LEGENDARIUM II: La Edad de las Lámparas y la Edad de los Árboles

ESTE FRAGMENTO ABARCA:

I.DEL PRINCIPIO DE LOS DÍAS

II.DE AULË Y YAVANNA

III.DE LA LLEGADA DE LOS ELFOS Y EL CAUTIVERIO DE MELKOR

IV.ACERCA DE LOS ORCOS

V.DE THINGOL Y MELIAN

VI.DE ELDAMAR Y LOS PRÍNCIPES DE LOS ELDALIË

VII.DE LAS LEYES Y COSTUMBRES DE LOS ELDAR 

VIII.DEL CRECIMIENTO Y PASO DEL TIEMPO EN LOS ELDAR

IX.DE LA COMUNICACIÓN Y FORMA DE VIDA DE LOS ELDAR

X.DE FËANOR, LA LEY DE FINWË Y MÍRIEL Y EL DESENCADENAMIENTO DE MELKOR 

XI.DE LOS SILMARILS Y LA INQUIETUD DE LOS NOLDOR

XII.DEL OSCURECIMIENTO DE VALINOR

XIII.DE LA HUIDA DE LOS NOLDOR

XIV.DEL DESTINO FINAL DE FINWË Y MÍRIEL

XV.DE LOS SINDAR


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I.DEL PRINCIPIO DE LOS DÍAS

 

EL SILMARILLION

Se dice entre los sabios que la Primera Guerra estalló antes de que Arda estuviera del todo acabada, y antes de que nada creciera o anduviera sobre la Tierra; y durante mucho tiempo Melkor tuvo la mejor parte. Pero en medio de la guerra, un espíritu de gran fuerza y osadía acudió en ayuda de los valar habiendo oído en el cielo lejano que se libraba una batalla en el Pequeño Reino; y el sonido de su risa llenó toda Arda. Así llegó Tulkas el Fuerte, cuya furia pasa como un viento poderoso, esparciendo nubes y oscuridad por delante; y la risa y la cólera de Tulkas ahuyentaron a Melkor, que abandonó Arda, y durante mucho tiempo hubo paz. Y Tulkas se quedó y se convirtió en uno de los valar del Reino de Arda; pero Melkor meditaba en las tinieblas exteriores y desde entonces odió para siempre a Tulkas.

En ese entonces los valar trajeron orden a los mares y las tierras y las montañas, y Yavanna plantó por fin las semillas que tenía preparadas tiempo atrás. Y desde entonces, cuando los fuegos fueron sometidos o sepultados bajo las colinas primigenias, hubo necesidad de luz, y Aulë, por ruego de Yavanna, construyó dos lámparas poderosas para iluminar la Tierra Media que él había puesto entre los mares circundantes. Entonces Varda llenó las lámparas y Manwë las consagró, y los valar las colocaron sobre altos pilares, más altos que cualquiera de las montañas de días posteriores. Levantaron una de las lámparas cerca del norte de la Tierra Media y le dieron el nombre de Illuin; y la otra la levantaron en el sur, y le dieron el nombre de Ormal; y la luz de las lámparas de los valar fluyó sobre la Tierra, de manera que todo quedó iluminado como si estuviera en un día inmutable.

Entonces las semillas que Yavanna había sembrado empezaron a brotar y a germinar con prontitud, y apareció una multitud de cosas que crecían, grandes y pequeñas, musgos y hierbas y grandes helechos, y árboles con copas coronadas de nubes, como montañas vivientes, pero con los pies envueltos en un crepúsculo verde. Y acudieron bestias y moraron en las llanuras herbosas, o en los ríos y los lagos, o se internaron en las sombras de los bosques. Y sin embargo aún no había florecido ninguna flor, no había cantado ningún pájaro porque estas cosas aguardaban aún en el seno de Yavanna a que les llegara el momento; pero había gran riqueza en lo que ella concibiera, y en ningún sitio más abundante que en las partes centrales del mundo, donde las luces de ambas lámparas se encontraban y se mezclaban. Y allí, en la isla de Almaren, en el Gran Lago, tuvieron su primera morada los valar, cuando todas las cosas eran jóvenes y el verde reciente maravillaba aún a los hacedores; y durante mucho tiempo se sintieron complacidos.

Lámparas de los valar por Ted Nasmith

 

Sucedió entonces que mientras los valar descansaban de sus trabajos y contemplaban el crecimiento y el desarrollo de las cosas que habían concebido e iniciado, Manwë ordenó que hubiese una gran fiesta; y los valar y todas sus huestes acudieron a la llamada. Pero Aulë y Tulkas se sentían cansados, pues la habilidad de uno y la fuerza del otro habían estado sin cesar al servicio de todos mientras trabajaban. Y Melkor conocía todo lo que se había hecho, ya que aún entonces tenía amigos y espías secretos entre los maiar a quienes había convertido a su propia causa; y lejos, en la oscuridad, lo consumía el odio, pues tenía celos de la obra de sus pares, a quienes deseaba someter. Por tanto convocó a los espíritus de los palacios de Eä que él había pervertido para que le sirvieran, y se creyó fuerte. Y viendo que le llegaba la hora, volvió a acercarse a Arda, y la contempló, y ante la belleza de la Tierra en Primavera sintió todavía más odio.

Pues bien, los valar estaban reunidos en Almaren sin sospechar mal alguno, y por causa de la luz de Illuin no percibieron la sombra en el norte que desde lejos arrojaba Melkor; porque se había vuelto oscuro como la noche del Vacío. Y se canta que en la fiesta de la Primavera de Arda, Tulkas desposó a Nessa, la hermana de Oromë, y ella bailó ante los valar sobre la hierba verde de Almaren.

Luego Tulkas se echó a dormir, pues estaba cansado y satisfecho, y Melkor creyó que la ocasión le era propicia. Y pasó con su ejército por sobre los Muros de la Noche y llegó a la Tierra Media, lejos, al norte; y los valar no lo advirtieron.

Entonces Melkor empezó a cavar, y construyó una vasta fortaleza muy hondo bajo la Tierra, por debajo de las montañas oscuras donde los rayos de Illuin eran fríos y débiles. Esa ciudadela recibió el nombre de Utumno. Y aunque los valar aún no sabían nada de ella, la maldad de Melkor y el daño de su odio brotaron desde allí alrededor y marchitaron la Primavera de Arda. Las criaturas verdes enfermaron y se corrompieron, las malezas y el cieno estrangularon los ríos; los helechos, rancios y ponzoñosos, se convirtieron en sitios donde pululaban las moscas; y los bosques se hicieron peligrosos y oscuros, moradas del miedo, y las bestias se transformaron en monstruos de cuerno y marfil, y tiñeron la tierra con sangre. Entonces supieron los valar, sin ninguna duda, que Melkor estaba actuando otra vez, y buscaron su escondrijo. Pero Melkor, confiado en la fuerza de Utumno y en el poderío de sus sirvientes, acudió de repente a la lucha, y asestó el primer golpe, antes de que los valar estuvieran preparados; y atacó las luces de Illuin y Ormal, derribó los pilares y quebró las lámparas. En el derrumbe de los poderosos pilares, las tierras se abrieron y los mares se levantaron en tumulto; y cuando las lámparas se derramaron unas llamas destructoras avanzaron por la Tierra. Y la forma de Arda y la simetría de las aguas y tierras quedaron entonces dañadas, de modo que los primeros proyectos de los valar nunca fueron restaurados.

En la confusión y la oscuridad Melkor huyó, aunque tuvo miedo, pues por encima del bramido de los mares oyó la voz de Manwë como un viento huracanado; y la tierra temblaba bajo los pies de Tulkas. Pero llegó a Utumno antes de que Tulkas pudiera alcanzarlo; y allí se quedó escondido. Y los valar no pudieron someterlo en aquella ocasión, porque necesitaban de casi todas sus fuerzas para apaciguar los tumultos de la Tierra y salvar de la ruina todo lo que pudiera ser salvado de lo que habían hecho; y después temieron desgarrar otra vez la Tierra en tanto no supieran dónde moraban los hijos de Ilúvatar, que aún habrían de venir en un tiempo que a los valar les estaba oculto.

 

Así llegó a su fin la Primavera de Arda. La morada de los valar en Almaren quedó por completo destruida, y no tuvieron sitio donde vivir sobre la faz de la Tierra. Por tanto abandonaron la Tierra Media y fueron a la tierra de Aman, el más occidental de todos los territorios sobre el filo del mundo; pues las costas occidentales miraban al mar Exterior, que los elfos llamaban Ekkaia, y que circunda el Reino de Arda. Cuan ancho es ese mar, sólo los valar lo saben; y más allá de él se encuentran los Muros de la Noche. Pero las costas orientales de Aman eran el extremo de Belegaer, el Gran mar del Occidente; y como Melkor había vuelto a la Tierra Media y aún no podían someterlo, los valar fortificaron sus propias moradas, y en las costas del mar levantaron las Pelóri, las montañas de Aman, las más altas de la Tierra. Y sobre todas las montañas de Pelóri, se alzaba la altura en cuya cima puso Manwë su trono. Taniquetil llaman los elfos a esa montaña sagrada, y Oiolossë de blancura sempiterna, y Elerrína coronada de estrellas, y con muchos otros nombres; pero en la lengua tardía de los sindar se la llamaba Amon Uilos. Desde los palacios de Taniquetil, Manwë y Varda podían ver a través de la Tierra hasta los confines más extremos del este.

Detrás de los muros de las Pelóri, los valar se establecieron en esa región que llamaban Valinor; y allí tenían casas, jardines y torres. En aquella tierra protegida acumularon grandes caudales de luz y las cosas más bellas que se salvaron de la ruina; y muchas otras aún más bellas las hicieron de nuevo, y Valinor fue todavía más hermosa que la Tierra Media en la Primavera de Arda; y fue bendecida, porque los Inmortales vivían allí, y allí nada se deterioraba ni marchitaba, ni había mácula en las flores o en las hojas de esa tierra, ni corrupción o enfermedad en nada de lo que allí vivía; porque aún las mismas piedras y las aguas estaban consagradas.

Taniquetil por Ted Nasmith

 

Y cuando Valinor estuvo acabada y establecidas las mansiones de los valar, en medio de la llanura de más allá de los montes edificaron su ciudad, Valmar, la de muchas campanas. Ante el portal occidental había un montículo verde, Ezellohar, llamado también Corollairë; y Yavanna lo consagró, y se sentó allí largo tiempo sobre la hierba verde y entonó un canto de poder en el que puso todo lo que pensaba de las cosas que crecen en la tierra. Pero Nienna reflexionó en silencio y regó el montículo con lágrimas. En esa ocasión los valar estaban todos reunidos para escuchar el canto de Yavanna, sentados en los tronos del consejo en el Máhanaxar, en el Anillo del Juicio, cerca de los portones dorados de Valmar; y Yavanna Kementári cantó delante de ellos, que la observaban.

Y mientras observaban, en el montículo nacieron dos esbeltos brotes; y el silencio cubría el mundo entero a esa hora y no se oía ningún otro sonido que la voz de Yavanna. Bajo su canto los brotes crecieron y se hicieron hermosos y altos, y florecieron; y de este modo despertaron en el mundo los Dos Árboles de Valinor, la más renombrada de todas las creaciones de Yavanna. En torno al destino de estos árboles se entretejen todos los relatos de los Días Antiguos.

Uno de ellos tenía hojas de color verde oscuro que por debajo eran como plata resplandeciente, y de cada una de las innumerables flores caía un rocío continuo de luz plateada, y la tierra de abajo se moteaba con la sombra de las hojas temblorosas. El otro tenía hojas de color verde tierno, como el haya recién brotada, con bordes de oro refulgente. Las flores se mecían en las ramas en racimos de ruegos amarillos, y cada una era como un cuerno encendido que derramaba una lluvia dorada sobre el suelo; y de los capullos de este árbol brotaba calor, y una gran luz. Telperion se llamó el uno en Valinor, y Silpion, y Ninquelótë y tuvo muchos otros nombres; pero Laurelin fue el otro, y también Malinalda, y Culúrien, y le dieron además muchos nombres en los cantos.

En siete horas la gloria de cada árbol alcanzaba su plenitud y menguaba otra vez en nada; y cada cual despertaba una vez más a la vida una hora antes de que el otro dejara de brillar. Así en Valinor dos veces al día había una hora dulce de luz más suave, cuando los Dos Árboles eran más débiles y los rayos de oro y de plata se mezclaban. Telperion era el mayor de los árboles y el primero en desarrollarse y florecer; y esa primera hora en que resplandecía—el fulgor blanco de un amanecer de plata—los valar no la incluyeron en el compuesto de las horas, pero le dieron el nombre de Hora de Apertura, y a partir de ella contaron las edades del reino de Valinor. Por tanto a la sexta hora en ese Primer Día, y en todos los días gozosos que siguieron, hasta el Oscurecimiento de Valinor, concluía el tiempo de floración de Telperion; y a la hora duodécima dejaba de florecer Laurelin. Y cada día de los valar en Aman tenía doce horas, y terminaba con la segunda mezcla de las luces, en la que Laurelin menguaba, pero Telperion crecía. Sin embargo, la luz que los árboles esparcían duraba un tiempo antes de que fuera arrebatada en el aire o se hundiera en la tierra; y Varda atesoraba los rocíos de Telperion y la lluvia que caía de Laurelin en grandes tinas como lagos resplandecientes, que eran para toda la tierra de los valar como fuentes de agua y de luz. Así empezaron los Días de la Bendición de Valinor; y así empezó también la Cuenta del Tiempo.

 

Pero mientras las edades avanzaban hacia la hora señalada por Ilúvatar para la venida de los primeros nacidos, la Tierra Media yacía en una luz crepuscular bajo las estrellas que Varda había forjado en edades olvidadas cuando trabajaba en Eä. Y en las tinieblas vivía Melkor y aún andaba con frecuencia por el mundo, en múltiples formas poderosas y aterradoras, y esgrimía el frío y el fuego, desde las cumbres de las montañas a los profundos hornos que están debajo; y cualquier cosa que fuese cruel o violenta o mortal era en esos días obra de Melkor.

Pocas veces venían los valar por encima de las montañas a la Tierra Media, dejando atrás la belleza y la beatitud de Valinor, pero cuidaban y amaban los territorios de más allá de las Pelóri. Y en medio del Reino Bendecido se levantaban las mansiones de Aulë, y allí trabajó él largo tiempo. Porque en la hechura de todas las cosas de esa tierra Aulë tuvo parte principal e hizo allí muchas obras hermosas y esbeltas, tanto abiertamente como en secreto. De él provienen la ciencia y el conocimiento de todas las cosas terrestres: sea la ciencia de los que no hacen, pero intentan comprender lo que es, o la ciencia de los artesanos: el tejedor, el que da forma a la madera y el que trabaja los metales; y también el labrador y el granjero, aunque éstos y todos los que tratan con cosas que crecen y dan fruto se deben también a la esposa de Aulë, Yavanna Kementári. Es a Aulë a quien se da el nombre de amigo de los noldor, porque de él aprendieron mucho en días posteriores, y son ellos los más hábiles de entre los elfos; y a su propio modo, de acuerdo con los dones que Ilúvatar les concedió, añadieron mucho a sus enseñanzas, deleitándose en las lenguas y en los escritos, y en las figuras del bordado, el dibujo y el tallado. Los noldor fueron también los primeros que consiguieron hacer gemas; y las más bellas de todas las gemas fueron los Silmarils, que se han perdido.

Pero Manwë Súlimo, el más alto y sagrado de los valar, instalado en los lindes de Aman, no dejaba de pensar en las Tierras Exteriores. Porque el trono de Manwë se levantaba majestuoso sobre el pináculo de Taniquetil, la más alta montaña del mundo, a orillas del mar. Espíritus que tenían forma de halcones y águilas revoloteaban por las estancias del palacio; y los ojos de Manwë podían ver hasta las profundidades del mar y horadar las cavernas ocultas bajo la tierra. De este modo le traían noticias de casi todo cuanto ocurría en Arda; no obstante había cosas ocultas aún para Manwë y los servidores de Manwë, porque donde Melkor se ensimismaba en negros pensamientos, las sombras eran impenetrables. Manwë no concibe ningún pensamiento que sirva a su propio honor y no tiene celos del poder de Melkor, sino que lo gobierna todo en paz. De entre todos los elfos, amaba más a los vanyar, y de él recibieron la poesía y el canto; pues la poesía es el deleite de Manwë, y el canto con palabras es la música que prefiere. El vestido de Manwë es azul, y azul el fuego de sus ojos, y su cetro es de zafiro, que los noldor labraron para él; y fue designado para ser el vice regente de Ilúvatar, rey del mundo de los valar y los elfos y los hombres, y principal defensa contra el mal de Melkor. Con Manwë moraba Varda, quien en lengua sindarin es llamada Elbereth, reina de los valar, hacedora de las estrellas; y con ellos había una vasta hueste de espíritus bienaventurados.

Pero Ulmo se encontraba solo, y no moraba en Valinor, y ni siquiera iba allí excepto cuando se celebraba un gran consejo; vivió desde el principio de Arda en el océano Exterior, y allí vive todavía. Desde allí gobierna el flujo de todas las aguas, y las mareas, el curso de los ríos y la renovación de las fuentes, y la destilación de todos los rocíos y lluvias en las tierras que se extienden bajo el cielo. En los sitios profundos concibe una música grande y terrible, y el eco de esa música corre por todas las venas del mundo en dolor y alegría; porque si alegre es la fuente que se alza al sol, el agua nace en pozos de dolor insondable en los cimientos de la Tierra. Los teleri aprendieron mucho de Ulmo, y por esta razón su música tiene a la vez tristeza y encantamiento. Junto con él llegó Salmar a Arda, el que hizo los cuernos de Ulmo, aquellos que nadie puede olvidar si los ha oído una vez; también Ossë y Uinen, a los que dio el gobierno de las olas y los movimientos de los mares interiores, y además muchos otros espíritus. Y así fue por el poder de Ulmo que aún bajo las tinieblas de Melkor fluyó la vida por muchas vías secretas, y la Tierra no murió; y para aquellos que andaban perdidos en esas tinieblas o lejos de la luz de los valar, estaban siempre abiertos los oídos de Ulmo; y tampoco ha olvidado la Tierra Media; y no ha dejado de pensar en cualquier ruina o cambio que haya sobrevenido desde entonces, y así lo hará hasta el fin de los días.

Y en ese tiempo de oscuridad tampoco Yavanna estaba dispuesta a abandonar por completo las Tierras Exteriores; pues todas las cosas que crecen le son caras, y se lamentaba por las obras que había iniciado en la Tierra Media, y que Melkor había dañado. Por tanto, abandonando la casa de Aulë y los prados floridos de Valinor, iba a veces a curar las heridas abiertas por Melkor; y al volver instaba siempre a los valar a enfrentar el maligno dominio de Melkor, en una guerra que tendrían que librar sin duda antes del advenimiento de los primeros nacidos. Y Oromë, domador de bestias, también cabalgaba de vez en cuando por la oscuridad de los bosques; llegaba como poderoso cazador, con el arco y las flechas, persiguiendo a muerte a los monstruos y criaturas salvajes del reino de Melkor, y su caballo blanco Nahar, brillaba como plata en las sombras. Entonces la tierra adormecida temblaba con el repiqueteo de los cascos dorados, y en el crepúsculo matinal del mundo Oromë hacía sonar el gran cuerno, el Valaróma, sobre los llanos de Arda; las montañas le respondían con ecos prolongados, y las sombras del mal huían, y el mismo Melkor se encogía en Utumno anticipando la cólera por venir. Pero Oromë no había acabado de pasar y ya los sirvientes de Melkor se reagrupaban; y las tierras se cubrían de sombras y engaños.

 

Ahora bien, todo se ha dicho de cómo fueron la Tierra y sus gobernantes en el comienzo de los días, antes de que el mundo apareciese como los hijos de Ilúvatar lo conocieron. Porque los elfos y los hombres son hijos de Ilúvatar; y como no habían entendido enteramente ese tema por el que los hijos entraron en la Música, ninguno de los ainur se atrevió a agregarle nada. Por esa razón los valar son los mayores y los cabecillas de ese linaje antes que sus amos; y si en el trato con los elfos y los hombres, los ainur han intentado forzarlos en alguna ocasión, cuando ellos no tenían guía, rara vez ha resultado nada bueno, por buena que fuera la intención. En verdad los ainur tuvieron trato sobre todo con los elfos, porque Ilúvatar los hizo más semejantes en naturaleza a los ainur, aunque menores en fuerza y estatura; mientras que a los hombres les dio extraños dones.

Pues se dice que después de la partida de los valar, hubo silencio, y durante toda una edad Ilúvatar estuvo solo, pensando. Luego habló y dijo: —¡He aquí que amo a la Tierra, que será la mansión de los quendi y los atani! Pero los quendi serán los más hermosos de todas las criaturas terrenas, y tendrán y concebirán y producirán más belleza que todos mis hijos; y de ellos será la mayor buenaventura en este mundo. Pero a los atani les daré un nuevo don.

Por tanto quiso que los corazones de los hombres buscaran siempre más allá y no encontraran reposo en el mundo; pero tendrían en cambio el poder de modelar sus propias vidas, entre las fuerzas y los azares mundanos, más allá de la Música de los ainur, que es como el destino para toda otra criatura; y por obra de los hombres todo habría de completarse, en forma y acto, hasta en lo último y lo más pequeño.

Pero Ilúvatar sabía que los hombres, arrojados al torbellino de los poderes del mundo, se extraviarían a menudo y no utilizarían sus dones en armonía; y dijo:

—También ellos sabrán, llegado el momento, que todo cuanto hagan contribuirá al fin sólo a la gloria de mi obra.

Creen los elfos, sin embargo, que los hombres son a menudo motivo de dolor para Manwë, que conoce mejor que otros la mente de Ilúvatar; pues les parece a los elfos que los hombres se asemejan a Melkor más que a ningún otro ainur, aunque él los ha temido y los ha odiado siempre, aún a aquellos que le servían.

Uno y el mismo es este don de la libertad concedido a los hijos de los hombres: que sólo estén vivos en el mundo un breve lapso, y que no estén atados a él, y que partan pronto; a dónde, los elfos no lo saben. Mientras que los elfos permanecerán en el mundo hasta el fin de los días, y su amor por la Tierra y por todo es así más singular y profundo, y más desconsolado a medida que los años se alargan. Porque los elfos no mueren hasta que no muere el mundo, a no ser que los maten o los consuma la pena (y a estas dos muertes aparentes están sometidos); tampoco la edad les quita fuerzas, a no ser que uno se canse de diez mil centurias; y al morir se reúnen en las estancias de Mandos, en Valinor, de donde pueden retornar llegado el momento. Pero los hijos de los hombres mueren en verdad, y abandonan el mundo; por lo que se los llama los huéspedes o los forasteros. La muerte es su destino, el don de Ilúvatar, que hasta los mismos Poderes envidiarán con el paso del Tiempo. Pero Melkor ha arrojado su sombra sobre ella, y la ha confundido con las tinieblas, y ha hecho brotar el mal del bien, y el miedo de la esperanza. No obstante, ya desde hace mucho los valar declararon a los elfos que los hombres se unirán a la Segunda Música de los ainur; mientras que Ilúvatar no ha revelado qué les reserva a los elfos después de que el mundo acabe, y Melkor no lo ha descubierto.

 


II.DE AULË Y YAVANNA

 

EL SILMARILLION

Se dice que al principio los enanos fueron hechos por Aulë en la oscuridad de la Tierra Media; porque tanto deseaba Aulë la llegada de los hijos, tener discípulos a quienes enseñarles su ciencia y artesanía, que no estuvo dispuesto a aguardar el cumplimiento de los designios de Ilúvatar. Y Aulë hizo a los enanos como son todavía, porque aún no tenía clara en la mente la forma de los hijos que estaban por venir y porque el poder de Melkor aún obraba en la Tierra; y por tanto deseó que fueran fuertes e inquebrantables. Pero temiendo que los otros valar lo culparan, trabajó en secreto; e hizo primero a los siete padres de los enanos en un palacio bajo las montañas de la Tierra Media.

Ahora bien, Ilúvatar sabía lo que se estaba haciendo, y a la hora misma en que Aulë completó su obra, y sintiéndose complacido, empezó a instruir a los enanos en la lengua que había inventado para ellos, Ilúvatar le hablo: —¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué intentas algo que está más allá de tu poder y tu autoridad, como bien lo sabes? Pues has recibido de mí como don sólo tu propio ser, y ninguna otra cosa, y por tanto las criaturas de tu mano y tu mente sólo pueden vivir de ese ser, moviéndose cuando tú lo piensas, y si tu pensamiento está en otro sitio, quedándose quietos. ¿Es ése tu deseo?

Entonces Aulë contestó: —Yo no deseé semejante dominio. Deseé criaturas que no fueran como yo, para amarlas y enseñarles, de modo que ellas también pudieran percibir la belleza de Eä, que tú mismo hiciste. Porque me pareció que había grandes espacios en Arda como para que muchas criaturas pudieran regocijarse en ella, y sin embargo aún se encuentra casi toda muda y vacía. Y en mi impaciencia he dado en la locura. No obstante llevo en el corazón la hechura de cosas nuevas a causa de la hechura que tú mismo me diste; y el niño de escaso entendimiento que convierte en juego los trabajos del padre puede no hacerlo por burla, sino porque es el hijo del padre. Pero ¿qué haré ahora para que no estés siempre enfadado conmigo? Como un niño a su padre te ofrezco yo estas criaturas, obra de las manos que tú mismo has hecho. Dispón de ellas como más te plazca. Pero ¿no tendría que destruir yo mismo la obra de mi presunción?

Aulë y los enanos por Ted Nasmith


Alzó entonces Aulë un gran martillo para golpear a los enanos; y lloró. Pero Ilúvatar vio la humildad de Aulë, y tuvo compasión de él y de su deseo; y los enanos se sobrecogieron ante el martillo y se asustaron, e inclinaron la cabeza y suplicaron clemencia. Y la voz de Ilúvatar le dijo a Aulë: —Acepto tu ofrenda tal como era al principio. ¿No ves que estas criaturas tienen ahora una vida propia y hablan con sus propias voces? De otro modo no habrían esquivado tu golpe, ni orden alguna de tu voluntad—. Entonces Aulë soltó el martillo y se sintió complacido, y dio las gracias a Ilúvatar diciendo: —Quiera Eru bendecir mi obra y enderezarla.

Pero Ilúvatar habló otra vez y dijo: —En el principio del mundo di ser a los pensamientos de los ainur y del mismo modo he tomado ahora tu deseo y le he dado sitio en el mundo; pero no enderezaré de ningún otro modo la obra de tus manos, y tal como la hiciste, así será. Pero esto no toleraré: que estas criaturas lleguen antes que los primeros nacidos de mi hechura, ni que tu impaciencia sea recompensada. Dormirán bajo la piedra en la oscuridad y no saldrán de ella hasta que los primeros nacidos no hayan despertado sobre la Tierra; y hasta ese momento tú y ellos esperaréis, aunque la espera os parezca larga. Pero cuando llegue la hora, yo mismo los despertaré y serán para ti como hijos; y a menudo habrá disputas entre los tuyos y los míos, los hijos de mi adopción y los hijos de mi elección.

Entonces Aulë tomó a los siete padres de los enanos y los puso a descansar en sitios distintos y apartados; y regresó a Valinor, y esperó mientras los largos años se prolongaban.

Como habrían de aparecer en los días del poder de Melkor, Aulë hizo a los enanos fuertes y resistentes. Por tanto, son duros como la piedra, empeñosos, rápidos en la amistad y en la enemistad, y soportan el trabajo y el hambre y los dolores del cuerpo más que ninguna otra criatura que tenga el don de la palabra; viven largo tiempo, mucho más que los días de los hombres, pero no para siempre. Se sostuvo en otro tiempo entre los elfos de la Tierra Media que al morir los enanos volvían a la tierra y a la piedra de que estaban hechos; sin embargo, no es eso lo que ellos mismos creen. Porque dicen que Aulë el Hacedor, a quien llaman Mahal, cuida de ellos y los reúne en Mandos, en estancias apartadas; y que Aulë declaró a los primeros padres que Ilúvatar los consagrará y que les dará un lugar entre los hijos cuando llegue el fin. Tendrán entonces la misión de servir a Aulë y ayudarlo a rehacer a Arda después de la Última Batalla. Dicen también que los siete padres de los enanos retornan para vivir entre los suyos y para ponerse una vez más los nombres antiguos de los que Durin fue el más notable en tiempos posteriores, padre del pueblo que más amistad tuvo con los elfos, y cuyas mansiones se encontraban en Khazad-dûm.

Ahora bien, mientras Aulë trabajaba en la hechura de los enanos, ocultó su obra a los demás valar; pero al fin confió en Yavanna y le contó todo lo que había sucedido. Entonces Yavanna le dijo: —Eru es piadoso. Veo ahora que tu corazón se regocija, como bien cabe; porque no sólo has recibido perdón, sino también munificencia. No obstante, y porque me ocultaste este pensamiento hasta que estuvo consumado, tus hijos no sentirán mucho amor por los objetos de mi amor. Amarán primero las cosas que sean obra de sus propias manos, al igual que su padre. Cavarán en la tierra y no estimarán las cosas que crecen y viven sobre la tierra. Muchos árboles sentirán la mordedura del hierro despiadado.

Pero Aulë respondió: —También será eso cierto de los hijos de Ilúvatar; porque ellos comerán y construirán. Y aunque las cosas de tu reino tienen valor en sí mismas, y seguirían teniéndolo aún si los hijos no llegaran, no obstante Eru les concederá poder, y utilizarán todo cuanto encuentren en Arda; pero no, según es propósito de Eru, sin respeto o sin gratitud.

—No, a no ser que Melkor les ennegrezca el corazón—dijo Yavanna. Y no se sintió apaciguada, pues el temor de lo que pudiera hacerse en la Tierra Media en los días por venir le afligía el ánimo. Por tanto, fue al encuentro de Manwë y no traicionó el secreto de Aulë, pero preguntó: —Rey de Arda ¿es cierto, como me dijo Aulë, que los hijos, cuando lleguen, tendrán dominio sobre mis obras y harán de ellas lo que les plazca?

—Es cierto—dijo Manwë—. Pero ¿por qué preguntas? No necesitas de las enseñanzas de Aulë.

Entonces Yavanna calló y contempló sus propios pensamientos. Y al fin respondió: —Porque hay ansiedad en mi corazón al pensar en los días por venir. Todas mis obras me son caras. ¿No basta que Melkor haya dañado tanto? ¿Nada que yo haya hecho estará libre del dominio de otros?

—Si tu voluntad se cumpliera ¿qué preservarías?—dijo Manwë—De todo tu reino ¿qué te es más caro?

—Todo tiene su valor—le respondió Yavanna—y cada cosa contribuye al valor de las otras. Pero los kelvar pueden volar o defenderse, lo que no es posible entre las cosas que crecen como las olvar. Y de todas éstas, me son caros los árboles. Lentos en crecer, rápidos en la caída, y a menos que paguen el tributo del fruto en las ramas, apenas llorados en su tránsito. Esto veo en mi pensamiento. ¡Quisiera que los árboles pudieran hablar en nombre de todas las cosas que tienen raíz y castigar a quien les hiciese daño!

—Es ése un raro pensamiento—dijo Manwë.

—Sin embargo estaba en la canción—dijo Yavanna—. Porque mientras tú andabas por los cielos y con Ulmo hacíais las nubes y derramabais las lluvias, levanté yo las ramas de los grandes árboles para recibirlas, y algunas cantaron a Ilúvatar entre el viento y la lluvia.

Entonces Manwë guardó silencio y el pensamiento de Yavanna, que ella le había puesto en el corazón, creció y se desarrolló, e Ilúvatar llegó a verlo. Entonces le pareció a Manwë que la Canción se levantaba una vez más alrededor, y descubrió ahora muchas cosas que había oído antes, pero que no había advertido. Y por último se renovó la Visión, pero era ahora remota, porque él mismo estaba en ella, y vio sin embargo que la mano de Ilúvatar sostenía todo; y la mano entró en la Visión, y de ella extrajo muchas maravillas que hasta entonces habían estado escondidas en el corazón de los ainur.

Y entonces Manwë despertó y fue al encuentro de Yavanna en Ezellohar, y se sentó junto a ella bajo los Dos Árboles. Y Manwë dijo: —Oh, Kementári, Eru ha hablado diciendo: "¿Supone, pues, alguno de los valar que no escuché toda la canción, aún el mínimo sonido de la mínima voz? ¡Oíd! Cuando los hijos despierten, el pensamiento de Yavanna despertará también, y convocará espíritus venidos de lejos, e irán entre los kelvar y las olvar, y algunos se albergarán en ellos, y serán tenidos en reverencia, y su justa cólera será temida. Por un tiempo: mientras los primeros nacidos tengan dominio y los segundos sean jóvenes." Pero ¿no recuerdas, Kementári, que tu canto no siempre estuvo solo? ¿No se encontraron tu pensamiento y el mío y remontamos vuelo juntos como los grandes pájaros que se elevan sobre las nubes? Eso también advendrá por obra de la atenta mirada de Ilúvatar, y antes que los hijos despierten, aparecerán las águilas de los señores del occidente, con alas parecidas al viento.

Se complació entonces Yavanna y se puso de pie tendiendo los brazos a los cielos, y dijo: —Altos crecerán los árboles de Kementári: ¡que las águilas del rey moren en ellos!

Pero también Manwë se puso de pie y pareció que se erguía, tan alto que su voz descendió a Yavanna como desde los caminos de los vientos.

—No—dijo—, sólo los árboles de Aulë serán lo bastante altos. Las águilas morarán en las montañas, y desde allí oirán las voces de los que nos reclamen. Pero los pastores de árboles andarán por los bosques.

Luego Manwë y Yavanna se separaron, y Yavanna volvió a Aulë, y él estaba en la herrería vertiendo metal fundido en un molde. —Eru es generoso—dijo ella—. ¡Que se cuiden tus hijos ahora! Porque despertarán la cólera de un poder que habrá en los bosques y correrán peligro.

—No obstante, necesitarán madera—dijo Aulë, y prosiguió con el trabajo de herrero.

 

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: APÉNDICE A

DE LAS MUJERES ENANAS

(…)Dís era la hija de Thráin II [madre de Fili y Kili]. Es la única mujer enana que se menciona en estas historias. Dijo Gimli que hay pocas mujeres entre los enanos, probablemente no más que un tercio de toda la población. Rara vez andan fuera, salvo en casos de extrema necesidad. Son en voz y apariencia, y en el atuendo, si han de emprender un viaje, tan parecidas a los varones enanos, que los ojos y los oídos de otros pueblos no pueden distinguirlas. Esto ha dado origen entre los hombres a la tonta creencia de que no hay mujeres enanas, y que los enanos "nacen de la piedra".

 Esta escasez de mujeres es lo que hace que el pueblo de los enanos crezca con tanta lentitud, y que se sientan en peligro cuando no tienen morada segura. Porque los enanos toman sólo una esposa o marido en el término de sus vidas, y son extremadamente celosos, como en todo lo que atañe a sus derechos. El número de los enanos varones que se casan es en realidad menor a un tercio del total. Porque no todas las mujeres toman marido: algunas no lo desean; otras desean al que no pueden tener, y por tanto, no aceptan a ningún otro. En cuanto a los varones, hay muchos también que no desean el matrimonio, concentrados en sus artesanías.

 


III.DE LA LLEGADA DE LOS ELFOS Y EL CAUTIVERIO DE MELKOR

 

EL SILMARILLION

Durante largos años los valar vivieron en beatitud a la luz de los Árboles más allá de las montañas de Aman, pero un crepúsculo estelar cubría toda la Tierra Media. Mientras las lámparas habían brillado, surgió allí una vegetación que luego fue estorbada, porque todo se hizo otra vez oscuro. Pero las más antiguas criaturas vivientes habían aparecido ya: en los mares las grandes algas, y en la tierra la sombra de grandes árboles; y en los valles que la noche vestía había oscuras criaturas, antiguas y vigorosas. A esas tierras y bosques, los valar iban rara vez, salvo Yavanna y Oromë; y Yavanna andaba allí por las sombras, lamentando que el nacimiento y la promesa de la Primavera de Arda se hubiesen diferido. Y puso adormir a muchas criaturas nacidas en la Primavera, para que no envejecieran, y aguardaran el momento de despertar, que no había llegado aún.

Pero en el norte Melkor cobraba fuerzas, y no dormía, pero vigilaba, y trabajaba; y las criaturas malignas que él había pervertido andaban por las tierras vecinas, y los bosques oscuros y adormilados eran frecuentados por monstruos y formas espantosas. Y en Utumno reunió a sus demonios, los espíritus que se le unieron desde un principio en los días de esplendor y que más se le asemejaban en corrupción: sus corazones eran de fuego; pero un manto de tinieblas los cubría, y el terror iba delante de ellos; tenían látigos de llamas. Balrogs se los llamó en la Tierra Media en días posteriores. Y en ese tiempo oscuro Melkor creó muchos otros monstruos de distintas formas y especies que durante mucho tiempo perturbaron el mundo; y el reino fue extendiéndose hacia el sur por sobre la Tierra Media.

Y Melkor levantó también una fortaleza y armería no lejos de las costas noroccidentales del mar para resistir a cualquier ataque que viniera de Aman. La fortaleza era mandada por Sauron, teniente de Melkor; y se le daba el nombre de Angband.

Taniquetil por J.R.R. Tolkien


Sucedió que los valar se reunieron en consejo, turbados por las nuevas que Yavanna y Oromë traían de las Tierras Exteriores; y Yavanna habló ante los valar diciendo: —Oh, vosotros, poderosos de Arda, la visión de Ilúvatar fue breve y nos la quitaron pronto, de modo que quizá no podamos sospechar, dentro de un estrecho margen de días, la hora señalada. Esto, sin embargo, tened por seguro: se aproxima la hora, nuestra esperanza tendrá respuesta antes que esta edad termine, y los hijos despertarán. ¿Dejaremos, pues, las tierras que serán su morada, desoladas e invadidas por poderes malignos? ¿Darán a Melkor el nombre de «señor» mientras Manwë está sentado en Taniquetil?

Y Tulkas grito: —¡No! ¡Hagamos la guerra sin demora! ¿Acaso no hace mucho que descansamos de la lucha y no se ha renovado ya nuestra fuerza? ¿Se nos opondrá uno solo para siempre?

Pero por mandato de Manwë habló Mandos, y dijo: —Los hijos de Ilúvatar vendrán en esta edad por cierto, pero no todavía. Se ha proclamado además que los primeros nacidos llegarán en la oscuridad y primero contemplarán las estrellas. Verán la gran luz cuando empiecen a menguar, y acudirán a Varda cada vez que lo necesiten.

Entonces Varda abandonó el consejo y desde las alturas de Taniquetil contempló la oscuridad de la Tierra Media bajo las estrellas innumerables, débiles y distantes, e inició entonces un gran trabajo, la mayor de las labores de los valar desde que llegaran a Arda. Recogió el rocío plateado de las tinas de Telperion, y con él hizo estrellas nuevas y más brillantes preparando la llegada de los primeros nacidos; por eso, a quien desde la profundidad de los tiempos y los trabajos de Eä se llamó Tintallë, la iluminadora, los elfos le dieron más tarde el nombre de Elentári, reina de las estrellas. También entonces hizo ella Carnil y Luinil, Nénar y Lumbar, Alcarinquë y Elemmirë, y reunió muchas otras de las antiguas estrellas y las puso como signos en los cielos de Arda: Wilwarin, Telumendil, Soronúmë y Anarríma; y Menelmacar, con un cinturón resplandeciente que presagia que la Última Batalla se librará al final de los días. Y alta en el norte, como reto a Melkor, echó a girar la corona de siete poderosas estrellas: Valacirca, la Hoz de los Valar y signo de los hados.

Se dice que al poner fin Varda a estos trabajos, y muy largos que fueron, cuando Menelmacar entró en el cielo por primera vez y el fuego azul de Helluin flameó en las nieblas por sobre los confines del mundo, a esa misma hora despertaron los hijos de la Tierra, los primeros nacidos de Ilúvatar. Junto a la laguna de Cuiviénen, el Agua del Despertar, iluminada de estrellas, se levantaron del sueño de Ilúvatar; y mientras permanecían aún en silencio junto a Cuiviénen, miraron y contemplaron antes que ninguna otra cosa las estrellas del cielo. Por tanto, han amado siempre la luz de las estrellas, y veneran a Varda Elentári por sobre todos los valar.

En los cambios del mundo, las formas de las tierras y de los mares se han destruido y reconstruido; los ríos no han conservado su curso, ni las montañas se han mantenido firmes; y no hay retorno a Cuiviénen. Pero se dice entre los elfos que Cuiviénen estaba muy lejos al este de la Tierra Media y hacia el norte, y que era una bahía del mar Interior de Helcar; y ese mar se encontraba donde habían estado las raíces de la montaña de Illuin antes de que Melkor la derribara. Muchas aguas fluían hacia allí desde las alturas del este, y lo primero que oyeron los elfos fue el sonido de una corriente de agua, y el sonido del agua al caer sobre las piedras.

Mucho tiempo habitaron en esta primera morada junto al agua bajo las estrellas, y recorrían la tierra maravillados; y empezaron a hablar y a dar nombre a todas las cosas que percibían. A sí mismos se llamaron los quendi, que significa «los que hablan con voces»; porque hasta entonces no habían descubierto criatura alguna que hablara o cantara.

Y una vez sucedió que Oromë cabalgó hacia el este en el curso de una cacería, y se volvió al norte junto a las costas del Helcar y pasó bajo las sombras de las Orocarni, las montañas del Este. Entonces, de pronto, Nahar lanzó un gran relincho y se mantuvo inmóvil. Y Oromë, intrigado, permaneció en silencio, y le pareció que en la quietud de la tierra bajo las estrellas oía a lo lejos el sonido de muchas voces que cantaban.

Así fue que los valar encontraron al fin, casi por azar, a aquellos que durante tanto tiempo habían esperado. Y Oromë se asombró al contemplar a los elfos, como si fueran seres repentinos, maravillosos e imprevistos; porque así les sucederá siempre a los valar. Desde fuera del mundo, aunque todas las cosas puedan preconcebirse en la Música o preverse en una visión lejana, a los que en verdad penetran en Eä las criaturas siempre los sorprenderán, como algo novedoso que nunca fue anunciado.

En el principio los hijos menores de Ilúvatar eran más fuertes y más grandes de lo que fueron luego; pero no más hermosos, porque aunque la belleza de los jóvenes quendi sobrepasaba a todo lo creado por Ilúvatar, no se ha desvanecido, sino que vive en el Occidente, y el dolor y la sabiduría la han acrecentado. Y Oromë amó a los quendi, y los llamó en la lengua de ellos eldar, el pueblo de las estrellas; pero ese nombre sólo lo llevaron después los que siguieron a Oromë por el camino del oeste.

El despertar de los elfos por Ted Nasmith


Pero muchos quendi se aterraron con la llegada de Oromë, y la causa era Melkor. Porque de acuerdo con las conclusiones de los sabios, Melkor, siempre vigilante, fue el primero en conocer el despertar de los quendi, y envió sombras y espíritus malignos para que los espiaran y los acecharan. De modo que algunos años antes de la llegada de Oromë, no era infrecuente que si alguno de los elfos se aventuraba lejos, solo o con escasa compañía, desapareciese y no volviese nunca; y los quendi dijeron que el cazador los había atrapado, y tuvieron miedo. Y, por cierto, los más antiguos cantos de los elfos, cuyos ecos se recuerdan todavía en el Occidente, hablan de formas sombrías que recorrían las colinas por sobre Cuiviénen y ocultaban súbitamente las estrellas; y del jinete oscuro que montaba un caballo salvaje y perseguía a los extraviados para atraparlos y comérselos. Ahora bien, Melkor sentía gran odio y temor por las cabalgatas de Oromë, y no se sabe si mandó en efecto a sus oscuros servidores a guisa de jinetes, o si envió a lo lejos engañosos rumores, con el fin de que los quendi se apartaran de Oromë si alguna vez lo encontraban.

Así fue que cuando Nahar relinchó y Oromë estuvo realmente entre los quendi, algunos de ellos se escondieron, y otros huyeron y se extraviaron. Pero los que tenían más coraje y se quedaron, comprendieron en seguida que el gran jinete no era una forma llegada de la oscuridad; porque en el rostro de Oromë estaba la luz de Aman, y los más nobles de entre los elfos se sintieron atraídos por esa luz.

Pero de los desdichados que cayeron en la trampa de Melkor, poco se sabe con certidumbre. Porque ¿quién de entre los vivos ha descendido a los abismos de Utumno o ha explorado las tinieblas de los consejos de Melkor? Dicen los sabios de Eressëa que todos los quendi que cayeron en manos de Melkor, antes de la caída de Utumno, fueron puestos en prisión, y por las lentas artes de la crueldad, corrompidos y esclavizados; y así crio Melkor la raza de los orcos, por envidia y en mofa de los elfos, de los que fueron después los más fieros enemigos. Porque los orcos tenían vida y se multiplicaban de igual manera que los hijos de Ilúvatar; y Melkor, desde que se rebelara en la Ainulindalë antes del Principio, nada podía hacer que tuviera vida propia ni apariencia de vida, así dicen los sabios. Y en lo profundo del oscuro corazón, los orcos abominaban del Amo a quien servían con miedo, el hacedor que sólo les había dado desdicha. Quizá sea ésta la más vil de las acciones de Melkor, y la más detestada por Ilúvatar.

 

Oromë se demoró un tanto entre los quendi, y luego volvió cabalgando deprisa por tierra y mar a Valinor y le llevó la nueva a Valmar; y habló de las sombras que perturbaban a Cuiviénen. Entonces los valar se regocijaron, aunque todavía tenían alguna duda, y durante un tiempo discutieron qué consejo adoptar para proteger a los quendi de la sombra de Melkor. Pero Oromë volvió en seguida a la Tierra Media y habitó con los elfos.

Manwë estuvo pensando largo tiempo en Taniquetil, y buscó el consejo de Ilúvatar. Y descendiendo luego a Valmar, convocó a los valar al Anillo del Juicio y aún Ulmo acudió desde el mar Exterior.

Entonces Manwë dijo a los valar: —Este es el consejo de Ilúvatar en mi corazón: que recobremos otra vez el dominio de Arda a cualquier precio y libremos a los quendi de la sombra de Melkor—. Tulkas se alegró entonces; pero Aulë se sintió dolido pensando en las heridas que esa lucha abriría en el mundo. Pero los valar se prepararon y partieron de Aman en pie de guerra, resueltos a atacar la fortaleza de Melkor y ponerle fin. Nunca olvidó Melkor que esta guerra se libró para salvación de los elfos y que ellos fueron la causa de que él cayera. No obstante, los elfos no tuvieron parte en esos hechos, y poco saben de la cabalgata del poder del Oeste contra el norte al principio de los días élficos.

Melkor salió al encuentro de la arremetida de los valar en el noroeste de la Tierra Media, y toda esa región quedó muy destruida. Pero la primera victoria de los ejércitos del Occidente fue rápida, y los servidores de Melkor huyeron ante ellos a Utumno. Entonces los valar cruzaron la Tierra Media y montaron guardia en Cuiviénen; y desde entonces los quendi nada supieron de la gran Batalla de los Poderes, salvo que la Tierra se sacudía y rugía por debajo de ellos y que las aguas se levantaban y que en el norte brillaban luces como de fuegos poderosos. Largo y penoso fue el sitio, y muchas batallas se libraron delante de las puertas de Utumno, que los elfos sólo conocieron de oídas. En ese tiempo cambió la forma de la Tierra Media, y el Gran Mar que la separaba de Aman se volvió más ancho y profundo; e irrumpió en las costas y abrió un golfo en el sur. Muchas bahías menores aparecieron entonces entre el Gran Golfo y Helcaraxë, lejos, al norte, donde la Tierra Media y Aman casi se unían. De éstas la bahía de Balar era la principal; y en ella desembocaba el poderoso río Sirion que descendía de las altas tierras recién levantadas en el norte: Dorthonion y las montañas en torno a Hithlum. La desolación se extendió por las tierras del norte lejano en esos días; pues allí fue excavada la profunda Utumno y en esos abismos ardían muchos fuegos y se ocultaban las huestes que servían a Melkor.

Pero al fin las puertas de Utumno fueron derribadas y los techos se hundieron, y Melkor se refugió en el más profundo de los abismos. Entonces Tulkas se adelantó como campeón de los valar y luchó con él y lo tendió de bruces; y lo sujetó con la cadena Angainor que Aulë había forjado, y lo llevó cautivo; y de este modo hubo paz en el mundo durante un largo tiempo.

Pero los valar no descubrieron todas las poderosas bóvedas y cavernas ocultas con malicioso artificio bajo las fortalezas de Angband y Utumno. Muchas cosas malignas había aún allí, y otras se dispersaron y volaron en la oscuridad, y erraron por los sitios baldíos del mundo, a la espera de una hora más maligna; y a Sauron no lo encontraron.

Pero cuando la Batalla hubo terminado, y de las ruinas del norte se levantaban grandes nubes que ocultaban las estrellas, los valar condujeron a Melkor de regreso a Valinor amarrado de pies y manos y con los ojos vendados; y fue llevado al Anillo del Juicio. Allí yació boca abajo ante los pies de Manwë y pidió perdón; pero esta súplica fue denegada, y lo encerraron en la fortaleza de Mandos, de donde nadie puede huir, ni vala, ni elfo, ni hombre mortal. Vastas y poderosas son esas estancias, y fueron construidas en el oeste de la tierra de Aman. Allí fue condenado Melkor a permanecer por tres edades, antes de que fuera juzgado de nuevo o pidiera otra vez perdón.

Entonces una vez más los valar se reunieron en consejo y quedaron divididos en el debate. Porque algunos, y de ellos era Ulmo el principal, sostenían que los quendi tendrían que tener la libertad de andar como quisiesen por la Tierra Media, y con la capacidad de que estaban dotados ordenar todas las tierras y curar sus propias heridas. Pero la mayor parte temía por los quendi abandonados a los peligros del mundo en el engañoso crepúsculo estelar; y se sentían además enamorados de la belleza de los elfos y deseaban su compañía. Por último, los valar convocaron a los quendi a Valinor, para reunirse allí a las rodillas de los Poderes bajo la luz de los Árboles sempiternos; y Mandos quebró el silencio y dijo: —Y así ha sido juzgado—. Esta decisión fue causa de muchos daños que vinieron después.

Pero los elfos en un principio no estuvieron dispuestos a escuchar este llamamiento, porque hasta entonces sólo habían visto a los valar encolerizados, cuando marchaban a la guerra, excepto a Oromë, y tenían miedo. Por tanto, una vez más les fue enviado Oromë, y éste escogió entre ellos a los embajadores que irían a Valinor y hablarían en nombre de los quendi, y éstos fueron Ingwë, Finwë y Elwë, que más tarde llegaron a reyes. Y cuando estuvieron allí y vieron la gloria y la majestad de los valar, se sintieron sobrecogidos y tuvieron grandes deseos de la luz y el esplendor de los Árboles. Luego Oromë los llevó de vuelta a Cuiviénen, y ellos hablaron al pueblo y aconsejaron escuchar el llamamiento de los valar y trasladarse al oeste.

Sucedió entonces la primera división de los elfos. Porque la gente de Ingwë y la mayor parte de la gente de Finwë y Elwë escucharon las palabras de los señores y de buen grado estaban dispuestos a partir y a seguir a Oromë, y a éstos se les conoció luego como los eldar, el nombre élfico que les dio Oromë en un principio. Pero muchos rechazaron el llamamiento, prefiriendo la luz de las estrellas y los amplios espacios de la Tierra Media al rumor de los Árboles; y éstos son los avari, los renuentes, y en esa ocasión se separaron de los eldar, y nunca más volvieron a encontrarlos hasta pasadas muchas edades.

Los eldar se aprontaron a emprender una gran marcha desde el primitivo hogar oriental y se dispusieron en tres huestes. La más reducida y la primera en ponerse en marcha era conducida por Ingwë, el más grande de los señores de la raza élfica. Entró en Valinor y se sienta a los pies de los poderes; y todos los elfos reverencian el nombre de Ingwë; pero nunca volvió a la Tierra Media, ni siquiera a mirarla. Los vanyar fueron su gente; son los hermosos elfos, los bienamados de Manwë y Varda, y pocos de entre los hombres han hablado con ellos alguna vez.

Luego llegaron los noldor, un nombre de sabiduría, el pueblo de Finwë. Son los elfos profundos, los amigos de Aulë; y alcanzaron un gran renombre en las canciones, pues mucho lucharon y se afanaron en las tierras septentrionales de antaño.

La hueste más crecida fue la última en llegar, y éstos recibieron el nombre de los teleri, porque se demoraron en el camino y no fueron unánimes en la decisión de abandonar la penumbra y dirigirse a la luz de Valinor. Encontraban gran deleite en el agua, y los que llegaron por fin a las costas occidentales se enamoraron del mar. Por tanto se les conoció en la tierra de Aman con el nombre de elfos del mar, los falmari, porque hacían música junto a la rompiente de las olas. Tenían dos señores, pues eran muy numerosos: Elwë Singollo (que significa Mantogrís) y Olwë, su hermano.

Estos eran los tres clanes de los eldalië, que llegaron por fin al extremo occidental en los días de los Árboles y reciben el nombre de calaquendi, elfos de la luz. Pero hubo otros eldar que emprendieron también la marcha hacia el oeste, pero que se perdieron en el largo camino, o se desviaron o se demoraron en las costas de la Tierra Media; y éstos pertenecían en su mayoría a la gente de los teleri, como se indica más adelante. Vivieron junto al mar o erraron por los bosques y las montañas del mundo, aunque en lo más íntimo del corazón añoraban el occidente. A estos elfos los calaquendi llaman los umanyar, pues nunca llegaron a la tierra de Aman y al Reino Bendecido; pero a los umanyar y a los avari los llaman por igual los moriquendi, los elfos de la oscuridad, pues nunca contemplaron la luz que había antes del sol y de la luna.

 

Se dice que cuando las huestes de los eldalië partieron de Cuiviénen, Oromë cabalgó al frente en Nahar, el caballo blanco con herraduras de oro; y al dirigirse al norte bordeando el mar de Helcar, se volvieron hacia el oeste. Unas grandes nubes negras flotaban todavía en el norte por sobre las ruinas de la guerra, y las estrellas estaban ocultas en esa región. Entonces no pocos se asustaron y se arrepintieron, y se volvieron atrás, y han sido olvidados.

Larga y lenta fue la marcha de los eldar hacia el oeste, porque las leguas de la Tierra Media no estaban contadas, y eran fatigosas y sin sendas.[1] Tampoco tenían prisa los eldar, pues todo lo que veían los maravillaba, y deseaban morar junto a tierras y ríos; y aunque todos estaban dispuestos a seguir adelante, el final del viaje era para muchos más temido que esperado. Por tanto, toda vez que Oromë se alejaba, por tener que cuidar de otros asuntos, se detenían y ya no avanzaban más hasta que él regresaba para guiarlos. Y sucedió al cabo de muchos años de viajar de este modo, que los eldar se internaron en un bosque y llegaron a un gran río, más ancho que ninguno que hubieran visto antes; y más allá había montañas de cuernos afilados que parecían horadar el reino de las estrellas. Este río, se dice, era el que más tarde se llamó Anduin el Grande, y sirvió siempre de frontera occidental de la Tierra Media. Pero las montañas eran las Hithaeglir, las Torres de la Niebla en los límites de Eriador, más altas y más terribles en aquellos días, y que habían sido levantadas por Melkor para entorpecer las cabalgatas de Oromë. Ahora bien, los teleri habitaron a lo largo de la orilla oriental del río y quisieron quedarse allí, pero los vanyar y los noldor lo cruzaron y Oromë los condujo por los desfiladeros de las montañas. Y cuando Oromë hubo partido, los teleri miraron las sombrías alturas y tuvieron miedo.

Entonces uno se adelantó de entre el grupo de Olwë, que era siempre el último en el camino; y se llamaba Lenwë. Abandonó la marcha hacia el oeste y arrastró consigo a muchos que avanzaron hacia el sur junto al gran río, y los otros no supieron nada de ellos hasta después de muchos años. Ellos fueron los nandor; y se convirtieron en un pueblo aparte, que no se parecía a la gente de Olwë, excepto en el amor que sentían por el agua, y vivieron casi siempre junto a las cascadas y las corrientes. Mayor conocimiento tenían de las criaturas vivientes, de árboles y hierbas, aves y bestias, que todos los otros elfos. En años posteriores Denethor hijo de Lenwë se volvió nuevamente hacia el oeste, y condujo parte de ese pueblo por sobre las montañas hacia Beleriand, antes de levantarse la luna.

 

Por fin los vanyar y los noldor llegaron a Ered Luin, las montañas Azules, entre Eriador y el extremo oeste de la Tierra Media, que los elfos llamaron más tarde Beleriand; y los primeros grupos pasaron por el valle del Sirion y llegaron a las costas del Gran Mar, entre Drengist y la bahía de Balar. Pero cuando lo contemplaron, tuvieron un gran temor, y muchos retrocedieron a los bosques y a las tierras altas de Beleriand. Entonces Oromë partió y volvió a Valinor en busca del consejo de Manwë.

Y el grupo de los teleri pasó por las montañas Nubladas, y cruzó las extensas tierras de Eriador, conducido por Elwë Singollo, que sólo quería volver a Valinor y a la Luz que había contemplado; y deseaba no separarse de los noldor, porque sentía gran amistad por Finwë, su señor. Así, al cabo de muchos años, los teleri llegaron por fin a Ered Luin, en las regiones orientales de Beleriand. Allí se detuvieron y habitaron un tiempo más allá del río Gelion.

 

LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VIII: LA GUERRA DE LAS JOYAS

LA LEYENDA DEL DESPERTAR

(Nota de Christopher Tolkien)

De acuerdo con la leyenda, que se conservó en una forma casi idéntica entre s elfos de Aman y los sindar, los Tres Clanes procedían originalmente de los tres Padres de los Elfos: Imin, Tata y Enel (es decir, Uno, Dos, Tres), y aquellos que cada uno de ellos escogió como seguidores. Así, pues, en un principio se llamaban simplemente minyar «primeros», tatyar «segundos» y nelyar «terceros». Sumaban 14, 56 y 74 respectivamente de los 144 elfos originales que despertaron; y estas proporciones se conservaron de un modo aproximado hasta la Separación.(…)

(…)En una copia mi padre escribió: «De hecho está escrita (en estilo e ideas) como antiguo "cuento de hadas" élfico o cuento para niños, mezclado con el conocimiento tradicional de las cantidades».

 

Mientras sus primeros cuerpos se formaron a partir de la «carne de Arda», los quendi durmieron «en el seno de la Tierra», bajo la hierba verde, y despertaron cuando hubieron alcanzado su pleno desarrollo. Pero los Primeros Elfos (también llamados los No Engendrados, o los Engendrados de Eru) no despertaron todos juntos. Eru había dispuesto que cada uno yaciera junto a su «esposo o esposa destinado». Tres elfos despertaron primero que todos, y eran hombres elfos, porque los hombres elfos son más fuertes de cuerpo y más ansiosos y aventureros en los lugares extraños. En las antiguas historias estos tres Padres de los Elfos son llamados Imin, Tata y Enel. Despertaron en ese orden, pero con poco tiempo de diferencia; y de ellos, dicen los eldar, proceden las palabras uno, dos y tres, los más antiguos de los numerales.

Imin, Tata y Enel despertaron antes que sus esposas, y lo primero que vieron fueron las estrellas, pues abrieron los ojos en la penumbra de antes del alba. Y lo siguiente que vieron fueron sus esposas destinadas durmiendo en la hierba verde, a su lado. Tanto se enamoraron entonces de su belleza que inmediatamente sintieron un gran deseo por el habla, y empezaron a «pensar palabras» para hablar y cantar con ellas. E impacientes como estaban no pudieron aguardar y despertaron a sus esposas. Así, pues, dicen los Eldar, lo primero que vio cada mujer elfo fue su esposo, y su amor por él fue su primer amor; y el amor y reverencia por las maravillas de Arda vino después.

Ahora bien, al cabo de un tiempo, cuando hubieron vivido juntos un poco e inventado muchas palabras, Imin e Iminyë, Tata y Tatië, Enel y Enelyë caminaron juntos y abandonaron el valle verde de su despertar, y pronto llegaron a otro valle más grande y encontraron allí a seis parejas de quendi, y las estrellas brillaban de nuevo en la penumbra de la mañana, y los hombres elfos acababan de despertar.

Entonces Imin afirmó que era el mayor y que tenía el derecho a elegir primero; y dijo: —Escojo a estos doce para que sean mis compañeros. —Y los hombres elfos despertaron a sus esposas, y cuando los dieciocho elfos hubieron vivido juntos un poco y aprendido muchas palabras e inventado más, caminaron juntos, y pronto en otra concavidad más profunda y más amplia encontraron nueve parejas de quendi, y los hombres elfos acaban de despertar en la luz de las estrellas.

Entonces Tata reclamó el derecho a elegir en segundo lugar, y dijo: —Escojo a estos dieciocho para que sean mis compañeros. —De nuevo los hombres elfos despertaron a sus esposas, y vivieron y hablaron juntos, e inventaron muchos sonidos nuevos y palabras más largas; y entonces los treinta y seis partieron juntos, hasta que llegaron a una arboleda de hayas junto a un arroyo, y allí encontraron doce parejas de quendi, y asimismo los hombres elfos acababan de levantarse, y miraban las estrellas a través de las ramas de las hayas.

Entonces Enel reclamó el derecho a elegir en tercer lugar, y dijo: —Escojo a estos veinticuatro para que sean mis compañeros. —Otra vez los hombres elfos despertaron a sus esposas; y durante muchos días los sesenta elfos vivieron junto al arroyo, y pronto empezaron a componer poemas y a cantar a la música del agua.

Al cabo partieron todos de nuevo. Pero Imin advirtió que cada vez habían encontrado más quendi que antes, y pensó para sí: «Sólo tengo doce compañeros (aunque soy el mayor); ahora seré el último en escoger». No tardaron en llegar a un bosque de abetos de dulce fragancia en la ladera de una colina, y allí encontraron dieciocho parejas de quendi, y todos dormían aún. Era todavía de noche y las nubes cubrían el cielo. Pero antes del alba se levantó un viento, y despertó a los hombres elfos, que abrieron los ojos y miraron con asombro las estrellas; porque todas las nubes habían desaparecido, y las estrellas brillaban de este a oeste. Y durante mucho tiempo los dieciocho nuevos quendi no prestaron atención a los otros, sino que contemplaron las luces de Menel. Pero cuando al fin volvieron los ojos a la tierra vieron a sus esposas y las despertaron para que contemplaran las estrellas, gritándoles ¡elen, elen! Y así recibieron nombre las estrellas.

Ahora bien, Imin dijo: —No escogeré todavía—y Tata, por tanto, escogió a los treinta y seis para que fueran sus compañeros; y eran altos y de cabellos oscuros, y fuertes como los abetos, y de ellos descendieron después la mayoría de los noldor.

Y los noventa y seis quendi hablaron ahora juntos, y los que acababan de despertar inventaron muchas palabras nuevas y hermosas, y muchos recursos ingeniosos para el habla; y rieron, y bailaron en la ladera de la colina, hasta que al fin desearon encontrar más compañeros. Entonces todos partieron juntos de nuevo, hasta que llegaron a un lago oscuro en el crepúsculo; y había un gran precipicio en el lado este, y una cascada bajaba de las alturas, y las estrellas brillaban en la espuma. Pero los elfos hombres ya estaban bañándose en la cascada, y habían despertado a sus esposas. Había veinticuatro parejas; pero todavía no habían inventado el habla, aunque cantaban dulcemente y sus voces resonaban en la piedra, mezclándose con el rumor de las cascadas.

Pero de nuevo Imin postergó su elección, pensando «la próxima vez será una gran compañía». Por tanto Enel dijo: —Es mi turno, y escojo a estos cuarenta y ocho para que sean mis compañeros.—Y los ciento cuarenta y cuatro quendi vivieron largo tiempo junto al lago, hasta que al fin todos se pusieron de acuerdo y hablaron, y se sintieron complacidos.

Al cabo Imin dijo: —Es hora de que partamos y busquemos más compañeros.—Pero la mayoría de los otros estaban satisfechos. Así que Imin e Iminyë y sus doce compañeros emprendieron la marcha, y caminaron mucho tiempo durante el día y el crepúsculo por el país en torno al lago, cerca de donde habían despertado todos los quendi: por esa razón se lo denomina Cuiviénen. Pero nunca encontraron más compañeros, porque la cuenta de los primeros elfos estaba completa.

Y sucedió así que en adelante los quendi siempre contaron en docenas, y que durante mucho tiempo 144 fue su número más alto, de modo que en ninguna de sus lenguas posteriores había un nombre común para un número mayor. Y así sucedió también que los «Compañeros de Imin» o la Compañía Mayor (de la que provienen los vanyar) sumaba sin embargo sólo catorce en total, y era la compañía más pequeña; y los «Compañeros de Tata» (de quienes provienen los noldor) eran cincuenta y seis en total; pero los «Compañeros de Enel», a pesar de ser la Compañía Menor, eran los más numerosos; de ellos provienen los teleri (o lindar), y en un principio eran setenta y cuatro en total. Ahora bien, los quendi amaban todo lo que habían visto en Arda, y se deleitaban en las cosas verdes que crecen y en el sol del verano; no obstante, lo que siempre cautivó más su corazón eran las estrellas, y las horas del crepúsculo en tiempo claro, en la «penumbra de la mañana» y en la «penumbra de la noche», eran sus momentos de mayor alegría. Porque en ese entonces, en la primavera del año, habían despertado a la vida en Arda. Pero los lindar, más todos los demás quendi, amaron desde el principio el agua sobre todas las cosas, y cantaron antes de poder hablar.

 

(Nota de Christopher Tolkien)

Parece que mi padre había resuelto (al menos para los propósitos de este «cuento de hadas») el problema del nombre «Pueblo de las Estrellas» de los elfos de un modo hermosamente simple: los primeros elfos despertaron en la noche avanzada bajo un cielo de estrellas sin nubes, y las estrellas eran su primer recuerdo.

 


IV.ACERCA DE LOS ORCOS

 

HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH

El origen de los orcos es asunto de debate. Algunos los han llamado los melkorohíni, los hijos de Melkor; sin embargo los sabios dicen: “no, los esclavos de Melkor, pero no sus hijos; pues Melkor no tuvo hijos”. No obstante, los orcos surgieron de la malicia de Melkor; y es evidente que para él eran una mofa de los hijos de Eru, alimentados para estar subordinados por completo a su voluntad y colmados de un odio insaciable por elfos y hombres.

Ahora bien, los orcos de las guerras posteriores, tras la huida de Melkor-Morgoth y su regreso a la Tierra Media, no eran ni «espíritus», ni fantasmas, sino criaturas vivientes, capaces de hablar y de cierta habilidad y organización, o al menos capaces de aprender esas cosas de criaturas más ilustres o de su Amo. Crecieron y se multiplicaron rápidamente siempre que no se los perturbó. Por lo que se puede saber de las leyendas que han llegado hasta nosotros de nuestros primeros días, parecería que los quendi nunca encontraron orcos de este tipo antes de la llegada de Oromë a Cuiviénen.

Quienes creen que los orcos fueron criados a partir de algún tipo de hombres, capturados y pervertidos por Melkor, afirman que es imposible que los quendi conocieran a los orcos antes de la separación y la partida de los eldar. Pues aunque no se conoce cuándo despertaron los hombres, aun los maestros que lo sitúan más pronto, no le asignan una fecha muy anterior al inicio de la Gran Marcha, en verdad no lo bastante anterior como para que los hombres se corrompieran en orcos. Por otro lado, es evidente que poco después de su regreso, Morgoth tenía a sus órdenes a un gran número de estas criaturas, con quienes antes de que transcurriera mucho tiempo empezó a atacar a los elfos. Entre su regreso y esos primeros ataques hubo todavía menos tiempo para criar a los orcos y para trasladar las huestes hacia el oeste.

Así pues, esta opinión sobre el origen de los orcos topa con dificultades cronológicas. Pero aunque los hombres encuentren cierto consuelo en ello, la teoría sigue siendo la más probable. Concuerda con todo lo que se sabe de Melkor, y de la naturaleza y comportamiento de los orcos, y de los hombres. Melkor era incapaz de crear criaturas vivientes, pero tenía habilidad en la corrupción de criaturas que no provenían de sí mismo, siempre que pudiera dominarlas. Pero en caso de que intentara en verdad hacer criaturas propias por imitación o mofa de los encarnados, sólo conseguiría, igual que Aulë, crear títeres: sus criaturas sólo habrían actuado mientras concentrara en ellas la voluntad y no habrían tenido reparo alguno en ejecutar cualquier orden suya, aun la de destruirse a sí mismos.

Pero los orcos no eran de ese tipo. Estaban dominados en verdad por su Amo, pero era un dominio por el miedo, y ellos eran conscientes de este miedo y lo odiaban. De hecho estaban tan corrompidos que no sentían piedad alguna, y no había crueldad o maldad que no quisieran cometer; pero se trataba de la corrupción de voluntades independientes, y disfrutaban de sus actos. Podían actuar por cuenta propia, realizando acciones malvadas que no se les había ordenado por propio placer; o si Morgoth y sus agentes se encontraban lejos, podían ignorar sus órdenes. Se odiaban unos a otros, y a menudo luchaban entre ellos, para el detrimento de los planes de Morgoth.

Además, los orcos siguieron viviendo, reproduciéndose, destrozando y saqueando después de que Morgoth fuera derrotado. También compartían otras características con los encarnados. Tenían lenguaje propio, hablaban entre ellos en varias lenguas de acuerdo con las distintas razas que se distinguían entre ellos. Necesitaban comer y beber, y descansar, aunque muchos eran por costumbre tan resistentes como los enanos a la hora de soportar las adversidades. Podían ser asesinados y estaban sometidos a las enfermedades; pero a parte de estos males fallecían y no eran inmortales a la manera de los quendi; de hecho, al parecer eran de corta vida por naturaleza, en comparación con la vida de los hombres de razas más elevadas, tales que los edain.

Este último punto no se comprendía bien en los Días Antiguos. Porque Morgoth tenía muchos servidores, entre los cuales los más viejos y más poderosos eran inmortales, puesto que pertenecían en el principio a los maiar; y estos espíritus malignos, al igual que su Amo, podían tomar formas visibles. Los encargados de dirigir solían tomar forma de orco, aunque eran más grandes y terribles. Por ese motivo las historias hablan de grandes orcos o capitanes orcos que no morían, y que reaparecían en las batallas durante muchos más años que la duración de la vida de los hombres.

Por último, hay un punto relacionado, aunque horrible de relatar. Con el tiempo se hizo evidente que algunos hombres podían, bajo el dominio de Morgoth o sus agentes, descender en unas pocas generaciones casi a nivel de los orcos en mente y costumbres; y entonces se acoplaban con orcos, produciendo nuevas razas, a menudo más grandes e inteligentes. No cabe duda de que mucho después, en la Tercera Edad, Saruman lo descubrió, o lo aprendió en sus investigaciones, y en su codicia de poder lo llevó a cabo, la más malvada de sus obras: el cruce de orcos y hombres, que produjo orcos-hombre, grandes e inteligentes, y hombres-orco, viles y traicioneros.

Pero aun antes de que se sospechara esta maldad de Morgoth los sabios de los Días Antiguos siempre dijeron que Melkor no había «hecho» a los orcos, y por tanto no eran originalmente malignos. Podían haber llegado a ser irredimibles (al menos por elfos y hombres), pero seguían dentro de la ley. Es decir, que aunque por necesidad, puesto que eran los dedos de la mano de Morgoth, había que luchar con ellos con la máxima severidad, no debían ser tratados con sus propios términos de crueldad y traición. Los cautivos no debían ser torturados, ni siquiera para obtener información para la defensa de elfos y hombres. Si algún orco se rendía y pedía clemencia, no le había de ser negada, aun a costa de uno mismo. Esto enseñaban los sabios, aunque en el horror de la guerra no siempre se los escuchaba.

Es cierto, por supuesto, que Morgoth tenía a los orcos en una esclavitud calamitosa; porque al corromperse habían perdido casi toda posibilidad de resistir el dominio de su voluntad. De hecho tan grande era la presión que ésta ejercía sobre ellos antes de la caída de Angband que, cuando Morgoth volvía el pensamiento hacia ellos, sentían el «ojo» dondequiera que estuviese; y cuando Morgoth fue expulsado al fin de Arda los orcos que sobrevivieron en el oeste estaban dispersos, sin guía y casi sin voluntad, y durante un tiempo erraron sin control o propósito.

Esta servidumbre a una voluntad central que hacia la vida de los orcos prácticamente igual que la de las hormigas, se vio con más claridad en las Edades Segunda y Tercera, bajó la tiranía de Sauron, el principal lugarteniente de Morgoth. De hecho Sauron alcanzó un control sobre los orcos todavía mayor que el de Morgoth. Por supuesto, operaba en una escala menor, y no tenía enemigos tan grandes y crueles como los noldor de los Días Antiguos, en la plenitud de su poder. Pero también había heredado problemas de esos días, como la diversidad de las razas y lenguas de los orcos, y las disputas entre ellos; además, en muchos lugares de la Tierra Media, tras la caída de Thangorodrim y durante el ocultamiento de Sauron, los orcos, levantándose tras su irresolución, habían establecido pequeños reinos propios y se habían acostumbrado a la independencia. No obstante, Sauron consiguió con el tiempo unirlos en un odio irracional por los elfos y hombres que se relacionaban con ellos; por otra parte, los orcos de los ejércitos que él había preparado estaban tan sometidos a su voluntad que sacrificarían su propia vida sin dudarlo si él así lo ordenara. Y demostró una habilidad aun superior a la de su Amo en la corrupción de los hombres que estaban fuera de la influencia de los sabios, y en reducirlos al vasallaje y hacerlos marchar junto con los orcos, rivalizando con ellos en crueldad y destrucción.

Así pues, probablemente sea a Sauron a quien debamos buscar una solución del problema de la cronología. Aunque de un poder innato mucho más pequeño que su Amo, se corrompió menos, y era más frío y capaz de realizar cálculos. Al menos en los Días Antiguos, antes de verse privado de señor y caer en la locura de imitarlo, intentando convertirse en el Supremo Señor de la Tierra Media. Mientras Morgoth duró, Sauron no buscó su propia supremacía, sino que trabajó e intrigó para otro, deseando el triunfo de Melkor, a quien había adorado en el principio. De ese modo acabó muchas cosas que Melkor había concebido, pero que su amo no pudo o quiso completar en la furiosa prisa de su malicia.

Podemos asumir, pues, la idea de que la crianza de los orcos provino de Melkor, quizá al principio no tanto para proveer de siervos o soldados sus guerras de destrucción como para la deshonra de los hijos y la mofa blasfema de los designios de Eru. Sin embargo, los detalles de la realización de su maldad se dejaron principalmente para las sutilezas de Sauron. En este caso la concepción mental de los orcos puede remontarse muy atrás en la noche del pensamiento de Melkor, pero el comienzo de la crianza de la raza debió esperar hasta el despertar de los hombres.

Cuando Melkor fue capturado, Sauron escapó y se ocultó en la Tierra Media; de este modo puede entenderse cómo la crianza de los orcos (que sin duda ya había empezado) continuó con velocidad ascendente durante la edad en que los noldor moraron en Aman; así pues, cuando volvieron a la Tierra Media la encontraron infestada de esta plaga, para tormento de todos los que vivían allí, elfos, hombres o enanos. También fue Sauron quien en secreto preparó Angband para el regreso del Amo; y allí los lugares oscuros bajo tierra se guarnecieron con huestes de orcos antes de que Melkor regresara por fin como Morgoth, el enemigo negro, y los enviara para llevar la ruina a todo cuanto fuera hermoso. Y aunque Angband ha caído y Morgoth ha sido eliminado, todavía salen de los lugares sin luz en la oscuridad de sus corazones, y la tierra se marchita bajo los pies implacables.

 

Esta, pues, parece ser la opinión final de mi padre sobre la cuestión: los orcos se criaron a partir de los hombres, y si «la concepción mental de los orcos puede remontarse muy atrás en la noche del pensamiento de Melkor», fue Sauron quien, durante las edades del cautiverio de Melkor en Aman, creó los ejércitos negros que su Amo tuvo disponibles a su vuelta.

Pero, como siempre, no es tan sencillo. Junto con una copia del texto de este ensayo hay algunas páginas manuscritas para las cuales mi padre utilizó los reversos en blanco de documentos de la editorial con fecha del 10 de noviembre de 1969. En estas páginas hay dos notas sobre el ensayo acerca de los «orcos»: una, en la que se comenta la escritura de la palabra orco, se da en p. 480; la otra consiste en una [479] nota que surge de algo sin especificar que se dice en el ensayo, pero que sin duda se trata del pasaje de p. 474 en que se comenta la inevitable naturaleza de marioneta de las criaturas creadas por uno de los grandes Poderes: la nota debía guardar relación con las palabras «Pero los orcos no eran de esa clase».

 


V.DE THINGOL Y MELIAN

 

EL SILMARILLION

Melian era una maia, de la raza de los valar. Moraba en los jardines de Lórien, y no había allí nadie más hermosa que Melian, ni más sabia, ni que conociese mejor las canciones de encantamiento. Se dice que los valar abandonaban el trabajo y que el bullicio de los pájaros de Valinor se interrumpía, que las campanas de Valmar callaban y que las fuentes dejaban de fluir, cuando al mezclarse las luces Melian cantaba en Lórien. Los ruiseñores iban siempre con ella y ella era quien les enseñaba a cantar; y amaba las sombras profundas de los grandes árboles. Antes de que el mundo fuera hecho, Melian se parecía a la mismísima Yavanna; y en el tiempo en que los quendi despertaron junto a las aguas de Cuiviénen, partió de Valinor y llegó a las tierras de Aquende, y allí poco antes del alba la voz de Melian y las voces de los pájaros llenaron el silencio de la Tierra Media.

Pues bien, cuando el viaje estaba por concluir, como ya se dijo, el pueblo de los teleri descansó largo tiempo en Beleriand Oriental, más allá del río Gelion; y en ese entonces muchos de los noldor estaban todavía al oeste, en esos bosques que luego se llamaron Neldoreth y Region. Elwë, señor de los teleri, atravesó a menudo los grandes bosques en busca de Finwë, su amigo, en las moradas de los noldor; y sucedió una vez que llegó solo al bosque de Nan Elmoth, iluminado por las estrellas, y allí escuchó de pronto el canto de los ruiseñores. Entonces cayó sobre él un encantamiento y se quedó inmóvil; a lo lejos, más allá de las voces de los lómelindi, oyó la voz de Melian, y el corazón se le colmó de maravilla y de deseo. Olvidó entonces por completo a su gente y los propósitos que lo guiaban, y siguiendo a los pájaros bajo la sombra de los árboles, penetró profundamente en Nan Elmoth y se extravió. Pero llegó por fin a un claro abierto a las estrellas, y allí se encontraba Melian; y desde la oscuridad él la contempló, y vio en el rostro de ella la luz de Aman.

No dijo Melian ni una palabra; pero anegado de amor, Elwë se le acercó y le tomó la mano, y en seguida un hechizo operó en él, de modo que así permanecieron los dos mientras las estrellas que giraban por encima de ellos medían los largos años, y los árboles de Nan Elmoth se volvieron altos y oscuros antes de que ninguno pronunciara una palabra.

Thingol y Melian por Kip Rasmussen

 

Así, pues, el pueblo de Elwë, que lo buscó, no pudo encontrarlo, y Olwë fue rey de los teleri y se pusieron en marcha, como se cuenta más adelante. Elwë Singollo no volvió nunca a través del mar a Valinor, y Melian no volvió allí mientras los dos reinaron juntos; pero de ella tuvieron, tanto los elfos como los hombres, un aire de los ainur que estaban con Ilúvatar antes de Eä. En años posteriores él se convirtió en un rey renombrado, que mandaba a todos los eldar de Beleriand; se llamaron los sindar, los elfos grises, los elfos del crepúsculo; y él era el rey Mantogrís, como se lo llamó, Elu Thingol en la lengua de esa tierra. Y Melian fue la reina, más sabia que hijo alguno de la Tierra Media; y habitaban en las estancias ocultas de Menegroth, las Mil Cavernas, en Doriath. Gran poder le dio Melian a Thingol, que fue grande entre los eldar; porque sólo él entre todos los sindar había visto con sus propios ojos a los Árboles en el día del florecimiento, y aunque era rey de los umanyar, no se lo contó entre los moriquendi, sino entre los elfos de la luz, poderoso en la Tierra Media. Y del amor de Thingol y Melian, vinieron al mundo los más hermosos de todos los hijos de Ilúvatar que fueron o serán.

 


VI.DE ELDAMAR Y LOS PRÍNCIPES DE LOS ELDALIË

 

EL SILMARILLION 

En su momento los grupos de los vanyar y los noldor llegaron a las últimas costas occidentales de las tierras de Aquende. En el norte estas costas, en los antiguos días que siguieron a la Batalla de los Poderes, se curvaban hacia el oeste, hasta que en el extremo norte de Arda, sólo un mar estrecho dividía Aman, donde se levantaba Valinor, de las tierras de Aquende; pero este mar estrecho estaba lleno de hielos crujientes por causa de la violencia de las heladas de Melkor. Por tanto Oromë no condujo a las huestes de los eldalië hacia el norte lejano, sino que las llevó a las dulces tierras en torno al río Sirion, que se llamaron más tarde Beleriand; y a partir de estas costas, desde las que al principio los eldar contemplaron el mar, con temor y maravilla, se extendía un océano ancho y oscuro y profundo, entre ellos y las montañas de Aman.

Pues bien, Ulmo, por consejo de los valar, acudió a las costas de la Tierra Media y habló con los eldar que aguardaban allí, contemplando las olas oscuras; y por causa de sus palabras y de la música que hizo para ellos con cuernos de madreperla, el temor que les despertaba el mar se convirtió de algún modo en deseo. Por tanto, Ulmo arrancó una isla que durante mucho tiempo se había levantado solitaria en medio del mar, lejos de ambas costas, desde los tumultos de la caída de Illuin; y con ayuda de sus servidores la arrastró como si fuera un poderoso navío, y la ancló en la bahía de Balar, en la que se volcaban las aguas del Sirion. Entonces los vanyar y los noldor embarcaron en la isla y fueron llevados por el mar, y llegaron por fin a las largas costas bajo las montañas de Aman; y entraron en la dichosa Valinor y allí fueron bienvenidos. Pero el cuerno oriental de la isla, que estaba profundamente encallado en los bajíos de las desembocaduras del Sirion, se quebró y quedó atrás; y ésa, se dice, fue la isla de Balar, que más adelante visitó Ossë con frecuencia.

Pero los teleri permanecían todavía en la Tierra Media, porque habitaban en Beleriand Oriental, lejos del mar, y no oyeron la convocatoria de Ulmo hasta que fue demasiado tarde; y muchos buscaban todavía a Elwë, su señor, y no estaban dispuestos a partir sin él. Pero cuando supieron que Ingwë y Finwë y sus pueblos habían partido, muchos de los teleri se precipitaron a las costas de Beleriand y habitaron en adelante cerca de las desembocaduras del Sirion, añorando a los amigos que habían partido; y escogieron a Olwë, hermano de Elwë, como rey. Largo tiempo se quedaron en las costas del mar Occidental, y Ossë y Uinen fueron a visitarlos y los ayudaron; y Ossë los instruyó sentado sobre una roca cerca de la orilla de la tierra, y de él aprendieron todas las ciencias del mar y de la música del mar. Así fue que los teleri, que desde un principio amaron el agua, y los mejores cantantes de entre todos los elfos, se enamoraron luego de los mares, y en sus cantos se oyó con frecuencia y desde entonces el sonido de las olas en la costa.

 Transcurrieron muchos años y Ulmo escuchó las plegarias de los noldor y de Finwë, el rey, quienes lamentaban la larga separación de los teleri, y le rogaban que los llevara a Aman, si ellos venían a buscarlos. Y la mayor parte de ellos estaban ahora por cierto dispuestos a partir; pero grande fue el dolor de Ossë cuando Ulmo volvió a las costas de Beleriand para llevárselos a Valinor; pues él cuidaba de los mares de la Tierra Media y de las costas de las tierras de Aquende, y le entristecía que las voces de los teleri ya no se escucharan en ese dominio. A algunos los persuadió de que se quedaran; y fueron ellos los falathrim, los elfos de las Falas, quienes en días posteriores moraron en los puertos de Brithombar y Eglarest, los primeros marineros de la Tierra Media y los primeros constructores de navíos. Círdan, el carpintero de barcos, fue señor de todos ellos.

Los parientes y amigos de Elwë Singollo también se quedaron en las tierras de Aquende, pues lo buscaban todavía, aunque de buena gana hubieran partido a Valinor y a la luz de los Árboles, si Ulmo y Olwë hubieran estado dispuestos a demorarse un tanto. Pero Olwë quería irse; y por fin el grupo principal de los teleri se embarcó en la isla y Ulmo se los llevó lejos. Entonces los amigos de Elwë quedaron atrás; y se dieron a sí mismos el nombre de Eglath, el pueblo abandonado. Vivieron en los bosques y las colinas de Beleriand en lugar de hacerlo junto al mar, que los ponía nostálgicos; pero llevaban siempre en los corazones el deseo de Aman.

Pero cuando Elwë despertó de aquel prolongado trance, acudió desde Nan Elmoth en compañía de Melian, y desde entonces vivieron en los bosques interiores. Aunque mucho había deseado volver a ver la luz de los Árboles, en la cara de Melian contemplaba la luz de Aman como en un espejo sin nubes, y en esa luz encontraba contento. Las gentes se reunieron alrededor de él, regocijadas, y asombradas; porque aunque había sido hermoso y noble, parecía ahora un señor de los maiar: los cabellos de plata gris, y de talla más elevada que ninguno de los hijos de Ilúvatar; y un muy alto destino tenía por delante.

Ossë siguió a la hueste de Olwë, y cuando hubieron llegado a la bahía de Eldamar (que es el hogar de los elfos), los convocó a todos; y ellos reconocieron la voz y rogaron a Ulmo que detuviera el viaje. Y Ulmo accedió, y llamó a Ossë, que amarró la isla y la arraigo en los cimientos marinos. Lo hizo Ulmo de buen grado, pues comprendía el corazón de los teleri, y en el consejo de los valar había hablado en contra del llamamiento, pues creía mejor para los quendi que se quedaran en la Tierra Media. Los valar se alegraron muy poco al enterarse de lo que había hecho; y Finwë se lamentó ante la ausencia de los teleri y más todavía cuando supo que habían abandonado a Elwë, y que ya no volvería a verlo excepto en los salones de Mandos. Pero la isla no volvió a ser trasladada y quedó allí sola en la bahía de Eldamar; y recibió el nombre de Tol Eressëa, la isla Solitaria. Allí habitaron los teleri como lo desearon bajo las estrellas del cielo, y sin embargo a la vista de Aman y de las costas inmortales; y por esa larga estadía en la isla Solitaria la lengua de ellos fue separándose de la de los vanyar y los noldor.

A éstos les habían dado los valar una tierra y una morada. Aún entre las flores radiantes de los jardines, iluminados por los Árboles de Valinor, deseaban a veces contemplar las estrellas; y por tanto se abrió un hueco en los grandes muros de las Pelóri, y allí, en un valle profundo que descendía hasta el mar, los eldar levantaron una elevada colina verde: Túna se la llamó. La luz de los Árboles se derramaba sobre ella desde el oeste, y la sombra apuntaba siempre al este, a la bahía del Hogar de los Elfos y la isla Solitaria y los mares sombríos. Entonces a través del Calacirya, el Paso de la Luz, el resplandor del Reino Bendecido fluía encendiendo las ondas oscuras de plata y de oro, y rozaba la isla Solitaria, y la costa occidental se extendía verde y hermosa. Allí se abrieron las primeras flores que hubo al este de las montañas de Aman.

En lo alto de Túna se levantó la ciudad de los elfos, los blancos muros y terrazas de Tirion; y la más alta torre de esa ciudad fue la torre de Ingwë, Mindon Eldaliëva, cuya lámpara de plata brillaba a lo lejos entre las nieblas del mar. Pocos son los barcos de los hombres mortales que hayan visto ese esbelto rayo de luz. En Tirion, sobre Túna, los vanyar y los noldor vivieron largo tiempo como amigos. Y de cuanto había en Valinor amaban sobre todo al Árbol Blanco, de modo que Yavanna hizo para ellos un árbol a imagen del Telperion, aunque no daba luz propia; Galathilion se llamó en lengua sindarin. Este árbol se plantó en el patio bajo la Mindon, y allí floreció, y los hijos de sus semillas fueron muchos en Eldamar. De entre éstos se plantó uno más tarde en Tol Eressëa, y prosperó allí y recibió el nombre de Celeborn; de él nació en la plenitud del tiempo, como se cuenta en otra parte, Nimloth, el árbol blanco de Númenor.

Manwë y Varda amaban sobre todo a los vanyar, los hermosos elfos; pero los noldor eran los amados de Aulë, y él y los suyos los visitaban con frecuencia. Grandes fueron los conocimientos y habilidades que mostraron, pero más grande aún era la necesidad que tenían de más conocimientos, y en muchas cosas pronto sobrepasaron a los maestros. Hablaban un lenguaje que no dejaba de cambiar, porque sentían un gran amor por las palabras y siempre querían encontrar nombres más precisos para las cosas que conocían o imaginaban. Y sucedió que los albañiles de la casa de Finwë, que excavaban en las colinas en busca de piedra (pues se deleitaban en la construcción de altas torres), descubrieron por primera vez las gemas de la tierra, y las extrajeron en incontables miríadas; e inventaron herramientas para cortar las gemas y darles forma y las tallaron de múltiples maneras. No las atesoraron, sino que las repartieron libremente, y con este trabajo enriquecieron a toda Valinor.

Los noldor volvieron más adelante a la Tierra Media, y esta historia cuenta principalmente lo que hicieron, por tanto los nombres y parentescos de los príncipes pueden señalarse aquí en la forma que esos nombres tuvieron más tarde en la lengua élfica de Beleriand.

Finwë era rey de los noldor. Los hijos de Finwë fueron Fëanor y Fingolfin y Finarfin; pero la madre de Fëanor fue Míriel Serindë, mientras que Indis, de los vanyar, fue la madre de Fingolfin y Finarfin.

Fëanor era el más poderoso en habilidades de manos y de palabra, y más instruido que sus hermanos; su espíritu ardía como una llama. Fingolfin era el más fuerte, el más firme y el más valiente. Finarfin era el más hermoso y el más sabio de corazón; y más tarde fue amigo de los hijos de Olwë, señor de los teleri, y tuvo por esposa a Eärwen, la doncella-cisne de Alqualondë, hija de Olwë.

Los siete hijos de Fëanor fueron Maedhros el Alto; Maglor el poderoso cantor, cuya voz se escuchaba desde lejos por sobre las tierras y el mar; Celegorm el Hermoso, y Caranthir el Oscuro; Curufin el Hábil, que del padre heredó sobre todo la habilidad manual; y los más jóvenes, Amrod y Amras, que eran gemelos, iguales de temple y rostro. En días posteriores fueron grandes cazadores en los bosques de la Tierra Media; y también fue cazador Celegorm, quien en Valinor fue amigo de Oromë y siguió a menudo, el cuerno del vala.

Los hijos de Fingolfin fueron Fingon, que fue luego rey de los noldor en el norte del mundo, y Turgon señor de Gondolin; su hermana era Aredhel la Blanca, más joven en los años de los eldar que sus hermanos; y cuando alcanzó la plenitud en estatura y belleza, fue alta y fuerte, y amaba cabalgar y cazar en los bosques. Allí estaba con frecuencia en compañía de los hijos de Fëanor, sus parientes; pero a ninguno de ellos dio el amor de su corazón. Ar-Feiniel se llamaba, la blanca señora de los noldor, porque era pálida, aunque de cabellos oscuros, y nunca vestía sino de plata y blanco.

La luz de Valinor desde la isla Solitaria por Ted Nasmith

 

Los hijos de Finarfin fueron Finrod el Fiel (que recibió más adelante el nombre de Felagund, señor de las Cavernas), Orodreth[2], Angrod y Aegnor; los cuatro tan amigos de los hijos de Fingolfin como si todos hubieran sido hermanos. La hermana de ellos, Galadriel, era la más hermosa de la casa de Finwë; tenía los cabellos iluminados de oro, como si hubiera atrapado en una red el resplandor de Laurelin.[3]


CUENTOS INCONCLUSOS DE NÚMENOR Y LA TIERRA MEDIA

Galadriel y su hermano Finrod eran los hijos de Finarfin, el segundo hijo de Indis.

Finarfin se parecía a la familia de su madre en mente y cuerpo, pues tenía los cabellos dorados de los vanyar, un temperamento noble y gentil, y amaba a los valar. En la medida de lo posible, se mantenía por encima de las contiendas de sus hermanos y de su alejamiento de los valar, y a menudo intentaba apaciguar a los teleri, cuya lengua aprendió. Se casó con Earwen, la hija del rey Olwë de Alqualondë, y sus hijos fueron, pues, parientes del rey Eru Thingol de Doriath en Beleriand, porque él era hermano de Olwë; y este parentesco influyó en su decisión de unirse a los exiliados, y fue de gran importancia luego en Beleriand. Finrod se parecía a su padre por su hermosa cara y por el dorado de sus cabellos, y también por la nobleza y la generosidad de su corazón, pero tenía también el coraje de los noldor y, cuando era joven, su impaciencia e inquietud; y tenía también de su madre teleri el amor por el mar y soñaba con tierras lejanas que nunca había visto. Galadriel fue la más grande de los noldor, excepto Fëanor quizá, aunque era más sabia que él, y su sabiduría creció en el curso de sus largos años.

El nombre otorgado por su madre era Nerwen («doncella-hombre»), y llegó a ser más alta aún que las mujeres de los noldor; era fuerte de cuerpo, de mente y de voluntad, digna rival, en los días de su juventud, tanto de los sabios como de los atletas de los eldar. Aun entre los eldar se la encontraba hermosa, y sus cabellos se consideraban una maravilla sin par. Eran dorados como los de su padre y los de su antecesora Indis, pero más espeso y esplendoroso, porque en su oro había un matiz que recordaba la plata estelar de su madre; y los eldar decían que la luz de los Dos Árboles, Laurelin y Telperion, había quedado enredada entre sus trenzas.


EL SILMARILLION

Ha de referirse aquí cómo los teleri llegaron por fin a la tierra de Aman. Durante toda una larga edad habitaron en Tol Eressëa; pero poco a poco hubo un cambio en ellos y fueron atraídos por la luz que fluía sobre el mar hacia la isla Solitaria. Se sentían desgarrados entre el amor a la música de las olas sobre las costas y el deseo de ver otra vez a las gentes de su linaje, y contemplar el esplendor de Valinor; pero al final el deseo de la luz fue el más poderoso. Por tanto, Ulmo, sometido a la voluntad de los valar, les envió a Ossë, amigo de ellos, y éste, aunque entristecido, les enseñó el arte de construir naves, y cuando las naves estuvieron construidas, les llevó como regalo de despedida muchos cisnes de alas vigorosas. Entonces los cisnes arrastraron las blancas naves de los teleri por sobre el mar sin vientos; y así, por último y los últimos, llegaron a Aman y a las costas de Eldamar.

Los cisnes arrastran las naves de los teleri por Ted Nasmith


Allí vivieron, y si lo deseaban podían ver la luz de los Árboles, e ir por las calles doradas de Valmar y las escaleras de cristal de Tirion, en Túna, la colina verde; pero sobre todo navegaban en las rápidas naves por las aguas de la bahía del Hogar de los Elfos o andaban por entre las olas en la costa con los cabellos resplandecientes a la luz de más allá de la colina. Muchas joyas les dieron los noldor, ópalos y diamantes y cristales pálidos, que ellos esparcieron sobre las costas y arrojaron a los estanques; maravillosas eran las playas de Elendë en aquellos días. Y extrajeron muchas perlas del mar, y sus estancias eran de perlas y de perlas las mansiones de Olwë en Alqualondë, el Puerto de los Cisnes, iluminado por muchas lámparas. Porque ésa era la ciudad de los teleri, y el puerto de sus navíos; y éstos tenían forma de cisnes, con picos de oro y ojos de oro y azabache. El portal del puerto era un arco abierto en la roca viva tallada por las aguas; y se alzaba en los confines de Eldamar, al norte del Calacirya, donde la luz de las estrellas era clara y brillante.

Con el paso de las edades los vanyar llegaron a amar la tierra de los valar y la plena luz de los Árboles, y abandonaron la ciudad de Tirion, sobre Túna, y habitaron en adelante en la montaña de Manwë o en los alrededores de las llanuras y los bosques de Valinor, y se separaron de los noldor. Pero el recuerdo de la Tierra Media bajo las estrellas no se borró en el corazón de los noldor, y moraron en el Calacirya, y en las colinas y los valles a donde llegaba el sonido del mar occidental; y aunque muchos de entre ellos iban a menudo a la tierra de los valar, emprendiendo viajes distantes y explorando los secretos de la tierra y del agua y de todos los seres vivientes, sin embargo los pueblos de Túna y de Alqualondë estaban unidos en aquellos días. Finwë remaba en Tirion y Olwë en Alqualondë; pero Ingwë fue siempre tenido por el rey supremo de todos los elfos. Moró en adelante a los pies de Manwë, en Taniquetil.

Fëanor y sus hijos rara vez vivían en un mismo lugar mucho tiempo, y viajaban muy lejos por los confines de Valinor, llegando aún hasta los bordes de la Oscuridad y las frías costas del mar Exterior en busca de lo desconocido. Con frecuencia eran huéspedes en los salones de Aulë; pero Celegorm iba sobre todo a la morada de Oromë, y allí adquirió un gran conocimiento de los pájaros y las bestias, y entendía todas sus lenguas. Porque todos los seres vivientes que están o han estado en el Reino de Arda, salvo sólo las criaturas salvajes y malignas de Melkor, vivían entonces en la tierra de Aman; y había también muchas criaturas nunca vistas en la Tierra Media y que quizá tampoco se verán ahora, pues la hechura del mundo había cambiado.

 


VII.DE LAS LEYES Y COSTUMBRES DE LOS ELDAR

 

LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH


DE LAS LEYES Y COSTUMBRES DE LOS ELDAR RELATIVAS AL MATRIMONIO Y OTROS ASUNTOS RELACIONADOS

 

I.PREÁMBULO

Los eldar crecían en cuerpo más despacio que los hombres, pero en mente más deprisa. Aprendían a hablar antes de cumplir un año; al mismo tiempo aprendían a caminar y a bailar, pues no tardaban en dominar el cuerpo con la voluntad. No obstante, la diferencia entre los dos linajes, elfos y hombres, era menor en la primera infancia, y un hombre que observara jugar a unos niños elfos bien podría pensar que eran hijos de los hombres, de algún pueblo hermoso y feliz. Porque en los primeros días, los niños elfos aún se deleitaban en el mundo que los rodeaba, y el fuego del espíritu no los había consumido, y la carga de la memoria era leve todavía.

El mismo observador probablemente se maravillaría ante la pequeñez de los miembros y la poca estatura de los niños, calculando su edad a partir de la capacidad para el habla y la gracia de los movimientos. Pues al final del tercer año los niños mortales empezaban a sobrepasar a los elfos, avanzando rápidamente hacia la plenitud en estatura mientras los elfos se demoraban en la primavera de la infancia. Los hijos de los hombres podían llegar a su altura máxima mientras el cuerpo de los eldar de la misma edad era todavía como el de los mortales de no más de siete años.

Hasta el año quincuagésimo no alcanzaban los eldar la estatura y la forma que tendrían durante el resto de sus vidas, y habrían de pasar unos cien años antes de que se completara su desarrollo.

La mayoría de los eldar se casaban durante la juventud y poco después de cumplir cincuenta años. Tenían pocos hijos, pero éstos eran muy amados. Las familias, o casas, se mantenían unidas por amor y un profundo sentimiento por la consanguinidad en mente y cuerpo; y los niños no precisaban de muchas reglas o enseñanzas. Pocas veces había más de cuatro niños en una casa, y su número disminuyó con el paso de las edades; pero aún en los días de antaño, cuando los eldar eran todavía pocos y estaban ansiosos por aumentar su linaje, Fëanor fue famoso por haber tenido siete hijos, y en las historias no hay registros de nadie que lo superara.

Los eldar se casaban una sola vez en la vida, y lo hacían por amor o al menos de libre voluntad por ambas partes. Aun cuando en días posteriores, según revelan las historias, muchos de los eldar de la Tierra Media se corrompieron y la sombra que yace sobre Arda les oscureció los corazones, pocas veces hablan las historias de actos de lujuria entre ellos.

El matrimonio, excepto en los raros casos de desdicha por extraños destinos, era un hecho normal en la vida de todos los eldar. Tenía lugar del siguiente modo. Los futuros desposados podían escogerse el uno al otro durante la temprana juventud, aún de niños (y de hecho a menudo sucedía así en los días de paz); pero a menos que deseasen casarse pronto y tuvieran la edad adecuada, los esponsales aguardaban el juicio de los padres por ambas partes.

En el debido tiempo el compromiso era anunciado durante una reunión de las dos casas interesadas, y los prometidos se intercambiaban anillos de plata. Según las leyes de los eldar, este compromiso había de mantenerse al menos un año, y a menudo se mantenía más. Durante ese tiempo podía romperse mediante la devolución pública de los anillos, que se fundían y no se utilizaban para ningún otro compromiso. Así era la ley; no obstante, el derecho de romper un compromiso se utilizaba pocas veces, pues es difícil que los eldar se equivoquen en semejante elección. No son engañados fácilmente por los miembros de su propio linaje; además, al dominar el cuerpo con el espíritu, pocas veces se dejan llevar exclusivamente por los deseos del primero, sino que son de naturaleza firme y continente.

No obstante, no todos los eldar, aún en Aman, cumplían el deseo de casarse. El amor no siempre era correspondido, y a veces más de una persona deseaba desposar a otra. Sobre esto, la única fuente de pesar en la beatitud de Aman, los valar tenían dudas. Algunos sostenían que procedía de la mácula de Arda, y de la Sombra en que despertaron los eldar; porque sólo de ella (dicen) provienen la aflicción y el desorden. Algunos creen que procedía del propio amor, y de la libertad de cada fëa, y que era un misterio de la naturaleza de los hijos de Eru.

Después del compromiso correspondía a los prometidos señalar el momento de los esponsales, cuando hubiera pasado al menos un año. Entonces el matrimonio se celebraba con una fiesta, también compartida por las dos casas. Al final de la fiesta los desposados se adelantaban, y la madre de la novia y el padre del novio unían las manos de la pareja y los bendecían. Esta bendición tenía una forma solemne, pero ningún mortal la ha escuchado; sin embargo, los eldar dicen que la madre nombraba a Varda como testigo y el padre a Manwë; y que también se pronunciaba el nombre de Eru (algo que en pocas otras ocasiones se hacía). Los desposados se devolvían entonces los anillos de plata (y los guardaban); pero a cambio se intercambiaban unos finos anillos de oro, que llevaban en el dedo índice de la mano derecha.

Entre los noldor también existía la costumbre de que la madre de la novia entregara al novio una joya engarzada en una cadena o collar, y el padre del novio diera a la novia un regalo semejante. Normalmente estos regalos se entregaban antes de la fiesta. (Así pues, el regalo que le hizo Galadriel a Aragorn, en lugar de la madre de Arwen, era en parte un regalo de bodas y una prenda de los esponsales que más tarde se llevarían a cabo). Pero estas ceremonias no eran ritos necesarios para el matrimonio; sólo eran una graciosa manera de demostrar el amor de los padres, y de atestiguar que la boda no sólo uniría a los desposados, sino también a las dos casas. El matrimonio se consumaba con la unión de los cuerpos, después de lo cual el vínculo indisoluble estaba completo. En los días felices y en tiempos de paz se consideraba descortés y ofensivo para la familia la omisión de la ceremonia, pero siempre era válido que una pareja cualquiera de los eldar, ambos solteros, se casara de libre consentimiento sin ceremonia ni testigos (salvo el intercambio de bendiciones y la pronunciación de los nombres); y la unión así realizada era igualmente indisoluble. En los días de antaño, en tiempos difíciles, en la huida, el exilio y los viajes, este tipo de esponsales se celebraban a menudo.

Sobre la concepción y el alumbramiento de los hijos: un año solar o löa pasa entre la concepción y el nacimiento de un niño elfo[4], de modo que ambos días son el mismo, o casi, y es el día de la concepción el que se recuerda año tras año. La mayoría de las veces son días de primavera. Podría pensarse que, como los eldar no envejecen en cuerpo (según creen los hombres), pueden tener hijos a cualquier edad de su vida. Pero no es así. Porque los eldar envejecen de hecho, aunque lentamente: el límite de sus vidas es la vida de Arda, que aunque mucho más larga que la cuenta de los hombres no es infinita, y las edades también. Además, su cuerpo y espíritu no están separados, sino unidos. Según el peso de los años, con los cambios de deseo y pensamiento, se acumula en el espíritu de los eldar, así cambian los impulsos y el temperamento del cuerpo.

Esto es a lo que se refieren los eldar cuando dicen que el espíritu los consume; y dicen que antes de que Arda acabe todos los eldalië de la tierra se habrán convertido en espíritus invisibles para los ojos mortales, a menos que deseen ser vistos por algunos de entre los hombres, en cuyas mentes pueden entrar directamente.

Dicen también los eldar que en la concepción de sus hijos, y aún más en el alumbramiento, se agota una parte mayor de su ser, en cuerpo y mente, que en la creación de los niños mortales. A esta razón se debía que los eldar engendraran pocos niños; y también que su época fértil fuera la juventud o la vida temprana, a menos que extraños y duros destinos cayeran sobre ellos. Pero cualquiera que fuese la edad en que se casaran, los niños nacían en un plazo de pocos años después de los esponsales.

Pues en lo que atañe a la fertilidad el poder y la voluntad no se distinguen en los eldar. Sin duda conservarían durante muchas edades el poder de engendrar, si la voluntad y el deseo no estuvieran satisfechos; pero con el ejercicio del poder el deseo pronto se agota, y la mente se vuelve a otras cosas. La unión amorosa les proporciona de hecho gran deleite y alegría, y «los días de los hijos», como los llaman, permanecen en su memoria como los más alegres de la vida; pero tienen muchas otras capacidades del cuerpo y de la mente que su naturaleza les urge a cumplir.

Así pues, aunque el matrimonio dura para siempre, no necesariamente viven o se alojan juntos todo el tiempo; pues sin tener en cuenta los azares y las separaciones de los días de desgracia, la esposa y el esposo, aunque unidos, siguen siendo personas individuales, cada uno con diferentes dones de mente y de cuerpo. No obstante, a cualquiera de los eldar le parecería un infortunio que una pareja unida en matrimonio estuviera separada en el alumbramiento de un hijo, o durante los cinco primeros años de la infancia de éste. Por esa razón, si podían, los eldar sólo engendraban niños en los días felices y de paz.

En todas las cosas no relacionadas con la concepción de los hijos, los neri y las nissi (es decir, los hombres y las mujeres) de los eldar son iguales, salvo en que (como ellos mismos dicen) para las nissi la creación de cosas nuevas se lleva a cabo sobre todo en la formación de sus hijos, de modo que son los neri quienes se encargan de la mayoría de los inventos y cambios. No obstante, no hay nada en los eldar que sólo pueda pensar o hacer un nér, ni nada que sólo preocupe a una nís. En verdad hay algunas diferencias entre las inclinaciones naturales de los neri y las nissi, y otras diferencias que vienen establecidas por la costumbre (que varían según el lugar y la época, y las distintas razas de los eldar). Por ejemplo, el arte de curar, y todo lo relacionado con el cuidado del cuerpo, es practicado entre los eldar sobre todo por las nissi; mientras que son los hombres elfos quienes esgrimen las armas en caso de necesidad. Y los eldar pensaban que el dar muerte, aún por justicia o necesidad, disminuía la capacidad de curar, y que la virtud de las nissi en este aspecto se debía más a su ausencia en la caza y en la guerra que a ninguna capacidad especial innata a la feminidad. De hecho en situaciones límite o defensa desesperada, las nissi luchaban con valentía, y en los elfos los hombres y las mujeres que no hubieran dado a luz se diferenciaban menos en fuerza y rapidez que lo visto en los mortales. Por otro lado, muchos hombres elfos eran grandes curadores, hábiles en la ciencia de los cuerpos con vida, pero se abstenían de cazar, y no iban a la guerra a menos que no tuvieran otro remedio.

En cuanto a otras cuestiones, podemos hablar de las costumbres de los noldor (los más conocidos en la Tierra Media). Entre los noldor es posible observar que son sobre todo las mujeres quienes hacen el pan; y las antiguas leyes dicen que la confección de lembas está reservada a ellas. No obstante, la cocina y la preparación de otros alimentos es tarea y placer de los hombres. Normalmente las nissi son más hábiles para el cuidado de campos y jardines, para tocar instrumentos musicales y para hilar, tejer, modelar adornar todas las telas y ropas; en cuanto a conocimientos, les gustan sobre todo las historias de los eldar y de las casas de los noldor; y conservan en la memoria los parentescos y descendencias. Los neri en cambio son más hábiles como herreros y forjadores, como talladores de madera y piedra, y como joyeros. Son sobre todo ellos quienes componen melodías y hacen los instrumentos, o inventan otros; ellos son los principales poetas y estudiosos de las lenguas, e inventores de palabras.

Muchos encuentran deleite en los bosques y en las ciencias de la naturaleza, buscando la amistad de todas las cosas que crecen o viven en libertad. Pero todo esto, y otras cuestiones de trabajo y divertimiento, o de conocimientos más profundos sobre el ser y la vida del mundo, son perseguidos a veces por algunos de los noldor, sean neri o nissi.

 

II.DE LOS NOMBRES

Esta es la manera en que se daba nombre a los niños de los noldor. El niño recibía nombre poco después del nacimiento. El padre tenía el derecho de darle el primer nombre, y él era quien lo anunciaba a los parientes del niño por ambas partes. Se lo llamaba, por tanto, nombre paterno, y era el primero que aparecía cuando más tarde se añadían otros. No se cambiaba nunca, pues no dependía del niño.

No obstante, todos los niños de los noldor (en lo que, quizá, se diferenciaban de los otros eldar) tenían también derecho a darse un nombre a sí mismos. Ahora bien, la primera ceremonia, el anuncio del nombre paterno, se llamaba Essecarmë o «Hechura del Nombre». Posteriormente se celebraba otra ceremonia, llamada Essekilmë o «Elección del Nombre».

Tenía lugar en una fecha no fijada después de la Essecarmë, pero no podía celebrarse antes de que el niño fuera capaz de lámatyávë, como los noldor lo llamaban: es decir, de deleitarse individualmente en los sonidos y las formas de las palabras. Los noldor eran los más rápidos de todos los eldar en adquirir el dominio del lenguaje; pero aún entre ellos, antes de al menos el séptimo año, pocos eran los que alcanzaban la plena conciencia de su lámatyávë individual, o adquirían un completo dominio del lenguaje heredado y de su estructura, como para expresar su tyávë dentro de sus limitaciones. La Essecilmë, por tanto, cuyo objeto era la expresión de esta característica personal, solía tener lugar al final del décimo año o cerca de entonces.

En tiempos antiguos el «nombre elegido» o segundo nombre era normalmente inventado, y aunque se formaba según la estructura de la lengua del momento, a menudo no tenía un significado anterior. En edades posteriores, cuando los nombres ya existentes eran muy abundantes, se escogía a menudo de entre los nombres conocidos. Pero aun así el antiguo nombre podía modificarse.

Ahora bien, ambos nombres, el nombre paterno y el nombre elegido, eran «nombres verdaderos», no sobrenombres; pero el nombre paterno era público, mientras que el nombre elegido era privado, sobre todo cuando se utilizaba solo. Privado, no secreto.

Los noldor consideraban los nombres elegidos como propiedad personal, igual que (por ejemplo) los anillos, tazas, cuchillos u otras posesiones que podían prestar o compartir con parientes o amigos, pero que no podían tomarse sin permiso. El uso del nombre elegido, excepto por los miembros de la misma casa (padres, hermanas y hermanos), era símbolo de gran intimidad y cariño, cuando estaba permitido. Por tanto, usarlo sin permiso se consideraba presuntuoso o insultante.

No obstante, al ser los eldar de naturaleza inmortal dentro de Arda, pero en absoluto inmutables, podía acaecer que después de un tiempo uno deseara un nuevo nombre. En ese caso se podía inventar un nuevo nombre elegido. Pero esto no derogaba el nombre anterior, que seguía siendo parte del «título completo» de cualquier noldo: es decir, la secuencia de todos los nombres que había ido adquiriendo a lo largo de su vida. Estos cambios deliberados de nombre elegido no eran frecuentes. Había otra fuente de la variedad de nombres que tenían los eldar, que a nosotros, al leer sus historias, puede parecemos increíble. Se daba en los Anessi: los nombres otorgados (o añadidos). De éstos los más importantes eran los llamados «nombres maternos».

A menudo las madres daban a sus hijos nombres especiales que ellas mismas escogían. Los más notables eran los «nombres perceptivos», essi tercenyë, o «predictivos», apacenyë. En la hora del nacimiento, o en alguna otra ocasión o momento, la madre podía dar un nombre a su hijo, indicando algún rasgo dominante de la naturaleza del niño que ella percibiera, o alguna predicción de un destino especial. Estos nombres tenían autoridad y se consideraban nombres verdaderos cuando se daban solemnemente, y eran públicos y no privados si (como ocurría a veces) se situaban inmediatamente después del nombre paterno.

Todos los demás «nombres otorgados» no eran nombres verdaderos, y de hecho podían no ser reconocidos por la persona a quien se aplicaban, a menos que los adoptara o se los diera a sí mismo. Los nombres o sobrenombres de este tipo podían provenir de cualquiera, no necesariamente de un miembro de la misma casa o familia, en recuerdo de algún hecho o acontecimiento, o como símbolo de algún rasgo marcado del cuerpo o de la personalidad. Rara vez se incluían en el «título completo», pero cuando así era, por causa de la extensión de su uso y la fama, se colocaban al final en alguna forma semejante a las siguientes: «a quien algunos llaman Telcontar» (es decir, Trancos); o «a veces conocido como Mormacil» (es decir, Espada Negra).

Los amilessi tercenyë, o nombres maternos perceptivos, gozaban de alta posición y normalmente desplazaban, tanto en el ámbito familiar como fuera de él, al nombre paterno y al nombre elegido, aunque el nombre paterno (y el elegido, entre aquellos eldar que acostumbraban a usar el essecilmë) seguían siendo los nombres verdaderos o principales y una parte necesaria de todo «título completo». Los «nombres perceptivos» se daban sobre todo en los primeros días de los eldar; en aquel tiempo pasaban más rápidamente a uso público, pues todavía era costumbre que el nombre paterno de un niño fuera una modificación del nombre del padre (como Finwë / Curufinwë) o un patronímico (como Finwion «hijo de Finwë»), De igual modo, el nombre paterno de una niña a menudo procedía del nombre de la madre.

En las primeras historias hay ejemplos conocidos de esto. Así, Finwë, el primer señor de los noldor, llamó a su hijo mayor Finwion; más tarde, cuando se revelaron sus talentos, se modificó a Curufinwë. Pero el nombre perceptivo que le dio su madre, Míriel, en la hora de su nacimiento era Fëanor; «Espíritu de Fuego», y por este nombre lo conocieron todos, y así se lo llama en las historias. (Se dice también que tomó este nombre como nombre elegido en honor de su madre, a quien no conoció.) Elwë, señor de los teleri, fue conocido por el anessë o nombre otorgado Sindicollo, «Capagrís», y de ahí que en días posteriores fuera llamado Elu Thingol, la forma en la lengua sindarin. De hecho Thingol fue el nombre que la gente más utilizó para él, a pesar de que Elu o Eluthingol era su título verdadero en su reino.

 

III.DE LA MUERTE Y LA SEPARACIÓN DE FËA Y HRÖA

Hay que tener en cuenta que todo lo que hasta aquí se ha dicho acerca del matrimonio eldarin se refiere a su camino y naturaleza correctos en un mundo inmaculado, o a las costumbres de aquellos que no han sido corrompidos por la Sombra, en días de paz y orden. Pero no hay nada, como se ha dicho, libre por completo de la Sombra que yace sobre Arda o totalmente inmaculado, y que siga sin estorbo el camino correcto. En los Días Antiguos y en las edades anteriores al dominio de los hombres hubo tiempos de gran turbación y muchos pesares y desgracias; y la muerte afligió a todos los eldar, como a todas las criaturas vivientes de Arda salvo sólo a los valar: porque la forma visible de los valar proviene de su propia voluntad y respecto a su verdadero ser es más como las vestiduras escogidas por elfos y hombres que a sus cuerpos.

Ahora bien, los eldar son por naturaleza inmortales dentro de Arda. Pero si un fëa (o espíritu) habita en el hröa (o forma corpórea) que él no ha escogido, sino que le ha sido impuesto, y está hecho de la misma carne y sustancia que la propia Arda, la fortuna de esa unión será vulnerable a los males que hieren a Arda, aunque la unión sea de naturaleza y propósito permanente. Porque a pesar de la unión, que es de tal naturaleza inmaculada que ninguna persona viva puede encarnarse sin fëa o sin hröa, el fëa y el hröa no son la misma cosa; y a pesar de que ninguna violencia exterior es capaz de destrozar o desintegrar al fëa, el hröa puede resultar herido y destrozado por completo.

Si entonces el hröa es destruido, o herido y pierde la salud, tarde o temprano «muere». Es decir, se hace doloroso para el fëa vivir en el hröa, que ha dejado de ser un apoyo para la vida y la voluntad de uso placentero así que el fëa lo abandona, y al ver terminada su función la unión se rompe y él regresa al orma general de Arda. El fëa se queda entonces sin hogar, y se hace invisible para los ojos del cuerpo (aunque otros fëar pueden percibirlo con claridad).

Esta destrucción del hröa, que causa la muerte o expulsión del fëa, fue pronto conocida por los eldar inmortales cuando despertaron en el Reino de Arda, maculado y ensombrecido. De hecho en aquellos primeros días la muerte llegaba más deprisa; porque sus cuerpos eran menos distintos de los cuerpos de los hombres, y el dominio de los espíritus sobre ellos no estaba tan conseguido.

No obstante, ese dominio fue siempre mayor de lo que nunca lo ha sido entre los hombres. Desde sus orígenes la principal diferencia entre los elfos y los hombres radica en el destino y en la naturaleza de sus espíritus. Los fëar de los elfos estaban destinados a morar en Arda durante toda la vida de Arda, y la muerte de la carne no abrogaba ese destino. Por tanto, sus fëar se aferraban con tenacidad a la vida «en las galas de Arda», y el poder que ejercían sobre estas «galas» sobrepasaba con mucho al de los espíritus de los hombres, aún desde los primeros días, protegiendo a los cuerpos de muchos males y ataques (como la enfermedad), y sanándolos rápidamente de las heridas; en consecuencia, los elfos se recuperaban de heridas que habrían sido fatales para los hombres.

Con el paso de las edades el dominio de los fëar aumentaba, «consumiendo» los cuerpos (tal como se ha observado). El final de este proceso es el marchitamiento, como lo han llamado los hombres; porque al final el cuerpo se convierte en un mero recuerdo sostenido por el fëa; a este final se ha llegado en muchas regiones de la Tierra Media, de modo que los elfos son en verdad inmortales y no pueden cambiar o ser destruidos.

Así pues, cuanto más retrocedemos en las historias, tanto más leemos de la muerte de los elfos de antaño; y en los días en que las mentes de los eldalië eran jóvenes y todavía no habían despertado del todo la muerte de los elfos les parecía poco distinta de la muerte de los hombres.

¿Qué le ocurría entonces al fëa sin hogar? Los elfos no conocían por naturaleza la respuesta a esta pregunta. En el principio (según sus registros) creían, o adivinaban, que «entraban en la Nada» y acababan como otras criaturas vivientes que conocían, como un árbol caído o quemado. Otros suponían más oscuramente que pasaban al «Reino de la Noche» y al poder del «Señor de la Noche». Es evidente que estas opiniones procedían de la Sombra en que despertaron; y fue para liberarlos de las sombras de su mente, más que de los peligros de la Arda maculada, por lo que los valar quisieron llevarlos a la Luz de Aman.

En Aman aprendieron de Manwë que cada fëa era imperecedero dentro de la vida de Arda, y que su destino era habitar en Arda hasta el final. Por tanto, los fëar que en la mácula de Arda eran separados en contra de su naturaleza de sus hröar permanecían aún en Arda y en el Tiempo. Pero en ese estado estaban abiertos a las instrucciones y órdenes directas de los valar. Tan pronto como se separaban del cuerpo eran convocados a abandonar los lugares donde vivieron y murieron para ir a las «Estancias de la Espera»: Mandos, en el reino de los valar. Si obedecían al llamamiento tenían varias alternativas. El intervalo de tiempo que pasaban en las Estancias de la Espera dependía en parte de la voluntad de Námo el juez, señor de Mandos, en parte de su propia voluntad. La opción más afortunada, creían ellos, era renacer después de la Espera, para enderezar el mal y el dolor que habían sufrido por la interrupción de su vida natural.

 

IV.DEL RENACIMIENTO Y OTROS DESTINOS DE LOS HUÉSPEDES DE MANDOS

Ahora bien, sostienen los eldar que cada niño elfo recibe un nuevo fëa, distinto de los fëa de sus padres (excepto en que pertenece al mismo orden y a la misma naturaleza); y que este fëa, o bien no existía antes del nacimiento, o bien es el fëa de alguien renacido.

Creen que el nuevo fëa, y, por lo tanto, todos los fëar en el principio, provienen directamente de Eru y de más allá de Ëa. Por tanto muchos de ellos sostienen que no puede afirmarse que el destino de los elfos está confinado dentro de Arda para siempre y que acabará con ella. Esta última opinión procede de sus propios pensamientos, pues los valar, al no haber participado en la creación de los hijos de Eru, no conocen por entero los propósitos de Eru para ellos, ni el final definitivo que les prepara.

No obstante, no llegaron a esa idea en seguida o sin desacuerdo. En su juventud, cuando tenían pocos conocimientos y poca experiencia y no habían sido instruidos por los valar (o no habían acabado de comprenderlos), muchos creían aún que en la creación de su especie Eru les había entregado parte de su poder: el de engendrar hijos en todo parecidos a ellos, en cuerpo y en espíritu; y que por tanto el fëa de un niño provenía de sus padres, al igual que el hröa.

No obstante, algunos disentían, diciendo: «En verdad una persona viva puede parecerse a sus padres, como una mezcla de los dos, en cierto grado; pero lo más razonable es atribuir este parecido al hröa. Durante la primera juventud es más fuerte y evidente, cuando el cuerpo domina y más se parece al cuerpo de sus padres». (Esto es cierto en todos los niños elfos.) «Pero en todos los niños, aunque en algunos puede estar más marcado y manifestarse antes, hay una parte del carácter que no proviene de los padres, de los que puede ser muy distinto. Lo más razonable es atribuir esta diferencia al fëa, nuevo y distinto de los padres; porque se hace más evidente y fuerte con el paso del tiempo, cuando aumenta el dominio del fëa.»

Más adelante, cuando los elfos supieron del renacimiento a este argumento se añadió: «Si los fëar de los niños procedieran de los padres y fueran como los suyos, el renacimiento sería innatural e injusto, porque privaría a los segundos padres, sin su consentimiento, de la mitad de su parentesco, introduciendo en su familia un niño medio extraño». No obstante, la antigua opinión no desapareció por completo. Porque todos los eldar, conscientes del hecho por sí mismos, decían que en la concepción y el alumbramiento gran parte de su energía, tanto de cuerpo como de mente, pasaba a sus hijos. Por tanto sostienen que el fëa, aunque no es engendrado, se nutre de los padres antes del nacimiento del niño; directamente del fëa de la madre mientras lleva y alimenta al hröa, y a través de ella pero igualmente del padre, cuyo fëa está unido al de la madre y lo apoya. Por esta razón todos los padres deseaban vivir juntos durante el año de embarazo, y consideraban la separación en esta época como una desgracia que privaba al niño de una parte de sus padres. «Porque—decían—, aunque la distancia no rompe la unión en matrimonio de los fëar, en las criaturas que viven como espíritus encarnados el fëa sólo está en íntima comunión con el fëa cuando los cuerpos viven juntos.»

Un fëa sin hogar que escogiera o pudiera volver a la vida se reencarnaba en el mundo mediante el nacimiento de un niño. Sólo de esta manera podía regresar. Porque no hay duda de que la provisión de un hogar corpóreo para un fëa, y la unión del fëa con el hröa, era asignada por Eru a los hijos y se llevaba a cabo en el acto de la concepción.

En cuanto al renacimiento, no era una opinión, sino un hecho conocido y cierto. Porque el fëa renacido se convertía en un niño de verdad, y gozaba una vez más toda la maravilla y la novedad de la infancia; pero poco a poco, y sólo después de haber adquirido conocimiento del mundo y dominio sobre sí mismo, despertaba su memoria; hasta que, cuando el elfo renacido había alcanzado el máximo desarrollo, recordaba toda su vida anterior, y entonces la antigua vida, la «espera», y la nueva vida se convertían en una historia y una identidad ordenadas. Esta memoria conservaría, pues, una doble alegría de la infancia, y también una experiencia y un conocimiento mayores que los años del cuerpo. De este modo la violencia o el dolor que había sufrido el renacido se enderezaban y enriquecían el ser. Porque los renacidos son alimentados dos veces, y tienen dos padres y dos madres, y dos recuerdos de la alegría del despertar y el descubrimiento del mundo de los vivos y el esplendor de Arda. Por tanto, su vida es como un año con dos primaveras y aunque una escarcha prematura siguió a la primera, la segunda y todo el verano posterior fueron más hermosos y bienaventurados.[5]

Dicen los eldar que rara vez hay registros de más de un renacimiento. Pero las razones de esto no son conocidas del todo. Quizá venga decretado así por la voluntad de Eru, porque los renacidos (dicen) son más fuertes, al tener más dominio sobre el cuerpo y resistir mejor el dolor. Pero hay muchos, sin duda, de los que han vivido dos veces que no desean regresar.

El renacimiento no es el único destino de los fëar sin hogar. La Sombra de Arda no sólo causaba desgracias y heridas al cuerpo. Podía corromper la mente, y aquellos de los eldar que tenían el espíritu oscurecido cometían acciones innaturales, y eran capaces de experimentar el odio y la maldad. No todos los que morían sufrían sin culpa alguna. Además, algunos fëar, por pesar o fatiga, abandonaban la esperanza y apartándose de la vida renunciaban al cuerpo, aunque podrían haber sanado o ni siquiera estaban heridos. Pocos de ellos deseaban renacer más tarde, al menos no hasta después de una larga «espera»; algunos no volvían nunca. De los otros, los que obraban mal, muchos permanecían en «espera» durante mucho tiempo, y a otros no se les permitía retomar sus vidas. Porque había, para todos los fëar de los muertos, un tiempo de Espera en que, comoquiera que hubieran muerto, eran corregidos, instruidos, fortalecidos o confortados, de acuerdo con sus necesidades o merecimientos. Siempre que así lo desearan. Pero el fëa es persistente en su desnudez, y conserva durante mucho tiempo la carga de los recuerdos y los viejos propósitos (sobre todo si fueron malvados).

Los que sanaban podían renacer, si así lo deseaban: nadie renacía o era enviado de vuelta en contra de su voluntad. Los otros permanecían como fëar incorpóreos, porque así lo deseaban o porque así se había decretado, y sólo podían observar el despliegue de la Historia de Arda desde lejos, sin intervenir desde dentro.

Porque Mandos decretó que sólo aquellos que fueran devueltos a la vida podrían actuar en Arda o comunicarse con los fëar de los vivos, aún con aquellos que en el pasado les fueron queridos.

Acerca del destino de los otros elfos, especialmente de los elfos oscuros que no acudieron al llamamiento de Aman, poco saben los eldar. Los renacidos dicen que en Mandos hay muchos elfos, y entre ellos muchos de los alamanyar, pero que en las Estancias de la Espera hay poco contacto entre los dos linajes, o aún entre un fëa y otro. Porque el fëa sin hogar es solitario por naturaleza, y sólo se vuelve, quizá, hacia aquellos con quienes en vida estuvo unido por fuertes lazos de cariño. El fëa es singular y en absoluto inamovible. No puede ser llevado a Mandos. Es convocado, y el llamamiento procede de una autoridad justa, y es imperativa; no obstante, puede ser rechazada. Entre los que rechazaron el llamamiento (o más bien invitación) de los valar a Aman en los primeros años de los elfos, es frecuente el rechazo del llamamiento de Mandos y las Estancias de la Espera, dicen los eldar. Sin embargo, era menos común en los días antiguos, cuando Morgoth estaba en Arda, o su siervo, Sauron, después que él; porque entonces el fëa incorpóreo huía aterrorizado de la Sombra a cualquier refugio, a menos que hubiera caído en la Oscuridad y estuviera bajo su dominio. De igual modo aún entre los eldar había algunos que habían sido corrompidos y rechazaban el llamamiento, y entonces poco podían hacer para resistirse al contrallamamiento de Morgoth. Pero parecería que en estos días posteriores cada vez más elfos que se quedaron en la Tierra Media, sean de origen eldalië o de otros linajes, rechazan el llamamiento de Mandos y yerran sin hogar por el mundo, reacios a abandonarlo e incapaces de vivir en él, frecuentando árboles, manantiales o lugares ocultos que antes conocían. No todos ellos son bondadosos o se han mantenido apartados de la Sombra. De hecho el rechazo del llamamiento es en sí mismo un signo de mancha.

Es por tanto insensato y peligroso, además de constituir una acción malvada, prohibida con justicia por quienes fueron designados Regentes de Arda, que los vivos intenten comunicarse con los incorpóreos, aunque los espíritus sin hogar así pueden desearlo, especialmente los más indignos de entre ellos. Porque los incorpóreos, errantes por el mundo, son los que por último rechazaron el camino a la vida y permanecieron lamentándose y compadeciéndose de ellos mismos.

Algunos están llenos de amargura, agravio y envidia. Algunos fueron esclavizados por el Señor Oscuro y todavía trabajan para él, aunque él se ha ido. No dirán verdades ni hablarán con sabiduría. Llamarlos es una locura. Intentar dominarlos y convertirlos en los siervos de la propia voluntad es malvado. Estas prácticas son propias de Morgoth, y los nigromantes pertenecen a la hueste de Sauron, su sirviente.

Algunos dicen que los sin hogar desean tener cuerpo, aunque no están dispuestos a buscarlo como es debido, sometiéndose al juicio de Mandos. Los malvados de entre ellos tomarán un cuerpo si pueden, con métodos ilegítimos. El peligro de comunicarse con ellos radica por tanto no sólo en ser engañado con fantasías y mentiras: también hay peligro de quedar destruido.

Porque si es admitido en la amistad de los vivos, un sin hogar hambriento puede intentar expulsar al fëa de su cuerpo; y en la lucha por el dominio del cuerpo éste puede resultar gravemente herido, aun cuando no le sea arrebatado a su dueño legítimo. El sin hogar puede también pedir un refugio, y si le es concedido intentará esclavizar al anfitrión y utilizar su cuerpo y voluntad para sus propios propósitos. Se dice que Sauron lo hacía, y que enseñó a sus seguidores cómo conseguirlo.

[Así pues, puede verse que todos aquellos que en días posteriores sostienen que los elfos son peligrosos para los hombres y que intentar conversar con ellos es insensato y malvado no hablan sin razón. Porque, podemos preguntarnos, ¿cómo distinguirá un mortal entre las dos especies? Por una parte, los sin hogar, al menos rebeldes ante los Regentes y quizás aún más entregados a la Sombra; por la otra, los que no se fueron, cuyas formas corpóreas son invisibles para nosotros los mortales, o visibles sólo débil e irregularmente. No obstante, en verdad la respuesta no es difícil.

El mal es una misma cosa en los elfos y en los hombres. Aquellos que dan mal consejo, o hablan contra los Regentes (o si se atreven, contra el Único), son malvados, y deberían ser rehuidos, corpóreos o incorpóreos. Además, los que no se fueron no están sin hogar, aunque pueda parecerlo. No desean tener cuerpo, ni buscan refugio, ni intentan dominar el cuerpo o la mente. De hecho no buscan contacto con los hombres en absoluto, excepto quizás alguna vez, ya sea para realizar algún bien o porque perciban en el espíritu de un hombre algún amor por las cosas antiguas y hermosas. Entonces pueden revelar su forma ante él (mediante el trabajo exterior de su mente, quizá), y él contemplará su belleza. Ante ellos puede no sentir miedo, aunque sí un temor reverencial. Porque los sin hogar no tienen forma que revelar, y aunque fueran capaces de fingir formas élficas, engañando a las mentes de los hombres con fantasías, estas visiones se empañarían con el mal de sus propósitos. Porque los corazones de los verdaderos hombres se elevan de gozo al contemplar el aspecto verdadero de los primeros nacidos, sus hermanos mayores; y esta alegría no puede provenir de ningún mal. Así habló Ælfwine.[6]]

 

V.DE LA SEPARACIÓN DEL MATRIMONIO

Mucho se ha dicho acerca de la muerte y el renacimiento entre los elfos. Podemos preguntamos: ¿en qué afectan éstos al matrimonio? Al ser la muerte y la separación del cuerpo y el espíritu uno de los males de Arda Maculada, sucedía inevitablemente que a veces la muerte se interponía entre una pareja unida en matrimonio. Entonces los eldar dudaban, porque era una desgracia innatural. El matrimonio permanente concordaba con la naturaleza élfica y nunca necesitaron de leyes para aprenderlo o imponerlo; pero si un matrimonio «permanente» se rompía, como cuando un miembro de la pareja resultaba muerto, no sabían qué hacer o pensar.

En este asunto acudieron a Manwë en busca de consejo, y, como se cuenta en el caso de Finwë, señor de los noldor, Manwë pronunció su resolución por boca de Námo Mandos, el juez.

«El matrimonio de los eldar—dijo—es por y para los vivos, y hasta el final de la vida. Al ser los elfos por naturaleza permanentes en la vida dentro de Arda, también lo es su matrimonio sin mácula. Pero si la vida se interrumpe o acaba, igual debe acabar el matrimonio. Ahora bien, el matrimonio atañe principalmente al cuerpo, pero no es sólo del cuerpo, sino del cuerpo y el espíritu juntos, porque empieza y se sostiene en la voluntad del fëa. Por tanto, cuando uno de los miembros de un matrimonio muere el matrimonio no acaba, sino que queda en suspenso. Porque los que se unieron están ahora separados, pero su unión sigue siendo una unión de voluntad.

»¿Cómo puede entonces acabar un matrimonio y disolverse la unión? Porque mientras esto no ocurra no puede haber un segundo matrimonio. Según la ley natural de los elfos, los neri y las nissi son iguales y la unión sólo será de uno con uno. Está claro que sólo puede acabar por el fin de la voluntad, que debe provenir de los muertos, o por decreto. Por el fin de la voluntad, cuando los muertos no quieran volver jamás a la vida en el cuerpo; por decreto, cuando no se les permita volver. Porque una unión que ha de durar toda la vida de Arda se disuelve si no puede continuar durante la vida de Arda.

»Decimos que la disolución debe provenir de los muertos, porque los vivos no pueden obligarlos a seguir así para sus propios propósitos, ni negarles el renacimiento, si ellos lo desean. Y debe entenderse sin dejar lugar a dudas que cuando los muertos declaran solemnemente la voluntad de no volver y ésta es ratificada por Mandos, la voluntad se convierte entonces en decreto: los muertos no podrán jamás volver a la vida del cuerpo.»

Los eldar preguntaron entonces: «¿Cómo conoceremos la voluntad o el decreto?» La respuesta fue: «Sólo mediante la intervención de Manwë y el pronunciamiento de Námo. En esta cuestión ninguno de los eldar podrá juzgar su propio caso. Porque ¿quién de entre los vivos conoce los pensamientos de los muertos, o puede predecir el decreto de Mandos?»

Sobre este pronunciamiento de Mandos, llamado el «Decreto de Finwë y Míriel» por razones que se darán más adelante, hay muchas observaciones donde se explican algunos puntos que surgen de su estudio, algunas de los valar, otras razonadas posteriormente por los eldar. De éstas las más importantes se añaden aquí.

Se preguntó: «¿Qué significa que el matrimonio atañe principalmente al cuerpo, pero es tanto del espíritu como del cuerpo?»

La respuesta fue: «El matrimonio atañe principalmente al cuerpo, porque se consuma con la unión de los cuerpos y su primer propósito es la concepción de los cuerpos de los hijos, aun cuando llega más allá y tiene otras funciones. Y la unión de los cuerpos en matrimonio es única y no se parece a ninguna otra, mientras que la unión de los fëar en matrimonio no es tan distinta de otras uniones de amor y amistad en tipo como en intimidad y permanencia, que en parte se debe a la unión de los cuerpos y a la vida juntos.

»No obstante, el matrimonio también atañe a los fëar. Porque los fëar de los elfos son por naturaleza masculinos o femeninos, no sólo los hröar: Y el principio del matrimonio radica en la afinidad de los fëar; y en el amor que de ella resulta. Y este amor lleva parejo, desde el momento en que despierta, el deseo del matrimonio, y por tanto es similar pero no igual en todos los aspectos a otros sentimientos de amor y amistad, aún aquellos entre elfos de naturaleza masculina y femenina que no tienen esa inclinación. Por tanto se puede decir que, aunque consumado por el cuerpo y con él, el matrimonio procede del fëa y en última instancia reside en su voluntad. Por esta razón no puede acabar, como se ha dicho, mientras la voluntad permanezca».

Se preguntó: «Si los muertos vuelven con los vivos, ¿están los viudos todavía casados? ¿Y cómo puede ser, si el matrimonio atañe principalmente al cuerpo y el cuerpo de una parte de la unión es destruido? ¿Puede casarse otra vez el viudo, si así lo desea? ¿O no importa si lo desean o no?»

La respuesta fue: «Se ha dicho que el matrimonio reside en última instancia en la voluntad de los fëar. También la identidad de la persona reside completamente en el fëa, y el que renace es la misma persona que el que murió. El propósito de la gracia del renacimiento es enderezar la interrupción innatural de la continuidad de la vida, y ninguno de los muertos puede renacer a no ser que desee retomar su vida anterior y continuarla. En verdad no pueden escapar de ella, pues los renacidos no tardan en recuperar la memoria de todo su pasado.

»Si el matrimonio no acaba mientras el muerto permanezca en las Estancias de la Espera, en la esperanza o el propósito de regresar, sino que sólo está en suspenso, ¿cómo acabará entonces, cuando el fëa regrese a la tierra de los vivos?

»Pero aquí aparece un problema, que nos demuestra que la muerte es algo innatural. Puede ser corregida, pero no puede, mientras Arda perdure, deshacerse por completo como si no hubiera existido. Es imposible predecir todo lo que pasará a medida que los eldar envejezcan.

La respuesta fue: Se ha dicho que el matrimonio reside en última instancia en la voluntad del fëa. También la identidad de la persona reside en el fëa; con el tiempo, los muertos que regresan recobran todos los recuerdos del pasado; lo que es más, aunque el cuerpo no es más que una vestidura y el cambio de cuerpo afectará sin duda a los renacidos, el fëa lo domina, y los renacidos llegarán a parecerse tanto a su antiguo ser que todos aquellos que los conocieron antes de la muerte sabrán quiénes son, y antes que nadie su anterior compañero. No obstante, puesto que el matrimonio atañe al cuerpo y un cuerpo ha perecido, pueden volver a casarse, si así lo desean. Porque sucede que habrán regresado al estado de su vida anterior en que los impulsos de sus fëar los hacían desear el matrimonio. Y lo desearán, sin duda alguna. Porque la constancia de los fëar de los eldar incorruptos les harán desearlo; y a ninguno de los muertos le permitirá renacer Mandos si no es porque desee retomar la vida en continuidad con el pasado. Pues el propósito del tiempo de Espera en Mandos es remediar la ruptura innatural de la vida de los eldar, aunque esto no puede deshacerse o hacerse sin efectos sobre Arda. De ahí también se sigue, por tanto, que los muertos renacerán en un lugar y tiempo tales que sean reconocidos por los que amaron y no haya estorbos al matrimonio.

A esto los eldar añaden: «Esto significa que el cónyuge renacido no aparecerá entre la familia cercana del cónyuge vivo; de hecho el renacido aparece por lo general entre su propia familia anterior, a menos que las circunstancias de Arda hayan cambiado tanto que el encuentro con el viudo fuera así improbable. Porque el propósito principal del fëa que desea renacer es reunirse con su pareja y sus hijos, si los tuvo en vida. El renacido soltero siempre vuelve con su propia familia». Porque los matrimonios de los eldar no se celebran entre «parientes cercanos». De nuevo es una cuestión para la que no necesitaban de leyes o enseñanzas, sino que actuaban por naturaleza; no obstante, más tarde dieron una explicación, diciendo que se debía a la naturaleza del cuerpo y al proceso de procreación, pero también a la naturaleza de los fëar.

«Porque—dijeron—, los fëar también están emparentados, y el sentimiento amoroso que los une, como por ejemplo a un hermano y a una hermana, no es del mismo tipo que el que marca el principio del matrimonio». Por «parientes cercanos», a estos propósitos, entendían los miembros de una misma casa, especialmente hermanos y hermanas.

Ninguno de los eldar los desposaba en línea directa de descendencia, ni los hijos de los mismos padres, ni la hermana o el hermano de uno de los padres; tampoco desposaban «medio-hermanos» o «medio-hermanas». Como se ha dicho, sólo en contadas ocasiones los eldar se casaban por segunda vez, así que los términos medio-hermana o medio-hermano no tenían para ellos un significado especial: los utilizaban cuando ambos padres de alguien estaban emparentados con ambos padres de otro, como cuando dos hermanos se casaban con dos hermanas de otra familia, o una hermana y un hermano de una se casaban con un hermano y una hermana de otra, algo que ocurría a menudo. Por lo demás, los «primos hermanos», como los llamaríamos nosotros, podían casarse, pero rara vez lo hacían o lo deseaban, a menos que uno de los padres de cada uno fuera de familia muy lejana. Difícilmente será de otra manera cuando ambos cónyuges sean asesinados o mueran: se casarán de nuevo a su debido tiempo después de renacer, a menos que deseen permanecer juntos en Mandos.

Se preguntó: ¿Por qué deben los muertos permanecer en Mandos para siempre, si el fëa consiente en concluir el matrimonio? ¿Y cuál es ese Decreto del que habla Mandos?

La respuesta fue: Las razones hay que buscarlas en lo que ya se ha dicho. El matrimonio es para toda la vida, y por tanto no puede acabar, a no ser que lo interrumpa una muerte sin retorno. No acaba mientras hay esperanza o propósito de regresar, y en consecuencia el vivo no puede casarse otra vez. Si al vivo se le permite volver a casarse, entonces por decreto de Mandos no se permitirá el regreso del muerto.  Porque, como se ha explicado, el renacido es la misma persona que antes de morir y regresa para retomar y continuar su vida anterior. Pero si su pareja anterior ha vuelto a casarse, no sería posible, y un gran dolor e incertidumbre afligiría a las tres partes. Los decretos de Mandos son de tres tipos. Anuncia las decisiones de Manwë, o del consejo de los valar, que así dichas son obligatorias para todos, aún para los valar: por esta razón transcurre un tiempo entre la toma de la decisión y el decreto. De igual modo pronuncia las decisiones y propósitos de quienes están bajo su jurisdicción, los muertos, en importantes asuntos que afectan a la justicia y el orden correcto de Arda; así, estas decisiones se convierten en «leyes» también, aunque atañen sólo a personas o casos particulares, y Mandos no permitirá que sean revocadas o violadas: por esta razón también debe pasar un tiempo entre la decisión y el decreto. Y por último están los decretos de Mandos que provienen de Mandos mismo, como juez de materias que le corresponden según lo dispuesto en el principio. Mandos es quien dictamina lo que está bien y lo que está mal, quién es inocente y quién culpable (y todos los grados de culpabilidad e inocencia mezcladas) en las desgracias y malas acciones que acaecen en Arda. Todos aquellos que acuden a Mandos son juzgados según sean inocentes o culpables, en la muerte y en todas las otras acciones y propósitos de la vida en el cuerpo; y Mandos designa el modo y el tiempo de espera de cada uno, según su juicio. Pero los decretos de estas cuestiones no se pronuncian apresuradamente; incluso el más culpable es puesto a prueba largo tiempo, por si puede sanar o corregirse, antes de dar un juicio final (como no volver jamás entre los vivos). De ahí que se dijera: «¿Quién de entre los vivos puede predecir los juicios de Mandos?»

A esto los eldar añaden: «Se habla de muerte inocente o culpable, porque toda responsabilidad de incurrir en este mal (sea obligando a otros a matar para defenderse de un ataque injusto, sea por imprudencia o por vanagloriarse estúpidamente, sea por darse muerte uno mismo o expulsar intencionadamente el fëa del cuerpo) se considera una falta. Ahora bien, el abandono de la vida se considera una buena razón para que el fëa se quede entre los muertos y no regrese, a menos que cambie la voluntad del fëa. Cuando la culpa es por otras cuestiones, poco se sabe de los tratos de Mandos con los muertos. Por distintas razones: Porque aquellos que han llevado a cabo grandes males (que son pocos) no regresan. Porque aquellos que han sido corregidos por Mandos no quieren hablar de ello, y de hecho tras la curación poco recuerdan; pues han vuelto a su camino natural, y en sus vidas ya no queda nada innatural o pervertido. También porque, como se ha dicho, aunque todos los que mueren son convocados a Mandos, los fëar de los elfos pueden rechazar el llamamiento, y no hay duda de que muchos de los espíritus más desgraciados o corruptos (sobre todo los de los elfos oscuros) lo rechazan, y así se hacen más malvados, o al menos yerran sin hogar y sin cura, sin esperanza de regreso. No así escapan al juicio para siempre; porque Eru permanece y está por encima de todo».(…)



VIII.DEL CRECIMIENTO Y PASO DEL TIEMPO DE LOS ELDAR

 

LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA 

I.JUVENTUD Y CRECIMIENTO DE LOS ELDAR[7]

Cuando los quendi eran «jóvenes en Arda», durante sus primeras generaciones, antes de la Gran Marcha, y sobre todo en las primeras seis generaciones tras el Despertar, eran más parecidos a los hombres. Sus hröar (cuerpos) tenían gran vigor, y dominaban; y los placeres del cuerpo en todas sus variantes constituían su principal interés. Sus fëar (espíritus) habían empezado a despertar plenamente, a crecer y ser conscientes de sus poderes e intereses, y de su preeminencia.

Por ello (lo cual era necesario, y así dispuesto para ellos) se ocupaban más del amor y del engendramiento de hijos que en tiempos posteriores. Además, por entonces el engendramiento de los hijos les restaba menos vigor o «juventud».

No es que su ritmo natural de crecimiento y de vida fuera diferente, pero en sus primeros días lo usaban de otra manera. La vida natural de los quendi consistía en crecer rápido (en función de su especie) hasta llegar a la madurez corporal, y después permanecer en pleno vigor durante muchos años, hasta que los movimientos y deseos de sus fëar se impusieran, y sus hröar empezaran a menguar.

El «crecimiento» y la «vida» quendianos pueden compararse con los de los hombres, siempre recordando que (a) su ritmo de «desgaste» era más lento que el humano, sobre todo tras alcanzar la madurez, y (b) que cuando los quendi hablaban del «menguar» de sus cuerpos no querían decir que se volviesen decrépitos o que sintieran la proximidad de la senilidad o de la muerte.

Los eldar distinguían entre olmië y coivië. Lo primero era el período o proceso de su «crecimiento» desde su concepción hasta la madurez de sus cuerpos, que se alcanzaba doce veces más rápido que el coivië. Lo segundo era el proceso de «vivir» o «perdurar en Arda», y de adquirir habilidades, conocimientos y sabiduría.(…)[8]

(…)Los individuos se percataban inmediatamente de la llegada de la madurez, y se daba pocas variaciones. También (en tiempos de paz) era algo reconocido por las familias y comunidades élficas, y se celebraba con una ceremonia en la que se proclamaba el Essekilmë o la «elección de nombre» personal.

Sin embargo, el comienzo del «menguar» al final de la juventud era difícil de apreciar, y variaba mucho más. De hecho, su principal señal consistía en el fin de cualquier deseo de engendrar o tener hijos (pero no de la potencia física hasta después de muchos años). Su llegada y el proceso eran variables por muchas razones. Difería de manera natural en función del vigor, la constitución y el carácter de los individuos. También, entre los quendi, estaba más influido por el engendramiento y por el nacimiento de los hijos.(…)

(…)En cuanto al engendramiento y los embarazos: este proceso puede comenzar naturalmente cuando se alcanza la madurez. Así era al comienzo de los quendi; pero enseguida los demás intereses de sus seres, tras el despertar de sus fëar, comenzaban a ocupar sus pensamientos incluso en su juventud más temprana. (…)

(…)El número de hijos engendrados por una pareja casada se veía influido por los caracteres (mentales y físicos) de los dos. Pero también dependía de las vicisitudes de la vida y de la «edad» a la que comenzase el matrimonio, sobre todo la edad de la elfa.[9](…)

(…)Tras el nacimiento de un hijo, siempre se tomaba «un tiempo de reposo», y también tendía a ser cada vez más largo.(…)

(…)El cumplimiento de órdenes malvadas, aparte de los sufrimientos derivados de la esclavitud y los tormentos, claramente desgastaba la «juventud» y la vitalidad de los desafortunados elfos que cayeron bajo el poder de la Sombra, pero este mal, y la consiguiente disminución, no se transmitían a la siguiente generación.(…)

(…)El único efecto apreciable en los eldar por haber residido en Aman parece haber sido el siguiente: en el gozo y salud de Aman, sus cuerpos se mantuvieron en pleno vigor, y fueron capaces de soportar el enorme crecimiento de conocimientos y ardor de sus espíritus sin un menguar apreciable (excepto en casos muy especiales, como el de Míriel).(…)

(...)Pero bajo el sol (fuera de las bóvedas de Arda), el crecimiento de todos los eldar se había acelerado, aunque (al principio) no perdiesen apenas nada de su vigor y salud en aquel momento. Por lo tanto, alcanzaban la madurez 10 veces más rápido [en la Tierra Media], o llegaban a 20 cuando solo tenían 20 años [solares]; después mantuvieron este vigor envejeciendo solo a una ratio de 100 años=1 año de vida.

 

II.CICLOS DE VIDA ÉLFICOS

Las vidas élficas deben estructurarse en ciclos. Conseguían su longevidad mediante una serie de renovaciones. Tras el nacimiento, con la llegada de la madurez y los primeros síntomas del envejecimiento, comenzaban un período de tranquilidad en el que se «retiraban» por un tiempo, si era posible, y emergían del mismo físicamente renovados a un estado de salud parecido al de su primera madurez. (Sin embargo, sus conocimientos y sabiduría seguían progresivamente acumulativos.)(…)

(…)El «menguar» se manifestaba de la siguiente manera:

1.     Los períodos de actividad y pleno vigor se acortaban progresivamente.

2.     La renovación ya no era tan completa: estaban un poco más viejos tras cada nueva renovación con respecto a la anterior.(…)

(…)Antes del final de la Segunda Edad, los rejuvenecimientos y la regeneración de hijos eran cada vez menos comunes. Los eldar estaban «desvaneciéndose»: no está claro si esto estaba predestinado por Eru, o era un «castigo» por los pecados de los eldar. Sin embargo, su «inmortalidad» dentro de la Vida del Mundo estaba garantizada y, si querían, podrían partir al Reino Bendecido.(…)

(…)El hröa, como dicen los eldar, quedaba lentamente «consumido» por el fëa, hasta que, en lugar de morir y quedar relegado a la disolución, era absorbido, y con el tiempo se convertía en poco más que un recuerdo, retenido por el fëa, de su viejo habitáculo; por ello ahora se han vuelto invisibles a los ojos humanos. Sin embargo, este proceso ha tardado largas edades en consumarse.(…)


 

IX.DE LA COMUNICACIÓN Y FORMA DE VIDA DE LOS ELDAR

 

LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA

I.ÓSANWE-KENTA O IMÁGENES MENTALES

Los altos elfos distinguían claramente entre fanar, la forma «física» adoptada por los espíritus al encarnarse a sí mismos, como un modo de comunicación con los encarnados, y otros modos de comunicación entre las mentes, que podrían asumir formas «visuales».

Sostenían que una «mente» superior por su propia naturaleza, o una que se esfuerza al máximo por alguna necesidad extrema, era capaz de comunicar una «visión» deseada a otra mente. La mente receptora traduciría este impulso a los términos conocidos por ella a través del uso de los órganos físicos de la visión (y el oído), y lo proyectaría, viéndolo como algo externo. Por lo tanto, se parecía mucho a una fana, salvo que, en muchos casos, especialmente entre aquellos relativos a mentes con menos poder (como comunicadores o como receptores), se presentaba frecuentemente de un modo menos vívido, claro o detallado, e incluso podría aparecer con un estado vago o borroso, o medio transparente. Estas «visiones» se llamaban en quenya indemmar, ‘imágenes mentales’. Según los documentos de la época, los hombres eran receptivos a ellas, sobre todo cuando los elfos se las enviaban. Para recibirlas de otro ser humano, hacía falta una razón de urgencia especial, y una íntima conexión familiar, de ansiedad o de amor entre las dos mentes.

En cualquier caso, las indemmar eran recibidas por los hombres sobre todo mientras dormían (en sueños). Si se recibían cuando sus cuerpos estaban despiertos, tendrían a ser vagas y fantasmales (y a menudo daban miedo); pero si eran claras y vívidas, como podrían las indemmar inducidas por elfos, tendían a hacer que los hombres las tomasen incorrectamente por cosas «reales» que contemplaban con una visión normal. Este engaño nunca era intencionado por parte de los elfos, pero a menudo los hombres pensaban que sí.(…)

(…)La transmisión de los pensamientos en los encarnados precisa de refuerzos para hacerse efectiva. Este refuerzo puede producirse gracias a afinidad, a urgencia o por autoridad.(…)

(…)Los encarnados tienden a usar, o procuran usar cada vez más, la ósanwe solo en ocasiones de gran necesidad y urgencia, y sobre todo cuando el lambë (habla) no puede ayudar; como cuando la voz no alcanza el oído del receptor, lo cual ocurre sobre todo debido a la distancia. Porque la distancia en sí no supone un impedimento para la ósanwe.(…)

 

II.ECONOMÍA ÉLFICA

Agricultura. Los sindar no practicaban la agricultura hasta mucho tiempo después de la partida de los otros eldar. Con respecto a la «economía» de Valinor no sabemos nada salvo que inicialmente la comida era proporcionada a los eldar no sin una labor física previa, de la que obtenían gran placer y que convertían en motivo para cantar y celebrar. Sin embargo, el grano (de una variedad no conocida en la Tierra Media) se sembraba solo y solo hacía falta cosecharlo y repartir 1/10 (el diezmo de Yavanna) del grano en los campos.

Los enanos tenían agricultura, que en tiempos anteriores practicaban cuando estaban aislados y no tenían posibilidad de hacerse con cereales, etc. mediante un intercambio de bienes. Habían inventado una especie de «arado»—que arrastraban y dirigían ellos mismos: eran resistentes y fuertes—, pero este tipo de labores de supervivencia no les agradaban.

El reino de Doriath era boscoso, y contaba con algunos espacios abiertos, salvo en sus fronteras orientales, donde tenían un podo de ganado vacuno y bovino. Más allá de la Cintura de Melian (hacia el este) apenas había espacios abiertos (praderas) amplios. Los sindar (del este) que no estaban bajo el dominio de Thingol se dedicaban no solo a la ganadería de vacas y ovejas, sino que también cultivaban cereales y otras plantas comestibles; y eso les hizo prosperar, puesto que tanto Doriath en el oeste como los enanos del este estaban dispuestos a comprarles lo que podían. En Doriath cultivaban lino; los sindar del lugar eran habilidosos a la hora de hilar y tejerlo. Tenían conocimientos de la metalurgia y contaban con buenas armas para el Gran Viaje gracias a las enseñanzas de Oromë. Durante mucho tiempo, en el Gran Viaje habían dependido de las armas y las espadas, lanzas, arcos, etc., que habían fabricado en su primer hogar; o durante las paradas en el viaje, si en esas ocasiones encontraban metales. En Beleriand, al final fueron ayudados por los enanos, que les asistieron (¡con mucha voluntad!) en su búsqueda de metales. ¡Encontraron hierro en las Gorgoroth! Y también más adelante, en las partes occidentales de las Ered Wethrin. Además allí había plata. Pero tenían muy poco oro, salvo el que era arrastrado por el Sirion cerca de las fronteras de Doriath o en su delta. Pero los exiliados llevaban encima grandes cantidades de ornamentos de oro, y todo lo que trajeron tuvo que haber pesado mucho. Antes de su muerte, Fëanor había explorado (todo lo que pudo) el subsuelo en busca de metales. Fue el hallazgo de plata, cobre y estaño en diferentes lugares de Mithrim lo que contribuyó en gran medida a su precipitación a la hora de conquistar y adueñarse, demasiado pronto, de esta región norteña. Era sabido que el mejor y más abundante mineral de hierro se encontraba en Thangorodrim.

En el período del eldarin común, los eldar no desconocían la horticultura ni la agricultura. Habían comenzado a desarrollar estas prácticas por su habilidad y capacidad de invención en una fecha muy anterior al Gran Viaje; pero gracias a las enseñanzas de Oromë mejoraron considerablemente este arte. Los eldar almacenaron una gran cantidad de comida antes de partir, pero se llevaron no solo armas (para la caza y la defensa propia), sino también herramientas ligeras para la agricultura. Las paradas que realizaron a lo largo de este viaje, que duró muchísimo tiempo, a menudo se convertían en estancias prolongadas; tanto así que, cada vez que paraban, algunos permanecían en estos lugares, satisfechos de quedarse.

 

III.MORADAS ÉLFICAS

(…)Antes de la llegada de los exiliados de Eldamar, una gran parte de los sindar vivía bajo condiciones primitivas, sobre todo en bosquecillos o tierras boscosas; las moradas construidas permanentes no eran habituales, sobre todo las de tipo más pequeño que correspondían más o menos a lo que nosotros entendemos por «una casa». Debido a sus talentos naturales, los quendi ya habían comenzado a desarrollar muchas artes antes del inicio del viaje al oeste de los eldar. Sin embargo, a pesar de saber que el viaje tenía un destino final, en este período los eldar acostumbraban a una vida nómada errante, y tras llegar a Beleriand continuaron durante mucho tiempo de esa manera, incluso después de que aquellos de entre los sindar que aún deseasen atravesar el mar hubiesen perdido toda esperanza. Por lo tanto, los primeros experimentos de cantería de los sindar tuvieron lugar en las costas occidentales, en el reino de Círdan el carpintero de barcos: obras portuarias, muelles y torres. Tras el regreso de Morgoth a Thangorodrim, sus construcciones siguieron siendo no domésticas, sino fundamentalmente destinadas a usos defensivos. Mejoraron sus habilidades rápidamente gracias a sus relaciones con los enanos de Ered Luin, y más tarde aún más por las grandes artes de los noldor exiliados. Estos últimos ejercieron una gran influencia sobre aquellas regiones donde se entremezclaban los exiliados y los sindar; pero las artes y las costumbres de los exiliados tuvieron poca o nula influencia en Doriath, el reino de Thingol, debido a su odio hacia los hijos de Fëanor. En Doriath, la única gran morada permanente era Menegroth, que había sido construida con la ayuda y los consejos de los enanos: adusta, fuerte, secreta, pero embellecida por dentro por las artes valianas de Melian. Por fuera, los edificios de este período, del asedio de Angband, tenían un carácter sobre todo defensivo o bélico: murallas, almenas y fortalezas. Incluso la gran «casa» de Finrod, Minas Tirith—tal y como da a entender el significado de su nombre ‘Torre de Vigilancia’—situada en una isla del Sirion, era principalmente un fuerte edificado con el fin de dominar los accesos a Beleriand desde el norte. Solo en Gondolin, una ciudad secreta, el arte de los exiliados fue empleado en la construcción de casas bellas para moradas. Sin embargo, por regla general, los noldor construían casas para familias en sus territorios, y a menudo establecían comunidades dentro de murallas circulares como «ciudades». Los hombres que llegaron a Beleriand después y se convirtieron en sus aliados adoptaron las mismas costumbres.

 

IV.LA ELABORACIÓN DE LEMBAS

En las leyenda élficas, Oromë enseñó el secreto de la elaboración del «pan de viaje» a las Tres Ancianas de lo elfos, una preparación esencial para el Gran Viaje a la costa occidental. Llevó, como un regalo de Manwë y Varda, la semilla del trigo, y dio instrucciones a los quendi con respecto a su cultivo, cosecha y almacenaje; pero dejó a las «mujeres del pan» moler la harina, amasar el pan y hornear el “pan” (sin levadura).(…)

 

HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA IX: LOS PUEBLOS DE LA TIERRA MEDIA

(…)Solo los eldar sabían cómo preparar este alimento. Se hacía para reconfortar a los que tenían que emprender un largo viaje por tierras salvajes, o a los heridos cuya vida corría peligro. Los eldar no se lo daban a los hombres, salvo solo a unos pocos a quienes amaban, en casos de gran necesidad.

(…)Estaba hecho de un cereal que Yavanna creó en los campos de Aman, y les envió un poco por medio de Oromë para socorrerlos en la Larga Marcha.

Como venía de Yavanna, la reina o la más noble de las mujeres elfas de cualquier pueblo, grande o pequeño, tenía la custodia y el don de las lembas, por cuya razón era llamada massánie o besain, la dama, o la dadora de pan.

Ahora bien, este cereal tenía en su interior la fortaleza de la vida de Aman y podía procurársela a quienes tenían la necesidad o el derecho de utilizarlo. Si se sembraba en cualquier estación, salvo en las heladas, brotaba y crecía con rapidez, aunque no medraba en la sombra de las plantas de la Tierra Media y no soportaba los vientos procedentes del norte cuando Morgoth vivía allí. Por lo demás, sólo necesitaba un poco de luz del sol para madurar, pues arraigaba rápidamente y multiplicaba el vigor de la luz que recibía.

Los eldar lo cultivaban en tierras guardadas y claros soleados, y recolectaban las grandes espigas doradas una a una, a mano, sin cortarlas con hojas o metales. El tallo blanco se extraía de la tierra de igual manera, y se empleaba en la confección de cestas para guardar los granos: ningún gusano o bestia roedora tocaba aquella paja resplandeciente, y la putrefacción, los hongos y otros males de la Tierra Media no la atacaban.

Desde la espiga hasta la galleta a nadie se le permitía tocar el grano, salvo a las mujeres elfas llamadas Yavannildi (Ivonwin para los sindar), las doncellas de Yavanna; y el arte de hacer las lembas, que habían aprendido de los Valar, era un secreto entre ellas, y así lo ha sido siempre.»

Lembas es el nombre sindarin, y proviene de la antigua forma lenn-mbass «pan de viaje». En quenya solía llamarse coimas, que es «pan de vida».

 

LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA

(…)Se decía que las virtudes de este «grano del Oeste» fueron disminuyendo lentamente durante el Gran Viaje, debido a la pálida luz del sol, y cuando llegaron a Beleriand ya no disponían de más semillas de grano del Oeste. Pero cuando regresaron los noldor, llevaron consigo un nuevo tipo de grano—por una gracia y misericordia especiales de Manwë y Varda no fallaba—y mantenía su vigor hasta el final de la Primera Edad. Sin embargo, en el momento de la Guerra del Anillo, solo en Lórien sobrevivió el grano del Oeste, y el arte solo era conocido por Galadriel y por su hija Celebrían (esposa de Elrond), y por Arwen, la hija de esta. Con la partida de Galadriel y la muerte de Arwen, el grano del Oeste y el pan de viaje se perdieron para siempre en la Tierra Media.


X.DE FËANOR, LA LEY DE FINWË Y MÍRIEL Y EL DESENCADENAMIENTO DE MELKOR

 

EL SILMARILLION

Ahora los tres linajes de los eldar estaban reunidos por fin en Valinor, y Melkor había sido encadenado. Era éste el Mediodía del Reino Bendecido, en la plenitud de su gloria y bienaventuranza, larga en cómputo de años, pero demasiado breve en el recuerdo. En esos días los eldar alcanzaron la plena madurez de cuerpo mente, y los noldor continuaron progresando en habilidades y conocimientos; y pasaban los largos años entretenidos en gozosos trabajos de los que nacieron muchas cosas nuevas, hermosas y maravillosas. Ocurrió en ese entonces que los noldor concibieron por vez primera las letras, y el maestro Rúmil de Tirion fue el primero en idear unos signos adecuados para el registro del discurso y las canciones; algunos para ser grabados en metal o en piedra, otros para ser dibujados con pluma o pincel.

 

LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH 

Finwë, primer señor de los noldor, tenía por esposa a Míriel, llamada la Serindë debido a su gran habilidad en el tejido y la costura, y grande era el amor que los unía. Pero el alumbramiento del primer hijo consumió el espíritu y el cuerpo de Míriel, que parecía haber perdido todas las fuerzas.

Este hijo fue Curufinwë, el más renombrado de todos los noldor; fue conocido como Fëanor, Espíritu de Fuego, el nombre que Míriel le dio al nacer, y era poderoso en cuerpo y en todas sus habilidades, y grande entre los eldar en energía, fuerza y sutileza de mente. Pero Míriel le dijo a Finwë: «Nunca volveré a concebir un hijo; porque la fuerza que habría nutrido la vida de muchos se ha agotado toda en Fëanor».

Se apenó entonces Finwë, porque los noldor estaban en la juventud de sus días y moraban en la beatitud del Mediodía de Aman, pero todavía eran pocos en número, y él deseaba traer muchos hijos a esa beatitud. Por tanto dijo: «Sin duda hay cura en Aman. Aquí toda fatiga halla reposo».

Por tanto, Finwë buscó el consejo de Manwë, y Manwë entregó a Míriel a los cuidados de Irmo, en Lórien Cuando se despidieron (por corto tiempo, creyó él) Finwë estaba triste, porque le parecía una desdicha que la madre tuviera que partir y no acompañara a su hijo al menos en los primeros días de infancia. «Es por cierto una desdicha—dijo Míriel—, y lloraría si no estuviera tan cansada. Pero considérame inocente en esto y todo lo que pueda acaecer en adelante. Ahora debo descansar. Adiós, querido señor.»

No dijo más en esa ocasión, pero el corazón de Míriel anhelaba no sólo dormir y descansar, sino librarse de los cuidados de la vida. Fue entonces a Lórien y se tendió a dormir bajo un árbol de plata, pero aunque parecía dormida en verdad el espíritu se le separó del cuerpo y se trasladó en silencio a las estancias de Mandos; y las doncellas de Estë cuidaron de su hermoso cuerpo, que permaneció incorrupto, pero ella no volvió. Grande fue el dolor de Finwë, e iba a menudo a los jardines de Lórien, y sentado bajo los sauces de plata junto al cuerpo de su esposa la llamaba por los nombres que ella tenía. Pero era en vano y en todo el Reino Bendecido sólo Finwë estaba afligido y triste. Después de un tiempo ya no fue a Lórien, porque sólo servía para aumentar su dolor. Todo su amor se lo dio a su hijo; porque Fëanor tenía el rostro y la voz de su madre, y Finwë fue para él padre y madre a la vez, y hubo un doble vínculo de amor entre sus corazones. Pero Finwë no estaba satisfecho, porque era joven y animoso, y deseaba tener más hijos para alegría de su casa. Por tanto, cuando hubieron pasado diez años, habló con Manwë, diciendo: «Señor, héme aquí enlutado y solo. Sólo yo entre los eldar no tengo esposa, ni he de esperar más que un hijo, y ninguna hija. ¿Debo permanecer así para siempre? Pues el corazón me advierte que Míriel no volverá de la casa de Vairë mientras perdure Arda. ¿No hay remedio al dolor en Aman?»

Entonces Manwë se apiadó de Finwë, y consideró su súplica, y cuando Mandos hubo pronunciado su decreto, como se ha contado, Manwë llamó a Finwë y le dijo: «Has oído lo que se ha decretado. Si Míriel, tu esposa, no quiere volver y te libera, tu unión será disuelta y podrás volver a casarte».

Se dice que Míriel respondió a Mandos con las palabras: «Vine aquí para huir de mi cuerpo y no quiero volver a él. Mi vida se ha ido con Fëanor, mi hijo. Ése es el presente que le di al que amo, y nada más puedo ofrecer. Más allá de Arda habrá quizá remedio, pero dentro no». Mandos la juzgó entonces inocente, pensando que había muerto ante una exigencia demasiado grande para ella. Por tanto su decisión fue aceptada y la dejaron allí; y diez años después se pronunció el decreto de separación. [El año siguiente] Y al cabo de tres años a Finwë tomó una segunda esposa, Indis la hermosa, que en nada se parecía a Míriel. No era de los noldor, sino de los vanyar, de la familia de Ingwë; tenía los cabellos dorados, y era alta y muy ligera de pies. No trabajaba con las manos, sino que cantaba y hacía música, y siempre hubo luz y alegría a su alrededor mientras duró la beatitud de Aman. Amaba mucho a Finwë, pues su corazón se había vuelto a él mucho antes, cuando el pueblo de Finwë moraba aún con los noldor, en Túna.

En aquellos días Indis había contemplado al Señor de los noldor, de cabellos oscuros y blanca frente, rostro animoso y ojos pensativos, y le pareció el más hermoso y noble de los eldar, y su voz y dominio de las palabras la deleitaban. Por tanto, no estaba casada cuando su pueblo marchó a Valinor, y a menudo caminaba sola por los campos y estuarios de los valar, volviendo el pensamiento a las cosas que crecen sin cuidados llenándolos de música. Pero sucedió que Ingwë, al oír del extraño dolor de Finwë y queriendo animar su corazón y apartarlo del vano duelo en Lórien, envió mensajeros para pedirle que dejara Túna y los recuerdos de su pérdida por un tiempo y morara en la luz de los Árboles. Finwë no dio respuesta alguna a este mensaje, hasta después del pronunciamiento del decreto de Mandos; pero entonces, pensando que debía intentar construirse una nueva vida y que la petición de Ingwë era sabia, se levantó y fue a la casa de Ingwë, al oeste de la montaña Oiolossë. Su llegada fue inesperada, pero bienvenida; y cuando Indis vio a Finwë subiendo por los senderos de la montaña (y la luz de Laurelin estaba detrás de él como una gloria) de pronto y sin pensarlo se puso a cantar de alegría, y su voz subió como la canción de una lirulin en el cielo. Y cuando Finwë escuchó la canción que caía desde arriba alzó la vista y contempló a Indis en la luz dorada, y supo en ese instante que lo amaba y que lo había amado desde mucho tiempo atrás. Entonces al fin su corazón se volvió a ella, y creyó que el azar parecía haber sido dispuesto para el consuelo de ellos dos. «¡He aquí que en verdad hay cura del dolor en Aman!»

Así sucedió que antes de que pasara mucho tiempo Finwë desposó a Indis, hermana de Ingwë. Con Indis se demostró la verdad del dicho «la pérdida de uno puede ser el beneficio de otro». Pero también comprobó que era cierto lo de «la casa recuerda a quien la construyó, aunque otros la habiten después». Porque Finwë la amó mucho, y estaba contento, y ella le dio hijos que lo deleitaron, pero la sombra de Míriel no abandonó su corazón y Fëanor ocupaba la mayor parte de su pensamiento. La boda de su padre no fue del agrado de Fëanor, y aunque no disminuyó el amor que sentía por él, no tuvo gran estima por Indis o los hijos de ella, y menos que todo por sus medio hermanos. En cuanto pudo (y casi había alcanzado la plenitud de su desarrollo antes del nacimiento de Nolofinwë) dejó la casa de Finwë y vivió apartado de ellos, dedicando por entero el corazón y el pensamiento a la búsqueda de conocimientos y a la práctica de las artes. En las cosas desdichadas que luego sucedieron y que Fëanor acaudilló, muchos vieron el resultado de esa ruptura habida en la casa de Finwë, juzgando que, si Finwë hubiera soportado la perdida de Míriel y se hubiera contentado con tener un único y poderoso hijo, otros habrían sido los caminos de Fëanor y muchos males podrían haberse evitado.

Así sucede que los casos en que los eldar pueden volver a casarse son raros, pero más raros aún son los que lo hacen, aun cuando les está permitido. Porque el dolor y la disputa en la casa de Finwë han quedado grabados en la memoria de los eldar.

Dicen los registros de los eldar que los valar debatieron largamente el caso de Finwë y Míriel, después de la redacción de la Ley, pero antes de su proclama. Porque advertían que era un asunto grave y significativo: Míriel había muerto en Aman trayendo el dolor al Reino Bendecido, algo que ellos creían no podía ocurrir. Además, aunque la Ley parecía justa, algunos temían que no remediaría el dolor, sino que lo perpetuaría. Y Manwë habló a los valar, diciendo: «En este asunto no debéis olvidar que estáis tratando con Arda Maculada, de donde trajisteis a los eldar. Tampoco debéis olvidar que en Arda Maculada Justicia no es Curación. La Curación sólo se alcanza con el sufrimiento y la paciencia, y no exige nada, ni siquiera Justicia. La justicia sólo se da dentro de los límites de las cosas tal como son, aceptando la mácula de Arda; por tanto, aunque la Justicia es buena en sí misma y no desea mal alguno, sólo puede perpetuar el mal que fue y no evita que éste fructifique en el dolor. Así, pues, la Ley fue justa, pero aceptaba la Muerte y la separación de Finwë y Míriel, algo innatural en Arda Inmaculada, y por tanto para Arda Inmaculada fue innatural y se confundió con la Muerte. La libertad que permitió fue un camino menor que, si bien no descendía, tampoco podía volver a ascender. Pero la Curación ha de conservar siempre la idea de Arda Inmaculada, y si no puede ascender debe residir en la paciencia. Esta es la Esperanza que, pienso, constituye antes que otra cosa la virtud más hermosa de los hijos de Eru; sin embargo, no puede ser exigida en caso de necesidad: a menudo la paciencia ha de aguardarla mucho tiempo.»

Habló entonces Aulë, que era amigo de los noldor y amaba a Fëanor. «Pero ¿se debe este asunto en verdad a Arda Maculada?—preguntó—. Porque a mi parecer se debe al alumbramiento de Fëanor. Ahora bien, Finwë y todos los noldor que lo siguieron no fueron atraídos jamás, en corazón o pensamiento, por Melkor, el Corruptor; ¿cómo pudo suceder entonces esta extraña cosa, aún en Aman Sin Sombra? Que el alumbramiento de un hijo cause tal cansancio en la madre que ya no desee seguir viviendo. Este hijo tiene los mayores dones que cualquiera que haya nacido o nacerá entre los eldar. Pero los eldar son los primeros hijos de Eru, y dependen de él directamente. Por tanto, la grandeza del hijo debe proceder directamente de su voluntad para el bien de los eldar de toda Arda. ¿Qué pasa entonces con el precio del nacimiento? ¿No hay que entender que la grandeza y el precio provienen no de Arda, Maculada o Inmaculada, sino de más allá de Arda? Porque hay algo que sabemos con certeza, y con el paso de las edades se manifestará a menudo (en las grandes cosas y en las pequeñas): que no toda la Historia de Arda aparecía en el Gran Tema, y que en la Historia sucederán cosas que no pueden preverse, porque son nuevas y no se concibieron en el pasado que las precedió».

Así habló Aulë, quien no quería pensar que Fëanor estaba manchado por la Sombra, o ninguno de los noldor. Aulë había sido el más dispuesto a convocarlos a Valinor.

Pero Ulmo repuso: «No obstante, Míriel murió. Y la muerte es un mal para los eldar, innatural en Arda Inmaculada, que por tanto debe de provenir de la mácula. Porque si fuera de otro modo y la muerte de Míriel proviniera de más allá de Arda (como algo nuevo que no tiene razón en el pasado) no causaría pesar e incertidumbre. Pues Eru es Señor de Todo y mueve todas las facultades de sus criaturas, aún la maldad del Corruptor, a sus últimos propósitos, pero no con el principal objetivo de imponerles dolor. Pero la muerte de Míriel ha traído pesar a Aman.

La llegada de Fëanor proviene sin duda de la voluntad de Eru; pero creo que la mácula de su nacimiento proviene de la Sombra, y es un presagio de los males que vendrán. Porque los más grandes son también los más capaces para el mal. Cuidaos, hermanos, de pensar que la Sombra ha desaparecido para siempre, aunque esté vencida. ¿No vive ahora aún en Aman, aunque creíais que los lazos eran inquebrantables?» Así habló Ulmo, que había disentido del consejo de los valar cuando trajeron a Melkor el Corruptor después de su derrota. También él amaba a los elfos (y después a los hombres), pero al contrario que Aulë, creía que debían vivir en libertad, por peligroso que pudiera parecer. Así, se vio después que, aunque amaba a Fëanor y a todos los noldor con más frialdad, se apiadaba más de sus errores y malas acciones.

Habló Yavanna entonces, y aunque era la esposa de Aulë se inclinó más bien hacia Ulmo. «Mi señor Aulë se equivoca—dijo—, cuando dice que Finwë y Míriel tenían el corazón y el pensamiento libres de la Sombra, como si eso probara que nada de cuanto les acaeciese pudiera provenir de la Sombra o de la mácula de Arda. Pero, aunque los hijos no son como nosotros (cuyo ser entero procede de más allá de Arda), sino que tienen cuerpo y espíritu, y el cuerpo es de Arda y de Arda se nutrió: así, la Sombra no sólo actúa en los espíritus, sino que ha manchado el mismo hrön de Arda, y el mal de Melkor ha pervertido toda la Tierra Media, y él ha trabajado en ella tanto como cualquiera de nosotros aquí. Por tanto, ninguno de los que despertaron y habitaron en la Tierra Media antes de venir aquí llegó limpio por completo. La falta de fuerzas del cuerpo de Míriel puede entonces adscribirse, por alguna razón, al mal de Arda Maculada, y su muerte puede considerarse algo innatural. Y que esto aparezca en Aman nos parece, a mí y a Ulmo, una señal a tener en cuenta.»

Habló entonces Nienna, que rara vez iba a Valmar, pero que ahora estaba sentada a la izquierda de Manwë. «En el uso de la Justicia debe haber Piedad, que es la consideración de la individualidad de todo el que ha de ser juzgado. ¿Quién de vosotros, valar, en vuestra sabiduría culpará a los hijos, Finwë y Míriel? Porque los hijos son fuertes y débiles al mismo tiempo. Creéis que Mandos es el más poderoso de los moradores de Arda, por ser el más inamovible, y por tanto le habéis encomendado incluso la custodia del mismo Corruptor. Pero yo os digo que cada fëa de los hijos es tan fuerte como él; porque cuenta con la fuerza de su individualidad impenetrable (que proviene de Eru, como nosotros): en su desnudez, cambiarlo en contra de su voluntad está más allá de nuestro poder.

Pero los hijos no son poderosos: en vida son pequeños, y pequeñas son sus facultades; además, son jóvenes y sólo conocen el Tiempo. Sus mentes son como las manos de los bebés, que poco pueden aferrar y lo que aferran está incompleto. ¿Cómo percibirán el fin de cuanto hagan, o renunciarán a los deseos de su propia naturaleza, la estancia del espíritu en el cuerpo que es su verdadera? ¿Hemos experimentado nosotros el agotamiento de Míriel, o el duelo de Finwë?

»Míriel, pienso, murió por necesidad del cuerpo, sufriendo por algo en lo que no tenía culpa alguna o que incluso era digno de alabanza, y no obstante no se le concedió la capacidad para resistirlo: el precio de tan gran alumbramiento. Y creo que Aulë percibe parte de la verdad. La separación del fëa fue en Míriel una cosa especial. La muerte es en verdad la muerte y en el Gran Tema proviene del Corruptor y es dolorosa; pero con esta muerte Eru pretendía un bien inmediato, y no había de dar ningún fruto amargo; mientras que la Muerte que proviene exclusivamente del Corruptor sólo busca el mal, y su curación debe aguardar la Esperanza, aún hasta el Fin. Pero Finwë, al no comprender la muerte (¿y cómo iba a comprenderla?), llamaba a Míriel y ella no volvía, y él no tenía consuelo y su vida y expectativas naturales se vieron frustradas. Con justicia gritaba: “¿No hay cura en Aman?”  Ese grito no podía ser ignorado, e hicimos lo que había que hacer. ¿Por qué ha de ser condenado?»

Pero Ulmo respondió diciendo:

«¡No! No lo condeno, pero debo juzgarlo. Advierto aquí no sólo la voluntad directa de Eru, sino una falta en sus criaturas. No es culpa de ellos, pero sí una caída de lo más alto, donde reside la Esperanza de la que ha hablado el rey. Y sin duda el camino más elevado, un ascenso que, aunque duro, no es imposible, formaba parte de ese propósito de bien inmediato del que habla Nienna. Porque el fëa de Míriel puede haber partido por necesidad, pero partió con la voluntad de no volver. Ahí radica su falta, porque esa voluntad no era necesariamente irresistible; fue una falta de esperanza del fëa, la aceptación del agotamiento y la debilidad del cuerpo como algo más allá de toda cura y que por tanto no ha sido curado. Pero eso significó no sólo el abandono de la propia vida, sino también el abandono de su esposo y la mácula de la vida de él. La justificación que dio Míriel es insuficiente; porque con el obsequio de un hijo, por grande que sea, ni tampoco con el obsequio de muchos, la unión matrimonial no se termina, puesto que tiene otros propósitos. Por ahora Fëanor se verá privado de la educación de una madre.

Además, si Míriel quisiera volver no estaría obligada a concebir nunca más, a menos que su cansancio se remediara con la renovación del renacimiento.

»Así pues, Finwë se sintió afligido y pidió justicia. Pero cuando la llamó y ella no volvió, en sólo unos pocos años cayó en la desesperación. Aquí reside su falta, en abandonar la Esperanza. Pero también basó su súplica en el deseo de tener hijos, anteponiéndose a sí mismo y su pérdida a los pesares que había sufrido su esposa: eso fue una falta de amor.

»Los fëar de los eldar, como ha dicho Nienna, no pueden ser quebrantados u obligados, y por tanto la evolución de sus voluntades no puede predecirse con certeza. No obstante, a mi parecer, aún había esperanza de que tras descansar en Mandos el fëa de Míriel recuperara su naturaleza, que es desear habitar un cuerpo. Este extraño acontecimiento llegaría a suceder, más que con la disolución de la unión, con el ejercicio por parte de Finwë de la paciencia en el amor y el aprendizaje de la Esperanza; y con el regreso de Míriel, más amplia de mente y con el cuerpo renovado. Así, juntos, podrían educar a su gran hijo en el amor de ambos, y asegurar su correcta educación. Pero el fëa de Míriel fue importunado, y eso endureció su voluntad; y en esta resolución deberá mantenerse mientras perdure Arda, si se decreta la Ley. Así pues, la impaciencia de Finwë cerrará la puerta a la vida al fëa de su esposa. Esta es la mayor falta. Porque que uno de los eldar permanezca por siempre como fëa incorpóreo es más innatural que uno permanezca vivo, casado pero viudo. Finwë fue puesto a prueba (no sólo por Míriel), y ha pedido justicia y liberación.»

«¡No!—dijo Vairë de repente—. El fëa de Míriel está conmigo. Lo conozco bien, pues es pequeño. Pero es fuerte, orgulloso y obstinado. Es de los que cuando dicen: haré esto, hacen de sus palabras un destino irrevocable para ellos mismos. No volverá a la vida, o a Finwë, aun cuando la espere hasta la vejez del mundo. Y él es consciente, creo, tal como demuestran sus palabras. Porque Finwë no basó su súplica sólo en el deseo de tener hijos, sino que le dijo al rey: “el corazón me advierte que Míriel no volverá mientras perdure Arda”. De qué tipo de conocimiento o creencia es lo que quiso así expresar, y de dónde le vino, no lo sé. Pero el fëa percibe al fëa y conoce la disposición del otro, sobre todo en el matrimonio, de una manera que nosotros no podemos acabar de comprender. No podemos pretender desentrañar todo el misterio de la naturaleza de los hijos. Pero si hemos de hablar de Justicia, debemos que tener en cuenta lo que cree Finwë; y si, tal como creo, tiene fundamento y no se trata de una fantasía creada por su propia inconstancia, sino que es contraria a su voluntad y deseo, debemos evaluar las faltas de los dos. Si una de las Reinas de los valar, Varda o Yavanna, o aún yo, abandonara Arda para siempre y dejara a su esposo, lo quiera él o no, que él juzgue a Finwë, si así lo desea, recordando que Finwë no puede seguir a Míriel sin dañar su naturaleza ni abandonar los deberes y lazos de la paternidad.» Cuando Vairë hubo hablado, los valar guardaron silencio largo tiempo, hasta que al fin Manwë habló de nuevo.

«Hay razón y sabiduría en todo cuanto se ha dicho. En verdad, en los asuntos de los hijos nos encontramos con misterios y no se nos ha dado la clave para desentrañarlos. En parte los hijos son una de esas “cosas nuevas” de que ha hablado Aulë, o quizá la principal. Pero vinieron a Arda Maculada, y estaban destinados a hacerlo y a soportar la Mácula, aunque en el principio proceden de más allá de Eä. Porque estas “cosas nuevas”, en que se manifiesta la huella de Ilúvatar, como decimos, quizá no tengan pasado en Arda y sean impredecibles antes de aparecer, pero a partir de entonces sus actuaciones pueden predecirse según la sabiduría y el conocimiento; porque de inmediato pasan a ser parte de Eä, y parte del pasado de todo lo que viene después. Podemos decir, por tanto, que los elfos están destinados a conocer la “muerte” a su modo, al ser enviados a un mundo donde hay “muerte” y al tener una forma en que la “muerte” es posible.

Porque a pesar de que, según su naturaleza primera, inmaculada, vivan como espíritu y cuerpo unidos, son dos cosas distintas, no la misma, y su separación (es decir, la “muerte") es una posibilidad inherente a su unión.

»Aulë y Nienna se equivocan, a mi parecer; porque lo que ambos dijeron con distintas palabras es esto: que la Muerte que proviene del Corruptor es una cosa, y la Muerte que es instrumento de Eru es algo diferente: una sería maldad, y por tanto sólo maligna e inevitablemente dolorosa; la otra sería benevolente y no tendría más propósito que un bien particular e inmediato, y por tanto no sería maligna, ni dolorosa, y no habría de remediarse con facilidad y rapidez. Porque el mal y el dolor de la muerte se deben simplemente a la separación e interrupción de la naturaleza, que es similar en ambas (o no se llaman muerte); y ambas ocurren sólo en Arda Maculada, y concuerdan con sus procesos.

»Por tanto creo que Ulmo está en lo cierto, suponiendo que Eru no necesita ni desea algo maligno como instrumento especial de su benevolencia. De hecho ¿por qué introduciría la muerte como “cosa nueva” en un mundo que ya la conocía? No obstante, Eru es el Señor de Todo, y utilizará como instrumento para sus propósitos finales, que son buenos, cualquier cosa que sus criaturas, grandes o pequeñas, hagan o inventen, a su pesar o por orden suya. Pero debemos pensar que la voluntad de Eru es que aquellos de los eldar que le sirven no se derrumbarán ante los dolores o males que encuentren en Arda Maculada, sino que alcanzarán una fuerza y una sabiduría que de otro modo no habrían llegado a tener: los hijos de Eru se convertirán en hijas e hijos.

»Porque Arda Inmaculada tiene dos aspectos o sentidos. El primero es lo Inmaculado que distinguen en lo Maculado, si no se les velan los ojos, y anhelan, como nosotros anhelamos, la Voluntad de Eru: ése es el cimiento sobre el que se construye la Esperanza. El segundo es lo Inmaculado que será: es decir, hablando de acuerdo con el Tiempo en el que tienen ser, la Arda Curada, que será más grande y más hermosa que la primera, por causa de la Mácula: ésta es la Esperanza que sostiene. Proviene no sólo del anhelo de la Voluntad de Ilúvatar el Progenitor (que por sí mismo sólo puede causar pesar a aquellos que viven dentro del Tiempo), sino también de la confianza en Eru, el Señor eterno, en su bondad y en que todas sus obras acabarán bien. Esto ha sido negado por el Corruptor, y en esta negación reside la raíz del mal, y su fin es la desesperanza.

»Por tanto, a pesar de las palabras de Vairë, insisto en lo que dije primero. Porque, aunque no habla sin conocimientos, lo que ha expresado es una opinión y no una certeza. Los valar no tienen certeza alguna respecto a las voluntades de los hijos y no deben suponerlas. No, aun cuando estuvieran seguros en el caso del fëa de Míriel, eso no desharía la unión amorosa que hubo antaño entre ella y su esposo, ni invalidaría el juicio de que la constancia hubiera sido un camino mejor y más justo para Finwë, más de acuerdo con Arda Inmaculada o con la voluntad de Eru al permitir que le acaeciera ese mal. La Ley da la libertad de tomar un camino inferior, y al aceptar la muerte la tolera y no puede remediarla. Si esta libertad se utiliza, el mal de la muerte de Míriel continuará vigente y dará doloroso fruto.

»Pero en este asunto confío en Námo, el juez. ¡Qué sea él quien diga la última palabra!»

Habló entonces Námo Mandos, diciendo: «He vuelto a considerar todo cuanto he oído; sin embargo, nada se ha dicho que no se hubiera considerado antes en la redacción de la Ley. Dejemos la Ley estar, porque es justa.

»Nuestro deber es gobernar Arda y aconsejar a los hijos, o dirigirlos en las cosas sujetas a nuestra autoridad. Por tanto, hemos de tratar con Arda Maculada y determinar lo que es justo en ella. En verdad, podemos señalar en consejo el camino más alto, pero no podemos obligar a ninguna criatura libre a tomarlo. Eso lleva a la tiranía, que desfigura el bien y lo hace parecer aborrecible.

»La curación mediante la Esperanza final, de la que ha hablado Manwë, es una ley que sólo puede imponerse uno mismo; de los otros sólo puede exigirse justicia. Un regente que al dictaminar justicia niegue la aplicación de la ley, exigiendo la renuncia de los derechos y el sacrificio, no conducirá a sus súbditos a estas virtudes, que sólo son virtuosas si se escogen libremente, sino que con la justicia ilícita antes los conducirá a rebelarse contra toda ley. Arda no será sanada por esos medios.

»Por tanto, es correcto que se proclame esta justa Ley, y aquellos que la usen no tendrán culpa alguna, pase lo que pase después. Así se desarrollará la Historia de los eldar, dentro de la Historia de Arda.

»¡Escuchad ahora, oh, valar! Se me ha concedido no menos profecía que destino, y ahora os anunciaré cosas tanto cercanas como lejanas. He aquí que Indis la hermosa, que de otra manera habría estado sola, será feliz y dará fruto. Porque no sólo en la Muerte ha entrado la Sombra en Aman con la llegada de los hijos, destinados a sufrir; existen otras aflicciones, aunque sean menores. Mucho tiempo ha amado Indis a Finwë, con paciencia y sin amargura. Aulë llamó a Fëanor el más grande de los eldar, y en potencia lo es. Pero yo os digo que los hijos de Indis también serán grandes, y que la Historia de Arda será más gloriosa con su llegada. Y de ellos surgirán cosas tan hermosas que no habrá lágrima que empañe su belleza; los valar, y los Linajes de los elfos y de los hombres que vendrán. Tomarán parte en su ser, y sus hazañas la regocijarán. De modo que, mucho después de que todo lo que ahora es y parece hermoso y eterno se haya marchitado y no esté, la Luz de Aman no desaparecerá del todo entre los pueblos libres de Arda hasta el Fin. »Cuando aquel que será llamado Eärendil ponga pie en las orillas de Aman recordaréis mis palabras. En esa hora no diréis que la Ley de la Justicia ha dado fruto sólo en la muerte; y mediréis en la balanza los dolores que vendrán y no os parecerán muchos en comparación con el levantamiento de la luz cuando Valinor se oscurezca».

«¡Qué así sea!», dijo Manwë.

 

LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA

También fue preguntado: «¿Qué ocurre si el cónyuge que, por algún infortunio, se ha quedado solo, también es asesinado o muere; o si el segundo cónyuge también muere? ¿Quién será entonces el cónyuge de quién?».

Llegó la respuesta: «Si el cónyuge que ha sufrido la pérdida muriese, está claro que mientras él (o ella) permanezca sin casa, es el cónyuge “por voluntad” de la persona que sigue entre los vivos. Porque la unión anterior fue disuelta y ya no existe; y además la segunda persona que muere aún puede renacer y regresar a la persona abandonada, mientras que la primera que muere está destinada a permanecer en Mandos. Tampoco cambia la situación si los tres mueren. Aun así, la unión entre la primera y la segunda persona ya no existe, mientras que la segunda y la tercera pueden regresar y retomar su matrimonio. Sin embargo, puesto que el matrimonio es del cuerpo, y no está realizado o solo existe por voluntad en la persona sin casa, la primera y la segunda y la tercera pueden encontrarse en Mandos (si lo desean) en una relación de amistad. Sin embargo, esta es una de las maneras mediante las cuales la Ley puede generar tristeza en lugar de curación. Porque el encuentro en Mandos entre aquellos que se hayan mostrado dispuestos a disolver su unión, o entre la primera persona que llegase enamorada y la otra que la sucedieran no puede parecerse al encuentro entre aquellos quienes no exista la sombra de la inconstancia».

Fue preguntado qué hacen los que están esperando las Estancias de Mandos y si se preocupan por los vivos o si tienen conocimientos de cuanto ocurre en Arda. La respuesta fue: «No hacen nada; porque el hacer, en una criatura con una naturaleza dual, precisa de un cuerpo, que es el instrumento del fëa en todas sus acciones. Si desean hacer algo, desean volver. Piensan, usando sus mentes (por decirlo de alguna manera, porque son sus mentes), hasta donde sean capaces de hacerlo, sobre sus contenidos. Estos son los recuerdos de su vida; pero también pueden aprenderse cosas en Mandos si buscan conocimientos. De aquellos que hayan dejado atrás con vida, o sobre acontecimientos de Arda, también puede aprender mucho, si lo desean. Se dice que pueden ver algunas cosas desde lejos a través de los ojos de otros, por quienes eran queridos, pero de ninguna manera de un modo que moleste o interfiera con las mentes de los vivos, para bien o para mal. Si intentasen hacerlo, su visión quedaría velada. Pero en Mandos todos los acontecimientos de Historia de Arda (que pueden ser conocidos por cualquiera, aparte de Eru; porque los secretos de las mentes ni siquiera pueden ser leídos por los Valar) quedan registrados, y tienen acceso a estos conocimientos y a la historia en función de la medida y voluntad de cada uno».

 

LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH

Por tanto la Ley fue decretada, y Finwë e Indis se encontraron, como ya se ha dicho.

Pero al cabo de un tiempo Nienna acudió a Manwë, y dijo: «Señor de Aman, es evidente ahora que la muerte de Míriel fue un mal de Arda Maculada, gracias al cual la llegada aquí de los eldar ha abierto una puerta para la Sombra en la misma Aman. No obstante, Aman sigue siendo el Reino de los Valar, donde tu voluntad está por encima de todo. Aunque la muerte pueda encontrar a los eldar en tu reino, hay una cosa que no llega aquí, ni llegará: la deformación y el marchitamiento. Pues he aquí que el cuerpo de Míriel sigue inmaculado, igual que una hermosa casa en espera de su dueño, que ha partido de viaje. Por tanto, en esto al menos su muerte difiere de la muerte en la Tierra Media: en que el fëa sin hogar siga teniendo listo un cuerpo hermoso, y el renacimiento no sea la única puerta para volver a la vida, si tú se lo permites y le das tu bendición. Además, el cuerpo ha yacido en paz largo tiempo en Lórien; y ¿no deben los regentes de Arda respetar los cuerpos y todas las formas hermosas? ¿Por qué habría de yacer ocioso y desocupado, cuando sin duda ahora no cansaría al fëa, sino que lo deleitaría con la esperanza de hacer cosas?»

Pero Mandos lo prohibió. «No—dijo—, si Míriel recuperara su cuerpo estaría otra vez entre los vivos, y Finwë tendría dos esposas vivas en Aman. Eso sería infringir la Ley y hacer caso omiso de mi Decreto. Y también resultaría herida Indis, que usó la libertad de la Ley pero ahora perdería con su infracción, porque Finwë desearía volver con su esposa anterior.»

Pero Nienna le dijo a Mandos: «¡No! Deja que Míriel disfrute de su cuerpo y de la práctica de las habilidades que la deleitaban, y no viva para siempre recordando su breve vida anterior y su final en el agotamiento. ¿No puede abandonar las Estancias de la Espera para entrar al servicio de Vairë? Si nunca sale de allí ni intenta caminar entre los vivos, ¿por qué habrías de creer en un incumplimiento de tu Decreto, o temerías futuras aflicciones? La Piedad debe tener parte en la Justicia».

Pero Mandos permaneció inamovible

 

EL SILMARILLION 

Y desde entonces se dedicó por entero a su hijo; y Fëanor creció deprisa, como si un fuego secreto lo animara desde dentro. Era alto, y hermoso de rostro, y de gran destreza, de ojos de brillo penetrante y cabellos negros como plumas de cuervo; decidido e inquebrantable en la persecución de todos sus propósitos. Pocos lo desviaron de su camino por persuasión, ninguno por la fuerza. Fue entre todos los noldor, entonces o después, el más sutil de mente y el de manos más hábiles. En su juventud, superando la obra de Rúmil, inventó las letras que llevan su nombre y que luego los eldar utilizaron siempre; y fue él el primero entre los noldor en descubrir que con habilidad podían hacerse gemas más grandes y brillantes que las de la Tierra. Las primeras gemas que hizo Fëanor eran blancas e incoloras, pero expuestas a la luz de las estrellas resplandecían con fuegos azules y plateados más brillantes que Helluin; y otros cristales hizo además en los que las cosas distantes podían verse pequeñas pero claras, como con los ojos de las águilas de Manwë. Rara vez estaban ociosas las manos y la mente de Fëanor.

Cuando estaba todavía en su primera juventud, desposó a Nerdanel, la hija de un gran herrero llamado Mahtan, entre los noldor el más amado de Aulë; y de Mahtan aprendió mucho sobre la hechura de las cosas de metal y piedra. Nerdanel era también de firme voluntad, pero más paciente que Fëanor, deseando antes comprender las mentes que dominarlas, y al principio ella lo retenía cuando el fuego del corazón de Fëanor ardía demasiado; pero las cosas que él hizo luego la entristecieron, y dejaron de sentirse unidos. Siete hijos le dio a Fëanor; y el temple de ella fue transmitido a algunos de ellos, pero no a todos.

Sucedió entonces que Finwë tomó como segunda esposa a Indis la Bella. Era una vanya, pariente próxima de Ingwë el rey supremo; alta y de cabellos dorados en nada parecida a Míriel. Finwë la amó mucho y fue otra vez dichoso. Pero la sombra de Míriel no abandonó la casa de Finwë, ni tampoco su corazón; y de todos los que él amaba, Fëanor siempre ocupó la mayor parte de sus pensamientos.

El casamiento de su padre no fue del agrado de Fëanor; y no tuvo gran estima por Indis, ni tampoco por Fingolfin ni por Finarfin, los hijos de ella. Vivió apartado explorando la tierra de Aman y ocupándose del conocimiento y las artes en que se deleitaba. En las cosas desdichadas que luego sucedieron y que Fëanor acaudilló, muchos vieron el resultado de esta ruptura habida en la casa de Finwë, juzgando que, si Finwë hubiera soportado la pérdida de Míriel, y se hubiera contentado con tener un único y poderoso hijo, otros habrían sido los caminos de Fëanor y muchos males podrían haberse evitado; porque el dolor y la disputa en la casa de Finwë han quedado grabados en la memoria de los elfos noldorin. Pero los hijos de Indis fueron grandes y gloriosos, y también los hijos de los hijos; y si no hubieran vivido, la historia de los eldar no habría tenido nunca la misma grandeza.

 

Ahora bien, aún mientras Fëanor y los artesanos de los noldor trabajaban con deleite, sin pensar que esas labores pudieran tener fin, y los hijos de Indis crecían y alcanzaban la plenitud, el mediodía de Valinor estaba ya concluyendo. Porque sucedió que Melkor, como lo habían decretado los valar, completó el término de su confinamiento, después de haber pasado tres edades[10] en la prisión de Mandos. Por fin, como Manwë lo había prometido, fue llevado nuevamente ante los tronos de los valar. Los vio entonces en toda su gloria y beatitud, y la envidia le ganó el corazón; miró a los hijos de Ilúvatar que estaban sentados a los pies de los Poderosos, y el odio lo dominó; miró la riqueza de brillantes gemas y sintió codicia; pero ocultó sus pensamientos y postergó su venganza.

Ante las puertas de Valmar, Melkor se rebajó a los pies de Manwë y pidió perdón, prometiendo que si lo convertían sólo en el menor de los habitantes libres de Valinor, ayudaría a los valar en todas sus tareas, principalmente en la curación de las muchas heridas que él mismo había abierto en el mundo. Y Nienna apoyó este alegato; pero Mandos no dijo una palabra.

Entonces Manwë le concedió el perdón; pero los valar no permitieron que se apartará en seguida de la vista y la vigilancia de ellos, y tuvo que habitar dentro de los confines de Valmar. Pero de hermosa apariencia eran todas las palabras y los hechos de Melkor en este tiempo, y tanto los valar como los eldar sacaban provecho de la ayuda y los consejos de él, si los buscaban; y por tanto al cabo de un tiempo se le permitió circular libremente por la tierra, y le pareció a Manwë que Melkor estaba curado de todo mal. Porque no había mal en Manwë y no podía comprenderlo, y sabía que, en el principio, en el pensamiento de Ilúvatar, Melkor había sido como él; y no veía las profundidades del corazón de Melkor y no advertía que el amor lo había abandonado para siempre. Pero Ulmo no se engañó, y Tulkas cerraba los puños cada vez que veía pasar a Melkor, el enemigo; porque si Tulkas es lento para la cólera, lo es también para olvidar. Pero obedecían el juicio de Manwë; pues quienes defienden la autoridad contra la rebelión, no han de rebelarse ellos mismos.

Ahora bien, en su corazón era a los eldar a quienes más odiaba Melkor, tanto porque eran hermosos y felices, como porque en ellos veía la causa de la elevación de los valar y la de su propia caída. Por ese motivo, tanto más fingía amarlos y buscaba la amistad de los eldar, y les ofrecía el servicio de su ciencia y de su trabajo en toda gran empresa que ellos emprendiesen. Los vanyar, por cierto, sospechaban de él, pues habitaban a la luz de los Árboles y eran dichosos; y Melkor ponía poca atención en los teleri, pues los consideraba de escaso valor, instrumentos en exceso débiles para sus designios. Pero los noldor se complacían en el conocimiento oculto que podía revelarles; y algunos escuchaban palabras que mejor les hubiera valido no haber oído nunca. Melkor en verdad declaró después que Fëanor había aprendido mucho de él en secreto, y que él lo había instruido en la más grande de todas sus obras; pero mentía por envidia y codicia, pues ninguno de los eldalië odió nunca tanto a Melkor como Fëanor hijo de Finwë, quien por primera vez le dio el nombre de Morgoth; y aunque atrapado en las redes de la malicia de Melkor contra los valar, no habló con él, ni buscó su consejo. Porque sólo el fuego de su propio corazón impulsaba a Fëanor, que trabajaba siempre de prisa y solo; y nunca pidió la ayuda ni buscó el consejo de nadie que habitara en Aman, fuera grande o pequeño, excepto sólo y por un corto tiempo los de su esposa, Nerdanel la Sabia.

 

XI.DE LOS SILMARILS Y LA INQUIETUD DE LOS NOLDOR

 

EL SILMARILLION

En ese tiempo se hizo la que luego tuvo más renombre entre las obras de los elfos. Porque Fëanor, llegado a la plenitud de su capacidad, había concebido un nuevo pensamiento, o quizás ocurrió que una sombra de presciencia le había llegado del destino que se acercaba; y se preguntaba cómo la luz de los Árboles, la gloria del Reino Bendecido, podría preservarse de un modo imperecedero. Entonces inició una faena larga y secreta, recurriendo a toda la ciencia y el poder que poseía y sus sutiles habilidades; y al cabo hizo los Silmarils.

Los Silmarils tenían la forma de tres grandes joyas. Pero no hasta el Fin, cuando regrese Fëanor, que pereció antes de que el sol apareciese, y que se sienta ahora en las Estancias de Espera y no vuelve entre los suyos; no hasta que el sol transcurra y caiga la luna, se conocerá la sustancia de que fueron hechos. Tenía la apariencia del cristal de diamante, y sin embargo era más inquebrantable todavía, de modo que ninguna violencia podía dañarla o romperla en el Reino de Arda. No obstante, ese cristal era a los Silmarils lo que es el cuerpo a los hijos de Ilúvatar: la casa del fuego interior, que está dentro de él y sin embargo también en todas sus partes, y que le da vida. Y el fuego interior de los Silmarils lo hizo Fëanor con la luz mezclada de los Árboles de Valinor, que vive todavía en ellos, aunque los Árboles hace ya mucho que se han marchitado y ya no brillan. Por tanto, aún en la oscuridad de las más profundas arcas los Silmarils resplandecían con luz propia, como las estrellas de Varda; y, sin embargo, como si fueran en verdad criaturas vivientes, se regocijaban en la luz y la recibían y la devolvían con matices aún más maravillosos.

Fëanor por Ted Nasmith

 

Todos los que vivían en Aman sintieron asombro y deleite ante la obra de Fëanor. Y Varda consagró los Silmarils, de modo que en adelante ninguna carne mortal, ni manos maculadas, ni nada maligno podría tocarlos sin quemarse y marchitarse; y Mandos predijo que ellos guardaban dentro los destinos de Arda, la tierra, el mar y el aire. El corazón de Fëanor estaba estrechamente apegado a esas cosas que él mismo había hecho.

Entonces Melkor codició los Silmarils, y le bastaba recordar cómo brillaban para que un fuego le royese el corazón. De allí en adelante, inflamado por este deseo, buscó ansiosamente y aún más que antes la manera de destruir a Fëanor y de poner fin a la amistad entre los valar y los elfos; pero ocultó estos propósitos con astucia, y ninguna malicia podía verse en el semblante que mostraba. Mucho tiempo trabajó, y lentos al principio y baldíos fueron sus afanes. Pero al que siembra mentiras le llega a la larga el tiempo de la cosecha, y pronto puede echarse a descansar mientras otros recogen y siembran en vez de él. Aún Melkor encontró oídos que lo escucharan, y algunas lenguas que agrandaran lo que habían oído; y sus mentiras pasaron de amigo a amigo como secretos cuyo conocimiento prueba la inteligencia de quien los revela. Amargamente pagaron los noldor la locura de haberle prestado oídos en los días que siguieron después.

Cuando vio que muchos lo aceptaban, Melkor anduvo con frecuencia entre ellos, y junto con las palabras dulces entretejía otras, con tanta sutileza que muchos de los que las escuchaban creían al recordarlas que eran pensamientos propios. Conjuraba visiones en sus corazones de los poderosos reinos del este que podrían haber gobernado a voluntad; y cundió el rumor de que los valar habían llevado a los eldar a Aman por causa de los celos, temiendo que la belleza de los quendi y la capacidad de creación con que Ilúvatar los había dotado se volvieran excesivas, y que los valar no fueran capaces de gobernarlos, mientras los elfos medraban y se extendían por las anchas tierras del mundo.

En esos días, aunque los valar tenían conocimiento de la próxima llegada de los hombres, los elfos nada sabían aún, pues Manwë no la había revelado. Pero Melkor les habló en secreto de los hombres mortales, viendo cómo el silencio de los valar podría torcerse para mal. Poco sabía él de los hombres, pues inmerso en sus propios pensamientos musicales, apenas había prestado atención al Tercer Tema de Ilúvatar; pero se decía ahora entre los elfos que Manwë mantenía cautivos a los hombres, para que al fin llegaran a suplantar a los elfos en los reinos de la Tierra Media. Porque advertían los valar que no les sería tan difícil someter a esta raza de corta vida y más débil, arrebatando así a los elfos el legado que Ilúvatar les reservaba. Poca verdad había en esto y jamás lograron los valar tener gran dominio de la voluntad de los hombres; pero muchos de los noldor creyeron, o creyeron a medias, estas palabras malignas.

Así, pues, antes de que los valar se dieran cuenta, la paz de Valinor fue envenenada. Los noldor empezaron a murmurar contra ellos y el orgullo dominó a muchos, que olvidaron cuánto de lo que tenían y conocían era don de los valar. Fiera ardía la nueva llama del deseo de libertad y de anchos reinos en el corazón ansioso de Fëanor; y Melkor se reía en secreto, porque ese blanco había tenido sus mentiras por destino: era a Fëanor a quien odiaba, sobre todo, codiciando siempre los Silmarils. Pero a éstos no le estaba permitido acercarse, porque, aunque Fëanor los llevaba en las grandes fiestas, brillantes sobre la frente, en toda otra ocasión estaban celosamente guardados en las cámaras profundas del tesoro de Tirion. Porque Fëanor empezó a amar los Silmarils con amor codicioso, y los ocultaba a todos excepto a padre y a sus siete hijos; rara vez recordaba ahora que la luz que guardaban no era la luz de él.

Ilustres príncipes fueron Fëanor y Fingolfin, los hijos mayores de Finwë, honrados por todos en Aman; pero ahora se habían vuelto orgullosos y celosos de los derechos y los bienes de cada uno. Entonces Melkor diseminó nuevas mentiras en Eldamar, y a Fëanor le llegó el rumor de que Fingolfin y sus hijos planeaban usurpar el trono de Finwë y el mayorazgo de Fëanor, y suplantarlos con anuencia de los valar; porque disgustaba a los valar que los Silmarils estuvieran en Tirion y no hubieran sido confiados a ellos. Pero a Fingolfin y a Finarfin les dijo: —¡Cuidaos! Poco amor ha sentido hasta hoy el orgulloso hijo de Míriel por los hijos de Indis. Ahora se ha engrandecido y tiene al padre en un puño. ¡No pasará mucho tiempo antes de que os arroje de Túna!

Y cuando Melkor vio que estas mentiras ardían como brasas, y que habían despertado el orgullo y la cólera entre los noldor, les habló de las armas; y en ese tiempo los noldor empezaron a forjar espadas y hachas y lanzas. También hicieron escudos con los signos de muchas casas y clanes que rivalizaban entre sí; y a éstos sólo los llevaban fuera del reino, y de otras armas no hablaban porque cada cual creía que sólo él había recibido la advertencia. Y Fëanor hizo una fragua secreta de la que ni siquiera Melkor sabía; y allí templó feroces espadas para él y para sus hijos, e hizo altos yelmos con penachos rojos. Amargamente lamentó Mahtan el día en que le enseñó al marido de Nerdanel toda la ciencia de la metalurgia que él había aprendido de Aulë.

Así, con mentiras y malignos rumores y falsos consejos, Melkor incitó a los noldor a que lucharan; y de esas disputas llegó con el tiempo el fin de los días ilustres de Valinor y la declinación de su antigua gloria. Porque Fëanor empezó ahora a pronunciarse abiertamente contra los valar, clamando a voces que abandonaría Valinor para volver al mundo de fuera, y que libraría a los noldor del sojuzgamiento, si ellos estaban dispuestos a seguirlo.

Entonces hubo gran inquietud en Tirion, y Finwë se sintió perturbado; y convocó a todos sus señores a celebrar consejo. Pero Fingolfin corrió al palacio de Finwë y se le puso delante diciendo: —Rey y padre, ¿no refrenarás el orgullo de nuestro hermano, Curufinwë, demasiado bien llamado Espíritu de Fuego? ¿Con qué derecho habla en nombre de todo nuestro pueblo como si fuera el rey? Tú fuiste quien ya hace mucho aconsejó a los quendi que aceptaran el llamamiento de los valar a Aman. Tú fuiste quien condujo a los noldor por el largo camino a través de los peligros de la Tierra Media a la luz de Eldamar. Si no te arrepientes ahora, tienes cuando menos dos hijos que honran tus palabras.

Pero mientras todavía hablaba Fingolfin, entró Fëanor en la cámara, armado de arriba abajo: un alto yelmo en la cabeza, y al costado una poderosa espada.

—De modo que es como lo había adivinado—dijo—. Mi medio hermano se me adelanta al encuentro de mi padre en este como en todo otro asunto. —Luego, volviéndose hacia Fingolfin, desenvainó la espada y gritó: —¡Fuera de aquí y ocupa el lugar que te cuadra!

Fingolfin se inclinó ante Finwë y sin decir una palabra, y evitando mirar a Fëanor, abandonó el aposento. Pero Fëanor lo siguió, y lo detuvo a las puertas de la casa del rey; y apoyó la punta de la brillante espada contra el pecho de Fingolfin.                —¡Mira, medio hermano!—dijo—. Esto es más afilado que tu lengua. Trata solo una vez más de usurpar mi sitio y el amor de mi padre y quizá libraré a los noldor del que ambiciona convertirse en conductor de esclavos.

Muchos escucharon estas palabras, porque la casa de Finwë estaba en la gran plaza bajo la Mindon; pero tampoco esta vez Fingolfin respondió, y avanzando en silencio entre la multitud fue en busca de Finarfin, su hermano.

Ahora bien, a los valar no se les había escapado por cierto la inquietud de los noldor, pero la semilla de esta inquietud había sido sembrada en la oscuridad; y, como Fëanor fue quien primero habló en contra de los valar, éstos creyeron que él era el promotor del descontento, pues tenía reputación de obstinado y arrogante, aunque todos los noldor eran ahora orgullosos. Y Manwë estaba apenado, pero observó y no dijo palabra alguna. Los valar habían traído a los eldar a aquellas tierras sin quitarles la libertad, y eran dueños de morar en ella o de partir; y aunque juzgaran que la partida era una locura, no la impedirían. Pero ahora la conducta de Fëanor no podía pasarse en silencio, y los valar estaban enfadados y afligidos; y Fëanor fue llamado a comparecer ante ellos a las puertas de Valmar, para que respondiera de todas sus palabras y actos. También fueron convocados todos los otros que habían tenido parte en este asunto o algún conocimiento de él; y a Fëanor, de pie ante Mandos en el Anillo del Juicio, se le ordenó que respondiese a todo lo que se le preguntara. Entonces, por fin, la raíz quedó al desnudo, y revelada la malicia de Melkor; y sin demora Tulkas abandonó el consejo para echarle mano y llevarlo de nuevo a juicio. Pero no se consideró que Fëanor no tuviera culpa, porque él había sido el que quebrantara la paz en Valinor y desenvainara la espada contra su pariente; y Mandos le dijo: —Tú hablas de esclavitud. Si esclavitud es en verdad, no puedes escaparte; porque Manwë es rey de Arda y no sólo de Aman. Y esa acción fue contra la ley, fuera en Aman o no. Por tanto, este juicio se dicta ahora: por doce años abandonarás Tirion, donde se habló de esta amenaza. En ese tiempo reflexiona y recuerda quién y qué eres. Pero al cabo de ese tiempo, este asunto quedará saldado y enderezado, si hay gente que esté dispuesta a liberarte.

Entonces Fingolfin dijo: —Yo liberaré a mi hermano—. Pero Fëanor no dio respuesta alguna allí ante los valar. En seguida se volvió y abandonó el consejo y partió de Valmar.

Junto con él partieron al destierro sus siete hijos, y al norte de Valinor construyeron una plaza fuerte y cámaras de tesoros; y allí, en Formenos, se atesoró un gran número de gemas, y también armas, y los Silmarils fueron guardados en una cámara de hierro. Allí fue también Finwë, el rey, por causa del amor que profesaba a Fëanor; y Fingolfin gobernó a los noldor en Tirion. Así, las mentiras de Melkor se hicieron verdad en apariencia, aunque Fëanor, con su propia conducta, había sido causa de que esto ocurriese; y la amargura que Melkor había sembrado subsistió, y sobrevivió todavía mucho tiempo entre los hijos de Fingolfin y Fëanor.

 

Al saber Melkor que sus maquinaciones habían sido descubiertas, se escondió y se trasladó de sitio en sitio como una nube en las colinas, y Tulkas lo buscó en vano. Entonces le pareció al pueblo de Valinor que la luz de los Árboles había menguado, y que la sombra de todas las cosas erguidas se alargaba y se oscurecía.

Se dice que por un tiempo no volvió a verse a Melkor en Valinor ni tampoco se oían rumores acerca de él, hasta que un buen día apareció y habló con Fëanor ante las puertas de Formenos. Fingió amistad con argumentos astutos e insistió en que volviera a pensar en librarse del estorbo de los valar; y dijo: —Considera la verdad de todo cuanto he dicho y cómo has sido desterrado injustamente. Pero si el corazón de Fëanor es todavía libre y audaz como lo fueron sus palabras en Tirion, lo ayudaré entonces y lo llevaré lejos de la estrechez de esta tierra. Pues ¿no soy yo también un vala acaso? Sí, y más todavía que los que moran orgullosos en Valimar; y he sido siempre amigo de los noldor, el más valiente y capaz de los pueblos de Arda.

Todavía había amargura en el corazón de Fëanor por la humillación sufrida ante Mandos, y miró a Melkor en silencio, preguntándose si aún podía confiar en él y si lo ayudaría a huir. Y Melkor, viendo que Fëanor vacilaba y sabiendo que los Silmarils lo tenían dominado, dijo por último: —He aquí una plaza fuerte y bien guardada; pero no creas que los Silmarils estarán seguros en cualquier cámara que se encuentre en el reino de los valar.

Pero la astucia de Melkor sobrepasó el blanco; sus palabras llegaron demasiado hondo, y alentaron un ruego más fiero que el que se proponía; y Fëanor miró a Melkor con ojos que ardían a través de una dulce apariencia, y horadaron las nieblas de la mente de Melkor, advirtiendo en ella la feroz codicia que despertaban los Silmarils. Entonces el odio pudo más que el miedo en Fëanor, y maldijo a Melkor y lo arrojó de su lado diciéndole: —¡Vete de mis portales, carne del presidio de Mandos!—Y cerró las puertas de su casa en la cara del más poderoso de los moradores de Eä.

Melkor partió entonces avergonzado, porque él mismo estaba en peligro y no veía llegado aún el momento de la venganza; pero la cólera le había ennegrecido el corazón, y Finwë tuvo mucho miedo y envió de prisa mensajeros a Manwë, en Valmar.

Ahora bien, cuando los mensajeros llegaron de Formenos, los valar estaban reunidos en consejo a las puertas, asustados por la prolongación de las sombras. Enseguida Oromë y Tulkas se pusieron en pie de un salto, pero cuando ya se disponían a lanzarse a la carrera, llegaron mensajeros de Eldamar con la nueva de que Melkor había huido a través del Calacirya y que desde la colina de Túna los elfos lo habían visto pasar, furioso como una nube de tormenta. Y dijeron que desde allí se había vuelto hacia el norte, porque los teleri habían visto la sombra de Melkor sobre el puerto, hacia Araman.

Así Melkor abandonó Valinor y por un tiempo los Dos Árboles volvieron a brillar sin sombra, y la tierra se colmó de luz. Pero los valar quisieron en vano tener nuevas de su enemigo; y como una nube alejada y cada vez más alta, llevada por un lento viento helado, una duda empañaba ahora la alegría de los habitantes de Aman, pues tenían miedo de un daño desconocido que aún podía acaecerles.



XII.DEL OSCURECIMIENTO DE VALINOR

 

EL SILMARILLION 

Cuando Manwë oyó qué camino había seguido Melkor, le pareció evidente que se proponía escapar a sus viejas fortalezas al norte de la Tierra Media; y Oromë y Tulkas marcharon de prisa hacia el norte con intención de alcanzarlo si era posible, pero no encontraron de él ni rastros ni rumores más allá de las costas de los teleri, en los baldíos despoblados que llegaban casi hasta el Hielo. En adelante se redobló la vigilancia a lo largo de los cercados septentrionales de Aman; pero en vano, porque aún antes de que se hubiera iniciado la persecución, Melkor había regresado y había pasado en secreto alejándose hacia el sur. Porque era aún como uno de los valar, y podía cambiar de forma, o andar desnudo al igual que sus hermanos; aunque pronto habría de perder para siempre ese poder.

Así, sin ser visto, llegó por fin a la región oscura de Avathar. Esa tierra angosta se encontraba al sur de la bahía de Eldamar, al pie oriental de las Pelóri, y sus prolongadas y lúgubres costas se extendían hacia el sur, sombrías e inexploradas. Allí, bajo los muros despojados de las montañas y el frío y oscuro mar, las sombras eran más profundas y espesas que en ningún otro sitio del mundo; y allí, en Avathar, secreta y desconocida, Ungoliant había construido su morada. Los eldar no sabían de dónde venía ella; pero han dicho algunos que hace ya muchas edades descendió desde la oscuridad que está más allá de Arda, cuando Melkor miró por primera vez con envidia el Reino de Manwë, y que en el principio ella fue uno de aquellos que él corrompió para que lo sirvieran. Pero ella había renegado de su Amo en el deseo de convertirse en dueña de su propia codicia, apoderándose de todas las cosas para así alimentar su propio vacío; y huyó hacia el sur, escapando de los ataques de los valar y de los cazadores de Oromë, pues éstos siempre habían vigilado el norte, y por mucho tiempo el sur fue descuidado. Desde allí se había arrastrado hacia la luz del Reino Bendecido; porque tenía hambre de luz y a la vez la odiaba.

Vivía en una hondonada y había tomado la forma de una araña monstruosa, tejiendo sus negras telas en una hendidura de las montañas. Allí absorbía toda la luz y la devolvía como una red oscura de asfixiante lobreguez, hasta que ya no le llegaba ninguna luz; y estaba hambrienta.

Entonces vino Melkor a Avathar y la buscó hasta encontrarla; y adoptó nuevamente la forma que había tenido como tirano de Utumno: un oscuro Señor, alto y terrible. Esta forma la conservó para siempre. Allí, en las sombras negras, más allá aún de lo que Manwë alcanzaba a ver desde sus más elevadas estancias, Melkor y Ungoliant discutieron la venganza que él había planeado. Pero cuando Ungoliant comprendió los propósitos de Melkor, quedó desgarrada entre la codicia y el miedo; porque temía desafiar los peligros de Aman y el poder de los espantables señores, y de ningún modo quería moverse de su escondite. Por tanto, Melkor le dijo: —Haz lo que pido; si aún estás hambrienta cuando todo esté consumado, te daré entonces lo que tu codicia exija. Sí, con ambas manos—Hizo esta promesa a la ligera, como siempre; y se reía en secreto. De esta manera el ladrón mayor le tendió una trampa al ladrón menor.

Una capa de oscuridad tejió Ungoliant alrededor de los dos cuando se pusieron en marcha: una No-luz en la que las cosas ya no parecían ser y que los ojos no podían penetrar, porque estaba vacía. Entonces, lentamente, tendió Ungoliant las telas: hilado tras hilado, de grieta a grieta, de roca protuberante a pináculo rocoso, siempre en ascenso, trepando, arrastrándose y adhiriéndose, hasta que por último alcanzaron la cima misma de Hyarmentir, la más alta montaña de esa región del mundo, muy lejos al sur de la gran Taniquetil. Allí los valar no montaban vigilancia; porque al oeste de las Pelóri había una tierra vacía y penumbrosa, y al este, salvo la olvidada Avathar, las montañas sólo miraban a las oscuras aguas del mar sin senderos.

Pero ahora, la oscura Ungoliant se encontraba sobre la cima de la montaña; e hizo una escala de cuerdas tejidas y la dejó caer, y Melkor trepó y llegó a aquel elevado sitio, y se irguió junto a ella mirando allá abajo el Reino Guardado. Por debajo se extendían los bosques de Oromë y hacia el oeste brillaban tenues los campos y los pastizales de Yavanna, dorados bajo el alto trigo de los dioses. Pero Melkor miraba hacia el norte y vio a lo lejos la llanura resplandeciente y las cúpulas plateadas de Valmar que refulgían a la luz mezclada de Telperion y Laurelin. Entonces Melkor rio muy alto y se echó a correr saltando por las largas pendientes occidentales; y Ungoliant iba con él y la oscuridad los cubría.

Era entonces tiempo de festividad, como Melkor sabía bien. Aunque todas las mareas y las estaciones seguían la voluntad de los valar, y no había en Valinor invierno de muerte, ellos moraban en el Reino de Arda, que no era más que un reino minúsculo en las estancias de Eä, cuya vida es el Tiempo, que fluye siempre desde la primera nota hasta el último acorde de Eru. Y aunque entonces el deleite de los valar (como se cuenta en la Ainulindalë) era ponerse como una vestidura las formas de los hijos de Ilúvatar, también comían y bebían, y recogían los frutos de Yavanna, sacados de la Tierra, que habían hecho por voluntad de Eru.

Melkor y Ungoliant por John Howe

 

Por tanto, Yavanna había ordenado las épocas de floración y madurez de todo lo que crecía en Valinor; y con cada primera cosecha Manwë convocaba una gran fiesta en alabanza de Eru, y todos los pueblos de Valinor vertían su alegría en música y canciones sobre el Taniquetil. Esta era la hora, y Manwë había decretado una fiesta más gloriosa que ninguna celebrada antes desde la llegada de los eldar a Aman. Porque, aunque la huida de Melkor hacía presagiar afanes y dolores, y nadie podía conocer los daños que aún sobrevendrían, antes de que pudieran volver a someterlo, en esta ocasión Manwë decidió poner remedio al mal surgido entre los noldor; y todos fueron invitados a ir a los palacios de Taniquetil, para dejar allí de lado las querellas que separaban a los príncipes y olvidar por completo las mentiras del Enemigo.

Asistieron los vanyar, y asistieron los noldor de Tirion, y acudieron juntos los maiar, y los valar lucían toda su belleza y majestad; y cantaron ante Manwë y Varda en las altas estancias o danzaron en las verdes pendientes de la montaña que miraba al oeste hacia los Árboles. Ese día las calles de Valmar quedaron desiertas y las escaleras de Tirion estuvieron en silencio; y toda la tierra dormía en paz. Sólo los teleri, más allá de las montañas, cantaban todavía a orillas del océano; pues poco caso hacían del tiempo o las estaciones, o de los cuidados de los Regidores de Arda, o de la sombra que había caído sobre Valinor, pues no los había afectado hasta entonces.

Sólo una cosa estropeaba el propósito de Manwë. Fëanor había venido, por cierto, porque sólo a él Manwë le había ordenado asistencia; pero Finwë no se presentó, ni ningún otro de los noldor de Formenos. Porque, dijo Finwë: —En tanto dure el destierro impuesto a mi hijo, y no pueda presentarse en Tirion, me privo a mí mismo de la corona y no he de reunirme con mi pueblo. —Y Fëanor llegó vestido de fiesta y no llevaba ornamento alguno, ni plata, ni oro, ni gemas; y se negó a que los valar y los eldar contemplaran los Silmarils, y los dejó guardados en Formenos en la cámara de hierro. No obstante, se encontró con Fingolfin ante el trono de Manwë y se reconcilió con él, de palabra; y Fingolfin no intentó desenvainar la espada. Tendió la mano a Fingolfin diciendo: —Tal como lo prometí, lo hago ahora. Salgo en tu descargo y no recuerdo ya ofensa alguna.

Entonces Fëanor le tomó la mano en silencio; pero Fingolfin dijo: —Mediohermano por la sangre, hermano entero seré por el corazón. Tú conducirás y yo te seguiré. Que ninguna querella nos divida.

—Te oigo—dijo Fëanor—. Así sea.—Pero nadie sabía el posible significado de esas palabras.

Se dice que cuando Fëanor y Fingolfin estaban ante Manwë, las luces de los árboles se mezclaron, y en la silenciosa ciudad de Valmar hubo un fulgor de plata y oro. Y a esa misma hora precisa Melkor y Ungoliant llegaron precipitados a los campos de Valinor como la sombra de una nube oscura que pasa sobre la tierra iluminada por el sol; y llegaron ante el verde montículo de Ezellohar. Entonces la No-luz de Ungoliant subió hasta las raíces de los Árboles, y Melkor saltó sobre el montículo; y con su lanza negra hirió a cada árbol hasta la médula, los hirió profundamente, y la savia manaba como si fuese sangre y se derramó por el suelo. Pero Ungoliant la absorbía y yendo de árbol a árbol aplicaba el pico negro a las heridas hasta que quedaron desecadas; y el veneno de Muerte que había en ella penetró en los tejidos y los marchitó: raíz, ramas y hojas; y murieron. Y ella aún tenía sed, y yendo a las Fuentes de Varda, bebió de ellas hasta dejarlas secas; pero eructaba vapores negros mientras bebía, y se hinchó hasta tener una forma tan grande y espantosa que Melkor sintió mucho miedo.

 

Así la gran oscuridad descendió sobre Valinor. De los hechos de ese día se habla en el Aldudénië, que compuso Elemmirë de los vanyar y es conocido de todos los eldar. Pero no existe canto ni libro que pueda contener toda la aflicción y el terror que hubo entonces. La Luz menguó; pero la Oscuridad que sobrevino no fue tan sólo pérdida de luz. Fue una Oscuridad que no parecía una ausencia, sino una cosa con sustancia: pues en verdad había sido hecha maliciosamente con la materia de la Luz, y tenía poder de herir el ojo y de penetrar el corazón y la mente y de estrangular la voluntad misma.

Varda miró hacia abajo desde Taniquetil y vio la Sombra que se elevaba en súbitas torres de lobreguez; Valmar había naufragado en un profundo mar nocturno. Pronto la montaña sagrada se erguía sola, una última isla en un mundo anegado. Todo canto cesó. Había silencio en Valinor y no se oía ningún sonido, sólo a lo lejos el lamento de los teleri, como el grito frío de las grullas. Venía entre las montañas con el viento que a esa hora soplaba helado desde el este, y las vastas sombras del mar rompían contra los muros de la costa.

Pero Manwë miraba desde el alto trono, y sólo él alcanzó a horadar la noche hasta que tropezó con una Oscuridad más allá de lo oscuro; y supo que Melkor había venido y había partido.

Entonces empezó la persecución; y la tierra tembló bajo los caballos del ejército de Oromë, y el fuego que relumbró bajo los cascos de Nahar fue la primera luz que volvió a Valinor. Pero no bien llegaron los jinetes a la Nube de Ungoliant, quedaron enceguecidos y desanimados y no sabían por dónde iban; y el sonido del Valaróma vaciló y se perdió. Y Tulkas parecía atrapado en una red negra por la noche, y nada podía hacer y batía el aire en vano. Pero cuando la Oscuridad hubo pasado, ya era tarde: Melkor se había ido, y la venganza estaba consumada.

 


XIII.DE LA HUIDA DE LOS NOLDOR

 

EL SILMARILLION

Al cabo de un tiempo una gran concurrencia se reunió en el Anillo del Juicio; y los valar se sentaron en la sombra, porque era de noche. Pero las estrellas de Varda brillaban en lo alto y el aire estaba claro; pues los vientos de Manwë habían barrido los vapores de muerte y habían devuelto las sombras al mar. Entonces Yavanna se incorporó y se irguió sobre Ezellohar, el Montículo Verde, pero estaba desnudo ahora, y negro; y puso las manos sobre los árboles, pero éstos estaban muertos y oscuros, y cada rama que tocaba se quebraba y caía marchita a sus pies. Entonces muchas voces se alzaron en lamentaciones; y les pareció a los que se apesadumbraban que habían bebido hasta las heces la copa de dolor que Melkor había escanciado para ellos. Pero no era así.

Yavanna habló ante los valar, diciendo: —La luz de los Árboles se ha ido, y ahora vive sólo en los Silmarils de Fëanor. ¡Previsor ha sido! Aún para los más poderosos bajo la égida de Ilúvatar hay una obra que sólo pueden llevar a cabo una única vez. Di ser a la Luz de los Árboles, y en los confines de Eä nunca más podré hacerlo. Sin embargo, si yo dispusiese de un poco de esa luz, podría devolver la vida a los Árboles antes de que las raíces se corrompieran; y entonces nuestras heridas tendrían remedio, y la malicia de Melkor quedaría confundida.

Entonces intervino Manwë y dijo: —¿Oyes, Fëanor hijo de Finwë, las palabras de Yavanna? ¿Concederás lo que pide?

Hubo un largo silencio, pero Fëanor no respondió. Tulkas gritó entonces: —¡Di, oh, noldo, sí o no! Pero ¿quién ha de negarse a Yavanna? Y ¿no vino de su obra en un principio la luz de los Silmarils?

Pero Aulë el Hacedor dijo: —¡No tengas prisa! Pedimos algo más grande que nada que tú conozcas. Concédele paz por un instante.

Pero Fëanor habló entonces y gritó amargamente: —Para los pequeños, como para los mayores, hay siempre algo que sólo pueden hacer una vez; y luego el corazón ha de reposar. Puede que sea posible abrir mis joyas, pero nunca otra vez haré otras parecidas; y si he de romperlas, se me romperá el corazón y seré asesinado; el primero de entre todos los eldar en Aman.

—No el primero—dijo Mandos, pero nadie entendió estas palabras; y una vez más hubo silencio mientras Fëanor meditaba en la oscuridad. Le parecía estar engarzado en un anillo de enemigos, y le volvieron a la memoria las palabras de Melkor: los Silmarils no estarían seguros en manos de los valar. "¿Y no es él vala como ellos?" le decía el corazón. "¿Y no entiende acaso lo que ellos sienten? ¡Sí, es un ladrón el que delata a los ladrones!" Entonces vociferó: —No lo haré de propia voluntad. Pero si los valar me obligan, sabré entonces con seguridad que Melkor es como ellos.

Entonces Mandos dijo: —Has hablado—. Y Nienna se puso en pie y fue a Ezellohar, y echó atrás la capucha gris y lavó con lágrimas las inmundicias de Ungoliant; y cantó doliéndose de la amargura del mundo y la injuria de Arda.

Pero mientras Nienna aún se lamentaba, llegaron mensajeros de Formenos, y eran gente de los noldor que traían nuevas de infortunio. Porque contaron cómo una ciega Oscuridad había avanzado hacia el norte, y en medio de ella se movía cierto poder para el que no había nombre, y la Oscuridad salía de él mismo. Pero Melkor también estaba allí, y fue a la casa de Fëanor, y mató a Finwë, rey de los noldor, delante de las puertas, y derramó la primera sangre en el Reino Bendecido; porque sólo Finwë no había huido del horror de lo Oscuro. Y contaron que Melkor había quebrantado la fortaleza de Formenos y se había apoderado de todas las joyas de los noldor que allí estaban guardadas; y los Silmarils habían desaparecido.

Entonces Fëanor se levantó, y alzando la mano ante Manwë, maldijo a Melkor llamándolo Morgoth, Negro Enemigo del mundo; y desde entonces y para siempre los eldar sólo lo conocieron por ese nombre. Y maldijo también el llamamiento de Manwë y la hora en que había acudido a Taniquetil, pensando en medio de la locura a que lo habían llevado la rabia y la pena que si se hubiera encontrado en Formenos, la fuerza le hubiera valido al menos para que no lo mataran a él también, como Melkor se había propuesto. Entonces Fëanor abandonó a la carrera el Anillo del Juicio y se internó en la noche; porque Finwë le era más querido que las obras incomparables de sus manos o que la luz de Valmar; y ¿quiénes entre los hijos, sean de elfos o de hombres, han tenido a sus padres en más alta estima?

Muchos allí se afligieron por el dolor de Fëanor, pero la pérdida por él sufrida no era suya solamente; y Yavanna lloró junto al montículo, temiendo que la Oscuridad devorara para siempre los últimos rayos de la Luz de Valinor. Porque aunque los valar aún no entendían del todo qué pasaba, advertían que Melkor había pedido ayuda a algo que procedía de más allá de Arda. Los Silmarils habían desaparecido y no importaba en apariencia que Fëanor le hubiera dicho sí o no a Yavanna; sin embargo, si hubiera consentido desde un principio, antes de que las nuevas llegaran desde Formenos, quizá no hubiese podido acometer lo que hizo después. Pero el destino de los noldor estaba ahora cada vez más cerca.

Entretanto Morgoth, al huir de la persecución de los valar, llegó a los baldíos de Araman. Esta tierra se extendía hacia el norte, entre las montañas de las Pelóri y el Gran Mar, como Avathar se extendía hacia el sur; pero Araman era una región más vasta, y entre las costas y las montañas había tierras yermas, cada vez más frías a medida que se aproximaban al Hielo. Por esta región Morgoth y Ungoliant pasaron de prisa, y así llegaron a través de las grandes nieblas de Oiomúrë al Helcaraxë, el estrecho entre Araman y la Tierra Media, todo de hielo crujiente; y él lo cruzó, y regresó por fin al norte de las Tierras Exteriores. Juntos siguieron avanzando, porque Morgoth no podía eludir a Ungoliant, y la nube de Ungoliant todavía lo envolvía y todos los ojos de ella estaban fijos en Morgoth; y llegaron a esas tierras que se extienden al norte del estuario de Drengist. Se acercaba ahora Morgoth a las ruinas de Angband, donde se había levantado una gran fortaleza occidental; y Ungoliant cayó en la cuenta de cuál era la esperanza de Morgoth y supo que allí intentaría huir, y lo detuvo exigiéndole que cumpliera lo que había prometido.

—¡Negro corazón!—dijo—. He hecho lo que me pediste. Pero todavía estoy hambrienta.

—¿Qué más quieres?—dijo Morgoth—. ¿Deseas meterte el mundo entero en la barriga? No prometí darte eso. Soy el Señor.

—No pretendo tanto—dijo Ungoliant—. Pero obtuviste un gran tesoro en Formenos; eso quiero. Sí, con ambas manos me lo darás.

Entonces por fuerza cedió Morgoth las gemas que llevaba consigo, una por una y a regañadientes; y ella las devoró y la belleza de las piedras murió para el mundo. Más grande y oscura se volvió Ungoliant, pero su codicia no estaba satisfecha todavía. —Con una mano das—dijo—; sólo con la izquierda. Abre la otra mano.

En la mano derecha llevaba Morgoth apretados los Silmarils, y aunque estaban encerrados en un cofrecillo de cristal, habían empezado a quemarlo y el dolor le agarrotaba la mano, pero no la abría. —¡No!—dijo—. Has recibido lo que te adeudaba. Porque con el poder que puse en ti consumaste tu obra. Ya no te necesito. No tendrás estas cosas, ni las verás. Las nombro mías para siempre.

Pero Ungoliant había crecido y Morgoth era ahora más pequeño a causa del poder que había salido de él; y ella se irguió enfrentándolo, y lo encerró en su nube y lo atrapó en una red de cuerdas pegajosas para estrangularlo. Entonces Morgoth lanzó un grito terrible cuyos ecos resonaron en las montañas. Fue así que esa región se llamó Lammoth; porque esos ecos la habitaron después para siempre, y despertaban cada vez que alguien gritaba allí, y todas las tierras yermas entre las colinas y el mar se llenaban de un clamor de voces angustiadas. El grito de Morgoth a esa hora fue el más grande y terrible de los que se habían oído en el mundo del norte; las montañas se sacudieron y la tierra tembló y las rocas se partieron. En abismos olvidados se oyó ese grito. Muy por debajo de las estancias en ruinas de Angband, en cuevas que los valar habían olvidado en la prisa del ataque, los balrogs, que aún acechaban esperando el regreso del Señor, se levantaron ahora con rapidez, y precipitándose por Hithlum llegaron a Lammoth como una tempestad de fuego. Con los látigos de llamas rompieron las telas de Ungoliant, y ella se amedrentó y se volvió eructando vapores negros para ocultarse y escapar, y huyendo del norte descendió a Beleriand y vivió bajo Ered Gorgoroth, en el valle oscuro que se llamó después Nan Dungortheb, el valle de la Muerte Terrible, por causa del horror que ella crio en ese sitio; porque otras inmundas criaturas arácnidas habían morado allí desde los días de la excavación de Angband, y Ungoliant se acopló con ellas y las devoro; y aún después que ella se fue, internándose en el olvidado sur del mundo, los vástagos continuaron allí y tejieron unas telas horribles. Ningún libro cuenta qué fue de Ungoliant. Sin embargo han dicho algunos que el fin le llegó hace ya mucho tiempo, cuando acuciada por el hambre, terminó por devorarse a sí misma.

Y así, pues, lo que Yavanna temía, que Ungoliant devorara los Silmarils y éstos se desvanecieran en nada, no llegó a ocurrir, pero las piedras quedaron en poder de Morgoth. Y Morgoth, libre otra vez, reunió a todos los sirvientes que pudo encontrar y se encaminó a las ruinas de Angband. Allí cavó de nuevo unas vastas cavernas y mazmorras, y por encima de las puertas levantó las cumbres triples de Thangorodrim, y enroscó para siempre alrededor una espesa emanación de humo oscuro. Las huestes de bestias y demonios llegaron a ser allí innumerables, y la raza de los orcos, criada muchos años atrás, creció y se multiplicó en las entrañas de la tierra. Oscura era ahora la sombra sobre Beleriand, como se cuenta más tarde; pero Morgoth forjó en Angband una gran corona de hierro, y se llamó a sí mismo rey del mundo. Como señal de esto, engarzó en la corona los Silmarils. Las manos se le ennegrecieron quemadas por el contacto con esas joyas sagradas, y desde entonces fueron siempre negras; nunca se alivió tampoco del dolor de la quemadura, ni de la ira del dolor. En ningún momento se quitaba la corona, aunque el peso lo abrumaba mortalmente. Sólo una vez dejó en secreto los dominios del norte; y a decir verdad en raras ocasiones abandonaba los lugares profundos de la fortaleza, y mandaba a sus ejércitos desde el trono septentrional. Y también sólo una vez esgrimió un arma, mientras gobernó el reino.

Porque ahora, más que en los días de Utumno, antes de que su orgullo fuera humillado, lo devoraba el odio, y se consumía en la tarea de dominar a sus sirvientes e inculcarles el deseo del mal. No obstante, conservó largo tiempo la majestad de los valar, aunque cambiada en terror, y al encontrarse con él frente a frente, todos, excepto los más poderosos, se hundían en un oscuro precipicio de miedo.

 

Ahora bien, cuando se supo que Morgoth había escapado de Valinor y que de nada servía perseguirlo, los valar permanecieron largo tiempo sentados en la oscuridad, en el Anillo del Juicio, y los maiar y los vanyar lloraban de pie junto a ellos; pero la mayoría de los noldor volvieron a Tirion y se lamentaron por el oscurecimiento de la bella ciudad. A través de la barranca oscura del Calacirya venían flotando unas nieblas desde los mares sombríos y cubrían las torres como mantos, y la lámpara de la Mindon ardía pálida en la lobreguez.

Entonces, de pronto, apareció Fëanor en la ciudad y convocó a todos a la ilustre corte del rey en la cima de Túna; pero la condena al destierro que le había sido impuesta no estaba levantada todavía, y él se rebeló contra los valar. Una gran multitud se reunió rápidamente para escuchar lo que tuviera que decir; y la luz de las muchas antorchas que cada cual llevaba en la mano iluminaba las colinas y todas las escaleras y calles que subían por ella. Fëanor era un maestro de las palabras y tenía gran poder sobre los corazones cada vez que hablaba, y esa noche pronunció un discurso ante los noldor que éstos siempre recordaron. Fieras y salvajes fueron las palabras de Fëanor, y colmadas de cólera y de orgullo; y al escucharlas los noldor se sintieron movidos a la locura. Fëanor habló sobre todo de Morgoth, con odio y cólera, y sin embargo, casi todo cuanto dijo procedía de las mentiras de Morgoth mismo; pero Fëanor, transido de dolor por el asesinato de su padre y de angustia por el robo de los Silmarils, reclamó el reinado sobre todos los noldor, desde que Finwë estaba muerto, y despreció los decretos de los valar.

—¿Por qué, oh, pueblo de los noldor—exclamó—, por qué habremos de servir a los celosos valar, que no pueden protegernos ni protegerse del Enemigo? Y aunque sea ahora un adversario ¿no pertenecen ellos y él a un mismo linaje? La venganza me llama desde aquí, pero aun cuando así no fuese, no querría yo vivir más tiempo en la misma tierra con el linaje del asesino de mi padre y del ladrón de mi tesoro. Pero no soy el único valiente en este pueblo de valientes. ¿Y no habéis perdido todos a vuestro rey? ¿Y qué más no habéis perdido, aquí encerrados en una tierra estrecha entre las montañas y el mar? Aquí una vez hubo luz, que los valar mezquinaron a la Tierra Media, pero ahora la oscuridad lo nivela todo. ¿Nos lamentaremos aquí siempre inactivos, pueblo de sombras, moradores de la niebla, vertiendo lágrimas vanas en el mar indiferente? ¿O volveremos a nuestra patria? En Cuiviénen fluían dulces las aguas bajo las estrellas de un cielo sin nubes, y vastas eran las tierras, por las que podía andar un pueblo libre. Allí se extienden todavía y nos aguardan, a nosotros que las abandonamos en un momento de locura. ¡Venid! ¡Que los cobardes guarden la ciudad!

Largamente habló, instando siempre a los noldor a que lo siguieran, y a ganar ellos mismos la libertad y grandes reinos en las tierras del este, antes de que fuera demasiado tarde; porque repetía las mentiras de Melkor, que los valar los habían engañado y pretendían mantenerlos cautivos para que los hombres pudieran regir en la Tierra Media. Muchos de los eldar oyeron hablar por primera vez de los segundos nacidos. —¡Hermoso será el fin—exclamó Fëanor—, aunque largo y áspero el camino! ¡Decid adiós al sometimiento! ¡Pero decid adiós también a la holgura! ¡Decid adiós a los débiles! ¡Decid adiós a vuestros tesoros! Porque iremos más lejos que Oromë, soportaremos más durezas que Tulkas: nunca dejaremos de intentarlo. ¡Tras Morgoth hasta el fin de la Tierra! Combatiremos contra él y nuestro odio será imperecedero. Pero cuando lo hayamos conquistado y recuperemos los Silmarils, nosotros y sólo nosotros seremos los señores de la Luz inmaculada y amos de la beatitud y la belleza de Arda. ¡Ninguna otra raza nos despojará!

Entonces pronunció Fëanor un terrible juramento. Los siete hijos se acercaron a él de un salto y juntos hicieron el mismo voto, y rojas como la sangre brillaron las espadas al resplandor de las antorchas. Era un juramento que nadie puede quebrantar ni nadie ha de pronunciar, aún en nombre de Ilúvatar, y pidieron para ellos la Oscuridad Sempiterna si no lo cumplían; y a Manwë nombraron como testigo, y a Varda, y a la montaña sagrada de Taniquetil, prometiendo perseguir con odio y venganza hasta el fin del mundo a vala, demonio, elfo u hombre aún no nacidos, o a cualquier otra criatura, grande o pequeña, buena o mala, a la que el tiempo diese origen desde ahora hasta la consumación de los días, que guardara, tomara o arrebatara uno de los Silmarils de Fëanor.

El juramento de Fëanor por Jenny Dolfen

 

Así hablaron Maedhros y Maglor y Celegorm, Curufin y Caranthir, Amrod y Amras, príncipes de los noldor; y muchos se descorazonaron al oír las terribles palabras. Porque así dicho, un juramento, malo o bueno, no puede quebrantarse, y perseguirá tanto al que lo cumple como al que lo quebranta hasta el fin del mundo. Fingolfin y su hijo Turgon hablaron por tanto en contra de Fëanor, y despertaron palabras fieras, de modo que una vez más la ira estuvo cerca del filo de las espadas. Pero Finarfin habló dulcemente, como le era habitual, e intentó apaciguara los noldor, pidiéndoles que se detuvieran y meditaran antes que se hiciera algo que no pudiera deshacerse; y Orodreth[11], solo entre sus hijos, habló de igual manera; pero Galadriel, la única mujer de los noldor que se mantuvo erguida y valerosa entre los príncipes contendientes, estaba ansiosa por partir.[12] No pronunció ningún juramento, pero las palabras de Fëanor sobre la Tierra Media le habían ardido en el corazón, y anhelaba ver las amplias tierras sin custodia y gobernar allí un reino a su propia voluntad. Lo mismo que Galadriel pensaba Fingon hijo de Fingolfin, también movido por las palabras de Fëanor, aunque poco lo amaba; y con Fingon estuvieron, como siempre, Angrod y Aegnor, hijos de Finarfin. Pero éstos mantuvieron la calma y no hablaron contra sus padres.

Por fin, después de un prolongado debate, prevaleció Fëanor, y a la mayor parte de los noldor allí reunidos inflamó con el deseo de nuevas cosas y países extraños. Por tanto, cuando Finarfin habló aún otra vez pidiendo reflexión y tiempo, un gran grito se alzó: —¡No, partamos!—. Y sin dilación Fëanor y sus hijos se prepararon para emprender la marcha.

Poca previsión podía haber entre los que se atrevían a tomar una senda tan oscura. No obstante, todo se hizo con excesiva prisa; porque Fëanor los impulsaba temiendo que al enfriárseles el corazón las palabras que él había dicho se marchitaran, y prevalecieran otros consejos; y a pesar de todo el orgullo que había mostrado no olvidaba el poder de los valar. Pero de Valmar no llegó mensaje alguno, y Manwë se mantenía en silencio. No estaba dispuesto a prohibir o estorbar el propósito de Fëanor; porque a los valar les ofendía que se los hubiese acusado de malas intenciones para con los eldar, o de que retuvieran a alguien por la fuerza. Ahora observaban y esperaban, porque no creían todavía que Fëanor pudiera someter a los noldor.

Y en verdad cuando Fëanor empezó a dar órdenes a los noldor para ponerse en camino, las discusiones comenzaron. Porque aunque había persuadido a la asamblea de que era necesario partir, no todos pensaban que Fëanor tuviese que ser el rey. Fingolfin y sus hijos eran los más amados, y los de su casa y la mayor parte de los habitantes de Tirion se negaron a abandonar a Fingolfin, si él los acompañaba; y así por fin, como dos huestes separadas, emprendieron los noldor el amargo camino. Fëanor y sus seguidores iban a la vanguardia, pero la hueste mayor iba detrás, fiel a Fingolfin; y éste marchaba de mala gana y sólo porque se lo pedía Fingon, su hijo, y porque no quería separarse de su pueblo que ansiaba partir, ni dejarlos librados a los precipitados consejos de Fëanor. Tampoco olvidaba lo que había dicho ante el trono de Manwë. Con Fingolfin iba también Finarfin, y por razones parecidas; pero era él a quien más le repugnaba partir. Y de todos los noldor de Valinor, ahora ya un gran pueblo, sólo una décima parte rehusó ponerse en camino: algunos por el amor que tenían a los valar (y de todos ellos no era Aulë el menos amado), otros por el amor de Tirion y las muchas cosas que allí habían hecho; ninguno por temor a los peligros del camino.

Pero mientras resonaba la trompeta y salía Fëanor por las puertas de Tirion, llegó por fin un mensajero de Manwë diciendo: —A la locura de Fëanor se opone sólo mi consejo. ¡No partáis! Porque es mala hora, y vuestro camino os conduce a una pesadumbre que no prevéis. Ninguna ayuda os prestarán los valar en esta empresa; pero tampoco os la entorpecerán; porque esto os digo: como vinisteis aquí libremente, libremente partiréis. Pero tú, Fëanor, hijo de Finwë, por tú juramento estás exiliado. Aprenderás en la amargura que Melkor ha mentido. Vala es, dices. Pues entonces has jurado en vano, porque a ninguno de los valar puedes vencer ahora ni nunca dentro de las estancias de Eä, ni aunque Eru, a quien nombras, te hubiera hecho tres veces más grande de lo que eres.

Pero Fëanor se rio, y habló no al heraldo, sino a los noldor: —¡Vaya! ¿Entonces este pueblo valiente ha de enviar a destierro al rey, acompañado sólo por sus hijos, para luego volver a someterse? Pero a aquellos que vengan conmigo, les preguntaré: ¿Se os dice que habrá dolor? Pero en Aman lo hemos visto. En Aman hemos llegado por la beatitud a la pesadumbre. Intentaremos ahora el camino opuesto: por el dolor busquemos la alegría; o al menos la libertad.

Entonces, volviéndose al heraldo, gritó: —Di esto a Manwë Súlimo, ilustre rey de Arda: si Fëanor no puede destruir a Morgoth, cuando menos no vacila en atacarlo, ni se queda sentado y lamentándose. Y quizá haya puesto Eru en mí un fuego mayor que el que tú sospechas. Al menos abriré tal herida al Enemigo de los valar que aún los poderosos reunidos en el Anillo del Juicio se asombrarán al oírlo. Sí, al fin me seguirán. ¡Adiós!

En ese momento la voz de Fëanor se le hizo tan fuerte y tan poderosa, que aún el heraldo de los valar se inclinó ante él, como quien ha recibido una respuesta cabal, y partió; y los noldor nada pudieron hacer. Por tanto, continuaron la marcha; y la casa de Fëanor se apresuró a lo largo de las costas de Elendë; y ni una vez volvieron la cabeza para mirar a Tirion, en la verde colina de Túna. Detrás de ellos, más lentamente y con menor ansiedad iban las huestes de Fingolfin. De éstos Fingon era el primero; pero a la retaguardia marchaban Finarfin y Finrod, y muchos de los más nobles y más sabios de los noldor; y con frecuencia miraban atrás para ver la hermosa ciudad en que habían vivido, hasta que la lámpara de la Mindon Eldaliëva se perdió en la noche. Más que ninguno de los demás exiliados tenían recuerdos de la beatitud que habían abandonado y algunos hasta llevaban consigo las cosas que allí habían hecho: solaz y carga para el camino.

 

Conducía ahora Fëanor a los noldor hacia el norte, pues ante todo quería seguir a Morgoth. Además, Túna bajo Taniquetil estaba cerca de la Cintura de Arda, y allí el Gran Mar era de una anchura inconmensurable, mientras que al norte los mares divisorios se hacían más estrechos a medida que se aproximaban a la tierra yerma de Araman y las costas de la Tierra Media. Pero al irse enfriando la mente de Fëanor y cobrando tino, entendió demasiado tarde que esas grandes huestes nunca sobrepasarían las largas leguas hacia el norte, ni cruzarían los mares, excepto con la ayuda de una flota, pero exigiría largo tiempo y esfuerzo construir tantas embarcaciones, aun cuando alguno de los noldor tuviera habilidad para ese arte. Por tanto, resolvió persuadir a los teleri, siempre amigos de los noldor, de que se les unieran; e inflamado por su propia rebeldía pensó que de ese modo la beatitud de Valinor disminuiría todavía más, y él podría hacerle la guerra a Morgoth con mayor fuerza. Se encaminó pues de prisa a Alqualondë y les habló a los teleri como había hablado antes en Tirion.

Pero de cuanto pudo decir nada movió a los teleri. Estaban en verdad apenados por la partida de parientes y viejos amigos, y parecían más dispuestos a disuadirlos que a prestarles ayuda; y no quisieron prestar ningún barco, ni ayudar a construirlo contra la voluntad de los valar. En cuanto a ellos, no deseaban otra patria que las playas de Eldamar y ningún otro señor que Olwë, príncipe de Alqualondë. Y él nunca había prestado oídos a Morgoth, ni le había recibido de buen grado en su tierra, y confiaba todavía en que Ulmo y los otros grandes entre los valar pondrían remedio a las heridas abiertas por Morgoth, y que la noche pasaría, y que luego habría un nuevo amanecer.

Entonces Fëanor se encolerizó, porque aún temía retrasarse, y le dijo airado a Olwë: —Renunciáis a los amigos en la hora de necesidad. Sin embargo, aceptasteis agradecidos nuestra ayuda cuando llegasteis los últimos a estas costas, perezosos de corazón flaco, casi con las manos vacías. Todavía viviríais en chozas sobre la playa si los noldor no hubieran cavado vuestro puerto y trabajado en vuestros muros.

Pero Olwë respondió: —De ningún modo renunciamos a los amigos. Pero sólo un amigo ha de censurar la locura del amigo. Y cuando los noldor nos dieron la bienvenida y nos prestaron ayuda, hablaste de modo bien distinto: íbamos a vivir para siempre en la tierra de Aman, como hermanos en casas contiguas. Pero en cuanto a nuestros blancos navíos, no proceden de vosotros. No aprendimos ese arte de los noldor, sino de los señores del mar; y los blancos maderos los trabajamos con nuestras propias manos, las blancas velas fueron tejidas por nuestras esposas e hijas. Por tanto, no las daremos ni las venderemos ni por alianza ni por amistad. Porque te digo, Fëanor hijo de Finwë, éstas son para nosotros como las gemas de los noldor: la obra de nuestros corazones, que nunca podremos repetir.

Fëanor se alejó entonces, y ya fuera de los muros de Alqualondë se sintió acosado por negros pensamientos, hasta que sus huestes estuvieron reunidas. Cuando juzgó que contaba con tropas suficientes marchó hacia el Puerto de los Cisnes y se puso a dar órdenes a los barcos allí anclados y a apoderarse de ellos por la fuerza. Pero los teleri se le resistieron y arrojaron a muchos noldor al mar. Entonces se desenvainaron las espadas y se desencadenó una amarga batalla en los barcos y en los muelles y malecones iluminados por lámparas, y hasta sobre el gran arco de las puertas. Tres veces la gente de Fëanor fue rechazada y muchos murieron de ambos bandos; pero la vanguardia de los noldor recibió el socorro de Fingon con los primeros de la hueste de Fingolfin, que al llegar y descubrir que se libraba una batalla en la que moría gente de su propio linaje, se unieron a ella sin conocer bien el motivo de la lucha; algunos creyeron que los teleri intentaban impedir la marcha de los noldor por orden de los valar.

La matanza de Alqualondë por Ted Nasmith

 

Así por último los teleri fueron vencidos, y gran parte de los marineros que vivían en Alqualondë fueron muertos vilmente. Porque la desesperación había vuelto feroces a los noldor, y los teleri contaban con menos gente y casi no tenían otras armas que unos arcos delgados. Entonces los noldor se apoderaron de los navíos blancos y cada remo fue manejado por el mejor tripulante con que pudieron contar, y se alejaron hacia el norte a lo largo de la costa. Y Olwë llamó a Ossë, pero éste no acudió, porque no permitían los valar que la huida de los noldor fuera impedida por la fuerza. Pero Uinen lloró por los marineros de los teleri; y el mar se levantó airado en contra de los asesinos, de modo que muchos barcos naufragaron y quienes iban en ellos murieron ahogados. De la Matanza de los Hermanos de Alqualondë se dice algo más en el lamento llamado Noldolantë, la caída de los noldor, que Maglor compuso antes de perderse.

No obstante, la mayor parte de los noldor logró escapar, y cuando cesó la tormenta, mantuvieron el rumbo, algunos en barco y otros por tierra; pero el camino era largo y a medida que avanzaban sobrevenían nuevos males. Después de haber marchado largo tiempo en la inmensa noche, llegaron por fin a los confines septentrionales del Reino Guardado, en los bordes del desierto baldío de Araman, que eran montañosos y fríos. Allí vieron de pronto una figura oscura, de pie sobre una roca, que contemplaba la costa desde lo alto. Dicen algunos que era el mismo Mandos, y no un heraldo de Manwë de menor cuantía. Y oyeron una voz alta, solemne y terrible que les ordenó detenerse y prestar oídos. Todos se detuvieron entonces y permanecieron inmóviles, y de extremo a extremo de las huestes de los noldor se escuchó la voz que pronunciaba la maldición y la profecía denominada la Profecía del Norte y el Hado de los noldor. Mucho se predijo en palabras oscuras que los noldor sólo comprendieron cuando sobrevinieron los males; pero todos oyeron la maldición pronunciada contra los que no quisieran quedarse ni solicitar el juicio y el perdón de los valar.

—Lágrimas innumerables derramaréis; y los valar cercaran Valinor contra vosotros, y os dejarán fuera, de modo que ni siquiera el eco de vuestro lamento pasará por sobre las montañas. Sobre la casa de Fëanor la cólera de los valar cae desde el occidente hasta el extremo oriente, y sobre todos los que los sigan caerá del mismo modo. El juramento los impulsará, pero también los traicionará, y aún llegará a arrebatarles los mismos tesoros que han jurado perseguir. A mal fin llegará todo lo que empiecen bien; y esto acontecerá por la traición del hermano al hermano, y por el temor a la traición. Serán para siempre los desposeídos.

»Habéis vertido la sangre de vuestros parientes con injusticia y habéis manchado la tierra de Aman. Por la sangre devolveréis sangre y más allá de Aman moraréis a la sombra de la muerte. Porque aunque Eru os destinó a no morir en Eä, y ninguna enfermedad puede alcanzaros, podéis ser asesinados, y asesinados seréis: por espada y por tormento y por dolor; vuestro espíritu sin morada se presentará entonces ante Mandos. Allí moraréis durante un tiempo muy largo, y añoraréis vuestro cuerpo, y encontraréis escasa piedad, aunque todos los que habéis asesinado rueguen por vosotros. Y a aquellos que resistan en la Tierra Media y no comparezcan ante Mandos, el mundo los fatigará como si los agobiara un gran peso, y serán como sombras de arrepentimiento antes que aparezca la raza más joven. Los valar han hablado.

Entonces muchos se lamentaron; pero Fëanor endureció su corazón y dijo:—Hemos hecho un juramento y no a la ligera. Lo mantendremos. Se nos amenaza con muchos males y no es el menor de ellos la cobardía: pero hay algo que no se dijo: que padezcamos hoy de cobardía, de pusilanimidad o de miedo a la pusilanimidad. Por tanto os digo que seguiremos adelante, y este destino pronostico: que los hechos que hagamos serán temas de muchas canciones hasta los últimos días de Arda.

Pero a esa hora Finarfin abandonó la marcha, y se volvió con pena y amargura contra la casa de Fëanor, y esto por causa del parentesco que lo unía a Olwë de Alqualondë; y muchos de los suyos fueron con él entristecidos, y tomaron el camino de vuelta, hasta que contemplaron una vez más el rayo distante de la Mindon sobre Túna, que aún brillaba en la noche; y así llegaron por último a Valinor. Allí recibieron el perdón de los valar y se le dio a Finarfin el gobierno del resto de los noldor en el Reino Bendecido. Pero los hijos de Finarfin no estaban con él, pues no quisieron abandonar a los hijos de Fingolfin; y todo el pueblo de Fingolfin siguió adelante, aun sintiéndose empujado por la gente de su propio linaje y por la voluntad de Fëanor, y temiendo enfrentar el juicio de los valar, pues no todos eran inocentes de la Matanza de Alqualondë. Además Fingon y Turgon eran audaces y de fiero corazón y detestaban abandonar cualquier tarea iniciada por ellos mismos antes del amargo final, si amargo había de ser. De modo que la mayor parte de la hueste siguió adelante, y pronto el mal que había sido predicho empezó a operar.

 

Los noldor llegaron por fin al norte de Arda; y vieron los primeros dientes del Hielo que flotaba en el mar, y supieron que estaban acercándose al Helcaraxë. Porque entre la Tierra de Aman que en el norte se curvaba hacia el este, y las costas orientales de Endor (la Tierra Media) que llevan hacia el oeste, había un estrecho angosto por el que fluían juntas las aguas heladas del mar Circundante y las olas del Belegaer, y había vastas nieblas y vapores de frío mortal, y en las corrientes marinas navegaban colinas estruendosas de hielo, y el hielo crujía bajo el agua. Así era el Helcaraxë, y nadie había osado hollarlo todavía, salvo los valar y Ungoliant.

Por tanto Fëanor hizo alto y los noldor discutieron qué camino seguir. Pero el frío y la niebla viscosa que el fulgor de las estrellas no podía horadar, empezaron muy pronto a atormentarlos, y muchos lamentaron haber tomado ese camino, y empezaron a murmurar, especialmente los que seguían a Fingolfin, maldiciendo a Fëanor y acusándolo de ser la causa de todos los males de los eldar. Pero Fëanor, enterado de todo lo que se decía, se reunió en consejo con sus hijos; y les pareció que sólo dos caminos podían llevarlos lejos de Araman, y llegar así a Endor: por los estrechos o por barco. Pero al Helcaraxë lo consideraron infranqueable, y los barcos no eran suficientes. Muchos se habían perdido en el largo camino, y no quedaban ahora bastantes como para transportar a la numerosa hueste; pero nadie estaba dispuesto a quedarse en la costa occidental mientras otros eran llevados primero: ya el miedo de la traición había despertado entre los noldor. Por tanto, Fëanor y sus hijos tomaron la decisión de apoderarse de todos los barcos y de partir sin demora; porque habían retenido el dominio de la flota desde la batalla del Puerto, y ésta estaba tripulada sólo por aquellos que habían luchado en ella, y que estaban sometidos a Fëanor. Y como si hubiera acudido a una llamada, un viento sopló del noroeste, y Fëanor se deslizó en secreto con todos los que consideraba leales, y se embarcó con ellos y se hizo a la mar dejando a Fingolfin en Araman. Y como el mar era allí estrecho, navegando hacia el este y algo hacia el sur, avanzó sin pausa, y fue el primero entre los noldor en poner pie una vez más en las costas de la Tierra Media; y el desembarco de Fëanor ocurrió en la desembocadura del estuario llamado Drengist que se adelantaba hacia Dor-lómin.

 

Pero cuando hubieron desembarcado, Maedhros, el mayor de los hijos de Fëanor, y en un tiempo amigo de Fingon antes de que se interpusieran entre ellos las mentiras de Morgoth, le habló a Fëanor diciendo: —Ahora ¿de qué barcos y remeros dispondrás para la vuelta, y a quién traerán de allí primero? ¿A Fingon el Valiente?

La quema de los barcos por Ted Nasmith

 

Entonces Fëanor rio con malignidad y replicó gritando: —¡Ningún barco y ningún remero! Lo que he dejado atrás no lo considero una pérdida; ha sido una carga innecesaria en el camino. ¡Que quienes han maldecido mi nombre lo maldigan aún, y que sus plañidos les abran el camino de vuelta a las jaulas de los valar! ¡Que se quemen las naves!—. Entonces Maedhros se apartó, pero Fëanor hizo que se prendiera fuego a las blancas naves de los teleri. Así pues, en ese lugar que se llamó Losgar, en la desembocadura del estuario de Drengist, acabaron los navíos más hermosos que nunca hayan surcado el mar, en una gran hoguera, fulgurante y terrible. Y Fingolfin y su pueblo vieron la luz desde lejos, roja bajo las nubes; y supieron que habían sido traicionados. Estos fueron los primeros frutos de la Matanza de Alqualondë y del Hado de los noldor.

La huida de los noldor por el Helcaraxë por Ted Nasmith

 

Entonces Fingolfin, al ver que Fëanor lo abandonaba, para que pereciese en Araman o regresara avergonzado a Valinor, se llenó de amargura; pero ahora deseaba como nunca llegar de algún modo a la Tierra Media y volver a encontrarse con Fëanor. Y él y sus huestes erraron afligidos mucho tiempo, pero sintiendo que el valor y la resistencia se les acrecentaban con las penurias; porque eran un pueblo poderoso, los primeros hijos inmortales de Eru Ilúvatar, aunque recién llegados del Reino Bendecido y no sujetos todavía a las fatigas de la Tierra. El fuego de la juventud ardía en ellos, y conducidos por Fingolfin y sus hijos, y por Finrod y Galadriel, se atrevieron a penetrar en lo más crudo del norte; y al no hallar otro camino enfrentaron por fin el terror del Helcaraxë y las crueles montañas de hielo. Pocas de las hazañas que con posterioridad llevaron a cabo los noldor superaron en penuria o dolor esa desesperada travesía. Allí se perdió Elenwë la esposa de Turgon, y muchos otros también perecieron; y fue con huestes disminuidas que Fingolfin pisó por último las Tierras Exteriores. Poco amor por Fëanor y sus hijos sentían los que marcharon detrás de él, y soplaron sus trompetas en la Tierra Media cuando por primera vez se elevó la luna.

 


XIV.DEL DESTINO FINAL DE FINWË Y MÍRIEL

 

LA HISTORIA DE LA TIERRA MEDIA VII: EL ANILLO DE MORGOTH

Y el cuerpo de Míriel yació descansando en Lórien, hasta la huida de Melkor el Corruptor y el Oscurecimiento de Valinor. En ese tiempo aciago Finwë fue asesinado por el Corruptor mismo, y su cuerpo ardió como si lo hubiera golpeado un relámpago y quedó destruido.

Entonces Míriel y Finwë volvieron a encontrarse en las Estancias de Mandos y he aquí que Míriel se alegró del encuentro y su pena remitió; y la voluntad que allí la ataba se rompió. Y cuando supo por Finwë todo lo que había ocurrido desde su partida (pues hasta entonces no le había prestado atención ni había preguntado noticias) se sintió muy conmovida; y le dijo a Finwë con el pensamiento: «Me equivoqué cuando os abandoné a ti y a nuestro hijo, o al menos cuando no volví tras un breve reposo; porque si lo hubiera hecho tal vez él sería más sabio. Pero los hijos de Indis remediarán sus errores y por tanto me alegro de que existan, e Indis cuenta con mi amor. Cómo podría guardar rencor a quien recibió lo que yo rechacé y cuidó lo que yo abandoné. ¡Ojalá pudiera poner la historia entera de nuestro pueblo, y de ti y de tus hijos, en un tapiz de muchos colores, como un recuerdo más brillante que la memoria! Porque aunque estoy apartada del mundo y acepto la justicia del Decreto, me gustaría contemplar y registrar todo lo que les suceda a quienes amo y a su descendencia. Vuelvo a sentir la llamada de mi cuerpo y sus habilidades.»

Y Finwë le dijo a Vairë: «¿No oyes la súplica y el deseo de Míriel? ¿Por qué le niega Mandos el remedio de sus aflicciones, al permitir que su existencia sea vacía y sin sentido? He aquí que en su lugar yo moraré con Mandos para siempre, y así lo enmendaré. Porque sin duda si permanezco sin cuerpo y abandono la vida en Arda su Decreto no será quebrantado».

«Eso crees—respondió Vairë—; pero Mandos es severo, y no querrá quebrantar un voto. Tampoco os considerará sólo a Míriel y a ti, sino también a Indis y a tus hijos, a quienes pareces haber olvidado, ya que sólo te compadeces de Míriel.»

«Eres injusta con mi pensamiento—dijo Finwë—. Es ilícito tener dos esposas, pero uno puede querer a dos mujeres, cada una de un modo distinto, sin que el amor por una desmerezca el amor por la otra. El amor que le di a Indis no eliminó el amor que sentía por Míriel; así, ahora la piedad por Míriel no hace que mi corazón se preocupe menos por Indis. Pero Indis me abandonó sin intermedio de la muerte. No la veía desde muchos años atrás, y cuando el Corruptor me golpeó estaba solo. Tiene hijos amados que la consolarán, y su amor, pienso, se vuelca ahora sobre todo en Ingoldo. Es posible que eche de menos al padre de él, pero no al padre de Fëanor. Pero ante todo su corazón anhela ahora las estancias de Ingwë y la paz de los vanyar, lejos de las disputas de los noldor. Poco consuelo le daría yo si volviera; y el señorío de los noldor ha pasado a mis hijos.»

Pero cuando Finwë abordó a Mandos, éste le dijo: «Está bien que no desees volver, porque te lo habría prohibido hasta que las aflicciones actuales queden muy atrás. Pero es mejor aún que lo hayas ofrecido, privándote a ti mismo, por tu propia voluntad y por conmiseración hacia otro. Es un consejo de curación, del que puede surgir el bien».

Por tanto, cuando Nienna acudió a él y volvió a suplicar por Míriel, Mandos consintió y aceptó la abnegación de Finwë como el rescate de ella. Entonces el fëa de Míriel fue liberado y se presentó ante Manwë y él le dio su bendición; y entonces fue a Lórien y volvió a entrar en su cuerpo, y despertó de nuevo, como alguien que abandona un profundo sueño; y se levantó y tenía el cuerpo descansado. Pero después de meditar largo tiempo en el crepúsculo de Lórien, recordando su vida anterior y las noticias que había oído, seguía habiendo tristeza en su corazón y no deseaba volver con su propio pueblo.

Por tanto, se dirigió a las puertas de la casa de Vairë y pidió que la admitieran; y la súplica le fue concedida, aunque en aquella casa no habitaba ninguno de los vivos, ni había ningún otro que hubiera regresado a su cuerpo. Pero Vairë aceptó a Míriel, que se convirtió en su sierva principal; y le llevaban todas las noticias de los noldor a través de los años y desde el principio, y ella las tejía en telas de historias, tan hermosas y hábiles que parecían estar vivas, imperecederas, brillando con la luz de muchos colores más bellos que los de la Tierra Media. A veces se le permite a Finwë que la contemple. Y Míriel todavía trabaja en ella, aunque con otro nombre. Pues ahora la llaman Fíriel, que para los eldar significa «La que murió», y también «La que suspiró».

Tan hermoso como las telas de Fíriel es un elogio que rara vez se pronuncia, aún de las obras de los eldar.

 


XV.DE LOS SINDAR

 

EL SILMARILLION

Ahora bien, como ya se dijo, el poder de Elwë y Melian aumentó en la Tierra Media, y todos los elfos de Beleriand, desde los marineros de Círdan hasta los cazadores errantes de las montañas Azules más allá del río Gelion, reconocían a Elwë como señor; Elu Thingol, rey Mantogrís, era llamado en la lengua de su pueblo. A los elfos grises de Beleriand, iluminada por las estrellas, se los llamaba también los sindar; y aunque eran moriquendi, bajo la égida de Thingol y por mediación de las enseñanzas de Melian se convirtieron en los más hermosos, los más sabios y los más hábiles de todos los elfos de la Tierra Media. Y al cabo de la primera edad del encadenamiento de Melkor, cuando en toda la Tierra había paz y la gloria de Valinor había alcanzado su cénit, vino al mundo Lúthien, la única hija de Thingol y Melian. Aunque casi toda la Tierra Media estaba sumida en el Sueño de Yavanna, en Beleriand, bajo el poder de Melian, había vida y alegría, y las estrellas brillantes resplandecían como fuegos de plata; y allí, en el bosque de Neldoreth, nació Lúthien, y las blancas flores de niphredil se adelantaron para saludarla como estrellas de la tierra.

 

Sucedió durante la segunda edad del cautiverio de Melkor que los enanos llegaron por sobre las montañas Azules de Ered Luin a Beleriand. A sí mismos se llamaban khazád, pero los sindar los llamaban los naugrim, el pueblo menguado, y gonnhirrim, maestros de la piedra. Lejos, hacia el este, estaban las más antiguas viviendas de los naugrim, pero habían excavado para ellos grandes estancias y mansiones, de acuerdo con el estilo de los enanos, en las laderas orientales de Ered Luin; y a esas ciudades las llamaban Gabilgathol y Tumunzahar. Al norte de la gran altura del monte Dolmed se levantaba Gabilgathol, que los elfos traducían como Belegost, vale decir, Grandeburgo; y al sur había sido excavada Tumunzahar, llamada por los elfos Nogrod, Morada Hueca. La mayor de las mansiones de los enanos era Khazad-dûm, la Caverna de los enanos, Hadhodrond en lengua élfica, que luego en los días de oscuridad se llamó Moria; pero se encontraba lejos en las montañas Nubladas, más allá de las vastas leguas de Eriador, y a los elfos les llegó sólo como un nombre y un rumor de las palabras de los enanos de las montañas Azules.

Desde Nogrod y Belegost, los naugrim llegaron a Beleriand; y los elfos se llenaron de asombro, porque se creían las únicas criaturas vivientes de la Tierra Media que hablaban con palabras o trabajaban con las manos, y pensaban que todas las demás no eran sino pájaros y bestias. Pero no alcanzaban a entender una palabra de la lengua de los naugrim, que les sonaba engorrosa y desagradable; y pocos eran los eldar que lograron dominarla. Pero los enanos aprendían de prisa, y en verdad estaban más dispuestos a aprender la lengua élfica que a enseñar la suya a los de otra estirpe. Pocos de entre los eldar fueron nunca a Nogrod o Belegost, salvo Eöl de Nan Elmoth y Maeglin, su hijo; pero los enanos traficaban con Beleriand y construyeron un gran camino que pasaba bajo las salientes del monte Dolmed y seguía el curso del río Ascar, cruzando el Gelion en Sarn Athrad, el vado de piedras, donde aconteció luego una batalla.

Siempre fue fría la amistad entre los naugrim y los eldar, aunque el beneficio recíproco era considerable, pero en aquel tiempo las querellas que los separaron no habían ocurrido aún, y el rey Thingol les dio la bienvenida. Pero en días posteriores los naugrim se mostraron más amigos de los noldor que de cualesquiera de entre los demás elfos u hombres, a causa del amor y la reverencia que sentían por Aulë; y estimaban las gemas de los noldor por sobre toda otra riqueza. Ya en la oscuridad de Arda habían llevado a cabo los enanos grandes obras, porque aún en los primeros días de los padres habían tenido una maravillosa habilidad con los metales y las piedras; pero en aquellos tiempos antiguos preferían trabajar el hierro y el cobre antes que la plata y el oro.

Ahora bien, Melian tenía mucha capacidad de previsión, como era propio de los maiar; y cuando hubo transcurrido la segunda edad del cautiverio de Melkor le comunicó a Thingol que la Paz de Arda no duraría para siempre. Pensó él, por lo tanto, cómo se construiría una morada real y un sitio resistente, si el mal había de despertar otra vez en la Tierra Media; y buscó la ayuda y el consejo de los enanos de Belegost. Ellos lo dieron, voluntariamente, pues no estaban fatigados en ese entonces, y se sentían ansiosos por realizar nuevas obras; y aunque los enanos siempre pedían un precio por todo cuanto hacían, fuera con deleite o con esfuerzo, en esa ocasión se dieron por pagados. Porque Melian les enseñó mucho de lo que ellos querían aprender, y Thingol los recompensó con muchas bellas perlas. Estas se las había dado Círdan, pues se recogían en abundancia en los bajíos en torno a la isla de Balar; pero los naugrim nunca habían visto nada semejante y las tuvieron en alta estima. Había una tan grande como un huevo de paloma, y que brillaba como la luz de las estrellas en la espuma del mar; Nimphelos se la llamó, y el cabecilla de los enanos de Belegost la consideró más valiosa que una montaña de riqueza.

Por lo tanto los naugrim trabajaron mucho y de buen grado para Thingol, y le hicieron mansiones parecidas a las de ellos, profundamente excavadas en la tierra. Donde corría el Esgalduin y dividía Neldoreth de Region, se levantaba en el medio del bosque una colina rocosa, y el río fluía debajo. Allí construyeron las puertas del palacio de Thingol y levantaron sobre el río un puente de piedra que era el único camino de acceso. Más allá de las puertas unos pasajes anchos descendían a estancias y cámaras talladas en la roca viva, tantas y tan grandes que la morada fue llamada Menegroth, las Mil Cavernas.

Pero los elfos también ayudaron en los trabajos, y elfos y enanos juntos, cada cual con su propia actividad, llevaron allí a cabo las visiones de Melian, imágenes de la maravilla y la belleza de Valinor, más allá del mar. Los pilares de Menegroth habían sido tallados a semejanza de las hayas de Oromë, tronco, rama y hoja, y estaban iluminados por linternas de oro. Los ruiseñores cantaban allí como en los jardines de Lórien; y había fuentes de plata y cuencos de mármol y suelos de piedras de múltiples colores. Figuras talladas de bestias y de pájaros corrían sobre los muros, o trepaban por los pilares o atisbaban entre las ramas entrelazadas con muchas flores. Y mientras los años transcurrían, Melian y sus doncellas llenaron los recintos de cortinados tejidos en los que podían leerse los hechos de los valar y muchas de las cosas sucedidas en Arda desde un comienzo, y la sombra de las cosas que todavía habrían de ser. Esa fue la mansión más hermosa que haya tenido rey alguno al este del mar.

Y cuando la construcción de Menegroth estuvo acabada, y hubo paz en el reino de Thingol y Melian, los naugrim siguieron viniendo de cuando en cuando desde las montañas, y traficaban en el país; pero rara vez iban a las Falas, pues detestaban el sonido del mar y temían mirarlo. A Beleriand no llegaban otros rumores o noticias del mundo de fuera.

Pero mientras la tercera edad del cautiverio de Melkor se acercaba, los enanos se sintieron perturbados y acudieron al rey Thingol diciendo que los valar no habían desarraigado por completo el mal del norte, y que ahora el resto, multiplicado en la oscuridad, volvía nuevamente, y merodeaba por todas partes. —Son bestias salvajes—dijeron—en la tierra del este de las montañas, y vuestros antiguos parientes, que habitan allí, huyen de las llanuras a las colinas.

Y antes de que mucho tiempo transcurriera, las malvadas criaturas llegaron aún a Beleriand, por pasajes abiertos en las montañas o desde el sur a través de los bosques oscuros. Eran lobos, o criaturas que tenían formas de lobos y otros seres salvajes de la sombra; y entre ellos estaban los orcos, que luego llevaron la ruina a Beleriand: pero eran todavía pocos y precavidos, y se contentaban con olfatear los caminos de la tierra, esperando a que el señor regresara. De dónde venían o qué eran, los elfos no lo sabían entonces, y pensaban que quizá eran avari, que se habían vuelto malvados y salvajes en el descampado; conjetura no demasiado errada, según se dice.

Por lo tanto, Thingol pensó en hacerse de armas, que antes no había necesitado, y al principio los naugrim las forjaron para él; porque eran muy hábiles en estas labores, aunque ninguno de ellos sobrepasaba a los artesanos de Nogrod, de quienes Telchar el herrero era el de mayor renombre. Raza guerrera desde antaño, los naugrim luchaban con fiereza contra quienquiera los dañara: servidores de Melkor, eldar, avari o bestias salvajes, y también, y no pocas veces, contra los enanos de otras mansiones o señoríos. Los sindar, por cierto, no tardaron en aprender de ellos el arte de la herrería; pero en el arte de templar el acero los naugrim nunca fueron igualados, ni siquiera por los noldor, y en la fabricación de cotas de malla de anillos eslabonados, que los herreros de Belegost hicieron por vez primera, la artesanía de los enanos no tenía rival.

En este tiempo, por tanto, los sindar estaban bien armados, y espantaron a todas las criaturas malignas y tuvieron paz otra vez; pero las armerías de Thingol estaban repletas de hachas, lanzas y espadas, y altos yelmos y largas cotas de malla resplandeciente; porque las cotas de los enanos no se herrumbraban nunca, y siempre brillaban como recién pulidas. Y eso fue bueno para Thingol en el tiempo que estaba por venir.

 

Ahora bien, como ha sido contado, un tal Lenwë, de las huestes de Olwë, abandonó la marcha de los eldar en el tiempo en que los teleri se detuvieron a orillas del río Grande al borde de las tierras yermas de la Tierra Media. Poco se sabe de los caminos que siguieron los nandor, a quienes él condujo por el Anduin abajo: algunos, se dice, habitaron por largo tiempo en los bosques del valle del río Grande, y algunos llegaron por fin a la desembocadura y allí habitaron junto al mar, y otros, abriéndose camino por Ered Nimrais, las montañas Blancas, llegaron de nuevo al norte y penetraron en el páramo de Eriador, entre Ered Luin y las distantes montañas Nubladas. Pues bien, éste era un pueblo de los bosques y no tenían armas de acero, y la llegada de las bestias salvajes del norte los llenó de espanto, como lo declararon los naugrim al rey Thingol en Menegroth. Por tanto Denethor, el hijo de Lenwë, al tener noticias del poderío y la majestad de Thingol, y de la paz que había en ese reino, reunió en una hueste a las gentes dispersas, y las condujo por sobre las montañas a Beleriand. Allí Thingol les dio la bienvenida, como a parientes perdidos que regresan después de un largo tiempo, y ellos habitaron en Ossiriand, la Tierra de los Siete Ríos.

De los largos años de paz que siguieron a la llegada de Denethor, poco es lo que se cuenta. En esos días, se dice, Daeron el Bardo, maestro de sabiduría en el reino de Thingol, inventó sus runas; y los naugrim que se acercaron a Thingol las aprendieron, y se alegraron, teniendo el arte de Daeron en más alta estima que los sindar, el propio pueblo de Thingol. Los naugrim llevaron las cirth hacia el este por sobre las montañas, y así llegaron al conocimiento de muchos pueblos; aunque los sindar apenas las utilizaron en los registros de las crónicas hasta los días de la Guerra, y gran parte de lo que se guardaba en la memoria pereció en las ruinas de Doriath. Pero poco hay que decir de la beatitud y de la vida placentera antes de que concluyan; pues las obras bellas y maravillosas, mientras duran todavía y es posible contemplarlas, son su propio testimonio, y sólo cuando están en peligro o se quebrantan para siempre pasan a las canciones.

 

LA NATURALEZA DE LA TIERRA MEDIA

Aunque fueron inventadas por los sindar (debido a su enemistad con los enanos de Nogrod y Belegost), es probable (y los noldor lo consideran un hecho) que la idea de las runas talladas en piedra, etc. derivase en última instancia de los enanos, que tenían amistad con los hijos de Fëanor.

 

EL SILMARILLION

En Beleriand, en aquellos días, los elfos andaban, y los ríos fluían, y las estrellas brillaban y las flores nocturnas esparcían una dulce fragancia; y la belleza de Melian era como el mediodía, y la belleza de Lúthien era como el alba en primavera. En Beleriand, el rey Thingol en su trono era como los señores de los maiar, cuyo poder está en reposo, cuya alegría es como un aire que respira cada día, cuyo pensamiento fluye en una onda imperturbada desde las alturas a las profundidades.

En Beleriand todavía a veces cabalgaba Oromë el Grande, que pasaba como un viento por las montañas, y el sonido del cuerno descendía desde la luz distante de las estrellas; y los elfos temían el esplendor del rostro de Oromë, y el estrépito de la carrera de Nahar; pero cuando el eco del Valaróma resonaba en las colinas, sabían que no había criatura maligna que no huyera lejos.

 

Pero ocurrió al fin que el término de la beatitud se aproximaba, y el mediodía de Valinor declinaba hacia el ocaso. Porque como se dijo y es conocido de todos, pues está escrito en los libros y ha sido cantado en múltiples canciones, Melkor hirió a los Árboles de los valar con ayuda de Ungoliant, y huyó, y volvió a la Tierra Media. Lejos al norte ocurrió la disputa entre Morgoth y Ungoliant; pero el eco del gran grito de Morgoth resonó en todo Beleriand, y el pueblo se sobrecogió de miedo; porque aunque no sabían lo que presagiaba, creyeron oír al heraldo de la muerte. Poco después Ungoliant abandonó el norte y llegó al reino del rey Thingol, envuelta en un terror de oscuridad; pero fue detenida por el poder de Melian, y no entró en Neldoreth, y moró largo tiempo a la sombra de los precipicios, donde Dorthonion descendía hacia el sur. Y esas cimas fueron conocidas con el nombre de Ered Gorgoroth, las montañas del Terror, y nadie osaba ir por allí, ni pasar cerca de ellas; allí la vida y la luz perecían, allí todas las aguas estaban envenenadas. Pero Morgoth, como ya se dijo, volvió a Angband y la reconstruyó, y por encima de las puertas levantó las torres pestilentes de Thangorodrim; y entre los portales de Morgoth y el puente de Menegroth había ciento cincuenta leguas [724 kilómetros]: una distancia larga, pero aún demasiado corta.

Ahora bien, los orcos que se multiplicaban en la oscuridad de la tierra crecieron en fuerza y en ferocidad, y el oscuro señor de todos ellos los inflamaba con deseos de ruina y muerte; y salían por los portales de Angband bajo las nubes que Morgoth enviaba por delante, y marchaban en silencio a las tierras altas del norte. De allí un gran ejército avanzó de pronto sobre Beleriand y atacó al rey Thingol. Ahora bien, en aquel vasto reino muchos elfos erraban libres por el descampado o vivían en paz en pequeños clanes apartados entre sí; y sólo en torno a Menegroth, en medio de la tierra, y en el país de los marineros a lo largo de las Falas, había numerosos pueblos. Pero los orcos descendieron sobre ambos lados de Menegroth, y desde los campamentos del este entre el Celon y el Gelion, y saquearon a lo largo y a lo ancho vastas extensiones de las llanuras occidentales, entre el Sirion y el Narog; y Thingol quedó separado de Círdan en Eglarest. Por tanto convocó a Denethor; y los elfos vinieron en gran número de Region, más allá del Aros, y de Ossiriand, y libraron la primera batalla de las Guerras de Beleriand. Y el ala oriental del ejército de los orcos quedó atrapada entre las huestes de los eldar, al norte de la Andram y a mitad de camino entre el Aros y el Gelion, y allí fueron completamente derrotados, y los que corrieron hacia el norte huyendo de la gran matanza fueron recibidos por las hachas de los naugrim que salieron del monte Dolmed: pocos en verdad volvieron a Angband.

Pero la victoria les costó cara a los elfos. Pues los de Ossiriand tenían armas livianas y no eran rivales para los orcos, que iban calzados de hierro y con escudos también de hierro y espadas de hoja ancha; y Denethor quedó aislado y rodeado en la colina de Amon Ereb. Allí cayó él junto a los suyos, antes de que el ejército de Thingol pudiera acudir a ayudarlo. Aunque fue duramente vengado cuando Thingol llegó a la retaguardia de los orcos y sembró el campo de pilas de cadáveres, el pueblo de Denethor lo lloró siempre y no volvió a tener rey. Después de la batalla, algunos regresaron a Ossiriand, y las nuevas que allí llevaron llenaron de temor al resto del pueblo, de modo que ya no guerrearon abiertamente, sino que se atuvieron a la cautela y el secreto; y fueron llamados los laiquendi, los elfos verdes, pues llevaban vestiduras del color de las hojas. Pero muchos se encaminaron al norte y entraron en el reino guardado de Thingol, donde se mezclaron con el pueblo.

Y cuando Thingol volvió a Menegroth, se enteró de que el ejército de los orcos había ganado la batalla del oeste, y que había empujado a Círdan hasta el borde del mar. Por tanto reunió a toda la gente de las fortalezas de Neldoreth y Region, y Melian desplegó su poder y cercó todo aquel dominio con un muro invisible de sombra y desconcierto: la Cintura de Melian, que nadie en adelante pudo atravesar contra la voluntad de Melian, o la voluntad del rey Thingol, a no ser que tuviera un poder más grande que el de Melian, la maia. Y esta tierra interior, que durante mucho tiempo se llamó Eglador, recibió después el nombre de Doriath, el reino guardado, la Tierra de la Cintura. Dentro de ella había aún una paz vigilante; pero fuera de allí había peligro y mucho miedo, y los sirvientes de Morgoth merodeaban a su antojo, salvo en los puertos amurallados de las Falas.

 

Pero acechaban nuevas noticias, que nadie en la Tierra Media había previsto, ni Morgoth en los abismos ni Melian en Menegroth; pues ninguna nueva llegaba de Aman, ni por medio de un mensajero, ni por medio de un espíritu, ni por una visión en un sueño, desde la mar de los Árboles. En este mismo tiempo Fëanor vino por el mar en las naves blancas de los teleri, y desembarcó en el estuario de Drengist, y allí en Losgar quemó las naves.








[1] En La Naturaleza de la Tierra Media (capítulos “La marcha de los quendi”, “El cálculo del incremento de los quendi” y “Esquemas generacionales” entre otros), podemos leer un intrincado análisis realizado por Tolkien de cómo los eldar se reproducían en cada una de las paradas que hacían durante la Gran Marcha para llegar a conformar 29 generaciones en el momento en que llegan a Aman. Con lo que, en ese momento, el número de avari serían 9000 y de los eldar 18000. De esos eldar, los vanyar conformaban 1750, los noldor 7000 y los lindar 9250. Según Tolkien “estos números son muy adecuados” y parecen ser los que tomó como finales, aunque no hay manera de asegurarlo.

[2] Orodreth realmente era hijo de Angrod y padre de Finduilas y Gil-galad.

[3] Aunque esta historia de Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media no permaneció en versiones posteriores, esta historia tiene cierto paralelismo con uno de los pasajes de “Adiós a Lórien” en La Comunidad del Anillo entre Gimli y la propia Galadriel: Aun entre los eldar se la encontraba hermosa, y sus cabellos se consideraban una maravilla sin par. Eran dorados como los de su padre y los de su antecesora Indis, pero más espeso y esplendoroso, porque en su oro había un matiz que recordaba la plata estelar de su madre; y los eldar decían que la luz de los Dos Árboles, Laurelin y Telperion, había quedado enredada entre sus trenzas. Muchos consideraron que estas palabras hicieron pensar a Fëanor por primera vez en la posibilidad de capturar y mezclar la luz de los Árboles, lo que más tarde cobró forma en sus manos como los Silmarils. Porque Fëanor contemplaba los cabellos de Galadriel con asombro y deleite. Tres veces le pidió una trenza, pero Galadriel no quiso darle ni siquiera un cabello. Estos dos parientes, los más grandes de entre los eldar de Valinor, nunca fueron amigos.

[4] Tolkien escribió borradores y ensayos con continuas modificaciones sobre el plazo de gestación de los elfos a finales de la década de 1950 y en la década de 1960. En algunos de sus escritos figura un plazo de tres años, en otros de ocho o nueve años solares; aunque, al parecer, finalmente se decidió por un löa o año solar. Estas modificaciones se realizaron para que, en el momento de la Marcha hacia Aman, se completaran 29 generaciones de eldar, y formaran un grupo lo suficientemente numeroso (La Naturaleza de la Tierra Media).

[5] Acerca del renacimiento, en los últimos escritos de Tolkien, el propio autor anota: “La noción aún no revisada, que aparece en algunos lugares de El Silmarillion, de que la reencarnación élfica a veces se conseguía mediante el renacimiento en su propia familia, debe ser abandonada o al menos señalada como una noción falsa”. En La Naturaleza de la Tierra Media encontramos varias de estas disertaciones en las que Tolkien, al final de sus días, se mostraba contrario al renacimiento en forma de recién nacido y se acaba decantando por una «repersonificación» adulta como parece ser el caso de Glorfindel.

[6] Significa Amigo de los elfos. Personaje introducido en Los Cuentos Perdidos (Volúmenes I y II de Historia de la Tierra Media) y que no tendría más influencia en la obra posterior.

[7] Los datos más numéricos respecto a este tema, los hemos eliminado para no confundir al lector con los abundantes esquemas propuestos por Tolkien. Para revisar estos esquemas les sugerimos consultar el material original.

[8] Cuando dice “doce veces más rápido” hay que tener en cuenta que estas ratios fueron modificadas por Tolkien constantemente durante los últimos años de su vida por lo que es probable que cambiaran. De hecho, existe un texto posterior muy esquemático (1965) en el que menciona que la ratio de los años de crecimiento corresponden a 3 loär y no a 12 en “Edades élficas y númenóreanas” de La Naturaleza de la Tierra Media.

[9] El promedio de número de hijos fue descendiendo de seis hijos (siete en el caso excepcional de Fëanor) a cuatro. En la Segunda y Tercera Edad era habitual tener dos hijos.

[10] En la “nueva mitología” la condena de Melkor dura algo más de 17 años valianos, ver II.EDADES DE LOS ÁRBOLES.

[11] Orodreth, en la última versión del legendarium, pareciera que realmente era hijo de Angrod y padre de Finduilas y Gil-galad.

[12] En una de las últimas notas de Tolkien, un mes antes de morir este, Galadriel no participaría en la rebelión de Fëanor, defendería a sus parientes de Alqualondë y partiría junto con Celeborn (príncipe teleri) en un barco hacia la Tierra Media sin autorización de Manwë y quedando atada a la prohibición impuesta a toda partida. Esto cambia mucho la historia del personaje y Christopher nunca realizó estas alteraciones en El Silmarillion publicado, según él mismo nos cuenta en Cuentos Inconclusos de Númenor y la Tierra Media (“De Galadriel y Celeborn”), al considerar que era un esbozo que modificaría narraciones acabadas.

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