres. Y Andor, la tierra de Númenor de los reyes, Elenna de la Estrella de Eärendil, fue destruida por completo. Porque estaba al este, junto a la enorme grieta, y los cimientos se derrumbaron, y cayó y se hundió en las sombras, y ya no existe.

Sepultados en Aman por Alan Lee


Y no hay ahora sobre la Tierra lugar alguno donde se preserve la memoria de un tiempo en el que no había mal. Porque Ilúvatar hizo retroceder a los grandes mares al oeste de la Tierra Media, y las tierras vacías al este, y se hicieron nuevas tierras y nuevos mares, y el mundo quedó disminuido, pues Valinor y Eressëa fueron transportadas al reino de las cosas escondidas.

 

En una hora que los hombres no previeron, se consumó este destino, el trigésimo noveno día después de la desaparición de las flotas. Entonces, un fuego súbito irrumpió desde el Meneltarma, y sopló un viento poderoso, y hubo un tumulto en la tierra, y el cielo giró, y las colinas se deslizaron, y Númenor se hundió en el mar, junto con niños y mujeres y orgullosas señoras, y los jardines y recintos y torres, y las tumbas y los tesoros, y las joyas y telas y cosas pintadas y talladas, y la risa y la alegría y la música, y la sabiduría y la ciencia de Númenor se desvanecieron para siempre. Y por último la ola creciente, verde, y fría y coronada de espuma, arrastrándose por la tierra, arrebató a la reina Tar-Míriel, más hermosa que las perlas, la plata o el marfil. Demasiado tarde trató de subir por los senderos empinados del Meneltarma hasta el sitio sagrado, pues las aguas la alcanzaron, y el grito de ella se perdió en los bramidos del viento.

 

Pero sea o no verdad que Amandil llegara a Valinor, y que Manwë escuchara su ruego, la ruina de aquel día no alcanzó por gracia de los valar a Elendil y a sus hijos. Porque Elendil se había quedado en Rómenna sin responder a la convocatoria del rey que partía para la guerra; y esquivando a los soldados de Sauron cuando quisieron prenderlo y arrastrarlo a los fuegos del Templo, subió a bordo del barco y se apartó de la costa esperando a que el tiempo decidiese. Allí la tierra lo protegió de la gran corriente del mar que se precipitaba arrastrando a todos al abismo, y luego de la primera furia de la tormenta. Mas cuando la ola devoradora avanzó rodando sobre la tierra y Númenor se derrumbó, la aniquilación hubiera sido una pena menor para Elendil, pues el arrebato de la muerte no le parecía más amargo que la pérdida y la agonía de aquel día; pero el viento huracanado lo alcanzó, más fuerte que ningún otro conocido por los hombres, y avanzó bramando desde el oeste, y empujó muy lejos a los barcos, y desgarró velas y quebró mástiles, arrastrando a los hombres como briznas de hierba en el agua.

La caída de Númenor por Alan Lee

 

Eran nueve los barcos: cuatro para Elendil, y tres para Isildur, y dos para Anárion; y huyeron de la negra tempestad, desde el crepúsculo de la condenación a la oscuridad del mundo. Y las aguas profundas se levantaban debajo en una furia gigantesca, y olas como montañas avanzaron coronadas de nieve desgarrada, y cargaron a los hombres entre jirones de nubes, y al cabo de muchos días los arrojaron a las costas de la Tierra Media. Y en aquel tiempo todas las costas y las regiones marinas del mundo occidental cambiaron y se arruinaron; porque los mares invadieron las tierras, y las costas se derrumbaron, y las antiguas islas fueron anegadas, y otras islas se alzaron en el mar; y las montañas cayeron y los ríos se desviaron en extraños cursos.

Más tarde Elendil y sus hijos fundaron reinos en la Tierra Media; y aunque en ciencia y habilidad no eran sino un eco de lo que habían sido antes de que Sauron llegara a Númenor, no obstante, les parecieron muy grandes a los hombres salvajes del mundo. Y mucho se dice en otras historias de los hechos de los herederos de Elendil en la Edad que vino después, y de la lucha que libraron con Sauron, que aún no estaba terminada.

Porque el mismo Sauron sintió gran temor ante la ira de los valar y el hado que Eru había impuesto a la tierra y al mar. No había imaginado nada semejante pues sólo había esperado la muerte de los númenóreanos y la derrota del orgulloso rey. Y Sauron, sentado en la silla negra en medio del Templo, había reído cuando oyó las trompetas de Ar-Pharazôn que llamaban al combate, y otra vez había reído cuando oyó el trueno de la tormenta; y una tercera vez, mientras reía pensando en lo que haría en el mundo, ahora que se había desembarazado de los edain para siempre, fue sorprendido bruscamente, y el asiento y el Templo cayeron al abismo. Pero Sauron no era de carne mortal, y aunque había sido despojado de la forma en que hiciera tanto daño, de modo que ya nunca podría lucir una hermosa figura ante los ojos de los hombres, su espíritu se alzó desde las profundidades, y pasó como una sombra y un viento negro sobre el mar, y llegó de vuelta a la Tierra Media y a Mordor, que era su morada. Se instaló de nuevo en Barad-dûr, se puso el Gran Anillo, y vivió allí, oscuro y silencioso, hasta que se dio a sí mismo una nueva forma, una imagen visible de malicia y odio; y el ojo de Sauron el Terrible pocos podían soportarlo.

Pero estas cosas no pertenecen a la historia de la Anegación de Númenor, de la cual todo se ha dicho ahora. Y aún el nombre de esa tierra pereció, y desde entonces los hombres ya no hablaron de Elenna, ni de Andor, el Don que había sido arrebatado, ni de Númenóre en los confines del mundo; pero los exiliados en las costas del mar, si miraban hacia el anhelado Occidente, hablaban de Mar-un-Falmar, que se hundió bajo las olas, Akallabêth, la Sepultada, Atalantë en lengua eldarin.

 

Entre los exiliados, muchos creían que la cima del Meneltarma, el Pilar del Cielo, no fue anegada para siempre, sino que se levantó otra vez por encima de las olas, una isla perdida en las grandes aguas; porque había sido un sitio consagrado y nadie lo había mancillado nunca, aún en días de Sauron. Y algunos hubo de la simiente de Eärendil que después lo buscaron, porque se decía entre los sabios que en otro tiempo los hombres de vista penetrante alcanzaban a atisbar desde el Meneltarma las Tierras Inmortales. Porque aún después de la ruina el corazón de los dúnedain se volcaba hacia el oeste; y aunque en verdad sabían que el mundo había cambiado, decían: «Avallónë ha desaparecido de la faz de la Tierra y la Tierra de Aman ha sido arrebatada, y nadie puede encontrarlas en este mundo de oscuridad. No obstante, una vez fueron, y por tanto todavía son, plenamente, y en la forma cabal del mundo tal como fue concebido por vez primera».

Porque los dúnedain sostenían que aún los hombres mortales, si se los bendecía, podrían ver otros tiempos que el de la vida de los cuerpos; y anhelaban siempre escapar de las sombras del exilio y contemplar de algún modo la luz que no muere; porque el dolor del pensamiento de la muerte los había perseguido por sobre los abismos del mar. Por ese motivo, los grandes marineros que había entre ellos exploraban todavía los mares vacíos, con la esperanza de llegar a la isla del Meneltarma, y tener allí una visión de las cosas que fueron. Pero no la encontraban. Y los que viajaban hasta muy lejos, sólo llegaban a tierras nuevas, y las encontraban semejantes a las tierras viejas, y también sometidas a la muerte. Y los que viajaban más lejos todavía sólo trazaban un círculo alrededor de la Tierra para volver fatigados por fin al lugar de partida; y decían: —Todos los caminos son curvos ahora.

De este modo, en parte por los viajes de los barcos, en parte por la ciencia y la lectura de las estrellas, los reyes de los hombres supieron que el mundo era en verdad redondo, y sin embargo aún se permitía que los eldar partieran y navegaran hacia el Antiguo Occidente y a Avallónë, si así lo querían. Por tanto, los sabios de entre los hombres decían que tenía que haber un Camino Recto, para aquellos a quienes se les permitiese descubrirlo. Y enseñaban que aunque el nuevo mundo estuviese torcido, el viejo camino y el sendero del recuerdo del Occidente todavía estaban allí, como si fueran un poderoso puente invisible que atravesara el aire del aliento y del vuelo (que eran curvos ahora, como el mundo), y cruzara el Ilmen, que ninguna carne puede soportar sin asistencia, hasta llegar a Tol Eressëa, la isla Solitaria, y quizás aún más allá, hasta Valinor, donde habitan todavía los valar y observan el desarrollo de la historia del mundo. Y cuentos y rumores nacieron a lo largo de las costas del mar acerca de marineros y hombres abandonados en las aguas, que por algún destino o gracia o favor de los valar habían encontrado el Camino Recto y habían visto cómo se hundía por debajo de ellos la faz del mundo, y de ese modo habían llegado al puerto de Avallónë, con lámparas que iluminaban los muelles, o en verdad a las últimas playas de Aman; y allí habían contemplado la montaña Blanca, terrible y hermosa, antes de morir.

Los barcos de los fieles por Ted Nasmith

 


XXVI.LOS REINOS DE NÚMENOR EN EL EXILIO

 

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICES

 Los últimos conductores de los fieles, Elendil y sus hijos, escaparon de la Caída en nueve barcas llevando consigo un vástago de Nimloth y las siete piedras videntes (que los eldar les habían regalado); y fueron arrastrados por un huracán y arrojados a las costas de la Tierra Media.

 

DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD

 Los principales de ellos eran Elendil el Alto y sus hijos, Isildur y Anárion. Aunque parientes del rey, como descendientes de Elros, no quisieron escuchar a Sauron, y se habían negado a combatir contra los Señores del Oeste. Tripulando los barcos con todos los que se habían mantenido fieles, abandonaron la tierra de Númenor antes de que la ganara la ruina. Eran hombres poderosos, y las naves resistentes y altas, pero las tempestades los alcanzaron y unas montañas de agua los levantaron hasta las mismas nubes, y descendieron sobre la Tierra Media como pájaros de tormenta.

Elendil fue arrojado por las olas a la tierra de Lindon, y tuvo la amistad de Gil-galad. Desde allí cruzó el río Lhûn, y más allá de Ered Luin estableció el reino, y el pueblo habitó en distintos lugares de Eriador en torno a los cursos del Lhûn y el Baranduin; pero la ciudad principal se encontraba en Annúminas, junto a las aguas del lago Nenuial. En Fornost, en los bajos septentrionales, también vivían los númenóreanos, y en Cardolan, y en las colinas de Rhudaur, y levantaron torres sobre las Emyn Beraid y sobre Amon Sûl; y en esos sitios quedan muchos montículos y obras en ruinas, pero las torres de las Emyn Beraid todavía miran al mar.

Annúminas por Ted Nasmith

 

Isildur y Anárion fueron transportados hacia el sur, y por último navegaron río arriba por el gran Anduin, que fluye desde Rhovannion hacia el mar Occidental y desemboca en la bahía de Belfalas, y establecieron un reino en esas tierras que se llamaron después Gondor, mientras que el reino septentrional se llamó Arnor.

Mucho antes, en los días de poder, los marineros de Númenor habían establecido un puerto y fortalezas a los lados de las desembocaduras del Anduin, a pesar de que la Tierra Negra de Sauron no estaba lejos hacia el este. En días posteriores, sólo llegaban a ese puerto los fieles de Númenor y por tanto muchos de los habitantes de las costas de esa región eran parientes directos o indirectos de los amigos de los elfos y del pueblo de Elendil, y dieron la bienvenida a sus hijos. La principal ciudad del reino austral era Osgiliath, a través de la cual fluía el río Grande; y los númenóreanos levantaron allí un gran puente sobre el que había torres y casas de piedra de admirable aspecto, y altas naves venían del mar a los muelles de la ciudad.

Orthanc en la Segunda Edad por Ted Nasmith


Otras fortalezas construyeron también sobre ambas márgenes: Minas Ithil, la Torre de la Luna Naciente, al este, sobre un risco de las montañas de la Sombra, como amenaza a Mordor, y hacia el oeste, Minas Anor, la Torre del Sol Poniente, al pie del monte Mindolluin, como escudo contra los hombres salvajes de los valles. En Minas Ithil se alzaba la casa de Isildur, y en Minas Anor la casa de Anárion, pero compartían entre ambos el reino, y sus tronos estaban juntos en el Gran Recinto de Osgiliath. Esas eran las principales moradas de los númenóreanos en Gondor, pero otras obras maravillosas y fuertes construyeron en la tierra durante los días de poder, en las Argonath, y en Aglarond, y en Erech; y en el círculo de Angrenost, que los hombres llamaron Isengard, levantaron el pináculo de Orthanc de piedra inquebrantable.

 

Muchos tesoros y reliquias de gran virtud y maravilla trajeron los exiliados de Númenor; y de éstos los más renombrados eran las siete piedras y el árbol blanco. El árbol blanco había nacido de un fruto de Nimloth el Bello que crecía en los patios del rey de Armenelos, en Númenor, antes de que Sauron lo abrasara; y Nimloth a su vez descendía del árbol de Tirion, que parecía una imagen del mayor de los Árboles, el Blanco Telperion, que hizo crecer Yavanna en la tierra de los valar. El árbol, recuerdo de los eldar y de la luz de Valinor, se plantó en Minas Ithil ante la casa de Isildur, pues él había sido quien salvara el fruto de la destrucción; pero las piedras se dividieron.

Tres tomó Elendil, y dos cada uno de sus hijos. Las de Elendil fueron guardadas en torres sobre las Emyn Beraid, y sobre Amon Sûl y en la ciudad de Annúminas. Pero las de los hijos estaban en Minas Ithil y Minas Anor, y en Orthanc y en Osgiliath. Ahora bien, estas piedras tenían una virtud: quien las mirara vería en ellas la imagen de cosas distantes, fuera en el espacio o en el tiempo. Casi siempre revelaban sólo cosas afines a otra piedra emparentada porque las piedras se llamaban entre sí; pero quienes eran fuertes de voluntad y de mente podían aprender a mirar a dónde quisieran. De este modo los númenóreanos llegaban a conocer muchas cosas que el Enemigo pretendía ocultar, y poco escapó a esta vigilancia durante el tiempo en que tuvieron gran poder.

Se dice que las torres de las Emyn Beraid no fueron construidas en verdad por los exiliados de Númenor, sino que las levantó Gil-galad para su amigo Elendil; y la piedra vidente de las Emyn Beraid estaba guardada en Elostirion, la más alta de las torres. Allí se recuperaba Elendil, y desde allí solía contemplar los mares que separaban las tierras cuando lo asaltaba la nostalgia del exilio; y se cree que de este modo a veces alcanzaba a ver la torre de Avallónë sobre Eressëa, donde el maestro de la piedra habitaba y habita todavía. Estas piedras eran un regalo de los eldar a Amandil, padre de Elendil, para consuelo de los fieles de Númenor en los días de oscuridad, cuando los elfos no podían ir ya a esa tierra bajo la sombra de Sauron. Se llamaban las palantíri, las que vigilan desde lejos; pero todas las que habían sido llevadas a la Tierra Media hacía ya mucho que estaban perdidas.

 

Allí establecieron en el noroeste los reinos númenóreanos en el exilio, Arnor y Gondor. Elendil fue el alto rey y vivió en el norte, en Annúminas; y el gobierno del sur fue encomendado a sus hijos, Isildur y Anárion.

Fundaron allí Osgiliath, entre Minas Ithil y Minas Anor, no lejos de los confines de Mordor. Porque este bien al menos, creían ellos, había resultado de la ruina: que Sauron hubiera perecido también.

Pero no era así. Sauron, por cierto, había sido atrapado en la destrucción de Númenor, y la forma corpórea en que había andado tanto tiempo pereció entonces; pero huyó a la Tierra Media como un espíritu de odio transportado por un viento oscuro. Le fue imposible recobrar otra vez una forma que pareciera adecuada a los ojos de los hombres y se volvió negro y espantoso, y de ahí en adelante sólo mediante el terror conservó su poder.

 

Había venido en secreto, como se dijo, a su viejo reino de Mordor, más allá de Ephel Dúath, las montañas de la Sombra, y ese país limitaba con Gondor al este.

Barad-dûr por J.R.R. Tolkien

 

Allí, sobre el valle de Gorgoroth se levantó su fortaleza, vasta y resistente, Barad-dûr, la Torre Oscura; y había una montaña llameante en esa tierra que los elfos llamaban Orodruin. En verdad, por esa razón Sauron había instalado allí su morada desde hacía mucho tiempo, porque el fuego que manaba allí desde el corazón de la tierra lo utilizaba para brujerías y forjas; y en medio de la tierra de Mordor había hecho el Anillo Regente. Allí meditó en la oscuridad, hasta que se hubo dado a sí mismo una forma nueva, ya que había perdido para siempre el hermoso semblante, cuando fuera arrojado al abismo en el hundimiento de Númenor. Tomó otra vez el Gran Anillo y se hizo más poderoso y pocos había aún entre los grandes de los elfos y de los hombres que pudieran soportar la mirada de Sauron.

Mordor por Alan Lee

 

Dominó nuevamente Mordor y se escondió allí por un tiempo en silencio. Pero mucha fue su cólera cuando se enteró que Elendil, a quien odiaba por sobre todos, se le había escapado y gobernaba ahora un reino fronterizo. Por tanto, al cabo de un tiempo, hizo la guerra a los exiliados, antes de que hubieran echado raíces. Orodruin irrumpió una vez más en llamas y recibió un nuevo nombre en Gondor: Amon Amarth, el monte del Destino.

 

LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA

 Estos nombres[9] probablemente venían de los primeros días de Gondor, cuando la pedregosa colina de Amon Anor aún no estaba habitada, salvo por un pequeño fuerte en la cima, al que se llegaba por caminos sinuosos y escalones toscamente tallados en la roca. Fue, en aquellos tiempos, menos importante que Minas Ithil, el centro de la Guardia que vigilaba la tierra abandonada de Mordor. Por aquel entonces, el propósito principal del fuerte (Minas Anor) era guardar el lugar de las tumbas de los reyes, situada en un promontorio alargado de roca que unía el testigo de la erosión, Amon Anor, a la masa principal del gran monte Mindolluin, que estaba detrás. De ahí que una de las raths más antiguas de Minas Tirith tuvo que haber sido el camino inclinado y sinuoso que conducía hasta las tumbas de abajo, y después a lo largo de la extensión rocosa entre ellas: era la llamada Rath Dínen, la calle del Silencio; aunque en la época de El Señor de los Anillos este nombre era usado solo para el ancho camino que transcurría entre las numerosas tumbas. La antigua rath había sido sustituida por un camino ancho y sinuoso, tallado directamente de la roca de la colina, que descendía serpenteando sin escalones, y estaba bordeado en su lado exterior por un muro bajo y una barandilla con balaustres tallados: el Dúnad in Gyrth, el Descenso de los Muertos.

 


XXVII.LOS DRÚEDAIN

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA[10]

 El pueblo de Haleth, que hablaba una lengua extranjera, les era extraño a los demás atani; y aunque se unió en alianza con los eldar, siguió siendo un pueblo aparte. Entre ellos mantuvieron su propia lengua, y aunque por fuerza tuvieron que aprender el sindarin para comunicarse con los eldar y los demás atani, muchos lo hablaban de manera entrecortada, y los que rara vez iban más allá de las fronteras de sus propias tierras boscosas, no lo empleaban en absoluto. No adoptaban de buen grado nuevas cosas o costumbres y conservaban numerosas prácticas que parecían extrañas a los eldar y a los demás atani, con quienes tenían escaso trato, salvo en la guerra. No obstante, se los estimaba como aliados leales y temibles guerreros, aunque las compañías que enviaban para guerrear más allá de sus fronteras eran pequeñas. Porque se trataba, y así continuaron siendo hasta el fin, de un pueblo reducido, interesado sobre todo en proteger sus propias tierras boscosas, y que sobresalía en las batallas libradas en los bosques. A decir verdad, durante mucho tiempo ni siquiera los orcos especialmente entrenados para este tipo de lucha se atrevían a poner el pie cerca de sus fronteras. Una de las comentadas rarezas de los haladin, consistía en que muchos de sus guerreros eran mujeres, aunque pocas se trasladaban al extranjero a luchar en las grandes batallas. Esta costumbre era evidentemente antigua; no como consecuencia de su situación especial en Beleriand y quizá más bien como causa que como resultado de su escaso número. Su número crecía mucho más lentamente que el de los demás atani, apenas más que el suficiente para reemplazar las pérdidas de guerra; no obstante, muchas de sus mujeres (que eran menos que los hombres) permanecían solteras. La capitana Haleth era una afamada amazona que contaba con una selecta guardia de corps de mujeres.

La más extraña de todas las costumbres del pueblo de Haleth era la presencia entre ellos de gente de una especie del todo diferente; aunque hablaban la misma lengua (a su manera). No obstante, conservaron algunas palabras propias. Ni los eldar de Beleriand ni los demás atani habían visto nunca a nadie que se les asemejara. No eran muchos, unos pocos centenares quizá, que vivían apartados en familias o pequeñas tribus, pero amistosamente, como miembros de la misma comunidad. Según el modo en que durante la Tercera Edad los hombres y los hobbits de Bree vivieron juntos; aunque no había parentesco entre el pueblo drûg y los hobbits. El pueblo de Haleth les daba el nombre de drûg, palabra de su propia lengua. A los ojos de los elfos y los demás hombres resultaban de aspecto desagradable: eran bajos (algunos de poco más de una vara), pero muy anchos, con nalgas pesadas y cortas piernas gruesas; las caras anchas tenían ojos hundidos, con cejas gruesas y narices chatas; no les crecía barba, salvo a unos pocos hombres (orgullosos por la distinción) que llevaban en medio de la barbilla un mechoncito de pelo negro. Las facciones parecían de ordinario impasibles, y lo más móvil que tenían eran las grandes bocas; y uno no podía observar el movimiento de sus ojos cautelosos salvo que estuviera muy cerca, porque eran tan negros que no se les veía las pupilas, aunque se les enrojecían cuando estaban furiosos. Tenían la voz profunda y gutural, pero la risa era una sorpresa, rica y vibrante, y todos los que la oían, elfos u hombres, se echaban a reír también, contagiados de esa pura alegría sin mácula de desprecio o malicia. A alguien que, con talante no amistoso y no conociéndolos bien, declaró que Morgoth debió de haber criado a los orcos a partir de una cepa semejante, los eldar respondieron: —Sin duda, Morgoth, que no puede crear nada vivo, crio a los orcos a partir de varias especies de hombres, pero los drúedain deben de haber escapado de su sombra; porque su risa y la risa de los orcos difieren tanto como la Luz de Aman y la oscuridad de Angband. —Algunos pensaban, no obstante, que había habido un remoto parentesco que daba cuenta de la especial enemistad que se tenían orcos y drûgs se consideraban unos a otros como renegados. En tiempos de paz reían a menudo mientras trabajaban o jugaban, cuando otros hombres habrían cantado. Pero podían ser enemigos implacables, y una vez inflamados de cólera, eran muy lentos en enfriarse, aunque el único signo visible fuera el resplandor de la mirada; luchaban en silencio y no se alborozaban en la victoria, ni siquiera la conseguida sobre los orcos, hacia quienes abrigaban un odio implacable.

Los eldar los llamaban drúedain y los admitían en la jerarquía de los atani, pues fueron muy amados mientras duraron. No tenían ¡ay! una vida muy larga, y nunca llegaron a ser numerosos, y perdieron a muchos en su lucha contra los orcos, que también los odiaban y se deleitaban en capturarlos y torturarlos. En el tiempo en que las victorias de Morgoth destruyeron todos los reinos y las fortalezas de los elfos y los hombres en Beleriand, se dice que habían quedado reducidos a unas pocas familias compuestas sobre todo de mujeres y niños, algunas de las cuales llegaron por fin a los refugios de las desembocaduras del Sirion.

Se dice en los Anales de Númenor que se permitió a estos supervivientes navegar por el mar con los atani, y que en la paz de la nueva tierra medró y aumentó nuevamente su progenie, pero ya no tuvieron parte en la guerra, pues temían el mar. Lo que les sucedió más tarde sólo está registrado en una de las pocas leyendas que sobrevivieron a la Caída, la historia de los primeros viajes de los númenóreanos de vuelta a la Tierra Media, conocida como La esposa del marinero. En una copia escrita y preservada en Gondor figura una nota del escriba acerca de un pasaje en que se mencionan los drúedain de la casa del rey Aldarion el Marinero: relata que los drúedain, siempre considerados por su extraña capacidad adivinatoria, sintiéronse turbados al enterarse de sus viajes, pues preveían que nada bueno resultaría de ellos, y le rogaron que no siguiera haciéndolos. Pero nada lograron, pues ni su padre ni su esposa siquiera pudieron convencerlo de torcer sus designios, y los drúedain volvieron afligidos. En adelante los drúedain de Númenor se inquietaron y, a pesar del temor que el mar les inspiraba, de uno en uno o en grupos de dos o de tres, pidieron pasaje en los grandes barcos que partían a las costas noroccidentales de la Tierra Media. Si se les preguntaba: «¿Por qué queréis partir y hacia dónde?», contestaban: «Ya no sentimos segura la Gran Isla bajo nuestros pies, y deseamos volver a las tierras desde donde vinimos». De este modo su número menguó lentamente a lo largo de muchos años, y ya no quedaba ninguno cuando Elendil escapó de la Caída: el último había huido de la tierra cuando Sauron fue llevado a ella.

En sus primeros días habían sido de gran provecho para aquellos entre quienes vivían, y eran muy buscados; aunque pocos abandonaban la tierra del pueblo de Haleth. Unos pocos vivían en la morada de Húrin de la casa de Hador porque él había vivido con el pueblo de Haleth en su juventud y era pariente de su señor. Tenían una maravillosa capacidad para rastrear a cualquier criatura viviente, y enseñaban a sus amigos lo que podían de este arte; pero sus discípulos no los igualaban, porque los drúedain usaban el olfato, como los sabuesos, con la peculiaridad de que además tenían una vista muy aguda. Se jactaban de que con viento favorable eran capaces de olfatear a un orco que se encontraba todavía demasiado lejos para que los demás hombres pudieran verlo, y de seguir el olor durante semanas, salvo a través de aguas corrientes. El conocimiento que tenían de toda criatura que creciera casi igualaba al que tenían los elfos (aunque éstos no se lo hubieran enseñado); y se dice que si se trasladaban a una nueva región, en poco tiempo conocían a todas las criaturas que en ella crecían, grandes o minúsculas, y daban nombre a las que eran nuevas para ellos, distinguiendo a las venenosas de las comestibles.

Tenían una ley que proscribía el empleo de todo tipo de veneno para daño de cualquier criatura viviente, incluso para aquella que los hubiera perjudicado, con la sola excepción de los orcos, cuyos dardos envenenados contrarrestaban con otros aún más mortales.

Como vivían con el pueblo de Haleth, que eran habitantes de los bosques, se contentaban con vivir en tiendas o resguardos de construcción ligera en torno a los troncos de los grandes árboles, porque eran una raza resistente. En sus antiguas moradas, de acuerdo con las historias que ellos mismos contaban, se habían albergado en cuevas de las montañas, pero las utilizaban sobre todo como lugares de almacenaje, y sólo como morada y dormitorio en el más crudo invierno. Tenían refugios similares en Beleriand a los cuales casi todos, salvo los más resistentes, se retiraban en invierno o en medio de las tormentas; pero estos lugares estaban vigilados y no estaba bien visto el acceso a ellos ni siquiera de sus amigos más íntimos del pueblo de Haleth

Los drúedain, como también los demás atani, carecieron de escritura hasta que se encontraron con los eldar; pero nunca aprendieron a escribir con runas o letras. La escritura que ellos mismos inventaron no eran más que unos cuantos signos, en su mayoría simples, para señalar huellas o dar información o advertencia. Parece que en un pasado remoto tuvieron ya pequeños utensilios de pedernal para raspar y cortar, y todavía los utilizaban, porque si bien los atani tenían conocimiento de los metales y empleaban hasta cierto punto el arte de la herrería antes de llegar a Beleriand, que, de acuerdo con sus leyendas, habían adquirido de los enanos los metales eran difíciles de encontrar y las armas y las herramientas forjadas resultaban muy costosas. Pero cuando en Beleriand, por la asociación con los elfos y el tráfico con los enanos de Ered Lindon, estas cosas se volvieron más comunes, los drúedain demostraron un gran talento para la talla en madera o piedra. Tenían ya un conocimiento de los pigmentos, derivados sobre todo de las plantas; y trazaban figuras y formas sobre madera o superficies planas de piedra; y a veces tallaban los nudos de la madera para convertirlos en caras que pudieran pintarse. Pero con herramientas más afiladas y fuertes se deleitaban en tallar figuras de hombres y bestias, ya fueran juguetes y ornamentos o grandes imágenes, a las que los más hábiles de entre ellos daban una animada apariencia de vida. A veces estas imágenes eran extrañas y fantásticas, o aún terribles: entre las lúgubres bromas en las que ponían toda su habilidad, se contaba la hechura de figuras de orcos que colocaban en las fronteras del país, modeladas como si huyeran chillando de miedo. Hacían también imágenes de sí mismos y las colocaban a la entrada de los caminos o las curvas de los senderos de los bosques. A éstas llamaban «piedras de vigilancia»; las más notables estaban emplazadas en las cercanías de los cruces del Teiglin, y cada una de ellas representaba un drúadan de mayor tamaño que el natural acuclillado pesadamente sobre un orco muerto. Estas figuras no servían sólo de insulto al enemigo, pues los orcos las temían y creían que estaban llenas de la malevolencia de los Oghor-hai (así es como llamaban a los drúedain) y que podían comunicarse con ellos. Por tanto, rara vez se atrevían a tocarlas o a tratar de destruirlas, y a no ser que fueran en gran número, se detenían al ver una «piedra de vigilancia», y ya no seguían avanzando.

Pero entre las capacidades de este extraño pueblo quizá la más notable fuera la de mantenerse quietos y en silencio lo que soportaban a veces durante días enteros, sentados con las piernas cruzadas, las manos en las rodillas o el regazo, y los ojos cerrados o fijos en el suelo. Sobre esto, se contaba un cuento entre el pueblo de Haleth:

Una vez, uno de los drûgs más hábiles en la talla de la piedra hizo una imagen de su padre, que había muerto; y la colocó junto a un sendero cerca de su casa. Luego se le sentó al lado y se sumió en un silencio profundo y reflexivo. Sucedió que no mucho después un forastero pasó por allí camino de una aldea distante, y al ver dos drûgs, les hizo una inclinación de cabeza y les deseó los buenos días. Pero no recibió respuesta, y se detuvo por un momento, sorprendido, mirándolos de cerca. Luego siguió caminando, y diciendo entre dientes:

—Grande es su habilidad para la talla de la piedra, pero nunca había visto nada tan real. —Tres días después volvió, y como estaba muy fatigado, se sentó y apoyó la espalda en una de las figuras.

Sobre los hombros de esta figura puso la capa, para que se secase, pues había estado lloviendo, y en aquel momento brillaba el sol. Allí se quedó dormido; pero al cabo de un tiempo lo despertó la voz de la figura que estaba tras él.

—Espero que haya descansado—dijo la figura—, pero si desea seguir durmiendo, le ruego que se traslade a la otra. A ella nunca le hará falta volver a estirar las piernas; y a mí esta capa me da demasiado calor en un día de sol como hoy.

 

Se dice que los drúedain a menudo se quedaban así sentados en momentos de dolor o de duelo, pero a veces lo hacían por el placer de pensar o para trazar un plan. También solían recurrir a esta quietud en momentos de cautela; y entonces se sentaban o permanecían de pie, escondidos en la sombra, y aunque sus ojos parecieran estar cerrados o mirar el vacío, nada pasaba ni se acercaba que no fuera advertido y recordado. Tan intensa era esta vigilancia invisible, que podía ser percibida como una amenaza hostil por los intrusos, que se retiraban amedrentados antes de que se les hiciera advertencia alguna; y si alguna criatura maligna se acercaba, emitían un agudo silbido que resultaba doloroso tanto si se oía de cerca como de muy lejos. El servicio de vigilancia que prestaban los drúedain era muy apreciado por el pueblo de Haleth en tiempos de peligro; y si no se contaba con esa vigilancia, se colocaban figuras talladas parecidas a ellos (hechas con ese propósito por los drúedain mismos) en las cercanías de las casas en la creencia de que estas figuras transmitían en parte la amenaza de los hombres vivientes.

La verdad es que muchos del pueblo de Haleth, aunque amaban a los drúedain y les tenían confianza, los creían dotados de poderes mágicos y extraños; y entre sus cuentos de maravillas había no pocos que hablaban de esas cosas. Uno de ellos se recoge a continuación.

 

LA PIEDRA FIEL

Había una vez un drûg llamado Aghan, muy conocido como curandero. Tenía gran amistad con Barach, un guardabosque del pueblo, que vivía en una casa en los bosques a dos millas [3 kilómetros] o más de la aldea más próxima. Las moradas de la familia de Aghan se encontraban más cerca, y él pasaba la mayor parte del tiempo con Barach y su esposa, y era muy querido de sus hijos. Llegaron tiempos difíciles cuando muchos orcos atrevidos entraron secretamente en los bosques de las cercanías y andaban por ellos esparcidos en parejas o tríos asaltando a los que se aventuraban solos por parajes apartados y atacando por la noche las casas de la vecindad. Los de la casa de Barach no estaban muy atemorizados, porque Aghan se quedaba con ellos por la noche y montaba guardia fuera. Pero una mañana Aghan fue al encuentro de Barach y le dijo: —Amigo, tengo malas nuevas de los míos y me temo que tenga que dejaros por un tiempo. Han herido a mi hermano, que yace en el lecho con mucho dolor y me llama, pues sé curar las heridas que causan los orcos. Volveré tan pronto como pueda. —Barach estaba muy preocupado y su esposa y sus hijos lloraron, pero Aghan dijo: —Haré lo que esté de mi parte. He hecho traer una piedra de vigilancia y la he apostado cerca de tu casa. —Barach salió con Aghan y miró la piedra de vigilancia. Era grande y pesada y estaba asentada bajo unos arbustos no lejos de las puertas. Aghan puso su mano sobre ella y al cabo de un silencio dijo: —He dejado en ella algunos de mis poderes. ¡Ojalá puedan librarte del mal!

Nada adverso sucedió durante dos noches, pero a la tercera Barach oyó la llamada de advertencia de los drûgs... o soñó que la había oído, porque a nadie más despertó. Abandonando la cama cogió el arco de la pared y se acercó a una ventana angosta, y vio a dos orcos que ponían combustible contra la casa y se disponían a prenderle fuego.

Entonces Barach tembló de miedo porque los orcos que por allí merodeaban llevaban consigo azufre o alguna otra materia diabólica que ardía rápidamente y era imposible apagarla con agua. Recuperándose, tendió el arco, pero en ese momento, justo al surgir las llamas, vio a un drûg que venía corriendo por detrás de los orcos. A uno de ellos lo tumbó de un puñetazo, y el otro huyó; luego el Drûg se internó descalzo en el fuego, esparciendo el combustible ardiente y pisando las llamas órquicas que se extendían por los lados. Barach se encaminó a la puerta, pero cuando hubo terminado de desatrancarla, el drûg había desaparecido. No había ni rastro del orco lastimado. El fuego se había extinguido y sólo quedaba humo y cierto hedor.

Barach volvió a su casa para tranquilizar a su familia, a la que el ruido y las emanaciones ardientes habían despertado; pero cuando fue de día salió otra vez y lo examinó todo descubrió que la piedra de vigilancia había desaparecido, pero no hizo ningún comentario. «Esta noche tendré que ser yo el guardián», pensó; pero ese mismo día regresó Aghan y fue recibido con alegría. Llevaba botas altas como las que suelen llevar los drûgs en la dura intemperie, cuando caminan entre abrojos y piedras, y estaba fatigado. Pero sonreía y parecía complacido; y dijo: —Traigo buenas noticias. Mi hermano ya no tiene dolores y no morirá, porque llegué a tiempo para detener el efecto del veneno. Y me he enterado de que los merodeadores han sido muertos o han huido. ¿Cómo os ha ido a vosotros?

—Estamos todavía con vida—dijo Barach—. Pero ven ahora conmigo y te mostraré y diré algo más. —Entonces condujo a Aghan al sitio del fuego y le contó lo del ataque nocturno—. La piedra de vigilancia ha desaparecido... obra de orcos, supongo. ¿Qué dices tú?

—Hablaré cuando haya mirado y pensado más tiempo—dijo Aghan; y luego fue de aquí para allá examinando el terreno, seguido de Barach. Por fin Aghan se acercó a un matorral que había al borde del claro donde se levantaba la casa. Allí estaba la piedra de vigilancia, sentada sobre un orco muerto, pero tenía las piernas ennegrecidas y agrietadas, y le habían arrancado un pie, que estaba suelto a un lado; Aghan pareció apenarse, pero dijo: —¡Pues bien! Hizo lo que pudo. Y es mejor que hayan sido sus pies los que pisaron el fuego del orco y no los míos.

Entonces se aflojó los cordones de las botas y Barach vio que debajo tenía las piernas cubiertas de vendas. Aghan se las quitó.

—Ya se me están curando—dijo—. Velé junto a mi hermano durante dos noches, y anoche dormí. Me desperté dolorido antes del amanecer, y descubrí mis piernas cubiertas de ampollas. Entonces adiviné lo que había sucedido. ¡Ay! Si algún poder se transmite desde tu persona a una obra de tus manos, has de compartir sus dolores.

 


XXVIII.LA GUERRA DE LA ÚLTIMA ALIANZA

 

DE LOS ANILLOS DE PODER Y LA TERCERA EDAD

 Sauron reunió una gran fuerza de servidores venidos del este y del sur; y entre ellos no pocos eran de la raza de Númenor. Porque en los días de la estadía de Sauron en esa tierra, el corazón de casi todo ese pueblo se volcó a la oscuridad. Así ocurría que muchos de los que navegaron hacia el este en ese tiempo y levantaron fortalezas y viviendas en las costas estaban ya sometidos a la voluntad de Sauron, y lo servían de buen grado en la Tierra Media. Pero por causa del poder de Gil-galad, estos renegados, señores a la vez poderosos y malignos, moraron casi todos lejos al sur; dos había, sin embargo, Herumor y Fuinur, que crecieron en poder entre los haradrim, un pueblo grande y cruel que habitó en las amplias tierras al sur de Mordor más allá de las desembocaduras del Anduin.

Por lo tanto, cuando Sauron vio la oportunidad avanzó con una gran fuerza contra el nuevo reino de Gondor, y tomó Minas Ithil, y destruyó el árbol blanco de Isildur que allí crecía. Pero Isildur escapó y llevando consigo un vástago del árbol fue por barco río abajo, con su esposa y sus hijos, y navegaron desde las desembocaduras del Anduin en busca de Elendil. Entretanto, Anárion resistió en Osgiliath contra el Enemigo y lo rechazó hacia las montañas; supo que al menos que le llegara ayuda, el reino no podría resistir mucho tiempo.

 

Ahora bien, Elendil y Gil-galad buscaron mutuo consejo, porque percibían que Sauron se volvería demasiado fuerte, y que vencería a todos sus enemigos uno por uno si no se unían todos contra él. De este modo se hizo la liga que se llamó la Última Alianza.

Marcharon hacia el este a la Tierra Media reuniendo una gran hueste de elfos y de hombres; e hicieron alto por un tiempo en Imladris. Se dice que el ejército allí reunido era más gallardo y más espléndido en armas que ningún otro visto desde entonces en la Tierra Media, y el más numeroso desde que el ejército de los valar avanzara sobre Thangorodrim.

 

Desde Imladris cruzaron los pasos de las montañas Nubladas, y fueron río abajo por el Anduin, y así llegaron al fin sobre las huestes de Sauron en Dagorlad, la llanura de la Batalla, que se extiende por delante de las puertas de la Tierra Negra.

Todas las criaturas vivientes se dividieron ese día, y algunas de la misma especie, aún bestias y aves, estaban en uno y en otro bando; excepto los elfos. Sólo ellos no estaban divididos y seguían a Gil-galad. De los enanos, pocos eran los que luchaban también en los dos bandos; pero el clan de Durin de Moria luchaba contra Sauron.

El ejército de Gil-galad y Elendil obtuvo la victoria, porque el poder de los elfos era grande todavía en ese entonces, y los númenóreanos eran fuertes y altos, y terribles en la cólera. A Aeglos, la espada de Gil-galad, nadie podía resistirse; y la espada de Elendil estremecía de miedo a orcos y hombres, porque resplandecía a la luz del sol y de la luna, y se llamaba Narsil.

Entonces Gil-galad y Elendil entraron en Mordor y rodearon la fortaleza de Sauron; y la sitiaron durante siete años, y sufrieron dolorosas pérdidas por el fuego, los dardos y las saetas del Enemigo; y Sauron se resistía acosándolos.

Allí, en el valle de Gorgoroth, Anárion hijo de Elendil fue muerto, y también otros muchos.

Pero por último el sitio fue tan riguroso, que el mismo Sauron salió; y luchó con Gil-galad y Elendil, y los mató a ambos, y cuando Elendil cayó la espada se le quebró bajo el cuerpo.

La guerra de la Última Alianza por Alan Lee


Pero Sauron también fue derribado, y con la empuñadura desprendida de Narsil, Isildur cortó el Anillo de la mano de Sauron, y lo tomó. Entonces Sauron quedó vencido por el momento; y abandonó el cuerpo, y su espíritu huyó a espacios distantes y se escondió en sitios baldíos; y durante largos años no volvió a tener forma visible.

 

CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

 El reino de Thranduil se extendía hasta los bosques que rodean la montaña Solitaria y que crecían a lo largo de las orillas del lago Largo antes de la llagada de los enanos exiliados de Moria y la invasión del dragón. El pueblo élfico de ese reino había emigrado del sur, y eran parientes y vecinos de los elfos de Lórien; pero habían vivido en el Gran Bosque Verde al este del Anduin. En la segunda Edad, su rey, Oropher padre de Thranduil, padre de Legolas, se había retirado hacia el norte, más allá de los Campos Gladios. Esto hizo para librarse del poder y la intrusión de los enanos de Moria, que habían crecido hasta convertirse en la más grande de las mansiones de los enanos conocida hasta entonces; y también lo ofendían las intrusiones de Celeborn y Galadriel en Lórien. Pero por el momento había poco que temer entre el bosque Verde y las montañas, y el pueblo tenía constante contacto con sus parientes del otro lado del río, y así fue hasta la guerra de la Última Alianza.

A pesar de que los elfos silvanos deseaban mezclarse lo menos posible en los asuntos de los noldor y los sindar, o de cualquier otro pueblo de enanos, hombres u orcos, Oropher tuvo la sabiduría de prever que nunca habría paz, si Sauron no era derrotado. Por tanto, reunió un gran ejército de su propio pueblo—que había crecido en número—y uniéndose al ejército menor del rey Malgalad, de Lórien, condujo las huestes de los elfos silvanos a la guerra. Los elfos silvanos eran osados y valientes, pero estaban mal equipados en armaduras y armas, comparados con los elfos del Oeste; también eran independientes, y no estaban dispuestos a someterse al mando supremo de Gil-galad. Las pérdidas que tuvieron fueron así demasiado numerosas, aun en esa guerra terrible. Malgalad y más de la mitad de los suyos perecieron en la gran batalla de Dagorlad, habiendo quedado separados del grueso del ejército y empujados hacia la ciénaga de los Muertos. Oropher murió en el primer ataque a Mordor, avanzando a la cabeza de sus más bravos guerreros, antes de que Gil-galad alcanzara a dar la señal de ataque. Thranduil, su hijo, sobrevivió, pero cuando la guerra terminó y Sauron murió al fin (como parecía), volvió a su patria sólo con la tercera parte del ejército que había partido a la guerra.

 

Nota de Christopher Tolkien

Malgalad de Lórien no aparece en ninguna otra parte, y no se dice aquí que fuera el padre de Amroth. En cuanto a Amdír, padre de Amroth, se dice dos veces que había muerto en la Batalla de Dagorlad, y por tanto puede pensarse que Malgalad y Amdír eran uno solo. Pero qué nombre reemplazó al otro, no sabría decirlo.





[1] En este capítulo hemos integrado los capítulos “Una descripción de la isla de Númenor” de Cuentos Inconclusos de Númenor y la Tierra Media y “De la tierra y los animales Númenor” de La Naturaleza de la Tierra Media, teniendo en cuenta las indicaciones de Carl F. Hostetter (editor de La Naturaleza de la Tierra Media). Se ha reconstruido como un capítulo conjunto.

[2] Los datos numéricos más importantes respecto a este tema, los hemos indicado en notas al pie.

[3] Un hombre o mujer númenóreano de la edad de:

25 50 75 100 125 150 175 200 225 250 275 300 325 350 375 400 425

Tendría aproximadamente la «edad» de:

21 26 31 36 41 46 51 56 61 66 71 76 81 86 91 96 101

[4] Los hombres númenóreanos se casaban a partir de los 45 años pero solían aplazarlo hasta los 95 años o incluso más. Las mujeres númenóreanas se solían casar entre los 40 y 45 años, casi nunca después de los 95 años, y la edad para concebir su primer hijo variaba entre los 18 y los 125 (41) años. Cada pareja en promedio tenía menos de cuatro hijos. Al menos un tercio de los inmigrantes originales no tuvieron hijos en Númenor.

[5] De esto se habla en II.UNA DESCRIPCIÓN DE LA ISLA DE NÚMENOR.

[6] Tolkien, en textos posteriores, quiso que Orodreth fuera el padre de Gil-galad.

[7] Tolkien, en textos posteriores, quiso que Orodreth fuera el padre de Gil-galad.

[8] Nota de Christopher Tolkien: Principio de una historia que contempla a los númenóreanos desde el punto de vista de los hombres salvajes. Se empezó sin reflexionar mucho sobre la geografía (o el modo en que se presenta la situación en El Señor de los Anillos). Pero o bien se trata como historia independiente sólo remotamente relacionada con la de El Señor de los Anillos, o —yo lo creo así— narra la llegada de los númenóreanos (amigos de los elfos) antes de la caída, y su decisión de establecer puertos permanentes. De este modo, la geografía debe coincidir con las bocas del Anduin y la Playa Larga.

[9] En Minas Tirith, en el sindarin númenóreano que se usaba en Gondor para la nomenclatura de lugares, rath (camino ascendente) se había convertido en el equivalente de calle, y era usada para prácticamente todos los los caminos pavimentados del interior de la ciudad. La mayoría tenían pendiente, a menudo pronunciada.

[10] Este escrito se sitúa aquí al ser un punto intermedio de la narración, aunque estrictamente no sucede en la Segunda Edad. Es una antología de una raza que abarca varias Edades. Los drúedain no tienen un peso sustancial en la historia hasta la Guerra del Anillo; El Retorno del Rey, Libro V, Cap. 5: LI.LA CABALGATA DE LOS ROHIRRIM

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