LEGENDARIUM II: La Edad de las Lámparas y la Edad de los Árboles
ESTE FRAGMENTO ABARCA:
I.DEL PRINCIPIO DE LOS DÍAS
II.DE AULË Y YAVANNA
III.DE LA LLEGADA DE LOS ELFOS Y EL CAUTIVERIO DE MELKOR
IV.ACERCA DE LOS ORCOS
V.DE THINGOL Y MELIAN
VI.DE ELDAMAR Y LOS PRÍNCIPES DE LOS ELDALIË
VII.DE LAS LEYES Y COSTUMBRES DE LOS ELDAR
VIII.DEL CRECIMIENTO Y PASO DEL TIEMPO EN LOS ELDAR
IX.DE LA COMUNICACIÓN Y FORMA DE VIDA DE LOS ELDAR
X.DE FËANOR, LA LEY DE FINWË Y MÍRIEL Y EL DESENCADENAMIENTO DE MELKOR
XI.DE LOS SILMARILS Y LA INQUIETUD DE LOS NOLDOR
XII.DEL OSCURECIMIENTO DE VALINOR
XIII.DE LA HUIDA DE LOS NOLDOR
XIV.DEL DESTINO FINAL DE FINWË Y MÍRIEL
XV.DE LOS SINDAR
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I.DEL PRINCIPIO DE LOS DÍAS
EL SILMARILLION
Se
dice entre los sabios que la Primera Guerra estalló antes de que Arda estuviera
del todo acabada, y antes de que nada creciera o anduviera sobre la Tierra; y
durante mucho tiempo Melkor tuvo la mejor parte. Pero en medio de la guerra, un
espíritu de gran fuerza y osadía acudió en ayuda de los valar habiendo oído en
el cielo lejano que se libraba una batalla en el Pequeño Reino; y el sonido de
su risa llenó toda Arda. Así llegó Tulkas el Fuerte, cuya furia pasa como un viento
poderoso, esparciendo nubes y oscuridad por delante; y la risa y la cólera de Tulkas
ahuyentaron a Melkor, que abandonó Arda, y durante mucho tiempo hubo paz. Y
Tulkas se quedó y se convirtió en uno de los valar del Reino de Arda; pero Melkor
meditaba en las tinieblas exteriores y desde entonces odió para siempre a Tulkas.
En
ese entonces los valar trajeron orden a los mares y las tierras y las montañas,
y Yavanna plantó por fin las semillas que tenía preparadas tiempo atrás. Y
desde entonces, cuando los fuegos fueron sometidos o sepultados bajo las
colinas primigenias, hubo necesidad de luz, y Aulë, por ruego de Yavanna,
construyó dos lámparas poderosas para iluminar la Tierra Media que él había
puesto entre los mares circundantes. Entonces Varda llenó las lámparas y Manwë
las consagró, y los valar las colocaron sobre altos pilares, más altos que
cualquiera de las montañas de días posteriores. Levantaron una de las lámparas
cerca del norte de la Tierra Media y le dieron el nombre de Illuin; y la
otra la levantaron en el sur, y le dieron el nombre de Ormal; y la luz
de las lámparas de los valar fluyó sobre la Tierra, de manera que todo quedó
iluminado como si estuviera en un día inmutable.
Entonces
las semillas que Yavanna había sembrado empezaron a brotar y a germinar con
prontitud, y apareció una multitud de cosas que crecían, grandes y pequeñas,
musgos y hierbas y grandes helechos, y árboles con copas coronadas de nubes,
como montañas vivientes, pero con los pies envueltos en un crepúsculo verde. Y
acudieron bestias y moraron en las llanuras herbosas, o en los ríos y los
lagos, o se internaron en las sombras de los bosques. Y sin embargo aún no
había florecido ninguna flor, no había cantado ningún pájaro porque estas cosas
aguardaban aún en el seno de Yavanna a que les llegara el momento; pero había
gran riqueza en lo que ella concibiera, y en ningún sitio más abundante que en
las partes centrales del mundo, donde las luces de ambas lámparas se
encontraban y se mezclaban. Y allí, en la isla de Almaren, en el Gran Lago,
tuvieron su primera morada los valar, cuando todas las cosas eran jóvenes y el
verde reciente maravillaba aún a los hacedores; y durante mucho tiempo se
sintieron complacidos.
Sucedió
entonces que mientras los valar descansaban de sus trabajos y contemplaban el
crecimiento y el desarrollo de las cosas que habían concebido e iniciado, Manwë
ordenó que hubiese una gran fiesta; y los valar y todas sus huestes acudieron a
la llamada. Pero Aulë y Tulkas se sentían cansados, pues la habilidad de uno y
la fuerza del otro habían estado sin cesar al servicio de todos mientras
trabajaban. Y Melkor conocía todo lo que se había hecho, ya que aún entonces
tenía amigos y espías secretos entre los maiar a quienes había convertido a su
propia causa; y lejos, en la oscuridad, lo consumía el odio, pues tenía celos
de la obra de sus pares, a quienes deseaba someter. Por tanto convocó a los
espíritus de los palacios de Eä que él había pervertido para que le sirvieran,
y se creyó fuerte. Y viendo que le llegaba la hora, volvió a acercarse a Arda,
y la contempló, y ante la belleza de la Tierra en Primavera sintió todavía más
odio.
Pues
bien, los valar estaban reunidos en Almaren sin sospechar mal alguno, y por
causa de la luz de Illuin no percibieron la sombra en el norte que desde lejos
arrojaba Melkor; porque se había vuelto oscuro como la noche del Vacío. Y se
canta que en la fiesta de la Primavera de Arda, Tulkas desposó a Nessa, la
hermana de Oromë, y ella bailó ante los valar sobre la hierba verde de Almaren.
Luego
Tulkas se echó a dormir, pues estaba cansado y satisfecho, y Melkor creyó que
la ocasión le era propicia. Y pasó con su ejército por sobre los Muros de la
Noche y llegó a la Tierra Media, lejos, al norte; y los valar no lo
advirtieron.
Entonces
Melkor empezó a cavar, y construyó una vasta fortaleza muy hondo bajo la
Tierra, por debajo de las montañas oscuras donde los rayos de Illuin eran fríos
y débiles. Esa ciudadela recibió el nombre de Utumno. Y aunque los valar
aún no sabían nada de ella, la maldad de Melkor y el daño de su odio brotaron
desde allí alrededor y marchitaron la Primavera de Arda. Las criaturas verdes
enfermaron y se corrompieron, las malezas y el cieno estrangularon los ríos;
los helechos, rancios y ponzoñosos, se convirtieron en sitios donde pululaban
las moscas; y los bosques se hicieron peligrosos y oscuros, moradas del miedo,
y las bestias se transformaron en monstruos de cuerno y marfil, y tiñeron la
tierra con sangre. Entonces supieron los valar, sin ninguna duda, que Melkor
estaba actuando otra vez, y buscaron su escondrijo. Pero Melkor, confiado en la
fuerza de Utumno y en el poderío de sus sirvientes, acudió de repente a la
lucha, y asestó el primer golpe, antes de que los valar estuvieran preparados;
y atacó las luces de Illuin y Ormal, derribó los pilares y quebró las lámparas.
En el derrumbe de los poderosos pilares, las tierras se abrieron y los mares se
levantaron en tumulto; y cuando las lámparas se derramaron unas llamas
destructoras avanzaron por la Tierra. Y la forma de Arda y la simetría de las
aguas y tierras quedaron entonces dañadas, de modo que los primeros proyectos
de los valar nunca fueron restaurados.
En
la confusión y la oscuridad Melkor huyó, aunque tuvo miedo, pues por encima del
bramido de los mares oyó la voz de Manwë como un viento huracanado; y la tierra
temblaba bajo los pies de Tulkas. Pero llegó a Utumno antes de que Tulkas
pudiera alcanzarlo; y allí se quedó escondido. Y los valar no pudieron
someterlo en aquella ocasión, porque necesitaban de casi todas sus fuerzas para
apaciguar los tumultos de la Tierra y salvar de la ruina todo lo que pudiera
ser salvado de lo que habían hecho; y después temieron desgarrar otra vez la
Tierra en tanto no supieran dónde moraban los hijos de Ilúvatar, que aún
habrían de venir en un tiempo que a los valar les estaba oculto.
Así
llegó a su fin la Primavera de Arda. La morada de los valar en Almaren quedó
por completo destruida, y no tuvieron sitio donde vivir sobre la faz de la
Tierra. Por tanto abandonaron la Tierra Media y fueron a la tierra de Aman, el
más occidental de todos los territorios sobre el filo del mundo; pues las
costas occidentales miraban al mar Exterior, que los elfos llamaban Ekkaia,
y que circunda el Reino de Arda. Cuan ancho es ese mar, sólo los valar lo
saben; y más allá de él se encuentran los Muros de la Noche. Pero las costas
orientales de Aman eran el extremo de Belegaer, el Gran mar del Occidente; y
como Melkor había vuelto a la Tierra Media y aún no podían someterlo, los valar
fortificaron sus propias moradas, y en las costas del mar levantaron las
Pelóri, las montañas de Aman, las más altas de la Tierra. Y sobre todas las
montañas de Pelóri, se alzaba la altura en cuya cima puso Manwë su trono. Taniquetil
llaman los elfos a esa montaña sagrada, y Oiolossë de blancura
sempiterna, y Elerrína coronada de estrellas, y con muchos otros
nombres; pero en la lengua tardía de los sindar se la llamaba Amon Uilos.
Desde los palacios de Taniquetil, Manwë y Varda podían ver a través de la
Tierra hasta los confines más extremos del este.
Detrás de los muros de las Pelóri, los valar se establecieron en esa región que llamaban Valinor; y allí tenían casas, jardines y torres. En aquella tierra protegida acumularon grandes caudales de luz y las cosas más bellas que se salvaron de la ruina; y muchas otras aún más bellas las hicieron de nuevo, y Valinor fue todavía más hermosa que la Tierra Media en la Primavera de Arda; y fue bendecida, porque los Inmortales vivían allí, y allí nada se deterioraba ni marchitaba, ni había mácula en las flores o en las hojas de esa tierra, ni corrupción o enfermedad en nada de lo que allí vivía; porque aún las mismas piedras y las aguas estaban consagradas.
Y
cuando Valinor estuvo acabada y establecidas las mansiones de los valar, en
medio de la llanura de más allá de los montes edificaron su ciudad, Valmar, la de
muchas campanas. Ante el portal occidental había un montículo verde, Ezellohar,
llamado también Corollairë; y Yavanna lo consagró, y se sentó allí largo
tiempo sobre la hierba verde y entonó un canto de poder en el que puso todo lo que
pensaba de las cosas que crecen en la tierra. Pero Nienna reflexionó en
silencio y regó el montículo con lágrimas. En esa ocasión los valar estaban
todos reunidos para escuchar el canto de Yavanna, sentados en los tronos del
consejo en el Máhanaxar, en el Anillo del Juicio, cerca de los portones dorados
de Valmar; y Yavanna Kementári cantó delante de ellos, que la observaban.
Y
mientras observaban, en el montículo nacieron dos esbeltos brotes; y el
silencio cubría el mundo entero a esa hora y no se oía ningún otro sonido que
la voz de Yavanna. Bajo su canto los brotes crecieron y se hicieron hermosos y
altos, y florecieron; y de este modo despertaron en el mundo los Dos Árboles de
Valinor, la más renombrada de todas las creaciones de Yavanna. En torno al
destino de estos árboles se entretejen todos los relatos de los Días Antiguos.
Uno
de ellos tenía hojas de color verde oscuro que por debajo eran como plata
resplandeciente, y de cada una de las innumerables flores caía un rocío
continuo de luz plateada, y la tierra de abajo se moteaba con la sombra de las
hojas temblorosas. El otro tenía hojas de color verde tierno, como el haya
recién brotada, con bordes de oro refulgente. Las flores se mecían en las ramas
en racimos de ruegos amarillos, y cada una era como un cuerno encendido que
derramaba una lluvia dorada sobre el suelo; y de los capullos de este árbol
brotaba calor, y una gran luz. Telperion se llamó el uno en Valinor, y Silpion,
y Ninquelótë y tuvo muchos otros nombres; pero Laurelin fue el
otro, y también Malinalda, y Culúrien, y le dieron además muchos
nombres en los cantos.
En
siete horas la gloria de cada árbol alcanzaba su plenitud y menguaba otra vez
en nada; y cada cual despertaba una vez más a la vida una hora antes de que el
otro dejara de brillar. Así en Valinor dos veces al día había una hora dulce de
luz más suave, cuando los Dos Árboles eran más débiles y los rayos de oro y de
plata se mezclaban. Telperion era el mayor de los árboles y el primero en
desarrollarse y florecer; y esa primera hora en que resplandecía—el fulgor
blanco de un amanecer de plata—los valar no la incluyeron en el compuesto de
las horas, pero le dieron el nombre de Hora de Apertura, y a partir de
ella contaron las edades del reino de Valinor. Por tanto a la sexta hora en ese
Primer Día, y en todos los días gozosos que siguieron, hasta el Oscurecimiento
de Valinor, concluía el tiempo de floración de Telperion; y a la hora duodécima
dejaba de florecer Laurelin. Y cada día de los valar en Aman tenía doce horas,
y terminaba con la segunda mezcla de las luces, en la que Laurelin menguaba,
pero Telperion crecía. Sin embargo, la luz que los árboles esparcían duraba un
tiempo antes de que fuera arrebatada en el aire o se hundiera en la tierra; y
Varda atesoraba los rocíos de Telperion y la lluvia que caía de Laurelin en
grandes tinas como lagos resplandecientes, que eran para toda la tierra de los valar
como fuentes de agua y de luz. Así empezaron los Días de la Bendición de
Valinor; y así empezó también la Cuenta del Tiempo.
Pero
mientras las edades avanzaban hacia la hora señalada por Ilúvatar para la
venida de los primeros nacidos, la Tierra Media yacía en una luz crepuscular bajo
las estrellas que Varda había forjado en edades olvidadas cuando trabajaba en Eä.
Y en las tinieblas vivía Melkor y aún andaba con frecuencia por el mundo, en múltiples
formas poderosas y aterradoras, y esgrimía el frío y el fuego, desde las cumbres
de las montañas a los profundos hornos que están debajo; y cualquier cosa que
fuese cruel o violenta o mortal era en esos días obra de Melkor.
Pocas
veces venían los valar por encima de las montañas a la Tierra Media, dejando
atrás la belleza y la beatitud de Valinor, pero cuidaban y amaban los territorios
de más allá de las Pelóri. Y en medio del Reino Bendecido se levantaban las
mansiones de Aulë, y allí trabajó él largo tiempo. Porque en la hechura de
todas las cosas de esa tierra Aulë tuvo parte principal e hizo allí muchas
obras hermosas y esbeltas, tanto abiertamente como en secreto. De él provienen
la ciencia y el conocimiento de todas las cosas terrestres: sea la ciencia de
los que no hacen, pero intentan comprender lo que es, o la ciencia de los
artesanos: el tejedor, el que da forma a la madera y el que trabaja los
metales; y también el labrador y el granjero, aunque éstos y todos los que
tratan con cosas que crecen y dan fruto se deben también a la esposa de Aulë,
Yavanna Kementári. Es a Aulë a quien se da el nombre de amigo de los noldor,
porque de él aprendieron mucho en días posteriores, y son ellos los más hábiles
de entre los elfos; y a su propio modo, de acuerdo con los dones que Ilúvatar
les concedió, añadieron mucho a sus enseñanzas, deleitándose en las lenguas y
en los escritos, y en las figuras del bordado, el dibujo y el tallado. Los noldor
fueron también los primeros que consiguieron hacer gemas; y las más bellas de
todas las gemas fueron los Silmarils, que se han perdido.
Pero
Manwë Súlimo, el más alto y sagrado de los valar, instalado en los lindes de
Aman, no dejaba de pensar en las Tierras Exteriores. Porque el trono de Manwë
se levantaba majestuoso sobre el pináculo de Taniquetil, la más alta montaña
del mundo, a orillas del mar. Espíritus que tenían forma de halcones y águilas
revoloteaban por las estancias del palacio; y los ojos de Manwë podían ver hasta
las profundidades del mar y horadar las cavernas ocultas bajo la tierra. De
este modo le traían noticias de casi todo cuanto ocurría en Arda; no obstante
había cosas ocultas aún para Manwë y los servidores de Manwë, porque donde
Melkor se ensimismaba en negros pensamientos, las sombras eran impenetrables.
Manwë no concibe ningún pensamiento que sirva a su propio honor y no tiene
celos del poder de Melkor, sino que lo gobierna todo en paz. De entre todos los
elfos, amaba más a los vanyar, y de él recibieron la poesía y el canto; pues la
poesía es el deleite de Manwë, y el canto con palabras es la música que
prefiere. El vestido de Manwë es azul, y azul el fuego de sus ojos, y su cetro
es de zafiro, que los noldor labraron para él; y fue designado para ser el vice
regente de Ilúvatar, rey del mundo de los valar y los elfos y los hombres, y
principal defensa contra el mal de Melkor. Con Manwë moraba Varda, quien en
lengua sindarin es llamada Elbereth, reina de los valar, hacedora de las
estrellas; y con ellos había una vasta hueste de espíritus bienaventurados.
Pero
Ulmo se encontraba solo, y no moraba en Valinor, y ni siquiera iba allí excepto
cuando se celebraba un gran consejo; vivió desde el principio de Arda en el océano
Exterior, y allí vive todavía. Desde allí gobierna el flujo de todas las aguas,
y las mareas, el curso de los ríos y la renovación de las fuentes, y la
destilación de todos los rocíos y lluvias en las tierras que se extienden bajo
el cielo. En los sitios profundos concibe una música grande y terrible, y el
eco de esa música corre por todas las venas del mundo en dolor y alegría;
porque si alegre es la fuente que se alza al sol, el agua nace en pozos de
dolor insondable en los cimientos de la Tierra. Los teleri aprendieron mucho de
Ulmo, y por esta razón su música tiene a la vez tristeza y encantamiento. Junto
con él llegó Salmar a Arda, el que hizo los cuernos de Ulmo, aquellos que nadie
puede olvidar si los ha oído una vez; también Ossë y Uinen, a los que dio el
gobierno de las olas y los movimientos de los mares interiores, y además muchos
otros espíritus. Y así fue por el poder de Ulmo que aún bajo las tinieblas de
Melkor fluyó la vida por muchas vías secretas, y la Tierra no murió; y para
aquellos que andaban perdidos en esas tinieblas o lejos de la luz de los valar,
estaban siempre abiertos los oídos de Ulmo; y tampoco ha olvidado la Tierra Media;
y no ha dejado de pensar en cualquier ruina o cambio que haya sobrevenido desde
entonces, y así lo hará hasta el fin de los días.
Y
en ese tiempo de oscuridad tampoco Yavanna estaba dispuesta a abandonar por
completo las Tierras Exteriores; pues todas las cosas que crecen le son caras,
y se lamentaba por las obras que había iniciado en la Tierra Media, y que Melkor
había dañado. Por tanto, abandonando la casa de Aulë y los prados floridos de
Valinor, iba a veces a curar las heridas abiertas por Melkor; y al volver
instaba siempre a los valar a enfrentar el maligno dominio de Melkor, en una
guerra que tendrían que librar sin duda antes del advenimiento de los primeros
nacidos. Y Oromë, domador de bestias, también cabalgaba de vez en cuando por la
oscuridad de los bosques; llegaba como poderoso cazador, con el arco y las flechas,
persiguiendo a muerte a los monstruos y criaturas salvajes del reino de Melkor,
y su caballo blanco Nahar, brillaba como plata en las sombras. Entonces la
tierra adormecida temblaba con el repiqueteo de los cascos dorados, y en el
crepúsculo matinal del mundo Oromë hacía sonar el gran cuerno, el Valaróma,
sobre los llanos de Arda; las montañas le respondían con ecos prolongados, y
las sombras del mal huían, y el mismo Melkor se encogía en Utumno anticipando
la cólera por venir. Pero Oromë no había acabado de pasar y ya los sirvientes
de Melkor se reagrupaban; y las tierras se cubrían de sombras y engaños.
Ahora
bien, todo se ha dicho de cómo fueron la Tierra y sus gobernantes en el
comienzo de los días, antes de que el mundo apareciese como los hijos de
Ilúvatar lo conocieron. Porque los elfos y los hombres son hijos de Ilúvatar; y
como no habían entendido enteramente ese tema por el que los hijos entraron en
la Música, ninguno de los ainur se atrevió a agregarle nada. Por esa razón los valar
son los mayores y los cabecillas de ese linaje antes que sus amos; y si en el
trato con los elfos y los hombres, los ainur han intentado forzarlos en alguna
ocasión, cuando ellos no tenían guía, rara vez ha resultado nada bueno, por
buena que fuera la intención. En verdad los ainur tuvieron trato sobre todo con
los elfos, porque Ilúvatar los hizo más semejantes en naturaleza a los ainur, aunque
menores en fuerza y estatura; mientras que a los hombres les dio extraños
dones.
Pues
se dice que después de la partida de los valar, hubo silencio, y durante toda
una edad Ilúvatar estuvo solo, pensando. Luego habló y dijo: —¡He aquí que amo
a la Tierra, que será la mansión de los quendi y los atani! Pero los quendi serán
los más hermosos de todas las criaturas terrenas, y tendrán y concebirán y producirán
más belleza que todos mis hijos; y de ellos será la mayor buenaventura en este
mundo. Pero a los atani les daré un nuevo don.
Por
tanto quiso que los corazones de los hombres buscaran siempre más allá y no
encontraran reposo en el mundo; pero tendrían en cambio el poder de modelar sus
propias vidas, entre las fuerzas y los azares mundanos, más allá de la Música
de los ainur, que es como el destino para toda otra criatura; y por obra de los
hombres todo habría de completarse, en forma y acto, hasta en lo último y lo más
pequeño.
Pero
Ilúvatar sabía que los hombres, arrojados al torbellino de los poderes del
mundo, se extraviarían a menudo y no utilizarían sus dones en armonía; y dijo:
—También
ellos sabrán, llegado el momento, que todo cuanto hagan contribuirá al fin sólo
a la gloria de mi obra.
Creen
los elfos, sin embargo, que los hombres son a menudo motivo de dolor para
Manwë, que conoce mejor que otros la mente de Ilúvatar; pues les parece a los elfos
que los hombres se asemejan a Melkor más que a ningún otro ainur, aunque él los
ha temido y los ha odiado siempre, aún a aquellos que le servían.
Uno
y el mismo es este don de la libertad concedido a los hijos de los hombres: que
sólo estén vivos en el mundo un breve lapso, y que no estén atados a él, y que
partan pronto; a dónde, los elfos no lo saben. Mientras que los elfos
permanecerán en el mundo hasta el fin de los días, y su amor por la Tierra y
por todo es así más singular y profundo, y más desconsolado a medida que los
años se alargan. Porque los elfos no mueren hasta que no muere el mundo, a no
ser que los maten o los consuma la pena (y a estas dos muertes aparentes están
sometidos); tampoco la edad les quita fuerzas, a no ser que uno se canse de
diez mil centurias; y al morir se reúnen en las estancias de Mandos, en
Valinor, de donde pueden retornar llegado el momento. Pero los hijos de los hombres
mueren en verdad, y abandonan el mundo; por lo que se los llama los huéspedes
o los forasteros. La muerte es su destino, el don de Ilúvatar,
que hasta los mismos Poderes envidiarán con el paso del Tiempo. Pero Melkor ha
arrojado su sombra sobre ella, y la ha confundido con las tinieblas, y ha hecho
brotar el mal del bien, y el miedo de la esperanza. No obstante, ya desde hace
mucho los valar declararon a los elfos que los hombres se unirán a la Segunda
Música de los ainur; mientras que Ilúvatar no ha revelado qué les reserva a los
elfos después de que el mundo acabe, y Melkor no lo ha descubierto.
II.DE AULË Y YAVANNA
EL SILMARILLION
Se
dice que al principio los enanos fueron hechos por Aulë en la oscuridad de la
Tierra Media; porque tanto deseaba Aulë la llegada de los hijos, tener
discípulos a quienes enseñarles su ciencia y artesanía, que no estuvo dispuesto
a aguardar el cumplimiento de los designios de Ilúvatar. Y Aulë hizo a los enanos
como son todavía, porque aún no tenía clara en la mente la forma de los hijos
que estaban por venir y porque el poder de Melkor aún obraba en la Tierra; y
por tanto deseó que fueran fuertes e inquebrantables. Pero temiendo que los
otros valar lo culparan, trabajó en secreto; e hizo primero a los siete padres
de los enanos en un palacio bajo las montañas de la Tierra Media.
Ahora
bien, Ilúvatar sabía lo que se estaba haciendo, y a la hora misma en que Aulë
completó su obra, y sintiéndose complacido, empezó a instruir a los enanos en
la lengua que había inventado para ellos, Ilúvatar le hablo: —¿Por qué has
hecho esto? ¿Por qué intentas algo que está más allá de tu poder y tu autoridad,
como bien lo sabes? Pues has recibido de mí como don sólo tu propio ser, y
ninguna otra cosa, y por tanto las criaturas de tu mano y tu mente sólo pueden
vivir de ese ser, moviéndose cuando tú lo piensas, y si tu pensamiento está en
otro sitio, quedándose quietos. ¿Es ése tu deseo?
Entonces
Aulë contestó: —Yo no deseé semejante dominio. Deseé criaturas que no fueran
como yo, para amarlas y enseñarles, de modo que ellas también pudieran percibir
la belleza de Eä, que tú mismo hiciste. Porque me pareció que había grandes espacios
en Arda como para que muchas criaturas pudieran regocijarse en ella, y sin
embargo aún se encuentra casi toda muda y vacía. Y en mi impaciencia he dado en
la locura. No obstante llevo en el corazón la hechura de cosas nuevas a causa
de la hechura que tú mismo me diste; y el niño de escaso entendimiento que
convierte en juego los trabajos del padre puede no hacerlo por burla, sino
porque es el hijo del padre. Pero ¿qué haré ahora para que no estés siempre
enfadado conmigo? Como un niño a su padre te ofrezco yo estas criaturas, obra
de las manos que tú mismo has hecho. Dispón de ellas como más te plazca. Pero
¿no tendría que destruir yo mismo la obra de mi presunción?
Alzó
entonces Aulë un gran martillo para golpear a los enanos; y lloró. Pero
Ilúvatar vio la humildad de Aulë, y tuvo compasión de él y de su deseo; y los enanos
se sobrecogieron ante el martillo y se asustaron, e inclinaron la cabeza y
suplicaron clemencia. Y la voz de Ilúvatar le dijo a Aulë: —Acepto tu ofrenda
tal como era al principio. ¿No ves que estas criaturas tienen ahora una vida
propia y hablan con sus propias voces? De otro modo no habrían esquivado tu
golpe, ni orden alguna de tu voluntad—. Entonces Aulë soltó el martillo y se
sintió complacido, y dio las gracias a Ilúvatar diciendo: —Quiera Eru bendecir
mi obra y enderezarla.
Pero
Ilúvatar habló otra vez y dijo: —En el principio del mundo di ser a los
pensamientos de los ainur y del mismo modo he tomado ahora tu deseo y le he
dado sitio en el mundo; pero no enderezaré de ningún otro modo la obra de tus manos,
y tal como la hiciste, así será. Pero esto no toleraré: que estas criaturas lleguen
antes que los primeros nacidos de mi hechura, ni que tu impaciencia sea recompensada.
Dormirán bajo la piedra en la oscuridad y no saldrán de ella hasta que los primeros
nacidos no hayan despertado sobre la Tierra; y hasta ese momento tú y ellos
esperaréis, aunque la espera os parezca larga. Pero cuando llegue la hora, yo
mismo los despertaré y serán para ti como hijos; y a menudo habrá disputas
entre los tuyos y los míos, los hijos de mi adopción y los hijos de mi
elección.
Entonces
Aulë tomó a los siete padres de los enanos y los puso a descansar en sitios
distintos y apartados; y regresó a Valinor, y esperó mientras los largos años
se prolongaban.
Como
habrían de aparecer en los días del poder de Melkor, Aulë hizo a los enanos
fuertes y resistentes. Por tanto, son duros como la piedra, empeñosos, rápidos
en la amistad y en la enemistad, y soportan el trabajo y el hambre y los
dolores del cuerpo más que ninguna otra criatura que tenga el don de la
palabra; viven largo tiempo, mucho más que los días de los hombres, pero no
para siempre. Se sostuvo en otro tiempo entre los elfos de la Tierra Media que
al morir los enanos volvían a la tierra y a la piedra de que estaban hechos;
sin embargo, no es eso lo que ellos mismos creen. Porque dicen que Aulë el Hacedor,
a quien llaman Mahal, cuida de ellos y los reúne en Mandos, en estancias
apartadas; y que Aulë declaró a los primeros padres que Ilúvatar los consagrará
y que les dará un lugar entre los hijos cuando llegue el fin. Tendrán entonces
la misión de servir a Aulë y ayudarlo a rehacer a Arda después de la Última
Batalla. Dicen también que los siete padres de los enanos retornan para vivir
entre los suyos y para ponerse una vez más los nombres antiguos de los que
Durin fue el más notable en tiempos posteriores, padre del pueblo que más
amistad tuvo con los elfos, y cuyas mansiones se encontraban en Khazad-dûm.
Ahora
bien, mientras Aulë trabajaba en la hechura de los enanos, ocultó su obra a los
demás valar; pero al fin confió en Yavanna y le contó todo lo que había
sucedido. Entonces Yavanna le dijo: —Eru es piadoso. Veo ahora que tu corazón
se regocija, como bien cabe; porque no sólo has recibido perdón, sino también
munificencia. No obstante, y porque me ocultaste este pensamiento hasta que
estuvo consumado, tus hijos no sentirán mucho amor por los objetos de mi amor. Amarán
primero las cosas que sean obra de sus propias manos, al igual que su padre.
Cavarán en la tierra y no estimarán las cosas que crecen y viven sobre la tierra.
Muchos árboles sentirán la mordedura del hierro despiadado.
Pero
Aulë respondió: —También será eso cierto de los hijos de Ilúvatar; porque ellos
comerán y construirán. Y aunque las cosas de tu reino tienen valor en sí
mismas, y seguirían teniéndolo aún si los hijos no llegaran, no obstante Eru
les concederá poder, y utilizarán todo cuanto encuentren en Arda; pero no,
según es propósito de Eru, sin respeto o sin gratitud.
—No,
a no ser que Melkor les ennegrezca el corazón—dijo Yavanna. Y no se sintió
apaciguada, pues el temor de lo que pudiera hacerse en la Tierra Media en los
días por venir le afligía el ánimo. Por tanto, fue al encuentro de Manwë y no
traicionó el secreto de Aulë, pero preguntó: —Rey de Arda ¿es cierto, como me
dijo Aulë, que los hijos, cuando lleguen, tendrán dominio sobre mis obras y
harán de ellas lo que les plazca?
—Es
cierto—dijo Manwë—. Pero ¿por qué preguntas? No necesitas de las enseñanzas de
Aulë.
Entonces
Yavanna calló y contempló sus propios pensamientos. Y al fin respondió: —Porque
hay ansiedad en mi corazón al pensar en los días por venir. Todas mis obras me
son caras. ¿No basta que Melkor haya dañado tanto? ¿Nada que yo haya hecho
estará libre del dominio de otros?
—Si
tu voluntad se cumpliera ¿qué preservarías?—dijo Manwë—De todo tu reino ¿qué te
es más caro?
—Todo
tiene su valor—le respondió Yavanna—y cada cosa contribuye al valor de las
otras. Pero los kelvar pueden volar o defenderse, lo que no es posible entre
las cosas que crecen como las olvar. Y de todas éstas, me son caros los
árboles. Lentos en crecer, rápidos en la caída, y a menos que paguen el tributo
del fruto en las ramas, apenas llorados en su tránsito. Esto veo en mi
pensamiento. ¡Quisiera que los árboles pudieran hablar en nombre de todas las
cosas que tienen raíz y castigar a quien les hiciese daño!
—Es
ése un raro pensamiento—dijo Manwë.
—Sin
embargo estaba en la canción—dijo Yavanna—. Porque mientras tú andabas por los
cielos y con Ulmo hacíais las nubes y derramabais las lluvias, levanté yo las
ramas de los grandes árboles para recibirlas, y algunas cantaron a Ilúvatar
entre el viento y la lluvia.
Entonces
Manwë guardó silencio y el pensamiento de Yavanna, que ella le había puesto en
el corazón, creció y se desarrolló, e Ilúvatar llegó a verlo. Entonces le
pareció a Manwë que la Canción se levantaba una vez más alrededor, y descubrió
ahora muchas cosas que había oído antes, pero que no había advertido. Y por
último se renovó la Visión, pero era ahora remota, porque él mismo estaba en
ella, y vio sin embargo que la mano de Ilúvatar sostenía todo; y la mano entró
en la Visión, y de ella extrajo muchas maravillas que hasta entonces habían
estado escondidas en el corazón de los ainur.
Y
entonces Manwë despertó y fue al encuentro de Yavanna en Ezellohar, y se sentó
junto a ella bajo los Dos Árboles. Y Manwë dijo: —Oh, Kementári, Eru ha hablado
diciendo: "¿Supone, pues, alguno de los valar que no escuché toda la canción,
aún el mínimo sonido de la mínima voz? ¡Oíd! Cuando los hijos despierten, el
pensamiento de Yavanna despertará también, y convocará espíritus venidos de
lejos, e irán entre los kelvar y las olvar, y algunos se albergarán en ellos, y
serán tenidos en reverencia, y su justa cólera será temida. Por un tiempo:
mientras los primeros nacidos tengan dominio y los segundos sean jóvenes."
Pero ¿no recuerdas, Kementári, que tu canto no siempre estuvo solo? ¿No se
encontraron tu pensamiento y el mío y remontamos vuelo juntos como los grandes
pájaros que se elevan sobre las nubes? Eso también advendrá por obra de la
atenta mirada de Ilúvatar, y antes que los hijos despierten, aparecerán las águilas
de los señores del occidente, con alas parecidas al viento.
Se
complació entonces Yavanna y se puso de pie tendiendo los brazos a los cielos,
y dijo: —Altos crecerán los árboles de Kementári: ¡que las águilas del rey
moren en ellos!
Pero
también Manwë se puso de pie y pareció que se erguía, tan alto que su voz
descendió a Yavanna como desde los caminos de los vientos.
—No—dijo—,
sólo los árboles de Aulë serán lo bastante altos. Las águilas morarán en las
montañas, y desde allí oirán las voces de los que nos reclamen. Pero los pastores
de árboles andarán por los bosques.
Luego
Manwë y Yavanna se separaron, y Yavanna volvió a Aulë, y él estaba en la
herrería vertiendo metal fundido en un molde. —Eru es generoso—dijo ella—. ¡Que
se cuiden tus hijos ahora! Porque despertarán la cólera de un poder que habrá
en los bosques y correrán peligro.
—No
obstante, necesitarán madera—dijo Aulë, y prosiguió con el trabajo de herrero.
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICE A
DE LAS MUJERES ENANAS
(…)Dís
era la hija de Thráin II [madre de Fili y Kili]. Es la única mujer enana
que se menciona en estas historias. Dijo Gimli que hay pocas mujeres entre los enanos,
probablemente no más que un tercio de toda la población. Rara vez andan fuera,
salvo en casos de extrema necesidad. Son en voz y apariencia, y en el atuendo,
si han de emprender un viaje, tan parecidas a los varones enanos, que los ojos
y los oídos de otros pueblos no pueden distinguirlas. Esto ha dado origen entre
los hombres a la tonta creencia de que no hay mujeres enanas, y que los enanos
"nacen de la piedra".
Esta escasez de mujeres es lo que hace que el
pueblo de los enanos crezca con tanta lentitud, y que se sientan en peligro
cuando no tienen morada segura. Porque los enanos toman sólo una esposa o
marido en el término de sus vidas, y son extremadamente celosos, como en todo
lo que atañe a sus derechos. El número de los enanos varones que se casan es en
realidad menor a un tercio del total. Porque no todas las mujeres toman marido:
algunas no lo desean; otras desean al que no pueden tener, y por tanto, no aceptan
a ningún otro. En cuanto a los varones, hay muchos también que no desean el
matrimonio, concentrados en sus artesanías.
III.DE LA LLEGADA DE LOS ELFOS
Y EL CAUTIVERIO DE MELKOR
EL SILMARILLION
Durante
largos años los valar vivieron en beatitud a la luz de los Árboles más allá de
las montañas de Aman, pero un crepúsculo estelar cubría toda la Tierra Media.
Mientras las lámparas habían brillado, surgió allí una vegetación que luego fue
estorbada, porque todo se hizo otra vez oscuro. Pero las más antiguas criaturas
vivientes habían aparecido ya: en los mares las grandes algas, y en la tierra
la sombra de grandes árboles; y en los valles que la noche vestía había oscuras
criaturas, antiguas y vigorosas. A esas tierras y bosques, los valar iban rara
vez, salvo Yavanna y Oromë; y Yavanna andaba allí por las sombras, lamentando
que el nacimiento y la promesa de la Primavera de Arda se hubiesen diferido. Y
puso adormir a muchas criaturas nacidas en la Primavera, para que no
envejecieran, y aguardaran el momento de despertar, que no había llegado aún.
Pero
en el norte Melkor cobraba fuerzas, y no dormía, pero vigilaba, y trabajaba; y
las criaturas malignas que él había pervertido andaban por las tierras vecinas,
y los bosques oscuros y adormilados eran frecuentados por monstruos y formas
espantosas. Y en Utumno reunió a sus demonios, los espíritus que se le unieron
desde un principio en los días de esplendor y que más se le asemejaban en
corrupción: sus corazones eran de fuego; pero un manto de tinieblas los cubría,
y el terror iba delante de ellos; tenían látigos de llamas. Balrogs se
los llamó en la Tierra Media en días posteriores. Y en ese tiempo oscuro Melkor
creó muchos otros monstruos de distintas formas y especies que durante mucho
tiempo perturbaron el mundo; y el reino fue extendiéndose hacia el sur por
sobre la Tierra Media.
Y
Melkor levantó también una fortaleza y armería no lejos de las costas noroccidentales
del mar para resistir a cualquier ataque que viniera de Aman. La fortaleza era
mandada por Sauron, teniente de Melkor; y se le daba el nombre de Angband.
Sucedió
que los valar se reunieron en consejo, turbados por las nuevas que Yavanna y
Oromë traían de las Tierras Exteriores; y Yavanna habló ante los valar diciendo:
—Oh, vosotros, poderosos de Arda, la visión de Ilúvatar fue breve y nos la
quitaron pronto, de modo que quizá no podamos sospechar, dentro de un estrecho
margen de días, la hora señalada. Esto, sin embargo, tened por seguro: se
aproxima la hora, nuestra esperanza tendrá respuesta antes que esta edad
termine, y los hijos despertarán. ¿Dejaremos, pues, las tierras que serán su
morada, desoladas e invadidas por poderes malignos? ¿Darán a Melkor el nombre
de «señor» mientras Manwë está sentado en Taniquetil?
Y
Tulkas grito: —¡No! ¡Hagamos la guerra sin demora! ¿Acaso no hace mucho que
descansamos de la lucha y no se ha renovado ya nuestra fuerza? ¿Se nos opondrá
uno solo para siempre?
Pero
por mandato de Manwë habló Mandos, y dijo: —Los hijos de Ilúvatar vendrán en
esta edad por cierto, pero no todavía. Se ha proclamado además que los primeros
nacidos llegarán en la oscuridad y primero contemplarán las estrellas. Verán la
gran luz cuando empiecen a menguar, y acudirán a Varda cada vez que lo necesiten.
Entonces
Varda abandonó el consejo y desde las alturas de Taniquetil contempló la
oscuridad de la Tierra Media bajo las estrellas innumerables, débiles y
distantes, e inició entonces un gran trabajo, la mayor de las labores de los valar
desde que llegaran a Arda. Recogió el rocío plateado de las tinas de Telperion,
y con él hizo estrellas nuevas y más brillantes preparando la llegada de los primeros
nacidos; por eso, a quien desde la profundidad de los tiempos y los trabajos de
Eä se llamó Tintallë, la iluminadora, los elfos le dieron más tarde el
nombre de Elentári, reina de las estrellas. También entonces hizo ella
Carnil y Luinil, Nénar y Lumbar, Alcarinquë y Elemmirë, y reunió muchas otras
de las antiguas estrellas y las puso como signos en los cielos de Arda:
Wilwarin, Telumendil, Soronúmë y Anarríma; y Menelmacar, con un cinturón
resplandeciente que presagia que la Última Batalla se librará al final de los
días. Y alta en el norte, como reto a Melkor, echó a girar la corona de siete
poderosas estrellas: Valacirca, la Hoz de los Valar y signo de los hados.
Se
dice que al poner fin Varda a estos trabajos, y muy largos que fueron, cuando
Menelmacar entró en el cielo por primera vez y el fuego azul de Helluin flameó
en las nieblas por sobre los confines del mundo, a esa misma hora despertaron
los hijos de la Tierra, los primeros nacidos de Ilúvatar. Junto a la laguna de
Cuiviénen, el Agua del Despertar, iluminada de estrellas, se levantaron del
sueño de Ilúvatar; y mientras permanecían aún en silencio junto a Cuiviénen,
miraron y contemplaron antes que ninguna otra cosa las estrellas del cielo. Por
tanto, han amado siempre la luz de las estrellas, y veneran a Varda Elentári
por sobre todos los valar.
En
los cambios del mundo, las formas de las tierras y de los mares se han
destruido y reconstruido; los ríos no han conservado su curso, ni las montañas
se han mantenido firmes; y no hay retorno a Cuiviénen. Pero se dice entre los elfos
que Cuiviénen estaba muy lejos al este de la Tierra Media y hacia el norte, y
que era una bahía del mar Interior de Helcar; y ese mar se encontraba donde
habían estado las raíces de la montaña de Illuin antes de que Melkor la
derribara. Muchas aguas fluían hacia allí desde las alturas del este, y lo
primero que oyeron los elfos fue el sonido de una corriente de agua, y el
sonido del agua al caer sobre las piedras.
Mucho
tiempo habitaron en esta primera morada junto al agua bajo las estrellas, y
recorrían la tierra maravillados; y empezaron a hablar y a dar nombre a todas
las cosas que percibían. A sí mismos se llamaron los quendi, que
significa «los que hablan con voces»; porque hasta entonces no habían
descubierto criatura alguna que hablara o cantara.
Y
una vez sucedió que Oromë cabalgó hacia el este en el curso de una cacería, y
se volvió al norte junto a las costas del Helcar y pasó bajo las sombras de las
Orocarni, las montañas del Este. Entonces, de pronto, Nahar lanzó un gran
relincho y se mantuvo inmóvil. Y Oromë, intrigado, permaneció en silencio, y le
pareció que en la quietud de la tierra bajo las estrellas oía a lo lejos el
sonido de muchas voces que cantaban.
Así
fue que los valar encontraron al fin, casi por azar, a aquellos que durante
tanto tiempo habían esperado. Y Oromë se asombró al contemplar a los elfos,
como si fueran seres repentinos, maravillosos e imprevistos; porque así les
sucederá siempre a los valar. Desde fuera del mundo, aunque todas las cosas
puedan preconcebirse en la Música o preverse en una visión lejana, a los que en
verdad penetran en Eä las criaturas siempre los sorprenderán, como algo
novedoso que nunca fue anunciado.
En
el principio los hijos menores de Ilúvatar eran más fuertes y más grandes de lo
que fueron luego; pero no más hermosos, porque aunque la belleza de los jóvenes
quendi sobrepasaba a todo lo creado por Ilúvatar, no se ha desvanecido, sino
que vive en el Occidente, y el dolor y la sabiduría la han acrecentado. Y Oromë
amó a los quendi, y los llamó en la lengua de ellos eldar, el pueblo de
las estrellas; pero ese nombre sólo lo llevaron después los que siguieron a
Oromë por el camino del oeste.
Pero
muchos quendi se aterraron con la llegada de Oromë, y la causa era Melkor.
Porque de acuerdo con las conclusiones de los sabios, Melkor, siempre vigilante,
fue el primero en conocer el despertar de los quendi, y envió sombras y espíritus
malignos para que los espiaran y los acecharan. De modo que algunos años antes
de la llegada de Oromë, no era infrecuente que si alguno de los elfos se
aventuraba lejos, solo o con escasa compañía, desapareciese y no volviese
nunca; y los quendi dijeron que el cazador los había atrapado, y
tuvieron miedo. Y, por cierto, los más antiguos cantos de los elfos, cuyos ecos
se recuerdan todavía en el Occidente, hablan de formas sombrías que recorrían
las colinas por sobre Cuiviénen y ocultaban súbitamente las estrellas; y del jinete
oscuro que montaba un caballo salvaje y perseguía a los extraviados para
atraparlos y comérselos. Ahora bien, Melkor sentía gran odio y temor por las
cabalgatas de Oromë, y no se sabe si mandó en efecto a sus oscuros servidores a
guisa de jinetes, o si envió a lo lejos engañosos rumores, con el fin de que
los quendi se apartaran de Oromë si alguna vez lo encontraban.
Así
fue que cuando Nahar relinchó y Oromë estuvo realmente entre los quendi,
algunos de ellos se escondieron, y otros huyeron y se extraviaron. Pero los que
tenían más coraje y se quedaron, comprendieron en seguida que el gran jinete no
era una forma llegada de la oscuridad; porque en el rostro de Oromë estaba la luz
de Aman, y los más nobles de entre los elfos se sintieron atraídos por esa luz.
Pero
de los desdichados que cayeron en la trampa de Melkor, poco se sabe con
certidumbre. Porque ¿quién de entre los vivos ha descendido a los abismos de Utumno
o ha explorado las tinieblas de los consejos de Melkor? Dicen los sabios de Eressëa
que todos los quendi que cayeron en manos de Melkor, antes de la caída de
Utumno, fueron puestos en prisión, y por las lentas artes de la crueldad,
corrompidos y esclavizados; y así crio Melkor la raza de los orcos, por envidia
y en mofa de los elfos, de los que fueron después los más fieros enemigos.
Porque los orcos tenían vida y se multiplicaban de igual manera que los hijos
de Ilúvatar; y Melkor, desde que se rebelara en la Ainulindalë antes del
Principio, nada podía hacer que tuviera vida propia ni apariencia de vida, así
dicen los sabios. Y en lo profundo del oscuro corazón, los orcos abominaban del
Amo a quien servían con miedo, el hacedor que sólo les había dado desdicha.
Quizá sea ésta la más vil de las acciones de Melkor, y la más detestada por
Ilúvatar.
Oromë
se demoró un tanto entre los quendi, y luego volvió cabalgando deprisa por
tierra y mar a Valinor y le llevó la nueva a Valmar; y habló de las sombras que
perturbaban a Cuiviénen. Entonces los valar se regocijaron, aunque todavía
tenían alguna duda, y durante un tiempo discutieron qué consejo adoptar para proteger
a los quendi de la sombra de Melkor. Pero Oromë volvió en seguida a la Tierra
Media y habitó con los elfos.
Manwë
estuvo pensando largo tiempo en Taniquetil, y buscó el consejo de Ilúvatar. Y
descendiendo luego a Valmar, convocó a los valar al Anillo del Juicio y aún
Ulmo acudió desde el mar Exterior.
Entonces
Manwë dijo a los valar: —Este es el consejo de Ilúvatar en mi corazón: que
recobremos otra vez el dominio de Arda a cualquier precio y libremos a los quendi
de la sombra de Melkor—. Tulkas se alegró entonces; pero Aulë se sintió dolido
pensando en las heridas que esa lucha abriría en el mundo. Pero los valar se
prepararon y partieron de Aman en pie de guerra, resueltos a atacar la fortaleza
de Melkor y ponerle fin. Nunca olvidó Melkor que esta guerra se libró para
salvación de los elfos y que ellos fueron la causa de que él cayera. No
obstante, los elfos no tuvieron parte en esos hechos, y poco saben de la
cabalgata del poder del Oeste contra el norte al principio de los días élficos.
Melkor
salió al encuentro de la arremetida de los valar en el noroeste de la Tierra
Media, y toda esa región quedó muy destruida. Pero la primera victoria de los
ejércitos del Occidente fue rápida, y los servidores de Melkor huyeron ante
ellos a Utumno. Entonces los valar cruzaron la Tierra Media y montaron guardia
en Cuiviénen; y desde entonces los quendi nada supieron de la gran Batalla de
los Poderes, salvo que la Tierra se sacudía y rugía por debajo de ellos y que
las aguas se levantaban y que en el norte brillaban luces como de fuegos
poderosos. Largo y penoso fue el sitio, y muchas batallas se libraron delante
de las puertas de Utumno, que los elfos sólo conocieron de oídas. En ese tiempo
cambió la forma de la Tierra Media, y el Gran Mar que la separaba de Aman se
volvió más ancho y profundo; e irrumpió en las costas y abrió un golfo en el
sur. Muchas bahías menores aparecieron entonces entre el Gran Golfo y
Helcaraxë, lejos, al norte, donde la Tierra Media y Aman casi se unían. De
éstas la bahía de Balar era la principal; y en ella desembocaba el poderoso río
Sirion que descendía de las altas tierras recién levantadas en el norte:
Dorthonion y las montañas en torno a Hithlum. La desolación se extendió por las
tierras del norte lejano en esos días; pues allí fue excavada la profunda
Utumno y en esos abismos ardían muchos fuegos y se ocultaban las huestes que
servían a Melkor.
Pero
al fin las puertas de Utumno fueron derribadas y los techos se hundieron,
y Melkor se refugió en el más profundo de los abismos. Entonces Tulkas se
adelantó como campeón de los valar y luchó con él y lo tendió de bruces; y lo
sujetó con la cadena Angainor que Aulë había forjado, y lo llevó cautivo; y de
este modo hubo paz en el mundo durante un largo tiempo.
Pero
los valar no descubrieron todas las poderosas bóvedas y cavernas ocultas con
malicioso artificio bajo las fortalezas de Angband y Utumno. Muchas cosas
malignas había aún allí, y otras se dispersaron y volaron en la oscuridad, y
erraron por los sitios baldíos del mundo, a la espera de una hora más maligna;
y a Sauron no lo encontraron.
Pero
cuando la Batalla hubo terminado, y de las ruinas del norte se levantaban
grandes nubes que ocultaban las estrellas, los valar condujeron a Melkor de
regreso a Valinor amarrado de pies y manos y con los ojos vendados; y fue
llevado al Anillo del Juicio. Allí yació boca abajo ante los pies de Manwë y
pidió perdón; pero esta súplica fue denegada, y lo encerraron en la fortaleza
de Mandos, de donde nadie puede huir, ni vala, ni elfo, ni hombre mortal.
Vastas y poderosas son esas estancias, y fueron construidas en el oeste de la
tierra de Aman. Allí fue condenado Melkor a permanecer por tres edades, antes
de que fuera juzgado de nuevo o pidiera otra vez perdón.
Entonces
una vez más los valar se reunieron en consejo y quedaron divididos en el
debate. Porque algunos, y de ellos era Ulmo el principal, sostenían que los quendi
tendrían que tener la libertad de andar como quisiesen por la Tierra Media, y
con la capacidad de que estaban dotados ordenar todas las tierras y curar sus
propias heridas. Pero la mayor parte temía por los quendi abandonados a los
peligros del mundo en el engañoso crepúsculo estelar; y se sentían además
enamorados de la belleza de los elfos y deseaban su compañía. Por último, los valar
convocaron a los quendi a Valinor, para reunirse allí a las rodillas de los
Poderes bajo la luz de los Árboles sempiternos; y Mandos quebró el silencio y
dijo: —Y así ha sido juzgado—. Esta decisión fue causa de muchos daños que
vinieron después.
Pero
los elfos en un principio no estuvieron dispuestos a escuchar este llamamiento,
porque hasta entonces sólo habían visto a los valar encolerizados, cuando
marchaban a la guerra, excepto a Oromë, y tenían miedo. Por tanto, una vez más
les fue enviado Oromë, y éste escogió entre ellos a los embajadores que irían a
Valinor y hablarían en nombre de los quendi, y éstos fueron Ingwë, Finwë y Elwë,
que más tarde llegaron a reyes. Y cuando estuvieron allí y vieron la gloria y
la majestad de los valar, se sintieron sobrecogidos y tuvieron grandes deseos
de la luz y el esplendor de los Árboles. Luego Oromë los llevó de vuelta a
Cuiviénen, y ellos hablaron al pueblo y aconsejaron escuchar el llamamiento de
los valar y trasladarse al oeste.
Sucedió
entonces la primera división de los elfos. Porque la gente de Ingwë y la mayor
parte de la gente de Finwë y Elwë escucharon las palabras de los señores y de
buen grado estaban dispuestos a partir y a seguir a Oromë, y a éstos se les
conoció luego como los eldar, el nombre élfico que les dio Oromë en un principio.
Pero muchos rechazaron el llamamiento, prefiriendo la luz de las estrellas y
los amplios espacios de la Tierra Media al rumor de los Árboles; y éstos son los
avari, los renuentes, y en esa ocasión se separaron de los eldar, y nunca más volvieron
a encontrarlos hasta pasadas muchas edades.
Los
eldar se aprontaron a emprender una gran marcha desde el primitivo hogar
oriental y se dispusieron en tres huestes. La más reducida y la primera en
ponerse en marcha era conducida por Ingwë, el más grande de los señores de la
raza élfica. Entró en Valinor y se sienta a los pies de los poderes; y todos
los elfos reverencian el nombre de Ingwë; pero nunca volvió a la Tierra Media,
ni siquiera a mirarla. Los vanyar fueron su gente; son los hermosos elfos, los
bienamados de Manwë y Varda, y pocos de entre los hombres han hablado con ellos
alguna vez.
Luego
llegaron los noldor, un nombre de sabiduría, el pueblo de Finwë. Son los elfos profundos,
los amigos de Aulë; y alcanzaron un gran renombre en las canciones, pues mucho
lucharon y se afanaron en las tierras septentrionales de antaño.
La
hueste más crecida fue la última en llegar, y éstos recibieron el nombre de los
teleri, porque se demoraron en el camino y no fueron unánimes en la
decisión de abandonar la penumbra y dirigirse a la luz de Valinor. Encontraban
gran deleite en el agua, y los que llegaron por fin a las costas occidentales
se enamoraron del mar. Por tanto se les conoció en la tierra de Aman con el
nombre de elfos del mar, los falmari, porque hacían música junto
a la rompiente de las olas. Tenían dos señores, pues eran muy numerosos: Elwë
Singollo (que significa Mantogrís) y Olwë, su hermano.
Estos
eran los tres clanes de los eldalië, que llegaron por fin al extremo occidental
en los días de los Árboles y reciben el nombre de calaquendi, elfos de
la luz. Pero hubo otros eldar que emprendieron también la marcha hacia el
oeste, pero que se perdieron en el largo camino, o se desviaron o se demoraron
en las costas de la Tierra Media; y éstos pertenecían en su mayoría a la gente
de los teleri, como se indica más adelante. Vivieron junto al mar o erraron por
los bosques y las montañas del mundo, aunque en lo más íntimo del corazón
añoraban el occidente. A estos elfos los calaquendi llaman los umanyar,
pues nunca llegaron a la tierra de Aman y al Reino Bendecido; pero a los umanyar
y a los avari los llaman por igual los moriquendi, los elfos de la oscuridad,
pues nunca contemplaron la luz que había antes del sol y de la luna.
Se
dice que cuando las huestes de los eldalië partieron de Cuiviénen, Oromë cabalgó
al frente en Nahar, el caballo blanco con herraduras de oro; y al dirigirse al norte
bordeando el mar de Helcar, se volvieron hacia el oeste. Unas grandes nubes negras
flotaban todavía en el norte por sobre las ruinas de la guerra, y las estrellas
estaban ocultas en esa región. Entonces no pocos se asustaron y se
arrepintieron, y se volvieron atrás, y han sido olvidados.
Larga
y lenta fue la marcha de los eldar hacia el oeste, porque las leguas de la
Tierra Media no estaban contadas, y eran fatigosas y sin sendas.[1]
Tampoco tenían prisa los eldar, pues todo lo que veían los maravillaba, y
deseaban morar junto a tierras y ríos; y aunque todos estaban dispuestos a
seguir adelante, el final del viaje era para muchos más temido que esperado.
Por tanto, toda vez que Oromë se alejaba, por tener que cuidar de otros
asuntos, se detenían y ya no avanzaban más hasta que él regresaba para guiarlos.
Y sucedió al cabo de muchos años de viajar de este modo, que los eldar se
internaron en un bosque y llegaron a un gran río, más ancho que ninguno que
hubieran visto antes; y más allá había montañas de cuernos afilados que
parecían horadar el reino de las estrellas. Este río, se dice, era el que más
tarde se llamó Anduin el Grande, y sirvió siempre de frontera occidental
de la Tierra Media. Pero las montañas eran las Hithaeglir, las Torres de la
Niebla en los límites de Eriador, más altas y más terribles en aquellos días, y
que habían sido levantadas por Melkor para entorpecer las cabalgatas de Oromë.
Ahora bien, los teleri habitaron a lo largo de la orilla oriental del río y
quisieron quedarse allí, pero los vanyar y los noldor lo cruzaron y Oromë los
condujo por los desfiladeros de las montañas. Y cuando Oromë hubo partido, los teleri
miraron las sombrías alturas y tuvieron miedo.
Entonces
uno se adelantó de entre el grupo de Olwë, que era siempre el último en el
camino; y se llamaba Lenwë. Abandonó la marcha hacia el oeste y arrastró
consigo a muchos que avanzaron hacia el sur junto al gran río, y los otros no
supieron nada de ellos hasta después de muchos años. Ellos fueron los nandor; y
se convirtieron en un pueblo aparte, que no se parecía a la gente de Olwë, excepto
en el amor que sentían por el agua, y vivieron casi siempre junto a las
cascadas y las corrientes. Mayor conocimiento tenían de las criaturas
vivientes, de árboles y hierbas, aves y bestias, que todos los otros elfos. En
años posteriores Denethor hijo de Lenwë se volvió nuevamente hacia el oeste, y
condujo parte de ese pueblo por sobre las montañas hacia Beleriand, antes de
levantarse la luna.
Por
fin los vanyar y los noldor llegaron a Ered Luin, las montañas Azules, entre Eriador
y el extremo oeste de la Tierra Media, que los elfos llamaron más tarde Beleriand;
y los primeros grupos pasaron por el valle del Sirion y llegaron a las costas
del Gran Mar, entre Drengist y la bahía de Balar. Pero cuando lo contemplaron,
tuvieron un gran temor, y muchos retrocedieron a los bosques y a las tierras
altas de Beleriand. Entonces Oromë partió y volvió a Valinor en busca del
consejo de Manwë.
Y
el grupo de los teleri pasó por las montañas Nubladas, y cruzó las extensas
tierras de Eriador, conducido por Elwë Singollo, que sólo quería volver a Valinor
y a la Luz que había contemplado; y deseaba no separarse de los noldor, porque
sentía gran amistad por Finwë, su señor. Así, al cabo de muchos años, los teleri
llegaron por fin a Ered Luin, en las regiones orientales de Beleriand. Allí se detuvieron
y habitaron un tiempo más allá del río Gelion.
LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VIII: LA GUERRA DE LAS JOYAS
LA
LEYENDA DEL DESPERTAR
(Nota de Christopher
Tolkien)
De acuerdo con la
leyenda, que se conservó en una forma casi idéntica entre s elfos de Aman y
los sindar, los Tres Clanes procedían originalmente de los tres Padres de los Elfos:
Imin, Tata y Enel (es decir, Uno, Dos, Tres), y aquellos que cada uno de ellos
escogió como seguidores. Así, pues, en un principio se llamaban simplemente minyar
«primeros», tatyar «segundos» y nelyar «terceros». Sumaban 14, 56 y 74
respectivamente de los 144 elfos originales que despertaron; y estas proporciones
se conservaron de un modo aproximado hasta la Separación.(…)
(…)En una copia mi
padre escribió: «De hecho está escrita (en estilo e ideas) como antiguo
"cuento de hadas" élfico o cuento para niños, mezclado con el
conocimiento tradicional de las cantidades».
Mientras
sus primeros cuerpos se formaron a partir de la «carne de Arda», los quendi
durmieron «en el seno de la Tierra», bajo la hierba verde, y despertaron cuando
hubieron alcanzado su pleno desarrollo. Pero los Primeros Elfos (también
llamados los No Engendrados, o los Engendrados de Eru) no
despertaron todos juntos. Eru había dispuesto que cada uno yaciera junto a su «esposo
o esposa destinado». Tres elfos despertaron primero que todos, y eran hombres
elfos, porque los hombres elfos son más fuertes de cuerpo y más ansiosos y
aventureros en los lugares extraños. En las antiguas historias estos tres
Padres de los Elfos son llamados Imin, Tata y Enel. Despertaron en ese
orden, pero con poco tiempo de diferencia; y de ellos, dicen los eldar,
proceden las palabras uno, dos y tres, los más antiguos de los
numerales.
Imin,
Tata y Enel despertaron antes que sus esposas, y lo primero que vieron fueron
las estrellas, pues abrieron los ojos en la penumbra de antes del alba. Y lo
siguiente que vieron fueron sus esposas destinadas durmiendo en la hierba
verde, a su lado. Tanto se enamoraron entonces de su belleza que inmediatamente
sintieron un gran deseo por el habla, y empezaron a «pensar palabras» para
hablar y cantar con ellas. E impacientes como estaban no pudieron aguardar y
despertaron a sus esposas. Así, pues, dicen los Eldar, lo primero que vio cada
mujer elfo fue su esposo, y su amor por él fue su primer amor; y el amor y
reverencia por las maravillas de Arda vino después.
Ahora
bien, al cabo de un tiempo, cuando hubieron vivido juntos un poco e inventado
muchas palabras, Imin e Iminyë, Tata y Tatië, Enel y Enelyë caminaron juntos y
abandonaron el valle verde de su despertar, y pronto llegaron a otro valle más
grande y encontraron allí a seis parejas de quendi, y las estrellas brillaban
de nuevo en la penumbra de la mañana, y los hombres elfos acababan de despertar.
Entonces
Imin afirmó que era el mayor y que tenía el derecho a elegir primero; y dijo:
—Escojo a estos doce para que sean mis compañeros. —Y los hombres elfos
despertaron a sus esposas, y cuando los dieciocho elfos hubieron vivido juntos
un poco y aprendido muchas palabras e inventado más, caminaron juntos, y pronto
en otra concavidad más profunda y más amplia encontraron nueve parejas de quendi,
y los hombres elfos acaban de despertar en la luz de las estrellas.
Entonces
Tata reclamó el derecho a elegir en segundo lugar, y dijo: —Escojo a estos
dieciocho para que sean mis compañeros. —De nuevo los hombres elfos despertaron
a sus esposas, y vivieron y hablaron juntos, e inventaron muchos sonidos nuevos
y palabras más largas; y entonces los treinta y seis partieron juntos, hasta
que llegaron a una arboleda de hayas junto a un arroyo, y allí encontraron doce
parejas de quendi, y asimismo los hombres elfos acababan de levantarse, y
miraban las estrellas a través de las ramas de las hayas.
Entonces
Enel reclamó el derecho a elegir en tercer lugar, y dijo: —Escojo a estos
veinticuatro para que sean mis compañeros. —Otra vez los hombres elfos
despertaron a sus esposas; y durante muchos días los sesenta elfos vivieron
junto al arroyo, y pronto empezaron a componer poemas y a cantar a la música
del agua.
Al
cabo partieron todos de nuevo. Pero Imin advirtió que cada vez habían
encontrado más quendi que antes, y pensó para sí: «Sólo tengo doce compañeros
(aunque soy el mayor); ahora seré el último en escoger». No tardaron en llegar
a un bosque de abetos de dulce fragancia en la ladera de una colina, y allí
encontraron dieciocho parejas de quendi, y todos dormían aún. Era todavía de noche
y las nubes cubrían el cielo. Pero antes del alba se levantó un viento, y
despertó a los hombres elfos, que abrieron los ojos y miraron con asombro las
estrellas; porque todas las nubes habían desaparecido, y las estrellas
brillaban de este a oeste. Y durante mucho tiempo los dieciocho nuevos quendi
no prestaron atención a los otros, sino que contemplaron las luces de Menel.
Pero cuando al fin volvieron los ojos a la tierra vieron a sus esposas y las despertaron
para que contemplaran las estrellas, gritándoles ¡elen, elen! Y así
recibieron nombre las estrellas.
Ahora
bien, Imin dijo: —No escogeré todavía—y Tata, por tanto, escogió a los treinta
y seis para que fueran sus compañeros; y eran altos y de cabellos oscuros, y
fuertes como los abetos, y de ellos descendieron después la mayoría de los noldor.
Y
los noventa y seis quendi hablaron ahora juntos, y los que acababan de
despertar inventaron muchas palabras nuevas y hermosas, y muchos recursos
ingeniosos para el habla; y rieron, y bailaron en la ladera de la colina, hasta
que al fin desearon encontrar más compañeros. Entonces todos partieron juntos
de nuevo, hasta que llegaron a un lago oscuro en el crepúsculo; y había un gran
precipicio en el lado este, y una cascada bajaba de las alturas, y las
estrellas brillaban en la espuma. Pero los elfos hombres ya estaban bañándose
en la cascada, y habían despertado a sus esposas. Había veinticuatro parejas;
pero todavía no habían inventado el habla, aunque cantaban dulcemente y sus
voces resonaban en la piedra, mezclándose con el rumor de las cascadas.
Pero
de nuevo Imin postergó su elección, pensando «la próxima vez será una gran
compañía». Por tanto Enel dijo: —Es mi turno, y escojo a estos cuarenta y ocho
para que sean mis compañeros.—Y los ciento cuarenta y cuatro quendi vivieron
largo tiempo junto al lago, hasta que al fin todos se pusieron de acuerdo y
hablaron, y se sintieron complacidos.
Al
cabo Imin dijo: —Es hora de que partamos y busquemos más compañeros.—Pero la
mayoría de los otros estaban satisfechos. Así que Imin e Iminyë y sus doce
compañeros emprendieron la marcha, y caminaron mucho tiempo durante el día y el
crepúsculo por el país en torno al lago, cerca de donde habían despertado todos
los quendi: por esa razón se lo denomina Cuiviénen. Pero nunca
encontraron más compañeros, porque la cuenta de los primeros elfos estaba
completa.
Y
sucedió así que en adelante los quendi siempre contaron en docenas, y que
durante mucho tiempo 144 fue su número más alto, de modo que en ninguna de sus
lenguas posteriores había un nombre común para un número mayor. Y así sucedió
también que los «Compañeros de Imin» o la Compañía Mayor (de la que provienen
los vanyar) sumaba sin embargo sólo catorce en total, y era la compañía más
pequeña; y los «Compañeros de Tata» (de quienes provienen los noldor) eran
cincuenta y seis en total; pero los «Compañeros de Enel», a pesar de ser la
Compañía Menor, eran los más numerosos; de ellos provienen los teleri (o lindar),
y en un principio eran setenta y cuatro en total. Ahora bien, los quendi amaban
todo lo que habían visto en Arda, y se deleitaban en las cosas verdes que
crecen y en el sol del verano; no obstante, lo que siempre cautivó más su
corazón eran las estrellas, y las horas del crepúsculo en tiempo claro, en la «penumbra
de la mañana» y en la «penumbra de la noche», eran sus momentos de mayor
alegría. Porque en ese entonces, en la primavera del año, habían despertado a
la vida en Arda. Pero los lindar, más todos los demás quendi, amaron desde el
principio el agua sobre todas las cosas, y cantaron antes de poder hablar.
(Nota de
Christopher Tolkien)
Parece
que mi padre había resuelto (al menos para los propósitos de este «cuento de
hadas») el problema del nombre «Pueblo de las Estrellas» de los elfos de un
modo hermosamente simple: los primeros elfos despertaron en la noche avanzada
bajo un cielo de estrellas sin nubes, y las estrellas eran su primer recuerdo.
IV.ACERCA DE LOS ORCOS
HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH
El
origen de los orcos es asunto de debate. Algunos los han llamado los melkorohíni,
los hijos de Melkor; sin embargo los sabios dicen: “no, los esclavos de Melkor,
pero no sus hijos; pues Melkor no tuvo hijos”. No obstante, los orcos surgieron
de la malicia de Melkor; y es evidente que para él eran una mofa de los hijos
de Eru, alimentados para estar subordinados por completo a su voluntad y
colmados de un odio insaciable por elfos y hombres.
Ahora
bien, los orcos de las guerras posteriores, tras la huida de Melkor-Morgoth y
su regreso a la Tierra Media, no eran ni «espíritus», ni fantasmas, sino
criaturas vivientes, capaces de hablar y de cierta habilidad y organización, o
al menos capaces de aprender esas cosas de criaturas más ilustres o de su Amo.
Crecieron y se multiplicaron rápidamente siempre que no se los perturbó. Por lo
que se puede saber de las leyendas que han llegado hasta nosotros de nuestros
primeros días, parecería que los quendi nunca encontraron orcos de este tipo
antes de la llegada de Oromë a Cuiviénen.
Quienes
creen que los orcos fueron criados a partir de algún tipo de hombres,
capturados y pervertidos por Melkor, afirman que es imposible que los quendi
conocieran a los orcos antes de la separación y la partida de los eldar. Pues
aunque no se conoce cuándo despertaron los hombres, aun los maestros que lo
sitúan más pronto, no le asignan una fecha muy anterior al inicio de la Gran
Marcha, en verdad no lo bastante anterior como para que los hombres se
corrompieran en orcos. Por otro lado, es evidente que poco después de su
regreso, Morgoth tenía a sus órdenes a un gran número de estas criaturas, con
quienes antes de que transcurriera mucho tiempo empezó a atacar a los elfos.
Entre su regreso y esos primeros ataques hubo todavía menos tiempo para criar a
los orcos y para trasladar las huestes hacia el oeste.
Así
pues, esta opinión sobre el origen de los orcos topa con dificultades
cronológicas. Pero aunque los hombres encuentren cierto consuelo en ello, la
teoría sigue siendo la más probable. Concuerda con todo lo que se sabe de
Melkor, y de la naturaleza y comportamiento de los orcos, y de los hombres.
Melkor era incapaz de crear criaturas vivientes, pero tenía habilidad en la
corrupción de criaturas que no provenían de sí mismo, siempre que pudiera
dominarlas. Pero en caso de que intentara en verdad hacer criaturas propias por
imitación o mofa de los encarnados, sólo conseguiría, igual que Aulë, crear
títeres: sus criaturas sólo habrían actuado mientras concentrara en ellas la
voluntad y no habrían tenido reparo alguno en ejecutar cualquier orden suya,
aun la de destruirse a sí mismos.
Pero
los orcos no eran de ese tipo. Estaban dominados en verdad por su Amo, pero era
un dominio por el miedo, y ellos eran conscientes de este miedo y lo odiaban.
De hecho estaban tan corrompidos que no sentían piedad alguna, y no había
crueldad o maldad que no quisieran cometer; pero se trataba de la corrupción de
voluntades independientes, y disfrutaban de sus actos. Podían actuar por cuenta
propia, realizando acciones malvadas que no se les había ordenado por propio
placer; o si Morgoth y sus agentes se encontraban lejos, podían ignorar sus
órdenes. Se odiaban unos a otros, y a menudo luchaban entre ellos, para el
detrimento de los planes de Morgoth.
Además,
los orcos siguieron viviendo, reproduciéndose, destrozando y saqueando después
de que Morgoth fuera derrotado. También compartían otras características con
los encarnados. Tenían lenguaje propio, hablaban entre ellos en varias lenguas
de acuerdo con las distintas razas que se distinguían entre ellos. Necesitaban
comer y beber, y descansar, aunque muchos eran por costumbre tan resistentes
como los enanos a la hora de soportar las adversidades. Podían ser asesinados y
estaban sometidos a las enfermedades; pero a parte de estos males fallecían y
no eran inmortales a la manera de los quendi; de hecho, al parecer eran de
corta vida por naturaleza, en comparación con la vida de los hombres de razas
más elevadas, tales que los edain.
Este
último punto no se comprendía bien en los Días Antiguos. Porque Morgoth tenía
muchos servidores, entre los cuales los más viejos y más poderosos eran
inmortales, puesto que pertenecían en el principio a los maiar; y estos
espíritus malignos, al igual que su Amo, podían tomar formas visibles. Los
encargados de dirigir solían tomar forma de orco, aunque eran más grandes y
terribles. Por ese motivo las historias hablan de grandes orcos o capitanes orcos
que no morían, y que reaparecían en las batallas durante muchos más años que la
duración de la vida de los hombres.
Por
último, hay un punto relacionado, aunque horrible de relatar. Con el tiempo se
hizo evidente que algunos hombres podían, bajo el dominio de Morgoth o sus
agentes, descender en unas pocas generaciones casi a nivel de los orcos en
mente y costumbres; y entonces se acoplaban con orcos, produciendo nuevas
razas, a menudo más grandes e inteligentes. No cabe duda de que mucho después,
en la Tercera Edad, Saruman lo descubrió, o lo aprendió en sus investigaciones,
y en su codicia de poder lo llevó a cabo, la más malvada de sus obras: el cruce
de orcos y hombres, que produjo orcos-hombre, grandes e inteligentes, y hombres-orco,
viles y traicioneros.
Pero
aun antes de que se sospechara esta maldad de Morgoth los sabios de los Días
Antiguos siempre dijeron que Melkor no había «hecho» a los orcos, y por tanto
no eran originalmente malignos. Podían haber llegado a ser irredimibles (al
menos por elfos y hombres), pero seguían dentro de la ley. Es decir, que aunque
por necesidad, puesto que eran los dedos de la mano de Morgoth, había que
luchar con ellos con la máxima severidad, no debían ser tratados con sus
propios términos de crueldad y traición. Los cautivos no debían ser torturados,
ni siquiera para obtener información para la defensa de elfos y hombres. Si
algún orco se rendía y pedía clemencia, no le había de ser negada, aun a costa
de uno mismo. Esto enseñaban los sabios, aunque en el horror de la guerra no
siempre se los escuchaba.
Es
cierto, por supuesto, que Morgoth tenía a los orcos en una esclavitud
calamitosa; porque al corromperse habían perdido casi toda posibilidad de
resistir el dominio de su voluntad. De hecho tan grande era la presión que ésta
ejercía sobre ellos antes de la caída de Angband que, cuando Morgoth volvía el
pensamiento hacia ellos, sentían el «ojo» dondequiera que estuviese; y cuando
Morgoth fue expulsado al fin de Arda los orcos que sobrevivieron en el oeste
estaban dispersos, sin guía y casi sin voluntad, y durante un tiempo erraron
sin control o propósito.
Esta
servidumbre a una voluntad central que hacia la vida de los orcos prácticamente
igual que la de las hormigas, se vio con más claridad en las Edades Segunda y
Tercera, bajó la tiranía de Sauron, el principal lugarteniente de Morgoth. De
hecho Sauron alcanzó un control sobre los orcos todavía mayor que el de
Morgoth. Por supuesto, operaba en una escala menor, y no tenía enemigos tan
grandes y crueles como los noldor de los Días Antiguos, en la plenitud de su
poder. Pero también había heredado problemas de esos días, como la diversidad
de las razas y lenguas de los orcos, y las disputas entre ellos; además, en
muchos lugares de la Tierra Media, tras la caída de Thangorodrim y durante el
ocultamiento de Sauron, los orcos, levantándose tras su irresolución, habían
establecido pequeños reinos propios y se habían acostumbrado a la
independencia. No obstante, Sauron consiguió con el tiempo unirlos en un odio
irracional por los elfos y hombres que se relacionaban con ellos; por otra
parte, los orcos de los ejércitos que él había preparado estaban tan sometidos
a su voluntad que sacrificarían su propia vida sin dudarlo si él así lo
ordenara. Y demostró una habilidad aun superior a la de su Amo en la corrupción
de los hombres que estaban fuera de la influencia de los sabios, y en
reducirlos al vasallaje y hacerlos marchar junto con los orcos, rivalizando con
ellos en crueldad y destrucción.
Así
pues, probablemente sea a Sauron a quien debamos buscar una solución del problema
de la cronología. Aunque de un poder innato mucho más pequeño que su Amo, se
corrompió menos, y era más frío y capaz de realizar cálculos. Al menos en los
Días Antiguos, antes de verse privado de señor y caer en la locura de imitarlo,
intentando convertirse en el Supremo Señor de la Tierra Media. Mientras Morgoth
duró, Sauron no buscó su propia supremacía, sino que trabajó e intrigó para
otro, deseando el triunfo de Melkor, a quien había adorado en el principio. De
ese modo acabó muchas cosas que Melkor había concebido, pero que su amo no pudo
o quiso completar en la furiosa prisa de su malicia.
Podemos
asumir, pues, la idea de que la crianza de los orcos provino de Melkor, quizá
al principio no tanto para proveer de siervos o soldados sus guerras de destrucción
como para la deshonra de los hijos y la mofa blasfema de los designios de Eru.
Sin embargo, los detalles de la realización de su maldad se dejaron
principalmente para las sutilezas de Sauron. En este caso la concepción mental
de los orcos puede remontarse muy atrás en la noche del pensamiento de Melkor,
pero el comienzo de la crianza de la raza debió esperar hasta el despertar de
los hombres.
Cuando
Melkor fue capturado, Sauron escapó y se ocultó en la Tierra Media; de este
modo puede entenderse cómo la crianza de los orcos (que sin duda ya había
empezado) continuó con velocidad ascendente durante la edad en que los noldor
moraron en Aman; así pues, cuando volvieron a la Tierra Media la encontraron
infestada de esta plaga, para tormento de todos los que vivían allí, elfos, hombres
o enanos. También fue Sauron quien en secreto preparó Angband para el regreso
del Amo; y allí los lugares oscuros bajo tierra se guarnecieron con huestes de orcos
antes de que Melkor regresara por fin como Morgoth, el enemigo negro, y los
enviara para llevar la ruina a todo cuanto fuera hermoso. Y aunque Angband ha
caído y Morgoth ha sido eliminado, todavía salen de los lugares sin luz en la
oscuridad de sus corazones, y la tierra se marchita bajo los pies implacables.
Esta,
pues, parece ser la opinión final de mi padre sobre la cuestión: los orcos se
criaron a partir de los hombres, y si «la concepción mental de los orcos puede
remontarse muy atrás en la noche del pensamiento de Melkor», fue Sauron quien,
durante las edades del cautiverio de Melkor en Aman, creó los ejércitos negros
que su Amo tuvo disponibles a su vuelta.
Pero,
como siempre, no es tan sencillo. Junto con una copia del texto de este ensayo
hay algunas páginas manuscritas para las cuales mi padre utilizó los reversos
en blanco de documentos de la editorial con fecha del 10 de noviembre de 1969.
En estas páginas hay dos notas sobre el ensayo acerca de los «orcos»: una, en
la que se comenta la escritura de la palabra orco, se da en p. 480; la otra
consiste en una [479] nota que surge de algo sin especificar que se dice en el
ensayo, pero que sin duda se trata del pasaje de p. 474 en que se comenta la
inevitable naturaleza de marioneta de las criaturas creadas por uno de los
grandes Poderes: la nota debía guardar relación con las palabras «Pero los orcos
no eran de esa clase».
V.DE THINGOL Y MELIAN
EL SILMARILLION
Melian
era una maia, de la raza de los valar. Moraba en los jardines de Lórien, y no
había allí nadie más hermosa que Melian, ni más sabia, ni que conociese mejor
las canciones de encantamiento. Se dice que los valar abandonaban el trabajo y
que el bullicio de los pájaros de Valinor se interrumpía, que las campanas de
Valmar callaban y que las fuentes dejaban de fluir, cuando al mezclarse las
luces Melian cantaba en Lórien. Los ruiseñores iban siempre con ella y ella era
quien les enseñaba a cantar; y amaba las sombras profundas de los grandes
árboles. Antes de que el mundo fuera hecho, Melian se parecía a la mismísima
Yavanna; y en el tiempo en que los quendi despertaron junto a las aguas de
Cuiviénen, partió de Valinor y llegó a las tierras de Aquende, y allí poco
antes del alba la voz de Melian y las voces de los pájaros llenaron el silencio
de la Tierra Media.
Pues
bien, cuando el viaje estaba por concluir, como ya se dijo, el pueblo de los teleri
descansó largo tiempo en Beleriand Oriental, más allá del río Gelion; y en ese
entonces muchos de los noldor estaban todavía al oeste, en esos bosques que
luego se llamaron Neldoreth y Region. Elwë, señor de los teleri,
atravesó a menudo los grandes bosques en busca de Finwë, su amigo, en las
moradas de los noldor; y sucedió una vez que llegó solo al bosque de Nan
Elmoth, iluminado por las estrellas, y allí escuchó de pronto el canto de los
ruiseñores. Entonces cayó sobre él un encantamiento y se quedó inmóvil; a lo
lejos, más allá de las voces de los lómelindi, oyó la voz de Melian, y el
corazón se le colmó de maravilla y de deseo. Olvidó entonces por completo a su
gente y los propósitos que lo guiaban, y siguiendo a los pájaros bajo la sombra
de los árboles, penetró profundamente en Nan Elmoth y se extravió. Pero llegó
por fin a un claro abierto a las estrellas, y allí se encontraba Melian; y
desde la oscuridad él la contempló, y vio en el rostro de ella la luz de Aman.
No
dijo Melian ni una palabra; pero anegado de amor, Elwë se le acercó y le tomó
la mano, y en seguida un hechizo operó en él, de modo que así permanecieron los
dos mientras las estrellas que giraban por encima de ellos medían los largos
años, y los árboles de Nan Elmoth se volvieron altos y oscuros antes de que
ninguno pronunciara una palabra.
Así,
pues, el pueblo de Elwë, que lo buscó, no pudo encontrarlo, y Olwë fue rey de
los teleri y se pusieron en marcha, como se cuenta más adelante. Elwë Singollo
no volvió nunca a través del mar a Valinor, y Melian no volvió allí mientras
los dos reinaron juntos; pero de ella tuvieron, tanto los elfos como los hombres,
un aire de los ainur que estaban con Ilúvatar antes de Eä. En años posteriores
él se convirtió en un rey renombrado, que mandaba a todos los eldar de
Beleriand; se llamaron los sindar, los elfos grises, los elfos del crepúsculo;
y él era el rey Mantogrís, como se lo llamó, Elu Thingol en la lengua de
esa tierra. Y Melian fue la reina, más sabia que hijo alguno de la Tierra
Media; y habitaban en las estancias ocultas de Menegroth, las Mil Cavernas, en
Doriath. Gran poder le dio Melian a Thingol, que fue grande entre los eldar;
porque sólo él entre todos los sindar había visto con sus propios ojos a los
Árboles en el día del florecimiento, y aunque era rey de los umanyar, no se lo
contó entre los moriquendi, sino entre los elfos de la luz, poderoso en la
Tierra Media. Y del amor de Thingol y Melian, vinieron al mundo los más
hermosos de todos los hijos de Ilúvatar que fueron o serán.
VI.DE ELDAMAR Y LOS PRÍNCIPES
DE LOS ELDALIË
EL SILMARILLION
En
su momento los grupos de los vanyar y los noldor llegaron a las últimas costas
occidentales de las tierras de Aquende. En el norte estas costas, en los
antiguos días que siguieron a la Batalla de los Poderes, se curvaban hacia el
oeste, hasta que en el extremo norte de Arda, sólo un mar estrecho dividía
Aman, donde se levantaba Valinor, de las tierras de Aquende; pero este mar
estrecho estaba lleno de hielos crujientes por causa de la violencia de las
heladas de Melkor. Por tanto Oromë no condujo a las huestes de los eldalië
hacia el norte lejano, sino que las llevó a las dulces tierras en torno al río
Sirion, que se llamaron más tarde Beleriand; y a partir de estas costas,
desde las que al principio los eldar contemplaron el mar, con temor y
maravilla, se extendía un océano ancho y oscuro y profundo, entre ellos y las montañas
de Aman.
Pues
bien, Ulmo, por consejo de los valar, acudió a las costas de la Tierra Media y
habló con los eldar que aguardaban allí, contemplando las olas oscuras; y por
causa de sus palabras y de la música que hizo para ellos con cuernos de
madreperla, el temor que les despertaba el mar se convirtió de algún modo en
deseo. Por tanto, Ulmo arrancó una isla que durante mucho tiempo se había
levantado solitaria en medio del mar, lejos de ambas costas, desde los tumultos
de la caída de Illuin; y con ayuda de sus servidores la arrastró como si fuera
un poderoso navío, y la ancló en la bahía de Balar, en la que se volcaban las
aguas del Sirion. Entonces los vanyar y los noldor embarcaron en la isla y
fueron llevados por el mar, y llegaron por fin a las largas costas bajo las montañas
de Aman; y entraron en la dichosa Valinor y allí fueron bienvenidos. Pero el
cuerno oriental de la isla, que estaba profundamente encallado en los bajíos de
las desembocaduras del Sirion, se quebró y quedó atrás; y ésa, se dice, fue la isla
de Balar, que más adelante visitó Ossë con frecuencia.
Pero
los teleri permanecían todavía en la Tierra Media, porque habitaban en Beleriand
Oriental, lejos del mar, y no oyeron la convocatoria de Ulmo hasta que fue
demasiado tarde; y muchos buscaban todavía a Elwë, su señor, y no estaban dispuestos
a partir sin él. Pero cuando supieron que Ingwë y Finwë y sus pueblos habían
partido, muchos de los teleri se precipitaron a las costas de Beleriand y habitaron
en adelante cerca de las desembocaduras del Sirion, añorando a los amigos que
habían partido; y escogieron a Olwë, hermano de Elwë, como rey. Largo tiempo se
quedaron en las costas del mar Occidental, y Ossë y Uinen fueron a visitarlos y
los ayudaron; y Ossë los instruyó sentado sobre una roca cerca de la orilla de
la tierra, y de él aprendieron todas las ciencias del mar y de la música del
mar. Así fue que los teleri, que desde un principio amaron el agua, y los
mejores cantantes de entre todos los elfos, se enamoraron luego de los mares, y
en sus cantos se oyó con frecuencia y desde entonces el sonido de las olas en
la costa.
Transcurrieron muchos años y Ulmo escuchó las
plegarias de los noldor y de Finwë, el rey, quienes lamentaban la larga
separación de los teleri, y le rogaban que los llevara a Aman, si ellos venían
a buscarlos. Y la mayor parte de ellos estaban ahora por cierto dispuestos a
partir; pero grande fue el dolor de Ossë cuando Ulmo volvió a las costas de
Beleriand para llevárselos a Valinor; pues él cuidaba de los mares de la Tierra
Media y de las costas de las tierras de Aquende, y le entristecía que las voces
de los teleri ya no se escucharan en ese dominio. A algunos los persuadió de
que se quedaran; y fueron ellos los falathrim, los elfos de las Falas, quienes
en días posteriores moraron en los puertos de Brithombar y Eglarest, los
primeros marineros de la Tierra Media y los primeros constructores de navíos.
Círdan, el carpintero de barcos, fue señor de todos ellos.
Los
parientes y amigos de Elwë Singollo también se quedaron en las tierras de
Aquende, pues lo buscaban todavía, aunque de buena gana hubieran partido a Valinor
y a la luz de los Árboles, si Ulmo y Olwë hubieran estado dispuestos a demorarse
un tanto. Pero Olwë quería irse; y por fin el grupo principal de los teleri se
embarcó en la isla y Ulmo se los llevó lejos. Entonces los amigos de Elwë quedaron
atrás; y se dieron a sí mismos el nombre de Eglath, el pueblo abandonado.
Vivieron en los bosques y las colinas de Beleriand en lugar de hacerlo junto al
mar, que los ponía nostálgicos; pero llevaban siempre en los corazones el deseo
de Aman.
Pero
cuando Elwë despertó de aquel prolongado trance, acudió desde Nan Elmoth en
compañía de Melian, y desde entonces vivieron en los bosques interiores. Aunque
mucho había deseado volver a ver la luz de los Árboles, en la cara de Melian
contemplaba la luz de Aman como en un espejo sin nubes, y en esa luz encontraba
contento. Las gentes se reunieron alrededor de él, regocijadas, y asombradas;
porque aunque había sido hermoso y noble, parecía ahora un señor de los maiar:
los cabellos de plata gris, y de talla más elevada que ninguno de los hijos de
Ilúvatar; y un muy alto destino tenía por delante.
Ossë
siguió a la hueste de Olwë, y cuando hubieron llegado a la bahía de Eldamar
(que es el hogar de los elfos), los convocó a todos; y ellos reconocieron la voz
y rogaron a Ulmo que detuviera el viaje. Y Ulmo accedió, y llamó a Ossë, que
amarró la isla y la arraigo en los cimientos marinos. Lo hizo Ulmo de buen
grado, pues comprendía el corazón de los teleri, y en el consejo de los valar
había hablado en contra del llamamiento, pues creía mejor para los quendi que
se quedaran en la Tierra Media. Los valar se alegraron muy poco al enterarse de
lo que había hecho; y Finwë se lamentó ante la ausencia de los teleri y más
todavía cuando supo que habían abandonado a Elwë, y que ya no volvería a verlo
excepto en los salones de Mandos. Pero la isla no volvió a ser trasladada y
quedó allí sola en la bahía de Eldamar; y recibió el nombre de Tol Eressëa,
la isla Solitaria. Allí habitaron los teleri como lo desearon bajo las
estrellas del cielo, y sin embargo a la vista de Aman y de las costas
inmortales; y por esa larga estadía en la isla Solitaria la lengua de ellos fue
separándose de la de los vanyar y los noldor.
A
éstos les habían dado los valar una tierra y una morada. Aún entre las flores
radiantes de los jardines, iluminados por los Árboles de Valinor, deseaban a veces
contemplar las estrellas; y por tanto se abrió un hueco en los grandes muros de
las Pelóri, y allí, en un valle profundo que descendía hasta el mar, los eldar levantaron
una elevada colina verde: Túna se la llamó. La luz de los Árboles se derramaba
sobre ella desde el oeste, y la sombra apuntaba siempre al este, a la bahía del
Hogar de los Elfos y la isla Solitaria y los mares sombríos. Entonces a través
del Calacirya, el Paso de la Luz, el resplandor del Reino Bendecido fluía
encendiendo las ondas oscuras de plata y de oro, y rozaba la isla Solitaria, y
la costa occidental se extendía verde y hermosa. Allí se abrieron las primeras
flores que hubo al este de las montañas de Aman.
En
lo alto de Túna se levantó la ciudad de los elfos, los blancos muros y terrazas
de Tirion; y la más alta torre de esa ciudad fue la torre de Ingwë, Mindon
Eldaliëva, cuya lámpara de plata brillaba a lo lejos entre las nieblas del mar.
Pocos son los barcos de los hombres mortales que hayan visto ese esbelto rayo
de luz. En Tirion, sobre Túna, los vanyar y los noldor vivieron largo tiempo
como amigos. Y de cuanto había en Valinor amaban sobre todo al Árbol Blanco, de
modo que Yavanna hizo para ellos un árbol a imagen del Telperion, aunque no
daba luz propia; Galathilion se llamó en lengua sindarin. Este árbol se plantó
en el patio bajo la Mindon, y allí floreció, y los hijos de sus semillas fueron
muchos en Eldamar. De entre éstos se plantó uno más tarde en Tol Eressëa, y
prosperó allí y recibió el nombre de Celeborn; de él nació en la
plenitud del tiempo, como se cuenta en otra parte, Nimloth, el árbol blanco de
Númenor.
Manwë
y Varda amaban sobre todo a los vanyar, los hermosos elfos; pero los noldor
eran los amados de Aulë, y él y los suyos los visitaban con frecuencia. Grandes
fueron los conocimientos y habilidades que mostraron, pero más grande aún era
la necesidad que tenían de más conocimientos, y en muchas cosas pronto
sobrepasaron a los maestros. Hablaban un lenguaje que no dejaba de cambiar,
porque sentían un gran amor por las palabras y siempre querían encontrar
nombres más precisos para las cosas que conocían o imaginaban. Y sucedió que
los albañiles de la casa de Finwë, que excavaban en las colinas en busca de
piedra (pues se deleitaban en la construcción de altas torres), descubrieron
por primera vez las gemas de la tierra, y las extrajeron en incontables
miríadas; e inventaron herramientas para cortar las gemas y darles forma y las
tallaron de múltiples maneras. No las atesoraron, sino que las repartieron
libremente, y con este trabajo enriquecieron a toda Valinor.
Los
noldor volvieron más adelante a la Tierra Media, y esta historia cuenta
principalmente lo que hicieron, por tanto los nombres y parentescos de los
príncipes pueden señalarse aquí en la forma que esos nombres tuvieron más tarde
en la lengua élfica de Beleriand.
Finwë
era rey de los noldor. Los hijos de Finwë fueron Fëanor y Fingolfin y Finarfin;
pero la madre de Fëanor fue Míriel Serindë, mientras que Indis, de los vanyar,
fue la madre de Fingolfin y Finarfin.
Fëanor
era el más poderoso en habilidades de manos y de palabra, y más instruido que
sus hermanos; su espíritu ardía como una llama. Fingolfin era el más fuerte, el
más firme y el más valiente. Finarfin era el más hermoso y el más sabio de
corazón; y más tarde fue amigo de los hijos de Olwë, señor de los teleri, y
tuvo por esposa a Eärwen, la doncella-cisne de Alqualondë, hija de Olwë.
Los
siete hijos de Fëanor fueron Maedhros el Alto; Maglor el poderoso cantor, cuya
voz se escuchaba desde lejos por sobre las tierras y el mar; Celegorm el
Hermoso, y Caranthir el Oscuro; Curufin el Hábil, que del padre heredó sobre
todo la habilidad manual; y los más jóvenes, Amrod y Amras, que eran gemelos,
iguales de temple y rostro. En días posteriores fueron grandes cazadores en los
bosques de la Tierra Media; y también fue cazador Celegorm, quien en Valinor
fue amigo de Oromë y siguió a menudo, el cuerno del vala.
Los
hijos de Fingolfin fueron Fingon, que fue luego rey de los noldor en el norte
del mundo, y Turgon señor de Gondolin; su hermana era Aredhel la Blanca, más
joven en los años de los eldar que sus hermanos; y cuando alcanzó la plenitud en
estatura y belleza, fue alta y fuerte, y amaba cabalgar y cazar en los bosques.
Allí estaba con frecuencia en compañía de los hijos de Fëanor, sus parientes;
pero a ninguno de ellos dio el amor de su corazón. Ar-Feiniel se
llamaba, la blanca señora de los noldor, porque era pálida, aunque de cabellos
oscuros, y nunca vestía sino de plata y blanco.
Los
hijos de Finarfin fueron Finrod el Fiel (que recibió más adelante el nombre de
Felagund, señor de las Cavernas), Orodreth[2],
Angrod y Aegnor; los cuatro tan amigos de los hijos de Fingolfin como si todos
hubieran sido hermanos. La hermana de ellos, Galadriel, era la más hermosa de
la casa de Finwë; tenía los cabellos iluminados de oro, como si hubiera
atrapado en una red el resplandor de Laurelin.[3]
CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA
Galadriel y su hermano Finrod eran los hijos de Finarfin, el segundo hijo de Indis.
Finarfin se parecía a la
familia de su madre en mente y cuerpo, pues tenía los cabellos dorados de los vanyar,
un temperamento noble y gentil, y amaba a los valar. En la medida de lo
posible, se mantenía por encima de las contiendas de sus hermanos y de su
alejamiento de los valar, y a menudo intentaba apaciguar a los teleri, cuya
lengua aprendió. Se casó con Earwen, la hija del rey Olwë de Alqualondë, y sus
hijos fueron, pues, parientes del rey Eru Thingol de Doriath en Beleriand,
porque él era hermano de Olwë; y este parentesco influyó en su decisión de
unirse a los exiliados, y fue de gran importancia luego en Beleriand. Finrod se
parecía a su padre por su hermosa cara y por el dorado de sus cabellos, y
también por la nobleza y la generosidad de su corazón, pero tenía también el
coraje de los noldor y, cuando era joven, su impaciencia e inquietud; y tenía
también de su madre teleri el amor por el mar y soñaba con tierras lejanas que
nunca había visto. Galadriel fue la más grande de los noldor, excepto Fëanor
quizá, aunque era más sabia que él, y su sabiduría creció en el curso de sus
largos años.
El nombre otorgado por su madre era Nerwen («doncella-hombre»), y llegó a ser más alta aún que las mujeres de los noldor; era fuerte de cuerpo, de mente y de voluntad, digna rival, en los días de su juventud, tanto de los sabios como de los atletas de los eldar. Aun entre los eldar se la encontraba hermosa, y sus cabellos se consideraban una maravilla sin par. Eran dorados como los de su padre y los de su antecesora Indis, pero más espeso y esplendoroso, porque en su oro había un matiz que recordaba la plata estelar de su madre; y los eldar decían que la luz de los Dos Árboles, Laurelin y Telperion, había quedado enredada entre sus trenzas.
EL SILMARILLION
Ha
de referirse aquí cómo los teleri llegaron por fin a la tierra de Aman. Durante
toda una larga edad habitaron en Tol Eressëa; pero poco a poco hubo un cambio
en ellos y fueron atraídos por la luz que fluía sobre el mar hacia la isla
Solitaria. Se sentían desgarrados entre el amor a la música de las olas sobre
las costas y el deseo de ver otra vez a las gentes de su linaje, y contemplar
el esplendor de Valinor; pero al final el deseo de la luz fue el más poderoso.
Por tanto, Ulmo, sometido a la voluntad de los valar, les envió a Ossë, amigo
de ellos, y éste, aunque entristecido, les enseñó el arte de construir naves, y
cuando las naves estuvieron construidas, les llevó como regalo de despedida
muchos cisnes de alas vigorosas. Entonces los cisnes arrastraron las blancas
naves de los teleri por sobre el mar sin vientos; y así, por último y los
últimos, llegaron a Aman y a las costas de Eldamar.
Allí vivieron, y si lo deseaban podían ver la luz de los Árboles, e ir por las calles doradas de Valmar y las escaleras de cristal de Tirion, en Túna, la colina verde; pero sobre todo navegaban en las rápidas naves por las aguas de la bahía del Hogar de los Elfos o andaban por entre las olas en la costa con los cabellos resplandecientes a la luz de más allá de la colina. Muchas joyas les dieron los noldor, ópalos y diamantes y cristales pálidos, que ellos esparcieron sobre las costas y arrojaron a los estanques; maravillosas eran las playas de Elendë en aquellos días. Y extrajeron muchas perlas del mar, y sus estancias eran de perlas y de perlas las mansiones de Olwë en Alqualondë, el Puerto de los Cisnes, iluminado por muchas lámparas. Porque ésa era la ciudad de los teleri, y el puerto de sus navíos; y éstos tenían forma de cisnes, con picos de oro y ojos de oro y azabache. El portal del puerto era un arco abierto en la roca viva tallada por las aguas; y se alzaba en los confines de Eldamar, al norte del Calacirya, donde la luz de las estrellas era clara y brillante.
Con
el paso de las edades los vanyar llegaron a amar la tierra de los valar y la
plena luz de los Árboles, y abandonaron la ciudad de Tirion, sobre Túna, y
habitaron en adelante en la montaña de Manwë o en los alrededores de las
llanuras y los bosques de Valinor, y se separaron de los noldor. Pero el
recuerdo de la Tierra Media bajo las estrellas no se borró en el corazón de los
noldor, y moraron en el Calacirya, y en las colinas y los valles a donde
llegaba el sonido del mar occidental; y aunque muchos de entre ellos iban a
menudo a la tierra de los valar, emprendiendo viajes distantes y explorando los
secretos de la tierra y del agua y de todos los seres vivientes, sin embargo
los pueblos de Túna y de Alqualondë estaban unidos en aquellos días. Finwë
remaba en Tirion y Olwë en Alqualondë; pero Ingwë fue siempre tenido por el rey
supremo de todos los elfos. Moró en adelante a los pies de Manwë, en
Taniquetil.
Fëanor
y sus hijos rara vez vivían en un mismo lugar mucho tiempo, y viajaban muy
lejos por los confines de Valinor, llegando aún hasta los bordes de la
Oscuridad y las frías costas del mar Exterior en busca de lo desconocido. Con
frecuencia eran huéspedes en los salones de Aulë; pero Celegorm iba sobre todo
a la morada de Oromë, y allí adquirió un gran conocimiento de los pájaros y las
bestias, y entendía todas sus lenguas. Porque todos los seres vivientes que
están o han estado en el Reino de Arda, salvo sólo las criaturas salvajes y
malignas de Melkor, vivían entonces en la tierra de Aman; y había también
muchas criaturas nunca vistas en la Tierra Media y que quizá tampoco se verán
ahora, pues la hechura del mundo había cambiado.
VII.DE LAS LEYES Y COSTUMBRES DE LOS
ELDAR
LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH
DE LAS LEYES Y COSTUMBRES
DE LOS ELDAR RELATIVAS AL MATRIMONIO Y OTROS ASUNTOS RELACIONADOS
I.PREÁMBULO
Los
eldar crecían en cuerpo más despacio que los hombres, pero en mente más
deprisa. Aprendían a hablar antes de cumplir un año; al mismo tiempo aprendían
a caminar y a bailar, pues no tardaban en dominar el cuerpo con la voluntad. No
obstante, la diferencia entre los dos linajes, elfos y hombres, era menor en la
primera infancia, y un hombre que observara jugar a unos niños elfos bien
podría pensar que eran hijos de los hombres, de algún pueblo hermoso y feliz.
Porque en los primeros días, los niños elfos aún se deleitaban en el mundo que
los rodeaba, y el fuego del espíritu no los había consumido, y la carga de la
memoria era leve todavía.
El
mismo observador probablemente se maravillaría ante la pequeñez de los miembros
y la poca estatura de los niños, calculando su edad a partir de la capacidad
para el habla y la gracia de los movimientos. Pues al final del tercer año los
niños mortales empezaban a sobrepasar a los elfos, avanzando rápidamente hacia
la plenitud en estatura mientras los elfos se demoraban en la primavera de la
infancia. Los hijos de los hombres podían llegar a su altura máxima mientras el
cuerpo de los eldar de la misma edad era todavía como el de los mortales de no
más de siete años.
Hasta
el año quincuagésimo no alcanzaban los eldar la estatura y la forma que
tendrían durante el resto de sus vidas, y habrían de pasar unos cien años antes
de que se completara su desarrollo.
La
mayoría de los eldar se casaban durante la juventud y poco después de cumplir
cincuenta años. Tenían pocos hijos, pero éstos eran muy amados. Las familias, o
casas, se mantenían unidas por amor y un profundo sentimiento por la
consanguinidad en mente y cuerpo; y los niños no precisaban de muchas reglas o
enseñanzas. Pocas veces había más de cuatro niños en una casa, y su número
disminuyó con el paso de las edades; pero aún en los días de antaño, cuando los
eldar eran todavía pocos y estaban ansiosos por aumentar su linaje, Fëanor fue
famoso por haber tenido siete hijos, y en las historias no hay registros de
nadie que lo superara.
Los
eldar se casaban una sola vez en la vida, y lo hacían por amor o al menos de
libre voluntad por ambas partes. Aun cuando en días posteriores, según revelan
las historias, muchos de los eldar de la Tierra Media se corrompieron y la
sombra que yace sobre Arda les oscureció los corazones, pocas veces hablan las
historias de actos de lujuria entre ellos.
El
matrimonio, excepto en los raros casos de desdicha por extraños destinos, era
un hecho normal en la vida de todos los eldar. Tenía lugar del siguiente modo.
Los futuros desposados podían escogerse el uno al otro durante la temprana
juventud, aún de niños (y de hecho a menudo sucedía así en los días de paz);
pero a menos que deseasen casarse pronto y tuvieran la edad adecuada, los
esponsales aguardaban el juicio de los padres por ambas partes.
En
el debido tiempo el compromiso era anunciado durante una reunión de las dos
casas interesadas, y los prometidos se intercambiaban anillos de plata. Según
las leyes de los eldar, este compromiso había de mantenerse al menos un año, y
a menudo se mantenía más. Durante ese tiempo podía romperse mediante la
devolución pública de los anillos, que se fundían y no se utilizaban para
ningún otro compromiso. Así era la ley; no obstante, el derecho de romper un
compromiso se utilizaba pocas veces, pues es difícil que los eldar se
equivoquen en semejante elección. No son engañados fácilmente por los miembros
de su propio linaje; además, al dominar el cuerpo con el espíritu, pocas veces
se dejan llevar exclusivamente por los deseos del primero, sino que son de
naturaleza firme y continente.
No
obstante, no todos los eldar, aún en Aman, cumplían el deseo de casarse. El
amor no siempre era correspondido, y a veces más de una persona deseaba
desposar a otra. Sobre esto, la única fuente de pesar en la beatitud de Aman,
los valar tenían dudas. Algunos sostenían que procedía de la mácula de Arda, y
de la Sombra en que despertaron los eldar; porque sólo de ella (dicen)
provienen la aflicción y el desorden. Algunos creen que procedía del propio
amor, y de la libertad de cada fëa, y que era un misterio de la naturaleza de
los hijos de Eru.
Después
del compromiso correspondía a los prometidos señalar el momento de los
esponsales, cuando hubiera pasado al menos un año. Entonces el matrimonio se
celebraba con una fiesta, también compartida por las dos casas. Al final de la
fiesta los desposados se adelantaban, y la madre de la novia y el padre del
novio unían las manos de la pareja y los bendecían. Esta bendición tenía una
forma solemne, pero ningún mortal la ha escuchado; sin embargo, los eldar dicen
que la madre nombraba a Varda como testigo y el padre a Manwë; y que también se
pronunciaba el nombre de Eru (algo que en pocas otras ocasiones se hacía). Los
desposados se devolvían entonces los anillos de plata (y los guardaban); pero a
cambio se intercambiaban unos finos anillos de oro, que llevaban en el dedo
índice de la mano derecha.
Entre
los noldor también existía la costumbre de que la madre de la novia entregara
al novio una joya engarzada en una cadena o collar, y el padre del novio diera
a la novia un regalo semejante. Normalmente estos regalos se entregaban antes
de la fiesta. (Así pues, el regalo que le hizo Galadriel a Aragorn, en lugar de
la madre de Arwen, era en parte un regalo de bodas y una prenda de los
esponsales que más tarde se llevarían a cabo). Pero estas ceremonias no eran ritos
necesarios para el matrimonio; sólo eran una graciosa manera de demostrar el
amor de los padres, y de atestiguar que la boda no sólo uniría a los
desposados, sino también a las dos casas. El matrimonio se consumaba con la
unión de los cuerpos, después de lo cual el vínculo indisoluble estaba
completo. En los días felices y en tiempos de paz se consideraba descortés y
ofensivo para la familia la omisión de la ceremonia, pero siempre era válido
que una pareja cualquiera de los eldar, ambos solteros, se casara de libre
consentimiento sin ceremonia ni testigos (salvo el intercambio de bendiciones y
la pronunciación de los nombres); y la unión así realizada era igualmente
indisoluble. En los días de antaño, en tiempos difíciles, en la huida, el
exilio y los viajes, este tipo de esponsales se celebraban a menudo.
Sobre
la concepción y el alumbramiento de los hijos: un año solar o löa pasa
entre la concepción y el nacimiento de un niño elfo[4], de
modo que ambos días son el mismo, o casi, y es el día de la concepción el que
se recuerda año tras año. La mayoría de las veces son días de primavera. Podría
pensarse que, como los eldar no envejecen en cuerpo (según creen los hombres),
pueden tener hijos a cualquier edad de su vida. Pero no es así. Porque los eldar
envejecen de hecho, aunque lentamente: el límite de sus vidas es la vida de
Arda, que aunque mucho más larga que la cuenta de los hombres no es infinita, y
las edades también. Además, su cuerpo y espíritu no están separados, sino
unidos. Según el peso de los años, con los cambios de deseo y pensamiento, se
acumula en el espíritu de los eldar, así cambian los impulsos y el temperamento
del cuerpo.
Esto
es a lo que se refieren los eldar cuando dicen que el espíritu los consume; y
dicen que antes de que Arda acabe todos los eldalië de la tierra se habrán
convertido en espíritus invisibles para los ojos mortales, a menos que deseen
ser vistos por algunos de entre los hombres, en cuyas mentes pueden entrar
directamente.
Dicen
también los eldar que en la concepción de sus hijos, y aún más en el
alumbramiento, se agota una parte mayor de su ser, en cuerpo y mente, que en la
creación de los niños mortales. A esta razón se debía que los eldar engendraran
pocos niños; y también que su época fértil fuera la juventud o la vida
temprana, a menos que extraños y duros destinos cayeran sobre ellos. Pero
cualquiera que fuese la edad en que se casaran, los niños nacían en un plazo de
pocos años después de los esponsales.
Pues
en lo que atañe a la fertilidad el poder y la voluntad no se distinguen en los eldar.
Sin duda conservarían durante muchas edades el poder de engendrar, si la
voluntad y el deseo no estuvieran satisfechos; pero con el ejercicio del poder
el deseo pronto se agota, y la mente se vuelve a otras cosas. La unión amorosa
les proporciona de hecho gran deleite y alegría, y «los días de los hijos»,
como los llaman, permanecen en su memoria como los más alegres de la vida; pero
tienen muchas otras capacidades del cuerpo y de la mente que su naturaleza les
urge a cumplir.
Así
pues, aunque el matrimonio dura para siempre, no necesariamente viven o se
alojan juntos todo el tiempo; pues sin tener en cuenta los azares y las
separaciones de los días de desgracia, la esposa y el esposo, aunque unidos,
siguen siendo personas individuales, cada uno con diferentes dones de mente y
de cuerpo. No obstante, a cualquiera de los eldar le parecería un infortunio
que una pareja unida en matrimonio estuviera separada en el alumbramiento de un
hijo, o durante los cinco primeros años de la infancia de éste. Por esa razón,
si podían, los eldar sólo engendraban niños en los días felices y de paz.
En
todas las cosas no relacionadas con la concepción de los hijos, los neri y las
nissi (es decir, los hombres y las mujeres) de los eldar son iguales, salvo en
que (como ellos mismos dicen) para las nissi la creación de cosas nuevas se
lleva a cabo sobre todo en la formación de sus hijos, de modo que son los neri
quienes se encargan de la mayoría de los inventos y cambios. No obstante, no
hay nada en los eldar que sólo pueda pensar o hacer un nér, ni nada que sólo
preocupe a una nís. En verdad hay algunas diferencias entre las inclinaciones
naturales de los neri y las nissi, y otras diferencias que vienen establecidas
por la costumbre (que varían según el lugar y la época, y las distintas razas
de los eldar). Por ejemplo, el arte de curar, y todo lo relacionado con el
cuidado del cuerpo, es practicado entre los eldar sobre todo por las nissi;
mientras que son los hombres elfos quienes esgrimen las armas en caso de
necesidad. Y los eldar pensaban que el dar muerte, aún por justicia o
necesidad, disminuía la capacidad de curar, y que la virtud de las nissi en
este aspecto se debía más a su ausencia en la caza y en la guerra que a ninguna
capacidad especial innata a la feminidad. De hecho en situaciones límite o
defensa desesperada, las nissi luchaban con valentía, y en los elfos los
hombres y las mujeres que no hubieran dado a luz se diferenciaban menos en
fuerza y rapidez que lo visto en los mortales. Por otro lado, muchos hombres elfos
eran grandes curadores, hábiles en la ciencia de los cuerpos con vida, pero se
abstenían de cazar, y no iban a la guerra a menos que no tuvieran otro remedio.
En
cuanto a otras cuestiones, podemos hablar de las costumbres de los noldor (los
más conocidos en la Tierra Media). Entre los noldor es posible observar que son
sobre todo las mujeres quienes hacen el pan; y las antiguas leyes dicen que la
confección de lembas está reservada a ellas. No obstante, la cocina y la
preparación de otros alimentos es tarea y placer de los hombres. Normalmente
las nissi son más hábiles para el cuidado de campos y jardines, para tocar
instrumentos musicales y para hilar, tejer, modelar adornar todas las telas y
ropas; en cuanto a conocimientos, les gustan sobre todo las historias de los eldar
y de las casas de los noldor; y conservan en la memoria los parentescos y descendencias.
Los neri en cambio son más hábiles como herreros y forjadores, como talladores
de madera y piedra, y como joyeros. Son sobre todo ellos quienes componen
melodías y hacen los instrumentos, o inventan otros; ellos son los principales
poetas y estudiosos de las lenguas, e inventores de palabras.
Muchos
encuentran deleite en los bosques y en las ciencias de la naturaleza, buscando
la amistad de todas las cosas que crecen o viven en libertad. Pero todo esto, y
otras cuestiones de trabajo y divertimiento, o de conocimientos más profundos
sobre el ser y la vida del mundo, son perseguidos a veces por algunos de los noldor,
sean neri o nissi.
II.DE LOS NOMBRES
Esta
es la manera en que se daba nombre a los niños de los noldor. El niño recibía
nombre poco después del nacimiento. El padre tenía el derecho de darle el
primer nombre, y él era quien lo anunciaba a los parientes del niño por ambas
partes. Se lo llamaba, por tanto, nombre paterno, y era el primero que
aparecía cuando más tarde se añadían otros. No se cambiaba nunca, pues no
dependía del niño.
No
obstante, todos los niños de los noldor (en lo que, quizá, se diferenciaban de
los otros eldar) tenían también derecho a darse un nombre a sí mismos. Ahora
bien, la primera ceremonia, el anuncio del nombre paterno, se llamaba Essecarmë
o «Hechura del Nombre». Posteriormente se celebraba otra ceremonia, llamada Essekilmë
o «Elección del Nombre».
Tenía
lugar en una fecha no fijada después de la Essecarmë, pero no podía celebrarse
antes de que el niño fuera capaz de lámatyávë, como los noldor lo
llamaban: es decir, de deleitarse individualmente en los sonidos y las formas
de las palabras. Los noldor eran los más rápidos de todos los eldar en adquirir
el dominio del lenguaje; pero aún entre ellos, antes de al menos el séptimo
año, pocos eran los que alcanzaban la plena conciencia de su lámatyávë
individual, o adquirían un completo dominio del lenguaje heredado y de su
estructura, como para expresar su tyávë dentro de sus limitaciones. La
Essecilmë, por tanto, cuyo objeto era la expresión de esta característica
personal, solía tener lugar al final del décimo año o cerca de entonces.
En
tiempos antiguos el «nombre elegido» o segundo nombre era normalmente
inventado, y aunque se formaba según la estructura de la lengua del momento, a
menudo no tenía un significado anterior. En edades posteriores, cuando los
nombres ya existentes eran muy abundantes, se escogía a menudo de entre los
nombres conocidos. Pero aun así el antiguo nombre podía modificarse.
Ahora
bien, ambos nombres, el nombre paterno y el nombre elegido, eran «nombres
verdaderos», no sobrenombres; pero el nombre paterno era público, mientras
que el nombre elegido era privado, sobre todo cuando se utilizaba solo.
Privado, no secreto.
Los
noldor consideraban los nombres elegidos como propiedad personal, igual que
(por ejemplo) los anillos, tazas, cuchillos u otras posesiones que podían prestar
o compartir con parientes o amigos, pero que no podían tomarse sin permiso. El
uso del nombre elegido, excepto por los miembros de la misma casa (padres,
hermanas y hermanos), era símbolo de gran intimidad y cariño, cuando estaba
permitido. Por tanto, usarlo sin permiso se consideraba presuntuoso o
insultante.
No
obstante, al ser los eldar de naturaleza inmortal dentro de Arda, pero en
absoluto inmutables, podía acaecer que después de un tiempo uno deseara un
nuevo nombre. En ese caso se podía inventar un nuevo nombre elegido. Pero esto
no derogaba el nombre anterior, que seguía siendo parte del «título completo»
de cualquier noldo: es decir, la secuencia de todos los nombres que había ido
adquiriendo a lo largo de su vida. Estos cambios deliberados de nombre elegido
no eran frecuentes. Había otra fuente de la variedad de nombres que tenían los eldar,
que a nosotros, al leer sus historias, puede parecemos increíble. Se daba en
los Anessi: los nombres otorgados (o añadidos). De éstos los más importantes
eran los llamados «nombres maternos».
A
menudo las madres daban a sus hijos nombres especiales que ellas mismas
escogían. Los más notables eran los «nombres perceptivos», essi
tercenyë, o «predictivos», apacenyë. En la hora del
nacimiento, o en alguna otra ocasión o momento, la madre podía dar un nombre a
su hijo, indicando algún rasgo dominante de la naturaleza del niño que ella
percibiera, o alguna predicción de un destino especial. Estos nombres tenían
autoridad y se consideraban nombres verdaderos cuando se daban solemnemente, y
eran públicos y no privados si (como ocurría a veces) se situaban
inmediatamente después del nombre paterno.
Todos
los demás «nombres otorgados» no eran nombres verdaderos, y de hecho
podían no ser reconocidos por la persona a quien se aplicaban, a menos que los
adoptara o se los diera a sí mismo. Los nombres o sobrenombres de este tipo
podían provenir de cualquiera, no necesariamente de un miembro de la misma casa
o familia, en recuerdo de algún hecho o acontecimiento, o como símbolo de algún
rasgo marcado del cuerpo o de la personalidad. Rara vez se incluían en el «título
completo», pero cuando así era, por causa de la extensión de su uso y la
fama, se colocaban al final en alguna forma semejante a las siguientes: «a
quien algunos llaman Telcontar» (es decir, Trancos); o «a veces conocido
como Mormacil» (es decir, Espada Negra).
Los
amilessi tercenyë, o nombres maternos perceptivos, gozaban de alta posición y
normalmente desplazaban, tanto en el ámbito familiar como fuera de él, al
nombre paterno y al nombre elegido, aunque el nombre paterno (y el elegido,
entre aquellos eldar que acostumbraban a usar el essecilmë) seguían siendo los
nombres verdaderos o principales y una parte necesaria de todo «título
completo». Los «nombres perceptivos» se daban sobre todo en los
primeros días de los eldar; en aquel tiempo pasaban más rápidamente a uso
público, pues todavía era costumbre que el nombre paterno de un niño fuera una
modificación del nombre del padre (como Finwë / Curufinwë) o un
patronímico (como Finwion «hijo de Finwë»), De igual modo, el nombre
paterno de una niña a menudo procedía del nombre de la madre.
En
las primeras historias hay ejemplos conocidos de esto. Así, Finwë, el primer
señor de los noldor, llamó a su hijo mayor Finwion; más tarde, cuando se
revelaron sus talentos, se modificó a Curufinwë. Pero el nombre
perceptivo que le dio su madre, Míriel, en la hora de su nacimiento era Fëanor;
«Espíritu de Fuego», y por este nombre lo conocieron todos, y así se lo
llama en las historias. (Se dice también que tomó este nombre como nombre
elegido en honor de su madre, a quien no conoció.) Elwë, señor de los teleri,
fue conocido por el anessë o nombre otorgado Sindicollo, «Capagrís»,
y de ahí que en días posteriores fuera llamado Elu Thingol, la forma en
la lengua sindarin. De hecho Thingol fue el nombre que la gente más
utilizó para él, a pesar de que Elu o Eluthingol era su título
verdadero en su reino.
III.DE LA MUERTE Y LA SEPARACIÓN DE FËA Y HRÖA
Hay
que tener en cuenta que todo lo que hasta aquí se ha dicho acerca del
matrimonio eldarin se refiere a su camino y naturaleza correctos en un mundo
inmaculado, o a las costumbres de aquellos que no han sido corrompidos por la
Sombra, en días de paz y orden. Pero no hay nada, como se ha dicho, libre por
completo de la Sombra que yace sobre Arda o totalmente inmaculado, y que siga
sin estorbo el camino correcto. En los Días Antiguos y en las edades anteriores
al dominio de los hombres hubo tiempos de gran turbación y muchos pesares y
desgracias; y la muerte afligió a todos los eldar, como a todas las criaturas
vivientes de Arda salvo sólo a los valar: porque la forma visible de los valar
proviene de su propia voluntad y respecto a su verdadero ser es más como las
vestiduras escogidas por elfos y hombres que a sus cuerpos.
Ahora
bien, los eldar son por naturaleza inmortales dentro de Arda. Pero si un fëa (o
espíritu) habita en el hröa (o forma corpórea) que él no ha escogido,
sino que le ha sido impuesto, y está hecho de la misma carne y sustancia que la
propia Arda, la fortuna de esa unión será vulnerable a los males que hieren a
Arda, aunque la unión sea de naturaleza y propósito permanente. Porque a pesar
de la unión, que es de tal naturaleza inmaculada que ninguna persona viva puede
encarnarse sin fëa o sin hröa, el fëa y el hröa no son la misma cosa; y
a pesar de que ninguna violencia exterior es capaz de destrozar o desintegrar
al fëa, el hröa puede resultar herido y destrozado por completo.
Si
entonces el hröa es destruido, o herido y pierde la salud, tarde o temprano «muere».
Es decir, se hace doloroso para el fëa vivir en el hröa, que ha dejado de ser
un apoyo para la vida y la voluntad de uso placentero así que el fëa lo
abandona, y al ver terminada su función la unión se rompe y él regresa al orma
general de Arda. El fëa se queda entonces sin hogar, y se hace invisible
para los ojos del cuerpo (aunque otros fëar pueden percibirlo con claridad).
Esta
destrucción del hröa, que causa la muerte o expulsión del fëa, fue pronto
conocida por los eldar inmortales cuando despertaron en el Reino de Arda,
maculado y ensombrecido. De hecho en aquellos primeros días la muerte llegaba
más deprisa; porque sus cuerpos eran menos distintos de los cuerpos de los hombres,
y el dominio de los espíritus sobre ellos no estaba tan conseguido.
No
obstante, ese dominio fue siempre mayor de lo que nunca lo ha sido entre los hombres.
Desde sus orígenes la principal diferencia entre los elfos y los hombres radica
en el destino y en la naturaleza de sus espíritus. Los fëar de los elfos
estaban destinados a morar en Arda durante toda la vida de Arda, y la muerte de
la carne no abrogaba ese destino. Por tanto, sus fëar se aferraban con
tenacidad a la vida «en las galas de Arda», y el poder que ejercían
sobre estas «galas» sobrepasaba con mucho al de los espíritus de los hombres,
aún desde los primeros días, protegiendo a los cuerpos de muchos males y
ataques (como la enfermedad), y sanándolos rápidamente de las heridas; en
consecuencia, los elfos se recuperaban de heridas que habrían sido fatales para
los hombres.
Con
el paso de las edades el dominio de los fëar aumentaba, «consumiendo»
los cuerpos (tal como se ha observado). El final de este proceso es el
marchitamiento, como lo han llamado los hombres; porque al final el cuerpo se
convierte en un mero recuerdo sostenido por el fëa; a este final se ha llegado
en muchas regiones de la Tierra Media, de modo que los elfos son en verdad
inmortales y no pueden cambiar o ser destruidos.
Así
pues, cuanto más retrocedemos en las historias, tanto más leemos de la muerte
de los elfos de antaño; y en los días en que las mentes de los eldalië eran
jóvenes y todavía no habían despertado del todo la muerte de los elfos les
parecía poco distinta de la muerte de los hombres.
¿Qué
le ocurría entonces al fëa sin hogar? Los elfos no conocían por naturaleza la
respuesta a esta pregunta. En el principio (según sus registros) creían, o
adivinaban, que «entraban en la Nada» y acababan como otras criaturas
vivientes que conocían, como un árbol caído o quemado. Otros suponían más oscuramente
que pasaban al «Reino de la Noche» y al poder del «Señor de la Noche».
Es evidente que estas opiniones procedían de la Sombra en que despertaron; y
fue para liberarlos de las sombras de su mente, más que de los peligros de la
Arda maculada, por lo que los valar quisieron llevarlos a la Luz de Aman.
En
Aman aprendieron de Manwë que cada fëa era imperecedero dentro de la vida de
Arda, y que su destino era habitar en Arda hasta el final. Por tanto, los fëar
que en la mácula de Arda eran separados en contra de su naturaleza de sus hröar
permanecían aún en Arda y en el Tiempo. Pero en ese estado estaban abiertos a
las instrucciones y órdenes directas de los valar. Tan pronto como se separaban
del cuerpo eran convocados a abandonar los lugares donde vivieron y murieron
para ir a las «Estancias de la Espera»: Mandos, en el reino de los valar.
Si obedecían al llamamiento tenían varias alternativas. El intervalo de tiempo
que pasaban en las Estancias de la Espera dependía en parte de la voluntad de
Námo el juez, señor de Mandos, en parte de su propia voluntad. La opción más
afortunada, creían ellos, era renacer después de la Espera, para enderezar el
mal y el dolor que habían sufrido por la interrupción de su vida natural.
IV.DEL RENACIMIENTO Y OTROS DESTINOS DE LOS
HUÉSPEDES DE MANDOS
Ahora
bien, sostienen los eldar que cada niño elfo recibe un nuevo fëa, distinto de
los fëa de sus padres (excepto en que pertenece al mismo orden y a la misma
naturaleza); y que este fëa, o bien no existía antes del nacimiento, o bien es
el fëa de alguien renacido.
Creen
que el nuevo fëa, y, por lo tanto, todos los fëar en el principio, provienen
directamente de Eru y de más allá de Ëa. Por tanto muchos de ellos sostienen
que no puede afirmarse que el destino de los elfos está confinado dentro de
Arda para siempre y que acabará con ella. Esta última opinión procede de sus
propios pensamientos, pues los valar, al no haber participado en la creación de
los hijos de Eru, no conocen por entero los propósitos de Eru para ellos, ni el
final definitivo que les prepara.
No
obstante, no llegaron a esa idea en seguida o sin desacuerdo. En su juventud,
cuando tenían pocos conocimientos y poca experiencia y no habían sido
instruidos por los valar (o no habían acabado de comprenderlos), muchos creían
aún que en la creación de su especie Eru les había entregado parte de su poder:
el de engendrar hijos en todo parecidos a ellos, en cuerpo y en espíritu; y que
por tanto el fëa de un niño provenía de sus padres, al igual que el hröa.
No
obstante, algunos disentían, diciendo: «En verdad una persona viva puede
parecerse a sus padres, como una mezcla de los dos, en cierto grado; pero lo
más razonable es atribuir este parecido al hröa. Durante la primera juventud es
más fuerte y evidente, cuando el cuerpo domina y más se parece al cuerpo de sus
padres». (Esto es cierto en todos los niños elfos.) «Pero en todos los
niños, aunque en algunos puede estar más marcado y manifestarse antes, hay una
parte del carácter que no proviene de los padres, de los que puede ser muy
distinto. Lo más razonable es atribuir esta diferencia al fëa, nuevo y distinto
de los padres; porque se hace más evidente y fuerte con el paso del tiempo,
cuando aumenta el dominio del fëa.»
Más
adelante, cuando los elfos supieron del renacimiento a este argumento se
añadió: «Si los fëar de los niños procedieran de los padres y fueran como
los suyos, el renacimiento sería innatural e injusto, porque privaría a los
segundos padres, sin su consentimiento, de la mitad de su parentesco,
introduciendo en su familia un niño medio extraño». No obstante, la antigua
opinión no desapareció por completo. Porque todos los eldar, conscientes del
hecho por sí mismos, decían que en la concepción y el alumbramiento gran parte
de su energía, tanto de cuerpo como de mente, pasaba a sus hijos. Por tanto
sostienen que el fëa, aunque no es engendrado, se nutre de los padres antes del
nacimiento del niño; directamente del fëa de la madre mientras lleva y alimenta
al hröa, y a través de ella pero igualmente del padre, cuyo fëa está unido al
de la madre y lo apoya. Por esta razón todos los padres deseaban vivir juntos
durante el año de embarazo, y consideraban la separación en esta época como una
desgracia que privaba al niño de una parte de sus padres. «Porque—decían—,
aunque la distancia no rompe la unión en matrimonio de los fëar, en las
criaturas que viven como espíritus encarnados el fëa sólo está en íntima
comunión con el fëa cuando los cuerpos viven juntos.»
Un
fëa sin hogar que escogiera o pudiera volver a la vida se reencarnaba en el
mundo mediante el nacimiento de un niño. Sólo de esta manera podía regresar.
Porque no hay duda de que la provisión de un hogar corpóreo para un fëa, y la
unión del fëa con el hröa, era asignada por Eru a los hijos y se llevaba a cabo
en el acto de la concepción.
En
cuanto al renacimiento, no era una opinión, sino un hecho conocido y cierto.
Porque el fëa renacido se convertía en un niño de verdad, y gozaba una vez más
toda la maravilla y la novedad de la infancia; pero poco a poco, y sólo después
de haber adquirido conocimiento del mundo y dominio sobre sí mismo, despertaba
su memoria; hasta que, cuando el elfo renacido había alcanzado el máximo
desarrollo, recordaba toda su vida anterior, y entonces la antigua vida, la «espera»,
y la nueva vida se convertían en una historia y una identidad ordenadas. Esta
memoria conservaría, pues, una doble alegría de la infancia, y también una
experiencia y un conocimiento mayores que los años del cuerpo. De este modo la
violencia o el dolor que había sufrido el renacido se enderezaban y enriquecían
el ser. Porque los renacidos son alimentados dos veces, y tienen dos padres y
dos madres, y dos recuerdos de la alegría del despertar y el descubrimiento del
mundo de los vivos y el esplendor de Arda. Por tanto, su vida es como un año
con dos primaveras y aunque una escarcha prematura siguió a la primera, la
segunda y todo el verano posterior fueron más hermosos y bienaventurados.[5]
Dicen
los eldar que rara vez hay registros de más de un renacimiento. Pero las
razones de esto no son conocidas del todo. Quizá venga decretado así por la
voluntad de Eru, porque los renacidos (dicen) son más fuertes, al tener más
dominio sobre el cuerpo y resistir mejor el dolor. Pero hay muchos, sin duda,
de los que han vivido dos veces que no desean regresar.
El
renacimiento no es el único destino de los fëar sin hogar. La Sombra de Arda no
sólo causaba desgracias y heridas al cuerpo. Podía corromper la mente, y
aquellos de los eldar que tenían el espíritu oscurecido cometían acciones
innaturales, y eran capaces de experimentar el odio y la maldad. No todos los
que morían sufrían sin culpa alguna. Además, algunos fëar, por pesar o fatiga,
abandonaban la esperanza y apartándose de la vida renunciaban al cuerpo, aunque
podrían haber sanado o ni siquiera estaban heridos. Pocos de ellos deseaban
renacer más tarde, al menos no hasta después de una larga «espera»;
algunos no volvían nunca. De los otros, los que obraban mal, muchos permanecían
en «espera» durante mucho tiempo, y a otros no se les permitía retomar
sus vidas. Porque había, para todos los fëar de los muertos, un tiempo de
Espera en que, comoquiera que hubieran muerto, eran corregidos, instruidos,
fortalecidos o confortados, de acuerdo con sus necesidades o merecimientos.
Siempre que así lo desearan. Pero el fëa es persistente en su desnudez, y
conserva durante mucho tiempo la carga de los recuerdos y los viejos propósitos
(sobre todo si fueron malvados).
Los
que sanaban podían renacer, si así lo deseaban: nadie renacía o era enviado de
vuelta en contra de su voluntad. Los otros permanecían como fëar incorpóreos,
porque así lo deseaban o porque así se había decretado, y sólo podían observar
el despliegue de la Historia de Arda desde lejos, sin intervenir desde dentro.
Porque
Mandos decretó que sólo aquellos que fueran devueltos a la vida podrían actuar
en Arda o comunicarse con los fëar de los vivos, aún con aquellos que en el
pasado les fueron queridos.
Acerca
del destino de los otros elfos, especialmente de los elfos oscuros que no
acudieron al llamamiento de Aman, poco saben los eldar. Los renacidos dicen que
en Mandos hay muchos elfos, y entre ellos muchos de los alamanyar, pero que en
las Estancias de la Espera hay poco contacto entre los dos linajes, o aún entre
un fëa y otro. Porque el fëa sin hogar es solitario por naturaleza, y sólo se
vuelve, quizá, hacia aquellos con quienes en vida estuvo unido por fuertes
lazos de cariño. El fëa es singular y en absoluto inamovible. No puede ser
llevado a Mandos. Es convocado, y el llamamiento procede de una autoridad
justa, y es imperativa; no obstante, puede ser rechazada. Entre los que
rechazaron el llamamiento (o más bien invitación) de los valar a Aman en los
primeros años de los elfos, es frecuente el rechazo del llamamiento de Mandos y
las Estancias de la Espera, dicen los eldar. Sin embargo, era menos común en
los días antiguos, cuando Morgoth estaba en Arda, o su siervo, Sauron, después
que él; porque entonces el fëa incorpóreo huía aterrorizado de la Sombra a
cualquier refugio, a menos que hubiera caído en la Oscuridad y estuviera bajo
su dominio. De igual modo aún entre los eldar había algunos que habían sido
corrompidos y rechazaban el llamamiento, y entonces poco podían hacer para
resistirse al contrallamamiento de Morgoth. Pero parecería que en estos días
posteriores cada vez más elfos que se quedaron en la Tierra Media, sean de
origen eldalië o de otros linajes, rechazan el llamamiento de Mandos y yerran
sin hogar por el mundo, reacios a abandonarlo e incapaces de vivir en él,
frecuentando árboles, manantiales o lugares ocultos que antes conocían. No
todos ellos son bondadosos o se han mantenido apartados de la Sombra. De hecho
el rechazo del llamamiento es en sí mismo un signo de mancha.
Es
por tanto insensato y peligroso, además de constituir una acción malvada,
prohibida con justicia por quienes fueron designados Regentes de Arda, que los vivos
intenten comunicarse con los incorpóreos, aunque los espíritus sin hogar así
pueden desearlo, especialmente los más indignos de entre ellos. Porque los incorpóreos,
errantes por el mundo, son los que por último rechazaron el camino a la vida y
permanecieron lamentándose y compadeciéndose de ellos mismos.
Algunos
están llenos de amargura, agravio y envidia. Algunos fueron esclavizados por el
Señor Oscuro y todavía trabajan para él, aunque él se ha ido. No dirán verdades
ni hablarán con sabiduría. Llamarlos es una locura. Intentar dominarlos y
convertirlos en los siervos de la propia voluntad es malvado. Estas prácticas
son propias de Morgoth, y los nigromantes pertenecen a la hueste de Sauron, su
sirviente.
Algunos
dicen que los sin hogar desean tener cuerpo, aunque no están dispuestos a
buscarlo como es debido, sometiéndose al juicio de Mandos. Los malvados de
entre ellos tomarán un cuerpo si pueden, con métodos ilegítimos. El peligro de
comunicarse con ellos radica por tanto no sólo en ser engañado con fantasías y
mentiras: también hay peligro de quedar destruido.
Porque
si es admitido en la amistad de los vivos, un sin hogar hambriento puede
intentar expulsar al fëa de su cuerpo; y en la lucha por el dominio del cuerpo
éste puede resultar gravemente herido, aun cuando no le sea arrebatado a su
dueño legítimo. El sin hogar puede también pedir un refugio, y si le es concedido
intentará esclavizar al anfitrión y utilizar su cuerpo y voluntad para sus
propios propósitos. Se dice que Sauron lo hacía, y que enseñó a sus seguidores
cómo conseguirlo.
[Así
pues, puede verse que todos aquellos que en días posteriores sostienen que los elfos
son peligrosos para los hombres y que intentar conversar con ellos es insensato
y malvado no hablan sin razón. Porque, podemos preguntarnos, ¿cómo distinguirá
un mortal entre las dos especies? Por una parte, los sin hogar, al menos
rebeldes ante los Regentes y quizás aún más entregados a la Sombra; por la
otra, los que no se fueron, cuyas formas corpóreas son invisibles para nosotros
los mortales, o visibles sólo débil e irregularmente. No obstante, en verdad la
respuesta no es difícil.
El
mal es una misma cosa en los elfos y en los hombres. Aquellos que dan mal
consejo, o hablan contra los Regentes (o si se atreven, contra el Único), son
malvados, y deberían ser rehuidos, corpóreos o incorpóreos. Además, los que no
se fueron no están sin hogar, aunque pueda parecerlo. No desean tener cuerpo,
ni buscan refugio, ni intentan dominar el cuerpo o la mente. De hecho no buscan
contacto con los hombres en absoluto, excepto quizás alguna vez, ya sea para
realizar algún bien o porque perciban en el espíritu de un hombre algún amor
por las cosas antiguas y hermosas. Entonces pueden revelar su forma ante él
(mediante el trabajo exterior de su mente, quizá), y él contemplará su belleza.
Ante ellos puede no sentir miedo, aunque sí un temor reverencial. Porque los sin
hogar no tienen forma que revelar, y aunque fueran capaces de fingir formas
élficas, engañando a las mentes de los hombres con fantasías, estas visiones se
empañarían con el mal de sus propósitos. Porque los corazones de los verdaderos
hombres se elevan de gozo al contemplar el aspecto verdadero de los primeros
nacidos, sus hermanos mayores; y esta alegría no puede provenir de ningún mal.
Así habló Ælfwine.[6]]
V.DE LA SEPARACIÓN DEL MATRIMONIO
Mucho
se ha dicho acerca de la muerte y el renacimiento entre los elfos. Podemos
preguntamos: ¿en qué afectan éstos al matrimonio? Al ser la muerte y la
separación del cuerpo y el espíritu uno de los males de Arda Maculada, sucedía
inevitablemente que a veces la muerte se interponía entre una pareja unida en
matrimonio. Entonces los eldar dudaban, porque era una desgracia innatural. El
matrimonio permanente concordaba con la naturaleza élfica y nunca necesitaron
de leyes para aprenderlo o imponerlo; pero si un matrimonio «permanente»
se rompía, como cuando un miembro de la pareja resultaba muerto, no sabían qué
hacer o pensar.
En
este asunto acudieron a Manwë en busca de consejo, y, como se cuenta en el caso
de Finwë, señor de los noldor, Manwë pronunció su resolución por boca de Námo
Mandos, el juez.
«El
matrimonio de los eldar—dijo—es por y para los vivos, y hasta el final de la
vida. Al ser los elfos por naturaleza permanentes en la vida dentro de Arda,
también lo es su matrimonio sin mácula. Pero si la vida se interrumpe o acaba,
igual debe acabar el matrimonio. Ahora bien, el matrimonio atañe principalmente
al cuerpo, pero no es sólo del cuerpo, sino del cuerpo y el espíritu juntos,
porque empieza y se sostiene en la voluntad del fëa. Por tanto, cuando uno de
los miembros de un matrimonio muere el matrimonio no acaba, sino que queda en
suspenso. Porque los que se unieron están ahora separados, pero su unión sigue
siendo una unión de voluntad.
»¿Cómo
puede entonces acabar un matrimonio y disolverse la unión? Porque mientras esto
no ocurra no puede haber un segundo matrimonio. Según la ley natural de los elfos,
los neri y las nissi son iguales y la unión sólo será de uno con uno. Está
claro que sólo puede acabar por el fin de la voluntad, que debe provenir de los
muertos, o por decreto. Por el fin de la voluntad, cuando los muertos no
quieran volver jamás a la vida en el cuerpo; por decreto, cuando no se les
permita volver. Porque una unión que ha de durar toda la vida de Arda se
disuelve si no puede continuar durante la vida de Arda.
»Decimos
que la disolución debe provenir de los muertos, porque los vivos no pueden
obligarlos a seguir así para sus propios propósitos, ni negarles el
renacimiento, si ellos lo desean. Y debe entenderse sin dejar lugar a dudas que
cuando los muertos declaran solemnemente la voluntad de no volver y ésta es
ratificada por Mandos, la voluntad se convierte entonces en decreto: los muertos
no podrán jamás volver a la vida del cuerpo.»
Los
eldar preguntaron entonces: «¿Cómo conoceremos la voluntad o el decreto?» La
respuesta fue: «Sólo mediante la intervención de Manwë y el pronunciamiento de
Námo. En esta cuestión ninguno de los eldar podrá juzgar su propio caso. Porque
¿quién de entre los vivos conoce los pensamientos de los muertos, o puede
predecir el decreto de Mandos?»
Sobre
este pronunciamiento de Mandos, llamado el «Decreto de Finwë y Míriel»
por razones que se darán más adelante, hay muchas observaciones donde se
explican algunos puntos que surgen de su estudio, algunas de los valar, otras
razonadas posteriormente por los eldar. De éstas las más importantes se añaden
aquí.
Se
preguntó: «¿Qué significa que el matrimonio atañe principalmente al cuerpo,
pero es tanto del espíritu como del cuerpo?»
La
respuesta fue: «El matrimonio atañe principalmente al cuerpo, porque se consuma
con la unión de los cuerpos y su primer propósito es la concepción de los
cuerpos de los hijos, aun cuando llega más allá y tiene otras funciones. Y la
unión de los cuerpos en matrimonio es única y no se parece a ninguna otra,
mientras que la unión de los fëar en matrimonio no es tan distinta de otras
uniones de amor y amistad en tipo como en intimidad y permanencia, que en parte
se debe a la unión de los cuerpos y a la vida juntos.
»No
obstante, el matrimonio también atañe a los fëar. Porque los fëar de los elfos
son por naturaleza masculinos o femeninos, no sólo los hröar: Y el principio
del matrimonio radica en la afinidad de los fëar; y en el amor que de ella
resulta. Y este amor lleva parejo, desde el momento en que despierta, el deseo
del matrimonio, y por tanto es similar pero no igual en todos los aspectos a
otros sentimientos de amor y amistad, aún aquellos entre elfos de naturaleza
masculina y femenina que no tienen esa inclinación. Por tanto se puede decir
que, aunque consumado por el cuerpo y con él, el matrimonio procede del fëa y
en última instancia reside en su voluntad. Por esta razón no puede acabar, como
se ha dicho, mientras la voluntad permanezca».
Se
preguntó: «Si los muertos vuelven con los vivos, ¿están los viudos todavía
casados? ¿Y cómo puede ser, si el matrimonio atañe principalmente al cuerpo y
el cuerpo de una parte de la unión es destruido? ¿Puede casarse otra vez el
viudo, si así lo desea? ¿O no importa si lo desean o no?»
La
respuesta fue: «Se ha dicho que el matrimonio reside en última instancia en la
voluntad de los fëar. También la identidad de la persona reside completamente
en el fëa, y el que renace es la misma persona que el que murió. El propósito
de la gracia del renacimiento es enderezar la interrupción innatural de la
continuidad de la vida, y ninguno de los muertos puede renacer a no ser que
desee retomar su vida anterior y continuarla. En verdad no pueden escapar de
ella, pues los renacidos no tardan en recuperar la memoria de todo su pasado.
»Si
el matrimonio no acaba mientras el muerto permanezca en las Estancias de la
Espera, en la esperanza o el propósito de regresar, sino que sólo está en
suspenso, ¿cómo acabará entonces, cuando el fëa regrese a la tierra de los
vivos?
»Pero
aquí aparece un problema, que nos demuestra que la muerte es algo innatural.
Puede ser corregida, pero no puede, mientras Arda perdure, deshacerse por
completo como si no hubiera existido. Es imposible predecir todo lo que pasará
a medida que los eldar envejezcan.
La
respuesta fue: Se ha dicho que el matrimonio reside en última instancia en la
voluntad del fëa. También la identidad de la persona reside en el fëa; con el
tiempo, los muertos que regresan recobran todos los recuerdos del pasado; lo
que es más, aunque el cuerpo no es más que una vestidura y el cambio de cuerpo
afectará sin duda a los renacidos, el fëa lo domina, y los renacidos llegarán a
parecerse tanto a su antiguo ser que todos aquellos que los conocieron antes de
la muerte sabrán quiénes son, y antes que nadie su anterior compañero. No
obstante, puesto que el matrimonio atañe al cuerpo y un cuerpo ha perecido,
pueden volver a casarse, si así lo desean. Porque sucede que habrán regresado
al estado de su vida anterior en que los impulsos de sus fëar los hacían desear
el matrimonio. Y lo desearán, sin duda alguna. Porque la constancia de los fëar
de los eldar incorruptos les harán desearlo; y a ninguno de los muertos le
permitirá renacer Mandos si no es porque desee retomar la vida en continuidad
con el pasado. Pues el propósito del tiempo de Espera en Mandos es remediar la
ruptura innatural de la vida de los eldar, aunque esto no puede deshacerse o
hacerse sin efectos sobre Arda. De ahí también se sigue, por tanto, que los muertos
renacerán en un lugar y tiempo tales que sean reconocidos por los que amaron y
no haya estorbos al matrimonio.
A
esto los eldar añaden: «Esto significa que el cónyuge renacido no aparecerá
entre la familia cercana del cónyuge vivo; de hecho el renacido aparece por lo
general entre su propia familia anterior, a menos que las circunstancias de
Arda hayan cambiado tanto que el encuentro con el viudo fuera así improbable.
Porque el propósito principal del fëa que desea renacer es reunirse con su
pareja y sus hijos, si los tuvo en vida. El renacido soltero siempre vuelve con
su propia familia». Porque los matrimonios de los eldar no se celebran entre «parientes
cercanos». De nuevo es una cuestión para la que no necesitaban de leyes o
enseñanzas, sino que actuaban por naturaleza; no obstante, más tarde dieron una
explicación, diciendo que se debía a la naturaleza del cuerpo y al proceso de
procreación, pero también a la naturaleza de los fëar.
«Porque—dijeron—,
los fëar también están emparentados, y el sentimiento amoroso que los une, como
por ejemplo a un hermano y a una hermana, no es del mismo tipo que el que marca
el principio del matrimonio». Por «parientes cercanos», a estos
propósitos, entendían los miembros de una misma casa, especialmente hermanos y
hermanas.
Ninguno
de los eldar los desposaba en línea directa de descendencia, ni los hijos de
los mismos padres, ni la hermana o el hermano de uno de los padres; tampoco
desposaban «medio-hermanos» o «medio-hermanas». Como se ha dicho,
sólo en contadas ocasiones los eldar se casaban por segunda vez, así que los
términos medio-hermana o medio-hermano no tenían para ellos un significado especial:
los utilizaban cuando ambos padres de alguien estaban emparentados con ambos
padres de otro, como cuando dos hermanos se casaban con dos hermanas de otra
familia, o una hermana y un hermano de una se casaban con un hermano y una
hermana de otra, algo que ocurría a menudo. Por lo demás, los «primos
hermanos», como los llamaríamos nosotros, podían casarse, pero rara vez lo
hacían o lo deseaban, a menos que uno de los padres de cada uno fuera de
familia muy lejana. Difícilmente será de otra manera cuando ambos cónyuges sean
asesinados o mueran: se casarán de nuevo a su debido tiempo después de renacer,
a menos que deseen permanecer juntos en Mandos.
Se
preguntó: ¿Por qué deben los muertos permanecer en Mandos para siempre, si el
fëa consiente en concluir el matrimonio? ¿Y cuál es ese Decreto del que habla
Mandos?
La
respuesta fue: Las razones hay que buscarlas en lo que ya se ha dicho. El
matrimonio es para toda la vida, y por tanto no puede acabar, a no ser que lo
interrumpa una muerte sin retorno. No acaba mientras hay esperanza o propósito
de regresar, y en consecuencia el vivo no puede casarse otra vez. Si al vivo se le permite volver a casarse, entonces por
decreto de Mandos no se permitirá el regreso del muerto. Porque, como se ha explicado, el renacido es la misma persona que antes de
morir y regresa para retomar y continuar su vida anterior. Pero si su pareja
anterior ha vuelto a casarse, no sería posible, y un gran dolor e incertidumbre
afligiría a las tres partes. Los decretos de Mandos son de tres tipos. Anuncia
las decisiones de Manwë, o del consejo de los valar, que así dichas son
obligatorias para todos, aún para los valar: por esta razón transcurre un
tiempo entre la toma de la decisión y el decreto. De igual modo pronuncia las
decisiones y propósitos de quienes están bajo su jurisdicción, los muertos, en
importantes asuntos que afectan a la justicia y el orden correcto de Arda; así,
estas decisiones se convierten en «leyes» también, aunque atañen sólo a
personas o casos particulares, y Mandos no permitirá que sean revocadas o
violadas: por esta razón también debe pasar un tiempo entre la decisión y el
decreto. Y por último están los decretos de Mandos que provienen de Mandos
mismo, como juez de materias que le corresponden según lo dispuesto en el
principio. Mandos es quien dictamina lo que está bien y lo que está mal, quién
es inocente y quién culpable (y todos los grados de culpabilidad e inocencia
mezcladas) en las desgracias y malas acciones que acaecen en Arda. Todos
aquellos que acuden a Mandos son juzgados según sean inocentes o culpables, en
la muerte y en todas las otras acciones y propósitos de la vida en el cuerpo; y
Mandos designa el modo y el tiempo de espera de cada uno, según su juicio. Pero
los decretos de estas cuestiones no se pronuncian apresuradamente; incluso el
más culpable es puesto a prueba largo tiempo, por si puede sanar o corregirse,
antes de dar un juicio final (como no volver jamás entre los vivos). De ahí que
se dijera: «¿Quién de entre los vivos puede predecir los juicios de Mandos?»
A
esto los eldar añaden: «Se habla de muerte inocente o culpable, porque toda
responsabilidad de incurrir en este mal (sea obligando a otros a matar para
defenderse de un ataque injusto, sea por imprudencia o por vanagloriarse
estúpidamente, sea por darse muerte uno mismo o expulsar intencionadamente el
fëa del cuerpo) se considera una falta. Ahora bien, el abandono de la vida se
considera una buena razón para que el fëa se quede entre los muertos y no
regrese, a menos que cambie la voluntad del fëa. Cuando la culpa es por otras
cuestiones, poco se sabe de los tratos de Mandos con los muertos. Por distintas
razones: Porque aquellos que han llevado a cabo grandes males (que son pocos)
no regresan. Porque aquellos que han sido corregidos por Mandos no quieren
hablar de ello, y de hecho tras la curación poco recuerdan; pues han vuelto a
su camino natural, y en sus vidas ya no queda nada innatural o pervertido.
También porque, como se ha dicho, aunque todos los que mueren son convocados a
Mandos, los fëar de los elfos pueden rechazar el llamamiento, y no hay duda de
que muchos de los espíritus más desgraciados o corruptos (sobre todo los de los
elfos oscuros) lo rechazan, y así se hacen más malvados, o al menos yerran sin
hogar y sin cura, sin esperanza de regreso. No así escapan al juicio para
siempre; porque Eru permanece y está por encima de todo».(…)
VIII.DEL CRECIMIENTO Y PASO DEL TIEMPO DE LOS ELDAR
LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA
I.JUVENTUD Y CRECIMIENTO DE LOS ELDAR[7]
Cuando los quendi eran «jóvenes en Arda», durante sus primeras
generaciones, antes de la Gran Marcha, y sobre todo en las primeras seis
generaciones tras el Despertar, eran más parecidos a los hombres. Sus hröar
(cuerpos) tenían gran vigor, y dominaban; y los placeres del cuerpo en todas
sus variantes constituían su principal interés. Sus fëar (espíritus)
habían empezado a despertar plenamente, a crecer y ser conscientes de sus
poderes e intereses, y de su preeminencia.
Por
ello (lo cual era necesario, y así dispuesto para ellos) se ocupaban más del
amor y del engendramiento de hijos que en tiempos posteriores. Además, por
entonces el engendramiento de los hijos les restaba menos vigor o «juventud».
No
es que su ritmo natural de crecimiento y de vida fuera diferente, pero en sus
primeros días lo usaban de otra manera. La vida natural de los quendi consistía
en crecer rápido (en función de su especie) hasta llegar a la madurez corporal,
y después permanecer en pleno vigor durante muchos años, hasta que los
movimientos y deseos de sus fëar se impusieran, y sus hröar empezaran a menguar.
El «crecimiento» y la «vida» quendianos pueden compararse con los de los
hombres, siempre recordando que (a) su ritmo de «desgaste» era más lento que el humano, sobre todo tras
alcanzar la madurez, y (b) que cuando los quendi hablaban del «menguar» de sus cuerpos no
querían decir que se volviesen decrépitos o que sintieran la proximidad de la
senilidad o de la muerte.
Los
eldar distinguían entre olmië y coivië. Lo primero era el período o proceso de su «crecimiento» desde su concepción hasta la madurez de sus cuerpos, que se alcanzaba doce
veces más
rápido que el coivië. Lo segundo era el proceso de «vivir» o «perdurar
en Arda»,
y de adquirir habilidades, conocimientos y sabiduría.(…)[8]
(…)Los
individuos se percataban inmediatamente de la llegada de la madurez, y se daba
pocas variaciones. También (en tiempos de paz) era algo reconocido por las
familias y comunidades élficas, y se celebraba con una ceremonia en la que se
proclamaba el Essekilmë o la «elección de nombre» personal.
Sin
embargo, el comienzo del «menguar» al final de la juventud era difícil de apreciar, y variaba mucho más.
De hecho, su principal señal consistía en el fin de cualquier deseo de
engendrar o tener hijos (pero no de la potencia física hasta después de muchos
años). Su llegada y el proceso eran variables por muchas razones. Difería de
manera natural en función del vigor, la constitución y el carácter de los
individuos. También, entre los quendi, estaba más influido por el engendramiento
y por el nacimiento de los hijos.(…)
(…)En
cuanto al engendramiento y los embarazos: este proceso puede comenzar
naturalmente cuando se alcanza la madurez. Así era al comienzo de los quendi;
pero enseguida los demás intereses de sus seres, tras el despertar de sus fëar,
comenzaban a ocupar sus pensamientos incluso en su juventud más temprana. (…)
(…)El
número de hijos engendrados por una pareja casada se veía influido por
los caracteres (mentales y físicos) de los dos. Pero también dependía de las
vicisitudes de la vida y de la «edad» a la que comenzase el matrimonio, sobre todo la edad de la elfa.[9](…)
(…)Tras
el nacimiento de un hijo, siempre se tomaba «un tiempo de reposo», y también tendía a ser
cada vez más largo.(…)
(…)El
cumplimiento de órdenes malvadas, aparte de los sufrimientos derivados de la
esclavitud y los tormentos, claramente desgastaba la «juventud» y la vitalidad de los desafortunados elfos que cayeron bajo el poder de
la Sombra, pero este mal, y la consiguiente disminución, no se transmitían a la
siguiente generación.(…)
(…)El
único efecto apreciable en los eldar por haber residido en Aman parece haber
sido el siguiente: en el gozo y salud de Aman, sus cuerpos se mantuvieron en
pleno vigor, y fueron capaces de soportar el enorme crecimiento de
conocimientos y ardor de sus espíritus sin un menguar apreciable (excepto en
casos muy especiales, como el de Míriel).(…)
(...)Pero bajo el sol (fuera de las bóvedas de Arda), el crecimiento de todos los eldar se había acelerado, aunque (al principio) no perdiesen apenas nada de su vigor y salud en aquel momento. Por lo tanto, alcanzaban la madurez 10 veces más rápido [en la Tierra Media], o llegaban a 20 cuando solo tenían 20 años [solares]; después mantuvieron este vigor envejeciendo solo a una ratio de 100 años=1 año de vida.
II.CICLOS DE VIDA
ÉLFICOS
Las vidas élficas deben estructurarse
en ciclos. Conseguían su longevidad mediante una serie de renovaciones.
Tras el nacimiento, con la llegada de la madurez y los primeros síntomas
del envejecimiento, comenzaban un período de tranquilidad en el
que se «retiraban» por un tiempo, si era posible, y emergían
del mismo físicamente renovados a un estado de salud parecido al de su primera
madurez. (Sin embargo, sus conocimientos y sabiduría seguían progresivamente acumulativos.)(…)
(…)El
«menguar» se manifestaba de la
siguiente manera:
1. Los períodos de actividad y pleno vigor se
acortaban progresivamente.
2. La renovación ya no era tan completa:
estaban un poco más viejos tras cada nueva renovación con respecto a la
anterior.(…)
(…)Antes del final de la
Segunda Edad, los rejuvenecimientos y la regeneración de hijos eran cada vez
menos comunes. Los eldar estaban «desvaneciéndose»: no está claro si esto
estaba predestinado por Eru, o era un «castigo» por los pecados de los eldar. Sin embargo, su «inmortalidad» dentro de la Vida del Mundo estaba
garantizada y, si querían, podrían partir al Reino Bendecido.(…)
(…)El hröa, como dicen los eldar, quedaba lentamente «consumido» por el fëa, hasta que, en lugar de morir y quedar relegado a la disolución, era absorbido, y con el tiempo se convertía en poco más que un recuerdo, retenido por el fëa, de su viejo habitáculo; por ello ahora se han vuelto invisibles a los ojos humanos. Sin embargo, este proceso ha tardado largas edades en consumarse.(…)
IX.DE LA COMUNICACIÓN Y FORMA DE VIDA DE LOS ELDAR
LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA
I.ÓSANWE-KENTA O IMÁGENES MENTALES
Los
altos elfos distinguían claramente entre fanar, la forma «física» adoptada por los
espíritus al encarnarse a sí mismos, como un modo de comunicación con los
encarnados, y otros modos de comunicación entre las mentes, que podrían asumir
formas «visuales».
Sostenían
que una «mente» superior por su propia
naturaleza, o una que se esfuerza al máximo por alguna necesidad extrema, era
capaz de comunicar una «visión» deseada a otra mente. La mente receptora traduciría este impulso a los
términos conocidos por ella a través del uso de los órganos físicos de la
visión (y el oído), y lo proyectaría, viéndolo como algo externo. Por lo tanto,
se parecía mucho a una fana, salvo que, en muchos casos, especialmente
entre aquellos relativos a mentes con menos poder (como comunicadores o como
receptores), se presentaba frecuentemente de un modo menos vívido, claro o
detallado, e incluso podría aparecer con un estado vago o borroso, o medio
transparente. Estas «visiones»
se llamaban en quenya indemmar, ‘imágenes mentales’. Según los
documentos de la época, los hombres eran receptivos a ellas, sobre todo cuando
los elfos se las enviaban. Para recibirlas de otro ser humano, hacía falta una
razón de urgencia especial, y una íntima conexión familiar, de ansiedad o de
amor entre las dos mentes.
En
cualquier caso, las indemmar eran recibidas por los hombres sobre todo
mientras dormían (en sueños). Si se recibían cuando sus cuerpos estaban
despiertos, tendrían a ser vagas y fantasmales (y a menudo daban miedo); pero
si eran claras y vívidas, como podrían las indemmar inducidas por elfos,
tendían a hacer que los hombres las tomasen incorrectamente por cosas «reales» que contemplaban con
una visión normal. Este engaño nunca era intencionado por parte de los elfos,
pero a menudo los hombres pensaban que sí.(…)
(…)La
transmisión de los pensamientos en los encarnados precisa de refuerzos para
hacerse efectiva. Este refuerzo puede producirse gracias a afinidad, a urgencia
o por autoridad.(…)
(…)Los
encarnados tienden a usar, o procuran usar cada vez más, la ósanwe solo
en ocasiones de gran necesidad y urgencia, y sobre todo cuando el lambë (habla)
no puede ayudar; como cuando la voz no alcanza el oído del receptor, lo cual
ocurre sobre todo debido a la distancia. Porque la distancia en sí no supone un
impedimento para la ósanwe.(…)
II.ECONOMÍA ÉLFICA
Agricultura. Los sindar no practicaban la agricultura hasta
mucho tiempo después de la partida de los otros eldar. Con respecto a la «economía» de Valinor no sabemos nada salvo que
inicialmente la comida era proporcionada a los eldar no sin una labor
física previa, de la que obtenían gran placer y que convertían en motivo para
cantar y celebrar. Sin embargo, el grano (de una variedad no conocida en la
Tierra Media) se sembraba solo y solo hacía falta cosecharlo y repartir
1/10 (el diezmo de Yavanna) del grano en los campos.
Los
enanos tenían agricultura, que en tiempos anteriores practicaban cuando estaban
aislados y no tenían posibilidad de hacerse con cereales, etc. mediante un
intercambio de bienes. Habían inventado una especie de «arado»—que arrastraban y dirigían ellos mismos: eran resistentes y fuertes—, pero este tipo
de labores de supervivencia no les agradaban.
El
reino de Doriath era boscoso, y contaba con algunos espacios abiertos, salvo en
sus fronteras orientales, donde tenían un podo de ganado vacuno y bovino. Más
allá de la Cintura de Melian (hacia el este) apenas había espacios abiertos
(praderas) amplios. Los sindar (del este) que no estaban bajo el dominio de
Thingol se dedicaban no solo a la ganadería de vacas y ovejas, sino que también
cultivaban cereales y otras plantas comestibles; y eso les hizo prosperar,
puesto que tanto Doriath en el oeste como los enanos del este estaban
dispuestos a comprarles lo que podían. En Doriath cultivaban lino; los
sindar del lugar eran habilidosos a la hora de hilar y tejerlo. Tenían
conocimientos de la metalurgia y contaban con buenas armas para el Gran Viaje
gracias a las enseñanzas de Oromë. Durante mucho tiempo, en el Gran Viaje
habían dependido de las armas y las espadas, lanzas, arcos, etc., que habían
fabricado en su primer hogar; o durante las paradas en el viaje, si en esas
ocasiones encontraban metales. En Beleriand, al final fueron ayudados por los
enanos, que les asistieron (¡con mucha voluntad!) en su búsqueda de metales.
¡Encontraron hierro en las Gorgoroth! Y también más adelante, en las partes
occidentales de las Ered Wethrin. Además allí había plata. Pero tenían muy poco
oro, salvo el que era arrastrado por el Sirion cerca de las fronteras de
Doriath o en su delta. Pero los exiliados llevaban encima grandes cantidades de
ornamentos de oro, y todo lo que trajeron tuvo que haber pesado mucho. Antes de
su muerte, Fëanor había explorado (todo lo que pudo) el subsuelo en busca de
metales. Fue el hallazgo de plata, cobre y estaño en diferentes lugares
de Mithrim lo que contribuyó en gran medida a su precipitación a la hora de
conquistar y adueñarse, demasiado pronto, de esta región norteña. Era sabido
que el mejor y más abundante mineral de hierro se encontraba en Thangorodrim.
En
el período del eldarin común, los eldar no desconocían la horticultura ni la
agricultura. Habían comenzado a desarrollar estas prácticas por su habilidad y
capacidad de invención en una fecha muy anterior al Gran Viaje; pero gracias a
las enseñanzas de Oromë mejoraron considerablemente este arte. Los eldar
almacenaron una gran cantidad de comida antes de partir, pero se llevaron no
solo armas (para la caza y la defensa propia), sino también herramientas
ligeras para la agricultura. Las paradas que realizaron a lo largo de este
viaje, que duró muchísimo tiempo, a menudo se convertían en estancias
prolongadas; tanto así que, cada vez que paraban, algunos permanecían en estos
lugares, satisfechos de quedarse.
III.MORADAS ÉLFICAS
(…)Antes
de la llegada de los exiliados de Eldamar, una gran parte de los sindar vivía
bajo condiciones primitivas, sobre todo en bosquecillos o tierras boscosas; las
moradas construidas permanentes no eran habituales, sobre todo las de tipo más
pequeño que correspondían más o menos a lo que nosotros entendemos por «una casa». Debido a sus talentos
naturales, los quendi ya habían comenzado a desarrollar muchas artes antes del
inicio del viaje al oeste de los eldar. Sin embargo, a pesar de saber que el
viaje tenía un destino final, en este período los eldar acostumbraban a una
vida nómada errante, y tras llegar a Beleriand continuaron durante mucho tiempo
de esa manera, incluso después de que aquellos de entre los sindar que aún
deseasen atravesar el mar hubiesen perdido toda esperanza. Por lo tanto, los
primeros experimentos de cantería de los sindar tuvieron lugar en las costas
occidentales, en el reino de Círdan el carpintero de barcos: obras portuarias,
muelles y torres. Tras el regreso de Morgoth a Thangorodrim, sus construcciones
siguieron siendo no domésticas, sino fundamentalmente destinadas a usos
defensivos. Mejoraron sus habilidades rápidamente gracias a sus relaciones con
los enanos de Ered Luin, y más tarde aún más por las grandes artes de los
noldor exiliados. Estos últimos ejercieron una gran influencia sobre aquellas
regiones donde se entremezclaban los exiliados y los sindar; pero las artes y
las costumbres de los exiliados tuvieron poca o nula influencia en Doriath, el reino
de Thingol, debido a su odio hacia los hijos de Fëanor. En Doriath, la única
gran morada permanente era Menegroth, que había sido construida con la ayuda y
los consejos de los enanos: adusta, fuerte, secreta, pero embellecida por dentro
por las artes valianas de Melian. Por fuera, los edificios de este período, del
asedio de Angband, tenían un carácter sobre todo defensivo o bélico: murallas,
almenas y fortalezas. Incluso la gran «casa» de Finrod, Minas Tirith—tal y como da a entender el
significado de su nombre ‘Torre de Vigilancia’—situada en una isla del Sirion,
era principalmente un fuerte edificado con el fin de dominar los accesos a
Beleriand desde el norte. Solo en Gondolin, una ciudad secreta, el arte de los
exiliados fue empleado en la construcción de casas bellas para moradas. Sin
embargo, por regla general, los noldor construían casas para familias en sus
territorios, y a menudo establecían comunidades dentro de murallas circulares
como «ciudades». Los hombres que
llegaron a Beleriand después y se convirtieron en sus aliados adoptaron las
mismas costumbres.
IV.LA
ELABORACIÓN DE LEMBAS
En las leyenda élficas,
Oromë enseñó el secreto de la elaboración del «pan
de viaje»
a las Tres Ancianas de lo elfos, una preparación esencial para el Gran Viaje a la
costa occidental. Llevó, como un regalo de Manwë y Varda, la semilla del trigo,
y dio instrucciones a los quendi con respecto a su cultivo, cosecha y
almacenaje; pero dejó a las «mujeres del pan» moler la harina, amasar el pan y hornear el “pan” (sin levadura).(…)
HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA
(…)Solo
los eldar sabían cómo preparar este alimento. Se hacía para reconfortar a los
que tenían que emprender un largo viaje por tierras salvajes, o a los heridos
cuya vida corría peligro. Los eldar no se lo daban a los hombres, salvo solo a
unos pocos a quienes amaban, en casos de gran necesidad.
(…)Estaba
hecho de un cereal que Yavanna creó en los campos de Aman, y les envió un poco
por medio de Oromë para socorrerlos en la Larga Marcha.
Como
venía de Yavanna, la reina o la más noble de las mujeres elfas de cualquier
pueblo, grande o pequeño, tenía la custodia y el don de las lembas, por
cuya razón era llamada massánie o besain, la dama, o la dadora
de pan.
Ahora
bien, este cereal tenía en su interior la fortaleza de la vida de Aman y podía
procurársela a quienes tenían la necesidad o el derecho de utilizarlo. Si se
sembraba en cualquier estación, salvo en las heladas, brotaba y crecía con
rapidez, aunque no medraba en la sombra de las plantas de la Tierra Media y no
soportaba los vientos procedentes del norte cuando Morgoth vivía allí. Por lo
demás, sólo necesitaba un poco de luz del sol para madurar, pues arraigaba rápidamente
y multiplicaba el vigor de la luz que recibía.
Los
eldar lo cultivaban en tierras guardadas y claros soleados, y recolectaban las
grandes espigas doradas una a una, a mano, sin cortarlas con hojas o metales.
El tallo blanco se extraía de la tierra de igual manera, y se empleaba en la
confección de cestas para guardar los granos: ningún gusano o bestia roedora
tocaba aquella paja resplandeciente, y la putrefacción, los hongos y otros
males de la Tierra Media no la atacaban.
Desde
la espiga hasta la galleta a nadie se le permitía tocar el grano, salvo a las
mujeres elfas llamadas Yavannildi (Ivonwin para los sindar), las
doncellas de Yavanna; y el arte de hacer las lembas, que habían
aprendido de los Valar, era un secreto entre ellas, y así lo ha sido siempre.»
Lembas es el nombre sindarin, y proviene de la antigua forma lenn-mbass
«pan de viaje». En quenya solía llamarse coimas, que es «pan
de vida».
LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA
(…)Se
decía que las virtudes de este «grano del Oeste» fueron disminuyendo lentamente durante el Gran Viaje, debido a la
pálida luz del sol, y cuando llegaron a Beleriand ya no disponían de más
semillas de grano del Oeste. Pero cuando regresaron los noldor, llevaron
consigo un nuevo tipo de grano—por una gracia y misericordia
especiales de Manwë y Varda no fallaba—y mantenía su vigor hasta el final de la
Primera Edad. Sin embargo, en el momento de la Guerra del Anillo, solo en
Lórien sobrevivió el grano del Oeste, y el arte solo era conocido por Galadriel
y por su hija Celebrían (esposa de Elrond), y por Arwen, la hija de esta. Con
la partida de Galadriel y la muerte de Arwen, el grano del Oeste y el pan de
viaje se perdieron para siempre en la Tierra Media.
X.DE FËANOR, LA LEY DE FINWË Y MÍRIEL Y EL DESENCADENAMIENTO DE MELKOR
EL SILMARILLION
Ahora los tres linajes de
los eldar estaban reunidos por fin en Valinor, y Melkor había sido encadenado.
Era éste el Mediodía del Reino Bendecido, en la plenitud de su gloria y
bienaventuranza, larga en cómputo de años, pero demasiado breve en el recuerdo.
En esos días los eldar alcanzaron la plena madurez de cuerpo mente, y los
noldor continuaron progresando en habilidades y conocimientos; y pasaban los
largos años entretenidos en gozosos trabajos de los que nacieron muchas cosas
nuevas, hermosas y maravillosas. Ocurrió en ese entonces que los noldor
concibieron por vez primera las letras, y el maestro Rúmil de Tirion fue el
primero en idear unos signos adecuados para el registro del discurso y las
canciones; algunos para ser grabados en metal o en piedra, otros para ser
dibujados con pluma o pincel.
LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH
Finwë, primer señor de
los noldor, tenía por esposa a Míriel, llamada la Serindë debido a su
gran habilidad en el tejido y la costura, y grande era el amor que los unía.
Pero el alumbramiento del primer hijo consumió el espíritu y el cuerpo de
Míriel, que parecía haber perdido todas las fuerzas.
Este hijo fue Curufinwë,
el más renombrado de todos los noldor; fue conocido como Fëanor, Espíritu de Fuego, el nombre que
Míriel le dio al nacer, y era poderoso en cuerpo y en todas sus habilidades, y
grande entre los eldar en energía, fuerza y sutileza de mente. Pero Míriel le
dijo a Finwë: «Nunca volveré a concebir un hijo; porque la fuerza que habría
nutrido la vida de muchos se ha agotado toda en Fëanor».
Se apenó entonces Finwë,
porque los noldor estaban en la juventud de sus días y moraban en la beatitud
del Mediodía de Aman, pero todavía eran pocos en número, y él deseaba traer
muchos hijos a esa beatitud. Por tanto dijo: «Sin duda hay cura en Aman. Aquí
toda fatiga halla reposo».
Por tanto, Finwë buscó el
consejo de Manwë, y Manwë entregó a Míriel a los cuidados de Irmo, en Lórien
Cuando se despidieron (por corto tiempo, creyó él) Finwë estaba triste, porque
le parecía una desdicha que la madre tuviera que partir y no acompañara a su
hijo al menos en los primeros días de infancia. «Es por cierto una
desdicha—dijo Míriel—, y lloraría si no estuviera tan cansada. Pero considérame
inocente en esto y todo lo que pueda acaecer en adelante. Ahora debo descansar.
Adiós, querido señor.»
No dijo más en esa
ocasión, pero el corazón de Míriel anhelaba no sólo dormir y descansar, sino
librarse de los cuidados de la vida. Fue entonces a Lórien y se tendió a dormir
bajo un árbol de plata, pero aunque parecía dormida en verdad el espíritu se le
separó del cuerpo y se trasladó en silencio a las estancias de Mandos; y las
doncellas de Estë cuidaron de su hermoso cuerpo, que permaneció incorrupto,
pero ella no volvió. Grande fue el dolor de Finwë, e iba a menudo a los
jardines de Lórien, y sentado bajo los sauces de plata junto al cuerpo de su
esposa la llamaba por los nombres que ella tenía. Pero era en vano y en todo el
Reino Bendecido sólo Finwë estaba afligido y triste. Después de un tiempo ya no
fue a Lórien, porque sólo servía para aumentar su dolor. Todo su amor se lo dio
a su hijo; porque Fëanor tenía el rostro y la voz de su madre, y Finwë fue para
él padre y madre a la vez, y hubo un doble vínculo de amor entre sus corazones.
Pero Finwë no estaba satisfecho, porque era joven y animoso, y deseaba tener
más hijos para alegría de su casa. Por tanto, cuando hubieron pasado diez años,
habló con Manwë, diciendo: «Señor, héme aquí enlutado y solo. Sólo yo entre los
eldar no tengo esposa, ni he de esperar más que un hijo, y ninguna hija. ¿Debo
permanecer así para siempre? Pues el corazón me advierte que Míriel no volverá
de la casa de Vairë mientras perdure Arda. ¿No hay remedio al dolor en Aman?»
Entonces Manwë se apiadó
de Finwë, y consideró su súplica, y cuando Mandos hubo pronunciado su decreto,
como se ha contado, Manwë llamó a Finwë y le dijo: «Has oído lo que se ha
decretado. Si Míriel, tu esposa, no quiere volver y te libera, tu unión será
disuelta y podrás volver a casarte».
Se dice que Míriel
respondió a Mandos con las palabras: «Vine aquí para huir de mi cuerpo y no
quiero volver a él. Mi vida se ha ido con Fëanor, mi hijo. Ése es el presente
que le di al que amo, y nada más puedo ofrecer. Más allá de Arda habrá quizá
remedio, pero dentro no». Mandos la juzgó entonces inocente, pensando que había
muerto ante una exigencia demasiado grande para ella. Por tanto su decisión fue
aceptada y la dejaron allí; y diez años después se pronunció el decreto de
separación. [El año siguiente] Y al cabo de tres años a Finwë tomó una segunda
esposa, Indis la hermosa, que en nada se parecía a Míriel. No era de los noldor,
sino de los vanyar, de la familia de Ingwë; tenía los cabellos dorados, y era
alta y muy ligera de pies. No trabajaba con las manos, sino que cantaba y hacía
música, y siempre hubo luz y alegría a su alrededor mientras duró la beatitud
de Aman. Amaba mucho a Finwë, pues su corazón se había vuelto a él mucho antes,
cuando el pueblo de Finwë moraba aún con los noldor, en Túna.
En aquellos días Indis
había contemplado al Señor de los noldor, de cabellos oscuros y blanca frente,
rostro animoso y ojos pensativos, y le pareció el más hermoso y noble de los
eldar, y su voz y dominio de las palabras la deleitaban. Por tanto, no estaba
casada cuando su pueblo marchó a Valinor, y a menudo caminaba sola por los
campos y estuarios de los valar, volviendo el pensamiento a las cosas que
crecen sin cuidados llenándolos de música. Pero sucedió que Ingwë, al oír del
extraño dolor de Finwë y queriendo animar su corazón y apartarlo del vano duelo
en Lórien, envió mensajeros para pedirle que dejara Túna y los recuerdos de su
pérdida por un tiempo y morara en la luz de los Árboles. Finwë no dio respuesta
alguna a este mensaje, hasta después del pronunciamiento del decreto de Mandos;
pero entonces, pensando que debía intentar construirse una nueva vida y que la
petición de Ingwë era sabia, se levantó y fue a la casa de Ingwë, al oeste de
la montaña Oiolossë. Su llegada fue inesperada, pero bienvenida; y cuando Indis
vio a Finwë subiendo por los senderos de la montaña (y la luz de Laurelin
estaba detrás de él como una gloria) de pronto y sin pensarlo se puso a cantar
de alegría, y su voz subió como la canción de una lirulin en el cielo. Y cuando
Finwë escuchó la canción que caía desde arriba alzó la vista y contempló a
Indis en la luz dorada, y supo en ese instante que lo amaba y que lo había
amado desde mucho tiempo atrás. Entonces al fin su corazón se volvió a ella, y
creyó que el azar parecía haber sido dispuesto para el consuelo de ellos dos.
«¡He aquí que en verdad hay cura del dolor en Aman!»
Así sucedió que antes de
que pasara mucho tiempo Finwë desposó a Indis, hermana de Ingwë. Con Indis se
demostró la verdad del dicho «la pérdida de uno puede ser el beneficio de
otro». Pero también comprobó que era cierto lo de «la casa recuerda a quien la
construyó, aunque otros la habiten después». Porque Finwë la amó mucho, y
estaba contento, y ella le dio hijos que lo deleitaron, pero la sombra de
Míriel no abandonó su corazón y Fëanor ocupaba la mayor parte de su
pensamiento. La boda de su padre no fue del agrado de Fëanor, y aunque no
disminuyó el amor que sentía por él, no tuvo gran estima por Indis o los hijos
de ella, y menos que todo por sus medio hermanos. En cuanto pudo (y casi había
alcanzado la plenitud de su desarrollo antes del nacimiento de Nolofinwë) dejó
la casa de Finwë y vivió apartado de ellos, dedicando por entero el corazón y
el pensamiento a la búsqueda de conocimientos y a la práctica de las artes. En
las cosas desdichadas que luego sucedieron y que Fëanor acaudilló, muchos
vieron el resultado de esa ruptura habida en la casa de Finwë, juzgando que, si
Finwë hubiera soportado la perdida de Míriel y se hubiera contentado con tener
un único y poderoso hijo, otros habrían sido los caminos de Fëanor y muchos
males podrían haberse evitado.
Así sucede que los casos
en que los eldar pueden volver a casarse son raros, pero más raros aún son los
que lo hacen, aun cuando les está permitido. Porque el dolor y la disputa en la
casa de Finwë han quedado grabados en la memoria de los eldar.
Dicen los registros de
los eldar que los valar debatieron largamente el caso de Finwë y Míriel,
después de la redacción de la Ley, pero antes de su proclama. Porque advertían
que era un asunto grave y significativo: Míriel había muerto en Aman trayendo
el dolor al Reino Bendecido, algo que ellos creían no podía ocurrir. Además,
aunque la Ley parecía justa, algunos temían que no remediaría el dolor, sino
que lo perpetuaría. Y Manwë habló a los valar, diciendo: «En este asunto no
debéis olvidar que estáis tratando con Arda Maculada, de donde trajisteis a los
eldar. Tampoco debéis olvidar que en Arda Maculada Justicia no es Curación. La
Curación sólo se alcanza con el sufrimiento y la paciencia, y no exige nada, ni
siquiera Justicia. La justicia sólo se da dentro de los límites de las cosas
tal como son, aceptando la mácula de Arda; por tanto, aunque la Justicia es
buena en sí misma y no desea mal alguno, sólo puede perpetuar el mal que fue y
no evita que éste fructifique en el dolor. Así, pues, la Ley fue justa, pero
aceptaba la Muerte y la separación de Finwë y Míriel, algo innatural en Arda
Inmaculada, y por tanto para Arda Inmaculada fue innatural y se confundió con
la Muerte. La libertad que permitió fue un camino menor que, si bien no
descendía, tampoco podía volver a ascender. Pero la Curación ha de conservar
siempre la idea de Arda Inmaculada, y si no puede ascender debe residir en la
paciencia. Esta es la Esperanza que, pienso, constituye antes que otra cosa la
virtud más hermosa de los hijos de Eru; sin embargo, no puede ser exigida en
caso de necesidad: a menudo la paciencia ha de aguardarla mucho tiempo.»
Habló entonces Aulë, que
era amigo de los noldor y amaba a Fëanor. «Pero ¿se debe este asunto en verdad
a Arda Maculada?—preguntó—. Porque a mi parecer se debe al alumbramiento de
Fëanor. Ahora bien, Finwë y todos los noldor que lo siguieron no fueron
atraídos jamás, en corazón o pensamiento, por Melkor, el Corruptor; ¿cómo pudo
suceder entonces esta extraña cosa, aún en Aman Sin Sombra? Que el
alumbramiento de un hijo cause tal cansancio en la madre que ya no desee seguir
viviendo. Este hijo tiene los mayores dones que cualquiera que haya nacido o
nacerá entre los eldar. Pero los eldar son los primeros hijos de Eru, y
dependen de él directamente. Por tanto, la grandeza del hijo debe proceder directamente
de su voluntad para el bien de los eldar de toda Arda. ¿Qué pasa entonces con
el precio del nacimiento? ¿No hay que entender que la grandeza y el precio
provienen no de Arda, Maculada o Inmaculada, sino de más allá de Arda? Porque
hay algo que sabemos con certeza, y con el paso de las edades se manifestará a
menudo (en las grandes cosas y en las pequeñas): que no toda la Historia de
Arda aparecía en el Gran Tema, y que en la Historia sucederán cosas que no
pueden preverse, porque son nuevas y no se concibieron en el pasado que las
precedió».
Así habló Aulë, quien no
quería pensar que Fëanor estaba manchado por la Sombra, o ninguno de los
noldor. Aulë había sido el más dispuesto a convocarlos a Valinor.
Pero Ulmo repuso: «No
obstante, Míriel murió. Y la muerte es un mal para los eldar, innatural en Arda
Inmaculada, que por tanto debe de provenir de la mácula. Porque si fuera de
otro modo y la muerte de Míriel proviniera de más allá de Arda (como algo nuevo
que no tiene razón en el pasado) no causaría pesar e incertidumbre. Pues Eru es
Señor de Todo y mueve todas las facultades de sus criaturas, aún la maldad del
Corruptor, a sus últimos propósitos, pero no con el principal objetivo de
imponerles dolor. Pero la muerte de Míriel ha traído pesar a Aman.
La llegada de Fëanor
proviene sin duda de la voluntad de Eru; pero creo que la mácula de su
nacimiento proviene de la Sombra, y es un presagio de los males que vendrán.
Porque los más grandes son también los más capaces para el mal. Cuidaos,
hermanos, de pensar que la Sombra ha desaparecido para siempre, aunque esté
vencida. ¿No vive ahora aún en Aman, aunque creíais que los lazos eran
inquebrantables?» Así habló Ulmo, que había disentido del consejo de los valar
cuando trajeron a Melkor el Corruptor después de su derrota. También él amaba a
los elfos (y después a los hombres), pero al contrario que Aulë, creía que
debían vivir en libertad, por peligroso que pudiera parecer. Así, se vio
después que, aunque amaba a Fëanor y a todos los noldor con más frialdad, se
apiadaba más de sus errores y malas acciones.
Habló Yavanna entonces, y
aunque era la esposa de Aulë se inclinó más bien hacia Ulmo. «Mi señor Aulë se
equivoca—dijo—, cuando dice que Finwë y Míriel tenían el corazón y el
pensamiento libres de la Sombra, como si eso probara que nada de cuanto les
acaeciese pudiera provenir de la Sombra o de la mácula de Arda. Pero, aunque
los hijos no son como nosotros (cuyo ser entero procede de más allá de Arda),
sino que tienen cuerpo y espíritu, y el cuerpo es de Arda y de Arda se nutrió:
así, la Sombra no sólo actúa en los espíritus, sino que ha manchado el mismo
hrön de Arda, y el mal de Melkor ha pervertido toda la Tierra Media, y él ha
trabajado en ella tanto como cualquiera de nosotros aquí. Por tanto, ninguno de
los que despertaron y habitaron en la Tierra Media antes de venir aquí llegó
limpio por completo. La falta de fuerzas del cuerpo de Míriel puede entonces
adscribirse, por alguna razón, al mal de Arda Maculada, y su muerte puede
considerarse algo innatural. Y que esto aparezca en Aman nos parece, a mí y a
Ulmo, una señal a tener en cuenta.»
Habló entonces Nienna,
que rara vez iba a Valmar, pero que ahora estaba sentada a la izquierda de
Manwë. «En el uso de la Justicia debe haber Piedad, que es la consideración de
la individualidad de todo el que ha de ser juzgado. ¿Quién de vosotros, valar,
en vuestra sabiduría culpará a los hijos, Finwë y Míriel? Porque los hijos son
fuertes y débiles al mismo tiempo. Creéis que Mandos es el más poderoso de los
moradores de Arda, por ser el más inamovible, y por tanto le habéis encomendado
incluso la custodia del mismo Corruptor. Pero yo os digo que cada fëa de los
hijos es tan fuerte como él; porque cuenta con la fuerza de su individualidad
impenetrable (que proviene de Eru, como nosotros): en su desnudez, cambiarlo en
contra de su voluntad está más allá de nuestro poder.
Pero los hijos no son
poderosos: en vida son pequeños, y pequeñas son sus facultades; además, son
jóvenes y sólo conocen el Tiempo. Sus mentes son como las manos de los bebés,
que poco pueden aferrar y lo que aferran está incompleto. ¿Cómo percibirán el
fin de cuanto hagan, o renunciarán a los deseos de su propia naturaleza, la
estancia del espíritu en el cuerpo que es su verdadera? ¿Hemos experimentado
nosotros el agotamiento de Míriel, o el duelo de Finwë?
»Míriel, pienso, murió
por necesidad del cuerpo, sufriendo por algo en lo que no tenía culpa alguna o
que incluso era digno de alabanza, y no obstante no se le concedió la capacidad
para resistirlo: el precio de tan gran alumbramiento. Y creo que Aulë percibe
parte de la verdad. La separación del fëa fue en Míriel una cosa especial. La
muerte es en verdad la muerte y en el Gran Tema proviene del Corruptor y es
dolorosa; pero con esta muerte Eru pretendía un bien inmediato, y no había de
dar ningún fruto amargo; mientras que la Muerte que proviene exclusivamente del
Corruptor sólo busca el mal, y su curación debe aguardar la Esperanza, aún
hasta el Fin. Pero Finwë, al no comprender la muerte (¿y cómo iba a
comprenderla?), llamaba a Míriel y ella no volvía, y él no tenía consuelo y su
vida y expectativas naturales se vieron frustradas. Con justicia gritaba: “¿No hay cura en Aman?” Ese grito no podía ser ignorado, e hicimos lo
que había que hacer. ¿Por qué ha de ser condenado?»
Pero Ulmo respondió
diciendo:
«¡No! No lo condeno, pero
debo juzgarlo. Advierto aquí no sólo la voluntad directa de Eru, sino una falta
en sus criaturas. No es culpa de ellos, pero sí una caída de lo más alto, donde
reside la Esperanza de la que ha hablado el rey. Y sin duda el camino más
elevado, un ascenso que, aunque duro, no es imposible, formaba parte de ese
propósito de bien inmediato del que habla Nienna. Porque el fëa de Míriel puede
haber partido por necesidad, pero partió con la voluntad de no volver. Ahí
radica su falta, porque esa voluntad no era necesariamente irresistible; fue
una falta de esperanza del fëa, la aceptación del agotamiento y la debilidad
del cuerpo como algo más allá de toda cura y que por tanto no ha sido curado.
Pero eso significó no sólo el abandono de la propia vida, sino también el
abandono de su esposo y la mácula de la vida de él. La justificación que dio
Míriel es insuficiente; porque con el obsequio de un hijo, por grande que sea,
ni tampoco con el obsequio de muchos, la unión matrimonial no se termina,
puesto que tiene otros propósitos. Por ahora Fëanor se verá privado de la
educación de una madre.
Además, si Míriel
quisiera volver no estaría obligada a concebir nunca más, a menos que su
cansancio se remediara con la renovación del renacimiento.
»Así pues, Finwë se
sintió afligido y pidió justicia. Pero cuando la llamó y ella no volvió, en
sólo unos pocos años cayó en la desesperación. Aquí reside su falta, en
abandonar la Esperanza. Pero también basó su súplica en el deseo de tener
hijos, anteponiéndose a sí mismo y su pérdida a los pesares que había sufrido
su esposa: eso fue una falta de amor.
»Los fëar de los eldar,
como ha dicho Nienna, no pueden ser quebrantados u obligados, y por tanto la
evolución de sus voluntades no puede predecirse con certeza. No obstante, a mi
parecer, aún había esperanza de que tras descansar en Mandos el fëa de Míriel
recuperara su naturaleza, que es desear habitar un cuerpo. Este extraño
acontecimiento llegaría a suceder, más que con la disolución de la unión, con
el ejercicio por parte de Finwë de la paciencia en el amor y el aprendizaje de
la Esperanza; y con el regreso de Míriel, más amplia de mente y con el cuerpo
renovado. Así, juntos, podrían educar a su gran hijo en el amor de ambos, y
asegurar su correcta educación. Pero el fëa de Míriel fue importunado, y eso
endureció su voluntad; y en esta resolución deberá mantenerse mientras perdure
Arda, si se decreta la Ley. Así pues, la impaciencia de Finwë cerrará la puerta
a la vida al fëa de su esposa. Esta es la mayor falta. Porque que uno de los
eldar permanezca por siempre como fëa incorpóreo es más innatural que uno
permanezca vivo, casado pero viudo. Finwë fue puesto a prueba (no sólo por
Míriel), y ha pedido justicia y liberación.»
«¡No!—dijo Vairë de
repente—. El fëa de Míriel está conmigo. Lo conozco bien, pues es pequeño. Pero
es fuerte, orgulloso y obstinado. Es de los que cuando dicen: haré esto, hacen
de sus palabras un destino irrevocable para ellos mismos. No volverá a la vida,
o a Finwë, aun cuando la espere hasta la vejez del mundo. Y él es consciente,
creo, tal como demuestran sus palabras. Porque Finwë no basó su súplica sólo en
el deseo de tener hijos, sino que le dijo al rey: “el corazón me advierte que Míriel no volverá mientras perdure Arda”.
De qué tipo de conocimiento o creencia es lo que quiso así expresar, y de dónde
le vino, no lo sé. Pero el fëa percibe al fëa y conoce la disposición del otro,
sobre todo en el matrimonio, de una manera que nosotros no podemos acabar de
comprender. No podemos pretender desentrañar todo el misterio de la naturaleza
de los hijos. Pero si hemos de hablar de Justicia, debemos que tener en cuenta
lo que cree Finwë; y si, tal como creo, tiene fundamento y no se trata de una
fantasía creada por su propia inconstancia, sino que es contraria a su voluntad
y deseo, debemos evaluar las faltas de los dos. Si una de las Reinas de los
valar, Varda o Yavanna, o aún yo, abandonara Arda para siempre y dejara a su
esposo, lo quiera él o no, que él juzgue a Finwë, si así lo desea, recordando
que Finwë no puede seguir a Míriel sin dañar su naturaleza ni abandonar los
deberes y lazos de la paternidad.» Cuando Vairë hubo hablado, los valar
guardaron silencio largo tiempo, hasta que al fin Manwë habló de nuevo.
«Hay razón y sabiduría en
todo cuanto se ha dicho. En verdad, en los asuntos de los hijos nos encontramos
con misterios y no se nos ha dado la clave para desentrañarlos. En parte los
hijos son una de esas “cosas nuevas”
de que ha hablado Aulë, o quizá la principal. Pero vinieron a Arda Maculada, y
estaban destinados a hacerlo y a soportar la Mácula, aunque en el principio
proceden de más allá de Eä. Porque estas “cosas
nuevas”, en que se manifiesta la huella de Ilúvatar, como decimos, quizá no
tengan pasado en Arda y sean impredecibles antes de aparecer, pero a partir de
entonces sus actuaciones pueden predecirse según la sabiduría y el
conocimiento; porque de inmediato pasan a ser parte de Eä, y parte del pasado
de todo lo que viene después. Podemos decir, por tanto, que los elfos están
destinados a conocer la “muerte” a su modo, al ser enviados a un mundo donde
hay “muerte” y al tener una forma en que la “muerte” es posible.
Porque a pesar de que,
según su naturaleza primera, inmaculada, vivan como espíritu y cuerpo unidos,
son dos cosas distintas, no la misma, y su separación (es decir, la
“muerte") es una posibilidad inherente a su unión.
»Aulë y Nienna se
equivocan, a mi parecer; porque lo que ambos dijeron con distintas palabras es
esto: que la Muerte que proviene del Corruptor es una cosa, y la Muerte que es
instrumento de Eru es algo diferente: una sería maldad, y por tanto sólo
maligna e inevitablemente dolorosa; la otra sería benevolente y no tendría más
propósito que un bien particular e inmediato, y por tanto no sería maligna, ni
dolorosa, y no habría de remediarse con facilidad y rapidez. Porque el mal y el
dolor de la muerte se deben simplemente a la separación e interrupción de la
naturaleza, que es similar en ambas (o no se llaman muerte); y ambas ocurren
sólo en Arda Maculada, y concuerdan con sus procesos.
»Por tanto creo que Ulmo
está en lo cierto, suponiendo que Eru no necesita ni desea algo maligno como
instrumento especial de su benevolencia. De hecho ¿por qué introduciría la
muerte como “cosa nueva” en un mundo que ya la conocía? No obstante, Eru es el
Señor de Todo, y utilizará como instrumento para sus propósitos finales, que
son buenos, cualquier cosa que sus criaturas, grandes o pequeñas, hagan o
inventen, a su pesar o por orden suya. Pero debemos pensar que la voluntad de
Eru es que aquellos de los eldar que le sirven no se derrumbarán ante los
dolores o males que encuentren en Arda Maculada, sino que alcanzarán una fuerza
y una sabiduría que de otro modo no habrían llegado a tener: los hijos de Eru se
convertirán en hijas e hijos.
»Porque Arda Inmaculada
tiene dos aspectos o sentidos. El primero es lo Inmaculado que distinguen en lo
Maculado, si no se les velan los ojos, y anhelan, como nosotros anhelamos, la
Voluntad de Eru: ése es el cimiento sobre el que se construye la Esperanza. El
segundo es lo Inmaculado que será: es decir, hablando de acuerdo con el Tiempo
en el que tienen ser, la Arda Curada, que será más grande y más hermosa que la
primera, por causa de la Mácula: ésta es la Esperanza que sostiene. Proviene no
sólo del anhelo de la Voluntad de Ilúvatar el Progenitor (que por sí mismo sólo
puede causar pesar a aquellos que viven dentro del Tiempo), sino también de la
confianza en Eru, el Señor eterno, en su bondad y en que todas sus obras
acabarán bien. Esto ha sido negado por el Corruptor, y en esta negación reside
la raíz del mal, y su fin es la desesperanza.
»Por tanto, a pesar de
las palabras de Vairë, insisto en lo que dije primero. Porque, aunque no habla
sin conocimientos, lo que ha expresado es una opinión y no una certeza. Los
valar no tienen certeza alguna respecto a las voluntades de los hijos y no
deben suponerlas. No, aun cuando estuvieran seguros en el caso del fëa de
Míriel, eso no desharía la unión amorosa que hubo antaño entre ella y su
esposo, ni invalidaría el juicio de que la constancia hubiera sido un camino
mejor y más justo para Finwë, más de acuerdo con Arda Inmaculada o con la
voluntad de Eru al permitir que le acaeciera ese mal. La Ley da la libertad de
tomar un camino inferior, y al aceptar la muerte la tolera y no puede
remediarla. Si esta libertad se utiliza, el mal de la muerte de Míriel
continuará vigente y dará doloroso fruto.
»Pero en este asunto
confío en Námo, el juez. ¡Qué sea él quien diga la última palabra!»
Habló entonces Námo
Mandos, diciendo: «He vuelto a considerar todo cuanto he oído; sin embargo,
nada se ha dicho que no se hubiera considerado antes en la redacción de la Ley.
Dejemos la Ley estar, porque es justa.
»Nuestro deber es
gobernar Arda y aconsejar a los hijos, o dirigirlos en las cosas sujetas a
nuestra autoridad. Por tanto, hemos de tratar con Arda Maculada y determinar lo
que es justo en ella. En verdad, podemos señalar en consejo el camino más alto,
pero no podemos obligar a ninguna criatura libre a tomarlo. Eso lleva a la
tiranía, que desfigura el bien y lo hace parecer aborrecible.
»La curación mediante la
Esperanza final, de la que ha hablado Manwë, es una ley que sólo puede
imponerse uno mismo; de los otros sólo puede exigirse justicia. Un regente que
al dictaminar justicia niegue la aplicación de la ley, exigiendo la renuncia de
los derechos y el sacrificio, no conducirá a sus súbditos a estas virtudes, que
sólo son virtuosas si se escogen libremente, sino que con la justicia ilícita
antes los conducirá a rebelarse contra toda ley. Arda no será sanada por esos
medios.
»Por tanto, es correcto
que se proclame esta justa Ley, y aquellos que la usen no tendrán culpa alguna,
pase lo que pase después. Así se desarrollará la Historia de los eldar, dentro
de la Historia de Arda.
»¡Escuchad ahora, oh,
valar! Se me ha concedido no menos profecía que destino, y ahora os anunciaré
cosas tanto cercanas como lejanas. He aquí que Indis la hermosa, que de otra
manera habría estado sola, será feliz y dará fruto. Porque no sólo en la Muerte
ha entrado la Sombra en Aman con la llegada de los hijos, destinados a sufrir;
existen otras aflicciones, aunque sean menores. Mucho tiempo ha amado Indis a
Finwë, con paciencia y sin amargura. Aulë llamó a Fëanor el más grande de los eldar, y en potencia lo es. Pero yo os digo
que los hijos de Indis también serán grandes, y que la Historia de Arda será
más gloriosa con su llegada. Y de ellos surgirán cosas tan hermosas que no
habrá lágrima que empañe su belleza; los valar, y los Linajes de los elfos y de
los hombres que vendrán. Tomarán parte en su ser, y sus hazañas la regocijarán.
De modo que, mucho después de que todo lo que ahora es y parece hermoso y
eterno se haya marchitado y no esté, la Luz de Aman no desaparecerá del todo
entre los pueblos libres de Arda hasta el Fin. »Cuando aquel que será llamado Eärendil ponga pie en las orillas de
Aman recordaréis mis palabras. En esa hora no diréis que la Ley de la Justicia
ha dado fruto sólo en la muerte; y mediréis en la balanza los dolores que
vendrán y no os parecerán muchos en comparación con el levantamiento de la luz
cuando Valinor se oscurezca».
«¡Qué así sea!», dijo
Manwë.
LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA
También fue preguntado:
«¿Qué ocurre si el cónyuge que, por algún infortunio, se ha quedado solo,
también es asesinado o muere; o si el segundo cónyuge también muere? ¿Quién
será entonces el cónyuge de quién?».
Llegó la respuesta: «Si
el cónyuge que ha sufrido la pérdida muriese, está claro que mientras él (o
ella) permanezca sin casa, es el cónyuge “por voluntad” de la persona que sigue
entre los vivos. Porque la unión anterior fue disuelta y ya no existe; y además
la segunda persona que muere aún puede renacer y regresar a la persona
abandonada, mientras que la primera que muere está destinada a permanecer en
Mandos. Tampoco cambia la situación si los tres mueren. Aun así, la unión entre
la primera y la segunda persona ya no existe, mientras que la segunda y la
tercera pueden regresar y retomar su matrimonio. Sin embargo, puesto que el
matrimonio es del cuerpo, y no está realizado o solo existe por voluntad en la
persona sin casa, la primera y la segunda y la tercera pueden encontrarse en
Mandos (si lo desean) en una relación de amistad. Sin embargo, esta es una de
las maneras mediante las cuales la Ley puede generar tristeza en lugar de
curación. Porque el encuentro en Mandos entre aquellos que se hayan mostrado
dispuestos a disolver su unión, o entre la primera persona que llegase enamorada
y la otra que la sucedieran no puede parecerse al encuentro entre aquellos
quienes no exista la sombra de la inconstancia».
Fue preguntado qué hacen
los que están esperando las Estancias de Mandos y si se preocupan por los vivos
o si tienen conocimientos de cuanto ocurre en Arda. La respuesta fue: «No hacen
nada; porque el hacer, en una criatura con una naturaleza dual, precisa
de un cuerpo, que es el instrumento del fëa en todas sus acciones. Si
desean hacer algo, desean volver. Piensan, usando sus mentes (por
decirlo de alguna manera, porque son sus mentes), hasta donde sean
capaces de hacerlo, sobre sus contenidos. Estos son los recuerdos de su vida;
pero también pueden aprenderse cosas en Mandos si buscan conocimientos.
De aquellos que hayan dejado atrás con vida, o sobre acontecimientos de Arda,
también puede aprender mucho, si lo desean. Se dice que pueden ver algunas
cosas desde lejos a través de los ojos de otros, por quienes eran queridos,
pero de ninguna manera de un modo que moleste o interfiera con las mentes de
los vivos, para bien o para mal. Si intentasen hacerlo, su visión quedaría
velada. Pero en Mandos todos los acontecimientos de Historia de Arda (que
pueden ser conocidos por cualquiera, aparte de Eru; porque los secretos de las mentes
ni siquiera pueden ser leídos por los Valar) quedan registrados, y tienen
acceso a estos conocimientos y a la historia en función de la medida y voluntad
de cada uno».
LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH
Por tanto la Ley fue decretada,
y Finwë e Indis se encontraron, como ya se ha dicho.
Pero al cabo de un tiempo
Nienna acudió a Manwë, y dijo: «Señor de Aman, es evidente ahora que la muerte
de Míriel fue un mal de Arda Maculada, gracias al cual la llegada aquí de los
eldar ha abierto una puerta para la Sombra en la misma Aman. No obstante, Aman
sigue siendo el Reino de los Valar, donde tu voluntad está por encima de todo.
Aunque la muerte pueda encontrar a los eldar en tu reino, hay una cosa que no
llega aquí, ni llegará: la deformación y el marchitamiento. Pues he aquí que el
cuerpo de Míriel sigue inmaculado, igual que una hermosa casa en espera de su
dueño, que ha partido de viaje. Por tanto, en esto al menos su muerte difiere
de la muerte en la Tierra Media: en que el fëa sin hogar siga teniendo listo un
cuerpo hermoso, y el renacimiento no sea la única puerta para volver a la vida,
si tú se lo permites y le das tu bendición. Además, el cuerpo ha yacido en paz
largo tiempo en Lórien; y ¿no deben los regentes de Arda respetar los cuerpos y
todas las formas hermosas? ¿Por qué habría de yacer ocioso y desocupado, cuando
sin duda ahora no cansaría al fëa, sino que lo deleitaría con la esperanza de
hacer cosas?»
Pero Mandos lo prohibió.
«No—dijo—, si Míriel recuperara su cuerpo estaría otra vez entre los vivos, y
Finwë tendría dos esposas vivas en Aman. Eso sería infringir la Ley y hacer
caso omiso de mi Decreto. Y también resultaría herida Indis, que usó la
libertad de la Ley pero ahora perdería con su infracción, porque Finwë desearía
volver con su esposa anterior.»
Pero Nienna le dijo a
Mandos: «¡No! Deja que Míriel disfrute de su cuerpo y de la práctica de las
habilidades que la deleitaban, y no viva para siempre recordando su breve vida
anterior y su final en el agotamiento. ¿No puede abandonar las Estancias de la
Espera para entrar al servicio de Vairë? Si nunca sale de allí ni intenta
caminar entre los vivos, ¿por qué habrías de creer en un incumplimiento de tu
Decreto, o temerías futuras aflicciones? La Piedad debe tener parte en la
Justicia».
Pero Mandos permaneció
inamovible
EL SILMARILLION
Y desde entonces se
dedicó por entero a su hijo; y Fëanor creció deprisa, como si un fuego secreto
lo animara desde dentro. Era alto, y hermoso de rostro, y de gran destreza, de
ojos de brillo penetrante y cabellos negros como plumas de cuervo; decidido e
inquebrantable en la persecución de todos sus propósitos. Pocos lo desviaron de
su camino por persuasión, ninguno por la fuerza. Fue entre todos los noldor,
entonces o después, el más sutil de mente y el de manos más hábiles. En su
juventud, superando la obra de Rúmil, inventó las letras que llevan su nombre y
que luego los eldar utilizaron siempre; y fue él el primero entre los noldor en
descubrir que con habilidad podían hacerse gemas más grandes y brillantes que
las de la Tierra. Las primeras gemas que hizo Fëanor eran blancas e incoloras,
pero expuestas a la luz de las estrellas resplandecían con fuegos azules y
plateados más brillantes que Helluin; y otros cristales hizo además en los que
las cosas distantes podían verse pequeñas pero claras, como con los ojos de las
águilas de Manwë. Rara vez estaban ociosas las manos y la mente de Fëanor.
Cuando estaba todavía en
su primera juventud, desposó a Nerdanel, la hija de un gran herrero llamado
Mahtan, entre los noldor el más amado de Aulë; y de Mahtan aprendió mucho sobre
la hechura de las cosas de metal y piedra. Nerdanel era también de firme
voluntad, pero más paciente que Fëanor, deseando antes comprender las mentes
que dominarlas, y al principio ella lo retenía cuando el fuego del corazón de
Fëanor ardía demasiado; pero las cosas que él hizo luego la entristecieron, y
dejaron de sentirse unidos. Siete hijos le dio a Fëanor; y el temple de ella
fue transmitido a algunos de ellos, pero no a todos.
Sucedió entonces que
Finwë tomó como segunda esposa a Indis la Bella. Era una vanya, pariente
próxima de Ingwë el rey supremo; alta y de cabellos dorados en nada parecida a
Míriel. Finwë la amó mucho y fue otra vez dichoso. Pero la sombra de Míriel no
abandonó la casa de Finwë, ni tampoco su corazón; y de todos los que él amaba,
Fëanor siempre ocupó la mayor parte de sus pensamientos.
El casamiento de su padre
no fue del agrado de Fëanor; y no tuvo gran estima por Indis, ni tampoco por
Fingolfin ni por Finarfin, los hijos de ella. Vivió apartado explorando la
tierra de Aman y ocupándose del conocimiento y las artes en que se deleitaba.
En las cosas desdichadas que luego sucedieron y que Fëanor acaudilló, muchos
vieron el resultado de esta ruptura habida en la casa de Finwë, juzgando que,
si Finwë hubiera soportado la pérdida de Míriel, y se hubiera contentado con
tener un único y poderoso hijo, otros habrían sido los caminos de Fëanor y
muchos males podrían haberse evitado; porque el dolor y la disputa en la casa
de Finwë han quedado grabados en la memoria de los elfos noldorin. Pero los
hijos de Indis fueron grandes y gloriosos, y también los hijos de los hijos; y
si no hubieran vivido, la historia de los eldar no habría tenido nunca la misma
grandeza.
Ahora bien, aún mientras
Fëanor y los artesanos de los noldor trabajaban con deleite, sin pensar que
esas labores pudieran tener fin, y los hijos de Indis crecían y alcanzaban la
plenitud, el mediodía de Valinor estaba ya concluyendo. Porque sucedió que
Melkor, como lo habían decretado los valar, completó el término de su
confinamiento, después de haber pasado tres edades[10] en la
prisión de Mandos. Por fin, como Manwë lo había prometido, fue llevado
nuevamente ante los tronos de los valar. Los vio entonces en toda su gloria y
beatitud, y la envidia le ganó el corazón; miró a los hijos de Ilúvatar que
estaban sentados a los pies de los Poderosos, y el odio lo dominó; miró la
riqueza de brillantes gemas y sintió codicia; pero ocultó sus pensamientos y
postergó su venganza.
Ante las puertas de
Valmar, Melkor se rebajó a los pies de Manwë y pidió perdón, prometiendo que si
lo convertían sólo en el menor de los habitantes libres de Valinor, ayudaría a
los valar en todas sus tareas, principalmente en la curación de las muchas
heridas que él mismo había abierto en el mundo. Y Nienna apoyó este alegato;
pero Mandos no dijo una palabra.
Entonces Manwë le
concedió el perdón; pero los valar no permitieron que se apartará en seguida de
la vista y la vigilancia de ellos, y tuvo que habitar dentro de los confines de
Valmar. Pero de hermosa apariencia eran todas las palabras y los hechos de
Melkor en este tiempo, y tanto los valar como los eldar sacaban provecho de la
ayuda y los consejos de él, si los buscaban; y por tanto al cabo de un tiempo
se le permitió circular libremente por la tierra, y le pareció a Manwë que
Melkor estaba curado de todo mal. Porque no había mal en Manwë y no podía
comprenderlo, y sabía que, en el principio, en el pensamiento de Ilúvatar,
Melkor había sido como él; y no veía las profundidades del corazón de Melkor y
no advertía que el amor lo había abandonado para siempre. Pero Ulmo no se
engañó, y Tulkas cerraba los puños cada vez que veía pasar a Melkor, el
enemigo; porque si Tulkas es lento para la cólera, lo es también para olvidar.
Pero obedecían el juicio de Manwë; pues quienes defienden la autoridad contra
la rebelión, no han de rebelarse ellos mismos.
Ahora bien, en su corazón
era a los eldar a quienes más odiaba Melkor, tanto porque eran hermosos y
felices, como porque en ellos veía la causa de la elevación de los valar y la
de su propia caída. Por ese motivo, tanto más fingía amarlos y buscaba la
amistad de los eldar, y les ofrecía el servicio de su ciencia y de su trabajo
en toda gran empresa que ellos emprendiesen. Los vanyar, por cierto,
sospechaban de él, pues habitaban a la luz de los Árboles y eran dichosos; y
Melkor ponía poca atención en los teleri, pues los consideraba de escaso valor,
instrumentos en exceso débiles para sus designios. Pero los noldor se
complacían en el conocimiento oculto que podía revelarles; y algunos escuchaban
palabras que mejor les hubiera valido no haber oído nunca. Melkor en verdad
declaró después que Fëanor había aprendido mucho de él en secreto, y que él lo
había instruido en la más grande de todas sus obras; pero mentía por envidia y
codicia, pues ninguno de los eldalië odió nunca tanto a Melkor como Fëanor hijo
de Finwë, quien por primera vez le dio el nombre de Morgoth; y aunque atrapado en las redes de la malicia de Melkor
contra los valar, no habló con él, ni buscó su consejo. Porque sólo el fuego de
su propio corazón impulsaba a Fëanor, que trabajaba siempre de prisa y solo; y
nunca pidió la ayuda ni buscó el consejo de nadie que habitara en Aman, fuera
grande o pequeño, excepto sólo y por un corto tiempo los de su esposa, Nerdanel
la Sabia.
XI.DE LOS SILMARILS Y LA INQUIETUD DE LOS NOLDOR
EL SILMARILLION
En ese tiempo se hizo la
que luego tuvo más renombre entre las obras de los elfos. Porque Fëanor,
llegado a la plenitud de su capacidad, había concebido un nuevo pensamiento, o
quizás ocurrió que una sombra de presciencia le había llegado del destino que
se acercaba; y se preguntaba cómo la luz de los Árboles, la gloria del Reino
Bendecido, podría preservarse de un modo imperecedero. Entonces inició una
faena larga y secreta, recurriendo a toda la ciencia y el poder que poseía y
sus sutiles habilidades; y al cabo hizo los Silmarils.
Los Silmarils tenían la
forma de tres grandes joyas. Pero no hasta el Fin, cuando regrese Fëanor, que
pereció antes de que el sol apareciese, y que se sienta ahora en las Estancias
de Espera y no vuelve entre los suyos; no hasta que el sol transcurra y caiga
la luna, se conocerá la sustancia de que fueron hechos. Tenía la apariencia del
cristal de diamante, y sin embargo era más inquebrantable todavía, de modo que
ninguna violencia podía dañarla o romperla en el Reino de Arda. No obstante,
ese cristal era a los Silmarils lo que es el cuerpo a los hijos de Ilúvatar: la
casa del fuego interior, que está dentro de él y sin embargo también en todas
sus partes, y que le da vida. Y el fuego interior de los Silmarils lo hizo
Fëanor con la luz mezclada de los Árboles de Valinor, que vive todavía en
ellos, aunque los Árboles hace ya mucho que se han marchitado y ya no brillan.
Por tanto, aún en la oscuridad de las más profundas arcas los Silmarils
resplandecían con luz propia, como las estrellas de Varda; y, sin embargo, como
si fueran en verdad criaturas vivientes, se regocijaban en la luz y la recibían
y la devolvían con matices aún más maravillosos.
Fëanor por Ted Nasmith
Todos los que vivían en
Aman sintieron asombro y deleite ante la obra de Fëanor. Y Varda consagró los
Silmarils, de modo que en adelante ninguna carne mortal, ni manos maculadas, ni
nada maligno podría tocarlos sin quemarse y marchitarse; y Mandos predijo que
ellos guardaban dentro los destinos de Arda, la tierra, el mar y el aire. El
corazón de Fëanor estaba estrechamente apegado a esas cosas que él mismo había
hecho.
Entonces Melkor codició
los Silmarils, y le bastaba recordar cómo brillaban para que un fuego le royese
el corazón. De allí en adelante, inflamado por este deseo, buscó ansiosamente y
aún más que antes la manera de destruir a Fëanor y de poner fin a la amistad
entre los valar y los elfos; pero ocultó estos propósitos con astucia, y
ninguna malicia podía verse en el semblante que mostraba. Mucho tiempo trabajó,
y lentos al principio y baldíos fueron sus afanes. Pero al que siembra mentiras
le llega a la larga el tiempo de la cosecha, y pronto puede echarse a descansar
mientras otros recogen y siembran en vez de él. Aún Melkor encontró oídos que
lo escucharan, y algunas lenguas que agrandaran lo que habían oído; y sus
mentiras pasaron de amigo a amigo como secretos cuyo conocimiento prueba la
inteligencia de quien los revela. Amargamente pagaron los noldor la locura de
haberle prestado oídos en los días que siguieron después.
Cuando vio que muchos lo
aceptaban, Melkor anduvo con frecuencia entre ellos, y junto con las palabras
dulces entretejía otras, con tanta sutileza que muchos de los que las
escuchaban creían al recordarlas que eran pensamientos propios. Conjuraba
visiones en sus corazones de los poderosos reinos del este que podrían haber
gobernado a voluntad; y cundió el rumor de que los valar habían llevado a los
eldar a Aman por causa de los celos, temiendo que la belleza de los quendi y la
capacidad de creación con que Ilúvatar los había dotado se volvieran excesivas,
y que los valar no fueran capaces de gobernarlos, mientras los elfos medraban y
se extendían por las anchas tierras del mundo.
En esos días, aunque los
valar tenían conocimiento de la próxima llegada de los hombres, los elfos nada
sabían aún, pues Manwë no la había revelado. Pero Melkor les habló en secreto
de los hombres mortales, viendo cómo el silencio de los valar podría torcerse
para mal. Poco sabía él de los hombres, pues inmerso en sus propios
pensamientos musicales, apenas había prestado atención al Tercer Tema de
Ilúvatar; pero se decía ahora entre los elfos que Manwë mantenía cautivos a los
hombres, para que al fin llegaran a suplantar a los elfos en los reinos de la
Tierra Media. Porque advertían los valar que no les sería tan difícil someter a
esta raza de corta vida y más débil, arrebatando así a los elfos el legado que
Ilúvatar les reservaba. Poca verdad había en esto y jamás lograron los valar
tener gran dominio de la voluntad de los hombres; pero muchos de los noldor
creyeron, o creyeron a medias, estas palabras malignas.
Así, pues, antes de que
los valar se dieran cuenta, la paz de Valinor fue envenenada. Los noldor
empezaron a murmurar contra ellos y el orgullo dominó a muchos, que olvidaron
cuánto de lo que tenían y conocían era don de los valar. Fiera ardía la nueva
llama del deseo de libertad y de anchos reinos en el corazón ansioso de Fëanor;
y Melkor se reía en secreto, porque ese blanco había tenido sus mentiras por
destino: era a Fëanor a quien odiaba, sobre todo, codiciando siempre los
Silmarils. Pero a éstos no le estaba permitido acercarse, porque, aunque Fëanor
los llevaba en las grandes fiestas, brillantes sobre la frente, en toda otra
ocasión estaban celosamente guardados en las cámaras profundas del tesoro de
Tirion. Porque Fëanor empezó a amar los Silmarils con amor codicioso, y los
ocultaba a todos excepto a padre y a sus siete hijos; rara vez recordaba ahora
que la luz que guardaban no era la luz de él.
Ilustres príncipes fueron
Fëanor y Fingolfin, los hijos mayores de Finwë, honrados por todos en Aman;
pero ahora se habían vuelto orgullosos y celosos de los derechos y los bienes
de cada uno. Entonces Melkor diseminó nuevas mentiras en Eldamar, y a Fëanor le
llegó el rumor de que Fingolfin y sus hijos planeaban usurpar el trono de Finwë
y el mayorazgo de Fëanor, y suplantarlos con anuencia de los valar; porque
disgustaba a los valar que los Silmarils estuvieran en Tirion y no hubieran
sido confiados a ellos. Pero a Fingolfin y a Finarfin les dijo: —¡Cuidaos! Poco
amor ha sentido hasta hoy el orgulloso hijo de Míriel por los hijos de Indis.
Ahora se ha engrandecido y tiene al padre en un puño. ¡No pasará mucho tiempo
antes de que os arroje de Túna!
Y cuando Melkor vio que
estas mentiras ardían como brasas, y que habían despertado el orgullo y la
cólera entre los noldor, les habló de las armas; y en ese tiempo los noldor
empezaron a forjar espadas y hachas y lanzas. También hicieron escudos con los
signos de muchas casas y clanes que rivalizaban entre sí; y a éstos sólo los
llevaban fuera del reino, y de otras armas no hablaban porque cada cual creía
que sólo él había recibido la advertencia. Y Fëanor hizo una fragua secreta de
la que ni siquiera Melkor sabía; y allí templó feroces espadas para él y para
sus hijos, e hizo altos yelmos con penachos rojos. Amargamente lamentó Mahtan el
día en que le enseñó al marido de Nerdanel toda la ciencia de la metalurgia que
él había aprendido de Aulë.
Así, con mentiras y
malignos rumores y falsos consejos, Melkor incitó a los noldor a que lucharan;
y de esas disputas llegó con el tiempo el fin de los días ilustres de Valinor y
la declinación de su antigua gloria. Porque Fëanor empezó ahora a pronunciarse
abiertamente contra los valar, clamando a voces que abandonaría Valinor para
volver al mundo de fuera, y que libraría a los noldor del sojuzgamiento, si
ellos estaban dispuestos a seguirlo.
Entonces hubo gran inquietud en Tirion, y Finwë se sintió perturbado; y
convocó a todos sus señores a celebrar consejo. Pero Fingolfin corrió al
palacio de Finwë y se le puso delante diciendo: —Rey y padre, ¿no refrenarás el
orgullo de nuestro hermano, Curufinwë, demasiado bien llamado Espíritu de Fuego? ¿Con qué derecho
habla en nombre de todo nuestro pueblo como si fuera el rey? Tú fuiste quien ya
hace mucho aconsejó a los quendi que aceptaran el llamamiento de los valar a
Aman. Tú fuiste quien condujo a los noldor por el largo camino a través de los
peligros de la Tierra Media a la luz de Eldamar. Si no te arrepientes ahora,
tienes cuando menos dos hijos que honran tus palabras.
Pero mientras todavía
hablaba Fingolfin, entró Fëanor en la cámara, armado de arriba abajo: un alto
yelmo en la cabeza, y al costado una poderosa espada.
—De modo que es como lo
había adivinado—dijo—. Mi medio hermano se me adelanta al encuentro de mi padre
en este como en todo otro asunto. —Luego, volviéndose hacia Fingolfin,
desenvainó la espada y gritó: —¡Fuera de aquí y ocupa el lugar que te cuadra!
Fingolfin se inclinó ante
Finwë y sin decir una palabra, y evitando mirar a Fëanor, abandonó el aposento.
Pero Fëanor lo siguió, y lo detuvo a las puertas de la casa del rey; y apoyó la
punta de la brillante espada contra el pecho de Fingolfin. —¡Mira, medio hermano!—dijo—.
Esto es más afilado que tu lengua. Trata solo una vez más de usurpar mi sitio y
el amor de mi padre y quizá libraré a los noldor del que ambiciona convertirse
en conductor de esclavos.
Muchos escucharon estas
palabras, porque la casa de Finwë estaba en la gran plaza bajo la Mindon; pero
tampoco esta vez Fingolfin respondió, y avanzando en silencio entre la multitud
fue en busca de Finarfin, su hermano.
Ahora bien, a los valar
no se les había escapado por cierto la inquietud de los noldor, pero la semilla
de esta inquietud había sido sembrada en la oscuridad; y, como Fëanor fue quien
primero habló en contra de los valar, éstos creyeron que él era el promotor del
descontento, pues tenía reputación de obstinado y arrogante, aunque todos los
noldor eran ahora orgullosos. Y Manwë estaba apenado, pero observó y no dijo
palabra alguna. Los valar habían traído a los eldar a aquellas tierras sin
quitarles la libertad, y eran dueños de morar en ella o de partir; y aunque
juzgaran que la partida era una locura, no la impedirían. Pero ahora la
conducta de Fëanor no podía pasarse en silencio, y los valar estaban enfadados y
afligidos; y Fëanor fue llamado a comparecer ante ellos a las puertas de
Valmar, para que respondiera de todas sus palabras y actos. También fueron
convocados todos los otros que habían tenido parte en este asunto o algún
conocimiento de él; y a Fëanor, de pie ante Mandos en el Anillo del Juicio, se
le ordenó que respondiese a todo lo que se le preguntara. Entonces, por fin, la
raíz quedó al desnudo, y revelada la malicia de Melkor; y sin demora Tulkas
abandonó el consejo para echarle mano y llevarlo de nuevo a juicio. Pero no se
consideró que Fëanor no tuviera culpa, porque él había sido el que quebrantara
la paz en Valinor y desenvainara la espada contra su pariente; y Mandos le
dijo: —Tú hablas de esclavitud. Si esclavitud es en verdad, no puedes escaparte;
porque Manwë es rey de Arda y no sólo de Aman. Y esa acción fue contra la ley,
fuera en Aman o no. Por tanto, este juicio se dicta ahora: por doce años
abandonarás Tirion, donde se habló de esta amenaza. En ese tiempo reflexiona y
recuerda quién y qué eres. Pero al cabo de ese tiempo, este asunto quedará
saldado y enderezado, si hay gente que esté dispuesta a liberarte.
Entonces Fingolfin dijo:
—Yo liberaré a mi hermano—. Pero Fëanor no dio respuesta alguna allí ante los
valar. En seguida se volvió y abandonó el consejo y partió de Valmar.
Junto con él partieron al
destierro sus siete hijos, y al norte de Valinor construyeron una plaza fuerte
y cámaras de tesoros; y allí, en Formenos, se atesoró un gran número de gemas,
y también armas, y los Silmarils fueron guardados en una cámara de hierro. Allí
fue también Finwë, el rey, por causa del amor que profesaba a Fëanor; y
Fingolfin gobernó a los noldor en Tirion. Así, las mentiras de Melkor se
hicieron verdad en apariencia, aunque Fëanor, con su propia conducta, había
sido causa de que esto ocurriese; y la amargura que Melkor había sembrado
subsistió, y sobrevivió todavía mucho tiempo entre los hijos de Fingolfin y
Fëanor.
Al saber Melkor que sus
maquinaciones habían sido descubiertas, se escondió y se trasladó de sitio en
sitio como una nube en las colinas, y Tulkas lo buscó en vano. Entonces le
pareció al pueblo de Valinor que la luz de los Árboles había menguado, y que la
sombra de todas las cosas erguidas se alargaba y se oscurecía.
Se dice que por un tiempo
no volvió a verse a Melkor en Valinor ni tampoco se oían rumores acerca de él,
hasta que un buen día apareció y habló con Fëanor ante las puertas de Formenos.
Fingió amistad con argumentos astutos e insistió en que volviera a pensar en
librarse del estorbo de los valar; y dijo: —Considera la verdad de todo cuanto
he dicho y cómo has sido desterrado injustamente. Pero si el corazón de Fëanor
es todavía libre y audaz como lo fueron sus palabras en Tirion, lo ayudaré
entonces y lo llevaré lejos de la estrechez de esta tierra. Pues ¿no soy yo
también un vala acaso? Sí, y más todavía que los que moran orgullosos en
Valimar; y he sido siempre amigo de los noldor, el más valiente y capaz de los
pueblos de Arda.
Todavía había amargura en
el corazón de Fëanor por la humillación sufrida ante Mandos, y miró a Melkor en
silencio, preguntándose si aún podía confiar en él y si lo ayudaría a huir. Y
Melkor, viendo que Fëanor vacilaba y sabiendo que los Silmarils lo tenían
dominado, dijo por último: —He aquí una plaza fuerte y bien guardada; pero no
creas que los Silmarils estarán seguros en cualquier cámara que se encuentre en
el reino de los valar.
Pero la astucia de Melkor
sobrepasó el blanco; sus palabras llegaron demasiado hondo, y alentaron un
ruego más fiero que el que se proponía; y Fëanor miró a Melkor con ojos que
ardían a través de una dulce apariencia, y horadaron las nieblas de la mente de
Melkor, advirtiendo en ella la feroz codicia que despertaban los Silmarils.
Entonces el odio pudo más que el miedo en Fëanor, y maldijo a Melkor y lo
arrojó de su lado diciéndole: —¡Vete de mis portales, carne del presidio de
Mandos!—Y cerró las puertas de su casa en la cara del más poderoso de los
moradores de Eä.
Melkor partió entonces
avergonzado, porque él mismo estaba en peligro y no veía llegado aún el momento
de la venganza; pero la cólera le había ennegrecido el corazón, y Finwë tuvo
mucho miedo y envió de prisa mensajeros a Manwë, en Valmar.
Ahora bien, cuando los
mensajeros llegaron de Formenos, los valar estaban reunidos en consejo a las
puertas, asustados por la prolongación de las sombras. Enseguida Oromë y Tulkas
se pusieron en pie de un salto, pero cuando ya se disponían a lanzarse a la
carrera, llegaron mensajeros de Eldamar con la nueva de que Melkor había huido
a través del Calacirya y que desde la colina de Túna los elfos lo habían visto
pasar, furioso como una nube de tormenta. Y dijeron que desde allí se había
vuelto hacia el norte, porque los teleri habían visto la sombra de Melkor sobre
el puerto, hacia Araman.
Así Melkor abandonó
Valinor y por un tiempo los Dos Árboles volvieron a brillar sin sombra, y la
tierra se colmó de luz. Pero los valar quisieron en vano tener nuevas de su
enemigo; y como una nube alejada y cada vez más alta, llevada por un lento viento
helado, una duda empañaba ahora la alegría de los habitantes de Aman, pues
tenían miedo de un daño desconocido que aún podía acaecerles.
XII.DEL OSCURECIMIENTO DE VALINOR
EL SILMARILLION
Cuando Manwë oyó qué
camino había seguido Melkor, le pareció evidente que se proponía escapar a sus
viejas fortalezas al norte de la Tierra Media; y Oromë y Tulkas marcharon de
prisa hacia el norte con intención de alcanzarlo si era posible, pero no
encontraron de él ni rastros ni rumores más allá de las costas de los teleri,
en los baldíos despoblados que llegaban casi hasta el Hielo. En adelante se
redobló la vigilancia a lo largo de los cercados septentrionales de Aman; pero
en vano, porque aún antes de que se hubiera iniciado la persecución, Melkor
había regresado y había pasado en secreto alejándose hacia el sur. Porque era
aún como uno de los valar, y podía cambiar de forma, o andar desnudo al igual
que sus hermanos; aunque pronto habría de perder para siempre ese poder.
Así, sin ser visto, llegó
por fin a la región oscura de Avathar. Esa tierra angosta se encontraba al sur
de la bahía de Eldamar, al pie oriental de las Pelóri, y sus prolongadas y
lúgubres costas se extendían hacia el sur, sombrías e inexploradas. Allí, bajo
los muros despojados de las montañas y el frío y oscuro mar, las sombras eran
más profundas y espesas que en ningún otro sitio del mundo; y allí, en Avathar,
secreta y desconocida, Ungoliant había construido su morada. Los eldar no
sabían de dónde venía ella; pero han dicho algunos que hace ya muchas edades
descendió desde la oscuridad que está más allá de Arda, cuando Melkor miró por
primera vez con envidia el Reino de Manwë, y que en el principio ella fue uno
de aquellos que él corrompió para que lo sirvieran. Pero ella había renegado de
su Amo en el deseo de convertirse en dueña de su propia codicia, apoderándose
de todas las cosas para así alimentar su propio vacío; y huyó hacia el sur,
escapando de los ataques de los valar y de los cazadores de Oromë, pues éstos
siempre habían vigilado el norte, y por mucho tiempo el sur fue descuidado.
Desde allí se había arrastrado hacia la luz del Reino Bendecido; porque tenía
hambre de luz y a la vez la odiaba.
Vivía en una hondonada y
había tomado la forma de una araña monstruosa, tejiendo sus negras telas en una
hendidura de las montañas. Allí absorbía toda la luz y la devolvía como una red
oscura de asfixiante lobreguez, hasta que ya no le llegaba ninguna luz; y
estaba hambrienta.
Entonces vino Melkor a
Avathar y la buscó hasta encontrarla; y adoptó nuevamente la forma que había tenido
como tirano de Utumno: un oscuro Señor, alto y terrible. Esta forma la conservó
para siempre. Allí, en las sombras negras, más allá aún de lo que Manwë
alcanzaba a ver desde sus más elevadas estancias, Melkor y Ungoliant
discutieron la venganza que él había planeado. Pero cuando Ungoliant comprendió
los propósitos de Melkor, quedó desgarrada entre la codicia y el miedo; porque
temía desafiar los peligros de Aman y el poder de los espantables señores, y de
ningún modo quería moverse de su escondite. Por tanto, Melkor le dijo: —Haz lo
que pido; si aún estás hambrienta cuando todo esté consumado, te daré entonces
lo que tu codicia exija. Sí, con ambas manos—Hizo esta promesa a la ligera,
como siempre; y se reía en secreto. De esta manera el ladrón mayor le tendió
una trampa al ladrón menor.
Una capa de oscuridad
tejió Ungoliant alrededor de los dos cuando se pusieron en marcha: una No-luz
en la que las cosas ya no parecían ser y que los ojos no podían penetrar,
porque estaba vacía. Entonces, lentamente, tendió Ungoliant las telas: hilado
tras hilado, de grieta a grieta, de roca protuberante a pináculo rocoso,
siempre en ascenso, trepando, arrastrándose y adhiriéndose, hasta que por
último alcanzaron la cima misma de Hyarmentir, la más alta montaña de esa región
del mundo, muy lejos al sur de la gran Taniquetil. Allí los valar no montaban
vigilancia; porque al oeste de las Pelóri había una tierra vacía y penumbrosa,
y al este, salvo la olvidada Avathar, las montañas sólo miraban a las oscuras
aguas del mar sin senderos.
Pero ahora, la oscura
Ungoliant se encontraba sobre la cima de la montaña; e hizo una escala de
cuerdas tejidas y la dejó caer, y Melkor trepó y llegó a aquel elevado sitio, y
se irguió junto a ella mirando allá abajo el Reino Guardado. Por debajo se
extendían los bosques de Oromë y hacia el oeste brillaban tenues los campos y
los pastizales de Yavanna, dorados bajo el alto trigo de los dioses. Pero
Melkor miraba hacia el norte y vio a lo lejos la llanura resplandeciente y las
cúpulas plateadas de Valmar que refulgían a la luz mezclada de Telperion y
Laurelin. Entonces Melkor rio muy alto y se echó a correr saltando por las
largas pendientes occidentales; y Ungoliant iba con él y la oscuridad los
cubría.
Era entonces tiempo de
festividad, como Melkor sabía bien. Aunque todas las mareas y las estaciones
seguían la voluntad de los valar, y no había en Valinor invierno de muerte,
ellos moraban en el Reino de Arda, que no era más que un reino minúsculo en las
estancias de Eä, cuya vida es el Tiempo, que fluye siempre desde la primera
nota hasta el último acorde de Eru. Y aunque entonces el deleite de los valar
(como se cuenta en la Ainulindalë) era ponerse como una vestidura las
formas de los hijos de Ilúvatar, también comían y bebían, y recogían los frutos
de Yavanna, sacados de la Tierra, que habían hecho por voluntad de Eru.
Melkor y Ungoliant por John
Howe
Por tanto, Yavanna había
ordenado las épocas de floración y madurez de todo lo que crecía en Valinor; y
con cada primera cosecha Manwë convocaba una gran fiesta en alabanza de Eru, y
todos los pueblos de Valinor vertían su alegría en música y canciones sobre el
Taniquetil. Esta era la hora, y Manwë había decretado una fiesta más gloriosa
que ninguna celebrada antes desde la llegada de los eldar a Aman. Porque,
aunque la huida de Melkor hacía presagiar afanes y dolores, y nadie podía
conocer los daños que aún sobrevendrían, antes de que pudieran volver a
someterlo, en esta ocasión Manwë decidió poner remedio al mal surgido entre los
noldor; y todos fueron invitados a ir a los palacios de Taniquetil, para dejar
allí de lado las querellas que separaban a los príncipes y olvidar por completo
las mentiras del Enemigo.
Asistieron los vanyar, y
asistieron los noldor de Tirion, y acudieron juntos los maiar, y los valar
lucían toda su belleza y majestad; y cantaron ante Manwë y Varda en las altas
estancias o danzaron en las verdes pendientes de la montaña que miraba al oeste
hacia los Árboles. Ese día las calles de Valmar quedaron desiertas y las
escaleras de Tirion estuvieron en silencio; y toda la tierra dormía en paz.
Sólo los teleri, más allá de las montañas, cantaban todavía a orillas del
océano; pues poco caso hacían del tiempo o las estaciones, o de los cuidados de
los Regidores de Arda, o de la sombra que había caído sobre Valinor, pues no
los había afectado hasta entonces.
Sólo una cosa estropeaba
el propósito de Manwë. Fëanor había venido, por cierto, porque sólo a él Manwë
le había ordenado asistencia; pero Finwë no se presentó, ni ningún otro de los
noldor de Formenos. Porque, dijo Finwë: —En tanto dure el destierro impuesto a
mi hijo, y no pueda presentarse en Tirion, me privo a mí mismo de la corona y
no he de reunirme con mi pueblo. —Y Fëanor llegó vestido de fiesta y no llevaba
ornamento alguno, ni plata, ni oro, ni gemas; y se negó a que los valar y los
eldar contemplaran los Silmarils, y los dejó guardados en Formenos en la cámara
de hierro. No obstante, se encontró con Fingolfin ante el trono de Manwë y se
reconcilió con él, de palabra; y Fingolfin no intentó desenvainar la espada.
Tendió la mano a Fingolfin diciendo: —Tal como lo prometí, lo hago ahora. Salgo
en tu descargo y no recuerdo ya ofensa alguna.
Entonces Fëanor le tomó
la mano en silencio; pero Fingolfin dijo: —Mediohermano por la sangre, hermano
entero seré por el corazón. Tú conducirás y yo te seguiré. Que ninguna querella
nos divida.
—Te oigo—dijo Fëanor—.
Así sea.—Pero nadie sabía el posible significado de esas palabras.
Se dice que cuando Fëanor
y Fingolfin estaban ante Manwë, las luces de los árboles se mezclaron, y en la
silenciosa ciudad de Valmar hubo un fulgor de plata y oro. Y a esa misma hora
precisa Melkor y Ungoliant llegaron precipitados a los campos de Valinor como
la sombra de una nube oscura que pasa sobre la tierra iluminada por el sol; y
llegaron ante el verde montículo de Ezellohar. Entonces la No-luz de Ungoliant
subió hasta las raíces de los Árboles, y Melkor saltó sobre el montículo; y con
su lanza negra hirió a cada árbol hasta la médula, los hirió profundamente, y
la savia manaba como si fuese sangre y se derramó por el suelo. Pero Ungoliant
la absorbía y yendo de árbol a árbol aplicaba el pico negro a las heridas hasta
que quedaron desecadas; y el veneno de Muerte que había en ella penetró en los
tejidos y los marchitó: raíz, ramas y hojas; y murieron. Y ella aún tenía sed,
y yendo a las Fuentes de Varda, bebió de ellas hasta dejarlas secas; pero
eructaba vapores negros mientras bebía, y se hinchó hasta tener una forma tan
grande y espantosa que Melkor sintió mucho miedo.
Así la gran oscuridad
descendió sobre Valinor. De los hechos de ese día se habla en el Aldudénië, que
compuso Elemmirë de los vanyar y es conocido de todos los eldar. Pero no existe
canto ni libro que pueda contener toda la aflicción y el terror que hubo
entonces. La Luz menguó; pero la Oscuridad que sobrevino no fue tan sólo
pérdida de luz. Fue una Oscuridad que no parecía una ausencia, sino una cosa
con sustancia: pues en verdad había sido hecha maliciosamente con la materia de
la Luz, y tenía poder de herir el ojo y de penetrar el corazón y la mente y de
estrangular la voluntad misma.
Varda miró hacia abajo
desde Taniquetil y vio la Sombra que se elevaba en súbitas torres de lobreguez;
Valmar había naufragado en un profundo mar nocturno. Pronto la montaña sagrada
se erguía sola, una última isla en un mundo anegado. Todo canto cesó. Había
silencio en Valinor y no se oía ningún sonido, sólo a lo lejos el lamento de
los teleri, como el grito frío de las grullas. Venía entre las montañas con el
viento que a esa hora soplaba helado desde el este, y las vastas sombras del
mar rompían contra los muros de la costa.
Pero Manwë miraba desde
el alto trono, y sólo él alcanzó a horadar la noche hasta que tropezó con una
Oscuridad más allá de lo oscuro; y supo que Melkor había venido y había
partido.
Entonces empezó la
persecución; y la tierra tembló bajo los caballos del ejército de Oromë, y el
fuego que relumbró bajo los cascos de Nahar fue la primera luz que volvió a
Valinor. Pero no bien llegaron los jinetes a la Nube de Ungoliant, quedaron
enceguecidos y desanimados y no sabían por dónde iban; y el sonido del Valaróma
vaciló y se perdió. Y Tulkas parecía atrapado en una red negra por la noche, y
nada podía hacer y batía el aire en vano. Pero cuando la Oscuridad hubo pasado,
ya era tarde: Melkor se había ido, y la venganza estaba consumada.
XIII.DE LA HUIDA DE LOS NOLDOR
EL SILMARILLION
Al cabo de un tiempo una
gran concurrencia se reunió en el Anillo del Juicio; y los valar se sentaron en
la sombra, porque era de noche. Pero las estrellas de Varda brillaban en lo
alto y el aire estaba claro; pues los vientos de Manwë habían barrido los
vapores de muerte y habían devuelto las sombras al mar. Entonces Yavanna se
incorporó y se irguió sobre Ezellohar, el Montículo Verde, pero estaba desnudo
ahora, y negro; y puso las manos sobre los árboles, pero éstos estaban muertos
y oscuros, y cada rama que tocaba se quebraba y caía marchita a sus pies.
Entonces muchas voces se alzaron en lamentaciones; y les pareció a los que se
apesadumbraban que habían bebido hasta las heces la copa de dolor que Melkor
había escanciado para ellos. Pero no era así.
Yavanna habló ante los
valar, diciendo: —La luz de los Árboles se ha ido, y ahora vive sólo en los
Silmarils de Fëanor. ¡Previsor ha sido! Aún para los más poderosos bajo la
égida de Ilúvatar hay una obra que sólo pueden llevar a cabo una única vez. Di
ser a la Luz de los Árboles, y en los confines de Eä nunca más podré hacerlo.
Sin embargo, si yo dispusiese de un poco de esa luz, podría devolver la vida a
los Árboles antes de que las raíces se corrompieran; y entonces nuestras
heridas tendrían remedio, y la malicia de Melkor quedaría confundida.
Entonces intervino Manwë
y dijo: —¿Oyes, Fëanor hijo de Finwë, las palabras de Yavanna? ¿Concederás lo
que pide?
Hubo un largo silencio,
pero Fëanor no respondió. Tulkas gritó entonces: —¡Di, oh, noldo, sí o no! Pero
¿quién ha de negarse a Yavanna? Y ¿no vino de su obra en un principio la luz de
los Silmarils?
Pero Aulë el Hacedor
dijo: —¡No tengas prisa! Pedimos algo más grande que nada que tú conozcas.
Concédele paz por un instante.
Pero Fëanor habló
entonces y gritó amargamente: —Para los pequeños, como para los mayores, hay
siempre algo que sólo pueden hacer una vez; y luego el corazón ha de reposar.
Puede que sea posible abrir mis joyas, pero nunca otra vez haré otras
parecidas; y si he de romperlas, se me romperá el corazón y seré asesinado; el
primero de entre todos los eldar en Aman.
—No el primero—dijo
Mandos, pero nadie entendió estas palabras; y una vez más hubo silencio
mientras Fëanor meditaba en la oscuridad. Le parecía estar engarzado en un
anillo de enemigos, y le volvieron a la memoria las palabras de Melkor: los
Silmarils no estarían seguros en manos de los valar. "¿Y no es él vala
como ellos?" le decía el corazón. "¿Y no entiende acaso lo que ellos
sienten? ¡Sí, es un ladrón el que delata a los ladrones!" Entonces
vociferó: —No lo haré de propia voluntad. Pero si los valar me obligan, sabré
entonces con seguridad que Melkor es como ellos.
Entonces Mandos dijo:
—Has hablado—. Y Nienna se puso en pie y fue a Ezellohar, y echó atrás la
capucha gris y lavó con lágrimas las inmundicias de Ungoliant; y cantó
doliéndose de la amargura del mundo y la injuria de Arda.
Pero mientras Nienna aún
se lamentaba, llegaron mensajeros de Formenos, y eran gente de los noldor que
traían nuevas de infortunio. Porque contaron cómo una ciega Oscuridad había
avanzado hacia el norte, y en medio de ella se movía cierto poder para el que
no había nombre, y la Oscuridad salía de él mismo. Pero Melkor también estaba
allí, y fue a la casa de Fëanor, y mató a Finwë, rey de los noldor, delante de
las puertas, y derramó la primera sangre en el Reino Bendecido; porque sólo
Finwë no había huido del horror de lo Oscuro. Y contaron que Melkor había
quebrantado la fortaleza de Formenos y se había apoderado de todas las joyas de
los noldor que allí estaban guardadas; y los Silmarils habían desaparecido.
Entonces Fëanor se
levantó, y alzando la mano ante Manwë, maldijo a Melkor llamándolo Morgoth, Negro
Enemigo del mundo; y desde entonces y para siempre los eldar sólo lo conocieron
por ese nombre. Y maldijo también el llamamiento de Manwë y la hora en que
había acudido a Taniquetil, pensando en medio de la locura a que lo habían
llevado la rabia y la pena que si se hubiera encontrado en Formenos, la fuerza
le hubiera valido al menos para que no lo mataran a él también, como Melkor se
había propuesto. Entonces Fëanor abandonó a la carrera el Anillo del Juicio y
se internó en la noche; porque Finwë le era más querido que las obras
incomparables de sus manos o que la luz de Valmar; y ¿quiénes entre los hijos,
sean de elfos o de hombres, han tenido a sus padres en más alta estima?
Muchos allí se afligieron
por el dolor de Fëanor, pero la pérdida por él sufrida no era suya solamente; y
Yavanna lloró junto al montículo, temiendo que la Oscuridad devorara para
siempre los últimos rayos de la Luz de Valinor. Porque aunque los valar aún no
entendían del todo qué pasaba, advertían que Melkor había pedido ayuda a algo
que procedía de más allá de Arda. Los Silmarils habían desaparecido y no
importaba en apariencia que Fëanor le hubiera dicho sí o no a Yavanna; sin
embargo, si hubiera consentido desde un principio, antes de que las nuevas
llegaran desde Formenos, quizá no hubiese podido acometer lo que hizo después.
Pero el destino de los noldor estaba ahora cada vez más cerca.
Entretanto Morgoth, al
huir de la persecución de los valar, llegó a los baldíos de Araman. Esta tierra
se extendía hacia el norte, entre las montañas de las Pelóri y el Gran Mar,
como Avathar se extendía hacia el sur; pero Araman era una región más vasta, y
entre las costas y las montañas había tierras yermas, cada vez más frías a
medida que se aproximaban al Hielo. Por esta región Morgoth y Ungoliant pasaron
de prisa, y así llegaron a través de las grandes nieblas de Oiomúrë al
Helcaraxë, el estrecho entre Araman y la Tierra Media, todo de hielo crujiente;
y él lo cruzó, y regresó por fin al norte de las Tierras Exteriores. Juntos
siguieron avanzando, porque Morgoth no podía eludir a Ungoliant, y la nube de
Ungoliant todavía lo envolvía y todos los ojos de ella estaban fijos en
Morgoth; y llegaron a esas tierras que se extienden al norte del estuario de
Drengist. Se acercaba ahora Morgoth a las ruinas de Angband, donde se había
levantado una gran fortaleza occidental; y Ungoliant cayó en la cuenta de cuál
era la esperanza de Morgoth y supo que allí intentaría huir, y lo detuvo
exigiéndole que cumpliera lo que había prometido.
—¡Negro corazón!—dijo—.
He hecho lo que me pediste. Pero todavía estoy hambrienta.
—¿Qué más quieres?—dijo
Morgoth—. ¿Deseas meterte el mundo entero en la barriga? No prometí darte eso.
Soy el Señor.
—No pretendo tanto—dijo
Ungoliant—. Pero obtuviste un gran tesoro en Formenos; eso quiero. Sí, con
ambas manos me lo darás.
Entonces por fuerza cedió
Morgoth las gemas que llevaba consigo, una por una y a regañadientes; y ella
las devoró y la belleza de las piedras murió para el mundo. Más grande y oscura
se volvió Ungoliant, pero su codicia no estaba satisfecha todavía. —Con una
mano das—dijo—; sólo con la izquierda. Abre la otra mano.
En la mano derecha
llevaba Morgoth apretados los Silmarils, y aunque estaban encerrados en un
cofrecillo de cristal, habían empezado a quemarlo y el dolor le agarrotaba la
mano, pero no la abría. —¡No!—dijo—. Has recibido lo que te adeudaba. Porque
con el poder que puse en ti consumaste tu obra. Ya no te necesito. No tendrás
estas cosas, ni las verás. Las nombro mías para siempre.
Pero Ungoliant había
crecido y Morgoth era ahora más pequeño a causa del poder que había salido de
él; y ella se irguió enfrentándolo, y lo encerró en su nube y lo atrapó en una
red de cuerdas pegajosas para estrangularlo. Entonces Morgoth lanzó un grito
terrible cuyos ecos resonaron en las montañas. Fue así que esa región se llamó Lammoth;
porque esos ecos la habitaron después para siempre, y despertaban cada vez que
alguien gritaba allí, y todas las tierras yermas entre las colinas y el mar se
llenaban de un clamor de voces angustiadas. El grito de Morgoth a esa hora fue
el más grande y terrible de los que se habían oído en el mundo del norte; las
montañas se sacudieron y la tierra tembló y las rocas se partieron. En abismos
olvidados se oyó ese grito. Muy por debajo de las estancias en ruinas de
Angband, en cuevas que los valar habían olvidado en la prisa del ataque, los
balrogs, que aún acechaban esperando el regreso del Señor, se levantaron ahora
con rapidez, y precipitándose por Hithlum llegaron a Lammoth como una tempestad
de fuego. Con los látigos de llamas rompieron las telas de Ungoliant, y ella se
amedrentó y se volvió eructando vapores negros para ocultarse y escapar, y
huyendo del norte descendió a Beleriand y vivió bajo Ered Gorgoroth, en el
valle oscuro que se llamó después Nan Dungortheb, el valle de la Muerte
Terrible, por causa del horror que ella crio en ese sitio; porque otras
inmundas criaturas arácnidas habían morado allí desde los días de la excavación
de Angband, y Ungoliant se acopló con ellas y las devoro; y aún después que
ella se fue, internándose en el olvidado sur del mundo, los vástagos
continuaron allí y tejieron unas telas horribles. Ningún libro cuenta qué fue
de Ungoliant. Sin embargo han dicho algunos que el fin le llegó hace ya mucho tiempo,
cuando acuciada por el hambre, terminó por devorarse a sí misma.
Y así, pues, lo que
Yavanna temía, que Ungoliant devorara los Silmarils y éstos se desvanecieran en
nada, no llegó a ocurrir, pero las piedras quedaron en poder de Morgoth. Y
Morgoth, libre otra vez, reunió a todos los sirvientes que pudo encontrar y se
encaminó a las ruinas de Angband. Allí cavó de nuevo unas vastas cavernas y
mazmorras, y por encima de las puertas levantó las cumbres triples de
Thangorodrim, y enroscó para siempre alrededor una espesa emanación de humo
oscuro. Las huestes de bestias y demonios llegaron a ser allí innumerables, y
la raza de los orcos, criada muchos años atrás, creció y se multiplicó en las
entrañas de la tierra. Oscura era ahora la sombra sobre Beleriand, como se
cuenta más tarde; pero Morgoth forjó en Angband una gran corona de hierro, y se
llamó a sí mismo rey del mundo. Como señal de esto, engarzó en la corona los
Silmarils. Las manos se le ennegrecieron quemadas por el contacto con esas
joyas sagradas, y desde entonces fueron siempre negras; nunca se alivió tampoco
del dolor de la quemadura, ni de la ira del dolor. En ningún momento se quitaba
la corona, aunque el peso lo abrumaba mortalmente. Sólo una vez dejó en secreto
los dominios del norte; y a decir verdad en raras ocasiones abandonaba los
lugares profundos de la fortaleza, y mandaba a sus ejércitos desde el trono
septentrional. Y también sólo una vez esgrimió un arma, mientras gobernó el
reino.
Porque ahora, más que en
los días de Utumno, antes de que su orgullo fuera humillado, lo devoraba el
odio, y se consumía en la tarea de dominar a sus sirvientes e inculcarles el
deseo del mal. No obstante, conservó largo tiempo la majestad de los valar,
aunque cambiada en terror, y al encontrarse con él frente a frente, todos,
excepto los más poderosos, se hundían en un oscuro precipicio de miedo.
Ahora bien, cuando se
supo que Morgoth había escapado de Valinor y que de nada servía perseguirlo,
los valar permanecieron largo tiempo sentados en la oscuridad, en el Anillo del
Juicio, y los maiar y los vanyar lloraban de pie junto a ellos; pero la mayoría
de los noldor volvieron a Tirion y se lamentaron por el oscurecimiento de la
bella ciudad. A través de la barranca oscura del Calacirya venían flotando unas
nieblas desde los mares sombríos y cubrían las torres como mantos, y la lámpara
de la Mindon ardía pálida en la lobreguez.
Entonces, de pronto,
apareció Fëanor en la ciudad y convocó a todos a la ilustre corte del rey en la
cima de Túna; pero la condena al destierro que le había sido impuesta no estaba
levantada todavía, y él se rebeló contra los valar. Una gran multitud se reunió
rápidamente para escuchar lo que tuviera que decir; y la luz de las muchas
antorchas que cada cual llevaba en la mano iluminaba las colinas y todas las
escaleras y calles que subían por ella. Fëanor era un maestro de las palabras y
tenía gran poder sobre los corazones cada vez que hablaba, y esa noche
pronunció un discurso ante los noldor que éstos siempre recordaron. Fieras y
salvajes fueron las palabras de Fëanor, y colmadas de cólera y de orgullo; y al
escucharlas los noldor se sintieron movidos a la locura. Fëanor habló sobre
todo de Morgoth, con odio y cólera, y sin embargo, casi todo cuanto dijo
procedía de las mentiras de Morgoth mismo; pero Fëanor, transido de dolor por
el asesinato de su padre y de angustia por el robo de los Silmarils, reclamó el
reinado sobre todos los noldor, desde que Finwë estaba muerto, y despreció los
decretos de los valar.
—¿Por qué, oh, pueblo de
los noldor—exclamó—, por qué habremos de servir a los celosos valar, que no
pueden protegernos ni protegerse del Enemigo? Y aunque sea ahora un adversario
¿no pertenecen ellos y él a un mismo linaje? La venganza me llama desde aquí,
pero aun cuando así no fuese, no querría yo vivir más tiempo en la misma tierra
con el linaje del asesino de mi padre y del ladrón de mi tesoro. Pero no soy el
único valiente en este pueblo de valientes. ¿Y no habéis perdido todos a
vuestro rey? ¿Y qué más no habéis perdido, aquí encerrados en una tierra
estrecha entre las montañas y el mar? Aquí una vez hubo luz, que los valar
mezquinaron a la Tierra Media, pero ahora la oscuridad lo nivela todo. ¿Nos
lamentaremos aquí siempre inactivos, pueblo de sombras, moradores de la niebla,
vertiendo lágrimas vanas en el mar indiferente? ¿O volveremos a nuestra patria?
En Cuiviénen fluían dulces las aguas bajo las estrellas de un cielo sin nubes,
y vastas eran las tierras, por las que podía andar un pueblo libre. Allí se
extienden todavía y nos aguardan, a nosotros que las abandonamos en un momento
de locura. ¡Venid! ¡Que los cobardes guarden la ciudad!
Largamente habló,
instando siempre a los noldor a que lo siguieran, y a ganar ellos mismos la
libertad y grandes reinos en las tierras del este, antes de que fuera demasiado
tarde; porque repetía las mentiras de Melkor, que los valar los habían engañado
y pretendían mantenerlos cautivos para que los hombres pudieran regir en la
Tierra Media. Muchos de los eldar oyeron hablar por primera vez de los segundos
nacidos. —¡Hermoso será el fin—exclamó Fëanor—, aunque largo y áspero el
camino! ¡Decid adiós al sometimiento! ¡Pero decid adiós también a la holgura!
¡Decid adiós a los débiles! ¡Decid adiós a vuestros tesoros! Porque iremos más
lejos que Oromë, soportaremos más durezas que Tulkas: nunca dejaremos de
intentarlo. ¡Tras Morgoth hasta el fin de la Tierra! Combatiremos contra él y
nuestro odio será imperecedero. Pero cuando lo hayamos conquistado y
recuperemos los Silmarils, nosotros y sólo nosotros seremos los señores de la
Luz inmaculada y amos de la beatitud y la belleza de Arda. ¡Ninguna otra raza
nos despojará!
Entonces pronunció Fëanor
un terrible juramento. Los siete hijos se acercaron a él de un salto y juntos
hicieron el mismo voto, y rojas como la sangre brillaron las espadas al
resplandor de las antorchas. Era un juramento que nadie puede quebrantar ni
nadie ha de pronunciar, aún en nombre de Ilúvatar, y pidieron para ellos la
Oscuridad Sempiterna si no lo cumplían; y a Manwë nombraron como testigo, y a
Varda, y a la montaña sagrada de Taniquetil, prometiendo perseguir con odio y
venganza hasta el fin del mundo a vala, demonio, elfo u hombre aún no nacidos,
o a cualquier otra criatura, grande o pequeña, buena o mala, a la que el tiempo
diese origen desde ahora hasta la consumación de los días, que guardara, tomara
o arrebatara uno de los Silmarils de Fëanor.
El juramento de Fëanor por
Jenny Dolfen
Así hablaron Maedhros y
Maglor y Celegorm, Curufin y Caranthir, Amrod y Amras, príncipes de los noldor;
y muchos se descorazonaron al oír las terribles palabras. Porque así dicho, un
juramento, malo o bueno, no puede quebrantarse, y perseguirá tanto al que lo
cumple como al que lo quebranta hasta el fin del mundo. Fingolfin y su hijo
Turgon hablaron por tanto en contra de Fëanor, y despertaron palabras fieras,
de modo que una vez más la ira estuvo cerca del filo de las espadas. Pero
Finarfin habló dulcemente, como le era habitual, e intentó apaciguara los
noldor, pidiéndoles que se detuvieran y meditaran antes que se hiciera algo que
no pudiera deshacerse; y Orodreth[11], solo
entre sus hijos, habló de igual manera; pero Galadriel, la única mujer de los
noldor que se mantuvo erguida y valerosa entre los príncipes contendientes,
estaba ansiosa por partir.[12] No
pronunció ningún juramento, pero las palabras de Fëanor sobre la Tierra Media
le habían ardido en el corazón, y anhelaba ver las amplias tierras sin custodia
y gobernar allí un reino a su propia voluntad. Lo mismo que Galadriel pensaba
Fingon hijo de Fingolfin, también movido por las palabras de Fëanor, aunque
poco lo amaba; y con Fingon estuvieron, como siempre, Angrod y Aegnor, hijos de
Finarfin. Pero éstos mantuvieron la calma y no hablaron contra sus padres.
Por fin, después de un
prolongado debate, prevaleció Fëanor, y a la mayor parte de los noldor allí
reunidos inflamó con el deseo de nuevas cosas y países extraños. Por tanto,
cuando Finarfin habló aún otra vez pidiendo reflexión y tiempo, un gran grito
se alzó: —¡No, partamos!—. Y sin dilación Fëanor y sus hijos se prepararon para
emprender la marcha.
Poca previsión podía
haber entre los que se atrevían a tomar una senda tan oscura. No obstante, todo
se hizo con excesiva prisa; porque Fëanor los impulsaba temiendo que al
enfriárseles el corazón las palabras que él había dicho se marchitaran, y
prevalecieran otros consejos; y a pesar de todo el orgullo que había mostrado
no olvidaba el poder de los valar. Pero de Valmar no llegó mensaje alguno, y
Manwë se mantenía en silencio. No estaba dispuesto a prohibir o estorbar el
propósito de Fëanor; porque a los valar les ofendía que se los hubiese acusado
de malas intenciones para con los eldar, o de que retuvieran a alguien por la
fuerza. Ahora observaban y esperaban, porque no creían todavía que Fëanor pudiera
someter a los noldor.
Y en verdad cuando Fëanor
empezó a dar órdenes a los noldor para ponerse en camino, las discusiones
comenzaron. Porque aunque había persuadido a la asamblea de que era necesario
partir, no todos pensaban que Fëanor tuviese que ser el rey. Fingolfin y sus
hijos eran los más amados, y los de su casa y la mayor parte de los habitantes
de Tirion se negaron a abandonar a Fingolfin, si él los acompañaba; y así por
fin, como dos huestes separadas, emprendieron los noldor el amargo camino.
Fëanor y sus seguidores iban a la vanguardia, pero la hueste mayor iba detrás,
fiel a Fingolfin; y éste marchaba de mala gana y sólo porque se lo pedía
Fingon, su hijo, y porque no quería separarse de su pueblo que ansiaba partir,
ni dejarlos librados a los precipitados consejos de Fëanor. Tampoco olvidaba lo
que había dicho ante el trono de Manwë. Con Fingolfin iba también Finarfin, y
por razones parecidas; pero era él a quien más le repugnaba partir. Y de todos
los noldor de Valinor, ahora ya un gran pueblo, sólo una décima parte rehusó
ponerse en camino: algunos por el amor que tenían a los valar (y de todos ellos
no era Aulë el menos amado), otros por el amor de Tirion y las muchas cosas que
allí habían hecho; ninguno por temor a los peligros del camino.
Pero mientras resonaba la
trompeta y salía Fëanor por las puertas de Tirion, llegó por fin un mensajero
de Manwë diciendo: —A la locura de Fëanor se opone sólo mi consejo. ¡No
partáis! Porque es mala hora, y vuestro camino os conduce a una pesadumbre que
no prevéis. Ninguna ayuda os prestarán los valar en esta empresa; pero tampoco
os la entorpecerán; porque esto os digo: como vinisteis aquí libremente,
libremente partiréis. Pero tú, Fëanor, hijo de Finwë, por tú juramento estás
exiliado. Aprenderás en la amargura que Melkor ha mentido. Vala es, dices. Pues
entonces has jurado en vano, porque a ninguno de los valar puedes vencer ahora
ni nunca dentro de las estancias de Eä, ni aunque Eru, a quien nombras, te
hubiera hecho tres veces más grande de lo que eres.
Pero Fëanor se rio, y
habló no al heraldo, sino a los noldor: —¡Vaya! ¿Entonces este pueblo valiente
ha de enviar a destierro al rey, acompañado sólo por sus hijos, para luego
volver a someterse? Pero a aquellos que vengan conmigo, les preguntaré: ¿Se os
dice que habrá dolor? Pero en Aman lo hemos visto. En Aman hemos llegado por la beatitud a la pesadumbre.
Intentaremos ahora el camino opuesto: por el dolor busquemos la alegría; o al
menos la libertad.
Entonces, volviéndose al
heraldo, gritó: —Di esto a Manwë Súlimo, ilustre rey de Arda: si Fëanor no
puede destruir a Morgoth, cuando menos no vacila en atacarlo, ni se queda
sentado y lamentándose. Y quizá haya puesto Eru en mí un fuego mayor que el que
tú sospechas. Al menos abriré tal herida al Enemigo de los valar que aún los
poderosos reunidos en el Anillo del Juicio se asombrarán al oírlo. Sí, al fin
me seguirán. ¡Adiós!
En ese momento la voz de
Fëanor se le hizo tan fuerte y tan poderosa, que aún el heraldo de los valar se
inclinó ante él, como quien ha recibido una respuesta cabal, y partió; y los
noldor nada pudieron hacer. Por tanto, continuaron la marcha; y la casa de
Fëanor se apresuró a lo largo de las costas de Elendë; y ni una vez volvieron
la cabeza para mirar a Tirion, en la verde colina de Túna. Detrás de ellos, más
lentamente y con menor ansiedad iban las huestes de Fingolfin. De éstos Fingon
era el primero; pero a la retaguardia marchaban Finarfin y Finrod, y muchos de
los más nobles y más sabios de los noldor; y con frecuencia miraban atrás para
ver la hermosa ciudad en que habían vivido, hasta que la lámpara de la Mindon
Eldaliëva se perdió en la noche. Más que ninguno de los demás exiliados tenían
recuerdos de la beatitud que habían abandonado y algunos hasta llevaban consigo
las cosas que allí habían hecho: solaz y carga para el camino.
Conducía ahora Fëanor a
los noldor hacia el norte, pues ante todo quería seguir a Morgoth. Además, Túna
bajo Taniquetil estaba cerca de la Cintura de Arda, y allí el Gran Mar era de
una anchura inconmensurable, mientras que al norte los mares divisorios se
hacían más estrechos a medida que se aproximaban a la tierra yerma de Araman y
las costas de la Tierra Media. Pero al irse enfriando la mente de Fëanor y
cobrando tino, entendió demasiado tarde que esas grandes huestes nunca
sobrepasarían las largas leguas hacia el norte, ni cruzarían los mares, excepto
con la ayuda de una flota, pero exigiría largo tiempo y esfuerzo construir
tantas embarcaciones, aun cuando alguno de los noldor tuviera habilidad para
ese arte. Por tanto, resolvió persuadir a los teleri, siempre amigos de los
noldor, de que se les unieran; e inflamado por su propia rebeldía pensó que de
ese modo la beatitud de Valinor disminuiría todavía más, y él podría hacerle la
guerra a Morgoth con mayor fuerza. Se encaminó pues de prisa a Alqualondë y les
habló a los teleri como había hablado antes en Tirion.
Pero de cuanto pudo decir
nada movió a los teleri. Estaban en verdad apenados por la partida de parientes
y viejos amigos, y parecían más dispuestos a disuadirlos que a prestarles
ayuda; y no quisieron prestar ningún barco, ni ayudar a construirlo contra la
voluntad de los valar. En cuanto a ellos, no deseaban otra patria que las
playas de Eldamar y ningún otro señor que Olwë, príncipe de Alqualondë. Y él
nunca había prestado oídos a Morgoth, ni le había recibido de buen grado en su
tierra, y confiaba todavía en que Ulmo y los otros grandes entre los valar
pondrían remedio a las heridas abiertas por Morgoth, y que la noche pasaría, y
que luego habría un nuevo amanecer.
Entonces Fëanor se
encolerizó, porque aún temía retrasarse, y le dijo airado a Olwë: —Renunciáis a
los amigos en la hora de necesidad. Sin embargo, aceptasteis agradecidos
nuestra ayuda cuando llegasteis los últimos a estas costas, perezosos de
corazón flaco, casi con las manos vacías. Todavía viviríais en chozas sobre la
playa si los noldor no hubieran cavado vuestro puerto y trabajado en vuestros
muros.
Pero Olwë respondió: —De
ningún modo renunciamos a los amigos. Pero sólo un amigo ha de censurar la
locura del amigo. Y cuando los noldor nos dieron la bienvenida y nos prestaron
ayuda, hablaste de modo bien distinto: íbamos a vivir para siempre en la tierra
de Aman, como hermanos en casas contiguas. Pero en cuanto a nuestros blancos
navíos, no proceden de vosotros. No aprendimos ese arte de los noldor, sino de
los señores del mar; y los blancos maderos los trabajamos con nuestras propias
manos, las blancas velas fueron tejidas por nuestras esposas e hijas. Por
tanto, no las daremos ni las venderemos ni por alianza ni por amistad. Porque
te digo, Fëanor hijo de Finwë, éstas son para nosotros como las gemas de los
noldor: la obra de nuestros corazones, que nunca podremos repetir.
Fëanor se alejó entonces,
y ya fuera de los muros de Alqualondë se sintió acosado por negros
pensamientos, hasta que sus huestes estuvieron reunidas. Cuando juzgó que
contaba con tropas suficientes marchó hacia el Puerto de los Cisnes y se puso a
dar órdenes a los barcos allí anclados y a apoderarse de ellos por la fuerza.
Pero los teleri se le resistieron y arrojaron a muchos noldor al mar. Entonces
se desenvainaron las espadas y se desencadenó una amarga batalla en los barcos
y en los muelles y malecones iluminados por lámparas, y hasta sobre el gran arco
de las puertas. Tres veces la gente de Fëanor fue rechazada y muchos murieron
de ambos bandos; pero la vanguardia de los noldor recibió el socorro de Fingon
con los primeros de la hueste de Fingolfin, que al llegar y descubrir que se
libraba una batalla en la que moría gente de su propio linaje, se unieron a
ella sin conocer bien el motivo de la lucha; algunos creyeron que los teleri
intentaban impedir la marcha de los noldor por orden de los valar.
La matanza de Alqualondë
por Ted Nasmith
Así por último los teleri
fueron vencidos, y gran parte de los marineros que vivían en Alqualondë fueron
muertos vilmente. Porque la desesperación había vuelto feroces a los noldor, y
los teleri contaban con menos gente y casi no tenían otras armas que unos arcos
delgados. Entonces los noldor se apoderaron de los navíos blancos y cada remo
fue manejado por el mejor tripulante con que pudieron contar, y se alejaron
hacia el norte a lo largo de la costa. Y Olwë llamó a Ossë, pero éste no
acudió, porque no permitían los valar que la huida de los noldor fuera impedida
por la fuerza. Pero Uinen lloró por los marineros de los teleri; y el mar se
levantó airado en contra de los asesinos, de modo que muchos barcos naufragaron
y quienes iban en ellos murieron ahogados. De la Matanza de los Hermanos de
Alqualondë se dice algo más en el lamento llamado Noldolantë, la caída
de los noldor, que Maglor compuso antes de perderse.
No obstante, la mayor
parte de los noldor logró escapar, y cuando cesó la tormenta, mantuvieron el
rumbo, algunos en barco y otros por tierra; pero el camino era largo y a medida
que avanzaban sobrevenían nuevos males. Después de haber marchado largo tiempo
en la inmensa noche, llegaron por fin a los confines septentrionales del Reino
Guardado, en los bordes del desierto baldío de Araman, que eran montañosos y
fríos. Allí vieron de pronto una figura oscura, de pie sobre una roca, que
contemplaba la costa desde lo alto. Dicen algunos que era el mismo Mandos, y no
un heraldo de Manwë de menor cuantía. Y oyeron una voz alta, solemne y terrible
que les ordenó detenerse y prestar oídos. Todos se detuvieron entonces y
permanecieron inmóviles, y de extremo a extremo de las huestes de los noldor se
escuchó la voz que pronunciaba la maldición y la profecía denominada la Profecía del Norte y el
Hado de los noldor.
Mucho se predijo en palabras oscuras que los noldor sólo comprendieron cuando
sobrevinieron los males; pero todos oyeron la maldición pronunciada contra los
que no quisieran quedarse ni solicitar el juicio y el perdón de los valar.
—Lágrimas innumerables
derramaréis; y los valar cercaran Valinor contra vosotros, y os dejarán fuera,
de modo que ni siquiera el eco de vuestro lamento pasará por sobre las
montañas. Sobre la casa de Fëanor la cólera de los valar cae desde el occidente
hasta el extremo oriente, y sobre todos los que los sigan caerá del mismo modo.
El juramento los impulsará, pero también los traicionará, y aún llegará a
arrebatarles los mismos tesoros que han jurado perseguir. A mal fin llegará
todo lo que empiecen bien; y esto acontecerá por la traición del hermano al
hermano, y por el temor a la traición. Serán para siempre los desposeídos.
»Habéis vertido la sangre
de vuestros parientes con injusticia y habéis manchado la tierra de Aman. Por
la sangre devolveréis sangre y más allá de Aman moraréis a la sombra de la
muerte. Porque aunque Eru os destinó a no morir en Eä, y ninguna enfermedad
puede alcanzaros, podéis ser asesinados, y asesinados seréis: por espada y por
tormento y por dolor; vuestro espíritu sin morada se presentará entonces ante
Mandos. Allí moraréis durante un tiempo muy largo, y añoraréis vuestro cuerpo,
y encontraréis escasa piedad, aunque todos los que habéis asesinado rueguen por
vosotros. Y a aquellos que resistan en la Tierra Media y no comparezcan ante
Mandos, el mundo los fatigará como si los agobiara un gran peso, y serán como
sombras de arrepentimiento antes que aparezca la raza más joven. Los valar han
hablado.
Entonces muchos se
lamentaron; pero Fëanor endureció su corazón y dijo:—Hemos hecho un juramento y
no a la ligera. Lo mantendremos. Se nos amenaza con muchos males y no es el
menor de ellos la cobardía: pero hay algo que no se dijo: que padezcamos hoy de
cobardía, de pusilanimidad o de miedo a la pusilanimidad. Por tanto os digo que
seguiremos adelante, y este destino pronostico: que los hechos que hagamos
serán temas de muchas canciones hasta los últimos días de Arda.
Pero a esa hora Finarfin
abandonó la marcha, y se volvió con pena y amargura contra la casa de Fëanor, y
esto por causa del parentesco que lo unía a Olwë de Alqualondë; y muchos de los
suyos fueron con él entristecidos, y tomaron el camino de vuelta, hasta que
contemplaron una vez más el rayo distante de la Mindon sobre Túna, que aún
brillaba en la noche; y así llegaron por último a Valinor. Allí recibieron el
perdón de los valar y se le dio a Finarfin el gobierno del resto de los noldor
en el Reino Bendecido. Pero los hijos de Finarfin no estaban con él, pues no
quisieron abandonar a los hijos de Fingolfin; y todo el pueblo de Fingolfin
siguió adelante, aun sintiéndose empujado por la gente de su propio linaje y
por la voluntad de Fëanor, y temiendo enfrentar el juicio de los valar, pues no
todos eran inocentes de la Matanza de Alqualondë. Además Fingon y Turgon eran
audaces y de fiero corazón y detestaban abandonar cualquier tarea iniciada por
ellos mismos antes del amargo final, si amargo había de ser. De modo que la
mayor parte de la hueste siguió adelante, y pronto el mal que había sido
predicho empezó a operar.
Los noldor llegaron por
fin al norte de Arda; y vieron los primeros dientes del Hielo que flotaba en el
mar, y supieron que estaban acercándose al Helcaraxë. Porque entre la Tierra de
Aman que en el norte se curvaba hacia el este, y las costas orientales de Endor
(la Tierra Media) que llevan hacia el oeste, había un estrecho angosto por el
que fluían juntas las aguas heladas del mar Circundante y las olas del
Belegaer, y había vastas nieblas y vapores de frío mortal, y en las corrientes
marinas navegaban colinas estruendosas de hielo, y el hielo crujía bajo el
agua. Así era el Helcaraxë, y nadie había osado hollarlo todavía, salvo los
valar y Ungoliant.
Por tanto Fëanor hizo
alto y los noldor discutieron qué camino seguir. Pero el frío y la niebla
viscosa que el fulgor de las estrellas no podía horadar, empezaron muy pronto a
atormentarlos, y muchos lamentaron haber tomado ese camino, y empezaron a
murmurar, especialmente los que seguían a Fingolfin, maldiciendo a Fëanor y
acusándolo de ser la causa de todos los males de los eldar. Pero Fëanor,
enterado de todo lo que se decía, se reunió en consejo con sus hijos; y les
pareció que sólo dos caminos podían llevarlos lejos de Araman, y llegar así a
Endor: por los estrechos o por barco. Pero al Helcaraxë lo consideraron
infranqueable, y los barcos no eran suficientes. Muchos se habían perdido en el
largo camino, y no quedaban ahora bastantes como para transportar a la numerosa
hueste; pero nadie estaba dispuesto a quedarse en la costa occidental mientras
otros eran llevados primero: ya el miedo de la traición había despertado entre
los noldor. Por tanto, Fëanor y sus hijos tomaron la decisión de apoderarse de
todos los barcos y de partir sin demora; porque habían retenido el dominio de
la flota desde la batalla del Puerto, y ésta estaba tripulada sólo por aquellos
que habían luchado en ella, y que estaban sometidos a Fëanor. Y como si hubiera
acudido a una llamada, un viento sopló del noroeste, y Fëanor se deslizó en
secreto con todos los que consideraba leales, y se embarcó con ellos y se hizo
a la mar dejando a Fingolfin en Araman. Y como el mar era allí estrecho,
navegando hacia el este y algo hacia el sur, avanzó sin pausa, y fue el primero
entre los noldor en poner pie una vez más en las costas de la Tierra Media; y
el desembarco de Fëanor ocurrió en la desembocadura del estuario llamado
Drengist que se adelantaba hacia Dor-lómin.
Pero cuando hubieron
desembarcado, Maedhros, el mayor de los hijos de Fëanor, y en un tiempo amigo
de Fingon antes de que se interpusieran entre ellos las mentiras de Morgoth, le
habló a Fëanor diciendo: —Ahora ¿de qué barcos y remeros dispondrás para la
vuelta, y a quién traerán de allí primero? ¿A Fingon el Valiente?
La quema de los barcos por
Ted Nasmith
Entonces Fëanor rio con malignidad y replicó gritando: —¡Ningún barco y ningún remero! Lo que he dejado atrás no lo considero una pérdida; ha sido una carga innecesaria en el camino. ¡Que quienes han maldecido mi nombre lo maldigan aún, y que sus plañidos les abran el camino de vuelta a las jaulas de los valar! ¡Que se quemen las naves!—. Entonces Maedhros se apartó, pero Fëanor hizo que se prendiera fuego a las blancas naves de los teleri. Así pues, en ese lugar que se llamó Losgar, en la desembocadura del estuario de Drengist, acabaron los navíos más hermosos que nunca hayan surcado el mar, en una gran hoguera, fulgurante y terrible. Y Fingolfin y su pueblo vieron la luz desde lejos, roja bajo las nubes; y supieron que habían sido traicionados. Estos fueron los primeros frutos de la Matanza de Alqualondë y del Hado de los noldor.
La huida de los noldor por
el Helcaraxë por Ted Nasmith
Entonces Fingolfin, al
ver que Fëanor lo abandonaba, para que pereciese en Araman o regresara
avergonzado a Valinor, se llenó de amargura; pero ahora deseaba como nunca
llegar de algún modo a la Tierra Media y volver a encontrarse con Fëanor. Y él
y sus huestes erraron afligidos mucho tiempo, pero sintiendo que el valor y la
resistencia se les acrecentaban con las penurias; porque eran un pueblo
poderoso, los primeros hijos inmortales de Eru Ilúvatar, aunque recién llegados
del Reino Bendecido y no sujetos todavía a las fatigas de la Tierra. El fuego
de la juventud ardía en ellos, y conducidos por Fingolfin y sus hijos, y por
Finrod y Galadriel, se atrevieron a penetrar en lo más crudo del norte; y al no
hallar otro camino enfrentaron por fin el terror del Helcaraxë y las crueles
montañas de hielo. Pocas de las hazañas que con posterioridad llevaron a cabo
los noldor superaron en penuria o dolor esa desesperada travesía. Allí se
perdió Elenwë la esposa de Turgon, y muchos otros también perecieron; y fue con
huestes disminuidas que Fingolfin pisó por último las Tierras Exteriores. Poco
amor por Fëanor y sus hijos sentían los que marcharon detrás de él, y soplaron
sus trompetas en la Tierra Media cuando por primera vez se elevó la luna.
XIV.DEL DESTINO FINAL DE FINWË Y MÍRIEL
LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH
Y el cuerpo de Míriel
yació descansando en Lórien, hasta la huida de Melkor el Corruptor y el Oscurecimiento
de Valinor. En ese tiempo aciago Finwë fue asesinado por el Corruptor mismo, y
su cuerpo ardió como si lo hubiera golpeado un relámpago y quedó destruido.
Entonces Míriel y Finwë
volvieron a encontrarse en las Estancias de Mandos y he aquí que Míriel se
alegró del encuentro y su pena remitió; y la voluntad que allí la ataba se
rompió. Y cuando supo por Finwë todo lo que había ocurrido desde su partida
(pues hasta entonces no le había prestado atención ni había preguntado
noticias) se sintió muy conmovida; y le dijo a Finwë con el pensamiento: «Me
equivoqué cuando os abandoné a ti y a nuestro hijo, o al menos cuando no volví
tras un breve reposo; porque si lo hubiera hecho tal vez él sería más sabio.
Pero los hijos de Indis remediarán sus errores y por tanto me alegro de que
existan, e Indis cuenta con mi amor. Cómo podría guardar rencor a quien recibió
lo que yo rechacé y cuidó lo que yo abandoné. ¡Ojalá pudiera poner la historia
entera de nuestro pueblo, y de ti y de tus hijos, en un tapiz de muchos
colores, como un recuerdo más brillante que la memoria! Porque aunque estoy
apartada del mundo y acepto la justicia del Decreto, me gustaría contemplar y
registrar todo lo que les suceda a quienes amo y a su descendencia. Vuelvo a sentir la llamada de mi cuerpo y
sus habilidades.»
Y Finwë le dijo a Vairë:
«¿No oyes la súplica y el deseo de Míriel? ¿Por qué le niega Mandos el remedio
de sus aflicciones, al permitir que su existencia sea vacía y sin sentido? He
aquí que en su lugar yo moraré con Mandos para siempre, y así lo enmendaré.
Porque sin duda si permanezco sin cuerpo y abandono la vida en Arda su Decreto
no será quebrantado».
«Eso crees—respondió
Vairë—; pero Mandos es severo, y no querrá quebrantar un voto. Tampoco os
considerará sólo a Míriel y a ti, sino también a Indis y a tus hijos, a quienes
pareces haber olvidado, ya que sólo te compadeces de Míriel.»
«Eres injusta con mi
pensamiento—dijo Finwë—. Es ilícito tener dos esposas, pero uno puede querer a
dos mujeres, cada una de un modo distinto, sin que el amor por una desmerezca
el amor por la otra. El amor que le di a Indis no eliminó el amor que sentía
por Míriel; así, ahora la piedad por Míriel no hace que mi corazón se preocupe
menos por Indis. Pero Indis me abandonó sin intermedio de la muerte. No la veía
desde muchos años atrás, y cuando el Corruptor me golpeó estaba solo. Tiene
hijos amados que la consolarán, y su amor, pienso, se vuelca ahora sobre todo
en Ingoldo. Es posible que eche de menos al padre de él, pero no al padre de
Fëanor. Pero ante todo su corazón anhela ahora las estancias de Ingwë y la paz
de los vanyar, lejos de las disputas de los noldor. Poco consuelo le daría yo
si volviera; y el señorío de los noldor ha pasado a mis hijos.»
Pero cuando Finwë abordó
a Mandos, éste le dijo: «Está bien que no desees volver, porque te lo habría
prohibido hasta que las aflicciones actuales queden muy atrás. Pero es mejor
aún que lo hayas ofrecido, privándote a ti mismo, por tu propia voluntad y por
conmiseración hacia otro. Es un consejo de curación, del que puede surgir el
bien».
Por tanto, cuando Nienna
acudió a él y volvió a suplicar por Míriel, Mandos consintió y aceptó la
abnegación de Finwë como el rescate de ella. Entonces el fëa de Míriel fue
liberado y se presentó ante Manwë y él le dio su bendición; y entonces fue a
Lórien y volvió a entrar en su cuerpo, y despertó de nuevo, como alguien que
abandona un profundo sueño; y se levantó y tenía el cuerpo descansado. Pero
después de meditar largo tiempo en el crepúsculo de Lórien, recordando su vida
anterior y las noticias que había oído, seguía habiendo tristeza en su corazón
y no deseaba volver con su propio pueblo.
Por tanto, se dirigió a
las puertas de la casa de Vairë y pidió que la admitieran; y la súplica le fue
concedida, aunque en aquella casa no habitaba ninguno de los vivos, ni había
ningún otro que hubiera regresado a su cuerpo. Pero Vairë aceptó a Míriel, que
se convirtió en su sierva principal; y le llevaban todas las noticias de los
noldor a través de los años y desde el principio, y ella las tejía en telas de
historias, tan hermosas y hábiles que parecían estar vivas, imperecederas,
brillando con la luz de muchos colores más bellos que los de la Tierra Media. A
veces se le permite a Finwë que la contemple. Y Míriel todavía trabaja en ella,
aunque con otro nombre. Pues ahora la llaman Fíriel, que para los eldar
significa «La que murió», y también «La que suspiró».
Tan hermoso
como las telas de Fíriel
es un elogio que rara vez se pronuncia, aún de las obras de los eldar.
XV.DE LOS SINDAR
EL SILMARILLION
Ahora bien, como ya se
dijo, el poder de Elwë y Melian aumentó en la Tierra Media, y todos los elfos
de Beleriand, desde los marineros de Círdan hasta los cazadores errantes de las
montañas Azules más allá del río Gelion, reconocían a Elwë como señor; Elu
Thingol, rey Mantogrís, era llamado en la lengua de su pueblo. A los elfos
grises de Beleriand, iluminada por las estrellas, se los llamaba también los sindar;
y aunque eran moriquendi, bajo la égida de Thingol y por mediación de las
enseñanzas de Melian se convirtieron en los más hermosos, los más sabios y los
más hábiles de todos los elfos de la Tierra Media. Y al cabo de la primera edad
del encadenamiento de Melkor, cuando en toda la Tierra había paz y la gloria de
Valinor había alcanzado su cénit, vino al mundo Lúthien, la única hija de
Thingol y Melian. Aunque casi toda la Tierra Media estaba sumida en el Sueño de
Yavanna, en Beleriand, bajo el poder de Melian, había vida y alegría, y las
estrellas brillantes resplandecían como fuegos de plata; y allí, en el bosque
de Neldoreth, nació Lúthien, y las blancas flores de niphredil se
adelantaron para saludarla como estrellas de la tierra.
Sucedió durante la
segunda edad del cautiverio de Melkor que los enanos llegaron por sobre las
montañas Azules de Ered Luin a Beleriand. A sí mismos se llamaban khazád,
pero los sindar los llamaban los naugrim, el pueblo menguado, y gonnhirrim, maestros de la piedra. Lejos, hacia el este,
estaban las más antiguas viviendas de los naugrim, pero habían excavado para
ellos grandes estancias y mansiones, de acuerdo con el estilo de los enanos, en
las laderas orientales de Ered Luin; y a esas ciudades las llamaban Gabilgathol
y Tumunzahar. Al norte de la gran altura del monte Dolmed se levantaba
Gabilgathol, que los elfos traducían como Belegost, vale decir,
Grandeburgo; y al sur había sido excavada Tumunzahar, llamada por los elfos Nogrod, Morada Hueca. La mayor de las mansiones de
los enanos era Khazad-dûm, la Caverna de los enanos, Hadhodrond en lengua élfica, que luego en los días de
oscuridad se llamó Moria; pero se encontraba lejos en las montañas
Nubladas, más allá de las vastas leguas de Eriador, y a los elfos les llegó
sólo como un nombre y un rumor de las palabras de los enanos de las montañas
Azules.
Desde Nogrod y Belegost,
los naugrim llegaron a Beleriand; y los elfos se llenaron de asombro, porque se
creían las únicas criaturas vivientes de la Tierra Media que hablaban con
palabras o trabajaban con las manos, y pensaban que todas las demás no eran
sino pájaros y bestias. Pero no alcanzaban a entender una palabra de la lengua
de los naugrim, que les sonaba engorrosa y desagradable; y pocos eran los eldar
que lograron dominarla. Pero los enanos aprendían de prisa, y en verdad estaban
más dispuestos a aprender la lengua élfica que a enseñar la suya a los de otra
estirpe. Pocos de entre los eldar fueron nunca a Nogrod o Belegost, salvo Eöl
de Nan Elmoth y Maeglin, su hijo; pero los enanos traficaban con Beleriand y
construyeron un gran camino que pasaba bajo las salientes del monte Dolmed y
seguía el curso del río Ascar, cruzando el Gelion en Sarn Athrad, el vado de
piedras, donde aconteció luego una batalla.
Siempre fue fría la
amistad entre los naugrim y los eldar, aunque el beneficio recíproco era
considerable, pero en aquel tiempo las querellas que los separaron no habían
ocurrido aún, y el rey Thingol les dio la bienvenida. Pero en días posteriores
los naugrim se mostraron más amigos de los noldor que de cualesquiera de entre
los demás elfos u hombres, a causa del amor y la reverencia que sentían por
Aulë; y estimaban las gemas de los noldor por sobre toda otra riqueza. Ya en la
oscuridad de Arda habían llevado a cabo los enanos grandes obras, porque aún en
los primeros días de los padres habían tenido una maravillosa habilidad con los
metales y las piedras; pero en aquellos tiempos antiguos preferían trabajar el
hierro y el cobre antes que la plata y el oro.
Ahora bien, Melian tenía
mucha capacidad de previsión, como era propio de los maiar; y cuando hubo
transcurrido la segunda edad del cautiverio de Melkor le comunicó a Thingol que
la Paz de Arda no duraría para siempre. Pensó él, por lo tanto, cómo se
construiría una morada real y un sitio resistente, si el mal había de despertar
otra vez en la Tierra Media; y buscó la ayuda y el consejo de los enanos de
Belegost. Ellos lo dieron, voluntariamente, pues no estaban fatigados en ese
entonces, y se sentían ansiosos por realizar nuevas obras; y aunque los enanos
siempre pedían un precio por todo cuanto hacían, fuera con deleite o con
esfuerzo, en esa ocasión se dieron por pagados. Porque Melian les enseñó mucho
de lo que ellos querían aprender, y Thingol los recompensó con muchas bellas
perlas. Estas se las había dado Círdan, pues se recogían en abundancia en los
bajíos en torno a la isla de Balar; pero los naugrim nunca habían visto nada
semejante y las tuvieron en alta estima. Había una tan grande como un huevo de
paloma, y que brillaba como la luz de las estrellas en la espuma del mar; Nimphelos se la llamó, y el cabecilla de los enanos de
Belegost la consideró más valiosa que una montaña de riqueza.
Por lo tanto los naugrim
trabajaron mucho y de buen grado para Thingol, y le hicieron mansiones
parecidas a las de ellos, profundamente excavadas en la tierra. Donde corría el
Esgalduin y dividía Neldoreth de Region, se levantaba en el medio del bosque
una colina rocosa, y el río fluía debajo. Allí construyeron las puertas del
palacio de Thingol y levantaron sobre el río un puente de piedra que era el
único camino de acceso. Más allá de las puertas unos pasajes anchos descendían
a estancias y cámaras talladas en la roca viva, tantas y tan grandes que la
morada fue llamada Menegroth, las Mil Cavernas.
Pero los elfos también
ayudaron en los trabajos, y elfos y enanos juntos, cada cual con su propia
actividad, llevaron allí a cabo las visiones de Melian, imágenes de la
maravilla y la belleza de Valinor, más allá del mar. Los pilares de Menegroth
habían sido tallados a semejanza de las hayas de Oromë, tronco, rama y hoja, y
estaban iluminados por linternas de oro. Los ruiseñores cantaban allí como en
los jardines de Lórien; y había fuentes de plata y cuencos de mármol y suelos
de piedras de múltiples colores. Figuras talladas de bestias y de pájaros
corrían sobre los muros, o trepaban por los pilares o atisbaban entre las ramas
entrelazadas con muchas flores. Y mientras los años transcurrían, Melian y sus
doncellas llenaron los recintos de cortinados tejidos en los que podían leerse
los hechos de los valar y muchas de las cosas sucedidas en Arda desde un
comienzo, y la sombra de las cosas que todavía habrían de ser. Esa fue la
mansión más hermosa que haya tenido rey alguno al este del mar.
Y cuando la construcción
de Menegroth estuvo acabada, y hubo paz en el reino de Thingol y Melian, los naugrim
siguieron viniendo de cuando en cuando desde las montañas, y traficaban en el
país; pero rara vez iban a las Falas, pues detestaban el sonido del mar y
temían mirarlo. A Beleriand no llegaban otros rumores o noticias del mundo de
fuera.
Pero mientras la tercera
edad del cautiverio de Melkor se acercaba, los enanos se sintieron perturbados
y acudieron al rey Thingol diciendo que los valar no habían desarraigado por
completo el mal del norte, y que ahora el resto, multiplicado en la oscuridad,
volvía nuevamente, y merodeaba por todas partes. —Son bestias
salvajes—dijeron—en la tierra del este de las montañas, y vuestros antiguos
parientes, que habitan allí, huyen de las llanuras a las colinas.
Y antes de que mucho
tiempo transcurriera, las malvadas criaturas llegaron aún a Beleriand, por
pasajes abiertos en las montañas o desde el sur a través de los bosques
oscuros. Eran lobos, o criaturas que tenían formas de lobos y otros seres
salvajes de la sombra; y entre ellos estaban los orcos, que luego llevaron la
ruina a Beleriand: pero eran todavía pocos y precavidos, y se contentaban con
olfatear los caminos de la tierra, esperando a que el señor regresara. De dónde
venían o qué eran, los elfos no lo sabían entonces, y pensaban que quizá eran
avari, que se habían vuelto malvados y salvajes en el descampado; conjetura no
demasiado errada, según se dice.
Por lo tanto, Thingol
pensó en hacerse de armas, que antes no había necesitado, y al principio los
naugrim las forjaron para él; porque eran muy hábiles en estas labores, aunque
ninguno de ellos sobrepasaba a los artesanos de Nogrod, de quienes Telchar el
herrero era el de mayor renombre. Raza guerrera desde antaño, los naugrim
luchaban con fiereza contra quienquiera los dañara: servidores de Melkor,
eldar, avari o bestias salvajes, y también, y no pocas veces, contra los enanos
de otras mansiones o señoríos. Los sindar, por cierto, no tardaron en aprender
de ellos el arte de la herrería; pero en el arte de templar el acero los
naugrim nunca fueron igualados, ni siquiera por los noldor, y en la fabricación
de cotas de malla de anillos eslabonados, que los herreros de Belegost hicieron
por vez primera, la artesanía de los enanos no tenía rival.
En este tiempo, por
tanto, los sindar estaban bien armados, y espantaron a todas las criaturas
malignas y tuvieron paz otra vez; pero las armerías de Thingol estaban repletas
de hachas, lanzas y espadas, y altos yelmos y largas cotas de malla
resplandeciente; porque las cotas de los enanos no se herrumbraban nunca, y
siempre brillaban como recién pulidas. Y eso fue bueno para Thingol en el
tiempo que estaba por venir.
Ahora bien, como ha sido
contado, un tal Lenwë, de las huestes de Olwë, abandonó la marcha de los eldar
en el tiempo en que los teleri se detuvieron a orillas del río Grande al borde
de las tierras yermas de la Tierra Media. Poco se sabe de los caminos que
siguieron los nandor, a quienes él condujo por el Anduin abajo: algunos, se
dice, habitaron por largo tiempo en los bosques del valle del río Grande, y
algunos llegaron por fin a la desembocadura y allí habitaron junto al mar, y
otros, abriéndose camino por Ered Nimrais, las montañas Blancas, llegaron de
nuevo al norte y penetraron en el páramo de Eriador, entre Ered Luin y las
distantes montañas Nubladas. Pues bien, éste era un pueblo de los bosques y no
tenían armas de acero, y la llegada de las bestias salvajes del norte los llenó
de espanto, como lo declararon los naugrim al rey Thingol en Menegroth. Por
tanto Denethor, el hijo de Lenwë, al tener noticias del poderío y la majestad
de Thingol, y de la paz que había en ese reino, reunió en una hueste a las
gentes dispersas, y las condujo por sobre las montañas a Beleriand. Allí
Thingol les dio la bienvenida, como a parientes perdidos que regresan después
de un largo tiempo, y ellos habitaron en Ossiriand, la Tierra de los Siete
Ríos.
De los largos años de paz
que siguieron a la llegada de Denethor, poco es lo que se cuenta. En esos días,
se dice, Daeron el Bardo, maestro de sabiduría en el reino de Thingol, inventó
sus runas; y los naugrim que se acercaron a Thingol las aprendieron, y se
alegraron, teniendo el arte de Daeron en más alta estima que los sindar, el
propio pueblo de Thingol. Los naugrim llevaron las cirth hacia el este
por sobre las montañas, y así llegaron al conocimiento de muchos pueblos;
aunque los sindar apenas las utilizaron en los registros de las crónicas hasta
los días de la Guerra, y gran parte de lo que se guardaba en la memoria pereció
en las ruinas de Doriath. Pero poco hay que decir de la beatitud y de la vida
placentera antes de que concluyan; pues las obras bellas y maravillosas,
mientras duran todavía y es posible contemplarlas, son su propio testimonio, y
sólo cuando están en peligro o se quebrantan para siempre pasan a las canciones.
LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA
Aunque fueron inventadas
por los sindar (debido a su enemistad con los enanos de Nogrod y Belegost), es
probable (y los noldor lo consideran un hecho) que la idea de las runas
talladas en piedra, etc. derivase en última instancia de los enanos, que tenían
amistad con los hijos de Fëanor.
EL SILMARILLION
En Beleriand, en aquellos
días, los elfos andaban, y los ríos fluían, y las estrellas brillaban y las
flores nocturnas esparcían una dulce fragancia; y la belleza de Melian era como
el mediodía, y la belleza de Lúthien era como el alba en primavera. En
Beleriand, el rey Thingol en su trono era como los señores de los maiar, cuyo
poder está en reposo, cuya alegría es como un aire que respira cada día, cuyo
pensamiento fluye en una onda imperturbada desde las alturas a las
profundidades.
En Beleriand todavía a
veces cabalgaba Oromë el Grande, que pasaba como un viento por las montañas, y
el sonido del cuerno descendía desde la luz distante de las estrellas; y los elfos
temían el esplendor del rostro de Oromë, y el estrépito de la carrera de Nahar;
pero cuando el eco del Valaróma resonaba en las colinas, sabían que no había
criatura maligna que no huyera lejos.
Pero ocurrió al fin que
el término de la beatitud se aproximaba, y el mediodía de Valinor declinaba
hacia el ocaso. Porque como se dijo y es conocido de todos, pues está escrito
en los libros y ha sido cantado en múltiples canciones, Melkor hirió a los
Árboles de los valar con ayuda de Ungoliant, y huyó, y volvió a la Tierra
Media. Lejos al norte ocurrió la disputa entre Morgoth y Ungoliant; pero el eco
del gran grito de Morgoth resonó en todo Beleriand, y el pueblo se sobrecogió
de miedo; porque aunque no sabían lo que presagiaba, creyeron oír al heraldo de
la muerte. Poco después Ungoliant abandonó el norte y llegó al reino del rey
Thingol, envuelta en un terror de oscuridad; pero fue detenida por el poder de
Melian, y no entró en Neldoreth, y moró largo tiempo a la sombra de los
precipicios, donde Dorthonion descendía hacia el sur. Y esas cimas fueron
conocidas con el nombre de Ered Gorgoroth, las montañas del Terror, y
nadie osaba ir por allí, ni pasar cerca de ellas; allí la vida y la luz
perecían, allí todas las aguas estaban envenenadas. Pero Morgoth, como ya se
dijo, volvió a Angband y la reconstruyó, y por encima de las puertas levantó
las torres pestilentes de Thangorodrim; y entre los portales de Morgoth y el
puente de Menegroth había ciento cincuenta leguas [724 kilómetros]: una
distancia larga, pero aún demasiado corta.
Ahora bien, los orcos que
se multiplicaban en la oscuridad de la tierra crecieron en fuerza y en
ferocidad, y el oscuro señor de todos ellos los inflamaba con deseos de ruina y
muerte; y salían por los portales de Angband bajo las nubes que Morgoth enviaba
por delante, y marchaban en silencio a las tierras altas del norte. De allí un
gran ejército avanzó de pronto sobre Beleriand y atacó al rey Thingol. Ahora
bien, en aquel vasto reino muchos elfos erraban libres por el descampado o vivían
en paz en pequeños clanes apartados entre sí; y sólo en torno a Menegroth, en
medio de la tierra, y en el país de los marineros a lo largo de las Falas,
había numerosos pueblos. Pero los orcos descendieron sobre ambos lados de
Menegroth, y desde los campamentos del este entre el Celon y el Gelion, y
saquearon a lo largo y a lo ancho vastas extensiones de las llanuras
occidentales, entre el Sirion y el Narog; y Thingol quedó separado de Círdan en
Eglarest. Por tanto convocó a Denethor; y los elfos vinieron en gran número de
Region, más allá del Aros, y de Ossiriand, y libraron la primera batalla de las
Guerras de Beleriand. Y el ala oriental del ejército de los orcos quedó
atrapada entre las huestes de los eldar, al norte de la Andram y a mitad de
camino entre el Aros y el Gelion, y allí fueron completamente derrotados, y los
que corrieron hacia el norte huyendo de la gran matanza fueron recibidos por
las hachas de los naugrim que salieron del monte Dolmed: pocos en verdad
volvieron a Angband.
Pero la victoria les
costó cara a los elfos. Pues los de Ossiriand tenían armas livianas y no eran
rivales para los orcos, que iban calzados de hierro y con escudos también de
hierro y espadas de hoja ancha; y Denethor quedó aislado y rodeado en la colina
de Amon Ereb. Allí cayó él junto a los suyos, antes de que el ejército de
Thingol pudiera acudir a ayudarlo. Aunque fue duramente vengado cuando Thingol
llegó a la retaguardia de los orcos y sembró el campo de pilas de cadáveres, el
pueblo de Denethor lo lloró siempre y no volvió a tener rey. Después de la
batalla, algunos regresaron a Ossiriand, y las nuevas que allí llevaron
llenaron de temor al resto del pueblo, de modo que ya no guerrearon
abiertamente, sino que se atuvieron a la cautela y el secreto; y fueron llamados
los laiquendi, los elfos verdes, pues llevaban vestiduras del color de
las hojas. Pero muchos se encaminaron al norte y entraron en el reino guardado
de Thingol, donde se mezclaron con el pueblo.
Y cuando Thingol volvió a
Menegroth, se enteró de que el ejército de los orcos había ganado la batalla
del oeste, y que había empujado a Círdan hasta el borde del mar. Por tanto
reunió a toda la gente de las fortalezas de Neldoreth y Region, y Melian
desplegó su poder y cercó todo aquel dominio con un muro invisible de sombra y
desconcierto: la Cintura de Melian, que nadie en adelante pudo atravesar contra
la voluntad de Melian, o la voluntad del rey Thingol, a no ser que tuviera un
poder más grande que el de Melian, la maia. Y esta tierra interior, que durante
mucho tiempo se llamó Eglador, recibió después el
nombre de Doriath, el reino guardado, la Tierra de la Cintura.
Dentro de ella había aún una paz vigilante; pero fuera de allí había peligro y
mucho miedo, y los sirvientes de Morgoth merodeaban a su antojo, salvo en los
puertos amurallados de las Falas.
Pero acechaban nuevas
noticias, que nadie en la Tierra Media había previsto, ni Morgoth en los
abismos ni Melian en Menegroth; pues ninguna nueva llegaba de Aman, ni por
medio de un mensajero, ni por medio de un espíritu, ni por una visión en un
sueño, desde la mar de los Árboles. En este mismo tiempo Fëanor vino por el mar
en las naves blancas de los teleri, y desembarcó en el estuario de Drengist, y
allí en Losgar quemó las naves.
[1] En La Naturaleza de la Tierra Media (capítulos “La marcha de
los quendi”, “El cálculo del incremento de los quendi” y “Esquemas
generacionales” entre otros), podemos leer un intrincado análisis realizado por
Tolkien de cómo los eldar se reproducían en cada una de las paradas que hacían
durante la Gran Marcha para llegar a conformar 29 generaciones en el momento en
que llegan a Aman. Con lo que, en ese momento, el número de avari serían 9000 y
de los eldar 18000. De esos eldar, los vanyar conformaban 1750, los noldor 7000
y los lindar 9250. Según Tolkien “estos números son muy adecuados” y
parecen ser los que tomó como finales, aunque no hay manera de asegurarlo.
[2] Orodreth realmente era hijo de
Angrod y padre de Finduilas y Gil-galad.
[3] Aunque esta historia de Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media no permaneció en versiones posteriores, esta historia tiene cierto paralelismo con uno de los pasajes de “Adiós a Lórien” en La Comunidad del Anillo entre Gimli y la propia Galadriel: Aun entre los eldar se la encontraba hermosa, y sus cabellos se consideraban una maravilla sin par. Eran dorados como los de su padre y los de su antecesora Indis, pero más espeso y esplendoroso, porque en su oro había un matiz que recordaba la plata estelar de su madre; y los eldar decían que la luz de los Dos Árboles, Laurelin y Telperion, había quedado enredada entre sus trenzas. Muchos consideraron que estas palabras hicieron pensar a Fëanor por primera vez en la posibilidad de capturar y mezclar la luz de los Árboles, lo que más tarde cobró forma en sus manos como los Silmarils. Porque Fëanor contemplaba los cabellos de Galadriel con asombro y deleite. Tres veces le pidió una trenza, pero Galadriel no quiso darle ni siquiera un cabello. Estos dos parientes, los más grandes de entre los eldar de Valinor, nunca fueron amigos.
[4] Tolkien escribió borradores y ensayos con continuas modificaciones
sobre el plazo de gestación de los elfos a finales de la década de 1950 y en la
década de 1960. En algunos de sus escritos figura un plazo de tres años, en
otros de ocho o nueve años solares; aunque, al parecer, finalmente se decidió
por un löa o año solar. Estas modificaciones se realizaron para que, en
el momento de la Marcha hacia Aman, se completaran 29 generaciones de eldar, y formaran
un grupo lo suficientemente numeroso (La Naturaleza de la Tierra Media).
[5] Acerca del renacimiento, en los últimos escritos de Tolkien, el propio
autor anota: “La noción aún no revisada, que aparece en algunos lugares de El
Silmarillion, de que la reencarnación élfica a veces se conseguía mediante
el renacimiento en su propia familia, debe ser abandonada o al menos señalada
como una noción falsa”. En La Naturaleza de la Tierra Media encontramos
varias de estas disertaciones en las que Tolkien, al final de sus días,
se mostraba contrario al renacimiento en forma de recién nacido y se acaba
decantando por una «repersonificación» adulta como parece ser el caso de
Glorfindel.
[6] Significa Amigo de los elfos.
Personaje introducido en Los Cuentos Perdidos (Volúmenes I y II de Historia
de la Tierra Media) y que no tendría más influencia en la obra posterior.
[7] Los datos más numéricos respecto a este tema, los hemos eliminado para
no confundir al lector con los abundantes esquemas propuestos por Tolkien. Para
revisar estos esquemas les sugerimos consultar el material original.
[8] Cuando dice “doce veces más rápido” hay que tener en cuenta que estas ratios fueron modificadas por Tolkien constantemente durante los últimos años de su vida por lo que es probable que cambiaran. De hecho, existe un texto posterior muy esquemático (1965) en el que menciona que la ratio de los años de crecimiento corresponden a 3 loär y no a 12 en “Edades élficas y númenóreanas” de La Naturaleza de la Tierra Media.
[9] El promedio de número de hijos fue descendiendo de seis hijos (siete en el caso excepcional de Fëanor) a cuatro. En la Segunda y Tercera Edad era habitual tener dos hijos.
[10] En la “nueva mitología” la condena de Melkor dura algo más de 17 años valianos, ver II.EDADES DE LOS ÁRBOLES.
[11] Orodreth, en la última versión del legendarium, pareciera que realmente era hijo de Angrod y padre de Finduilas y Gil-galad.
[12] En una de las últimas notas de Tolkien, un mes antes de morir este, Galadriel no participaría en la rebelión de Fëanor, defendería a sus parientes de Alqualondë y partiría junto con Celeborn (príncipe teleri) en un barco hacia la Tierra Media sin autorización de Manwë y quedando atada a la prohibición impuesta a toda partida. Esto cambia mucho la historia del personaje y Christopher nunca realizó estas alteraciones en El Silmarillion publicado, según él mismo nos cuenta en Cuentos Inconclusos de Númenor y la Tierra Media (“De Galadriel y Celeborn”), al considerar que era un esbozo que modificaría narraciones acabadas.
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